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Nicolás Obando Sánchez SFM - Descartes

Departamento de Filosofía Prof. Vicente Raga


Universidad Nacional de Colombia 9 de abril de 2020

AMOR BUDISTA Y AMOR CARTESIANO

De acuerdo con la filosofía budista, el origen del sufrimiento humano es la ignorancia, y ésta
es causada por la mente dualista y estrecha con la que vivimos. Dentro de las muchas ideas
que se siguen de este planteamiento, la que me interesa trabajar en esta ocasión es la del amor
desinteresado y compasivo. Lo traigo a lugar por dos razones. La primera, es que mi proyecto
de trabajo final es hacer un estudio comparativo entre la concepción cartesiana y la budista
de los fenómenos y las pasiones o emociones, por lo que me parece una buena oportunidad
para empezar a esbozarlo. La segunda, es que creo que el budismo puede aportar claridad a
muchos de los problemas que Descartes plantea en la carta.
Para esto, en la primera sección explicaré muy brevemente la idea budista del amor, en la
segunda y tercera resumiré la cartesiana, y en la última mostraré similitudes y diferencias.
Amor compasivo
De acuerdo con el Buda, el origen del sufrimiento humano es el ego, o la falsa idea de que
somos un yo definido. Esta ignorancia básica se manifiesta en emociones perturbadoras que,
cuando se presentan en la mente, causan que perdamos nuestra paz y control mental. Los
ejemplos más conocidos de estas emociones perturbadoras son la ignorancia, el apego, el
deseo, el odio, el orgullo y los celos. El amor romántico, entonces, consiste en una intensa
mezcla de estas emociones, que inicia con el deseo por otra persona, y va dando lugar al
apego, la constante necesidad de tenerla; el orgullo, el placer de ser reconocido como digno
de amor; los celos, la amenaza de la posibilidad de ser heridos o abandonados; y el odio,
hacia aquellos que lastiman a la persona amada, o la persona misma por lastimarnos. Así, las
relaciones amorosas son un constante vaivén entre el placer y el dolor.
El amor compasivo, en contraposición al romántico, es aquel que incluye a todos los seres
sintientes independientemente de si nos generan un beneficio o de si nos aman de vuelta. Este
amor parte de la idea de que todos los seres merecen ser amados porque son buenos por
naturaleza. Y aunque los seres lastimen a otros cuando son dominados por la ignorancia,
siempre conservan la bondad fundamental de su mente, por lo que el amor debe ser
acompañado de compasión.
El amor compasivo, entonces, está libre de deseo, porque no es hacia un sujeto particular
ni busca beneficio propio; está libre de apego, porque no pretende poseer; de orgullo, porque
no necesita ser amado de vuelta; de celos, porque así sea herido esto es otra razón para amar;
y está libre de odio, porque al incluir a todos no hay a quien odiar.
Amor cartesiano
El primero de febrero de 1647, Descartes escribió una carta al embajador Pierre Chanut, en
la que respondía tres preguntas que éste le había planteado: “¿Qué es el amor? ¿Bastan las
luces naturales para amar a Dios? Y ¿Son peores los desarreglos y los malos hábitos del
amor o los del odio?” (p.1) Aunque las respuestas a las tres preguntas son bastante
interesantes, sólo me centraré en la primera y la segunda para explicar el concepto cartesiano
de amor.
En primer lugar, Descartes distingue entre dos tipos de amor. Por un parte, está el amor
puramente intelectual, que “no consiste sino en que cuando nuestra alma se percata de que
le conviene algún bien […] se identifica con él de voluntad, es decir, que se considera a sí
misma como si formara un todo con ese bien” (Ibíd.) Por otra parte, está el amor de los
sentidos, que “no es sino un pensamiento confuso que algún movimiento de los nervios
despierta en el alma, preparándola para ese otro pensamiento más claro en que consiste el
amor intelectual”. Este amor consiste predominantemente en sensaciones corporales, como
el calor en torno al corazón y en la cabeza.
Estos dos tipos de amor suelen ir unidos, pues cuando alguno de los dos juzga que alguien
o algo le es digno, despierta los efectos del otro también. (p.3) El amor sensual es una de las
cuatro pasiones primitivas que según Descartes tuvimos antes del nacimiento. La primera fue
la alegría, luego vino el amor, seguido de la tristeza y la última fue el odio. Con base en esto
afirma, y hay que prestar especial atención a este punto, que:
Lo que torna dificultoso el conocimiento del amor son esas confusas sensaciones de
la infancia […y] otras varias pasiones, como la alegría, la tristeza, el deseo, el temor,
la esperanza, etcétera, que, al mezclarse de formas diversas con el amor, nos impiden
percatarnos de en qué consiste éste con exactitud. (p.5)
Por esta mezcla de pasiones que solemos confundir con el amor, es que hay que distinguir
entre dos formas de amor: el amor de benevolencia, en el que el deseo no se manifiesta tanto;
y el amor de concupiscencia, que es un violentísimo deseo. (Ibíd.)
El amor a Dios
Respondiendo la segunda pregunta, Descartes afirma que la forma más pura de amor es la
que podemos sentir por Dios. Este amor tiene una serie de características que guardan un
especial parecido de fondo con el amor compasivo budista.
En primer lugar, para evitar caer en la trampa de amar la divinidad de Dios y no a Dios
mismo, pretendiéndonos parecer a él, debemos tener en constante consideración el ínfimo
lugar que ocupamos en la totalidad de su creación. Asimismo, es necesario pensar en la
infalibilidad de los decretos de Dios, “que, aunque no pueden entorpecer nuestro libre
albedrío, tampoco pueden alterarse en forma alguna” (p.7) Si comprendemos esto, dejaremos
de buscar aquello que no podemos conseguir. Estas características empatan con las ideas
budistas de que para disminuir el orgullo, es necesario entender que somos una pequeña parte
en la totalidad de los eventos interdependientes de la existencia, y que, aunque tengamos
libertad de elección, seguimos determinados por la infalible ley de causa y consecuencia
(karma) y las condiciones externas.
Para entender este profundo amor, sin embargo, “el alma tiene que desapegarse
grandemente del comercio de los sentidos para concebir las verdades que despierta en ella”
(Ibíd.)
Descartes y el Buda
Es posible encontrar similitudes y diferencias valiosas e interesantes entre los planteamientos
cartesianos y budistas de lo que es el amor.
En el lado de las similitudes, vemos que tanto Descartes como el budismo distinguen entre
dos formas de amor, de las cuales el más puro es aquel que se desprende de la confusión que
producen los impulsos y deseos primitivos. Asimismo, ambos consideran que las diversas
emociones como el apego y el odio son obstáculos para la comprensión del verdadero
significado del amor, y sostienen que para llegar a él es vital comprender nuestro pequeño
lugar en el todo y las limitaciones de nuestra libertad de elección.
Del lado de las diferencias, encontramos que para descartes estas pasiones primitivas son
constitutivas y esenciales a la naturaleza humana y no del todo indeseables, mientras que el
budismo las considera obstáculos producidos por la ignorancia de los que es posible y hay
que desprenderse. De igual forma, es apenas obvio que una filosofía teísta y una no teísta
discreparán en muchos aspectos, pero las concepciones cristianas de compasión y bien
supremo siguen guardando las suficientes similitudes con el budismo, como para que sus
diferencias no las conviertan en esferas excluyentes.
Concluyendo con preguntas abiertas, encuentro interesante que si bien Descartes no habla de
amor absoluto a todos los seres, es posible preguntarse si después de examinar
cuidadosamente su idea de amor intelectual y amor por Dios, su razonamiento desembocaría
en una concepción similar al amor compasivo budista. Para que esto sea el caso, sería
necesario demostrar que su concepción de las pasiones humanas y la necesidad de
controlarlas, implica que todas las personas son potencialmente buenas y por lo tanto
merecen ser amadas.
Bibliografía
Descartes, R. (1647) Carta de Descartes a Chanut.

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