Está en la página 1de 9

DESCARTES Y LA DUDA

LA DUDA METÓDICA

Para Descartes, la tarea de la filosofía consiste, sobre todo, en descubrir la verdad. Y esa
verdad consiste en algo, una proposición que sea indudable y absolutamente evidente. De este
modo, hace de la duda su método, la duda metódica mediante la cual irá despejando dudas
sobre el conocimiento, hasta hallar aquello sobre lo que no sea posible dudar. El propósito es
dudar de todo aquello que no sea absolutamente evidente. Se trata de barrer todo lo que no
sea seguro, hacer limpieza y poder reconstruir un nuevo edificio sobre los escombros del
anterior, sobre bases más firmes y sólidas, dado que ha puesto a prueba su resistencia a la
duda.

Así, el punto de partida consiste en sospechar de la verdad de todo cuanto se presente como
información sobre el mundo, para deshacerse así de las creencias infundadas, pero para ir
también más allá con la intención de no dejar nada en pié hasta alcanzar alguna idea clara y
evidente por sí misma. Como él mismo cuenta, estudia en los libros antiguos y clásicos, busca
dentro de los que forma parte del amasijo cultural de su época algún vestigio de evidencia,
alguna verdad en la que apoyarse, pero no halla nada que pueda sustentarse por sí mismo.

A pesar de entrar así en la corriente del escepticismo habitual en su época (Montaigne, La


Motte le Vayeur), no cabe decir de Descartes que pueda ser considerado un escéptico en toda
regla, precisamente porque su escepticismo sólo es una vía de acceso a la verdad, a la cual
nunca renuncia.
La duda es método, se constituye como un paso previo para lograr el conocimiento y un
perfecto método para evitar errores y prejuicios. Para ello, el método de la duda se constituye
como un escepticismo radical, la duda hasta el límite de lo posible, comenzando por todo lo
que forma parte de las creencias habituales, excluyendo del campo de la verdad aquello que
ofrezca el menor flanco a la duda. El criterio cartesiano de la duda metódica es precisamente
que todo aquello que albergue un resquicio de duda acabe condenado a la duda absoluta.
Primero toma casi por falso lo probable, para luego repudiarlo como absolutamente falso, para
obtener al menos la certeza de que no existe la certeza absoluta (aunque sea ésta la que
Descartes busca afanosamente). “Para seleccionar algunas manzanas buenas en un cesto
dudoso, es preciso vaciar todo el cesto”, “del mismo modo que para enderezar un bastón
torcido, le se retuerce en sentido contrario.”

Descartes propone la duda, pues, para encontrar, al final del camino, algo que sea indudable,
una verdad evidente por sí misma; sobre todo, una verdad sobre el mundo que posea la
evidencia y la claridad de las verdades matemáticas. Esta maniobra, este volcar el cesto de las
manzanas, como si todas fueran podridas, para ver si alguna puede salvarse, tiene
consecuencias de cara a la realización posterior de la filosofía cartesiana, es decir, en su fase
reconstructiva de ese mundo que ha echado por los suelos. Estas consecuencias pueden
sintetizarse de esta manera:

· Coloca los problemas del conocimiento en el centro de su reflexión sobre el mundo.

· Establece que las cuestiones epistemológicas no son homologables a la psicológicas (en


tanto que puedo dudar de mis propias proposiciones mentales).
· Separa las creencias filosóficas de las ordinarias, poniendo en duda la vigencia de
elementos que pueden entrometerse en el desarrollo lógico del pensamiento (crítica similar
contra los prejuicios o ídolos en Bacon). En este sentido se entiende la desconfianza cartesiana
hacia los principios de la filosofía tradicional, pero no desea dedicarse a demostrar que todas
sus antiguas opiniones son falsas (tarea ingente), sino que opta por la vía rápida de
considerarlas falsas mediante una duda generalizada justificada en la propia crisis de la
filosofía tradicional vigente en su época.

En este sentido, la duda es un método que nos libra “de toda suerte de prejuicios y nos
prepara un camino muy fácil para acostumbrar nuestro espíritu a desligarse de los sentidos;
por último, es causa de que no sea posible que luego dudemos nunca de las cosas que
descubramos que son verdaderas” (Meditaciones, Resumen). Descartes duda para luego
obtener un conocimiento cierto; es un cortar por lo sano para hallar los límites de la verdad,
buscando lo que puede no ser verdad.

Los grados de la duda metódica

La duda metódica es un proceso que avanza en profundidad, alcanzando diferentes niveles o


grados de profundidad en el cuestionamiento de las ideas que tenemos sobre el mundo. Desde
lo superficial a lo más profundo (aquello que compromete profundamente nuestra seguridad
sobre nuestras ideas acerca del mundo), hemos de considerar los siguientes niveles:

· Nivel 1. Duda sobre los datos de los sentidos en el terreno puramente psicológico
(percepción): puedo dudar de la forma en que se me presenta un objeto, visto de lejos, por
ejemplo. Descartes se refiere, pues, a la debilidad de los sentidos para proporcionarnos
información veraz sobre el mundo. La desconfianza hacia los sentidos, en este nivel, ya señala
diferencias respecto de la filosofía empirista (este nivel se desarrolla en Meditaciones I).

· Nivel 2. Duda sobre los datos de los sentidos en el ámbito ontológico, o sea, sobre la
correspondencia entre lo psicológico y lo pretendidamente real. Es la duda sobre el sentido de
la realidad, a través del argumento del sueño (Meditaciones I). El argumento del sueño puede
exponerse de esta manera: aquello que yo creo que es el mundo, podría ser sólo un sueño;
todo aquello que entra por mis sentidos también puede reproducirse sin mis sentidos, en mis
sueños, por lo que todo podría ser un sueño de mi mente, un estado mental mío del que no
puedo salir porque no puedo encontrar la puerta; yo podría estar encerrado en mi propio
sueño, y el mundo que yo creo externo es en realidad interno, un estado mental mío, un
contenido de mi conciencia. Mi propio cuerpo podría no existir y ser también un estado de mi
conciencia; siento hambre y sed, pero sólo son sensaciones de mi mente. Entonces, si el
mundo podría estar dentro de mi mente, ¿sólo queda mi mente? (solipsismo).

· Nivel 3. Duda sobre la evidencia racional y sobre las proposiciones lógicas. Es la duda sobre
la fiabilidad racional y argumentativa; Descartes plantea aquí la posibilidad de un defecto
estructural de nuestra cognición. Incluye el argumento del genio maligno (Meditaciones I). Mi
mente puede hacer reflexiones que parecen indudables: un razonamiento deductivo, una
operación matemática, un análisis geométrico. Como estos razonamientos no se refieren al
mundo, me es igual hacerlos despierto que dormido: aunque esté soñando, 2+2=4 siempre. En
realidad, dice Descartes, no puedo estar seguro; si un genio maligno me engañase cada vez
que creo estar en lo cierto, mi capacidad de operar racionalmente no sería fiable. Creo estar
en lo cierto, pero tal certeza no deja de ser una sensación o sentimiento que tengo, y por ello
es falible. Hay discusiones acerca de la importancia del argumento del genio en la formulación
de este tercer nivel de la duda cartesiana. La duda sobre las evidencias racionales no se reduce
a este argumento, sino que se basa en la consideración de la razón humana como falible y
contingente, en la sospecha de que la falibilidad sea constitutiva de lo humano (hay
referencias en Meditaciones II).

La duda sobre los sentidos. Proposiciones mentales

Como buen racionalista, Descartes se esfuerza por no entrar en comercio con los sentidos,
engañoso ámbito que nos suele tender numerosas trampas. Al comenzar aquí su proceso de
duda metódica, Descartes toma una posición clara y determinante en lo que será su sistema
filosófico: si niega su confianza a la información sensorial, a lo empírico, el desarrollo de su
filosofía positiva estará condicionado por ello, y acabará obligado a separarse radicalmente del
camino metodológico de la nueva ciencia que el pretende fundamentar, cuyos trazos acabarán
siendo marcados más bien por Bacon, Galileo y Newton.

De una proposición mental como “veo un árbol” no puedo dudar; puedo dudar de que esa
información que me llega sea veraz (“si me acerco, descubro que me he confundido, y no era
un árbol sino tres”) (nivel 1); pero también puedo dudar de que haya una correspondencia
entre el árbol que yo veo y la realidad de un mundo exterior objetivo, es decir, que las
proposiciones mentales sean solo respuesta a estados mentales (subjetivismo) sin que pueda
justificarse una conexión con un posible mundo objetivo (nivel 2).

En el primer nivel tenemos la duda cartesiana sobre la capacidad operativa de los sentidos,
esto es, la posibilidad de llevar al error por inoperancia. Puedo equivocarme al mirar un objeto
e identificarlo erróneamente. Este asunto se soluciona en el empirismo de Bacon mediante un
adecuado control de la experimentación, ya que el empirismo también es consciente de la
posibilidad de errores de percepción. Pero la desconfianza de Descares hacia la percepción es
mucho mayor, y elude pararse en este estadio.

Según Descartes, de la experiencia no es posible obtener evidencia alguna; la torre que, desde
lejos nos pareció redonda, al acercarnos a ella resulta ser cuadrada. Los sentidos no son
infalibles hasta el punto de engañarnos en nuestras consideraciones sobre el mundo. El control
de la experimentación, y otros mecanismos de verificación, por precisos que sean, no nos
proporcionan evidencias, ni sirven como criterios de verdad.

Este es un punto de partida basado en las propias convicciones de Descartes: el conocimiento


humano no puede proceder de los sentidos, sino de la razón. Los empiristas son incapaces de
considerar nada sin antes imaginarlo, mientras que todo aquello que es inimaginable (sin
correspondencia con algún dato de los sentidos) es para ello ininteligible. Pero Descartes
opone la fuerza de los conceptos racionales, genuinamente inteligibles.

La hipótesis de la locura
Antes de pasar de la duda de los sentido a la hipótesis del sueño, hay un breve fragmento en
las Meditaciones que ha dado lugar a una aguda polémica entre Foucault y Derrida, y ha
abierto diversos interrogantes sobre el sentido del texto dentro del proceso de la duda
metódica. Es, por tanto, un texto polémico dentro de un tema polémico (para un desarrollo en
detalle de esta cuestión, véase este enlace).

Descartes acaba de considerar la posibilidad del engaño de los sentidos a causa de su


debilidad, es decir, que la duda se mueve hasta ahora en un nivel psicológico, sensorial: basta
acercarse al objeto que parece una cosa para comprobar si lo es o no; parece que estas
medidas correctoras permitirán verificar una percepción no siempre no siempre eficaz. Pero a
partir de aquí se dispone a poner en duda los contenidos de los sentidos en el plano
ontológico, es decir, si la información sensorial se corresponde de alguna manera con un
mundo exterior, esto es, que desde el plano psicológico, meramente subjetivo, podemos
alcanzar con seguridad un conocimiento objetivo de un mundo material situado fuera de
nosotros, sujetos perceptores.

Es en este punto donde se sitúa tan polémico pasaje, como preliminar del argumento del
sueño y sin duda con algunos paralelismo con éste (Meditaciones I). En este pasaje se sitúa la
hipótesis de la posibilidad de la locura del sujeto pensante. Se la nombra para después
excluirla (sostiene Foucault), cuando bien podría haber servido de base para una
profundización de la duda metódica por ese camino, dado que después Descartes recupera la
locura como componente de la tesis del genio maligno (sostiene Derrida).

Al menos en la letra, Descartes menciona la posibilidad de la locura pero la descarta: los locos
creen tener el cuerpo de vidrio, o incluso no tener cuerpo (es decir, no sólo duda de los
sentidos, sino incluso un primer paso hacia la duda sobre la correspondencia entre los datos de
los sentido y una realidad exterior objetiva), pero “no menos extravagante fuera yo si me
rigiera por sus ejemplos” (Meditaciones I), de donde pasará directamente a la tesis del sueño,
aunque un poco más adelante vuelve a plantear la extravagancia de la imaginación como causa
principal de la extravagancia de algunos de nuestro sueños, lo que equivale a cierto
paralelismo entre locura y sueño, a efectos de duda.

La cuestión es si la hipótesis de la locura es un momento más de la duda metódica, un


momento no acabado de pulir que debe ser recuperado en la tesis del genio maligno, aunque
Descartes nunca explicite tal recuperación en ningún momento más del proceso. La letra
parece dar la razón a Foucault, pero la interpretación de Derrida sugiere todo lo contrario.
Ante estas dos versiones del texto cartesiano podemos pensar que, o bien el texto cojea
porque Descartes no clarifica su posición, y usa los términos antes citados como recurso
explicativo (poco afortunado) _y es la idea de Derrida_, o bien Descartes tiene razones para
excluir la posibilidad de la locura como parte del la duda del cogito _es lo que sostiene
Foucault.

Parece indudable que hay una relación entre la cordura y el hecho de plantearse la posibilidad
de la locura. A un loco se le reconoce por el hecho sintomático de no ser totalmente
consciente de su propio estado mental. De este modo, puede que Descartes haya descartado
su propia locura por el mero hecho de habérsela planteado como posible, de haberse
planteado a sí mismo la posibilidad de perder el buen juicio (al contrario que Don Quijote) El
loco no duda de su juicio, y sitúa sus desvaríos en la realidad misma; Descartes está
desplegando numerosas posibilidades de cuestionar el funcionamiento de los mecanismos de
conexión entre el sujeto y el mundo. Parece admitir, pues, que el acto de la duda sea en sí
mismo un acto de afirmación de la cordura suficiente y necesaria para seguir avanzando por
ese camino. Y por eso se permite pasar directamente al argumento del sueño, que como
hipótesis es mucho más potente que la locura (aunque Foucault y Derrida también discrepan
en este sentido).

La duda sobre la correspondencia de los sentidos con lo real. Argumento del sueño

El argumento del sueño es la más alta expresión de la duda sobre el mundo sensorial, dado
que pone en cuestión el rango ontológico de la experiencia. La duda de los sentidos es, desde
luego, un ataque contra la línea empirista de la nueva ciencia que está fraguándose en estos
momentos sobre la base de presupuestos metafísicos diferentes. La duda de los sentidos
conduce a invalidar todas las proposiciones empíricas y experimentales, nos conduce incluso a
la duda sobre la existencia de nuestro propio cuerpo y del mundo exterior en su totalidad.
Toda la información de los sentidos se reduce a proposiciones mentales, a estados de la
mente: “veo una manzana”, “siento su sabor dulce”. A partir de este estadio del proceso de
duda, Descartes se sitúa en lo que se puede llamar solipsismo provisional, punto de partida de
su reflexión no escéptica, de su reflexión constructiva.

El argumento se desarrolla en este sentido: cuando soñamos no sentimos duda alguna sobre la
verdad de lo que soñamos, es decir, sobre lo que en ese estado constituyen los datos de los
sentidos, lo que percibimos. Todo ello nos parece real en el momento del sueño. Y cuando
despertamos, entendemos que lo que antes creíamos real, no lo es. Y estamos seguros de que
estamos despiertos, y de que los datos de los sentidos ahora sí se corresponden con la
realidad. Pensamos que no soñamos pero, ¿cómo podemos estar realmente seguros de haber
despertado de un sueño? La experiencia de los demás, que nos puede inducir a pensar que
estamos despiertos, no es garantía, pues podría formar parte del mismo sueño, y lo mismo
ocurre si nos pellizcamos. Todas nuestras sensaciones son siempre tan reales tanto en la vigilia
como en el sueño, de modo que, concluye Descartes, no hay indicios ciertos para distinguir el
uno de la otra (Meditaciones I).

Descartes se encuentra, a estas alturas, sólo en el mundo, encerrado en su mente, puesto que
todo lo que percibe ocurre en su mente (de ese estadio no pasará Berkeley, idealismo
subjetivista, esse est percipi). Ahora que ya no puede confiar en una correspondencia entre los
estados mentales y un mundo exterior, el problema de la separación de sustancias ya esta en
marcha, porque toda la información de los sentidos se produce en la mente. El alcance de la
reflexión escéptica de Descartes en torno a la falibilidad de los sentidos se sustenta en la
convicción cartesiana de que la información de los sentidos ha sido fundamental en la
concepción tradicional del conocimiento (Meditaciones I). Más claramente: el conocimiento se
asienta sobre la convicción humana (tendencia a admitir sin más duda, como una verdad
evidente) de que hay una correspondencia entre los datos de los sentidos (subjetivos) y la
realidad de un mundo supuestamente exterior a nuestra mente (objetivo). Descartes abre la
posibilidad de que semejante convicción, semejante confianza, sea una quimera. Esta
convicción responde a una tendencia de la naturaleza humana, que privilegia la percepción
como fuente de verdades.

La base de la duda cartesiana sobre los datos de los sentidos es psicológica, esto es, es una
duda sobre la potencia ontológica de las proposiciones psicológicas, en tanto que las primeras
no pueden deducirse de las segundas. Un determinado estado mental no justifica que haya
una conexión con un supuesto mundo externo a mi mente.
Para Descartes, de las proposiciones mentales no se puede dudar en sentido psicológico:

· “Veo un árbol”

· “Me encuentro mal”

· “Creo que Isabel me ama”

Son proposiciones que constituyen verdades psicológicas, siempre que el sujeto exprese sus
estados mentales con sinceridad. Sobre estas proposiciones de orden mental, Descartes no
puede aplicar la duda radical, no se puede dudar de que se ve, se siente, se cree, etc., alguna
cosa, pues todas estas proposiciones no salen del marco mental en el que nos movemos. Pero,
a la vez, las proposiciones mentales ponen en cuestión la correspondencia entre lo psicológico
y lo supuestamente real. Siempre cabe la posibilidad de que la información sensorial sea un
contenido mental subjetivo, sin referencia alguna a lo externo. Lo que creemos real, material y
objetivo, puede ser un puro contenido mental, que lo objetivo sea subjetivo y que la tendencia
del sentido común se halle totalmente equivocada.

La duda de los sentidos se extiende sobre esas proposiciones si su sentido va más allá del
psicológico para alcanzar el ontológico, es decir, cuando de la proposición “veo un árbol” se
infiere pretendidamente que “ahí hay un árbol”. Estas proposiciones no son deducibles de las
primeras porque, aunque ambas se relacionan, están situadas en planos diferentes. No hay
ninguna razón para pensar en la realidad externa del mundo, podemos dudar justificadamente
de su existencia.
Hay que considerar que el argumento del sueño tiene un alcance máximo en la posibilidad de
duda sobre la información de los sentidos: desde el momento en que admito que toda
percepción puede constituir un sueño, me veo obligado no sólo a dejar de afirmar que lo que
se halla ante mí es verdadero fuego sin o también a dejar de afirmar
que verdadero y fuego son nociones compatibles, esto es, que esas síntesis perceptivas que
creemos reales pueden ser perfectas quimeras de nuestra imaginación.

El argumento del sueño fue muy discutido desde el primer momento en que se difundió, pero
nunca con éxito; solamente el sentido común nos hace pensar en su falsedad, pero el sentido
común no puede contra todo el peso de la lógica, que muestra a la vez la fuerza y la debilidad
de la razón humana. Es evidente que el mundo existe, pero la razón, por sí sola no puede
probarlo. Por eso el argumento del sueño constituye uno de los callejones sin salida de la duda
metódica. Y por eso Descartes necesitará a Dios para salir de él.

Al final de las Meditaciones, cuando ya ha establecido a Dios como garantía de certeza, de que
hay un mundo exterior a mí que funciona con independencia de mi mente, cae en la cuenta de
un argumento que puede oponerse al del sueño: los sueños no tienen la misma continuidad
que la memoria de los sucesos acaecidos durante la vigilia (Med. VI, pág. 182). Es lo mismo que
le ocurre al gato de Russell en Los problemas de la filosofía.

El argumento del sueño posee antecedentes filosóficos, no es original de Descartes, sino que
pertenece a la tradición escéptica. No hay más que advertir que en la época de Descartes
triunfaba en el teatro barroco La vida es sueño, Calderón de la Barca, publicada en 1635, dos
años antes que el Discurso. Pero la idea puede remontarse incluso más atrás, al Teeteto de
Platón: “ni siquiera en sueños, decía Sócrates al matemático Teeteto, no osarás afirmar que el
par es impar”, manifestando que al argumento aún se le resisten las proposiciones
matemáticas (Platón, Teeteto 158c y 190bc).

La duda sobre la razón. Argumento del genio maligno

Antecedentes. La cuestión del genio maligno puede tener origen en una polémica escolástica
en torno al conocido dogma sobre la omnipotencia divina y el supuesto de que Dios no tiene
que ser fiel a sus propias leyes y puede cambiarlas conforme a sus deseos, incluso en lo que se
refiere a las leyes dictadas a los hombres (las famosas Tablas entregadas a Moisés).

Esta aporía dio lugar a tres tipos de respuestas:

· Tomás de Aquino, que trata de confundir la divinidad con la ley, de modo que en
definitiva, Dios no podría tocar uno solo de sus mandamientos sin modificarse a sí mismo, cosa
que no podría hacer puesto que ya es perfecto.

· Duns Escoto considera que esto sólo es cierto para el cado de las leyes de la primera
tabla, mientras que las de la segunda (no matar, fornicar o hurtar) podrían ser cambiadas.

· Guillermo de Ockham excluye a Dios de casi toda sujeción a la ley, excepto en que no
puede odiarse a sí mismo, pues tal cosa implicaría su autodestrucción. En consecuencia, el Dios
de Ockham posee una infinita potencia arbitraria, como el dios engañador o genio maligno que
presenta Descartes, frente a las limitaciones (¿imperfecciones?) que posee el Dios verdadero
(todopoderoso, pero incapaz de engañarme).

En el punto en que se halla Descartes al desarrollar la duda metódica sobre las apariencias y la
base empírica del conocimientos, todavía quedan fuera del alcance de la duda aquellas
proposiciones que no son fruto de la experiencia, sino de origen racional. Ya se ha visto que las
proposiciones referentes a estados mentales quedan fuera de la duda, aunque carecen de
fuerza ontológica por sí, faltas de un referente más allá de lo mental. “Veo un árbol” es cierto
en tanto que describe lo que sucede en mi percepción, en mi mente. Hace falta, por ello,
incidir en la duda dentro de este terreno de las proposiciones no experienciales.

La certeza racional. En el terreno de los estados mentales, Descartes afirma que hay algunas
proposiciones simples y universales que aún no ha tenido en cuenta: la extensión de la
materia, la magnitud de los cuerpos, todo aquello que depende de la matemática y la
geometría, aunque no de la observación. Y constata que estas ciencias contienen algo cierto e
indudable en sí mismo, puesto que desarrollan proposiciones y cadenas de proposiciones
siguiendo un proceso deductivo. ¿Se puede dudar de estas ideas?

Descartes es matemático y no se le escapa que las ciencias exactas no contienen errores ni


pueden contenerlos (Meditaciones I). Pero, ¿es posible dudar razonablemente de estas
proposiciones? Los juicios matemáticos son independientes de la experiencia, son fruto de la
razón humana, son proposiciones cerradas que se explican en sí mismas y según reglas que
determinan su composición. La proposición “los triángulos tienen tres lados” es cierta aunque
no podamos referirla a un objeto del mundo de los sentidos. Se trata de una certeza racional,
que no se verifica afuera, sino dentro del ámbito de la propia razón, es la razón quien asiente
ante la verdad o la falsedad de alguna de estas proposiciones.

A todo esto, Descartes considera que, si bien la proposiciones matemáticas son semejantes a
las mentales (“Veo un árbol”), se hallan muy protegidas de la posibilidad de error porque
carecen de relación necesaria con el mundo físico, supuestamente objetivo. Si veo un triángulo
es que, efectivamente, hay en mi mente un triángulo, mi razón lo evoca de forma
independiente de toda referencia experiencia. Por eso tales proposiciones gozan del privilegio
de la certeza inmediata, “pues duerma yo o esté despierto, siempre dos y tres suman cinco, y
el cuadrado no tendrá más de cuatro lados” (Meditaciones I).

La duda sobre la razón. ¿Es posible, pues, dada la naturaleza de los juicios matemáticos, dudar
de su certeza? Descartes dice que sí, si suponemos que algo en nuestra razón puede ser
manipulado para que funcione mal. Algo de fuera, ya ha descartado la locura; pero las
consecuencias de su acción son semejantes a la posibilidad de la locura, de la falta de control
sobre el funcionamiento correcto de nuestro pensamiento. Es la tesis del genio maligno o el
dios engañador.
Descartes dice que las proposiciones matemáticas nos parecen ciertas por cuanto que la razón
las ha construido por sí sola, según una lógica ajena a la experiencia. Pero si la estructura de la
razón fuese constantemente manipulada por un supuesto genio maligno, ya no podríamos
confiar en la evidencia racional, y como Descartes ha iniciado un proceso de duda cuyo límite
está en lo posible, tal posibilidad está ahí planteada y debe asumirse, cabe la posibilidad de
que la razón no funcione debidamente por algún motivo que no podemos controlar desde
dentro de la razón. Parece poco probable que exista tal genio, pero mientras sea una
posibilidad no podemos confiar en nuestra propia razón.

Se pone en duda, pues, la correspondencia entre la razón y la evidencia que conduce a la


certeza. Es más, mi razón puede andar equivocada por la acción de ese dios que me hace
confiar también en la objetividad de mis representaciones (esa tendencia humana a relacionar
los datos de los sentidos con un supuesto mundo físico también podría ser fruto de un
engaño), además de engañarme sobre la evidencia de mis propios razonamientos lógico-
matemáticos (Meditaciones I). Se trata, pues, de un estado de duda que se puede generalizar a
todos los aspectos del pensamiento humano, lo que Derrida denomina hipérbole, un punto de
máxima tensión, en el que todo está cuestionado y todo puede pensarse.

El alcance de esta formulación es tal que va más allá de consideraciones sobre la naturaleza
sintética o analítica de la matemática, en las que Descartes no repara, y su relación con el
lenguaje humano. El alcance de la hipótesis del genio consiste, en definitiva, en la posibilidad
de que mi saber, todo mi saber evidencias matemáticas incluidas, sea incierto. Nada de cuanto
percibo, imagino o entiendo tiene carácter de absolutamente fiable, puedo dudar de todo.

Sin embargo, Descartes no parece apreciar el verdadero alcance de esta duda hiperbólica,
considerándola como mera metafísica. Pero al haber puesto en cuestión el funcionamiento de
la razón ha puesto en duda también el criterio de verdad basado en la evidencia racional. De
hecho, ha abierto sin saberlo la caja de Pandora para el pensamiento moderno.
Consecuencias de la duda metódica: ¿qué queda del mundo?

Una vez alcanzado el tercer nivel de la duda metódica, se han cubierto todos los posibles
frentes de la duda, pues el genio maligno podría engañarme también en los niveles anteriores,
respecto de los sentidos y del sentido de la realidad. Descartes ha alcanzado el máximo nivel
de escepticismo mediante el método de dudar de todo aquello que pueda presentar alguna
leve inseguridad ante su cuestionamiento. La duda metódica se detiene aquí porque ya no
queda nada más de qué dudar, salvo de la propia constatación del pensamiento, de mi
pensamiento, del ego cogito. A partir de aquí deberá iniciar el camino de superación de la
duda.

Ahora bien, afirmar que tras el proceso de duda metódica apenas queda nada es muy
arriesgado, en el momento en que Descartes lo afirma. Por esta razón añade que sus
reflexiones, tan atrevidas, carecen de pretensiones prácticas o políticas; son sólo unas
inocentes meditaciones no dirigidas a la acción sino al conocimiento (Meditaciones I).

También podría gustarte