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EL SILENCIO SIN CONCLUSION

Fue hace tanto tiempo, pero aun así no lo olvido. A la menor oportunidad siempre cuento esta
historia una y otra vez, hasta el colmo; y, cuando muera, quiero irme pensando en esto. Al
final, siempre me piden una conclusión o una explicación…yo…prefiero guardar silencio…no
tengo explicación.

En mi niñez, mi mejor amigo fue cuchara. Cuando tenía doce años trabajo para un Hindú quien
se lo llevo a su país después de vivir aquí por cinco años.

Después de quince años, cuchara regreso. Por dere que si no es por su forma de como
saludarme no lo hubiera reconocido: empujar mi cabeza hacia abajo mientras, con la otra
mano, me jincaba el ombligo. A él le gustaba hacerlo porque sabía que me ponía perro.

La primera noche que lo fui a ver en un su cuartito que alquilaba, sentí una habitación fría, de
una atmósfera tenebrosa, sentí nausea y repulsión a lo que él llamaba insiencio aromático,
según él un humo religioso y terapéutico que se deslizaba a través de mi cuerpo.

Cuchara, todas las tardes iba al puerto a informarse de la llegada de algún barco que viniera de
la India. Era una conducta religiosa que cumplía con exactitud de horario con o sin tormenta.

La gente lo buscaban para que averiguara sobre sus parientes que vivían en la costa Atlántica o
en otros países. Pero la forma de como el obtenía información era lo desconcertante. Mientras
los clientes esperaban respuestas, cuchara se había retirado detrás de las cortinas doradas que
dividían el cuarto. Cuando salía detrás de las cortinas, venía con mensaje que enviaban los
parientes a su cliente, aun mas a veces traía encomiendas. No era chafa. Los clientes
satisfechos daban fe de ello, de que todo era verdad. Bueno yo también doy fe de ello. Una
noche que Salí a escondida con la Chepita, esta llevaba puesto los aretes de su mama, de
remate se los agarro sin permiso. Pues resulta que al dejarla a la puerta de su casa por lo que
Chepita empezó a quitarse los aretes, le faltaba uno de ellos. Tenía hasta el día de mañana al
medio día para recuperarlo.

Al día siguiente acudí a cuchara y, aunque no me lo crean, este solo se puso a reír. Me dijo que
esperara, pero yo me fui a espiarlo y vi cómo se sentaba cruzando las piernas; repetía sonido
extraño junto las manos y empezó a moverlas como si estuviera estrujando algo. Finalmente se
levantó y yo salí corriendo en puntitas a sentarme. Cuando llego me pregunto si andaba
pañuelo, se lo di, lo apuño entre su mano y me lo devolvió. Sacudilo, me dijo, y de ese pañuelo
salio volando un arete, el arete, yo no quería tocarlo porque pensé que esa mierda estaba
embrujada yera posible que el diablo le fuera jalar las patas a la pobre Chepa.

Cuchara dejo de ser cuchara y paso a ser llamado el brujo del tercer ojo. Le decían el brujo por
lo que él hacía y como lo hacía, por el escalofriante ambiente de su cuarto: lleno de velas,
imágenes incomprensibles, el nauseabundo humo que sentía la gente del incienso, que para
cuchara era considerado religioso y terapéutico. El sobre apodo del tercer ojo era debido a una
collar que usaba con una extraña estrella con símbolos raro alrededor de ella y un ojo en
medio.

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