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LA NADA

Nicolás René Gil Sánchez

Tabio, Colombia, Sector Andino, Nueva América, Planeta Tierra, Sistema Solar

11 A.M., 7 de febrero, año 2143 (calendario terrícola), épsilon 39, ciclo 5 d. g. s. (calendario
sistémico)

Me encontraba en la cima de la torre de vigilancia, fumando un cigarrillo holográfico, mirando a lo


lejos la colosal ciudad de Bogotá, con edificios que atravesaban las nubes con su penetrante metal.
De repente, vi un viejo dron militar de la Guerra Corporativa surcando los cielos. El día estaba claro
y, a pesar del habitual polvo, los rayos de sol hacían brillar la plateada coraza de la aeronave no-
tripulada. Hipnotizada la veía volar, pero el asombro y fascinación se tornaron terror y miedo
cuando empezó a salir humo negro de la parte trasera de la nave, para luego descender en picada y
estrellarse con el hospital del pueblo. Se escuchaban gritos en la lejanía y un incendio empezaba a
devorar los escombros del hospital.

Recuerdo las historias de mi madre, fallecida por neumonía por exposición constante a polvo, quien
me contaba el pasado de nuestro mundo, y la rápida y voraz transformación que este sufrió en el
siglo XXI y en los inicios del siglo XXII de nuestro planeta. Antes había Estados, y antes de estas
colonias europeas; dentro de los Estados había ciudades, pueblos y comunidades. Hoy hay sectores
y ciudades en el planeta, nada más, gobernados por corporaciones transplanetarias, pero mi madre
dice que no hay mucha diferencia entre estas y los países y colonias del pasado. Al igual que los dos
anteriores, los sectores y ciudades gobernadas por corporaciones transnacionales (y el gobierno de
estas) se establecieron por medio de la guerra. Un día, las corporaciones capitalistas transnacionales
(sus accionistas) se hartaron definitivamente de la estupidez e ineficacia de los Estados y de sus
gobernantes, y conjuntamente les declararon la guerra; la victoria fue rápida y limpia, ya que las
corporaciones dominaban la producción e investigación militar, y toda la producción e
investigación en general; con aeronaves y vehículos no-tripulados, y con un ejército privado,
diezmaron a los ejércitos nacionales. Por medio de la guerra las corporaciones establecieron su
gobierno sobre el mundo, un gobierno de coexistencia pacífica necesario para el libre mercado y el
desarrollo del capital que los intereses y estupideces ideológicas impedían, que establecería el
Gobierno Mundial conformado por las diversas corporaciones, y luego, con el avance del viaje
espacial, el Gobierno Sistémico. Pero a fin de cuentas, al igual que en las colonias y los Estados, en
la base de este nuevo gobierno estaba la guerra, la lógica colonial y la corrupción; si antes el
establecimiento de grupos de poder, de redes de corrupción, de compra de puestos en el poder
político, de violencia y dominación sobre los que se oponen al sistema, de explotación de las
periferias y de una concentración del poder y la riqueza en las ciudades eran la base de la política,
de la economía y de las instituciones, en la Época Corporativa no es distinto.

Pero hay una diferencia. Antes, las ciudades eran lo más importante, igual que hoy, pero al menos
antes las zonas rurales, el campo, los pueblos y las periferias tenían una pequeña importancia, ya
que en estos lugares se explotaban los recursos naturales necesarios para los Estados, por lo que
hasta allá llegaba su presencia, por pequeña y negativa que fuera. Con la Guerra Corporativa y el
cambio de la organización política del mundo, la explotación de la naturaleza se intensificó,
destruyendo hábitats, montañas, bosques, praderas, páramos y ecosistemas enteros. Nosotros, las
periferias y nuestros territorios, éramos vistos, igual que siempre, como materia prima a explotar.
Después de unas décadas el planeta quedo devastado, agotando sus recursos biológicos y minerales
y convirtiéndose en una esfera árida y llena de polvo, pero las ciudades se mantuvieron y crecieron
con ayuda de la manipulación climática, y esto, junto con la manipulación genética y ecosistémica,
les permitió producir alimentos transgénicos en inmensas plantaciones ubicadas en ambientes
artificiales alrededor de las ciudades. Paralelamente, el viaje espacial se desarrolló a un ritmo sin
precedente, permitiendo a las corporaciones y ciudades extraer minerales de asteroides y planetas
del sistema solar en los que la humanidad empezó a asentarse. Antes, el Estado llegaba hasta
nuestras periferias para explotar, y traía agentes de seguridad para garantizarlo, pero ahora no hay
nada que explotar, no hay nada que defender, y en los asteroides y planetas no hay grupos nativos ni
subalternos que combatir. Entonces, las corporaciones se retiraron del campo y las periferias
dejándolas a su suerte; cercaron las ciudades y sus plantaciones, y se convirtieron en los únicos
territorios existentes en el planeta, el resto es la nada, donde reina la ley del más fuerte, un salvaje
oeste. Grupos armados pelean por lo poco que queda y comunidades tratan de sobrevivir, pero no
importa si se asesina o masacra, somos territorios sin relevancia alguna.

Es paradójico. Veo el fuego extenderse por el pueblo y oigo los gritos aumentar. De un momento a
otro, el viejo, errante y estrellado dron militar explotó. El pueblo estaba envuelto en llamas, miedo y
dolor, pero no pasaba nada. Los esfuerzos de la comunidad eran inútiles ante la magnitud de la
tragedia. Mire hacia el cielo y pensé: “¿en los tiempos de la abuela vendría alguien a ayudar,
madre?” Tal vez, dije en voz baja, pero ahora está claro que no. No se confundan, antes éramos
nada, pero una nada con una pequeña importancia; éramos nada, pero al menos nos despojaban de
lo que su opulencia y avaricia demandaban, al menos éramos colonias. Al menos el hombre
moderno nos miraba con desprecio y nos protegía a regañadientes. Es paradójico: ¿qué somos ahora
si antes éramos nada? Sí antes éramos los olvidados, los abandonados, los dominados, ¿qué somos
ahora? Una tormenta de polvo empieza a pasar por el pueblo arrasado por el fuego, envolviendo el
ambiente en un rojo oscuro. Bajo de la torre y me acerco a las calles, veo la destrucción, el dolor, la
muerte y pienso: somos menos que nada.

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