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COLEGIO ISIDRO MOLINA

GUIA DE TRABAJO DECIMO

NOMBRE_________________________________________________

I. Tomando como punto de partida los textos trabajados hasta este punto del periodo deben
realizar los siguientes puntos.

1. Un cuadro conceptual que demuestre y, al mismo tiempo, explique los filósofos


presocráticos vistos en clase: (Tales - Anaxágoras - Anaximandro - Diógenes - Demócrito
- Leucipo - Pitágoras - Gorgias - Protágoras).
2. Según la lectura de Garcia Morente, explique la siguiente afirmación “la filosofía debe
ser una vivencia” (100 palabras máx.)
3. Realizar un cuadro comparativo, donde se pueda evidenciar el paralelo crítico dado entre
Parménides y Heráclito. El cuadro debe constar de conceptos y sus respectivas
definiciones.

II. Según el texto a continuación responder la siguiente pregunta:

1. Es posible relacionar la actitud socrática con alguna escuela helenística. Diga, de manera
clara, en que escuela y cuales razones fundamentan dicha relación. (50 a 100 palabras)

En defensa de Átenas

Introducción

Sócrates desdeña sobre el origen de las primeras acusaciones, viendo en estas no más
que un cuerpo de rumores fundados en la envidia y la calumnia de muchos. Develando así el
grado de corrupción presente en el tribunal, afirmando que “es lo que ya ha condenado a
muchos hombres buenos y los seguirá condenando” (Platón, 1985, p. 28b). Sócrates evidencia
dos situaciones: la primera el distanciamiento de Atenas de lo Justo y por otro lado, se presume
así mismo como un Buen Hombre.
Tomando lo anterior, Sócrates expone una defensa que no es la propia, es decir, su
argumentación excede y sin embargo afirma el(los) fin(es) de la vida misma, a saber, el honor y
la constante búsqueda de la Virtud. En un contexto actual, el término honor1 , a pesar de su
definición, se inscribe en acciones alejadas de esta, la política es un ejemplo de esto. Sin
embargo, en tiempos de Sócrates, el honor se comprendía por medio de los héroes homéricos y
sus acciones temerarias, incluso ante el peligro de muerte.

Honor Socrático

Si bien Sócrates no intenta defenderse ante el tribunal, es más, se podría decir que su
verdadero fin es afirmar su sentencia. Sin embargo, la dirección que él propone apunta a otro
objetivo: la muerte y la cobardía. En total conciencia de la situación, inicia su intervención a
modo de monólogo preguntándose “¿No te da vergüenza, Sócrates, haberte dedicado a una
ocupación tal por la que ahora corres peligro de morir?” (1985, p. 28c) la pregunta no es
simple, pues en realidad, no hay que leerla con los ojos de Atenas sino con los ojos de Sócrates,
la cuestión enuncia la contingencia de la muerte en contraste con la necesidad de Vivir Bien. En
otras palabras y usando al hijo de Tetis -quien sabiendo que al vengar a Patroclo moriría
después, por designio divino- ignoró el peligro inminente antes que la deshonra (Platón, 1985)
Sócrates sentencia aquí la necesidad de disponer la vida a una causa más grande.

Si bien, podría parecer que Sócrates está intentando ponerse en la posición de un héroe
como Aquiles con todo lo que ello implica. Sin embargo, en el acusado no funciona de esa
manera, pues el héroe actúa guiado por la pasión de ver morir a su compañero. Por
consiguiente, el honor de Aquiles se da en función de él mismo y, en virtud de su embriaguez de
venganza, deshonra el designio divino asesinando a Héctor. Luego es cobarde al no asumir una
vida sin Patroclo.

En la sesión anterior, se mostró como Sócrates sustentó su comportamiento en la


respuesta del oráculo. Aquella que lo colocaba en el lugar de más sabio. La cual se propuso
comprobar y que posteriormente se convirtió en una de las causas del juicio. Ahora bien y
siguiendo su “ascensión”, Sócrates afirma la importancia de permanecer en el en lugar dado.

1
Honor: m. Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo.
En el puesto en el que uno se coloca porque considera que es el mejor, o en el que es
colocado por alguien superior, allí debe, permanecer y arriesgarse sin tener en cuenta ni
la muerte ni cosa alguna, más que la deshonra. (1985, p. 28d-e)

De lo anterior, Sócrates dirige a la ciudad un primer golpe. Él no actúa guiado por el


orgullo o el deseo de reconocimiento público, al contrario, lo hace por la dignidad que
representa el obedecer la tarea encomendada por un poder más alto “al ordenarme el dios,
según he creído y aceptado que debo vivir filosofando y examinándome a mí mismo y a los
demás” (1985, p. 29a). El honor reside en obrar con obediencia, en este caso, al dios. No
obstante, Sócrates amplia ésta definición, adicionándole el ejercicio reflexivo-filosófico sin
temor a la muerte.

La Muerte como fin de la vida física tiene en Sócrates un matiz metafórico “pues nadie
conoce la muerte” (1985, p. 29b) asegurando así que en ningún sentido se puede conocer la
muerte, es decir, el hombre no está en capacidad de poder darle un cuerpo conceptual a dicha
acción natural. En ese orden, no se puede decir de ella que sea el mejor de los bienes o el peor
de los males, por lo tanto, no es lógico temerle de ninguna forma. Al no poder predicar nada
positivo o negativo de la muerte, se está en cero posesión de contenido en relación a ella, es
decir, no se sabe nada de ella y así mismo se es consciente de esto. Se podría concluir entonces
que: el honor más cercano a un sabio reside en reconocer su propia ignorancia, así como el del
hombre está en reconocer y aceptar su finitud.

La constante búsqueda de la Virtud.

Continuando con su ascensión, Sócrates -tal vez en su mejor versión- se dispone a


demostrar por qué él es necesario para la ciudad. En este caso la demostración se presentará en
el siguiente orden: su actuar en el Consejo (cargo público) y el desinterés al preocuparse por el
otro junto a la imposibilidad de actuar con vergüenza hacía la ciudad misma.

Retomando la percepción de la muerte por parte de Sócrates, a saber “la muerte, si no


resulta un poco rudo decirlo, me importa un bledo” (1985, p. 32d) y en relación a cometer
injusticias se puede inferir que: para él, todo aquello que refiere un acto injusto en términos
políticos -si se hace por temor al castigo o la muerte- es decir, salvar la vida propia permitiendo
un acto de esa naturaleza no es de hombres honestos “me preocupa absolutamente no realizar
nada injusto e impío” (1985, p. 32d). En ese orden, la muerte es mínima en comparación a
ceder ante la injusticia. En los dos ejemplos usados por Sócrates (los capitanes navales y el de
los Treinta) se evidencia el honor del acusado. Cualidad que está a punto de ser elevada a su
máxima expresión.

Hasta ahora, se han enunciado dos virtudes de Sócrates: reconocer su ignorancia y su


honor. En el orden propuesto, se pueden adicionar dos más: primera, no poder actuar con
vergüenza, entendiéndola como la apología a las pasiones para obtener un beneficio -en el caso
del juicio- se refiere al uso de la familia para generar lastima y así salir exonerado

[a]tenienses, ni vosotros, los que destacáis en alguna cosa, debéis hacer esto, ni, si lo
hacemos nosotros, debéis permitirlo, sino dejar bien claro que condenaréis al que
introduce estas escenas miserables y pone en ridículo a la ciudad, mucho menos más al
que conserva la calma. (1985, p, 35b).

Sin embargo, la afirmación anterior dice una cosa más, Sócrates no solo habla de él,
también hace referencia a sus propios acusadores, incluso a los mismos jueces, cuando enuncia
la necesidad de condenar a quien realice dichas prácticas. De nuevo, el acusado se muestra
-ante Atenas- alejado del establecimiento. En el lugar dónde el dios lo ha puesto.

Y la segunda, la constante preocupación socrática en relación al otro y a la ciudad


misma. Es necesario definir primero la relación con la ciudad misma y después lo referente al
otro (ciudadano). En lo que concierne a la ciudad, Sócrates parte de la fama de Atenas como
“la ciudad más grande y más prestigiada en sabiduría y poder” (1985, p. 29d) asumiendo que
todo aquel que se llame ateniense debería tener por principio la preocupación sobre la Virtud.

Sin embargo, en la Atenas que acusa a Sócrates, la preocupación es otra. Es por esto y,
en virtud del dios, que Sócrates reafirma su posición diciendo “voy por todas partes sin hacer
otra cosa, que intentar persuadiros […] a no ocuparos ni de los cuerpos ni de los bienes antes
que del alma […] a fin que ésta sea la mejor posible” (1985, p. 30b). En lo anterior, se puede
ver la preocupación socrática en relación al otro, pues su labor inicia en el ciudadano -en este
caso- todos aquellos que fueron cuestionados por Sócrates, a saber, los que representaban
alguna esfera de la sociedad ateniense “intentando convencerle de que se preocupe por la
virtud” (1985, p. 31b). Aquí, el acusado aclara que dicha preocupación y su posterior
realización, el dialogo socrático, no implicaba una remuneración, es decir, no se hacía por un
interés monetario o de reconocimiento. Era una acción netamente desinteresada en pro de un
beneficio mayor. Sócrates deja ver -la que podría ser su imagen definitiva- solo él puede
realizar tan magna obra “el dios me ha colocado junto a la ciudad para una función semejante
[…] despertándoos” (1985, p. 30e).

Habiendo irritado a la mayoría de los presentes, Sócrates se prepara para lanzar un


último golpe, el más limpio de todos. Se transforma en acusador -no hacía sus acusadores o
jueces- al contrario, acusa a la ciudad misma afirmando “Ahora, atenienses, no trato de hacer
la defensa en mi favor […] sino en el vuestro, no sea que al condenarme cometáis un error a la
dádiva del dios” (1985, p. 30d) cabe mencionar que Sócrates está defendiendo a la ciudad de
cometer una deshonra al dios.

Tal vez, se podría alterar el término dios y proponer el de Virtud, asumiéndola como una
moral inmanente que encamina a los hombres a una constante reflexión, con el fin de lograr un
mejoramiento, una ascensión. Afirmo lo anterior -teniendo en cuenta que la tarea socrática se
da en un marco en el cual Atenas estaba alejada del camino virtuoso, de la actitud filosófica- y
había entrado en senderos “agradables y armoniosos”, igual a lo que se ve en la escena del
Laberinto del Fauno, cuando Ofelia entra a la habitación del Hombre Pálido y cede ante lo
agradable sobre lo justo. Aunque ella -al final- logra corregir y ascender sin temor a la muerte.

Sócrates, no tiene un segundo chance como Ofelia, es más, no lo requiere. Por el


contrario, decide cerrar su defensa de Atenas, de la manera más honorable posible y es
reafirmando su respeto a la nación, sus leyes y su dignidad, dice “si os convenciera y os forzara
con mis suplicas […] os estaría enseñando a no creer que hay dioses y […] al intentar
defenderme, me estaría acusando de que no creo en los dioses” y cierra “y dejo a vosotros y al
dios que juzguéis sobre mí del modo que vaya a ser mejor para mí y para vosotros” (1985, p.
35d). Así y con total serenidad, Sócrates se dispone a escuchar su sentencia sin temor alguno,
pues el honor de haber consagrado su vida al servicio de la ciudad en pro de salvaguardar la
Virtud es superior a la muerte. A los ojos de Atenas, Sócrates era un peligro, pero a los ojos de
Sócrates, Atenas necesitaba ser salvada.
Bibliografía.

Platón. (1985). Apología a Sócrates. España: Gredos.


Cuaron, A., Navarro, B., Torresblanco, F., Agustin, A. (Productores) y del Toro, G. (Director).
(2006) El Laberinto del Fauno [Cinta cinematográfica]. España: Telecino, Wild Bunch,
Esperanto Filmoj, ICAA.
Real Academia Española (2018) Real Academia Española. Madrid, España.: recuperado de
http://www.rae.es
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