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„Federatividad – descentralidad – sinodalidad.

Centenario de la Fundación de la Federación


Apostólica de Schoenstatt“ - Congreso dal 2 al 4 de octubre de 2019, Vallendar-Schoenstatt

Prof. Dr. Emilce Cuda, Buenos Aires1

EL APORTE DE LA TEOLOGÍA DEL PUEBLO A LA CONFIGURACIÓN DE LA IGLESIA


EN EL TERCER MILENIO

Introducción: Críticas a la Teología del Pueblo, similitudes y diferencias con otras


posiciones europeas

A quienes critican a la Teología del Pueblo, acusándola de ser una posición localista con
pretensión de universalidad, se les puede señalar que la visión de mundo que tiene el actual
pontífice, que parte de esa teología -pero no solamente-, también se encuentra en autores
latinoamericanos, norteamericanos y europeos no confesionales, y provenientes de otras
disciplinas. Enfocaré solo en los puntos de coincidencia con el pensamiento crítico respecto al
análisis social, a sus causas y posibles salidas, tanto en el campo de la teoría política
contemporánea y de la economía. No tocaré fundamentos teológicos al margen de la moral social,
no porque no los hubiera, sino porque no son pertinentes a mi campo de especialización, solo diré
al respecto que parto de la convicción -compartida con otros autores, como Enrique Dussel-, de
que la moral es el fundamento de lo político, y no la política funcional a cualquier moral particular
y contingente puesta como universal.
Un cambio cultural es la propuesta de salida para el tercer milenio. El Papa Francisco habla de
la urgencia de una crisis ecológica y pone en el centro al trabajador, impulsando su organización
en movimientos sociales, considerando que el cambio cultural viene desde abajo. La filósofa belga
Chantal Mouffe habla de una crisis cultural hegemónica y dice que las organizaciones sociales
hoy, ante un escenario despolitizado y apartidario, son las que deben protagonizar el cambio
cultural. El economista francés Thomas Piketty, ante un crecimiento exponencial de la
productividad y una concentración sin precedentes de la renta, considera que el problema está en

1
Ph.D. en Teología Moral Social por la Pontificia Universidad Católica Argentina, profesora
investigadora de esa universidad, de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, y de la Universidad de
Buenos Aires. Profesora invitada en Boston College University, De Paul University y Northwestern
University de los Estados Unidos. Último libro: Para leer a Francisco: teología, ética y política,
Ediciones Manantial, Buenos Aires, 2016 (en italiano por Bollati Boringhieri, Torino, 2018).

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la percepción de la riqueza como acumulación concentrada de la renta, y sostiene que la salida es


un cambio cultural.
Siguiendo el método teológico latinoamericano, hablaré primero de la situación económica,
política y religiosa como punto de partida del actual magisterio pontificio. Luego hablaré de dos
conceptos claves para esa teología en el campo de la moral social, es decir el de la pastoral
teológica: trabajo y pueblo. Por último, hablaré de la organización del pueblo pobre trabajador
como camino a la conversión para un cambio cultural; como propuesta misionera para una Iglesia
en salida ante una crisis ecológica que amenaza la Casa Común.

1. Situación económica, política y religiosa

1.1. Situación económica: percepción de la riqueza como acumulación concentrada de la


renta

Los datos provenientes de las estadísticas económicas no sólo explican, sino también justifican
uno de los cuatro principios bergoglianos: “la realidad es superior a la idea” (EV 232-233). Según
el documento publicado el 22 de enero de 2019 por la Comisión Mundial para El Futuro del
Trabajo de la OIT (Organización Internacional del Trabajo): 190 millones de personas están
desempleadas; 2000 millones sobreviven por la economía informal; 300 millones viven en la
pobreza; y casi 3 millones mueren anualmente por enfermedades de trabajo.2 La causa está en que
la política económica del Estado de Bienestar, basada en la producción, el pleno empleo y el
consumo, fue desplazada por el capital financiero. Así lo muestra Thomas Piketty en su libro El
capital en el siglo XXI,3 comparando a lo largo del siglo XX los índices de crecimiento de la
productividad con las tasas de acumulación de la renta. Pone en evidencia la exponencial
concentración del capital hacia la segunda mitad del siglo XXI. De no modificarse las relaciones
entre capital y trabajo: el 90% de la renta global se concentrará en el 10% de la población mundial.
Según Piketty, la salida está en modificar culturalmente la percepción de la riqueza como causa
directa de la acumulación concentrada de la renta percibida como lo bueno. En ese sentido va el
discurso de Francisco, quien, ante el empobrecimiento de todos los sectores sociales, crisis

2
Cf. https://www.ilo.org/global/topics/future-of-work/lang--en/index.htm
3
PIKETTY, T. El capital en el siglo XXI. Paidós: Buenos Aires, 2018.

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financiera y ambiental, desempleo estructural, despolitización, y crimen organizado como modo


de empleo y de Estado paralelo absoluto -en cuanto control centralizado de los bienes y los
cuerpos-, no habla de caridad a modo de limosna, ni dice que la solución es económica; dice que
“la forma más alta de caridad es la política”, y llama a la organización de los de abajo.

1.2. Situación política: la organización popular anti-establishment

Según Chantal Mouffe, asistimos a un momento de crisis de formación hegemónica liberal, es


decir un caos de organización al que denomina momento populista, vulnerable a ser ordenado por
cualquiera.4 Por ese motivo, según la autora, los de abajo deben organizarse para restablecer la
política partidaria en defensa de las necesidades sociales populares.5 Para Mouffe, el cambio en
las relaciones de producción del siglo XXI intervino en la relación contingente entre liberalismo y
democracia que garantizaba la unidad política en tensión -es decir, el equilibrio republicano. El
capitalismo financiero modifica la relación entre capital y trabajo, suprimiendo el empleo
asalariado, la organización sindical y la partidaria. En consecuencia, la política republicana
deviene hoy lucha facciosa entre los de arriba y guerra de pobres contra pobres entre los de abajo.
Los datos económicos y políticos confirman la falta de sensibilidad del capitalismo financiero
ante las necesidades sociales y ambientales opuestas a sus intereses, pero también la incapacidad
de la izquierda para operar políticamente debido a su posición esencialista de seguir pensando que
la clase obrera (trabajador industrial) es el sujeto privilegiado aun cuando el escenario es de
desempleo estructural. Según la Teología del Pueblo, esa supuesta clase obrera no existe más que
como categoría -mucho más en los países de la periferia que no han alcanzado un desarrollo
industrial avanzado. Según Francisco, hoy los trabajadores dejaron de ser explotados para ser
descartados, por eso su organización no es a través del sindicalismo sino de movimientos populares
-invisibilizados por la derecha y descalificados por la izquierda por su falta de tener y saber,
respectivamente. La lucha política partidaria por derechos sociales laborales se tornó resistencia
anti-establishment con capacidad de articular la insatisfacción general por demandas de género,
anticorrupción, anti-migración y seguridad.

4
MOUFFE, CH. Por un populismo de izquierda. Siglo veintiuno: Buenos Aires, 2018. pg. 83.
5
MOUFFE, CH., op. cit. pg. 83.

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1.3. Situación religiosa

El secularismo parece no continuar siendo el modo de la política en el siglo XXI. Estaría


comenzando una etapa post-secular de la política.6 La Revolución Industrial produjo capitalismo
y obreros explotados, pero también partidos políticos de los trabajadores. Antes del capitalismo,
la política era una guerra horizontal entre distintas fracciones de la burguesía. En ese contexto, los
trabajadores luchaban en una guerra que no era suya, luchaban por verdades en una guerra ajena.
Luego del capitalismo, la política pasa a ser una guerra vertical entre los de arriba -patrones-, y los
de abajo -ahora devenidos obreros-, luchando por derechos sociales, al margen de creencias
religiosas o profanas; una guerra que era suya, por derechos sociales, mientras las creencias
religiosas actuaban como fundamento moral de su dignidad humana.
En el actual capitalismo financiero, la política vuelve a ser horizontal, ahora entre trabajadores
descartados y trabajadores empobrecidos de los sectores medios, envueltos en múltiples luchas de
resistencia moral cuasi-religiosa anti-establishment, enmascaradas en luchas de género,
antipatriarcales, anticolonialismo, anticorrupción, pero no luchando por derechos sociales,
ambientales o civiles. Mientras gran parte de los pobres están envueltos en la lucha metafísica -y
no política-, por una falsa verdad exhibida hegemónicamente como lo bueno y lo bello, un núcleo
de resistencia mítico-ético-historia, comienza a organizarse en movimientos populares.

2. Dos conceptos centrales de la Teología del Pueblo: Trabajo y Pueblo

2.1. Trabajo

A fines del siglo XIX, la primera encíclica social de la Iglesia, Rerum Novarum, ante el avance
del liberalismo económico y la desprotección en que quedaban los trabajadores frente a un sistema
de producción industrial que los colocaba en situación de opresión y explotación sin protección
institucional alguna, declara que la cuestión social era miserable, calamitosa y urgente (RN 1). En
el siglo XXI, la última encíclica social de la Iglesia, Laudato Si, sigue considerando que el tema
es la cuestión de los trabajadores (LS 17-61). Sin embargo, toma en cuenta el nuevo estado de las

6
Cf. MARRAMAO, G. Poder y secularismo. Península: Barcelona: 1989.

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relaciones entre capital y trabajo -descripto anteriormente-, para decir: que “esa economía mata”
(EG 53); que el trabajador explotado ha devenido “persona descartable” (LS 158); y que la crisis
social devino ecológica, o mejor dicho que las causas de la crisis ecológica son sociales (LS 15;
119).
Mientras la primera encíclica social ponía la responsabilidad en la inmoralidad de la persona de
los empresarios, hoy la última encíclica social deposita la responsabilidad en las relaciones
económicas impersonales del sistema capitalista. Esto último es un gran giro. Se denuncia al
sistema de relaciones, y no a la persona que queda determinada por ese sistema. Por eso, para una
Cultura del Encuentro, la conversión es un cambio cultural. La novedad es que ese proceso de
conversión no comienza por arriba ni por abajo, sino que -dado el escenario político y económico
real-, va a desde los bordes hacia el centro.
Se trata de intervenir en el sistema de relaciones egoístas que no puede sustentar la vida en el
planeta. El camino, según el obispo de Roma -de origen argentino, pero pontífice de toda la Iglesia
Católica-, es “trabajo digno” para todos, porque el trabajo no es solo un medio para conseguir
dinero, es también la condición de la organización política de los sectores descartados como única
posibilidad para que sus necesidades -y las de la Casa Común, que los afecta de manera directa e
inmediata-, sean primero reclamadas y luego reconocidas por el Estado como derechos. El trabajo,
como actividad cotidiana, garantiza el espacio público donde la palabra política de los pobres
aparece, inicia los procesos de organización de esa comunidad, y la constituye en su identidad
como sujeto político. Históricamente, los cambios culturales siempre han seguido ese camino. Los
derechos sociales no son el resultado de una institución caritativa de arriba hacia abajo, sino de la
constitución de identidades populares colectivas desde la periferia reclamando al centro de poder
por necesidades -eso fue la República Romana, la Revolución Francesa y la democracia universal.
Para la Teología del Pueblo no existe una clase obrera en el sentido que le da la izquierda
socialista, ni tampoco individuos atomizados en sentido liberal. Para esa corriente teológica existen
trabajadores -ya sean empleados asalariados, desempleados, precarizados o descartados. Gran
parte de los trabajadores que en el siglo XX estaban organizados en sindicatos y partidos políticos,
hoy están descartados y desorganizados. En el mejor de los casos se encuentran organizados en
movimientos sociales populares. Por eso, aquello que, en contextos de desarrollo industrial
avanzado con pleno empleo y democracias representativas, la lucha social es por “trabajo decente”
-es decir, mejores condiciones de trabajo para quienes ya están empleados. Pero en contextos

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desindustrializados y democracias meramente formales con el desempleo estructural, la lucha


social es por “trabajo digno” -es decir, Tierra-Techo-Trabajo, siendo estos reclamos los principios
concretos sobre los que discierne moralmente la Doctrina Social de la Iglesia para decidir qué
hacer. El bien común, en la Rerum Novarum, estaba en las condiciones sociales que garantizaban
una vida digna. Hoy, desde la pastoral de Francisco, ese bien común tiene contenido; paz social -
y no augusta-, se entiende como diálogo social -en tanto leyes como realidad efectiva de ese
diálogo- que garanticen las tres “T” de manera permanente y universal.

2.2. Pueblo

Partiré del supuesto teórico de que un pueblo está/se manifiesta en la organización de una
comunidad cuya identidad como sujeto político se constituye en el momento de la unidad de sus
demandas articuladas bajo la forma de representación. Por un lado, tenemos que el fin de la política
es la búsqueda de la unidad perdida, que para algunos es originaria es sustancial, y para otros es
imaginaria. Por otro lado, tenemos que la representación política hegemónica -si se admite la
posibilidad de una hegemonía cultural en sentido gramschiano y no solo militar como plantea Perry
Anderson-,7 para algunos recae sobre una persona como en la política de masas del siglo XX, para
otros en el partido, y para la teoría del discurso en la demanda social del siglo XXI desorganizado
y despolitizado. Por lo tanto, pensar un pueblo implica al mismo tiempo pensar la unidad y la
representación.
Para los padres fundadores de la Teología del Pueblo no se trataba de definir qué es el pueblo,
sino de saber dónde está el pueblo.8 No se hablaba del pueblo sino de un pueblo que, en ese
momento, en Argentina, estaba en las organizaciones sindicales. Ese pueblo hoy, por lo dicho
anteriormente -es decir, la falta de trabajo digno para todos-, está desorganizado sindical y
partidariamente, y articulado discursivamente en el movimiento anti-establishment de resistencia,
tal como lo explican Mouffe y Laclau,9 y no en la búsqueda de la unidad nacional. Ante este nuevo
escenario meramente casual y discursivo, el cardenal Bergoglio reclama la organización política

7
ANDERSON, P. El Estado absolutista. Siglo XXI: México, 2016.
8
Cf. CUDA, E., Para leer a Francisco: teología, ética y política. Manantial: Buenos Aires, 2016 (en
italiano por Bollati Boringhieri: Torino, 2018); FRESIA, A., Estar con lo sagrado. Ed. Académica
Española, Madrid, 2019.
9
Cf. LACLAU, E. La razón populista. Fondo de Cultura Económica: México, 2006.

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de un pueblo como sujeto, y dice, según cita Antonio Spadaro: “No sirve un proyecto de pocos y
por pocos, de una minoría iluminada o de testimonios que se apropian de un sentido colectivo. Se
trata de un acuerdo sobre el vivir juntos. Es la voluntad expresa de querer ser pueblo nación”.10
Dejo de lado, en este artículo, por cuestión de espacio, la discusión sobre el concepto de nación.
Los primeros teólogos del pueblo, como Lucio Gera, hablaban de pueblo y antipueblo. Partían
de una concepción simbólica de pueblo, en tanto unidad de partes que supuestamente en el pasado
estaban unidas y habían sido separadas -symbolon. De ese modo, el antipueblo sería la parte
traidora del pueblo a la cual debe redimirse y llegar así a la plenitud del pueblo como nación. Con
esto se intentaron diferenciar del pensamiento marxista de lucha de clases. Luego de casi cincuenta
años se observa internacionalmente, y de acuerdo a los resultados electorales presidenciales de las
últimas décadas, que un pueblo hoy está en la articulación discursiva de las demandas -no siempre
por necesidades populares- antes que un proyecto de nación. La demanda inmediata de los bordes
al centro, y no la idea de nación, es lo que pasa a adquirir el carácter universal de la representación
-muchas veces, como articulación momentánea, al margen de un líder, de una ideología, de un
programa político o de un proyecto nacional. Por eso la demanda popular, y no la idea, pasa a ser
la unidad de análisis político, porque allí, en la demanda, hoy aparece un pueblo como unidad
contingente. Para la Teología del Pueblo -como para el pensamiento nacional y popular argentino,
de los sesenta y setenta, y de la actualidad-, la comunidad del pueblo pobre y trabajador, cuando
se organiza, se constituye en sujeto político, y no en masa -siendo esta la diferencia con los
nacionalismos europeos. Es decir, cuando la organización histórica de sus demandas por
necesidades y aspiraciones es la que constituye su identidad al tomar posición en el discurso
público -populismo en sentido latinoamericano-, y no la demanda hegemónica del poder opresor
replicada por sugestión de manera masiva -populismo en sentido europeo o norteamericano.
Para entender la noción de pueblo de los teólogos del pueblo es preciso situarse en la coyuntura,
y no reflexionar sobre la coyuntura como lo haría otra corriente teológica, ya que para estos la
realidad es superior a la idea, el tiempo al espacio y el todo a la parte, y por eso acuerdan con
Bergoglio en que la unidad será superior al conflicto (EG 217-237). Pero qué entienden por unidad.
Para eso debe señalarse una diferencia en el punto de partida al interior mismo del pensamiento
nacional y popular argentino, donde se distinguen el peronismo por un lado, y el postmarxismo

10
SPADARO, A. “Tornare a essere popolari”, Civilta Cattolica, Diciembre 2018. Pg. 2. (traducción de la
autora).

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por el otro. Mientras que para el primero la unidad del pueblo es originaria y sustancial, para el
otro es representativa y simbólica. Los primeros buscan la unidad del pueblo como nación, la cual
ha sido traicionada por una parte del pueblo, el antipueblo. Los segundos consideran que esa
unidad originaria es imaginaria y regulativa -en el sentido del objeto petit a lacaniano-, y buscan
la unidad contingente y momentáneo que se constituye en una demanda capaz de vaciarse de
significado adquiriendo así la representación universal de todas las demandas insatisfechas.
Sin embargo, en ambos casos, no se trata de unidad como identidad totalitarista, sino de la
unidad en la diferencia a partir del momento en que las necesidades de los descartados pasan a ser
equivalentes en un momento histórico, constituyendo un pueblo donde, en el conflicto, dos partes
se disputan esa identidad resistiendo en sus particularidades sin ser absorbidas en una síntesis
totalizadora -lo que Scannone llama lógica analectica. En el campo de lo política, la unidad de un
pueblo es considerada por estas corrientes como contingente y abierta, es decir: posfundacional.
En el campo de lo teológico, la unidad del Pueblo fiel de Dios, santo y pecador, tentado y
misericordioso, supera el conflicto, el espacio y la parte, y sigue en el tiempo, caminando en la
unidad del Espíritu Santo como historia de la salvación. Pero se trata del mismo pueblo.
La Teología del Pueblo emerge en ese contexto de diferencias conceptuales siendo también ella
atravesada por ese debate, pero sostiene, además, que un pueblo no se equivoca. El problema, no
está solo en saber quién juzga -como lo planteó Carl Schmitt-, sino en saber quién exhibe a la razón
lo bueno como bello y verdadero -en el sentido del juicio estético kantiano. Hasta la Revolución
Industrial, los teólogos ocupaban el lugar de la razón para el pueblo, luego lo ocupan los
científicos, y en el s XXI la opinión pública replicada en los medios masivos de comunicación
mediante categorizaciones algorítmicas aleatorias que exhiben la verdad sobre la que el pueblo
juzga -en el sentido que lo explica Spadaro en su Ciber teología. Por ese motivo el Papa Francisco
habla del poder de los medios de comunicación asociados al poder judicial en contra de los
intereses genuinos del pueblo trabajador (Francisco, 4 de junio de 2019).
Cuando lo que se exhibe como bueno, bello y verdadero es el capital, el dinero adquiere la
capacidad de representación universal desplazando a la representación política. Esa capacidad de
representación universal del dinero lo sacraliza y, en consecuencia, legitima la corrupción, lo cual
lleva a Francisco a decir que “corrupción” no es lo mismo que pecado. Mientras que el pecador es
consciente del acto malo -es decir que se avergüenza, lo esconde, y trata de no repetirlo, aunque

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cae en la tentación-, el corrupto cree que su acto malo es bueno, se enorgullece de este, lo exhibe,
y busca reconocimiento.11

3. Aportes de la Teología del Pueblo a la Iglesia del tercer milenio: la organización de un


pueblo como Pueblo fiel de Dios.

Francisco habla de la “política como la forma más alta de caridad”.12 La Teología del Pueblo
siempre reivindicó la participación política de los sectores trabajadores como modo eficaz para
garantizar una vida digna. En la actualidad, los teólogos del pueblo -y no los historiadores de la
Teología del Pueblo-, en continuidad con la “opción preferencial por los pobres” de la Teología
de Liberación Latinoamericana, y con la noción de comunidad organizada proveniente de la
herencia política popular argentina, interviene en lo político, no partidariamente, sino a favor de
los más pobres, acompañando la organización popular para reclamar por necesidad y felicidad.
Ellos son los curas villeros (slum priest) y los laicos, trabajando en la de pastoral social, o en la
militancia política de los sindicatos y los movimientos populares.
La Teología del Pueblo no es una práctica religiosa intimista, ni tampoco una posición
intelectual academicista -ambas criticadas por Francisco.13 Siempre fue “Iglesia en Salida”
incomprendida por esa práctica teológica desde la incapacidad de reconocer la posibilidad de una
teología constituida en, y a posteriori, del contacto inmediato con el pobre y los descartados. Por
derecha se la acusa de no hacer uso de la mediación filosófica; por izquierda se la acusa de no
hacer uso de la mediación sociológica. Sin embargo, la mediación que utiliza para la construcción
su saber teológico es la cultura popular. Allí reconoce la inculturación del evangelio y por eso
mismo atribuye a ese modo de conocimiento sapiencial el carácter de teologal -el sensus fidei del
pueblo pobre. La explicación está en observar que los sectores descartas, cuando usan el lenguaje
de la palabra repiten el discurso del amo o hegemónico, y si se quiere saber cuáles son sus
necesidades y anhelos reales hay que aprender a leer su lenguaje simbólico que se manifiesta en la
cultura popular: su música, sus rituales, su poesía, su fiesta, su pintura. Los teólogos del pueblo no

11
Cf. D’AMBROSIO, R. “Redimere corruptie”, en: Rocco D'Ambrosio (ed), Corruption. Il malfare in un
commune italiano, Molfetta: Edizioni la Meridiana, 2014, p. 71.
12
https://www.lastampa.it/vatican-insider/es/2013/04/02/news/el-papa-la-politica-es-la-forma-mas-alta-
de-caridad-1.36100542
13
Cf. FRANCISCO, Gaudete et exultate, Roma, 2018.

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están en las bibliotecas solamente, también están entre el pueblo pobre trabajador descartado, “con
un oído en el pueblo y otro en el evangelio”, como decía el recientemente Beato Mons. Angelelli.
A partir de esa realidad, con los principios evangélicos como fundamento y en consonancia con el
magisterio episcopal, pontificio y conciliar, recategorizan la realidad calamitosa y urgente de la
que hablaba la Rerum Novarum, y habla Laudato Si.
La teología del Papa Francisco no se explica solamente mediante su biografía intelectual en
sentido bibliográfico -es decir de autores leídos. Hay que buscar también las raíces de su
pensamiento en el contacto con los pobres trabajadores en las villas miserias, en los sindicatos y
en los movimientos sociales populares. Al igual que el resto de los teólogos del pueblo, Francisco
reconoce en esa parte del pueblo, en su cultura, la semilla del verbo, hasta decir: “en tus ojos mi
palabra”.14 Ese nosotros-pueblo ha cambiado su composición desde que lo pensaran Gera, Tello,
Kusch y Cullen. Ya no son solo trabajadores explotados, sino trabajadores descartados, migrantes
esclavizados, sectores medios empobrecidos, y jóvenes vulnerables a las organizaciones
internacionales criminales. Por eso mismo, para pensar el aporte de la Teología del Pueblo se debe
mirar también el trabajo de las nuevas generaciones de teólogos del pueblo como Gustavo Carrara,
Pepe Di Paola o Nicolás Angelotti, sin olvidar al sistematizador y articulador generacional Juan
Carlos Scannone.
El aporte de la actual Teología del Pueblo, representada por Francisco, consiste en iniciar una
“conversión comunitaria” (LS 219), mediante la organización en los movimientos populares (Papa
Francisco, 4 de junio 2019), cuyo fundamento teológico está en Laudato Si: la teología de la
creación y su modelo antropológico trinitario. Pensar una transición ecológica, implica intervenir
en los fundamentos culturales (LS 229, 238); allí se genera y sustenta tanto la falsa percepción de
la realidad actual como justa, como también la falsa percepción de la lucha pastoral y política por
la justicia como amenaza setentista y localista.

14
Cf. FRANCISCO, Prólogo, en: SPADARO, A. En tus ojos mi palabra. Ed, Vaticana: Roa, 2017.

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