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Para recordar lo vivido X

Los maestros rurales de antes


Arnulfo Mestra Díaz y Víctor Negrete Barrera
En los corregimientos El Caramelo,
Mantagordal, Severinera, Bonito Viento,
Santafé Ralito y Nueva Granada,
pertenecientes al municipio de Tierralta en el
sur de Córdoba, desde mediados de la década
de los años ochenta del siglo pasado, era
notable la falta de docentes en sus cabeceras
y respectivas veredas. Lo usual, más en las
veredas, los estudiantes prácticamente no
finalizaban el año lectivo, pasaban semanas
o meses sin recibir clases y para colmo nadie
daba explicaciones a pesar de las peticiones
respetuosas o molestias airadas de los padres.
Grupo de maestros en una de las escuelas de la zona. Por la ocurrencia permanente de estos casos la
Al fondo algunos estudiantes. Año 1992 razón no podía ser otra: a los maestros, por falta
de pago de la administración o de apoyo del político que ayudó en sus nombramientos, les tocaba
abandonar la escuela después de laborar cumplidamente durante varios meses. Algunas veces las
diferencias no eran entre el político y el maestro sino entre el político y el mandatario local o los líderes
de la comunidad con quienes sostenían diferencias políticas o personales. De esta manera, quitándoles el
maestro, hacía sentir quien mandaba en el territorio. Los maestros despedidos contaban con pocos o ningún
recurso para recuperar sus derechos.

Al tiempo que aumentaba la población crecía la demanda educativa. Para entonces la presencia y control
de la guerrilla de izquierda, el Ejército Popular de Liberación, estaba fortalecido después de un largo
tiempo de permanecer en la zona. Las solicitudes infructuosas de maestros por parte de las comunidades
fue tal que el grupo armado comenzó a presionar a líderes políticos para la consecución de ellos y en
algunos lugares contrataban a bachilleres para prestar el servicio educativo.

Fue así como los líderes de las veredas comenzaron a negociar o asumir compromisos electorales con
concejales, candidatos a las alcaldías, gobernación y dirigentes políticos con el propósito de conseguir o
mantener maestros permanentes en sus respectivos sitios. Con la elección popular de alcaldes y
gobernadores a partir de 1988 la consigna fue conseguir votos a cambio de maestros. Así comenzó la
oferta de contratos para ejercer como maestros a bachilleres académicos y algunas veces sin haber
terminado el bachillerato. De esta manera el municipio llegó a tener una nómina de seiscientos maestros
bachilleres quienes devengaban un poco más del sueldo mínimo de la época. Por lo general eran
bachilleres egresados de Tierralta y Montería, todos jóvenes, quienes con el contrato en la mano y algunos
con una cajita de tiza se presentaban, entre alegres y nerviosos, a trabajar en las veredas.

La llegada a la vereda y el trabajo a desempeñar

Los jóvenes llegaban acompañados de líderes políticos o concejales que hicieron posible el nombramiento,
convocaban a la comunidad a la reunión de presentación donde exponían el compromiso del grupo político
con la comunidad, el esfuerzo que hicieron por lograr los nombramientos y finalmente se comprometían
a mantenerlos como maestros durante todo el año lectivo. Pedían el respaldo político y la ayuda en
alimentos y vivienda para los docentes. De hecho los convertían en nuevos líderes político y su labor
empezaba con la adecuación del aula donde trabajar: por lo regular eran casas comunes y corrientes
acondicionadas para escuelas o ranchos en canillas, es decir, sólo el techo soportado por cuatro o seis
horcones. Allí matriculaban sin importar el número de niños y debían recopilar datos sobre población
escolar, grados de estudio, edad de vacunación, niños sin bautizar y sin registrar. Además, ayudaban en la
organización de la comunidad en juntas de padres de familia, juntas de acción comunal, comités de salud,
deportes y arreglo de vías. Les tocaba trabajar con niños desde los cinco años hasta más de dieciocho en
los diferentes grados de la primaria.

En comunidades más retiradas y de difícil acceso


el papel de maestros lo ejercían señores o señoras
mayores de 40 años, nativos del lugar o foráneos,
preocupados por la falta de escuelas y niños
pequeños y grandes sin saber leer y escribir. El
pago que recibían eran modestos aportes en
dinero o productos del medio. En algún lugar de
la casa o el patio acondicionaban el salón y los
alumnos llevaban sus propios asientos.
Enseñaban a conocer el abecedario, unir las letras
o sílabas para formar palabras y oraciones, contar,
escribir, sobre todo el nombre y hacer las
operaciones de sumar, restar y multiplicar. Los
niños disponían de tiempo para jugar y hacer sus
necesidades. En casos especiales la comunidad Niños en clase. Año 1993
pedía a los maestros colaboración en celebraciones
de rezos a los difuntos cuando no encontraban rezanderos de oficio y ayuda en la preparación de los niños
para hacer la primera comunión.

El sueldo

Eran contratados por diez meses, nunca les pagaban puntual, el pago era cada tres meses y siempre les
abonaban uno o dos meses de sueldo. Recibían el pago en cheques y eran afortunados si tenían fondos o
las cuentas de los municipios no estaban embargada. Con ayuda de padrinos políticos unos cuantos
maestros lograban vender el cheque en el comercio o a prestamistas. El tiempo para adelantar estas
diligencias tardaba tres días. Ante tal situación apareció el negocio de la compra de sueldos o contratos a
maestros por parte de amigos o allegados al mandatario de turno. Algunos maestros en desacuerdo con
esta situación manifestaban a la comunidad su deseo de renunciar. Con el fin de impedirlo le prestaban o
recogían el dinero entre los padres de familia o hacían fiestas a través de sus organizaciones para recolectar
fondos que aseguraran la presencia de los maestros.

Los maestros que llegaban al sitio de trabajo con familias trabajaban en la jornada de la tarde, un número
de ellos aprovechaba las mañana para ganarse el día como jornalero en actividades de tirar machete o
sembrando arroz o maíz; otros hacían sus propias cosechas con el apoyo de la comunidad y no faltaron
los que ayudaban en oficios caseros donde le suministraban la comida. Éstos bachilleres jóvenes sabían
del gran esfuerzo hecho por sus padres por darles estudios, se sentían con el compromiso de
recompensarlos o por lo menos que ellos mismos vivieran de lo que aprendieron sin tener que seguir
dependiendo de los progenitores. Por este y otros motivos se aferraban al oficio de enseñar para no tener
la misma vida de jornalero de sus padres o de aquellos otros que no pudieron o no quisieron estudiar.

Tierralta y Montería, septiembre 2020

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