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En la tradición filosófica que remonta a la escolástica, se entiende por acto «lo que
hace ser»: el actuar es entonces identificado con el «hacer-ser» y corresponde al
paso de la potencialidad a la existencia (Greimas y Courtès, 1979: 5).
Esto quiere decir que, mediante el acto, el agente hace que algo que no es, sea;
que lo que es potencial, exista. Innumerables son los ejemplos que se podrían
invocar como ilustración. He aquí algunos: los Evangelios cuentan que Jesús
multiplicó los panes y los peces y convirtió el agua en vino, curó a los enfermos,
expulsó a los demonios, revivió a los muertos, resucitó él mismo. Lo que no era,
fue; lo que era, dejó de ser y se convirtió, gracias al acto milagroso, en otra cosa.
En la definición semiótica del acto están involucrados dos conceptos, hacer y ser,
representados sintácticamente como enunciados elementales: enunciados de
hacer y enunciados de estado, constituidos, respectivamente, por sujetos y objetos
de hacer que establecen entre sí relaciones de transformación1 (S → O), y por
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El concepto de competencia en la semiótica discursiva
Eduardo Serrano Orejuela
La definición intuitiva del actuar como «hacer-ser» muestra que conlleva dos
predicados en relación hipotáctica: su representación sintáctica tendrá, por
consiguiente, la forma de dos enunciados de un enunciado de hacer y de un
enunciado de estado de los cuales el primero rige al segundo, que está en
posición de objeto de hacer. La representación canónica del acto puede ser
formulada como una estructura modal, sea del tipo:
o del tipo:
1) el sujeto de hacer S1 hace que el sujeto de estado S2 esté disjunto del objeto
de valor O2: Jesús expulsa a los demonios; tal crema quita las arrugas a quien la
usa, siendo los demonios y las arrugas valores negativos de los cuales el sujeto
quiere o debe desembarazarse.
En consecuencia, el objeto de hacer O1, producido por el acto del sujeto de hacer
S1, es un enunciado de estado en el que un sujeto de estado S2 está disjunto del,
o conjunto al, objeto de valor O2. De otro lado, los actantes sujeto de hacer y
sujeto de estado pueden estar representados por dos actores distintos (Eva [S1] le
da una manzana [O2] a Adán [S2]) o por un mismo actor (Eva [S1] toma para sí [S2]
una manzana [O2]).
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3 El término inglés performance proviene del antiguo francés parformance, el cual a su vez
proviene del latín. Esta procedencia etimológica apuntala mi propuesta del neologismo
performancia para designar la actuación, el desempeño, la ejecución, la acción, del sujeto.
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El concepto de competencia en la semiótica discursiva
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Inicialmente, Greimas había definido la competencia modal como «el querer y/o
poder y/o saber-hacer del sujeto que presupone su hacer performancial»
(Greimas, 1973: 53). Michael Rengstorf propuso, con buenas razones, la
introducción del deber en el cuadro de las modalidades y, al mismo tiempo, señaló
que, en sentido estricto, sólo el par saber/poder es constitutivo de la competencia,
en tanto que el par querer/deber integra la motivación del sujeto:
[...] La /competencia/ depende del cómo: ¿cómo voy a hacer esto? ¿por mi saber?
¿por mi poder? La /motivación/ depende del por qué: ¿por qué voy a hacer esto?
¿porque lo quiero? ¿porque lo debo? [...] Damos [al concepto de competencia] un
sentido un poco más restringido que el que le da Greimas, quien lo define como “el
querer y/o poder y/o saber-hacer del sujeto que presupone su hacer performancial”
(«Actantes, actores y figuras»). No hemos encontrado pertinente aplicar la
/competencia/ al /querer/. En efecto, el /querer/ solo no puede hacer
competente al sujeto, mientras que un /saber/ o un /poder/ pueden hacerlo
competente, es decir, realmente susceptible o capaz de operar su hacer
(Rengstorf, 1976: 75).
Greimas aceptó la introducción del deber como cuarta modalidad pero rechazó
implícitamente reducir la competencia al saber y al poder y, en consecuencia,
introducir el concepto de motivación en la teoría semiótica, como lo evidencia la
cita siguiente:
En efecto, puede existir un sujeto motivado según el querer y/o el deber, pero no
competente en la medida en que no está conjunto al saber y/o al poder
presupuestos por la performancia. Muchos relatos (se los puede encontrar en
literatura, cine, televisión, teatro, historieta), generalmente llamados «de
formación» o «de aprendizaje», refieren la historia de un sujeto motivado y no
competente que inicia el proceso de adquisición de la competencia requerida para
realizar las acciones que lo harán ser el sujeto que quiere y/o debe ser.
Igualmente, puede existir un sujeto competente pero no motivado, es decir,
disjunto del querer y/o del deber hacer. En estos casos, es frecuente que este
sujeto sea objeto de manipulación por parte de un destinador-manipulador, cuya
intención es instaurar en él la motivación faltante, sin la cual la performancia no
puede ser llevada a cabo pese a ser competente. En consecuencia, afirmamos
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Esta descripción pone en evidencia, de un lado, que todo hacer es, por definición,
un hacer-ser. Lo es sin discusión el hacer operatorio, pues es una actividad que
produce un estado, pero también lo es el hacer manipulatorio, que es de hecho,
bajo su manifestación como hacer-hacer, un hacer ser-hacer ser: el sujeto
manipulador hace que el sujeto manipulado sea el sujeto que hace que un sujeto y
un objeto sean; es decir, el manipulador produce en el estado modal del
manipulado una transformación que lo convierte en sujeto de hacer de un
programa narrativo que el manipulador quiere o necesita que sea ejecutado para
beneficio propio o de otro sujeto. De otro lado, se pone en evidencia que la
estructura modal del hacer (un enunciado de hacer que rige a un enunciado de
estado) es idéntica a la del programa narrativo:
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Dichos objetos de saber, precisan más adelante, son «los enunciados de estado y
de hacer», lo que implica que se trata de un saber sobre el ser (lo que fue, lo que
es, lo que será) y el hacer (lo que se hizo, lo que se hace, lo que se hará) o, si se
prefiere, sobre los estados y procesos pasados, presentes y/o futuros del mundo
enunciado. La descripción del sentido que Greimas y Courtès le dan al concepto
de dimensión pragmática del discurso no deja ninguna duda:
Es, por ejemplo, el saber referido a los actores, espacios y tiempos de la historia
relatada que el narrador de un texto narrativo, en su calidad de informador,
comunica al narratario. Es también el saber que los actores de dicha historia, en
su calidad de observadores, generan constantemente sobre sí mismos, sobre los
otros actores y sobre el entorno espacio-temporal en que coexisten. Actores,
espacios y tiempos son los objetos de este tipo de saber en los textos narrativos.
el saber-hacer aparece como lo que hace posible esta actividad, como una
competencia cognitiva (que se puede interpretar como una «inteligencia
sintagmática», como una habilidad para organizar las programaciones
narrativas)[...] (Greimas y Courtès, 1979: 321).
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En el primer caso, se trata del saber que un sujeto tiene sobre el ser y el hacer
propios o de otro sujeto y sobre el mundo al que pertenecen; es decir, del saber
como representación: propongo llamarlo saber proposicional4; en el segundo, del
saber que le permite al sujeto actualizar y realizar un programa narrativo virtual (un
hacer); es decir, del saber como habilidad ejecutiva: propongo llamarlo saber
procedimental5.
4 «Siguiendo un amplio consenso existente hoy en día entre los filósofos que más se han ocupado
de estas cuestiones, convendremos en llamar ‘proposiciones’ a aquello que se expresa en
enunciados, y por tanto, a aquello que es creído, opinado o sabido. Así pues, ‘proposición’ es una
denominación genérica para esos “algos” de que hablábamos, los “objetos” del conocimiento y el
saber, lo que o aquello que se cree y/o se sabe» (Quesada, 1998: 24).
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Consideramos que el poder de un sujeto tiene que ver con el hecho de disponer
de las condiciones objetivas y de los medios materiales necesarios para la
ejecución del programa narrativo: un cocinero que sabe qué plato preparar (saber
proposicional) y cómo prepararlo (saber procedimental), pero no dispone de los
ingredientes, o de las instalaciones y utensilios requeridos, o del tiempo necesario
para la preparación y la cocción, no está en condiciones de llevar a cabo su
cometido: decimos entonces que no posee la competencia necesaria, pues
aunque posee las competencias cognitivas (proposicional y procedimental) le falta
la competencia potestiva (relativa al poder). Se necesita de las tres para que
pueda afirmarse que el sujeto ha adquirido la competencia presupuesta por la
acción específica para su ejecución exitosa.
Pero cuando afirman que la «forma más simple» de la competencia semántica «es
el programa narrativo virtual» (Greimas y Courtès, 1979: 54), toman una dirección
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muy diferente. Recordemos que el programa narrativo ocupa el lugar del hacer en
la estructura modal del saber/poder-hacer, lo que implica que hace parte, por
definición, de la competencia modal. Ahora se nos dice que dicho programa es
constitutivo de la competencia semántica, lo que tendría como consecuencia que
saber y poder perdieran su condición modal.
Lo que [Dell Hymes] entiende por el conocimiento implícito o explícito de las reglas
psicológicas, culturales y sociales, presupuestas por la comunicación, no es más
que la confrontación contractual o polémica de dos sujetos competentes: su
competencia, desigual, positiva o negativa, es, de una parte, modal (y da lugar a
operaciones de manipulación) y, de la otra, semántica (y da cuenta de la
comunicación recíproca del saber y de sus malentendidos y ambigüedades)
(Greimas y Courtès, 1979: 54).
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Grosso modo, los componentes del recorrido generativo son las estructuras
semio-narrativas, las estructuras discursivas y las estructuras textuales, objeto del
saber implícito del sujeto de la enunciación (enunciador/enunciatario). Se trata
nuevamente, pues, del saber proposicional del sujeto, que versa esta vez sobre
las «reglas» que rigen la generación/interpretación de la significación. En
consecuencia, saber enunciar (= saber narrativizar, discursivizar y textualizar)
debe leerse también en dos niveles: saber qué enunciar y saber cómo enunciarlo.
Con la finalidad de aprehender del modo más claro esta formulación, recurramos a
la siguiente paráfrasis: el saber de la competencia modal es un saber cómo hacer,
es decir, cómo ejecutar el programa narrativo virtual, en tanto que el saber de la
competencia semántica es un saber qué hacer y ser, o un saber qué hace y es, o
qué hizo y fue, un sujeto.
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Para representar esta diferencia entre el saber como operador modal y el saber
como continente de sentido, Fontanille propone (y abandona en sus libros
posteriores) escribir los enunciados de la siguiente manera: saber-hacer y saber-
ser en el caso del primero, saber:hacer y saber:ser en el del segundo.
Fontanille ilustra esta diferencia mediante dos ejemplos sencillos: «Yo sé correr»
remite a un saber-hacer, de orden modal, procedimental, en tanto que «Yo sé que
corro» o «Yo sé que él corre» remiten a un saber:hacer (saber sobre el hacer), de
orden semántico, proposicional, en el que la acción de correr del propio u otro
sujeto es el contenido del saber.
3. Varios años después, Courtès retomó en sus libros (1991; 1995; 1998) la tarea
de explicar las diferencias y relaciones entre los conceptos de competencia modal
y competencia semántica. Respecto de esta última dice:
Para alcanzar una meta (por ejemplo, la conjunción con un objeto de valor
deseado), el sujeto necesita, 1) diseñar un programa narrativo adecuado que le
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Hemos visto que todo hacer presupone un saber y un poder que habilite al sujeto
para su ejecución. Hemos visto asimismo que este saber es de dos clases:
proposicional (saber qué hacer) y procedimental (saber cómo hacer). De esto se
desprende que el diseño de un programa narrativo necesita del concurso de las
dos clases de saber: saber qué PN diseñar, saber cómo diseñarlo.
La «idea» de la que habla Courtès es, claramente, del orden del saber
proposicional; las «ganas» y la «constricción», del orden de la motivación volitiva y
deóntica; los «medios», del orden de la competencia modal cognitiva (saber
procedimental) y potestiva (poder). En consecuencia, la competencia semántica es
una competencia cognitiva proposicional, como lo confirma el siguiente pasaje:
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Esto ocurre con los profesores que comunican con éxito su mensaje, en tanto que
otros fracasan, incluso si todos disponen en el punto de partida del mismo bagaje
intelectual, de la misma «competencia semántica», de los mismos diplomas. En
esta perspectiva, dicha «competencia semántica» sería más bien de carácter
colectivo y dependería del orden del sistema, mientras que la «competencia
sintáctica» se relacionaría más con el proceso, con la puesta en marcha, con la
realización particular, propia a un individuo dado (Courtès, 1995: 124-125).
Es la diferencia entre los profesores que saben qué enseñar y saben cómo
enseñarlo, y los que saben qué enseñar pero no saben cómo enseñarlo. Muchos
profesionales (abogados, ingenieros, químicos, médicos, entre otros),
reconvertidos en docentes por razones de desempleo en sus áreas de trabajo,
ilustran esta segunda posibilidad: “Conoce muy bien su materia pero no tiene ni
idea de enseñar”, dicen los estudiantes. Esta es la razón por la que muchas
universidades someten a sus profesores a un entrenamiento didáctico obligatorio:
con la finalidad de darles, o mejorar, el saber procedimental (la competencia
cognitiva modal) requerido por la enseñanza. Por supuesto, sería bueno que se
preocuparan igualmente por el mejoramiento continuo de su saber proposicional
(su competencia cognitiva semántica). Los programas de educación continuada
para docentes deberían, asimismo, perseguir esta doble meta: mejoramiento de
las competencias modal y semántica. Le corresponde a la administración escolar
luchar por la mejor dotación material posible, para que los docentes, además de
saber qué enseñar y cómo enseñarlo, puedan hacerlo en condiciones óptimas.
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Se observa, pues, que Courtès se ha orientado, en el curso de los años, hacia una
formulación explícita de la naturaleza cognitiva proposicional de la competencia
semántica.
Resulta claro que cuando el sujeto sabe que está disjunto del objeto de valor se
trata de un saber sobre el ser, relativo al estado de disjunción en que se
encuentra, esto es, de un saber semántico, y no de un saber-ser, es decir, de un
saber padecer (= soportar, tolerar, asumir) el estado de disjunción, o sea de un
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saber modal: hay diferencia entre saber que se está disjunto del objeto (saber
semántico) y saber estar disjunto del objeto (saber modal).
El «dandy» del decadente fin del siglo XIX y el «hombre honorable» [honnête
homme] del neoclasicismo francés ilustran, según Greimas y Fontanille, el saber-
ser:
El saber-ser del dandy y del honnête homme no es, pues, un saber sobre su ser
(un saber semántico), sino un saber asumir su condición en una situación dada, un
saber ser el que es con el tino, la mesura y la dignidad inherentes a su prestigio
socio-cultural (un saber modal).
Las formulaciones de Rafael Núñez y Enrique del Teso sobre los niveles de
información operantes en los textos nos ayudarán a precisar esta idea:
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Ahora bien, esta comunicación (= puesta en común) del saber diegético del
narrador que lo posee al narratario que no lo posee, no es viable sino porque se
supone que el narratario (al igual que el narrador) posee un saber categorial
general relativo al mundo posible en que se inscribe la historia que se le da a
saber. Es decir que, considerado como sujeto cognitivo, el narratario está, por lo
general, a la vez conjunto al saber categorial y disjunto del saber diegético, en
tanto que el narrador está conjunto a los dos tipos de saber. Veamos un breve
ejemplo, tomado de un cuento escrito por un niño de primaria:
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Érase una vez un niño que quería tener una tortuga dorada.
El narrador no le hace saber al narratario qué es un niño, que es querer tener, qué
es una tortuga, qué es el color dorado, lo que implica que el primero presupone
que el segundo está en posesión de dicho saber categorial, razón por la cual no
hay que comunicárselo. Lo que el narrador le hace saber al narratario es,
precisamente, que un niño quería tener una tortuga dorada. La comprensión por
parte del narratario de este estado intencional del niño descrito por el narrador
tiene como condición presupuesta su conjunción con el saber categorial sobre los
estados intencionales y los actores (sujetos y objetos) que entran en dicha
relación.
[Tomás] Miraba a través del patio la sucia pared y se daba cuenta de que no sabía
si [lo que sentía por Teresa] se trataba de histeria o de amor.
Y le dio pena que, en una situación como aquélla, en la que un hombre de verdad
sería capaz de tomar inmediatamente una decisión, él dudase, privando así de su
significado al momento más hermoso que había vivido jamás (estaba arrodillado
junto a su cama y pensaba que no podría sobrevivir a su muerte).
Se enfadó consigo mismo, pero luego se le ocurrió que en realidad era bastante
natural que no supiera qué quería:
El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive sólo una vida y no
tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus
vidas posteriores.
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cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un
borrador sin cuadro.
«Einmal ist keinmal», repite Tomás para sí el proverbio alemán. Lo que sólo ocurre
una vez es como si no ocurriera nunca. Si el hombre sólo puede vivir una vida es
como si no viviera en absoluto.
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