Como Hijos de La Guerra

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En el 2016, un grupo de jóvenes que vivieron inmersos en el contexto del conflicto

armado participaron de una serie de talleres literarios. Este libro es una antología
de poemas e ilustraciones, resultado de los talleres que ofrecieron las
fundaciones.

Como hijos de la guerra


Dannis Acevedo 22 niños y adolescentes víctimas del conflicto que dio paso al
libro “Les di la mano, tomaron la piel”.
Cuando me senté a escribir este texto no sabía por dónde empezar. No sabía si
estaba bien o mal, luego tomé la pluma y escribí. Han pasado muchos días desde
aquel en el que la melodía de los fusiles hizo que las víboras se tragaran su propio
veneno. Han sido tantas lágrimas, tantos recuerdos, tantos gritos silenciados que
me gastaría cientos de páginas relatándolo.
Es difícil decirle a esta nación que por años hemos sido esclavos de nuestros
padres, hermanos y familiares que decidieron empuñar las armas para luchar por
una guerra que no les pertenece, pero por la cual muchos de ellos, y otros
inocentes, tienen rosas negras en las bocas.
Rosas con raíces que atraviesan sus cerebros y siguen quebrando su alma. Por
eso el mayor reto es perdonar. Perdonar a quien un día me hizo daño, a quien
mantuvo la incertidumbre de quién sería el próximo en ir a la tumba. Fueron
muchas noches que pasé arrullada por las chicharras imaginando qué haría
cuando lo tuviera al frente. De pronto un día apareció en mis sueños y entonces
empezó la tediosa tarea de perdonar, de decir: “Está bien”, aunque todo pueda
estar mal, aunque los demonios de mi alma sólo quieran matarlo.
Durante años he sabido que la guerra calló a mi padre. Pero él no está muerto.
Revive cada vez que hablo de él, como diría Rene Pérez en una de sus
canciones: “Nacimos sin saber hablar, pero vamos a morir diciendo”. Sólo
debemos olvidar el sin sabor que nos dejó el conflicto de estas tierras que luchan
por la paz. Paz que no se firma nada más, sino que se construye día a día cuando
aprendemos a amar, a no juzgar.
La guerra destruye las costumbres, las esperanzas, destruye el mundo de
ilusiones que hemos fabricado. En ocasiones, mientras escribimos, simplemente
se acaban las ideas, pero no pasa lo mismo cuando escribo sobre la
reconciliación. La reconciliación es hermosa después de la indiferencia.
Reconciliémonos, no por mí ni por ti, por nuestra niñez.
Somos hijos de la guerra, hijos de la hambruna. Somos hijos de un mismo dolor.
Somos hijos de una Colombia torpe y bravía que durante décadas ha resistido.
Nuestros campos se han ruborizado una y otra vez con la sangre de nuestros
hermanos. Son tantas historias tristes que ya no hay espacio en las fosas de mi
memoria para enterrarlas allí.
Como hijos de la guerra sólo pedimos tranquilidad para ver a nuestros hijos y
nietos correr por las calles con los brazos abiertos. Las nuevas generaciones no
deben olvidar las lágrimas de sangre que ha derramado este país, ni los inocentes
que se ha tragado esa selva. Cuando terminaba de escribir estas líneas, me
preguntaba quién hablará con valentía de estas memorias empolvadas.
Perdonemos, pero sin olvidar. Lo estoy haciendo desde las entrañas del
Catatumbo.

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