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Todos queremos ser libres y ser felices pero no todos sabemos cómo.
Hace falta madurar como sociedad para que aprendamos a tolerar y a valorar las
diversas expresiones de libertad de los demás, no porque nos toque a nosotros
regalarle a nadie su libertad, sino porque todas las personas tenemos igual derecho
a ella.
Algunos piensan que son libres porque pueden ir de aquí para allá, o porque no se
han comprometido con algo ni con alguien y porque dedican todo su tiempo libre al
ocio. Creen que cuando alguien sugiere una nueva manera de hacer las cosas o de
vivir la vida deben hacer lo posible por callarlo, no sea que alguien con autoridad lo
escuche y luego invente nuevos trámites, nuevos mandamientos, o declare
prohibido aquello a lo que están más apegados o más acostumbrados.
No hace falta ser muy sabio o tener estudios de teología para saber que la libertad
no es así. Tenemos un ejemplo muy sencillo posiblemente en nuestro propio hogar.
Si alguno de nuestros hijos es desobediente, hace todo el tiempo lo que quiere y
consigue que alguien le procure todos sus antojos y caprichos, inmediatamente
comprendemos que el niño está chiflado y que debemos corregirlo para que el día
de mañana sea un hombre responsable y fiel a su palabra, equilibrado y útil a la
sociedad.
Un niño chiflado no es libre, está sometido por sus caprichos y no encuentra la paz
si las cosas no suceden según su detallada lista de exigencias, además tan pronto
logra su gusto se encuentra con que ya perdió el interés y tiene un nuevo antojo
urgente. La vida para él es muy frustrante y no sabe asumir el control de sí mismo.
Un niño bien educado sabe que es más bonito dar que recibir y descubre que es
más satisfactorio ayudar y servir que pasar el día haciendo berrinches para que le
ayuden y le sirvan. Pronto se da cuenta que aprende mucho de sus mayores al
guardar silencio y respetar su turno para hablar y que mucho de lo que necesita lo
recibe sin tener que colmar la paciencia de sus padres.
Solamente entendida así puede ser realmente creativa, edificar nuestra humanidad
y construir lazos de unidad entre los hombres.
Si te da flojera servir, tienes que dudar de tu libertad y pensar que algo te está
esclavizando. No el trabajo, ni el cansancio, más bien un vicio del alma o del
cuerpo.
El esclavo vive para servir a su amo. Mientras no te sacudas ese vicio, dedicarás tu
vida a cultivarlo y provocarás sufrimiento a todas las personas que pretendan
ayudarte a salir de él.
Sentirás apatía hacia todo lo que no sea relacionado con tu desorden y exigirás que
incrementen las condiciones sociales que favorezcan tu "quema tiempo",
incluyendo la eliminación de las reglas basadas en la moral.
Es más, pensarás que eres feliz en tu inmoralidad, porque confundirás el placer con
la felicidad.
No quiero con esto decir que el placer es inmoral o que te aleja de la felicidad. Lo
que quiero dejar en claro es que hay que buscar aquella libertad que te permita
tener ambas cosas, pero según una jerarquía de valores, porque a veces hay que
renunciar al placer para alcanzar la felicidad, pero renunciar a la felicidad para
tener placer no vale la pena, porque el placer es efímero y la felicidad
perdura.
Así como un pez no puede recorrer ni un metro cuando está fuera del agua, tu
libertad no te lleva a ninguna parte si haces a un lado la moral, porque una es el
medio para desarrollar la otra.
Tampoco puedes presumir de ser libre si no puedes evitar el ofender a los demás o
a sus derechos, porque la libertad tiende a unir, mientras que la envidia, la soberbia
y el egoísmo, tres vicios del alma, segregan.