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AVENZOAR
AVENZOAR
Avenzoar fue uno de los sabios más famosos del Islam, tal vez el más célebre, de
la escuela arábigo española. Superior a Avicena, por el carácter práctico de sus
escritos, más profundo que ningún otro en medicina, porque se especializó en ella
huyendo del carácter enciclopedista de sus contemporáneos, y tan famoso o más
que su discípulo Averroes, al que mimó como hijo espiritual, inculcándole la
ciencia, tras dedicarle su más famosa obra, que fue El Taysir.
Su nombre original en árabe era Abu Marwan Abd al-Malik ibn Sur, que latinizado
fue Avenzoar (Abhomeron), Abincoar y Abymeron Avenzoar. Nació en Peñaflor
(Sevilla) en el año 487 de la Hégira y murió en la misma ciudad en 557, siendo
enterrado en la Puerta de la Victoria.
Averroes
Abū’l-Walīl ibn Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd, conocido como
Averroes en la tradición latina, nació en Córdoba en el año 1126. Su padre y su
abuelo fueron eminentes juristas y políticos destacados. Su formación intelectual
fue sumamente completa: teología (Kalām), derecho (fiqh), medicina,
matemáticas, astronomía y, por supuesto, filosofía. Averroes pasará a la historia
como el principal comentador de la filosofía aristotélica.
Ibn al-Abbar, uno de sus biógrafos, narra cómo mostraba especial interés en la
lógica de Aristóteles porque ésta le permitía argumentar rigurosamente. Se cuenta
que la aprendió mientras estudiaba matemáticas y medicina. Su gusto por esta
última le condujo a la ciencia natural aristotélica. Parte de sus conocimientos se
deben a su maestro Ibn Tufayl (1110-1185), quien escribió varias obras médicas y
astronómicas. Aproximadamente en el año 1169 fue Ibn Tufayl quien lo presentó
ante el sultán almohade Abu Yaqub Yusuf. A partir de entonces, Averroes fue
nombrado cadí de Sevilla y pudo dedicarse por completo al estudio, comentario y
enseñanza de la filosofía aristotélica. En 1171 se convirtió en cadí de Córdoba, su
ciudad natal. En 1182, tras la retirada de Ibn Tufayl, Averroes se convirtió en el
nuevo médico de cabecera del sultán que, para entonces, era el sucesor de Abu
Yaqub Yusuf y se llamaba Yaqub al-Mansur.
Por último, a este conjunto de obras se suman sus tratados jurídicos en donde, si
bien discute temas vinculados a la ley y la práctica religiosa, no deja de recurrir a
los razonamientos filosóficos.
Psicología de Averroes
El Tratado acerca del alma de Aristóteles es un libro que forma parte de las obras
físicas. Éste fue uno de los trabajos más estudiados por Averroes y bastan como
prueba los tres comentarios que redactó a ese respecto. En árabe conocemos el
Epítome (Ŷāmi‛ kitāb al-nafs) y el Comentario Medio (Taljīs kitāb al-nafs). Del Gran
Comentario (Commentarium Magnum in Aristotelis De Anima) sólo se conserva
una versión latina traducida por Miguel Escoto. En cada uno de estos tres
comentarios hay diferencias y cambios de parecer. Ello revela cuán complejo fue
para Averroes descifrar ese tratado aristotélico.
Entrar en detalle a cada uno de los tres comentarios y presentar las diferencias
que hay entre cada uno ha sido una labor ardua de la que ya se han ocupado
varios especialistas. Aquí se expondrán de manera breve y sumamente general,
algunos aspectos de lo que puede denominarse la “psicología de Averroes”.
Por su parte, Averroes afirma que el sustrato del sentido del tacto es el calor
natural y éste radica en el corazón y las arterias. La función del cerebro será
únicamente equilibrar el calor nutritivo. Concluye que el cerebro no es la fuente de
la sensación, como pensó Galeno, sino solamente una potencia moderadora. De
esta manera, al menos en el Epítome, Averroes rechaza la posición de Galeno, a
saber, la de los nervios ligados a un órgano central el cerebro y se ajusta a la
aristotélica, en donde el cerebro contribuye sólo al equilibrio del calor natural y es
el corazón ligado a las arterias lo que habríamos de considerar como centro de la
sensación [Averroes 1985: IV, 5, 67]. En el Gran Comentario y especialmente en
sus escritos sobre medicina, habrá una variación relevante: Averroes dará la
importancia debida al cerebro para explicar el acto de conocer. No sólo eso:
postulará la interacción entre el cerebro, el corazón y los nervios, y tratará de
reconciliar ciertos pareceres de inspiración aristotélica con algunas enmiendas
galénicas.
Una vez explicado el sentido del tacto, Averroes pasa al olfato, cuya función es
oler haciendo de mediadores el aire y el agua. El olfato está relacionado con el
gusto, y prácticamente podrían confundirse porque en ocasiones creemos percibir
un sabor cuando en realidad estamos percibiendo un olor. La razón es que ambos
están interconectados, aunque aun así son distintos. Averroes explica que el gusto
es la potencia que percibe las representaciones de los sabores. El gusto es una
especie de tacto, porque únicamente percibe su sensible «al colocarse éste sobre
el órgano del sentido». Aquí es en donde comienzan las diferencias: el sabor se
percibe propiamente al estar en contacto con el órgano.
De los cinco sentidos restan solamente el oído y la vista. Sobre el oído escribe
Averroes: “Esta potencia es aquella facultad que tiene por oficio el actualizarse
con las representaciones de las huellas que se producen en el aire a causa del
choque de unos cuerpos con otros denominados sonidos”. El oído no necesita de
un contacto directo con el objeto que produce el sonido. Por tanto, como se afirma
en el pasaje citado, basta con la mediación del aire o también del agua.
Tras la distinción entre los sensibles propios y los sensibles comunes, Averroes
describe una serie de facultades o sentidos internos, siguiendo nuevamente de
cerca a Aristóteles. Averroes no describe una localización cerebral específica de
cada uno de estos sentidos internos, pero en el Gran Comentario sí menciona su
localización en el cerebro aludiendo a la explicación que ha dado en el Epítome a
los Parva Naturalia. Dado que somos capaces de discernir los sensibles propios
de cada sentido externo, Averroes propone como primer sentido interno lo que
denomina el sentido común, cuya función es percibir los sensibles comunes,
discernir las cualidades sensibles y percibir que se percibe.
Una vez explicados los sentidos internos, Averroes se ocupa de uno de los
problemas más complejos en la tradición aristotélica, a saber, el del intelecto. Se
trata de un asunto de gran dificultad, puesto que el propio pasaje aristotélico
(Acerca del alma III) resulta oscuro. Aristóteles habla de dos intelectos, el posible y
el agente. Averroes tiene en cuenta a una vasta tradición de comentadores
aristotélicos que van desde Teofrasto, Alejandro de Afrodisias, Temistio y,
además, filósofos como al-Kindī, al-Fārābī, Avicena y Avempace. Averroes
menciona varias clases de intelecto: intelecto pasivo, intelecto especulativo o
teórico, intelecto in habitu, intelecto adquirido, intelecto material, intelecto agente.
El intelecto pasivo, nous pathetikós en Aristóteles, es generable y corruptible, y es
el que comprende al sentido común, a la cogitativa, la memoria y la imaginación.
Ibn Wafid
Abū ’l-Muṭarrif ‘Abd al-Raḥmān ibn Muḥammad ibn ‘Abd al-Kabīr ibn Yaḥyà ibn
Wāfid ibn Muḥammad al-Lakhmī, conocido en la Europa medieval
como Abenguefith, nació en el seno de una noble familia de Toledo, los Bāni
Wāfid. Fue médico patólogo, botánico, farmacólogo y agrónomo. Pasó la mayor
parte de su vida, si no toda, en Toledo.
En su labor de médico procuró siempre emplear el método más fácil y más directo
en el tratamiento de las enfermedades, con preferencia por los remedios simples.
Sus éxitos en la curación de enfermedades graves fueron numerosos.
Obras
Libro de la almohada
Suma de agricultura.
Suelen darse también como obras suyas, una, de la que sólo se conserva la
traducción latina, De balneis sermo, (uno de los primeros tratados de balneología),
y un tratado de oftalmología.
Conclusiones:
Avenzoar tuvo un criterio ideológico es de clara orientación empírica, que
contrasta con el dogmatismo de casi todos los médicos árabes.
La idea más rompedora de Averroes fue el pensar que las verdades
metafísicas pueden expresarse a través de la filosofía y de la religión.
Bibliografía: