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CAMINANDO CON…
Miércoles, 21 Octubre, 2020
XXIX Semana del Tiempo ordinario
Predicar la Buena Noticia de Cristo lleva a que los escuchas participen del misterio de Cristo. Los
cristianos responsables de la gracia y de los talentos que Dios graciosamente les ha otorgado, cuanto más
se nos ha dado, Dios tanto más espera de nosotros, y tanto más tenemos que hacernos responsables de
los dones que se nos han confiado. Hemos recibido mucho de Dios: el don de la vida, nuestra fe, nuestra
capacidad de amar, el perdón de nuestros pecados... El Señor Jesús invita a ejercer el ministerio apostólico con
responsabilidad. Un enviado de Jesucristo tiene un encargo y una obligación que cumplir. Su vocación no es un
patrimonio que pueda administrar caprichosamente en beneficio propio. El servidor que abusa de su poder,
pisoteando la dignidad de los demás, no tiene cabida entre los discípulos de Jesús. El autocontrol, la moderación, el
respeto a las normas institucionales establecidas en la comunidad no ha perdido su validez. En cambio la
prepotencia, la discrecionalidad y el reclamo de privilegios y poderes meta-legales son contrarios al espíritu
democrático y a los valores fundamentales del Reinado de Dios. Demos gracias a Dios y pidamos su bendición.
Es mi mayor deseo
no esconder este talento,
para cuando estemos
frente a frente él
me diga con amor:
bien Buen siervo fiel,
sobre poco has sido fiel,
sobre mucho te pondré.
Animador o coordinador de la celebración: En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
Todos se santiguan y responden: Amén.
La gracia, el amor y la paz de Nuestro Señor Jesucristo estén con todos Nosotros
Bendigamos al Señor, que ha querido reunir en su Hijo a todos los hijos dispersos, que se ha dignado habitar en toda
casa consagrada a la oración, hacer de nosotros, con la ayuda constante de su gracia, templo suyo y morada del
Espíritu Santo, y con su acción constante santificar a la Iglesia, esposa de Cristo, representada en edificios visibles,
y, en estos tiempos de dificultades sanitarias, quiere que nuestras casas, nuestras residencias, sean templos, donde
nos invita bondadosamente a la oración y a la mesa de la Palabra, como Cuerpo de Cristo, como Iglesia, que somos y
también como familia, Iglesia doméstica, y ser resplandecientes por la santidad de vida.
ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón, danos la
fuerza de tu Espíritu para profundizar en tu Palabra, para hacerla actual, para escucharla hoy para nosotros. En la
generosidad de tu imaginación creadora tú distribuyes a las personas una rica variedad de dones y talentos de
mente, corazón y gracia. Convéncenos, Señor, de que lo que hemos recibido, lo hemos recibido para los otros, y de
que, si hemos recibido más que otros, no somos por ello ni más grandes ni mejores que ellos, sino solamente más
responsables por más dones recibidos. Y te pedimos que nos hagas comprender que “se nos ha dado mucho” y
debemos responder con generosidad a tanto regalo, tanto mimo que hemos recibido de Ti. Miramos nuestra vida
tejida toda ella con hilos de tu amor y nos avergüenza de lo tacaño que hemos sido contigo. Pero queremos cambiar y
ser responsables. Queremos que nuestra respuesta esté a la altura de los sueños que Tú, desde toda la eternidad,
has tenido sobre nosotros. Ayúdanos a usar todo lo que somos y tenemos en servicio de los demás. Te lo pedimos por
el mismo Jesucristo nuestro Señor, tu Hijo que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo por los siglos de los
siglos.
EVANGELIO
Escuchemos el santo Evangelio según san Lucas 12, 39-48
Jesús dijo a sus discípulos: “Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría
perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora
menos pensada”.
Pedro preguntó entonces: “Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?”
El Señor le dijo: “¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para
distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en
este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.
Pero si este servidor piensa: “Mi señor tardará en llegar”, y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y
se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará
correr la misma suerte que los infieles.
El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él
había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado
menos severamente.
Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más”. Palabra del
Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
REFLEXIÓN
Terminadas las lecturas el Animador o coordinador de la celebración entabla un diálogo con reflexión y respuesta a
esa Palabra proclamada y meditada para provecho de todos. Para ello, leamos personalmente los textos que se nos
proclamado. Y preguntarnos ¿Qué dice el texto? ¿Qué nos motiva hacer?
Después de compartir, leer la siguiente reflexión:
Les propongo unas pautas para interiorizar la Palabra de Dios, y como María, meditarla en nuestro corazón, bajarla
de nuestra mente al centro de nuestra existencia, a nuestra intimidad, y entrando en nuestra existencia, caminar
con Cristo, la Iglesia, la familia, en la situación histórica.
La educación progresiva de nuestro pensamiento cristiano y su correlativo obrar (en proporción al estado y a la
llamada recibida por cada uno) con respecto a todos los grandes problemas de la vida y de la historia, tiene que ver
con lo que podríamos llamar la “sabiduría de la praxis”. Esta última consiste sobre todo en la adquisición de hábitos
virtuosos: unos hábitos que son necesarios todos ellos no sólo para actuar, sino también y en primer lugar para
pensar correcta y exhaustivamente sobre los juicios y las consiguientes acciones que puedan exigir los problemas de
las vicisitudes de la vida individual, familiar, social, política e internacional que el hoy presenta a la conciencia de
cada uno y de la comunidad cristiana.
Es preciso reconocer que los resultados poco brillantes de las experiencias de los cristianos en la vida social y
política no se deben tanto a la malicia de los adversarios, ni tampoco únicamente a las propias deficiencias
culturales, como sobre todo a deficiencias de los hábitos virtuosos adecuados, y no sólo en el sentido de carencias
de las dotes sapienciales necesarias para ver las direcciones concretas de la acción social y política. Justamente,
creo que la causa de muchos fracasos ha sido, en primer lugar, la falta de sabiduría de la praxis: esa sabiduría que -
supuestas las esenciales premisas teologales de la fe, la esperanza y el amor cristiano- requiere además un
delicadísimo equilibrio de probada prudencia y de fortaleza magnánima; de luminosa templanza afinada justicia,
tanto individual como política; de humildad y sincera y de mansa, aunque real, independencia en el juicio; de sumisión
y, al mismo tiempo, deseo veraz de unidad, aunque también de espíritu de iniciativa y sentido de la propia
responsabilidad; de capacidad de resistencia y, al mismo tiempo, mansedumbre evangélica.
Aunque tenga deficiencia de dotes sapienciales, sin embargo revestido de hábitos virtuosos, el cristiano está dotado
de talentos para su misión de cristiano. Vemos en la lectura como San Pablo, con gran humildad, afirma que es “el
menor de todos los santos”, pero que ha recibido el gran privilegio de revelar el misterio de la vocación de los
gentiles a la herencia divina, lo mismo que los judíos. El fin que los predicadores deben proponerse está claramente
indicado por San Pablo: “Somos embajadores de Cristo” (2 Cor 5,20). Todo predicador, todo cristiano, en todo
ambiente, debe hacer propias estas palabras. Más, si son embajadores de Cristo en el ejercicio de su misión, tienen
la obligación de atenerse estrictamente a la voluntad manifestada por Cristo y no pueden proponerse finalidades
diversas de las que Él mismo se propuso mientras habitó en esta tierra: difundir la verdad enseñada por Dios,
despertar y acrecentar la vida sobrenatural en quienes los escuchan. En resumen: buscar la salvación de las almas,
promover la gloria de Dios.
Pablo siente orgullo por “la gracia de Dios que se le ha dado”, anunciar “que también los paganos son coherederos,
miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo”.
Para muchos, todo parecía indicar que los únicos herederos de la promesa de Dios, eran los pertenecientes al pueblo
judío. Sin embargo Pablo tiene la alegría de “anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo” y proclamar
que todos los que creen en Jesús, vengan del judaísmo o del paganismo, “tenemos libre y confiado acceso a Dios por
la fe en Cristo”.
Desde siempre, desde la creación inicial, Dios tenía en su mente: el proyecto de una humanidad reunida, por fin, en
el amor.
Si se cree en Jesús, no importa la raza, la edad, la cultura: se es coheredero, o sea, llamado a compartir con los
creyentes y los santos de todos los tiempos la vida que Dios nos tiene preparada.
Cristo es verdaderamente el momento decisivo de la historia toda de la humanidad, su proyecto de amor es universal
sin fronteras, de apertura infinita para lograr la unidad total de todos los hombres.
Y todo cristiano, al igual que Pablo, debe conceder una gran importancia al ministerio que Dios le ha confiado:
anunciar el misterio de Cristo. Pablo es consciente de la grandeza del designio de Dios, que sólo ahora, en Cristo, se
ha manifestado del todo. Por eso anuncia a los efesios y celebra la eficacia de un poder que no viene de él, sino de la
insondable riqueza de Cristo (Ef. 3,8): el amor-
Tanto para nuestra fe personal como para nuestra evangelización a los demás, el centro de todo, la plenitud de todo,
la clave para entender la historia y las personas, es el amor. El amor "trasciende toda filosofía". No hay fuerza más
eficaz para transformarlo todo. De otras cosas podemos olvidarnos, pero del amor, no. Si vamos creciendo en el
amor, iremos madurando hacia la plenitud de la vida que Dios nos ha concedido.
El poder de la fe suscitará un nuevo tipo de hombre capaz de dominar su propio poder. Para ello hace falta la fuerza
desnuda del espíritu animado por el Espíritu; es necesario crear, siguiendo la estela de la fe y la contemplación, un
auténtico estilo de humilde y fuerte soberanía. Una nueva santidad, una santidad hecha de ruptura ascética y
transfiguración cósmica, nos permitirá, con el ejemplo y también con una misteriosa transfusión, un cambio
progresivo de las mentalidades y la posibilidad de una cultura que sirva de mediación entre el Evangelio y la
sociedad, entre el Evangelio y el orden político.
Esto nos lleva a ponernos en guardia, como nos lo dice discretamente Jesús en el evangelio, contra el hecho de llevar
una vida espiritualmente soñolienta, sin tener en ninguna consideración el hecho de que no se nos avisará de la hora
en que el Señor nos llamará para que le demos cuenta de nuestra vida. Esta alerta nos hace preocuparnos por
alimentar continuamente hábitos virtuosos para una sabiduría de praxis, práctica.
Pedro, a quien probablemente irrita la pequeña parábola donde aparece la figura del ladrón que asalta la casa de
quien no ha estado vigilante, siente la tentación de acomodarse en una paz fingida. Y, en vez de dejarse provocar por
la parábola de una manera positiva, le pregunta a Jesús si el relato va por los discípulos o por todos: es como si
quisiera insinuar con su pregunta si los que han seguido a Jesús, o sea, los que viven como creyentes y practicantes,
pueden estar tranquilos. ¿Por qué dirigirles a ellos, a los privilegiados, un discurso tan inquietante? Jesús, tal como
hace con frecuencia, responde con otra pregunta: “¿Quién es el administrador fiel y prudente?” (Lc 12,42).
El Señor Jesús es un gran provocador. Ahora echa mano de otra pequeña parábola para expresar lo que agrada al
dueño, al Señor, que, al volver y encontrar al siervo en su puesto de trabajo cumpliendo honestamente su voluntad,
le asciende y le nombra incluso administrador de todas sus riquezas (Lc 12,43ss). En cambio, con el siervo que se
aprovecha de su lejanía para entregarse al festín del egoísmo, dando rienda suelta a su violencia prevaricadora y a
sus instintos desordenados, el dueño se mostrará a buen seguro severo (Lc 12,45ss). Pero la mayor severidad
recaerá sobre aquellos que, por estar en condiciones de conocer más al Señor y penetrar en el sentido de su
voluntad, en vez de entregarse a un cumplimiento lleno de amor se han comportado como el siervo infiel (Lc 12,47ss).
El siervo ha sido dotado de talentos para cumplir su deber, y debe estar vigilante en la administración con los
talentos, del bien de los que están a su encargo.
Ciertamente, en ambas lecturas, pero sobre todo en el evangelio, nos avisa el Señor de que el amor de Dios por
nosotros es exigente y de que la vida no puede ser vivida bajo el lema de la falta de compromisos. Ahora bien, ¿cómo
evitar ese cansancio, esa especie de soñolencia en la vida espiritual que penetra a veces en los pliegues de nuestra
vida?
Ante todo, se trata de abrir bien los ojos del corazón a las maravillosas riquezas de la llamada que, arraigada en el
misterio de Cristo, libera en nosotros una gran capacidad de asombro y de amor. “A mí, el más insignificante de
todos los creyentes -dice Pablo- se me ha concedido este don” (Ef. 3,8a).
El apóstol percibe la amplitud y la profundidad de este don, y vive su asombro hasta comunicarlo, hasta persuadirme
de que el designio del Padre -realizado en Cristo por amor a nosotros- es tal que puedo acercarme a él con plena
confianza (cf. Ef. 3,12). Eso es: lo que importa es no descuidar la dimensión contemplativa que, por gracia del
Espíritu Santo en nosotros, abre los ojos de nuestro corazón a los ricos y maravillosos horizontes de nuestra fe.
Si la mirada personal es una mirada rejuvenecida cada día por el asombro producido por “la insondable riqueza de
Cristo”, no llegará a sobrecargarse de ocupaciones y preocupaciones, ni ahogase de una manera eufórica en el éxito
ni con signos de depresión en el fracaso, ni perseguirá consensos e intereses personales. Si se deja aferrar por el
maravilloso misterio de Cristo, que día tras día se revela y se narra en la Palabra, no será como el siervo descuidado
que se olvida del regreso del Señor, no se entregará a las incitaciones del egoísmo y de sus delirios, sino a las de una
laboriosidad confiada en la gran fuerza que Jesús da para vivir la alegría de hacer brillar, también ante los ojos de
los hermanos, las maravillas de su amor.
Esta acción hace vivir las numerosas bienaventuranzas que se nos narran en el evangelio, que además de las
bienaventuranzas ya clásicas encontramos otras muchas, no menos importantes. Por ejemplo, cuando Jesús dice:
“Bienaventurados los que sin ver, creyeren”. Otra bienaventuranza maravillosa es la que tenemos en el evangelio de
hoy: “Dichoso a quien Dios, cuando llegue, encuentre cumpliendo su deber”. El Señor quiere que nuestro encuentro
con Él no lo limitemos a lo extraordinario, a lo que se sale de lo normal. Al Señor le encanta encontrarse con
nosotros en lo cotidiano, en lo que hacemos cada día, con la mirada puesta en el Padre Dios que cada día nos envía el
sol, el aire, la lluvia, y sobre todo, el amor.
Hubo un tiempo en la Iglesia primitiva en el que se creía que la última venida del Señor ya estaba cerca. Y por eso se
vivía más en el “más allá” que en “más acá”. Sin embargo esa más allá todavía no es, hay que vivirlo en el más acá y
eso es en la vida cotidiana vivir la esperanza, y comprender que el mundo se nos ofrece como tarea: debemos
continuar la obra de Jesús que “pasó por la vida haciendo el bien”. Lo nuestro es “humanizar” la sociedad abriendo
caminos de libertad, de solidaridad, de responsabilidad y de fraternidad. Y esto superando la “cultura del miedo” e
imponiendo la cultura del amor y de la alegría.
Representa una responsabilidad. Y Jesús ha dicho: “Al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más”. Por lo
tanto, preguntémonos: en la ciudad, en la Comunidad eclesial, ¿somos libres o somos esclavos, somos sal y luz?
¿Somos levadura? O ¿estamos apagados, sosos, hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados?
Sin duda, los graves hechos de corrupción, surgidos recientemente, requieren una seria y consciente conversión de
los corazones, para un renacer espiritual y moral, así como un renovado compromiso para construir una ciudad más
justa y solidaria, donde los pobres, los débiles y los marginados estén en el centro de nuestras preocupaciones y de
nuestras acciones de cada día. ¡Es necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener la valentía
de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres, que hay que
servir a los débiles y no servirse de los débiles!
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá . Casi nada. Este Evangelio es
especialmente doloroso para las personas religiosas. Porque algunos hemos recibido mucho, desde pequeñitos, en la
familia, con el Bautismo, con la fe, con una buena educación, con unos amigos agradables, con diversas experiencias,
con una vocación especial por parte de Dios… Y, por eso, hay que devolver mucho también.
El tiempo no es como la gasolina, que, si usamos menos el vehículo, la ahorramos, o como el dinero, que cuanto menos
lo utilizamos, más tenemos. El tiempo, lo usemos o no, se gasta.
Estamos en la vida yendo. Vamos de ida, y no sabemos cuánto tiempo nos queda. Quiera Dios que muchos, muchos
años. De cada uno depende hacer uso de ese tiempo. Puedes perderlo, pero no volverá.
Somos administradores de la gracia de Dios, y no podemos actuar como queramos, sino como Dios quiere. Vivir para
los demás, no para uno mismo, y obrando con amor, sin violencia. Si Pedro esperaba una respuesta diferente, le
quedó claro que el único privilegio del seguidor de Jesús es el privilegio del servicio. Si vivimos así, estaremos más
cerca del Maestro, cada uno con su vocación específica, pero todos dentro del mismo espíritu. Puede ser que cada
uno no tenga muchos cargos o muchas cargas, pero sí ha recibido muchos dones, materiales o espirituales, de parte
de Dios. Ahí te juega mucho de la respuesta personal a Él.
Es una repuesta personal la vida de fe y cristiana, que beneficia o perjudica a todos. Por tanto, no cabe la excusa de
responsabilizar a la Iglesia que no nos prepara o no hace o no envía, o tiene los edificios-templos cerrados.
De cada uno depende, por tanto, dedicarle un poco de tiempo a Dios, cada día. Se nos acaba el año litúrgico, y
empieza, dentro de un mes, el Adviento. Estamos llamados a vivir en espera, en esperanza. Tenemos el tiempo en las
manos. ¿Qué va a hacer cada uno? Piénsalo, y reparte las 24 horas de cada día entre todo lo necesario (estudio,
trabajo, familia, amigos, descanso, hobbies) y reserva algunos minutos para Él. No olvides, mañana será tarde para
arrepentirse por el tiempo perdido. Que el Señor nos encuentre preparados.
Estas parábolas nos muestran que el tiempo de la espera es tiempo de servicio. El reino se refleja de forma decisiva
en el hoy de nuestra vida. La primera parábola denuncia la actitud de Israel de haberse confiado demasiado en su
condición de pueblo elegido y no asumir los compromisos que implicaban ser el pueblo de la alianza.
Pedro, con su pregunta, pone de manifiesto que quizá en su interior se sentía muy seguro del Reino. Ya no tenía nada
que temer dado que había sido elegido responsable. La respuesta de Jesús aclara que cuanto mayor es la
responsabilidad, tanto más serán también las cuentas a rendir.
Preguntémonos: Haciendo silencio en nuestro corazón y mirando lo que la palabra de Dios nos presenta, con estas
reflexiones y consideraciones es conveniente que proyectemos la lectura a nuestra vida y respondamos de corazón y
conscientes de que las recomendaciones de Jesús son muy diferentes a los criterios del mundo, respondamos desde
lo profundo de nuestros corazones:
¿Eres consciente de los dones recibidos?
¿Cómo vives tu fidelidad al don recibido y a las necesidades de tus hermanos?
¿Qué notas que se te pide?
La respuesta de Jesús a Pedro sirve también para nosotros, para mí. ¿Soy un buen administrador/a de la
misión que recibí?
¿Cómo hacer para estar vigilante siempre?
Que las respuestas a estas preguntas nos ayuden a ser misioneros activos de Nuestro Señor Jesucristo poniendo
toda nuestra confianza en la Santísima Trinidad y en Nuestra Santísima Madre, y viviendo de manera coherente con
las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.
Animador o coordinador de la celebración: Elevando nuestros corazones al cielo y guiados por el Espíritu Santo,
digamos: Padre nuestro…
COMUNIÓN ESPIRITUAL
Hagamos nuestra oración de comunión:
Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el santísimo sacramento de altar. Te amamos sobre todas las
cosas y deseamos recibirte en nuestra alma. Pero como no puedo recibirte sacramentalmente, te pido vengas a mí
espiritualmente a mi corazón. Y, como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a vos. No permitas, Señor,
que jamás me separe e ti. Amén
Luego de un momento de silencio, después de haber orado con este evangelio, hagamos la promesa individual y
comunitaria vivir este día haciendo lo que tengo que hacer, pero con alegría y amor.
Y ahora, como hijos confiados dirijámonos a María Santísima, madre de Dios, diciendo
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra.
Dios te salve.
A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva,
a Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora Abogada Nuestra,
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro, muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Amén
Después de un momento conveniente de oración en silencio, concluye diciendo, con las manos juntas:
OREMOS
Gracias Señor por tu Palabra de vida eterna. Ella toca nuestra vida por dentro,
Te pedimos ayuda para hacer sencillamente en este día lo que tengo que hacer. Y este deber realizarlo no con
pereza, no con rutina, no con cara larga sino con una inmensa alegría al saber que así podemos escuchar de tus
labios una bienaventuranza que nos puede sonar a nueva: la bienaventuranza de la cotidianidad.
Haznos comprender que tú esperas de nosotros más de lo que somos capaces de dar, tú nos has otorgado hoy de
nuevo, como tu mejor ayuda, la palabra de tu Hijo Jesucristo. Ayúdanos a vivir según el evangelio, como personas
liberadas por Jesucristo y responsables, con él, de que el mundo progrese en integridad y amor.
Mira el Corazón de tu amantísimo Hijo y las alabanzas y satisfacciones que te ofrece en nombre de los pecadores y
perdona a los que imploran tu misericordia, a ti nos dirigimos en nuestra angustia; te pedimos con fe que mires
compasivamente nuestra aflicción, concede descanso eterno a los que han muerto por la pandemia del “corona-
virus”, consuela a los que lloran, sana a los enfermos, da paz a los moribundos, fuerza a los trabajadores sanitarios,
sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor, glorificando juntos tu santo nombre.
Amado Jesús, concede a los consagrados y consagradas los dones apostólicos para que, instruidos en las sagradas
doctrinas, contribuyan para que la humanidad tome conciencia de la importancia capital que tiene el seguimiento
vigilante a Nuestro Señor Jesucristo.
Espíritu Santo: te pedimos por la salud espiritual y corporal de todos nuestros hermanos enfermos que están
abandonados, sin ningún apoyo material y espiritual. Te suplicamos: no los abandones nunca, tú que eres el amor de
Dios Padre y de Dios Hijo.
Amado Jesús, Salvador nuestro, te suplicamos que las almas de los difuntos de todo tiempo y lugar transiten por la
puerta de tu misericordia, amado Señor.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, intercede ante la Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.
CONCLUSIÓN
Finalmente, signándose de la frente al pecho y del hombro izquierdo al derecho, dice:
El Señor nos bendiga para la misión, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
TODOS: Amén.
CANTAR Ave María o canto a la virgen.
¡De la salida del sol hasta su ocaso,
sea alabado el nombre de Yahvé!
¡Excelso sobre los pueblos Yahvé,
más alta que los cielos su gloria! (Sal 113,3-4)