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De aves y sueños
La primera impresión que sentí al ver la cinta Pájaros de verano de Ciro Guerra y
Cristina Gallego fue la de un fuerte estremecimiento anímico del que tardé horas
en reponerme. La llamada época de “la bonanza marimbera” perdura en la
memoria emocional de quienes la vivimos como las marcas que deja un tornado
social devastador o los desajustes causados por un remolino de arena en el
desierto, cuya violencia estremeció los pilares y el entramado normativo de una
sociedad amerindia.
Las aves no solo dan el título a esta filmación sino que están presentes con el
denso simbolismo que le otorgan los wayuu. Pájaros agoreros que anuncian la
muerte o la guerra. Alcaravanes que siguen o prefiguran la tragedia. Aves como
Yorija, el pelícano, que marchan en formación en el cielo bajo el ataque de la
estrella mitológica llamada Simiriyuu que les arroja piojos y vientos en su
condición de ancestral adversaria. Son señales que puede leer claramente un
espectador indígena. Las vidas de los protagonistas están gobernadas por Lapu, el
sueño, cuyas interpretaciones tienen un carácter mandatorio entre los wayuu y
sirven de puente comunicador con plantas, animales, y otros seres del mundo,
como los muertos.
La historia se inicia con un ritual de paso de Zaida, una joven indígena, pero a lo
largo de ella se muestran ritos de aspersión y de descontaminación a los que son
sometidos los jefes de las familias, los homicidas y aquellos que manipulan los
restos óseos y la carne de los parientes fallecidos. Estos rituales han marcado
durante siglos el calendario social wayuu, cuyos hitos más relevantes no son
tanto las estaciones festivas, sino que el tiempo trascurre acompasando
conflictos, matrimonios y funerales.
wilderguerra@gmail.com
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