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FUNDAMENTOS DE UNA TEORÍA GENERAL DE LAS

MULTIPLICIDADES:
UNA INVESTIGACIÓN MATEMÁTICO-FILOSÓFICA
EN LA TEORÍA DEL INFINITO
DEL
Dr. G. CANTOR
Traducción y comentarios por J. Bares y J. Climent.

Prefacio

El presente tratado aparecerá en breve en Math. Annalen como el quinto


número de un artı́culo titulado “Multiplicidades lineales infinitas de puntos”;
los cuatro primeros números están contenidos en los volúmenes XV, XVII,
XX y XXI de la misma revista. Todos estos trabajos están conectados con
dos artı́culos que he publicado en los volúmenes LXXVII y LXXXIV del
Journal de Crelle, en los que las principales ideas que me han guiado en la
teorı́a de las multiplicidades ya se pueden encontrar. Puesto que el actual
ensayo lleva el asunto mucho más lejos, decidı́ publicarlo separadamente bajo
un tı́tulo que corresponde más estrechamente a su contenido.
En tanto que entrego estas páginas al público, debo mencionar que las
escribı́ con dos tipos de lectores en mente –para filósofos que han seguido los
desarrollos en las matemáticas hasta los tiempos más recientes, y para los
matemáticos que están familiarizados con los más importantes resultados,
antiguos y modernos, de la filosofı́a.
Sé muy bien que el asunto que discuto ha dado lugar en todos los tiempos
a las más diversas opiniones y concepciones, y que ni matemáticos ni filósofos
han logrado el acuerdo en todos los puntos. Por lo tanto no creo que, en un
asunto tan dificultoso, complicado y omnicomprensivo como el del infinito,
haya dicho la última palabra. Pero puesto que después de muchos años de
investigación en este asunto he alcanzado convicciones definidas, y puesto
que, en el curso de mis estudios, estas convicciones no han vacilado sino que
sólo se han atrincherado más firmemente, pensé que tenı́a la obligación de
ponerlas en orden y hacerlas conocidas.
Puede que con eso haya encontrado y expresado la verdad objetiva, que
trabajosamente he descubierto.
Halle, Navidad de 1882
El Autor

§1.

La precedente exposición de mis investigaciones en la teorı́a de las multi-


plicidades ha alcanzado un punto donde un progreso adicional depende de
la extensión del concepto de número entero realmente existente1 más allá de
1Poner en lugar de “número entero realmente existente”, “número entero existente
verdadera y efectivamente”, el diccionario de la Academia define “real” como “existente
verdadera y efectivamente”
1
2

los actuales lı́mites; esta extensión va en una dirección que nadie, que yo
sepa, ha intentado explorar todavı́a.
Dependo tanto de esta extensión del concepto de número que sin ella no
podrı́a dar ni un paso más con naturalidad en la teorı́a de los conjuntos; esta
circunstancia es la justificación (o, si fuera necesario, la excusa) para el he-
cho de introducir ideas aparentemente extrañas en mi trabajo. De lo que se
trata es de la extensión o continuación de la sucesión de los números enteros
realmente existentes al infinito; y por arriesgada que tal ampliación pueda
parecer, me atrevo a expresar no sólo la esperanza, sino la firme convicción
de que con el tiempo esta extensión será vista como una cosa absolutamente
simple, adecuada y natural. Al mismo tiempo no oculto que con esta em-
presa me coloco en oposición a intuiciones ampliamente difundidas acerca
del infinito matemático y con opiniones comúnmente mantenidas sobre la
esencia de las magnitudes numéricas.
En la medida en que el infinito matemático ha encontrado, hasta ahora,
una aplicación justificada en la ciencia y contribuido a su servicio, lo ha
hecho, sobre todo, en el papel de cantidad variable, que o bien crece más
allá de todos los lı́mites o disminuye hasta una pequeñez arbitraria, pero
siempre permaneciendo finita. A este infinito lo llamo el infinito impropio.
Pero, en la era moderna y contemporánea se ha desarrollado tanto en la
geometrı́a como en la teorı́a de funciones, otro concepto del infinito igual-
mente justificado, según el cual, por ejemplo, cuando se investiga una función
analı́tica de una variable compleja se ha hecho necesario y corriente imagi-
nar, en el plano que representa una magnitud variable compleja, un único
punto colocado en el infinito (i.e., un punto infinitamente alejado pero de-
finido) y examinar el comportamiento de la función en el entorno de ese
punto, del mismo modo que se investiga en el entorno de cualquier otro
punto; resulta entonces que el comportamiento de la función en el entorno
del punto infinitamente alejado presenta exactamente los mismos fenómenos
que presenta para todos los demás puntos que están situados a una distan-
cia finita. Concluimos en este caso que está plenamente justificado pensar el
infinito como un punto enteramente determinado.
Cuando el infinito se presenta bajo una tal forma definida, lo llamo el
infinito propio.
Para comprender cuanto sigue deberemos distinguir cuidadosamente es-
tos dos modos bajo los que se presenta el infinito matemático, y que ha
conducido a grandı́simos progresos en la geometrı́a, el análisis y la fı́sica
matemática.
Bajo la primera forma, como infinito impropio, se presenta como un finito
variable; mientras que bajo la segunda forma, la que llamo el infinito propio,
aparece como un infinito enteramente determinado. Los números enteros in-
finitos realmente existentes, que definiré posteriormente (y que descubrı́ ha-
ce muchos años, sin llegar a ser claramente consciente de poseer en ellos
números concretos con un significado real) no tienen absolutamente nada en
común con la primera de estas dos formas, con el infinito impropio. Por el
contrario, poseen el mismo carácter de determinación que encontramos en
el punto infinitamente alejado de la teorı́a de las funciones analı́ticas; i.e.,
pertenecen por lo tanto a las formas y afecciones del infinito propio. – Pero,
3

mientras el punto en el infinito del plano numérico complejo se individualiza


frente a todos los puntos que están a una distancia finita, aquı́ no obtene-
mos meramente un único número entero infinito sino una sucesión infinita
de tales números, claramente diferenciados entre sı́ y que se hayan en rela-
ciones aritméticas conforme a leyes tanto entre ellos como con los números
enteros finitos. Pero estas relaciones no son reconducibles, esencialmente,
a relaciones entre números finitos, como de hecho ocurre frecuentemente
para las diferentes fuerzas y formas del infinito impropio (pero sólo para
ésas), por ejemplo –si poseen números ordinales finitos determinados que
se hacen infinitos– para las funciones de una variable x que se hacen infi-
nitamente grandes o infinitamente pequeñas. Se trata de relaciones que en
realidad pueden ser vistas sólo como propiedades enmascaradas de lo finito,
o en cualquier caso como algo inmediatamente reconducible a esto último;
en contraste, las leyes de los números enteros infinitos propios (todavı́a por
definir) son desde el principio radicalmente diferentes de las dependencias
que reinan en lo finito, pero con eso no se excluye que a los números finitos
realmente existentes se les puedan atribuir nuevas propiedades con la ayuda
de los números infinitos determinados.
Los dos principios de generación con cuya ayuda serán definidos, como se
verá, los nuevos números infinitos determinados, operando conjuntamente,
nos permitirán franquear cualquier obstáculo que se oponga a la construcción
conceptual de números enteros realmente existentes; pero afortunadamen-
te, como veremos, a ellos se contrapone un tercer principio, que llamo de
limitación o restricción, el cual impone al proceso (absolutamente sin fin)
de construcción una serie de barreras sucesivas. Obtenemos de esta mane-
ra una segmentación natural de la sucesión absolutamente infinita de los
números enteros realmente existentes, y a estos segmentos los llamaré clases
numéricas.
La primera clase numérica (I) es el conjunto de los números enteros finitos
1, 2, 3,. . . , ν,. . . ; a ésa sigue la segunda clase numérica (II), formada por
ciertos números enteros infinitos que se siguen entre sı́ según una sucesión
determinada; sólo después que haya sido definida esta segunda clase se pasa
a la tercera, luego a la cuarta, etc.
La introducción de los nuevos números enteros me parece extremadamente
importante, sobre todo, para el desarrollo y el afinamiento del concepto de
potencia, propuesto en dos de mis trabajos (J. de Crelle, vol. 77, p. 257,
y vol. 84, p. 242) y utilizado de varios modos en los números precedentes
de este trabajo. Basándose en tal concepto, a cada conjunto bien definido
está asociada una potencia determinada, y a dos conjuntos se les atribuye
la misma potencia si pueden ser, elemento a elemento, correlacionados entre
sı́ recı́procamente y uno a uno.
En los conjuntos finitos la potencia coincide con la enumeración 2 de los
elementos porque, como todo el mundo sabe, estos conjuntos, sean como
sean ordenados, presentan siempre la misma enumeración de los elementos.

2Torretti habla de “enumerador”.


4

Por otra parte, para los conjuntos infinitos, hasta ahora no se ha hablado
nunca, ni en mis trabajos ni en otro lugar, de la enumeración de sus elemen-
tos definida de un modo preciso, aún cuando puede serles atribuida a ellos
una potencia determinada, totalmente independiente de su ordenación.
La potencia mı́nima entre los conjuntos infinitos debe atribuirse (cosa fácil
de justificar) a aquéllos conjuntos que pueden ser correlacionados recı́pro-
camente y uno a uno con la primera clase numérica, y consecuentemente
tienen la misma potencia que ella. Pero hasta ahora ha faltado una defini-
ción igualmente simple y natural de las potencias superiores.
Nuestras, antes mencionadas, clases numéricas que están compuestas de
números enteros realmente existentes infinitos determinados se muestran
ahora propiamente como los representantes naturales, que ocurren en una
forma unitaria, de las potencias, crecientes en una sucesión conforme a una
ley, de conjuntos bien definidos. Mostraré del modo más preciso que la po-
tencia de la segunda clase numérica (II) no sólo es diferente de la potencia
de la primera clase numérica sino que es, de hecho, la potencia inmediata-
mente superior ; podrı́amos llamarla por consiguiente la segunda potencia,
o la potencia de la segunda clase. La tercera clase numérica proporciona,
análogamente, la definición de la tercera potencia, o potencia de la tercera
clase, y ası́ sucesivamente.

§2.

Otro gran logro atribuible a los nuevos números consiste, para mı́, en un
nuevo concepto que todavı́a no ha sido mencionado –concretamente, el con-
cepto de la enumeración de los elementos de una multiplicidad infinita bien
ordenada. Puesto que este concepto está siempre expresado por un núme-
ro completamente determinado de nuestro dominio numérico extendido (a
condición sólo de que la ordenación, que ahora deberemos definir más exac-
tamente, de los elementos del conjunto esté determinada), y puesto que por
otra parte el concepto de enumeración adquiere una representación concreta
inmediata en nuestra intuición interior, esta interconexión entre enumera-
ción y número es una prueba de la realidad (que enfatizo) del último incluso
en los casos en los que es infinito determinado.
Por un conjunto bien ordenado hay que entender un conjunto bien defi-
nido en el que los elementos están ligados entre sı́ mediante una sucesión
determinadamente dada tal que (i) hay un primer elemento en el conjunto;
(ii) cualquier elemento singular (siempre que no sea el último de la sucesión)
está seguido por otro elemento determinado; y (iii) para cualquier conjunto
de elementos finito o infinito que se desee existe un elemento determinado
que es su sucesor inmediato en la sucesión (salvo que no haya absolutamente
nada en la sucesión que siga a todos ellos). Dos conjuntos “bien ordenados”
se dicen que tienen la misma enumeración (con respecto a sus sucesiones
previamente dadas) cuando es posible una correlación recı́proca y uno a uno
entre ellos tal que, si E y F son dos elementos cualesquiera de un conjunto,
y E1 y F1 son los elementos correspondientes del otro, entonces la posición
de E y F en la sucesión del primer conjunto siempre coincide con la posición
de E1 y F1 en la sucesión del segundo conjunto (de manera que cuando E
5

precede a F en la sucesión del primer conjunto, entonces E1 también prece-


de a F1 en la sucesión del segundo conjunto). Esta correlación, si es que es
posible, está, como se ve fácilmente, siempre completamente determinada3;
y puesto que en la sucesión numérica extendida siempre hay un y sólo un
número α tal que los números que le preceden (desde 1 en adelante) en la
sucesión natural tienen la misma enumeración, entonces es necesario hacer
directamente igual a α la “enumeración” de estos dos conjuntos “bien or-
denados”, si α es un número infinitamente grande, e igual al número α − 1
que precede inmediatamente a α, si α es un entero finito.
La diferencia esencial entre los conjuntos finitos e infinitos se muestra aho-
ra en esto que un conjunto finito presenta siempre la misma enumeración
para cualquier sucesión que se pueda dar a sus elementos; por el contra-
rio, un conjunto que consista de infinitos elementos dará lugar en general
a diferentes enumeraciones, dependiendo de la sucesión que se les de a los
elementos. La potencia de un conjunto es, como vimos, un atributo indepen-
diente del orden; pero la enumeración del conjunto se muestra sin embargo
como un factor que depende, en general, de una sucesión dada de los elemen-
tos (tan pronto como se tiene que hacer algo con los conjuntos infinitos). No
obstante, hay incluso para los conjuntos infinitos una cierta conexión entre
la potencia de un conjunto y la enumeración de sus elementos determinado
por una sucesión dada.
Si, para empezar, tomamos un conjunto que tenga la potencia de la prime-
ra clase y si damos a los elementos cualquier sucesión determinada (de modo
que lo convierta en un conjunto “bien ordenado”), entonces su enumeración
siempre será un número determinado de la segunda clase numérica y nunca
podrá estar determinado por un número de cualquier otra clase numérica
que no sea la segunda. Por otra parte, cualquier conjunto de la primera
potencia puede siempre ser ordenado en una sucesión tal que su enumera-
ción, con respecto a esta sucesión, sea igual a cualquier número prescrito
de la segunda clase numérica. Podemos expresar estos teoremas como sigue:
cualquier conjunto que tenga la potencia de la primera clase es numerable
mediante números de la segunda clase numérica y sólo mediante tales núme-
ros; y a cualquier conjunto tal siempre se le puede dar una sucesión a sus
elementos tal que pueda ser numerado en esta sucesión mediante un número
arbitrariamente elegido de la segunda clase numérica, número que indica la
enumeración de los elementos del conjunto con respecto a esa sucesión.
Leyes análogas valen para los conjuntos de potencias superiores. Ası́, cual-
quier conjunto bien definido de la la potencia de la segunda clase es nume-
rable mediante números de la tercera clase numérica y sólo mediante tales
números, y al conjunto siempre se le puede dar una sucesión a sus elementos
tal que pueda ser enumerado en esta sucesión mediante un número arbitra-
riamente prescrito de la tercera clase numérica, número que determina la
enumeración de los elementos del conjunto con respecto a esa sucesión.

3Si dos conjuntos bien ordenados A = (A, <) y B = (B, <) fueran isomorfos, mediante
dos isomorfismos f y g de A en B, entonces g −1 ◦ f serı́a un automorfismo de A, luego
g −1 ◦ f = idA , porque el grupo de los automorfismos de un conjunto bien ordenado es
rı́gido, por lo tanto f = g.
6

§3.

El concepto de conjunto bien ordenado se muestra como fundamental


para toda la doctrina de las multiplicidades. En un artı́culo posterior dis-
cutiré la ley del pensamiento que dice que siempre es posible llevar todo
conjunto bien definido a la forma de un conjunto bien ordenado –una ley
que me parece fundamental e importante y bastante asombrosa en razón de
su validez general. Aquı́ me limitaré a demostrar que a partir del concepto
de conjunto bien ordenado las operaciones fundamentales para los enteros,
sean finitos o infinitos determinados, se obtienen de la manera más simple y
que las leyes que los gobiernan pueden ser inferidas a partir de la intuición
interior inmediata con certeza apodı́ptica. Si M y M1 son dos conjuntos bien
ordenados cuyas enumeraciones corresponden a los números α y β, entonces
M + M1 es también un conjunto bien ordenado, que surge si el conjunto M
se da primero, y entonces (siguiéndolo y unido a él) el conjunto M1 . Le co-
rresponde al conjunto M + M1 (con respecto a la sucesión resultante de sus
elementos) un determinado número como enumeración; se llamará la suma
de α y β y se denotará con α + β. Se muestra inmediatamente que si α y β
no son ambos finitos, entonces α + β es en general diferente de β + α. Por
consiguiente, ya la ley conmutativa deja de ser válida para la adición. Es
ahora tan simple formar el concepto de la suma de varios sumandos dados
en una determinada sucesión (en donde esta sucesión misma puede ser infi-
nita determinada) que no necesito entrar en detalles adicionales aquı́. Sólo
hago la observación de que la ley asociativa es válida en general. Se tiene en
particular que α + (β + γ) = (α + β) + γ.
Si se toma una sucesión, determinada por un número β, de ulteriores
conjuntos que sean semejantes y que estén semejantemente ordenados y en
los cuales la enumeración de los elementos es igual a α, entonces se obtiene
un nuevo conjunto bien ordenado cuya correspondiente enumeración pro-
porciona la definición para el producto βα, donde β es el multiplicador y α
el multiplicando; aquı́ también se encuentra que βα es en general diferente
de αβ; luego también para la multiplicación de los números la ley conmu-
tativa en general no es válida. Por el contrario, la ley asociativa para la
multiplicación siempre vale, de modo que se tiene α(βγ) = (αβ)γ.
Algunos de los nuevos números se distinguen por el hecho de que tienen la
propiedad de los números primos, aunque esta propiedad debe aquı́ ser carac-
terizada de una manera un poco más precisa, de modo que por un número
primo se entienda un número α para el cual la factorización α = βγ, en
donde β es el multiplicador, sólo es posible cuando β = 1 o β = α; pero en
general para los números primos α el multiplicando tiene un cierto ámbito
de indeterminación, que en la naturaleza de las cosas no puede ser altera-
do. No obstante, se mostrará en un trabajo posterior que la factorización
de un número en sus factores primos siempre puede ser llevada a cabo de
una manera esencialmente única, e incluso de una manera determinada con
respecto a la sucesión de los factores (en tanto que estos no sean números
finitos primos y adyacentes en el producto). Ası́ pues surgen dos tipos de
números primos determinados infinitos, de los que el primero se haya más
próximo a los números finitos primos mientras que los números primos del
segundo tipo tienen un carácter totalmente diferente.
7

Además, con la ayuda de estos nuevos conocimientos puedo ahora de-


mostrar rigurosamente un teorema que es citado al final del artı́culo “Una
contribución a la teorı́a de la multiplicidad” (J. de Crelle, Vol. 84, p. 257)
sobre las llamadas multiplicidades lineales infinitas.
En el último número de este trabajo enuncié un teorema para los conjuntos
de puntos P que están contenidos en un dominio continuo n-dimensional. Es-
te teorema puede expresarse con el uso de la nueva terminologı́a como sigue:
“Si P es un conjunto de puntos cuyo derivado P (α) se anula idénticamente,
en donde α es cualquier entero de la primera o segunda clase numérica, en-
tonces el primer derivado P (1) , y por consiguiente también P mismo, es un
conjunto de puntos que tiene la potencia de la primera clase”. Me parece
muy notable que este teorema tenga el siguiente recı́proco: “Si P es un con-
junto de puntos cuyo primer derivado P (1) tiene la potencia de la primera
clase, entonces hay un entero α perteneciente a la primera o segunda clase
numérica, para el cual P (α) se anula idénticamente, y de entre los números
α para los que esto ocurre hay uno mı́nimo”.
Gracias a la cortés invitación de mi estimadı́simo amigo el Prof. Mittag-
Leffler de Estocolmo, muy pronto publicaré la demostración de esta propo-
sición en el primer volumen de la revista matemática que él editará. Al final
de este artı́culo el Sr. Mittag-Leffler mostrará cómo, basándose en este teo-
rema, se les puede dar una importante generalización a sus investigaciones y
las del Prof. Weierstrass sobre la existencia de funciones analı́ticas unı́vocas
con singularidades dadas.

§4.

La sucesión extendida de los enteros puede, si es preciso, ser completada


sin más hasta un conjunto numérico continuo añadiendo por cada entero α
todos los números reales x que son mayores que cero y menores que uno.
En este punto tal vez surja el problema de si, puesto que de esta mane-
ra hemos logrado una determinada extensión del dominio numérico de los
reales hasta lo infinitamente grande, ¿no se podrı́a con la misma fortuna de-
finir números infinitamente pequeños determinados4, o, lo que puede venir a
ser la misma cosa, definir números finitos que no coincidan con los números
racionales e irracionales (que son valores lı́mite de sucesiones de números
racionales), pero que puedan ser intercalados en supuestas lagunas en medio
de los números reales, exactamente como los números irracionales se inter-
calan en la cadena de los números racionales, o los números trascendentes
en la estructura de los números algebraicos?
El problema de la construcción de tales interpolaciones, sobre la cual al-
gunos autores han empleado mucho esfuerzo, puede, en mi opinión y como
demostraré, sólo ser clara y distintamente resuelto con la ayuda de nuestros
nuevos números —en particular, sobre la base del concepto general de la enu-
meración de los conjuntos bien ordenados. Los intentos previos, a mı́ parecer,
se basan, en parte, sobre una confusión errónea del infinito impropio con el
infinito propio, y, en parte, han sido construidos sobre una fundamentación
enteramente insegura e inestable.
4Aquı́ hay que hablar de Du Bois-Reymond, Stoltz, Veronese, Hilbert, etc.
8

El infinito impropio ha sido llamado a menudo por los filósofos recientes


un infinito “malo” en mi opinión injustamente, puesto que éste ha demos-
trado ser un instrumento muy bueno y altamente útil en la matemática y
en las ciencias naturales. Las cantidades infinitamente pequeñas hasta aho-
ra en general, que yo sepa, han sido desarrolladas de manera útil sólo bajo
la forma del infinito impropio, y es bajo esta forma como son capaces de
todas aquéllas diferencias, modificaciones y relaciones que se establecen en
el cálculo infinitesimal y en la teorı́a de funciones, y que son usadas para
establecer la rica profusión de verdades analı́ticas. Por el contrario, todos los
intentos por forzar a este infinitamente pequeño en un infinitamente pequeño
propio han debido finalmente ser abandonados por carecer de sentido. Si,
después de todo, existen cantidades infinitamente pequeñas propias, i.e., son
definibles5, entonces con seguridad no están en ninguna relación inmediata
con las cantidades acostumbradas que se hacen infinitamente pequeñas.
En contraste con estos experimentos con lo infinitamente pequeño y la
confusión de las dos formas fenoménicas del infinito, hay un punto de vista
ampliamente defendido sobre la esencia y el significado de las cantidades
numéricas de acuerdo con la cual los únicos números que son concebidos
como efectivamente existentes son los números enteros realmente existentes
finitos de nuestra clase numérica (I).
A lo sumo una cierta realidad es concedida a los números racionales que
se obtienen directamente a partir de ellos. Pero en lo que respecta a los
números irracionales, ellos deben en la matemática pura recibir un significa-
do meramente formal 6, en que ellos, por ası́ decirlo, sólo sirven como marcas
de cálculo para fijar propiedades de grupos de enteros y para describir estas
propiedades de una manera simple y unificada. De acuerdo con esta opinión,
el verdadero material del análisis está formado exclusivamente a partir de los
enteros realmente existentes finitos, y todas las verdades descubiertas o to-
davı́a por descubrir en la aritmética y el análisis deben ser concebidas como
relaciones de los números finitos entre sı́; el análisis infinitesimal y con él la
teorı́a de funciones son considerados legı́timos sólo en la medida en que sus
teoremas puedan ser interpretadas como demostrables mediante leyes que
gobiernan a los números enteros finitos. Esta concepción de la matemática
pura, aunque yo no pueda suscribirla, tiene ciertas ventajas incontestables,
que me gustarı́a subrayar aquı́. Además, algunos de los más ilustres ma-
temáticos de la actualidad están entre sus defensores, y este hecho habla en
favor de su relevancia.
Si, como es asumido aquı́, sólo los números enteros finitos existen efectiva-
mente, y todos los demás no son otra cosa que formas de relación, entonces se
puede exigir que las demostraciones de los teoremas del análisis sean escru-
tadas según su “contenido número-teórico” y que se rellene cualquier laguna
que esté presente en ellas de acuerdo con los principios de la aritmética; la
realizabilidad de una tal compleción es la verdadera piedra de toque para
la autenticidad y el rigor completo de las demostraciones. Innegablemente,
de esta manera podemos perfeccionar la justificación de muchos teoremas
y también hacer otras mejoras metodológicas en varias partes del análisis;
5Comentar la aparente identificación de “existencia” con “definibilidad” en Cantor.
6Aquı́ hay que hablar de Kronecker
9

además, observando los principios que manan de esta intuición, se obtiene


una protección contra cualquier forma de absurdo o error.
Se llega de este modo a un principio definido, aunque también bastan-
te prosaico y obvio, que se recomienda a todos como una pauta; debe por
consiguiente servir para confinar el vuelo de la pasión por la especulación e
invención conceptual en las matemáticas dentro de los verdaderos lı́mites,
en cuyo interior no corre peligro de caer en el abismo de lo “trascendente”
—donde, se dice para inspirar terror espantoso y edificante que, “todo es
posible”. Pero sea eso como sea, es difı́cil decir (¿quién lo sabe?) si no fue
precisamente solo desde el punto de vista de la oportunidad la que indujo a
los que originaron esta doctrina a recomendarla a los talentos emergentes,
que tan fácilmente entran en peligro a través de la altivez y de la extrava-
gancia, como una contrabalanza efectiva, una protección contra todos los
errores, aunque no se pueda encontrar en ella un principio fructı́fero. No
puedo creer que estos matemáticos partieran desde estos principios y fueran
conducidos al descubrimiento de nuevas verdades; porque aunque concedo
que estas máximas tiene muchos aspectos buenos, no obstante las tengo
estrictamente hablando como erróneas. No les debemos a ellas ningún ver-
dadero progreso, y si fueran de hecho seguidas, entonces la ciencia se habrı́a
retardado o habrı́a sido proscrita a los confines más estrechos. Afortunada-
mente, las cosas no están en verdad tan mal, y aquéllas reglas (que son en
ciertas circunstancias útiles) nunca han sido tomadas al pie de la letra, sea
en la teorı́a o en la práctica; es sorprendente que hasta ahora, que yo sepa,
nadie ha intentado formular las reglas más completamente y mejor de lo que
aquı́ yo he intentado hacer.
Si nos dirigimos a la historia, encontramos que opiniones similares fueron
siempre mantenidas; ya se encuentran en Aristóteles. Como es bien sabido, a
través de la Edad Media la proposición “infinitum actu non datur ”, tomada
de Aristóteles, fue considerada como incontestable por todos los escolásticos.
Pero si se consideran las razones que Aristóteles adujo contra la existencia
real del infinito (ver, e.g., su Metafı́sica, Libro XI, Capı́tulo 10), vemos que
la fuente principal se puede retrotraer a una presuposición que involucra una
petitio principii, concretamente, a la presuposición de que sólo hay números
finitos, aceptada por Aristóteles porque sólo le eran conocidas numeraciones
acerca de conjuntos finitos. Creo, sin embargo, que demostré anteriormen-
te (y aparecerá incluso más claramente en lo que sigue) que numeraciones
determinadas pueden ser llevadas a cabo justo tanto para los conjuntos in-
finitos como para los finitos, supuesto que se de a los conjuntos una ley
determinada que los convierta en conjuntos bien ordenados. Que sin una
tal sucesión conforme a una ley de los elementos de un conjunto no pueda
ser numerado está en la naturaleza del concepto del numerar. Los conjun-
tos finitos también pueden ser numerados sólo si tenemos una determinada
ordenación de los elementos numerados; pero aquı́ encontramos una propie-
dad particular de los conjuntos finitos, concretamente, que el resultado de
la numeración —la enumeración— es independiente de la respectiva orde-
nación; mientras que para los conjuntos infinitos, como hemos visto, una
tal independencia no vale en general. Por el contrario, la enumeración de
un conjunto infinito es un número entero infinito que está codeterminado
10

por la ley de la numeración; es precisamente aquı́, y aquı́ solamente, donde


está situada la diferencia esencial, fundamentada en la naturaleza misma y
que por consiguiente jamás será abolida, entre lo finito y lo infinito. Nunca
más será negada la existencia del infinito debido a esta diferencia, sino que
por el contrario la existencia de lo finito puede ser ahora defendida. Si per-
mitimos que uno caiga, entonces también deberı́amos deshacernos del otro;
y por este camino ¿adónde irı́amos a parar?
Otro argumento usado por Aristóteles contra la realidad efectiva del infi-
nito consiste en la aserción de que si el infinito existiera, entonces absorberı́a
a lo finito y lo destruirı́a. Porque, como se verá claramente en lo que sigue, el
asunto en verdad es ası́: a un número infinito, si es pensado como determina-
do y completado, puede serle muy bien adjuntado y unido un número finito
sin con eso producir la cancelación del último; más bien, el número infinito
es modificado por una tal adjunción de un número finito a él. Sólo el proce-
dimiento inverso –la adjunción de un número infinito a uno finito, cuando el
último es colocado primero– es el que produce la cancelación del último sin
introducir ninguna modificación del primero. —Estos hechos concernientes
a lo finito y a lo infinito, enteramente desconocidos por Aristóteles, podrı́an
dar un nuevo impulso no sólo al análisis sino a otras ciencias, y en particular
a las ciencias naturales.
En el curso de largos años de laboriosos esfuerzos cientı́ficos he sido lógi-
camente forzado (casi contra mi voluntad, porque está en oposición con las
tradiciones que se me hicieron queridas) a adoptar el punto de vista que
considera lo infinitamente grande no meramente bajo la forma de algo que
crece sin lı́mite (y en la forma estrechamente relacionada de las series infi-
nitas convergentes introducidas por primera vez en el siglo diecisiete) sino
que venga fijado matemáticamente por números en la forma determinada
del infinito completo; y creo que no hay ningún argumento contra ello que
yo no sepa cómo refutar.

§5.

Cuando hablé hace poco de las tradiciones, no las entiendo meramente


en el sentido más restringido de mi experiencia personal, sino que las hago
remontar a los fundadores de la filosofı́a y de la ciencia natural modernas.
Como preparación para dictaminar acerca del problema que tenemos enfren-
te, daré sólo algunas de las fuentes más importantes. Véanse:
Locke, Essay on Human Understanding, Bk. II, Chs. XVI y XVII.
Descartes, Letters, y las Discussions de sus Meditations; también Princi-
pia I, 26.
Spinoza, Carta XXIX, Cogita. Metaph., partes I y II.
Leibniz, Edc. de Erdmann, pp. 138, 244, 436, 744.7
Incluso hoy en dı́a no es posible idear argumentos contra la introducción
de los números enteros infinitos más fuertes que aquéllos que se encuentran
reunidos en estas obras; pongámoslos pues a prueba, confrontándolos con mis
argumentos a favor. En lo que respecta a llevar a cabo un análisis detallado
7Dignos de mención son también: Hobbes, De Corpore Ch. VII; Berkeley, Tratise on
the Principles of human Knowledge, §§128–131.
11

y en profundidad de tales obras, y sobre todo de la importantı́sima carta


de Spinoza a L. Meyer, tan rica en pensamientos, me lo reservo para otra
ocasión; aquı́ me limitaré a las observaciones que siguen.
Por diferentes que puedan ser las doctrinas de estos escritores, en el lugar
en cuestión ellos dicen sustancialmente la misma cosa sobre lo finito y lo in-
finito, i.e., que al concepto de número le pertenece la finitud y que, por otra
parte, el verdadero infinito o absoluto, que está en Dios, no admite ningún
género de determinación. Sobre el segundo punto estoy completamente de
acuerdo; no podrı́a no estarlo, porque para mı́ la proposición “omnis deter-
minatio es negatio” es absolutamente indudable. Pero, como ya he dicho con
anterioridad al discutir el argumento aristotélico contra el “infinitum actu”,
veo en el primer punto una petitio principii, que explica algunas contra-
dicciones presentes en todos estos autores, incluidos en particular Spinoza
y Leibniz. La suposición de que aparte del absoluto, inaccesible a cualquier
determinación, y de lo finito no deba haber otras modificaciones que, aunque
no finitas, sean sin embargo determinables mediante números y constituyan
por lo tanto lo que yo llamo el infinito propio –esta suposición no está, en
mi opinion, justificada de ningún modo, y ası́ está en contradicción con afir-
maciones precisas de los dos últimos filósofos. Lo que sostengo, y que creo
haber demostrado sea en este trabajo sea en mis trabajos anteriores, es que
siguiendo a lo finito hay un transfinitum (al que también se le podrı́a llamar
suprafinitum), i.e., una escala ilimitada de modos determinados que por su
naturaleza no son finitos sino infinitos pero que, exactamente como lo fini-
to, pueden ser especificados mediante números determinados, bien definidos
y distinguibles entre sı́. Estoy convencido, pues, de que el dominio de las
magnitudes definibles no se agota con las magnitudes finitas y que, como
sonsecuencia, es posible extender los confines del conocimiento humano sin
por ello violentar a nuestra naturaleza. En lugar de la tesis aristotélico–
escolástica discutida en el §4 pongo por lo tanto este otro principio:
Omnia seu finita seu infinita definita sunt et excepto Deo ab
intellectu determinari possunt8.
La finitud del entendimiento humano es invocada con frecuencia como
argumento para sostener que sólo los números finitos son pensables, pero
también en esta tesis yo veo el cı́rculo vicioso anteriormente mencionado.
Cuando se habla de la “finitud del entendimiento humano” se sobreentien-
de, de hecho, que su capacidad para construir números está limitada a los
que son finitos. No obstante, si se demuestra que el entendimiento puede, en
un sentido bien determinado, construir y distinguir entre sı́ también núme-
ros infinitos, i.e., suprafinitos, entonces o bien se les debe dar a las palabras
“entendimiento finito” un sentido más amplio, a partir del cual esa con-
clusión no pueda ser entonces extraı́da; o —y a mi parecer es ésta la única
solución correcta— también al entendimiento humano se le deberá conceder,
bajo ciertos aspectos, el predicado “infinito”. Las palabras “entendimiento
finito”, que uno escucha tan frecuentemente, son a mi juicio totalmente im-
propias; por limitada que sea la naturaleza humana – y en verdad lo es– ella
tiene muchı́simos puntos de contacto con lo infinito; e incluso afirmo que si
8
Todas las cosas finitas o infinitas son definidas y, salvo Dios, pueden ser determinadas
por el entendimiento.
12

no fuera ella misma en muchos aspectos infinita, la sólida fe y certeza en el


ser del absoluto en el cual sabemos que estamos todos unidos serı́a inexpli-
cable. In particular, estoy convencido de que el entendimiento humano tiene
una disposición ilimitada para la construcción escalonada de enteras clases
numéricas que están en una relación determinada con los modos infinitos, y
cuyas potencias tienen fuerza creciente.
A mi parecer, las principales dificultades de los sistemas, que externamen-
te son de hecho de tipos diferentes pero que internamente están estrecha-
mente relacionados, de los dos últimos pensadores recordados pueden, creo,
ser llevadas cerca de una solución, y en algunos casos ser ya hoy resueltas y
aclaradas de modo satisfactorio, por la vı́a por mı́ abierta. Estas dificulta-
des han dado motivo al criticismo posterior9, pero no obstante sus méritos
esta crı́tica no ha dado, a mi parecer, nada que compense con suficiencia el
insuficiente desarrollo de las doctrinas de Spinoza y Leibniz. Pues, junto a
(o en lugar de) la explicación mecánica de la naturaleza (que dentro de su
propia esfera tiene todas las ayudas y ventajas del análisis matemático a su
disposición, pero cuya unilateralidad e insuficiencia han sido brillantemente
expuestas por Kant) hasta ahora no ha habido ni siquiera un inicio de una
explicación orgánica de la naturaleza que esté provista con el mismo rigor
matemático, pero que la supere; y a mi parecer una semejante explicación
orgánica podrá ser iniciada sólo recuperando y desarrollando los trabajos y
esfuerzos de estos dos autores.
Un punto particularmente difı́cil del sistema de Spinoza es la relación de
los modos finitos con los infinitos; permanece inexplicado, de hecho, por-
qué y bajo qué condiciones lo finito puede mantener su independencia con
respecto al infinito (o el infinito con respecto a un infinito todavı́a superior).
Los ejemplos tratados ligeramente in el §4 parecen indicar, en su modesto
simbolismo, la vı́a a lo largo de la cual podamos tal vez acercarnos a la
solución de esta problema. Si ω es el primer número de la segunda clase
numérica, entonces 1 + ω = ω, pero ω + 1 = (ω + 1), donde (ω + 1) es un
número totalmente diferente de ω. Aquı́ se ve claramente que todo se reduce
a la posición de lo finito respecto de lo infinito; si el primero está delante se
fusiona con lo infinito y se desvanece allı́ dentro; pero si en lugar de ello se
modera y ocupa su lugar después de lo infinito, entonces lo finito se conserva
y se liga con él para formar un nuevo, en cuanto modificado, infinito.

§6.

Si encontramos alguna dificultad en concebir números enteros infinita-


mente grandes, autocontenidos, comparables entre sı́ y con los números fini-
tos, y ligados entre sı́ y con los números finitos mediante leyes bien estable-
cidas, entonces esas dificultades estarán ligadas con la percepción del hecho
de que, aunque los nuevos números tienen en algunos aspectos la misma na-
turaleza que los anteriores, en otros muchos aspectos tienen una naturaleza
enteramente idiosincrásica; de hecho, ocurre con frecuencia que caracterı́sti-
cas diferentes están unidas en uno y el mismo número infinito aunque ellas
nunca ocurran conjuntamente en los números finitos. En uno de los pasajes
9
Comentar lo referente a Kant.
13

citados en el parágrafo precedente se encuentra la observación de que un


número entero infinito, si existiese, deberı́a ser par e impar a la vez; y pues-
to que estos dos atributos no pueden presentarse unidos, un número de tal
género no existe.
Obviamente, se está aquı́ asumiendo implı́citamente que caracterı́sticas
que son mutuamente excluyentes para los números tradicionales deben tam-
bién serlo para los nuevos números, y de ello se deduce la imposibilidad de
los números infinitos. Pero ¿a quién no le salta a los ojos el paralogismo?
Porque, una generalización o extensión de un concepto ¿no está ligada a
la pérdida de algunas notas caracterı́sticas, que son incluso impensables sin
una tal pérdida? En la edad moderna ¿no se ha tenido la idea de introdu-
cir a los números complejos (una idea de la máxima importancia para el
desarrollo del análisis, y que ha conducido a los mayores progresos) sin ver
ningún obstáculo en el hecho de que no puedan ser llamados ni positivos ni
negativos? Y aquello que me atrevo a culminar aquı́ es sólo un paso similar;
de hecho, será probablemente mucho más fácil para la conciencia general
seguirme de lo que fue posible al ir de los números reales a los complejos;
porque los nuevos números enteros, aun distinguiéndose de los precedentes
por una determinación substancial más intensiva, en cuanto “enumeracio-
nes” tienen una realidad absolutamente de la misma especie, mientras que
la introducción de las magnitudes complejas ha continuado encontrando di-
ficultades hasta que no se ha encontrado, después de muchos esfuerzos, una
representación geométrica por medio de puntos o segmentos de un plano.
Volviendo brevemente a aquélla consideración sobre el ser par e impar,
consideramos de nuevo el número ω para mostrar cómo tales caracterı́sticas,
incompatibles en los números finitos, aquı́ ocurren conjuntamente sin nin-
guna contradicción. En el §3 presenté las definiciones generales de la adición
y de la multiplicación, subrayando que en tales operaciones la ley conmuta-
tiva no es universalmente válida; en esto veo una diferencia esencial entre
los números finitos y los infinitos. Observamos también que en el producto
βα entiendo que β es el multiplicador y α el multiplicando; derivamos inme-
diatamente estas dos formas de ω, ω = ω · 2 y ω = 1 + ω · 2, basándonos en
las cuales ω mismo puede ser concebido sea como un número par, sea como
un número impar. pero desde otro punto de vista, i.e., cuando se toma a
2 como multiplicador, se puede también decir que ω no es ni par ni impar,
porque se puede fácilmente demostrar que él no es representable ni bajo la
forma 2 · α, ni bajo la forma 2 · α + 1. Por lo tanto, el número ω tiene en
realidad respecto de los números tradicionales una naturaleza enteramente
idiosincrásica, dado que en él se encuentran unidas estas caracterı́sticas y
propiedades. Y todavı́a son más peculiares, como mostraremos más adelante,
los otros números de la segunda clase numérica.

§7.

En el §5 he citado muchos pasajes de Leibniz en los cuales se pronuncia


contra los números infinitos, diciendo entre otras cosas que “Il n’y a point de
nombre infini ni de ligne ou autre quantité infinie, si on les prend pour des
14

Touts véritables”10 y que “L’infini véritable n’est pas une modification, c’est
l’absolu; au contraire, dès qu’on modifie on se borne ou forme un fini”11 (en lo
que respecta a éste último pasaje concuerdo con él en la primera afirmación,
pero no en la segunda). Pero estoy en la afortunada posición de poder citar
pasajes del mismo pensador en los que él en una cierta medida se contradice a
sı́ mismo y se declara a sı́ mismo de la manera más nı́tida a favor del infinito
propio (que es diferente del absoluto). Dice él en la edición de Erdmann, p.
118:
“Je suis tellement pour l’infini actuel, qu’au lieu d’admettre que la nature
l’abhorre, comme l’on dit vulgairemente, je tiens qu’elle l’affecte partout,
pour mieux marquer les perfections de son Auteur. Ainsi je crois qu’il n’y a
aucune partie de la matière qui ne soit, je ne dis pas divisible, mais actuel-
lement divisée; et par conséquent la moindre particelle doit être considerée
comme un monde plein d’une infinité de créatures différentes”12.
Pero el defensor más decidido del infinito actual, tal como se presenta,
por ejemplo, en los conjuntos bien definidos de puntos o en la constitución
de los cuerpos a partir de átomos puntiformes (no hablo aquı́ de los áto-
mos quı́mico–fı́sicos, de Demócrito, a los cuales no puedo reconocer ni una
existencia real ni conceptual, aunque esta ficción resulte, dentro de ciertos
lı́mites, muy útil), es un agudı́simo filósofo y matemático de nuestro siglo,
Bernhard Bolzano, que ha dado forma a sus ideas con firmeza sobretodo
en las “Paradoxien des Unendlichen”, Leipzig 1851. Esta obra bellı́sima y
rica en pensamientos se propone demostrar que las contradicciones que los
escépticos y peripatéticos de todos los tiempos han tratado de hallar en el
infinito no existen en modo alguno, si sólo se toma la molestia (no, con toda
seguridad, siempre liviana) de estudiar con toda seriedad los conceptos del
infinito de acuerdo con su verdadero contenido. En el texto también se en-
cuentra una discusión, en muchos aspectos plenamente adecuada, del infinito
matemático impropio, bajo la forma sea de diferenciales del primer orden o
de orden superior sea en la sumación de series infinitas o de otros procesos
de paso al lı́mite. Este infinito, llamado por algunos escolásticos “sincate-
goremático” no es mas que un concepto auxiliar y relacional de nuestro
pensamiento que comprende en sı́, por definición, la variabilidad y al cual,
en sentido propio, no se puede nunca atribuir el “datur”.
Es muy notable que, respecto de esta especie de infinito, no prevalez-
can en absoluto diferencias esenciales de opinión incluso entre los filósofos
contemporáneos, si se me permite ignorar el hecho de que algunos llama-
dos positivistas, o realistas, o materialistas modernos creen ver el concepto

10“No hay ni número infinito ni lı́nea o cualquier otra cantidad infinita, si los toma
como verdaderos Todos”.
11“El verdadero infinito no es una modificación, es el absoluto; por el contrario, cuando
se modifica se limita o forma un finito”.
12“Estoy hasta tal punto a favor del infinito actual que, en lugar de admitir que la
naturaleza lo aborrece, como se dice vulgarmente, sostengo que él la afecta por doquier,
para señalar mejor las perfecciones de su Autor. Ası́ yo creo que no hay ninguna parte de la
materia que no sea, no digo divisible, sino que esté actualmente dividida; y por consiguiente
la menor partı́cula debe ser considerada como un mundo lleno de una infinidad de criaturas
diferentes”.
15

supremo en este infinito sincategoremático aún cuando, como ellos mismos


conceden, no tiene un ser en sentido propio.
Sin embargo, ya en Leibniz encontramos en muchos lugares esencialmente
el punto de vista correcto; el siguiente, por ejemplo, se refiere al infinito
impropio (Erdmann, p. 436):
“Ego philosophice loquendo non magis statuo magnitudines infinite par-
vas quam infinite magnas, seu non magis infinitesimas quam infinituplas.
Utrasque enim per modum loquendi compendiosum pro mentis fictionibus
habeo, ad calculum aptis, quales etiam sunt radices imaginariae in Algebra.
Interim demonstravi, magnum has expressiones usum habere ad compen-
dium cogitandi adeoque ad inventionem; et in errorem ducere non posse,
cum pro infinite parvo substituere sufficiat tam parvum quam quis volet, ut
error sit minor dato, unde consequitur errorem dari non posse”13.
Bolzano es posiblemente el único para quien los números infinitos propios
son legı́timos, o cuanto menos el único que los discute con amplitud; sin
embargo no estoy de acuerdo absolutamente con su modo de tratarlos, que
no le permite dar una definición correcta, y por ejemplo considero inconsis-
tentes y equivocados los §§29–33 de su libro. Para llegar a una verdadera
conceptualización de los números infinitos determinados le faltan al autor
sea el concepto de potencia, sea una noción precisa de enumeración. Es
verdad que en algunos pasajes podemos encontrar, bajo la forma de casos
particulares, los embriones de una o de otro, pero a mi parecer el autor no
los lleva a una plena claridad y determinación, y es ası́ como se explican
muchas incongruencias (e incluso algunos errores) en su obra, por otra parte
valiosa.
Estoy convencido de que sin estos dos conceptos no se pueden hacer pro-
gresos adicionales en la teorı́a de las multiplicidades, y creo que lo mismo
vale también para aquellos campos que caen bajo tal teorı́a o que están
ı́ntimamente en contacto con ella, como por ejemplo la moderna teorı́a de
funciones por una parte y la lógica y la teorı́a del conocimiento por otro.
Cuando concibo el infinito, como he hecho aquı́ y en mis anteriores investi-
gaciones, experimento un verdadero goce, que me otorgo con un sentido de
gratitud, al ver como la totalidad del concepto de número, que en lo finito
tiene sólo la realidad de enumeración, ascendiendo al infinito se escinde con
toda seguridad de ese modo en dos conceptos: el de la potencia atribuida a
un conjunto, que es independiente de la ordenación, y la de la enumeración,
que está necesariamente ligado a una ordenación del conjunto conforme a
una ley en virtud de la cual se convierte en bien ordenado). Y si del infinito

13“Filosóficamente hablando, ni instituyo magnitudes infinitamente pequeñas ni in-


finitamente grandes, ni tampoco infinitamente pocas ni infinitamente muchas. Porque,
hablando con concisión, considero que ambas son ficciones mentales, convenientes para
calcular, como lo son las raı́ces imaginarias en el Álgebra. Sin embargo, he demostrado
que estas expresiones son muy útiles tanto para la concisión del pensamiento como para
el descubrimiento; y no es posible que lleven al error puesto que, a fin de que el error sea
menor que cualquier cantidad dada, es suficiente substituir lo infinitamente pequeño por
una cantidad tan pequeña como se quiera; luego se sigue que un error fijo no puede ser
dado”.
16

volvemos a descender a lo finito veo, de una manera igualmente clara y be-


lla, como los dos conceptos se convierten otra vez en uno y confluyen para
formar el concepto de entero finito.

§8.

Podemos hablar de la realidad o existencia de los números enteros, tanto


finitos como infinitos, en dos sentidos; pero, hablando estrictamente se trata
también de las dos mismas relaciones bajo las cuales puede ser considerada
en general la realidad de conceptos e ideas cualesquiera. Ante todo pode-
mos considerar reales a los números enteros en la medida en que, sobre la
base de ciertas definiciones, ellos ocupan en nuestro entendimiento un lugar
absolutamente determinado, son perfectamente distintos de todas las otras
partes constitutivas de nuestro pensamiento, están con ellas en relaciones
determinadas y modifican por lo tanto la substancia de nuestro espı́ritu de
manera definida; séame concedido llamar intrasubjetiva o immanente a esta
especie de realidad de nuestros números. Pero se puede también conceder
una realidad a los números en la medida en la que se han de considerar como
expresiones o imágenes de procesos y relaciones del mundo externo con los
que se enfrenta al entendimiento, o en la medida en que, por ejemplo, las
diversas clases numéricas (I), (II), (III), etc. representan a potencias presen-
tes de hecho en la naturaleza corpórea y espiritual. Llamo transsubjetiva o
transiente a esta segunda especie de realidad de los números enteros.
Dado el fundamento totalmente realista, pero también totalmente idealis-
ta14, de mis reflexiones, no tengo ninguna duda de que estas dos especies de
realidad estén siempre unidas, en el sentido de que un concepto al que se juz-
ga existente en la primera acepción poseerá siempre, bajo ciertos aspectos
(de hecho bajo infinitos), también una realidad transiente (cuya determi-
nación, sin duda alguna, se ha de contar entre las tareas más fatigosas y
difı́ciles de la metafı́sica, y debe ser frecuentemente dejado para el futuro,
cuando el desarrollo natural de una de las otras ciencias revele el significado
transiente del concepto que se examina).
Esta interconexión de las dos realidades tiene su fundamento más auténti-
co en la unidad del Todo al cual nosotros mismos pertenecemos. –La mención
de tal interconexión me sirve, aquı́, sólo para obtener a partir de ella una
consecuencia que me parece muy importante para las matemáticas, concre-
tamente, que las matemáticas, en la elaboración de sus ideas ha de tomar
en consideración sólo y únicamente la realidad immanente de sus propios
conceptos y por lo tanto no tiene absolutamente ninguna obligación de inves-
tigar su realidad transiente. Debido a esta excelente posición –que distingue
a las matemáticas de todas las demás ciencias y explica la manera relativa-
mente fácil y carente de ligaduras de su modo de proceder, las matemáticas
merecen –y lo merecen sólo ellas– el nombre de libres, un atributo que, si
tuviera la elección, yo preferirı́a al ahora usual de “puras”.
Las matemáticas se desarrollan de modo completamente libre, salvo la
obvia limitación de que sus conceptos no pueden ser contradictorios en sı́ y
deben estar en relaciones exactas, reguladas por las definiciones, con los
14Explicar la, supuesta, conciliación de Platón y Aristóteles por parte de Cantor.
17

conceptos que han sido construidos previamente y que ya están disponibles y


consolidados. Cuando, en particular, ella introduce nuevos números está sólo
obligada a dar definiciones de ellos que les aseguren una determinación, y
en ciertos casos una relación con los números ya dados, tal que sea posible,
caso a caso, distinguirlos entre sı́. Tan pronto como un número satisface
todas estas condiciones se le puede y debe considerar existente y real en las
matemáticas. Aquı́ está, a mi juicio, el motivo (ya señalado en el §4) por el
cual los números racionales, irracionales y complejos deben ser considerados
tan existentes como los enteros positivos finitos.
No creo que sea de temer, como hacen muchos, que a partir de estos
principios pueda derivarse ningún peligro para la ciencia; porque, por una
parte, las condiciones antes indicadas, que únicamente permiten practicar
la libre construcción de los números, dejan un espacio muy reducido para la
arbitrariedad, y, por otra, cada concepto matemático tiene en sı́ mismo su
verdaderamente indispensable correctivo: si es estéril o inadaptado para su
propósito su inutilidad se revelará enseguida, y se le dejará decaer por falta
de resultados. Considero por el contrario que cualquier limitación innecesa-
ria del impulso matemático a la investigación lleva en sı́ un peligro mucho
mayor, tanto más cuanto no se puede recabar una verdadera justificación
para las limitaciones a partir de la esencia de la disciplina; la esencia de las
matemáticas, de hecho, consiste verdaderamente en su libertad.
Aunque no hubiera descubierto esta propiedad de las matemáticas por
medio del razonamiento que he descrito, toda su evolución, que tenemos ante
los ojos en nuestro siglo, me hubiera conducido a exactamente las mismas
ideas.
Si Gauss, Cauchy, Abel, Jacobi, Dirichlet, Weierstrass, Hermite y Rie-
mann hubieran sido forzados a someter todas sus nuevas ideas a controles
metafı́sicos, ahora seguramente no gozarı́amos del grandioso edificio de la
nueva teorı́a de las funciones que, aunque desarrollada y erigida con plena
libertad y sin ulteriores propósitos, no obstante, revela ya hoy (como era de
esperar) la transcienza de su significado en sus aplicaciones a la mecánica, la
astronomı́a y la fı́sica matemática. Y tampoco hubiéramos asistido al gran
avance de la teorı́a de las ecuaciones diferenciales, debida a Fuchs, Poin-
caré y muchos otros, si estas espléndidas energı́as hubieran sido limitadas
y confinadas por influencias no matemáticas; y, si Kummer no se hubiera
tomado la libertad, que ha tenido tantas consecuencias, de introducir en la
teorı́a de números los llamados números “ideales”, entonces no podrı́amos
admirar los trabajos algebraicos y aritméticos, de Kronecker y Dedekind.
Pero si las matemáticas tienen el derecho a moverse con plena libertad
y sin ninguna limitación metafı́sica, no puedo, sin embargo, reconocer el
mismo derecho a las matemáticas aplicadas —por ejemplo, a la mecánica
analı́tica o a la fı́sica matemática. Estas disciplinas son, a mi parecer, sea
en su fundamento sea en sus fines metafı́sicas, y si buscan emanciparse de
estas ligaduras, como ha propuesto recientemente un ilustre fı́sico, entonces
degeneran en una “descripción de la naturaleza” a la cual no pueden más
que faltar sea el soplo vivificante del libre pensamiento matemático, sea la
fuerza de explicar y fundamentar los fenómenos naturales.
18

§9.

Dada la gran importancia de los llamados números reales, racionales e


irracionales, para la teorı́a de las multiplicidades, no puedo dejar de decir
algunas cosas, las más importantes, sobre el modo de definirlos. No discu-
tiré la introducción de los números racionales, porque han sido dadas varias
exposiciones rigurosamente aritméticas; indico, de entre las más próximas
a mi modo de pensar, las de H. Grassmann (Lehrbuch der Arithmetik, Ber-
lin, 1861) y J. H. T. Müller (Lehrbuch der allgemeine Arithmetik, Halle
1855). Quisiera, por el contrario, considerar más detalladamente, aunque
brevemente, las tres principales variantes que me son conocidas (y que subs-
tancialmente son la misma) de introducción rigurosamente aritmética de los
números reales en general. La primera es la definición utilizada desde hace
muchos años por el Profesor Weierstrass en sus lecciones sobre las funciones
analı́ticas; se pueden encontrar algunas indicaciones en el libro de texto de
E. Kossak (Die Elemente der Arithmetik, Berlin 1872). la segunda y origi-
nal forma de definición ha sido publicada por R. Dedekind (Stetigkeit und
irrationale Zahlen, Braunschweig, 1872); la tercera ha sido establecida por
mı́ en el 1871 (Math. Ann., vol. 5, p. 123), y externamente tiene una cierta
semejanza con la de Weierstrass, hasta el punto de que H. Weber (Zeitschrift
für Mathematik und Physik, 27o año, sección histórico–literaria, p. 163) ha
podido confundirla con ella. En mi opinión, esta tercera forma de definición,
posteriormente adoptada también por Lipschitz (Grundlagen der Analysis,
Bonn 1877), es la más simple y natural de todas; además, tiene la ventaja
de adaptarse del modo más inmediato al cálculo analı́tico.
La definición de un número real irracional requiere siempre un conjunto
infinito bien definido de números racionales que tenga la primera poten-
cia; éste es el aspecto común a todas las formas de definición. La diferencia
está en el momento de la producción, que liga al conjunto con el número
definido a su través, y en las condiciones que el conjunto debe satisfacer
para constituir un fundamento adecuado de la definición numérica corres-
pondiente.
En la primera forma de la definición se parte de un conjunto de números
racionales positivos —indiquémoslo por (aν )— tal que, dado un número
finito arbitrariamente grande de aν cualesquiera, su suma sea siempre menor
que un lı́mite especificable. Ahora, si tenemos dos de tales agregados (aν ) y
(a0ν ), entonces se puede demostrar rigurosamente que son posibles tres casos:
o bien para cada parte de la unidad n1 existe un número finito m tal que,
para cada m0 > m, si se suman a la vez los primeros m0 elementos de cada
agregado, entonces cada suma contiene el mismo número de copias de n1 ; o
bien, desde un n dado en adelante, la primera suma siempre contiene más
copias de n1 que la segunda; o bien, desde un n dado en adelante, la segunda
siempre contiene más que la primera. Correspondiendo a estos casos, si b y
b0 son los números definidos por los agregados (aν ) y (a0ν ), entonces, en el
primer caso ponemos que b = b0 , en el segundo que b > b0 , y en el tercero que
b < b0 . Si los dos agregados se combinan para formar uno nuevo (aν + a0ν ),
entonces este constituye el fundamento para la definición de b + b0 ; y si a
partir de cada uno de los agregados (aν ) y (a0ν ) se forma el nuevo agregado
19

(aν ·a0ν ) en el que los elementos son los productos de todos los aν por todos los
a0ν , entonces este nuevo agregado constituye el fundamento para la definición
del producto bb0 .
Como se ve, aquı́ el momento de la producción, que liga el conjunto con
el número a definir a su través, está en la formación de la suma, pero debe
enfatizarse como esencial que sólo se usa la suma de un número siempre
finito de elementos racionales y que el Pnúmero b a definir no es puesto desde
el principio como igual a la suma aν de la sucesión
P infinita (aν ); esto
serı́a un error lógico, porque la definición de la suma aν sólo se obtiene
igualándola con el número acabado b que es definido necesariamente antes.
Creo que este error lógico, que fue evitado por primera vez por Weierstrass,
fue en los tiempos pretéritos una práctica universal, y no fue observado
porque pertenece a aquéllos raros casos en los que un error real no puede
perjudicar significativamente al cálculo. –No obstante, estoy convencido de
que todas las dificultades descubiertas hasta ahora en el concepto de lo
irracional están ligadas con el error indicado, mientras que si evitamos este
error, entonces los números irracionales enraizan en nuestro espı́ritu con la
misma determinación, evidencia y claridad que los números racionales.
La forma de definición de Dedekind se basa en la totalidad de todos los
números racionales, pero dividida en dos grupos tales que, designando con
Aν los números del primero y con Bν los del segundo, se tenga siempre
que Aν < Bν ; una tal partición del conjunto de los números racionales es
llamada por Dedekind una cortadura, la designa con (Aν | Bν ) y le asocia
un número b. Si se comparan entre sı́ dos de estas cortaduras (Aν | Bν ) y
(A0ν | B0ν ), se encuentran, como en la primera forma de definición, un total
de tres posibilidades, en base a las cuales diremos, respectivamente, que los
números b y b0 representados por las dos cortaduras son iguales entre sı́, que
b > b0 o que b < b0 . El primer caso (prescindiendo de algunas excepciones,
fáciles de regularizar, que se presentan cuando los números a definir son
racionales) se verifica cuando sus dos secciones son perfectamente idénticas,
y es aquı́ donde encontramos la innegable, notable ventaja de esta forma de
definición respecto de las otras dos: a cada número b le corresponde una única
cortadura. A esto se contrapone sin embargo la grave desventaja de que en
el análisis los números no se presentan nunca bajo la forma de “cortaduras”,
y sólo pueden ser reconducidos a ella de forma artificial y prolija.
También aquı́ las definiciones de la suma b + b0 y del producto bb0 se dan
sobre la base de nuevas cortaduras que se obtienen a partir de las dos dadas
antes.
La desventaja que acompaña a la primera y tercera forma de definición,
i.e., que se presentan infinitas veces los mismos números, siempre iguales,
y que por lo tanto no se obtiene inmediatamente una visión de conjunto
unı́voca de la totalidad de los números reales, puede ser eliminada con la
máxima facilidad especializando los conjuntos de base (aν ) según alguna de
las construcciones sistemáticas unı́vocas conocidas, como, por ejemplo, el
sistema decimal o el simple desarrollo en fracción continuada.
Vuelvo ahora a la tercera forma de definición de los números reales. Tam-
bién aquı́ se parte de un conjunto infinito (aν ) de números racionales de la
20

primera potencia, al cual sin embargo se le exigen unas propiedades dife-


rentes a las de la definición de Weierstrass; yo exijo en efecto que, dado un
número racional ε arbitrariamente pequeño, del conjunto se pueda extraer
un número finito de elementos de modo tal que los restantes tengan, dos a
dos, diferencias menores en valor absoluto que ε. Llamo sucesión fundamen-
tal a cada uno de estos conjuntos (aν ), que podemos caracterizar también
poniendo
lı́m (aν+µ − aν ) = 0 (para µ arbitrario),
ν=∞
y le asocio el número b definido a su través (para el cual sin embargo también
es adecuado el mismo signo (aν ), propuesto por Heine y que, después de
largas conversaciones, sobre este problema ha asumido mi misma posición).
(Cfr. J. de Crelle, vol. 74, p. 172). Una tal sucesión fundamental admite,
como se puede deducir rigurosamente a partir de su definición, tres casos:
o bien, para valores suficientemente grandes de ν, sus miembros aν son
menores en valor absoluto que cualquier número arbitrariamente dado, o
bien a partir de un cierto ν en adelante son mayores que un número racional
positivo ρ fijo, o bien desde un cierto ν en adelante son menores que un
número racional negativo −ρ fijo. En el primer caso digo que b es igual a
cero, en el segundo que es mayor que cero o positivo y en el tercero que es
menor que cero o negativo.
Ahora vienen las operaciones elementales. Si (aν ) y (a0ν ) son dos sucesiones
fundamentales que determinan los números b y b0 , entonces se demuestra
que también son sucesiones fundamentales (aν ) ± (a0ν ) y (aν ) · (a0ν ) (las
cuales determinan por lo tanto tres nuevos números), que me servirán como
definiciones de la suma y de la diferencia b ± b0 y del producto b · b0 .
Además, si b es diferente de cero (la definición ha sido dada antes), en-
tonces se demuestra que a0ν /aν es también una sucesión fundamental cuyo
número correspondiente proporciona la definición del cociente b0 /b.
Las operaciones elementales entre un número b dado mediante una su-
cesión fundamental (aν ) y un número racional a dado directamente están
comprendidas en las definiciones acabadas de dar poniendo a0ν = a y b0 = a.
Sólo ahora vienen las definiciones de ser igual, mayor y menor entre dos
números b y b0 (donde b0 puede también ser = a): decimos, exactamente, que
b = b0 , b > b0 o b < b0 según que b − b0 sea igual, mayor o menor que cero.
Después de todos estos preliminares obtenemos el siguiente primer teore-
ma demostrable rigurosamente: si b es el número determinado por la sucesión
fundamental (aν ), entonces, al aumentar ν, b − aν se hace menor, en valor
absoluto, que cualquier número racional concebible; o, lo que es lo mismo,
lı́m aν = b.
ν=∞
Se debe prestar atención a un punto crucial, cuya importancia puede fácil-
mente pasar inadvertida: en la tercera forma de definición el número b no
está definido como el “lı́mite” de los números aν de una sucesión fundamen-
tal (aν ). Esto serı́a un error lógico análogo al puesto en evidencia cuando
discutimos la primera forma de definición: estarı́amos presuponiendo la exis-
tencia de lı́mν=∞ aν = b.
Las cosas son exactamente al contrario, i.e., mediante las definiciones da-
das antes el concepto b ha sido pensado como un objeto que tiene ciertas
21

propiedades y relaciones con los números racionales de las cuales se pue-


da deducir, con evidencia lógica, que lı́mν=∞ aν existe y es igual a b. Pido
disculpas por mi pedanterı́a sobre este punto; que está motivada por la sen-
sación de que casi todos pasan por alto semejantes minucias poco llamativas,
y como consecuencia es fácil que se enreden en dudas y contradicciones con
respecto a lo irracional de las cuales habrı́an quedado enteramente exentos si
hubieran tomado en consideración los hechos puesto de manifiesto aquı́. En
tal caso, en efecto, reconocerı́an claramente que gracias al carácter que se
le confiere por las definiciones el número irracional tiene en nuestro espı́ri-
tu una realidad tan determinada como la del número racional, o incluso
del entero racional, y que no tenemos necesidad de extraerlo de un paso al
lı́mite, sino que por el contrario, a partir de su posesión llegamos a conven-
cernos de la facticabilidad y evidencia de los pasos al lı́mite en general. Y en
efecto, ahora obtenemos fácilmente la siguiente generalización del teorema
introducido anteriormente: si (bν ) es un conjunto de números, racionales o
irracionales, tales que lı́mν=∞ (bν+µ − bν ) = 0, para µ arbitrario, entonces
existe un número b, determinado por una sucesión fundamental (aν ), tal que

lı́m aν = b.
ν=∞

Se demuestra también que los mismos números b, definidos sobre la base


de sucesiones fundamentales (aν ) (que llamo sucesiones fundamentales de
primer orden) y que se presentan como lı́mites de los aν , son también repre-
sentables de diversas maneras como lı́mites de sucesiones (bν ), donde cada
(ν)
bν está definido por una sucesión fundamental de primer orden (aµ ) (con
ν constante).
Llamo por consiguiente a un tal conjunto (bν ) una sucesión fundamental
de segundo orden cuando es tal que, para µ arbitrario, lı́mν=∞ (bν+µ −bν ) = 0.
De la misma manera podemos construir sucesiones fundamentales de ter-
cer, cuarto, . . . , n-simo orden, y también de α-ésimo orden, donde α es
cualquier número de la segunda clase numérica.
Todas estas sucesiones fundamentales permiten determinar un número
real exactamente del mismo modo que las de primer orden: la diferencia
sólo reside en la forma en que lo dan, más compleja y articulada. No obs-
tante, me parece en grado sumo apropiado, si adoptamos el punto de vista
de la tercera definición, fijar esta diferencia de la manera indicada, como ya
hice también en el trabajo anteriormente citado (Math. Annalen, vol. 5, p.
123). Aquı́ usaré, a tal fin, la expresión “la magnitud numérica b está dada
por una sucesión fundamental de n-simo (α-ésimo) orden”. Si nos decidimos
a aceptarla, entonces obtenemos un lenguaje extraordinariamente fluido, y
en conjunto comprensible, con el cual describir de la manera más simple y
directa toda la trama del análisis, con frecuencia tan complicada; y una tal
ganancia en claridad y transparencia no ha de ser, a mi parecer, infrava-
lorada. Con esto también respondo a las dudas expresadas por Dedekind,
en el prefacio de su “Stetigkeit und irrationalen Zahlen”, en torno a estas
distinciones: nunca he tenido, en absoluto, la idea de introducir a través
de las sucesiones fundamentales de segundo, tercer, . . . , n-simo orden nue-
vos números que no fueran ya determinables mediante sucesiones de primer
22

orden. En lo que yo pensaba era sólo en el ser dado bajo una forma concep-
tualmente diferente; y la cosa resulta también clara en diversos pasajes de
mi trabajo.
Relacionado con ello quisiera llamar la atención sobre un hecho nota-
ble, concretamente, que todas las formas de sucesión (en el sentido usual
del término), descubiertas o por descubrir, pensables en el análisis están
agotadas por estos órdenes de las sucesiones fundamentales que diferencio
mediante números de la primera y segunda clase numérica –agotadas en el
sentido de que, como demostraré rigurosamente en otra ocasión, no existen
sucesiones fundamentales cuyo número pueda ser designado por un número
de la tercera clase.
Voy a intentar explicar ahora brevemente la utilidad de la tercera defini-
ción.
para señalar que el número b está dado mediante una sucesión fundamen-
tal (eν ) de orden n o α, uso las fórmulas
b ∼ (eν ) o (eν ) ∼ b.
Si, por ejemplo, tenemos una serie convergente con término general cν ,
entonces la condición necesaria y suficiente para la convergencia, como es
bien sabido, es que
lı́m (cν+1 + . . . + cν+µ ) = 0 (para µ arbitrario).
ν=∞
La suma de la serie se define, pues, mediante la fórmula

à ν !
X X
cn ∼ cn .
n=0 n=0
Si, por ejemplo, todos los cn están definidos en base aPsucesiones funda-
mentales de k-ésimo orden, entonces lo mismo vale para νn=0 cn , y la suma
P ∞
n=0 cn resulta definida mediante una sucesión fundamental de k + 1-ésimo
orden.
Ponemos como ejemplo tener que describir el contenido conceptual de la
proposición sen(π/2) = 1: podemos pensar π/2 y sus potencias como dados
mediante las fórmulas
π ³ π ´2m+1
∼ (aν ), ∼ (a2m+1
ν ),
2 2
donde, para abreviar, hemos puesto
ν
X (−1)n
2 = aν .
2n + 1
n=0
Además, también
à !
³π ´ µ
X (π/2)2m+1
sen ∼ (−1)m − ,
2 (2m + 1)!
m=0

i.e., sen(π/2) está definido mediante una sucesión fundamental de segundo


orden; tal definición expresa por consiguiente la igualdad del número racional
1 y del número sen(π/2), dado en términos de una sucesión fundamental de
segundo orden.
23

También el contenido conceptual de fórmulas más complejas, como por


ejemplo las de la teorı́a de las funciones theta, puede ser descrito de forma
análoga con precisión y simplicidad, mientras que la reducción de las sucesio-
nes infinitas a otras incondicionalmente convergentes y con términos todos
racionales y del mismo signo tiene lugar casi siempre con la máxima dificul-
tad —y sin embargo esta dificultad se elimina completamente con la tercera
forma de definición (no con la primera), y puede claramente ser eliminada
cada vez que se trata no de aproximar numéricamente una suma infinita por
medio de números racionales, sino sólo de definirla con absoluta precisión.
no me parece, por otra parte, que sea muy fácil usar la primera forma de
definición para definir con precisión las sumas de series que no son incondi-
cionalmente convergentes con una ordenación determinada y preestablecida
de sus términos, tanto positivos como negativos. Pero incluso en las series
incondicionalmente convergentes la construcción de la suma, aun siendo esta
última independiente de la ordenación, puede de hecho ser llevada a cabo
sólo según una ordenación determinada, por lo cual también en tales casos
se está tentado a preferir la tercera forma de definición a la primera. Me
parece, finalmente, que habla a favor de la tercera forma de definición su
capacidad de ser generalizada a los números suprafinitos, cosa que es, por
el contrario, totalmente imposible para la primera forma; aquı́ la diferencia
reside simplemente en el hecho de que para los números suprafinitos la ley
conmutativa deja de ser universalmente válida, mientras que la primera for-
ma de definición está inseparablemente ligada a esta ley y permanece o decae
con ella. No obstante, si se prescinde de los puntos indicados anteriormente,
la primera forma de definición se muestra plenamente adecuada para todos
los tipos de números para los cuales vale la propiedad conmutativa de la
adición.

§10.

El concepto del “continuo” ha jugado no sólo un importante papel por


doquier en el desarrollo de las ciencias sino que siempre ha suscitado las más
grandes divergencias de opinión, y con ellas disputas vehementes. Esto tal
vez se deba al hecho de que, debido a que los protagonistas del disenso no dis-
ponı́an de una definición exacta y completa del concepto, la idea subyacente
se presentaba con contenidos diferentes; pero también pudiera ser —y para
mı́ es ésta la razón más verosı́mil— que la idea del continuo no haya sido
pensada por los griegos (que pueden haber sido los primeros en concebirla)
con la claridad y completud que hubiera sido indispensable para impedir el
surgimiento de concepciones diferentes entre sus sucesores. Ası́, vemos que
Leucippo, Demócrito y Aristóteles consideran el continuo como un compues-
to formado ex partibus sine fine divisibilibus 15, mientras que para Epicuro
y Lucrecio es un agregado de objetos finitos, los átomos. Nace de aquı́ una
gran contienda entre los filósofos, que en parte han seguido a Aristóteles y
en parte a Epicuro; otros aun, para mantenerse alejados de la disputa, han
afirmado con Tomás de Aquino que el continuo no está compuesto ni de una
infinidad de partes ni de partes en número finito, sino que no tiene partes
15por partes divisibles indefinidamente.
24

componentes. Esta última posición me parece no tanto una explicación del


problema cuanto un reconocimiento implı́cito del hecho de que no se ha llega-
do el fondo del problema. Vemos aquı́ el origen escolástico-medieval de una
concepción (que todavı́a hoy tiene sus defensores) según la cual el continuo
serı́a un concepto inanalizable o también, como dicen otros16, una intuición
pura a priori no determinable por medio de conceptos. Cualquier intento
por determinar aritméticamente este misterium es visto como una intrusión
inadmisible y rechazado con la debida dureza; las naturalezas medrosas sa-
can la impresión de que el continuo no sea un concepto lógico-matemático,
sino más bien un dogma religioso.
Está lejos de mi intención evocar otra vez semejantes disputas, y en un
escrito breve como este me falta incluso el espacio para discutirlas deta-
lladamente; sólo me siento obligado a desarrollar el concepto del continuo,
en tanto que me es indispensable en la teorı́a de las multiplicidades, de la
manera lógicamente más clara, con la máxima brevedad y sólo con rela-
ción a la teorı́a matemática de los conjuntos. Este desarrollo no me ha sido
fácil porque, entre los matemáticos a cuya autoridad gustosamente invo-
carı́a, ninguno se ha ocupado del continuo en el sentido exacto que aquı́ me
necesario.
En efecto, supuesta dada una o más magnitudes continuas (o, para ex-
presarse de un modo que me parece más adecuado, uno o más conjuntos de
magnitudes continuas), reales o complejas, el concepto de continuo que de-
pende de ellas unı́vocamente o multı́vocamente, i.e., el concepto de función
continua, ha sido elaborado costosamente en las direcciones más diversas, y
de este modo es como surgió la teorı́a de las funciones analı́ticas y de las
funciones en general, con sus notabilı́simos fenómenos (no diferenciabilidad
y semejantes); pero el verdadero y propio continuo independiente ha sido
postulado por los matemáticos sólo en su acepción más simple, y nunca ha
sido investigado en profundidad.
Debo aclarar en primer lugar que a mi modo de ver está fuera de lugar
recurrir al concepto o a la intuición del tiempo para discutir la noción del
continuo, que es un concepto mucho más fundamental y universal; el tiempo
es, en mi opinión, una representación que podemos explicar claramente sólo
presuponiendo el concepto de la continuidad del cual depende y sin cuya
asistencia no puede ser concebido ni objetivamente (como una substancia)
ni subjetivamente (como una forma a priori necesaria de la intuición ),
y no es otra cosa que un simple concepto auxiliar y relacional mediante
el cual correlacionamos entre sı́ los diversos movimientos existentes en la
naturaleza y percibidos por nosotros. Una cosa tal como un tiempo objetivo
o absoluto no ocurre nunca en la naturaleza, y por lo tanto el tiempo no
puede ser considerado como la medida del movimiento; podrı́amos, en todo
caso, considerar al segundo como la medida del primero –si no fuera porque
el tiempo, ni siquiera en el modesto papel de forma a priori subjetivamente
necesaria de la intuición, ha podido producir ningún logro incontestable y
fructı́fero, aunque desde Kant en adelante, tiempo para hacerlo no habrı́a
faltado.

16¿Kant?
25

Estoy igualmente convencido de que no se puede partir de la llamada


forma de la intuición del espacio para explicar el continuo; porque sólo con
la ayuda de un continuo conceptualmente ya desarrollado el espacio y las
figuras pensadas en él reciben aquél contenido con el que pueden hacerse
objeto de investigación matemática rigurosamente exacta, y no de simples
consideraciones estéticas, agudezas filosóficas o comparaciones imprecisas.
Por consiguiente, no me queda ahora más que, con la ayuda del concep-
to de número real tal como se definió en el §9, tratar de proporcionar un
concepto puramente aritmético y absolutamente general de un continuo de
puntos. Como fundamento usaré (no podrı́a ser de otra manera) el espacio
plano17 aritmético n-dimensional Gn , i.e., la clase de todos los sistemas de
valores
(x1 | x2 | . . . | xn )
en los que cada x, independientemente de los demás, puede tomar todos los
valores numéricos reales desde −∞ hasta +∞. Llamo punto aritmético de
Gn a cada sistema singular de valores de este tipo. La distancia entre dos
de tales puntos se define mediante la expresión
¯q ¯
¯ ¯
¯ (x0 − x1 )2 + (x0 − x2 )2 + . . . + (x0n − xn )2 ¯ ,
¯ 1 2 ¯
mientras que por un conjunto aritmético de puntos P contenido en Gn se
entiende cualquier clase de puntos del espacio Gn dada conforme a una ley18.
La finalidad de la investigación será entonces la de definir de modo riguroso
y lo más general posible cuándo P se haya de llamar un continuo.
Demostré en el J. de Crelle, vol. 84, p. 242, que todos los espacios Gn , sea
cual sea el número n de su dimensión, tienen la misma potencia y por lo tanto
la misma potencia que el continuo lineal, y por lo tanto la de la clase de todos
los números reales del intervalo (0 . . . 1). Por consiguiente, la investigación
y determinación de la potencia de Gn puede ser retrotraida al caso especial
del intervalo (0 . . . 1), y espero conseguir establecer dentro de poco mediante
una demostración rigurosa que la potencia de éste último no es diferente de
la de nuestra segunda clase numérica (II). Se seguirá entonces que todos los
conjuntos de puntos infinitos P tienen o bien la potencia de la primera clase
numérica (I) o bien la potencia de la segunda clase numérica (II). También
podemos concluir que la clase de todas las funciones de una o varias variables
que son representables por medio de una serie infinita preasignada cualquiera
posee, a su vez, solamente la potencia de la segunda clase numérica (II) y
es por lo tanto numerable mediante números de la tercera clase numérica
(III). Este teorema podrá ser aplicado, por ejemplo, a la clase de todas las
funciones “analı́ticas” (i.e., obtenibles prolongando adecuadamente series de
potencias convergentes) de una o varias variables o al conjunto de todas
las funciones de una o varias variables reales representables mediante series
trigonométricas.
Ahora, a fin de examinar más cuidadosamente el concepto general de un
“continuo contenido en Gn ” uso el concepto de derivado P (1) de cualquier
17¿En qué sentido de plano?
18Tanto en Dedekind como en Cantor ocurre la palabra “ley”, ¿cómo se ha de entender
tal vocablo en dichos autores?
26

arbitrariamente dado conjunto de puntos P , expuesta por mı́ por primera vez
en el artı́culo en Math. Annalen, vol. 5, y después desarrollado y extendido
al concepto de derivado P (γ) , donde γ es un número cualquiera de una de
las clases numéricas (I), (II), (III), etc.
Los conjuntos de puntos P ahora pueden ser divididos en dos clases según
la potencia de su primer derivado P (1) . Si P (1) tiene la potencia de (I),
entonces, como dije en en el §3 de este trabajo, se demuestra que existe un
número entero α de la primera o de la segunda clase numérica (II) para
el cual P (α) se anula. Pero si P (1) tiene la potencia de la segunda clase
numérica (II), entonces siempre puede ser dividido, de manera única, en dos
conjuntos R y S tales que
P (1) ≡ R + S,
donde R tienen una constitución enteramente diferente:
R es tal que que es posible, iterando el proceso de derivación, reducirlo
constantemente hasta anularlo, luego siempre existe un primer entero γ de
la clase numérica (I) o (II) para el que
R(γ) ≡ 0;
llamo reducibles a los conjuntos de puntos R de este tipo.
S, por otra parte, es tal que el proceso de derivación no lo modifica en
modo alguno, puesto que se cumple que
S ≡ S (1)
y, por consiguiente, también
S ≡ S (γ) ;
llamo perfectos a los conjuntos de puntos S de este tipo. Podemos decir pues
que, si P (1) tiene la potencia de la segunda clase numérica (II), entonces se
divide en dos conjuntos de puntos, uno reducible y uno perfecto, ambos
definidos19.
Aunque estos dos predicados “reducible” y “perfecto”, no puedan encon-
trarse unidos en un mismo conjunto de puntos, ni “irreducible” equivale a
“perfecto” ni “imperfecto” coincide exactamente con “reducible”; es sufi-
ciente prestar un poco de atención para verlo.
No siempre los conjuntos de puntos perfectos S son, por usar un término
acuñado en mis trabajos recordados antes, “densos por doquier” en su inte-
rior; luego ellos por sı́ solos no son idóneos para dar una definición completa
de un continuo de puntos, aunque si se debe conceder que un continuo de
puntos siempre debe ser un conjunto perfecto. Para definir el continuo es
indispensable un nuevo concepto, que deberemos adjuntar al precedente: el
de conjunto de puntos T conexo.
Decimos que T es un conjunto de puntos conexo cuando, dados dos cuales-
quiera de sus puntos t y t0 y un número ε arbitrariamente pequeño, siempre
es posible encontrar, de más de una manera, un número finito de puntos t1 ,
t2 , . . . , tν de T tales que las distancias tt1 , t1 t2 , . . . , tν t0 sean todas menores
que ε20.
19Esta proposición no es cierta, Bendixson.
20Ésta no es la noción actual de conexión, es una noción métrica. La definición de
Cantor de la conexión para espacios métricos, tal como dicen Hocking y Young en [1],
27

Todos los continuos geométricos que nos son conocidos caen, como es fácil
ver, bajo este concepto de conjunto de puntos conexo; creo que en estos dos
predicados “perfecto” y “conexo” he descubierto las propiedades necesarias y
suficientes de un continuo de puntos. Por consiguiente defino un continuo de
puntos contenido en Gn como un conjunto perfecto y conexo. Aquı́ “perfecto”
y “conexo” no son simples palabras, son atributos absolutamente universales
del continuo caracterizados con el máximo rigor conceptual por medio de
las definiciones anteriores.
La definición de Bolzano del continuo (Paradoxien §38) es claramente
errónea; ella expresa de modo unilateral una sola de las propiedades del
continuo mismo, que también es satisfecha por aquéllos conjuntos que se ob-
tienen de Gn cuando imaginamos que eliminamos un conjunto arbitrario de
puntos “aislados” (cfr. Math. Annalen, vol. 21, p. 51); de la misma manera
también es satisfecha por conjuntos que están compuestos por varios conti-
nuos separados; es obvio que en tales casos no está dado ningún continuo,
aunque de acuerdo con Bolzano éste serı́a el caso. Como se ve, aquı́ estamos
en conflicto con el principio “ad essentiam alicujus rei pertinet id, quo dato
res necessario ponitur et quo sublato res necessario tollitur; vel id, sine quo
res, et vice versa quod sine re nec esse nec concipi potest”21.
Del mismo modo, me parece que en el escrito de Dedekind (Continuidad
y números irracionales) sólo está unilateralmente subrayada otra propiedad
del continuo, pero diferente, concretamente, aquella que tiene en común con
todos los conjuntos “perfectos”22.

§11.

Ahora debemos mostrar cómo se llega a la definición de los nuevos núme-


ros y de qué modo se obtienen aquéllos segmentos naturales de la sucesión
absolutamente infinita de los números enteros realmente existentes que yo
llamo clases numéricas. A esta explicación sólo adjuntaré los principales
teoremas sobre la segunda clase numérica y su relación con la primera. La
sucesión (I) de los números enteros realmente existentes 1, 2, 3, . . . , ν,
. . . tiene su lugar de origen en el repetido poner y reunir unidades dadas ini-
cialmente y consideradas iguales; el número ν expresa sea una enumeración
finita determinada de tales actos de posición, sucesivos uno de otro, sea la
unión de las unidades ası́ puestas en un todo. Es por ello que la construc-
ción de los números enteros realmente existentes reposa sobre el principio
de la adjunción de una unidad a un número ya dado y construido; llamo
primer principio de generación a este momento, que, como veremos inme-
diatamente, juega también un papel esencial en la generación de los números
enteros superiores. La enumeración de los números ν de la clase (I) cons-
tructibles de este modo es infinita, y entre ellos no hay uno máximo. Pero
pág. 108, “agrees with the more general definition that we have adopted in compact metric
spaces”.
21“a la esencia de una cosa pertenece aquello que basta que sea dado, para que la cosa
sea asentada necesariamente, y basta que sea destruido para que la cosa sea destruida
necesariamente, o también aquello sin lo que la cosa no puede ser ni ser concebida, y que,
viceversa, no puede sin la cosa ser ni ser concebido”. Spinoza, Ética, def. 2, parte II.
22
La ausencia de lagunas.
28

si es contradictorio hablar del máximo número de la clase (I), no hay en


cambio nada absurdo en imaginar un nuevo número (llamémoslo ω 23) que
exprese el hecho de que está dada de acuerdo con una ley toda la clase (I)
en su sucesión natural. (Del mismo modo que ν expresa el hecho de que una
cierta numeración finita de unidades está unida en un todo). Es sin más lı́ci-
to pensar este número nuevamente creado ω como el lı́mite al cual tienden
los números ν, si con ello se entiende solamente que ω debe ser el primer
número entero que sigue a todos los ν; i.e., ha de ser considerado mayor que
todos ellos. Haciendo seguir al acto de poner el número ω otras posiciones
de la unidad obtenemos, con la ayuda del primer principio de generación,
los nuevos números
ω + 1, ω + 2, . . . , ω + ν, . . . ,
y puesto que tampoco aquı́ llegamos a un número máximo, pensamos uno
nuevo, que podrı́amos llamar 2ω, el cual será el primero en seguir a todos los
números ν y ω + ν obtenidos hasta ahora; si aplicamos repetidamente a 2ω
el primer principio de generación se obtiene la continuación de los números
previos, ası́:
2ω + 1, 2ω + 2, . . . , 2ω + ν, . . . .
La función lógica que nos ha proporcionado los dos números ω y 2ω es
claramente diferente del primer principio de generación; la llamo segundo
principio de generación de los números enteros realmente existentes y la
defino más exactamente estipulando que, dada cualquier sucesión determi-
nada de números enteros realmente existentes definidos entre los cuales no
haya uno máximo, entonces, sobre la base este segundo principio, es creado
un nuevo número que es pensado como el lı́mite de los precedentes; i.e., es
definido como el primero mayor que todos ellos.
Gracias a la aplicación combinada de los dos principios de generación ob-
tenemos sucesivamente la siguiente continuación de los números que hemos
adquirido hasta ahora:
3ω 3ω + 1 + . . . + 3ω + ν
..........................
µω µω + 1 + . . . + µω + ν
..........................
Pero ni siquiera ası́ se llega al final, porque tampoco entre los números
µω + ν hay uno máximo.
El segundo principio de generación por lo tanto nos compele a introducir
un número que sea el primero que sigue a todos los µω + ν, y que podremos
llamar ω 2 ; a él le seguirán, en una sucesión determinada, los números
λω 2 + µω + ν,
y está claro que si se siguen aplicando los dos principios de generación lle-
garemos a números de la forma
ν0 ω µ + ν1 ω µ−1 + . . . + νµ−1 ω + νµ ;

23De ahora en adelante sustituiré con ω el sı́mbolo ∞, que usé en el no 2 de este ensayo,
porque ∞ ya es empleado de varios modos, para indicar infinitos indeterminados.
29

pero en este punto el segundo principio de generación nos impelerá a poner


un nuevo número que será el primero mayor de todos estos, y para el cual
será adecuada la escritura
ωω .
Como se ve, la construcción de nuevos números no tiene fin; si se aplican
ambos principios de generación se siguen obteniendo números y sucesiones
numéricas que se suceden de manera plenamente determinada.
Nace ası́, inicialmente, la impresión de que construyendo de este modo
nuevos números enteros infinitos determinados nos perdamos en lo ilimitado,
sin estar en la posición de dar a este proceso sin fin una conclusión provisional
definida de la cual recabar una limitación semejante a la que, en un cierto
sentido, estaba ya presente de hecho para la antigua clase numérica (I); allı́ se
hacı́a uso sólo del primer principio de generación, por el cual era imposible
dejar la sucesión (I). A la vez que el segundo principio de generación tiene no
sólo la tarea de llevarnos más allá del anterior dominio numérico, demuestra
ser también un instrumento que, unido al primer principio, da la capacidad
de franquear cualquier barrera en la construcción de los números enteros
realmente existentes.
Observamos sin embargo que todos los números obtenidos hasta ahora y
sus sucesores inmediatos satisfacen una cierta condición que, si se impone
como una exigencia a todos los números todavı́a por formar, entonces se nos
presenta como un nuevo tercer principio, que ayuda a los otros dos y al
que llamo principio de restricción o limitación. Demostraré, incluso que por
la acción de este principio, la segunda clase numérica (II) definida por su
medio no sólo tiene una potencia superior a la de (I), sino precisamente la
inmediatamente superior, i.e., la segunda potencia.
El requisito en cuestión, que cada uno de los números infinitos α definidos
hasta ahora cumple, es, como uno puede convencerse inmediatamente, que
el conjunto de los números que preceden a α en la sucesión numérica tenga
la potencia de la primera clase numérica (I). Si por ejemplo tomamos el
número ω ω , entonces los números que le preceden están todos contenidos en
la fórmula
ν0 ω µ + ν1 ω µ−1 + . . . + νµ−1 ω + νµ ,
donde µ, ν0 , ν1 , . . . , νµ , toman cualquier valor numérico entero finito, in-
cluido cero, pero excluyendo la identidad ν0 = ν1 = . . . = νµ = 0.
Como es bien sabido, este conjunto puede ser puesto bajo la forma de una
sucesión simplemente infinita y tiene por consiguiente tiene la potencia de
(I).
Además, puesto que cualquier sucesión de conjuntos tal que ambos los
conjuntos y la sucesión misma sean de la primera potencia siempre da un
conjunto que tiene la potencia de (I), está claro que avanzando en nues-
tra sucesión numérica continuamos realmente obteniendo, paso a paso, sólo
números de este tipo, que realmente satisfacen nuestro requisito.
En consecuencia definimos la segunda clase numérica (II) como la clase
de todos los números α construibles con la ayuda de los dos principios de
generación, que crecen según una sucesión determinada
ω, ω + 1, . . . , ν0 ω µ + ν1 ω µ−1 + . . . + νµ−1 ω + νµ , . . . , ω ω , . . . , α, . . .
30

y sujetos a la condición de que todos los números que preceden a α, desde 1


en adelante, formen un conjunto que tenga la potencia de la clase numérica
(I).

§12.

Ahora el primer teorema que debemos demostrar es que la nueva clase


numérica (II) tiene una potencia que es diferente de la de la primera clase
numérica (I).
Este teorema se sigue de la siguiente proposición:
“Si α1 , α2 , . . . , αν , . . . es cualquier conjunto de números distintos de la
segunda clase numérica que tiene la primera potencia (por lo cual estamos
autorizados a tomarlo bajo la forma de una sucesión simple (αν )), entonces o
uno de tales números, digamos γ, es mayor que todos los demás, o en el caso
contrario hay un número bien determinado β de la segunda clase numérica
(II) que no ocurre entre los αν y es mayor que todos ellos mientras que
cualquier número β 0 < β es superado en magnitud por ciertos números de
la sucesión (αν ); el número γ o, respectivamente, β puede ser legı́timamente
llamado el “lı́mite superior” del conjunto (αν )”.
La demostración de esta proposición es la siguiente: sea αχ2 el primer
número de la sucesión (αν ) mayor que α1 , αχ3 el primero mayor que αχ2 y
ası́ sucesivamente.
Tendremos entonces que
1 < χ2 < χ3 < χ4 < . . .
α1 < αχ2 < αχ3 < αχ4 < . . .
y
αν < αχλ
cada vez que
ν < χλ .
Ahora, puede suceder que todos los números que siguen a un cierto αχρ
en la sucesión (αν ) sean menores que él; entonces αχρ es, claramente, el más
grande de todos los αν , y tenemos que αχρ = γ. En caso contrario tomemos
el conjunto de todos los números enteros, de 1 en adelante, menores que
α1 , adjuntémosle primero el conjunto de todos los números enteros ≥ α1 y
< αχ2 , luego el conjunto de todos los números ≥ αχ2 y < αχ3 y ası́ sucesiva-
mente; obtenemos de ese modo una parte bien determinada, compuesta de
números sucesivos, de nuestras dos primeras clases numéricas. Tal conjun-
to de números es claramente de la primera potencia24, para el cual existe,
basándose en la definición de (II), un número bien determinado β de la clase
(II) que es el primero mayor de todos los precedentes. Valdrá por lo tanto
que β > αχλ y por ello también que β > αν , porque podemos siempre tomar
un χλ tan grande que supere a un ν preasignado, y en tal caso es αν < αχλ .
Por otra parte, se ve fácilmente que cada número β 0 < β es superado
en magnitud por algunos αχλ , y con esto el teorema queda demostrado en
todas sus partes. Se sigue que la totalidad de los números de la clase (II) no
24La unión de una familia numerable de conjuntos numerables es numerable
31

tiene la potencia de (I), porque en caso contrario podrı́amos pensar la clase


(II) entera bajo la forma de una sucesión simple
α1 , α2 , . . . , αν , . . . ,
y, por la proposición acabada de demostrar, o tendrı́a un elemento máximo
γ, o serı́a superada, en lo que respecta a la magnitud de todos sus miembros
αν , por un cierto número β de (II); en el primer caso el número γ + 1,
perteneciente a la clase (II), no ocurrirı́a en la sucesión (αν ), en el segundo
caso el número β, por una parte pertenecerı́a a la clase (II) y por otra parte
no ocurrirı́a en en la sucesión (αν ); que, por la identidad presupuesta de
los conjuntos (II) y (αν ), es una contradicción; por consiguiente la clase
numérica (II) tiene una potencia diferente de la de la clase numérica (I).
El hecho de que de entre las dos potencias de las clases numéricas (I) y
(II) la segunda sea realmente la sucesora inmediata de la primera, i.e., que
no existan otras potencias intermedias entre estas dos, se deduce con certeza
de una proposición que enunciaré y demostraré en breve.
No obstante, si echamos una ojeada hacia atrás y recordamos los medios
que han conducido no sólo a extender el concepto de número entero real-
mente existente sino también a un nuevo conjunto bien definido con una
potencia diferente de la primera, vemos que hubo tres momentos lógicos,
distintos entre sı́, y que en esto han tenido una función: los dos principios
de generación anteriores, y además de ésos un principio de limitación o
restricción que impone emprender, con el auxilio de uno de los otros dos
principios, la creación de un nuevo número entero sólo cuando la totalidad
de los números previos tiene, tomada en toda su extensión, la potencia de
una clase numérica definida ya dada. Por esta vı́a, y guardando estos tres
principios, se pueden obtener con la máxima seguridad y evidencia clase
numéricas siempre nuevas, y con ellas todas las diferentes, sucesivas, poten-
cias ascendentes que presentes en la naturaleza corpórea y espiritual; y los
nuevos números ası́ obtenidos siempre tendrán, en todo y por todo, la misma
determinación concreta y realidad objetiva que los anteriores. No sabrı́a, por
lo tanto, por qué deberı́amos abstenernos de esta obra de construcción de
números nuevos, una vez está claro que es deseable e incluso indispensable
para el progreso de la ciencia tomar en consideración una de estas nuevas
clases numéricas, de entre las innumerables clases numéricas25.

El trabajo Fundamentos de una teorı́a general de las multiplicidades: Una


investigación matemático-filosófica en la teorı́a del infinito es el primero de
Cantor sobre la teorı́a general de conjuntos, los anteriores tenı́an que ver
con conjuntos numéricos.
Con anterioridad al trabajo mencionado Cantor estableció lo siguiente
1. En el año 1874 una demostración de que el conjunto de los números
reales no es infinito numerable.
2. En el año 1878 una definición de la equipotencia de dos conjuntos.
3. En el año 1878 una demostración de que el conjunto de los números
reales es equipotente al conjunto de los puntos del espacio euclı́deo
n-dimensional, para n ≥ 2.
25Los tres principios de Cantor no son suficientes para formar la ω-ésima clase numérica.
32

De ello se deduce que hasta antes de 1883 Cantor disponı́a de al menos


dos números cardinales infinitos, el de los números naturales y el de los
números reales. Además, Cantor carecı́a de los medios para obtener otros
cardinales infinitos. Por otra parte, al establecer en el año 1878 la hipótesis
del continuo, i.e., que no hay ningún subconjunto infinito del conjunto de
los números reales cuya cardinalidad esté estrictamente comprendida entre
la de los números naturales y la de los reales, se puede concluir que, hasta
antes del año 1883, Cantor disponı́a de únicamente dos cardinales infinitos.
Cantor, a diferencia, e.g., de Bolzano, supo distinguir entre las propieda-
des de los constructos, i.e., los objetos matemáticos formados por un con-
junto junto con una estructura sobre tal conjunto, y las propiedades de los
conjuntos (despojados de toda estructura). Por ejemplo, los intervalos ]0, 1[
y ]0, 2[, considerados como objetos geométricos, tienen magnitudes distintas
(y a ellos les es aplicable el principio de que el todo es mayor que la parte),
pero, en tanto que conjuntos, tienen el mismo cardinal (y a ellos no les es
aplicable el mismo principio).
En el año 1882 la concepción que tenı́a Cantor del concepto de conjunto
era la siguiente:
Llamo a una variedad (un agregado, un conjunto) de ele-
mentos, que pertenecen a cualquier esfera conceptual, bien–
definida, si sobre la base de su definición y como consecuen-
cia del principio lógico del tercio excluso, debe ser reconocido
que está internamente determinado cuándo un objeto arbi-
trario de esta esfera conceptual pertenece a la variedad o no,
y también, cuándo dos objetos en el conjunto, a pesar de las
diferencias formales en la manera en la que están dados, son
iguales o no. En general las diferencias relevantes no pue-
den ser hechas en la práctica con certeza y exactitud por
las capacidades o métodos actualmente disponibles. Pero eso
carece de cualquier importancia. Lo único importante es la
determinación interna a partir de la cual en casos concretos,
donde ello es exigido, una determinación actual (externa) ha
de ser desarrollada por medio de un perfeccionamiento de los
recursos.
Como dice Tait, la última parte de la cita anterior es interesante por-
que refleja la tensión creciente en las matemáticas acerca del papel de las
propiedades que son “indecidibles”, i.e., para las que no tenemos ningún
algoritmo para decidir de cualquier objeto de la esfera conceptual, si tiene o
no la propiedad. Cantor está diciendo que la existencia de tal algoritmo es
innecesaria en orden a que la propiedad defina un conjunto.
En el otro extremo de la escala ideológica estaba Kronecker que sostenı́a,
por una parte, que la ley del tercio excluso no debı́a de ser asumida (en
toda su generalidad) y, por otra parte, que sólo debı́an ser introducidos en
las matemáticas aquellos objetos que pueden ser finitamente representados
y sólo aquellos conceptos para los que tenemos un algoritmo para decidir si
tales conceptos se cumplen o no para para un objeto dado.

§1.
33

Comentario.

§2.
Un conjunto bien ordenado es un conjunto bien definido en el que los
elementos están ligados entre sı́ mediante una sucesión determinada dada
tal que (i) hay un primer elemento del conjunto; (ii) cualquier elemento
singular (a condición de que no sea el último de la sucesión) es seguido
por otro elemento determinado; y (iii) para cualquier conjunto de elementos
finito o infinito que se sesee existe un elemento determinado que es su sucesor
inmediato en la sucesión (salvo que no exista absolutamente nada en la
sucesión que los siga a todos ellos).
Comentario. Vamos a demostrar que el concepto de conjunto bien orde-
nado que usamos actualmente es equivalente al de Cantor. Para ello comen-
zamos recordando la primera acepción del término mencionado.
Definición 1. Un conjunto bien ordenado es un par A = (A, <) en el que
A es un conjunto y < una relación binaria sobre A que cumple las siguientes
condiciones
1. < es irreflexiva, i.e., para cada a ∈ A, a ≮ a.
2. < es transitiva, i.e., para cada a, b, c ∈ A, si a < b y b < c, entonces
a < c.
3. Para cada subconjunto no vacı́o X de A existe un a ∈ X tal que, para
cada x ∈ X, a < x o a = x.
Obsérvese que entonces A = (A, <) es un conjunto linealmente ordenado,
i.e., que < es irreflexiva, transitiva, y que, para cada x, y ∈ A, si x 6= y,
entonces x < y o y < x.
Continuamos reformulando la anterior definición de Cantor como
Definición 2. Un conjunto bien ordenado es un par A = (A, <) en el que
A es un conjunto y < una relación binaria sobre A que cumple las siguientes
condiciones
1. < es transitiva, i.e., para cada a, b, c ∈ A, si a < b y b < c, entonces
a < c.
2. Para cada a, b ∈ A, o bien a = b, o bien a < b, o bien b < a (Principio
de la tricotomı́a).
3. Hay un m ∈ A tal que, para cada a ∈ A, m < a o m = a.
4. Para cada a ∈ A, si ↑ a = { x ∈ A | a < x } 6= ∅, entonces existe un
b ∈ A tal que a < b y ]a, b[= ∅. Al único elemento b con tal propiedad
lo denotamos por a+ y lo denominamos el sucesor inmediato de a.
5. Para cada X ⊆ A, si X 6= ∅ y ↑ X = { a ∈ A | X < a } 6= ∅
(significando “X < a” que, para cada x ∈ X, x < a) entonces existe
un b ∈ A tal que X < b y ]X, b[= { c ∈ A | X < c < b } = ∅.
Observemos que la transitividad junto con el Principio de la tricotomı́a
equivalen a decir que A = (A, <) es un conjunto linealmente ordenado. Por
otra parte, la cuarta condición es un caso particular de la quinta, conside-
rando, para un a ∈ A que cumpla la condición ↑ a = { x ∈ A | a < x } 6= ∅,
el subconjunto {a} de A.
34

Es evidente que si A = (A, <) es un conjunto bien ordenado no vacı́o en


el primer sentido, entonces es un conjunto bien ordenado en el sentido de
Cantor.
Para demostrar la recı́proca, i.e., que un conjunto bien ordenado en el
sentido de Cantor lo es en el primer sentido, la estrategia a seguir consiste
en suponer que existe un subconjunto no vacı́o X de A tal que, para cada
x ∈ X, existe un y ∈ X tal que y < x, para entonces tratar de demostrar
que no hay un m ∈ A tal que, para cada a ∈ A, m < a o m = a, o que hay
un subconjunto Z ⊆ A tal que Z 6= ∅ y ↑ Z = { a ∈ A | Z < a } 6= ∅, pero
que no existe un y ∈ A tal que Z < y y ]Z, y[= ∅.
Sea pues X un subconjunto no vacı́o de A sin mı́nimo, i.e., tal que, para
cada x ∈ X, existe un y ∈ X tal que y < x. Consideremos el subconjunto
↓ X = { a ∈ A | a < X } de A.
Si ↓ X = ∅, i.e., si, para cada a ∈ A, existe un x ∈ X tal que x ≤ a,
entonces, por la hipótesis sobre X, para cada a ∈ A, existe un y ∈ X tal
que y < a, luego A no tiene un primer elemento.
Si ↓ X 6= ∅, entonces ↑ (↓ X) 6= ∅, porque X ⊆↑ (↓ X) y X 6= ∅. Ahora
verificamos que no existe un y ∈ A tal que ↓ X < y y ] ↓ X, y[= ∅, i.e., que,
para cada y ∈ A, si ↓ X < y, entonces ] ↓ X, y[6= ∅.
Sea y ∈ A tal que ↓ X < y, i.e., tal que, para cada a ∈ A, si a tiene la
propiedad de que, para cada x ∈ X, a < x, entonces a < y. Se cumple que,
o bien y precede estrictamente a todos los elementos de X, o bien algún
elemento de X precede estrictamente o coincide con y.
Ahora bien, lo primero no puede ocurrir, ya que si, para cada x ∈ X,
y < x, entonces y ∈↓ X e y, por cumplir que ↓ X < y, serı́a tal que y < y,
contradicción.
Por consiguiente debe ocurrir necesariamente lo segundo, i.e., que existe
un x ∈ X tal que x ≤ y. Luego hay un t ∈ X tal que t < x, de donde t < y,
y puesto que para t se cumple que ↓ X < t, porque t ∈ X ⊆↑ (↓ X), tenemos
que ] ↓ X, y[6= ∅.

Referencias
[1] J. G. Hocking and G.S. Young, Topology, Dover, 1988.

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