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Libertad que une

Por Roberto Martínez (07-Jun-1997).-

Todos queremos ser libres y ser felices pero no todos sabemos cómo.

A pesar de que la sociedad ha formulado leyes que garantizan las libertades


humanas, por ejemplo, la libertad de pensamiento, de expresión, la libertad
religiosa, la libertad de conciencia, existen circunstancias en la vida comunitaria
donde el ejercicio de estas capacidades provoca la condena de la persona, si no de
manera oficial, al menos en la práctica, y se le trata como un ciudadano de tercera
clase, se le quitan sus posibilidades de desarrollo, su acceso a ciertos puestos y a
perder incluso la opción de educar con libertad a sus propios hijos.

Hace falta madurar como sociedad para que aprendamos a tolerar y a valorar las
diversas expresiones de libertad de los demás, no porque nos toque a nosotros
regalarle a nadie su libertad, sino porque todas las personas tenemos igual derecho
a ella.

Algunos piensan que son libres porque pueden ir de aquí para allá, o porque no se
han comprometido con algo ni con alguien y porque dedican todo su tiempo libre al
ocio. Creen que cuando alguien sugiere una nueva manera de hacer las cosas o de
vivir la vida deben hacer lo posible por callarlo, no sea que alguien con autoridad lo
escuche y luego invente nuevos trámites, nuevos mandamientos, o declare
prohibido aquello a lo que están más apegados o más acostumbrados.

No hace falta ser muy sabio o tener estudios de teología para saber que la libertad
no es así. Tenemos un ejemplo muy sencillo posiblemente en nuestro propio hogar.
Si alguno de nuestros hijos es desobediente, hace todo el tiempo lo que quiere y
consigue que alguien le procure todos sus antojos y caprichos, inmediatamente
comprendemos que el niño está chiflado y que debemos corregirlo para que el día
de mañana sea un hombre responsable y fiel a su palabra, equilibrado y útil a la
sociedad.
Un niño chiflado no es libre, está sometido por sus caprichos y no encuentra la paz
si las cosas no suceden según su detallada lista de exigencias, además tan pronto
logra su gusto se encuentra con que ya perdió el interés y tiene un nuevo antojo
urgente. La vida para él es muy frustrante y no sabe asumir el control de sí mismo.

Este pequeño es el primero en aventarse a probar todo lo que le pone enfrente la


vida sin detenerse a pensar en que podría perjudicar su cuerpo o su espíritu. Está
aburrido y su vida sólo tiene sentido cuando tiene acceso a experiencias que lo
aceleran o lo marean.

Un niño bien educado sabe que es más bonito dar que recibir y descubre que es
más satisfactorio ayudar y servir que pasar el día haciendo berrinches para que le
ayuden y le sirvan. Pronto se da cuenta que aprende mucho de sus mayores al
guardar silencio y respetar su turno para hablar y que mucho de lo que necesita lo
recibe sin tener que colmar la paciencia de sus padres.

De hecho, la libertad verdadera se mide con respecto a la disponibilidad para servir


y para darse a uno mismo.

Solamente entendida así puede ser realmente creativa, edificar nuestra humanidad
y construir lazos de unidad entre los hombres.

Si te da flojera servir, tienes que dudar de tu libertad y pensar que algo te está
esclavizando. No el trabajo, ni el cansancio, más bien un vicio del alma o del
cuerpo.

El esclavo vive para servir a su amo. Mientras no te sacudas ese vicio, dedicarás tu
vida a cultivarlo y provocarás sufrimiento a todas las personas que pretendan
ayudarte a salir de él.
Sentirás apatía hacia todo lo que no sea relacionado con tu desorden y exigirás que
incrementen las condiciones sociales que favorezcan tu "quema tiempo",
incluyendo la eliminación de las reglas basadas en la moral.

Es más, pensarás que eres feliz en tu inmoralidad, porque confundirás el placer con
la felicidad.

No quiero con esto decir que el placer es inmoral o que te aleja de la felicidad. Lo
que quiero dejar en claro es que hay que buscar aquella libertad que te permita
tener ambas cosas, pero según una jerarquía de valores, porque a veces hay que
renunciar al placer para alcanzar la felicidad, pero renunciar a la felicidad para
tener placer no vale la pena, porque el placer es efímero y la felicidad
perdura.

Muchos proclaman una anarquía moral en nombre de la libertad, pero la verdadera


libertad requiere el orden moral, orden en la esfera de los valores, el orden de la
verdad y del bien.

Cuando faltan valores, cuando en la esfera moral reinan el caos y la confusión, la


libertad muere y el hombre se convierte en esclavo de los instintos, las pasiones, los
pseudo-valores.

Así como un pez no puede recorrer ni un metro cuando está fuera del agua, tu
libertad no te lleva a ninguna parte si haces a un lado la moral, porque una es el
medio para desarrollar la otra.

Tampoco puedes presumir de ser libre si no puedes evitar el ofender a los demás o
a sus derechos, porque la libertad tiende a unir, mientras que la envidia, la soberbia
y el egoísmo, tres vicios del alma, segregan.

No te sientas mal si alguna vez has repelado, ofendido o desperdiciado el tiempo.


Todos los seres humanos somos imperfectos y cometemos errores.
Nadie puede decir que tiene pureza, humildad, honestidad o misericordia.

Las virtudes no son propiedad de nadie. Lo correcto es pensar en términos de un


ejercicio o un deporte. Así como puedes practicar el futbol o hacer repeticiones de
un ejercicio aeróbico, así las virtudes se practican y se repiten.

No pienses de ti mismo que eres honesto, más bien practica la honestidad.

No pidas a Dios el don de la misericordia y te quedes esperando como si te fuera a


llegar por correo. Comienza desde hoy a practicar la misericordia, que no es más
que el hábito de amar al que no es amable contigo. Si quieres ser libre, no tienes
que esperar la muerte de nadie, empieza en este momento a elegir el bien, a dejar
de culpar a otro por tus actos y a auto determinar tu vida sin dejar que te influyan
las presiones externas.

Practicar la libertad que une es un buen camino a la felicidad.

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