Está en la página 1de 15

El Consistorio.

Un consistorio papal es la asamblea de los cardenales en torno al


Papa y recuerda el “consistorium principis” del Imperio Romano.
Hay consistorios públicos (publica) o extraordinarios y secretos
(secreta) u ordinarios. Los consistorios semipúblicos son una
combinación de consistorio público y secreto.

A los consistorios públicos asisten no solamente los cardenales sino


también obispos, prelados, príncipes y embajadores ante la corte
papal presentes en Roma. Esos consistorios son convocados para
imponer el capelo cardenalicio a los nuevos cardenales, o para
concluir solemnemente las canonizaciones, o para dar audiencia
pública a los soberanos y sus embajadores. Los consistorios
secretos son mucho más importantes. Como se dijo más arriba,
durante la Edad Media en ellos se decidían los numerosos asuntos
judiciales que llegaban ante la Sede Apostólica. Inocencio III
sostenía tales consistorios tres veces por semana.

Al ser transferidos sus funciones judiciales a las grandes oficinas


curiales, especialmente a la Rota y a las congregaciones romanas,
los consistorios se hicieron cada vez menos frecuentes. Bajo
Inocencio XI (+ 1689) se celebraban mensualmente.

Hoy día los consistorios secretos son convocados raramente, con


intervalos de varios meses y tratan muy pocos asuntos. En ellos se
tratan los siguientes asuntos, que requieren del consejo de los
cardenales: la creación, o sea el nombramiento propiamente dicho,
de los nuevos cardenales; la publicación de los nombres reservados
in petto; el otorgamiento de las insignias cardenalicias, exceptuado
el capelo; la apertura y el cierre de la boca; el establecimiento de
patriarcas, metropolitanos y obispos, y el nombramiento de
obispos titulares que no pertenecen a territorios de misión; la
transferencia de obispos; el otorgamiento del palio a los
arzobispos; la creación, división y unión de diócesis; la institución
de abades cuyas abadías están bajo la Santa Sede; el
nombramiento del camarlengo y del vice canciller de la Iglesia
Romana; la elección y envío de cardenales como “legati a latere”; la
conclusión de concordatos, consultas sobre diferencias y conflictos
entre la Iglesia y el Estado. La norma general, sin embargo, es que
el consistorio únicamente es convocado para informar a los
cardenales, a través de una alocución, del estado que guardan
algunos asuntos importantes relativos a la Iglesia y al Estado, o para
darles a conocer la opinión del Papa. Tales alocuciones tienen como
destino la Iglesia entera, y por lo mismo se publican en los órganos
eclesiásticos.

A la muerte del Pontífice (sede vacante), los deberes del Colegio de


Cardenales difieren de los que les competen durante la vida de
aquél (sede plena). En los primeros tiempos, el gobierno de la
Iglesia Romana era desempeñado por el presbyterium o clero
presbiteral, según lo sabemos a través de una carta dirigida por ese
cuerpo a San Cipriano de Cartago luego de la muerte del Papa
Fabián en 250.

A partir del siglo VI la Sede Apostólica era representada por el


arcipreste, el archidiácono y el “primicerius notariorum” (notario en
jefe), en su carácter de “locum servantes Apostolicae Sedis” (Liber
Diurnus, ed. Th. Sickel, Viena, 1889, Formula LIX). Después de que
llegó a su pleno desarrollo la autoridad del Colegio Cardenalicio,
según se describió más arriba, éste comenzó a ejercerla en una
variedad de modos. Algunos canonistas llegaron a sostener que
durante la vacante de la Sede Apostólica el Colegio de Cardenales
tenía la plenitud de las prerrogativas papales. El Colegio ejercitaba
su autoridad fundamentalmente de dos maneras: en la
administración de los territorios de la Iglesia y en la elección del
nuevo Papa. (Debe hacerse notar que el artículo 6 de la Ley Italiana
de Garantías, del 13 de mayo de 1871, garantiza la total libertad de
los cardenales en la elección papal). La bula “Ubi periculum” de
Gregorio X, referente a la elecciones papales, que fue promulgada
en el Concilio de Lyon (1274), confinaba a los cardenales al ejercicio
del poder ya mencionado. Entre otras cosas decía: “"Iidem quoque
cardinales accelerandæ provisioni sic vacent attentius, quod se
nequâquam de alio negotio intromittant, nisi forsan necessitas
adeo urgens incideret, quod eos oporteret de terrâ ipsius ecclesiæ
defendendâ vel eius parte aliqua providere, vel nisi aliquod tam
grande et tam evidens periculum immuneret quod omnibus et
singulis cardinalibus præsentibus videretur illi celeriter
occurrendum".

En otras palabras, el Papa ordena a los cardenales que se den prisa


con la elección y que no permitan que nada los distraiga de esa
tarea, excepto, claro, alguna necesidad urgente, por ejemplo: la
defensa de los territorios de la Iglesia o una parte de ellos, o algún
peligro tan grande y evidente que todos los cardenales presentes
consideraran necesario enfrentar inmediatamente.
La ley vigente al presente (al tiempo de escribirse el presente
artículo) está basada en la Constitución “In eligendis” de Pio IV (9
de octubre, 1562). Esa constitución ordena que, de acuerdo a la
antigua tradición (evidentemente muy relacionada con la
administración interina descrita arriba, realizada por el arcipreste,
el archidiácono y el jefe de notarios) la administración de los
territorios de la Iglesia será confiada al Colegio Cardenalicio del
siguiente modo: El cardenal camarlengo (della Santa Romana
Chiesa) y otros tres (un cardenal obispo, un cardenal presbítero y
un cardenal diácono, llamados “capita ordinum”) se harán cargo de
todos los asuntos pendientes. Durante el cónclave, sin embargo,
cada tercer día los capita ordinum serán sustituidos por otros según
el orden de antigüedad. Esos cardenales no poseen jurisdicción
papal: no pueden emitir leyes, ni modificar el sistema de elecciones
papales, ni crear cardenales u obispos; no pueden conferir
comisiones a cardenales legados. Mas sí podían, en caso de algún
peligro grave que hiciera peligrar la Iglesia, pedir un voto secreto
que, de resultar mayoritario, les autorizara a establecer los medios
necesarios para enfrentar la situación, o emitir normas temporales
para las diócesis particulares y ordenar que se hicieran oraciones
públicas. En el caso de que muriera el cardenal camarlengo, el
cardenal gran penitenciario, y los penitenciarios individualmente,
podían tomar su lugar durante el período de sede vacante.

No existen provisiones canónicas que regulen la autoridad del


Colegio de Cardenales “sede romana impedita”, o sea, en caso de
que el Papa perdiera la razón, o cayera en la herejía. En tal
circunstancia sería necesario seguir los dictados de la recta razón y
las enseñanzas de la historia.
Derechos de los Cardenales

A las múltiples obligaciones de los cardenales corresponden muy


amplios derechos. De forma muy especial disfrutan del “privilegium
fori”, o derecho a una corte y a jueces eclesiásticos; el Papa es su
único juez, y sólo él los puede deponer.

Ya no se acepta la norma de que, para condenar a un clérigo, se


requerían 72, 44 ó 27 testigos, según que se tratara de un obispo,
sacerdote o diácono. Los Estados modernos no reconocen el
privilegium foris ni siquiera de los cardenales. En tiempos recientes,
algunos han tenido que comparecer ante los tribunales civiles de
Roma.

Una acusación artera en contra, lesiones o prisión de un cardenal


son reputados como traición (crimen laesae majestatis). No sólo los
autores principales, sino también aquellos responsables
intelectualmente del delito (los conspiradores, los ejecutores y los
colaboradores), y sus descendientes varones incurren en pena
canónica de infamia, confiscación, pérdida de derechos
testamentarios y puestos civiles, y, claro, excomunión.

Aparte de la excomunión, tales penas son difícilmente aplicables


hoy día. De acuerdo con el desarrollo histórico de su función, los
cardenales obtenían lugar y voto en los concilios generales.
Solamente ellos pueden ser enviados al extranjero como legados a
latere. Tienen todos los privilegios de los obispos. Las normas
coercitivas, como censuras, canónicas o de otro tipo, únicamente se
aplica a los cardenales cuando quede así estipulado positivamente .
Pueden escoger confesor en cualquier diócesis, pero este último
debe contar con la aprobación de su obispo.

Al igual que los obispos, ellos tienen derecho a tener una capilla
doméstica y están facultados para utilizar altares portátiles .
Ejercen autoridad cuasi episcopal en sus iglesias titulares, o sea,
pueden usar sus ornamentos episcopales (pontificalia), otorgar
bendiciones episcopales y promulgar indulgencias de hasta 200 días
. Pueden conferir la tonsura y las órdenes menores (que quedaron
abolidas o reformadas en la nueva legislación canónica y litúrgica
del Concilio Vaticano II) a los miembros de sus familias eclesiásticas
y a personas incardinadas a sus iglesias titulares. Durante su
estancia en Roma pueden disfrutar de los beneficios de sus iglesias
titulares.

Pueden visitar, pero sin autoridad judicial, sus iglesias propias y


ejercer en ellas autoridad correctiva y disciplinaria . Si un cardenal
es promovido al episcopado, se omite el procedimiento común de
información, y no está obligado a emitir el juramento
acostumbrado, ni está obligado a pagar los gastos curiales
acostumbrados conocidos como “taxae” . Cada cardenal residente
en Roma tiene derecho a un ingreso de 4,000 scudi (cerca de
$4,000.00 US Dlls, de la época en que se escribió este artículo).

Esto se conoce como “piatto cardinalicio” o medio ordinario de


subsistencia. Si el ingreso ordinario de un cardenal no le produce
suficiente, la tesorería papal cubre el faltante. También se le
asignan iglesias para su sostenimiento, como abades
comendatorios.
También son numerosos los derechos honorarios de los cardenales.
Siguen inmediatamente al Papa y anteceden a cualquier otro
dignatario de la Iglesia. En su carácter de príncipes romanos van
inmediatamente después del soberano reinante, y están en el
mismo rango que los príncipes de las casas reinantes . Los
cardenales de las casas reinantes son los únicos que mantienen los
títulos nobiliarios que hayan heredado y sus escudos de armas
familiares, pero sin la corona y con el capelo cardenalicio y las
quince borlas. . (Los papas del siglo XX han puesto cuidado en
ordenar que la ropa, los títulos, la etiqueta y rituales, los escudos
de armas de los cardenales se simplifiquen de acuerdo a los
tiempos modernos.).

El título de cardenal es exclusivo de ellos y se les llama con el título


de Eminencia, Eminentísimo (Su Eminencia), título originalmente
utilizado para dirigirse a los príncipes electores eclesiásticos de
Alemania, y, en la actualidad, al Gran Maestre de los Caballeros de
San Juan. Urbano VIII les ordenó (10 de junio, 1630) que cesasen su
correspondencia con cualquier soberano que les negase ese título.
Hay que hacer notar que la legislación de algunos países reconoce
el alto rango de los cardenales.

Entre las insignias cardenalicias destaca el sombrero rojo, el capelo,


usado primero por los legati a latere (cardenales enviados por el
Papa). Se les otorgó a los cardenales seculares por Inocencio IV en
el Sínodo de Lyons en 1245, y a los cardenales religiosos por
Gregorio XIV en 1591. Estos últimos, vale la pena señalarlo, seguían
utilizando los hábitos de las órdenes a las que pertenecían
(Barmgarten, "Die Uebersendung des rothen Hutes" en "Hist.
Jahrbuch", XXVI, 99 ss). También usan la birreta escarlata que les
fue otorgada, probablemente, por Pablo II (1464-1471). Tienen
derecho a vestir ropa escarlata, especialmente un manto escarlata,
que, dice la tradición, les fue otorgado por Bonifacio VIII (1294-
1303). Portan un anillo adornado con un zafiro, y alguien sostiene
un “ombrellino” (pequeña sombrilla) cada vez que deben dejar sus
coches para acompañar al Santísimo Sacramento con la cabeza
descubierta, si por casualidad lo encuentran al desplazarse a algún
lugar. Un baldaquín cubre la silla cardenalicia en sus iglesias
titulares y tienen autorización para usar ornamentos episcopales en
esas iglesias: la mitra de seda damasquina (desde Pablo II), el
báculo y la cruz pectoral. También imparten la “benedictio
solemnis” según el rito episcopal. Con su decreto del 24 de mayo de
1905, Pío X autorizó a los cardenales presbíteros y cardenales
diáconos que llevaran siempre la cruz pectoral, incluso en presencia
del Papa (Acta Sanctae Sedis”, XXXVII, 681; Sägmüller, "Die Tätigkeit
und Stellung der Kardinäle", 149 ss.). Durante el período de sede
vacante, el color de la vestimenta cardenalicia cambia a azafrán (J.
M. Suaresius, Dissert. de croceâ cardinalium veste, Roma, 1670).
(Cfr. N.T. anterior, en referencia a ropa, títulos, escudos de armas y
otras tradiciones honoríficas de los cardenales. N.T.)

El Colegio Cardenalicio

Como ya se explicó, los cardenales son un cuerpo, un colegio al


estilo de los capítulos catedralicios. Cuando estos últimos dejaron
de tener la “vita canonica” o vida en común, se transformaron en
cuerpos reconocidos por el derecho canónico, que administraban
sus bienes libremente, realizaban reuniones capitulares, con
autonomía, autoridad disciplinaria, y derecho para utilizar un sello.
Los miembros del capítulo (capitulares, canónigos), eran los únicos
consejeros de los obispos y eso ayudó a cimentar su posición,
uniéndolos frente al resto del clero de las catedrales, sobre todo
porque el derecho de los capitulares a gobernar la diócesis (en
parte a través de la asesoría, o “consilium” y en parte del consenso,
“consensus”), era algo constitucional y reconocido en el derecho
canónico. Los capítulos de las catedrales llegaron a su máximo
desarrollo como corporaciones a principios del siglo XIII, cuando
obtuvieron los derechos exclusivos de las elecciones episcopales.
En igual forma, los cardenales obispos, sacerdotes y diáconos
llegaron a constituir un cuerpo, sobre todo por el hecho de que
desde Alejandro III (1159-1181) tuvieron derecho exclusivo a elegir
al Papa, de ayudarlo en la Misa, y de ser sus consejeros en asuntos
importantes. Desde 1150 el cuerpo de cardenales fue adquiriendo
reconocimiento como colegio, a través del uso ocasional de algunos
sinónimos tales como universitas, conventus, coetus, capitulum. El
decano, o líder del Colegio de Cardenales es el obispo de Ostia; el
vicedecano, el de Porto. El decano es el sucesor del antiguo
arcipreste, el primero entre los cardenales presbíteros, conocido
desde el siglo XII como “prior cardinalium presbyterarum”. El
también es hasta cierto punto el sucesor del archidiácono, conocido
desde el siglo XIII como “prior diaconarum cardinalium”.

El archipresbítero era el asistente inmediato del Papa en las


celebraciones eclesiásticas. El archidiácono, supervisor de la
disciplina del clero romano y administrador de las posesiones de la
Iglesia romana, era, después del Papa, la personalidad más
importante en la corte papal. Durante la sede vacante, como ya se
dijo, ambos, el archipresbítero y el archidiácono, unidos al notario
en jefe (primicerius notariorum), gobernaban la Sede Apostólica.
Cuando posteriormente los cardenales se transformaron en un
cuerpo que incluía obispos en sus filas, uno de los obispos debía
naturalmente asumir el liderazgo, y no podía ser otro que el obispo
de Ostia, cuyo derecho inmemorial incluía el portar el palio durante
la consagración del Papa recién elegido, en el caso de que éste aún
no fuera obispo, y sobre él recayó después el derecho de ungir al
emperador de Roma, y de sentarse en el primer sitio después del
Papa en los concilios generales. Es deber del decano, en cuanto
cabeza del Colegio, convocar al mismo y dirigir sus deliberaciones, y
a representarlo en el extranjero.

Por su carácter de persona legal, el Colegio de Cardenales tiene sus


propios ingresos, administrados por el camarlengo (camerarius),
que es elegido de entre sus miembros (no se le debe confundir con
el cardenal camarlengo, administrador de los territorios papales), y
que es en cierto modo el sucesor del archidiácono o “prior
diaconorum cardinalium”. En la Edad Media eran bastante
considerables los ingresos del Colegio de Cardenales. Como grupo,
tenían derecho a participar del dinero que ingresaba a la tesorería
papal en tales ocasiones como la imposición del palio, confirmación
de obispos, y de parte de naciones y reinos que reconocían la
soberanía o protección de la Santa Sede. Fue por ello que, desde el
siglo XIII los cardenales tuvieron su propia tesorería (F. Schneider,
"Zur älteren päpstlichen Finanzgeschichte" en "Quellen und
Forschungen aus italien. Archiv und Bibl.", IX, 1 ss.). Nicolás IV
otorgó al Colegio Cardenalicio (julio 18, 1289) la mitad de los
ingresos de la tesorería de la Sede Apostólica, o sea los impuestos
del palio, las tarifas de la confirmación de los obispos (servilit
communio), el “census” o tributo pagado por los países súbditos del
Papa, el óbolo de San Pedro, los derechos de visita (pagado por los
obispos en su “visitatio ad limina Apostolorum)- las visitas a Roma
que deben hacer periódicamente los arzobispos, obispos
inmediatamente dependientes de la Santa Sede o confirmados y
consagrados por el Papa, y los abades libres de jurisdicción
episcopal e inmediatamente sujetos a la Santa Sede-, además de
otras fuentes de ingreso. (J. P. Kirsch, "Die Finanzverwaltung des
Kardinalkollegiums im 13. und 14. Jahrhundert", Münster, 1895);
Baumgarten, "Untersuchungen und Urkunden über die Camera
collegii cardinalium für die Zeit von 1295-1437", Leipzig, 1889; A.
Gottlob, Die Servitientaxe im 13. Jahrhundert", Stuttgart, 1905; E.
Göller, "Der Liber taxarum der päpstlichen Kammer", Roma, 1905).
El ingreso común del Colegio de Cardenales es considerable, y ello
explica que el “rotulus cardenalicius”, o dividendo que se paga
anualmente a los cardenales residentes en Roma, sea
comparativamente pequeño.

La precedencia o rango de los cardenales está reglamentada según


los tres órdenes descritos arriba, y por su antigüedad en cada uno
de ellos. Sin embargo, en el orden de los cardenales obispos, la
antigüedad no se rige por su entrada al cuerpo cardenalicio, sino
por la fecha de la consagración episcopal.

Según una antigua tradición que data del siglo XIII, los cardenales
residentes en Roma disfrutan de lo que se llama “jus optionis”, o
derecho de opción. Esto significa que cuando queda vacante una
sede cardenalicia, el cardenal que siga en rango de antigüedad
puede optar por esa sede. De ese modo el más antiguo de los
cardenales obispos puede elegir el puesto de decano del Colegio, y
se convierte, automáticamente, en obispo de Ostia, habida cuenta
que por la tradición el decano del Colegio Cardenalicio es siempre
obispo de esa ciudad. (Se ha modificado el “ius optionis” en
tiempos modernos, a través de documentos como “Ad
suburbicarias dioceses”, 1961, de Juan XXIII, y “Sacro Cardinalium
Consilium” 1965, de Pablo VI, Cfr. artículos 349 y siguientes del
Código de Derecho Canónico, promulgado por Juan Pablo II, 1986.).

Empero, y en vistas al provecho de sus diócesis, y aparte de las


sedes episcopales de Ostia y Porto, los cardenales obispos
solamente pueden hacer esa elección una vez. El jus optionis
también se acostumbra en las otras dos órdenes, tanto en el
ámbito de las mismas como entre ellas, si se poseen las necesarias
calificaciones para ascender al siguiente orden. Un cardenal
diácono, que tuviese ya diez años en el Sagrado Colegio, tendría
más derecho a ejercer el ius optionis que un cardenal presbítero de
menor antigüedad, con la condición de que queden por lo menos
diez cardenales diáconos en el Colegio.

(A quienes tengan especial interés en el tema de los cardenales de


la Iglesia Católica, se recomienda altamente “The Cardinals of the
Holy Roman Church”, de Salvador Miranda, en
www.fiu.edu/~mirandas/cardinal.htm , de Florida International
University. Es un sitio excelente.. N.T.)</div>

El título de Cardenal fue reconocido por primera vez durante el


pontificado de Silvestre I (314-335). El término viene de la palabra
latina cardo, que significa "bisagra". La creación de cardenales se
lleva a cabo por decreto del Romano Pontífice a quienes elige para
ser sus principales colaboradores y asistentes.
Al principio, el título de Cardenal se atribuía genéricamente a las
personas al servicio de una iglesia o diaconía, reservándolo más
tarde a los responsables de las Iglesias titulares de Roma y de las
iglesias más importantes de Italia y del extranjero. Desde tiempos
del Papa Nicolás II en 1059 y gradualmente hasta 1438 con el Papa
Eugenio IV, este título adquirió el prestigio que lo caracteriza hoy.

El Colegio Cardenalicio fue instituido en su forma actual en 1150:


cuenta con un Decano -el Obispo de Ostia, que conserva la Iglesia
que tenía antes en título-, y un Camarlengo, que administra los
bienes de la Iglesia cuando la Sede de Pedro está vacante. El
Decano se elige de entre los cardenales del orden episcopal que
tienen el título de una Iglesia suburbicaria (canon 352, par.2) -las
siete diócesis más cerca de Roma (Albano, Frascati, Ostia,
Palestrina, Porto-Santa Ruffina y Velletri-Segni).

Los cánones 349 a 359 describen las responsabilidades del


Colegio.

El canon 349 afirma: "Los Cardenales de la Santa Iglesia Romana


constituyen un Colegio especial cuya responsabilidad es proveer a
la elección del Romano Pontífice, de acuerdo con la norma del
derecho peculiar; asimismo, los Cardenales asisten al Romano
Pontífice, tanto colegialmente -cuando son convocados para tratar
juntos cuestiones de más importancia-, como personalmente,
mediante las distintas funciones que desempeñan, ayudando sobre
todo al Papa en su gobierno cotidiano de la Iglesia universal".

El número de los Cardenales varió hasta casi finales del siglo XVI y
siguió creciendo al ritmo de los sucesivos desarrollos de los asuntos
de la Iglesia. Los Concilios de Constanza (1414-18) y Basilea (1431-
37), limitaron el número a 24. Pero en tiempos de Pablo IV (1555-
59), el número aumentó a 70 y después a 76 bajo Pío IV (1559-65).
Sixto V, con la Constitución 'Postquam verus' de diciembre de 1586,
fijó el número de cardenales a 70.

Pero este número volvió a aumentar hasta alcanzar 144, tras el


Consistorio de marzo de 1973. Pablo VI, en el Motu proprio "Ad
purpuratorum patrum" del 11 de febrero de 1965, extendió el
Colegio Cardenalicio para incluir a los Patriarcas orientales. "Los
Patriarcas orientales que forman parte del Colegio de los
Cardenales tienen como título su sede patriarcal" (canon 350,
par.3).

El canon 350, par. 1 afirma: "El Colegio Cardenalicio se divide en


tres órdenes: el episcopal -al que pertenecen los Cardenales a
quienes el Romano Pontífice asigna como título una Iglesia
suburbicaria y los Patriarcas orientales adscritos al Colegio
Cardenalicio-, el presbiteral y el diaconal".

El Colegio Cardenalicio se internacionalizado notablemente en los


últimos 30 años. Los requisitos para ser elegidos son, más o menos,
los mismos que estableció el Concilio de Trento en su sesión XXIV
del 11 de noviembre de 1563: hombres que han recibido la
ordenación sacerdotal y se distinguen por su doctrina, piedad y
prudencia en el desempeño de sus deberes.

Como consejeros del Papa, los cardenales actúan colegialmente con


él a través de los Consistorios, que convoca el Romano Pontífice y
se desarrollan bajo su presidencia. Los Consistorios pueden ser
ordinarios o extraordinarios. En el Consistorio ordinario se reúnen
los cardenales presentes en Roma, otros obispos, sacerdotes e
invitados especiales. El Papa convoca estos Consistorios para hacer
alguna consulta sobre cuestiones importantes o para dar
solemnidad especial a algunas celebraciones. Al Consistorio
extraordinario son llamados todos los cardenales y se celebra
cuando lo requieren algunas necesidades especiales de la Iglesia o
asuntos de mayor gravedad.

Desde 1059, los Cardenales han sido los únicos electores del Papa a
quien eligen en cónclave, siguiendo las últimas orientaciones de la
Constitución Apostólica de Juan Pablo II "Universi Dominici Gregis",
del 22 de febrero de 1996. Durante el período de "sede vacante"
-de la Sede Apostólica-, el Colegio Cardenalicio desempeña una
importante función en el gobierno general de la Iglesia y, tras los
Pactos Lateranenses de 1929, también en el gobierno del Estado de
la Ciudad del Vaticano.

También podría gustarte