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MARIA JORGE ISAACS

El padre de Efraín y María cae enfermo de fiebre, por lo que dicen llamar al médico porque, aunque podía no ser nada
grave, querían quedarse tranquilos con un diagnóstico del médico.

La madre siente que su esposo esta preocupado por algo (todo el tiempo habla entre sueños quejándose de un hombre
y pide unas cartas) y le pregunta a Efraín.

Él dice ignorar de qué habla su padre y le asegura que esta delirando. Sin embargo, cuando el médico llega y le pregunta
si hay algo que pueda preocuparle a su padre, Efraín le cuenta la verdad (que un negocio en el que el había puesto todas
sus expectativas había salido mal). Entonces le explica que esa puede ser la causa de la enfermedad, le receta una
medicación y le pide que lo controlen, tarea que es llevada a cabo conjuntamente entre él y María.

La fiebre continuaba, y el médico le dijo a Efraín que si a la noche no empezaba a delirar y una excitación, no estaba
pasando nada bueno y, en ese caso, ya no habría nada que él pudiera hacer contra la enfermedad de su padre. Le pidió
que busque alguna excusa para que sacara a las chicas de la habitación, ya que se podían impresionar; pero Efraín no lo
creyó así. Solamente sacó a su madre, y se quedó con Emma y María. El médico mientras tanto iría a descansar, pero
pidió que ante cualquier problema lo llamaran.

Emma y María, pese a que querían e intentaron permanecer despiertas, se durmieron, por lo que Efraín quedó a cargo
de su padre. De repente escuchó un quejido proveniente de este y vio que intentaba incorporarse en la cama, Efraín se
acercó para ver que pasaba.

El hombre estaba delirando: creía que alguien, el hombre que había logrado que su negocio saliera mal, lo estaba
esperando fuera de su habitación; por eso, intentaba salir de la cama (y estaba debil todavía), llamaba a Efraín
constantemente y le pedía que le trajera su ropa y pedía que Juan Ángel, uno de sus sirvientes, le preparara un café para
él y su supuesto invitado.

Como Efraín no sabía que hacer llamó a María y entre los dos trataron de convencerlo de que estaba delirando, aunque
fracasaron en el intento. El chico quiso ir en ayuda del médico, pero María se lo impidió porque tenía miedo de que la
situación se complicara más y no supiera que hacer, entonces despertaron a Emma para que esta vaya en busca del
médico. Una vez que el doctor Mayn llegó, se alegró cuando Efraín le contó lo sucedido y consideró que María, por su
manera de ser, era la indicada para darle el remedio, mientras él se escondía para observar sin ser visto. Ella se lo dio
muy dulcemente y el hombre se durmió.

Después de diez días, el padre mejoró notablemente. El doctor recomendó que no se le mencionara nada del negocio
que fracasó. Una de esas reuniones familiares fue interrumpida por Juan Ángel, trayendo dos cartas. Eran ambas del
señor que iba a llevar a Efraín a Inglaterra, para que pudiera concluir su carrera de medicina.

La primera decía que postergarían su partida por cuatro meses, por lo que Efraín sintió un poco de alegría porque
tendría bastante tiempo para pasar con María, aunque prefería no irse. La segunda comunicaba que como se había
enterado de la mejoría de Anselmo (el padre de Efraín) y, como iba a estar próximamente en Cali, quería encontrarse
con Efraín allí y de ahí partir a Inglaterra. Al chico no le gusto ese repentino cambio de planes y salió a dar un paseo con
su caballo.

Cuando volvió decidió que tenía que hablar con su padre de lo que pensaba. Le dijo que él no pensaba que estuviera
bien irse, debido al reciente fracaso que había vivido su padre, lo cual había generado una notable pérdida económica
en su familia. Irse a Inglaterra implicaba nuevos gastos, los cuales él dudaba que pudieran ser afrontados por su familia,
y además creía que, a causa de la enfermedad que había pasado su padre debía quedarse a ayudarlo porque al ser el
hijo mayor, era a él a quien le correspondía.

Sin embargo, el padre dijo que no estaba de acuerdo, los gastos iban a poder ser afrontados y, además, una vez que él se
hubiera recibido se iban a recuperar las pérdidas sufridas gracias a el buen trabajo que Efraín iba a tener. Tampoco
quería que su hijo cortara por la mitad la buena carrera que había iniciado. Por lo tanto, le dictó a su hijo una respuesta
para que le enviara al hombre que se encargaría de llevarlo a Inglaterra.

Efraín se mostraba triste debido a su cercana separación de María. Su madre intentó convencerlo para que cambie de
ánimo. Le dijo que ella cuidaría de María no como su hija, sino como la futura esposa de su hijo y le hablaría siempre de
él. Sin embargo, Efraín siguió triste.
Al día siguiente debía ir a la hacienda, y su hermana le pidió que lleve a Juan Ángel, debido a que su madre estaba
enferma y él seguramente querría verla. Efraín aceptó.

Escuchó que su padre lo llamaba y fue hasta donde este se encontraba. Vio que María estaba con él. Anselmo le
preguntaba a su hija "adoptiva" si aceptaba casarse con Efraín una vez que hubiese vuelto y ella dijo que sí. Luego, le
pidió que le comentara al chico las condiciones que había establecido. La primera era que estudie mucho y la segunda
era que se vaya lo más contento posible. La tercera la estableció María y era que nunca deje de amarla.

Efraín llegó con Juan Ángel a la hacienda y vio a Feliciana, la madre del negrito, echada en la cama. Había empeorado y
no le quedaba mucho de vida. Fue entonces que Efraín recordó una de las historias que le contaba a él y a sus hermanas
cuando eran pequeños.

Magmahú era un soldado de los ejércitos de Achantí, una nación poderosa de África, que por su había recibido todos los
honores y riquezas como regalo del monarca.

En una de las batallas contra las tropas inglesas, Magmahú comprendió que iba a ser derrotado porque muchos de sus
soldados habían muerto y muchos otros estaban asustados. A pesar de eso, se preparó para luchar, aún sabiendo que
iba a morir.

El rey vio la situación de su ejército y pidió la paz, los ingleses la aceptaron con condiciones que los beneficiaban sólo a
ellos por lo que desde entonces el monarca no volvió a confiar en él. Magmahú decidió exiliarse, pero antes de esto
decidió cortar las cabezas de sus esclavos y arrojarlas a un río, en ofrenda a su dios. Entre ellos Sinar, cuya noble estirpe
solo era conocida por Nay, hija de Magmahú.

La chica sintió gran admiración por él desde que el chico se convirtió en su siervo. Ella prometió pedirle por su libertad a
su padre, porque sabía que él extrañaba sus tierras.

Un día Sinar le mostró a ella el camino a su tierra y le dijo que la llevaría con él y que sería su reina, y que nadie se
interpondría en su misión, pero Nay dijo que debían hacer las cosas bien porque ella no quería fallarle a su padre.

Cuando llegó la batalla contra los ingleses, en la que Magmahú se exilió, Sinar le suplicó que lo llevara y le aseguró que le
iba a luchar con todas sus fuerzas. Magmahú lo llevó y en ella Sinar perdió su brazo. Nay se dedicó a curarle las heridas,
pero un día su padre le contó la resolución que había tomado de abandonar sus tierras y de sacrificar a sus esclavos para
calmar la ira del dios. Nay se desmayó el escuchar esto y Magamahú se enojo al darse cuenta que su esclavo amaba a su
hija, por lo que decidió enfrentarse a él. Pero Nay consiguió impedir ese enfrentamiento.

Entonces los tres partieron de esas tierras. El valor y el esfuerzo de Sinar y Magmahú fueron muy útiles en la nueva tierra
donde se encontraban.

Un día mientras Nay se bañaba en un lago vio a dos extranjeros blancos llegar, traían un cadáver con ellos, y pidieron a
Sinar permiso para enterrarlo. Los extranjeros venían de Francia y pensaban que no iban a tener problema en enterrarlo
en tierras Achimis. Sinar les dijo que en la tribu había alguien con más poder que él y que era a aquella persona a quien
debían preguntarle.

Los extranjeros les contaron como habían llegado hasta ahí y el monarca de la tribu le concedió permiso para enterrar el
cadáver, tarea que se realizó con ayuda de Sinar y otros esclavos.

El jefe de la tribu de Kombu Monez hizo una celebración en honor al casamiento de Nay y Sinar. Después de largas horas
de festejo, la mayoría se quedó dormida, pero despertaron en medio de la noche porque estaban siendo atacados.
Muchos murieron y muchos se convirtieron en esclavos; Nay estaba entre estos últimos. Los prisioneros fueron llevados
en barcas y a Nay no se le permitió que se acercara a Sinar durante el viaje.

Cuando el grupos de prisioneros que viajaba con Nay y la misma Nay llegaron a tierra, fueron atados y los llevaron a una
casa donde los recibió una mestiza llamada Gabriela y una hombre blanco irlandés llamado William Sardick. Este no
estaba muy contento con los esclavos recibidos, pero sí con Nay porque era muy hermosa.
Sardick era un hombre ya que poseía minas de oro y exportaba pieles, cacao, sales, armas, entre otras cosas de valor.
Estaba por partir a África a trabajar y Nay le suplicó que la llevara, con el objetivo de buscar a Sinar. Sinar le dijo que sólo
si prometía amarlo la llevaría.

Después de un tiempo, Nay pudo aprender a hablar castellano gracias a Gabriela y acordó con sus dueños que el hijo
que estaba esperando no sería un esclavo. La criolla le dijo que su hijo recién podría ser libre a los 18 años.

Un joven inglés que pasaba por el lugar pidió hospedaje en la casa de Sardick. Traía con él una nena de 3 años. Eran
María y el padre de Efraín. Anselmo, que sabía que la importación de esclavos estaba prohibida, decidió comprar a Nay y
a su hijo para luego dejarlos en libertad. Pero en esos días, llegó un norteamericano y sintió una enorme admiración por
la belleza de Nay. Debido a eso le ofreció a Sardick una notable cantidad de dinero por Nay y este la aceptó. Sin
embargo, la chica se enteró que en donde la llevaban su hijo sería un esclavo y le pidió a Anselmo que la compre o
mataría a su propio hijo. Así fue, auque luego la dejo en libertad. Le dio la posibilidad de elegir quedarse o de irse con él
y su hija, y eligió irse con ellos porque le había tomado mucho cariño a la nena.

Feliciana empeoraba y el médico dijo que moriría esa noche. Lo único que hacía era repetir en sueños el nombre de
Sinar, su esposo.

Finalmente, a la noche murió.

LA ILEADA

La Ilíada de Homero comienza en el décimo y último año de la guerra de Troya, pero incorpora imágenes previas y
posteriores de las violentas batallas entre los griegos y los troyanos, en las que también se involucraron los dioses. El
motivo central de la Ilíada es la furia de Aquiles. Tras sufrir una ofensa personal, el más valiente y fuerte de los guerreros
griegos se retira, encolerizado, de la lucha por la ciudad. Este hecho es el primero de una larga cadena de sucesos cuyo
final es la caída de la ciudad de Troya. Pero, la perdición de Troya y la famosa historia del caballo de madera no forman
parte de la Ilíada, sino que están narradas en la segunda epopeya de Homero, la Odisea. Para los lectores de hoy, la
Ilíada puede resultar por momentos ampulosa y sobrecargada con episodios secundarios; sin embargo, todavía
impresiona por la fuerza discursiva, la tensión, el dramatismo y la sofisticación psicológica del texto. El poema ha dejado
una fuerte impronta en casi todas las épocas de la historia.

Ideas fundamentales
La Ilíada es la obra escrita más antigua de la literatura occidental.
Se cree que fue escrita en la Grecia jónica, una estrecha franja en la costa de Asia Menor, durante la segunda mitad del
siglo VIII a.C.
Es la epopeya de la guerra de Troya en la que los griegos sitiaron la ciudad de Troya porque los troyanos habían raptado
a la bella Helena.
La obra gira en torno de la furia del héroe griego Aquiles, que siente que su comandante, Agamenón, lo ha ofendido y se
separa de la lucha.
Mientras Aquiles esté fuera de la batalla, la suerte estará del lado de los troyanos.
El héroe troyano, Héctor, destruye casi por completo la flota de los griegos.
La muerte de su mejor amigo, Patroclo, hace que Aquiles cambie de opinión. Cuando toma las riendas de la batalla,
regresa la suerte a los griegos.
La batalla de Troya adquiere dimensiones universales debido a que también intervienen los dioses.
La conquista de Troya a manos de los griegos gracias a la astucia de Odiseo y su caballo de madera aparece narrada en
otra epopeya, la Odisea, también de Homero.
La Ilíada está compuesta por 15 mil 693 versos, distribuidos en 24 cantos.
La historia de su origen es tan incierta como la existencia misma de Homero.
En el año 1870, el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann encontró en Turquía los restos de Troya.
Resumen
La crueldad de Agamenón y la furia de Aquiles
En el campamento que los griegos montaron alrededor de Troya, se presenta el sacerdote de Apolo, Crises, para exigir al
comandante de la tropa, Agamenón, la liberación de su hija Criseida. Cuando Agamenón se niega, Apolo castiga a la
tropa griega con una peste. El más valiente de los griegos, Aquiles, interviene entonces con vehemencia para lograr la
liberación de la prisionera y despierta así la ira de Agamenón. Finalmente, el comandante libera a Criseida, pero como
compensación exige que le entreguen a Briseida, una joven esclava de Aquiles de la que Agamenón se ha enamorado. El
héroe obedece, pero abandona, ofendido, la batalla. Enojado, se sienta a orillas del mar y llama a su madre, Tetis. La
diosa del mar le promete intervenir por él ante el padre de los dioses, Zeus. Tetis se arroja a los pies de Zeus y lo adula
mientras pide ayuda para su hijo. Zeus accede: mientras los griegos no ofrezcan una satisfacción por la ofensa a Aquiles,
los troyanos saldrán siempre victoriosos.

El engañoso triunfo de los troyanos


Retrospectiva: los griegos sitian la ciudad de Troya porque los troyanos raptaron a la bella Helena, casada con Menelao,
hermano de Agamenón. Paris, que antes del rapto había visitado a Menelao, infringe de modo imperdonable las leyes de
la hospitalidad. Al principio, las partes tratan de resolver el conflicto con un duelo entre los dos hombres que se disputan
a Helena. Cuando Menelao gana el duelo, interviene la diosa Afrodita, quien envuelve a Paris en una espesa niebla y lo
transporta directamente desde el lugar de la disputa a la habitación de Helena en la fortaleza troyana. Afrodita se siente
unida a Paris porque tiempo atrás, con su voto, le ayudó a ganar un concurso de belleza contra Hera y Atenea. A cambio,
la diosa le prometió entregarle la mujer más bella del mundo: Helena. Luego de la inexplicable desaparición de Paris del
campo de batalla, Menelao es declarado triunfador. Pero la paz firmada entre los hombres se opone al plan trazado por
los dioses: Zeus le pide a su hija Atenea que incite al troyano Pandaro a disparar una flecha contra Menelao. El griego
queda herido, los troyanos vuelven a aparecer como culpables y la guerra continúa.

MIGUEL ANGEL ASTURIAS

(Guatemala, 1899 - París, 1974) Poeta, narrador, dramaturgo, periodista y diplomático guatemalteco considerado uno
de los protagonistas de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Precursor de la renovación de las técnicas narrativas
y del realismo mágico que cristalizaría en el posterior «Boom» de la literatura hispanoamericana de los años 60, con su
personalísimo empleo de la lengua castellana construyó uno de los mundos verbales más densos, sugerentes y dignos de
estudio de las letras hispánicas.

Miguel Ángel Asturias

Se graduó de abogado en la Universidad de San Carlos, en Guatemala, donde participó en la lucha contra la dictadura de
Estrada Cabrera, hasta que éste fue derrocado en 1920. Dos años después fundó y dirigió la Universidad Popular; ya en
ese entonces había publicado sus primeros textos. Partió luego a Europa, donde vivió intensamente los movimientos y
sucesos que la transformaban, y estudió lingüística y antropología maya en la Sorbona con el americanista Georges
Raynaud; de esa época es su traducción del Popol Vuh, junto con José María Hurtado de Mendoza.

Regresó a Guatemala en 1933, donde ejerció la docencia universitaria, fundó el Diario del Aire, primer radio periódico
del país, y vivió una agitada vida cultural y académica. En el período revolucionario de 1944 a 1954 desempeñó varios
cargos diplomáticos. En 1966 recibió el Premio Lenin de la Paz, y en 1967 el Premio Nobel de Literatura. Murió en
Madrid el 9 de junio de 1974, pero sus restos reposan en el cementerio de Pere Lachaise, en París

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