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Predica L. (31marzo 2019) Empatía Es El Segundo Mandamiento
Predica L. (31marzo 2019) Empatía Es El Segundo Mandamiento
Seguramente nos hemos dado cuenta de lo sencillo que es en este mundo egoísta
CERRAR LA PUERTA de las tiernas COMPASIONES y pasar por alto las NECESIDADES
AJENAS (1 Juan 3:17) “17 Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su
hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿Cómo mora el amor de Dios
en él? 18 Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en
verdad”. Aun así, a los cristianos se nos manda amar al prójimo y tenernos amor
intenso unos a otros (Mateo 22:39) “Y el segundo es semejante: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo”; (1 Pedro 4:8) “”. Sin embargo, es probable que también
estemos al tanto de esta realidad: aunque nuestra firme intención es amarnos unos a otros,
solemos pasar por alto las oportunidades de mitigar el sufrimiento de los demás. La razón tal
vez sea sencillamente que no conocemos sus necesidades. La empatía es la llave que abre
la puerta de la bondad y la compasión.
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sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis
bendición”. También por medio del apóstol Pablo nuestro Padre Celestial nos
recomendó manifestar sentimientos similares: (Romanos 12:14 al 16) “14 Bendecid a
los que os persiguen; Bendecid, y no maldigáis. 15 Gozaos con los que se gozan;
Llorad con los que lloran. 16 Unánimes entre vosotros; No altivos, sino asociándoos
con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión”. Sin que me contesten
quiero hacerles esta pregunta: ¿Acaso no estamos de acuerdo con el hecho de que nos
resultaría casi imposible amar al prójimo como a nosotros mismos si no nos
pusiéramos en su lugar? La mayoría de nosotros tenemos, CIERTA EMPATÍA natural
como seres humanos. Les pregunto sin que me contesten: ¿Quién no se ha sentido
conmovido al ver las desgarradoras imágenes de niños hambrientos o refugiados
afligidos? ¿Qué madre puede pasar por alto el llanto de su hijo? Pero no todo
sufrimiento se percibe con facilidad. Resulta muy difícil entender los sentimientos de quienes
tienen ansiedad (depresión), un defecto físico oculto e incluso un trastorno del apetito, si
nunca hemos padecido estos problemas. Sin embargo, las Escrituras indican que podemos y
debemos compartir los sentimientos de aquellos cuyas circunstancias no son las mismas que
las nuestras.
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ofensa. Jesucristo es enviado para ser el protector de su iglesia. En el Libro de los Salmos,
nuestro Padre Celestial nos da a conocer bien su EMPATÍA, por medio de un ejemplo
en la vida de David: (Salmo 56:8) “Mis huidas tú has contado; Pon mis lágrimas en tu
REDOMA; ¿NO ESTÁN ELLAS EN TU LIBRO?”. Es muy reconfortante saber que Jehová
Dios recuerda, como si estuvieran escritas en un libro, las lágrimas que derraman
sus hijos fieles al tratar de mantener integridad. Como a nuestro Padre Celestial, y a
Jesucristo como nuestro Rey les importan nuestros sentimientos de cada uno de nosotros,
(Isaías 25:8) “Destruirá a la muerte para siempre; Y enjugará Jehová el Señor toda
lágrima de todos los rostros; Y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra;
Porque Jehová lo ha dicho”. Veamos la EMPATÍA de Jesucristo, cuando sanó a un sordo,
lo llevó aparte, probablemente para que su curación milagrosa no lo avergonzara ni
sobresaltara (Marcos 7:32 al 35) “32 Y le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que
le pusiera la mano encima. 33 Y tomándole aparte de la gente, metió los dedos en las
orejas de él, y escupiendo, tocó su lengua; 34 y levantando los ojos al cielo,
GIMIÓ(Expresar naturalmente, con sonido y voz lastimera, la pena y el dolor) , y le dijo: EFATA, es
decir: Sé abierto. 35 Al momento fueron abiertos sus oídos, y se desató la ligadura de su
lengua, y hablaba bien”. En otra ocasión, se fijó en una viuda que estaba a punto de
enterrar a su único hijo. Enseguida Jesús sintió la EMPATÍA, en su corazón, el dolor
que la embargaba, se acercó al cortejo fúnebre y devolvió la vida al joven (Lucas
7:11 al 16) “11 Aconteció después, que ÉL iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con ÉL
muchos de sus discípulos, y una gran multitud. 12 Cuando llegó cerca de la puerta
de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la
cual era viuda; Y había con ella mucha gente de la ciudad. 13 Y cuando el Señor la vio, se
compadeció de ella, y le dijo: No llores. 14 Y acercándose, tocó el féretro; Y los que lo
llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate. 15 Entonces se incorporó
el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre. 16 Y todos tuvieron
miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros; Y:
Dios ha visitado a su pueblo”. Otro ejemplo es cuando Jesucristo, después de resucitar,
se apareció a Saulo en el camino que iba a Damasco y le dijo cómo le afectaba la
sanguinaria persecución de Sus discípulos: (Hechos 9:3 al 5) “3 Mas yendo por el
camino, aconteció que, al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un
resplandor de luz del cielo; 4 y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo,
Saulo, ¿Por qué me persigues? 5 El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a
quien tú persigues; Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”. Jesucristo sentía dentro
de sí el dolor de sus discípulos, igual que a una madre le duele el sufrimiento de su hijo
enfermo. Del mismo modo, en su calidad de Sumo Sacerdote Celestial, Jesucristo se
“condolerse de nuestras debilidades”; (Hebreos 4:15) “Porque no tenemos un sumo
sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue
tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”.
El apóstol Pablo aprendió a tener en cuenta el sufrimiento y los sentimientos de los demás.
Preguntó (2 Corintios 11:29) “¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace
tropezar, y yo no me indigno?”. Cuando un ángel liberó milagrosamente de sus cadenas a él y
a Silas en una cárcel de Filipos, lo primero en lo que Pablo pensó fue en avisar al guardia de
que nadie había escapado. Se puso en su lugar y llegó a la conclusión de que era probable
que se suicidara, pues sabía que la costumbre romana era castigar con severidad al carcelero
si se fugaba un prisionero, sobre todo si se le había mandado que lo vigilara bien (Hechos
16:24 al 28) “24 ¿Quién enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no
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me indigno? 25 Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; Y los
presos los oían. 26 Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los
cimientos de la cárcel se sacudían; Y al instante se abrieron todas las puertas, y las
cadenas de todos se soltaron. 27 Despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas
de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar, pensando que los presos habían huido. 28 Mas
Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal, pues todos estamos
aquí”. Al carcelero le impresionó esta muestra de bondad, que le salvó la vida, y
tanto él como su casa tomaron medidas para hacerse cristianos (Hechos 16:30 al
34) “30 y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? 31 Ellos
dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. 32 Y le hablaron la
Palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. 33 Y él, tomándolos en
aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; Y en seguida se bautizó él con todos
los suyos. 34 Y llevándolos a su casa, les puso la mesa; Y se regocijó con toda su casa de
haber creído a Dios”.
Las Sagradas Escrituras nos instan en repetidas ocasiones a imitar a nuestro Padre
Celestial y a su Hijo, Jesucristo, por lo que es necesario que cultivemos EMPATÍA.
¿Cómo? Hay tres maneras principales de ser más sensibles a las necesidades y sentimientos
ajenos: OÍR, OBSERVAR e IMAGINAR. OÍR. Al oír con atención, nos enteramos de las
dificultades de los demás. Y cuanto mejores oyentes seamos, mayores serán las
probabilidades de que abran su corazón y nos revelen sus sentimientos: (Marcos 4:15 al
20) “15 Y éstos son los de junto al camino: En quienes se siembra la Palabra, pero
después que la oyen, en seguida viene satanás, y quita la Palabra que se sembró en
sus corazones. 16 Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que
cuando han oído la Palabra, al momento la reciben con gozo; 17 pero no tienen raíz
en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la
persecución por causa de la Palabra, luego tropiezan. 18 Estos son los que fueron
sembrados entre espinos: Los que oyen la Palabra, 19 pero los afanes de este siglo,
y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la
Palabra, y se hace infructuosa. 20 Y éstos son los que fueron sembrados en buena
tierra: Los que oyen la Palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a
ciento por uno”. El saber oír, se trata de entrenar nuestro oído, porque es muy
importante.
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sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de
más, yo te lo pagaré cuando regrese. 36 ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el
prójimo del que cayó en manos de los ladrones? 37 Él dijo: El que usó de misericordia con
él. Entonces Jesús le dijo: Vé, y haz tú lo mismo”.
La EMPATÍA es muy ÚTIL en todas las actividades cristianas. Pocos pasaríamos por
alto la difícil situación de un niño hambriento si dispusiéramos de comida para
compartir con él. Si tenemos empatía, percibiremos también el estado espiritual de
la gente. Las Sagradas Escrituras, nos dicen lo siguiente sobre Jesús: (Mateo 9:36) “Al ver
las muchedumbres, se compadeció de ellas, porque estaban desolladas y
desparramadas como ovejas sin pastor”. Hoy, millones de seres humanos se encuentran
en una condición parecida y necesitan ayuda. Igual que en los días de Jesús,
seguramente debemos vencer prejuicios o tradiciones arraigadas para llegar al
corazón de algunas personas. El ministro que tiene EMPATÍA procura hallar puntos en
común con su interlocutor o hablar de temas que preocupan a este a fin de hacer más
atrayente el mensaje (Hechos 17:22,23) “22 Entonces Pablo, puesto en pie en medio del
Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; 23
porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba
esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle,
es a quien yo os anuncio”; (1 Corintios 9:20 al 23) “20 Me he hecho a los judíos como
judío, para ganar a los judíos; A los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a
la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; 21 A los que
están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de
Cristo), para ganar a los que están sin ley. 22 Me he hecho débil a los débiles, para
ganar a los débiles; A todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a
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algunos. 23 Y esto hago por causa del EVANGELIO, para hacerme copartícipe de ÉL”.
Las acciones bondadosas impulsadas por la EMPATÍA también pueden contribuir a que
nuestros semejantes cristianos estén más dispuestos a oír el mensaje de la Sana Doctrina de
Cristo, como ocurrió en el caso del carcelero de Filipos.
La empatía es una ayuda inestimable para que pasemos por alto los errores de otros
miembros de la congregación y también de otras congregaciones. Si tratamos de
comprender los sentimientos de quien nos haya ofendido, lo más probable es que
nos resulte más fácil perdonarlo. Es posible que nosotros hubiésemos reaccionado igual de
habernos encontrado en su situación y de haber tenido sus mismos antecedentes. Si a Jehová
Dios, cómo nuestro Padre Celestial; LA EMPATÍA le hace ‘acordarse de que somos polvo’,
(Salmo 103:14) “Porque él conoce nuestra condición; Se acuerda de que somos polvo”; ¿No
debería impulsarnos a nosotros a ser indulgentes con las imperfecciones de los demás y
perdonarlos ampliamente? De la manera que nuestro Señor Jesucristo nos pide que nos
comparemos con Él: (Colosenses 3:13) “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a
otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también
hacedlo vosotros”. En caso de que debamos aconsejar a alguien que ha errado, es muy
probable que lo hagamos de manera mucho más bondadosa si comprendemos sus
sentimientos y sensibilidad. El siervo cristiano que tiene EMPATÍA se recuerda a sí
mismo que él podría haber cometido ese error y encontrarse también en esa situación.
Por esta razón, nuestro Padre Celestial por medio del apóstol Pablo nos hace eta
recomendación: (Gálatas 6:1) “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta,
vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre,
considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. LA EMPATÍA nos
impulsará, además, a ofrecer ayuda práctica si está en nuestra mano hacerlo, incluso en el
caso de que nuestro hermano cristiano sea desobediente, rebelde, remolón e incluso
resistente a pedir la ayuda. Cualquiera que tiene los medios de este mundo para el
sostén de la vida, y contempla a su hermano pasar necesidad, y sin embargo le
cierra la puerta de sus tiernas compasiones: (1 Juan 3:17,18) “17 Pero el que tiene
bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón,
¿cómo mora el amor de Dios en él? 18 Hijitos míos, no amemos de palabra ni de
lengua, sino de hecho y en verdad”. A fin de amar “EN HECHO Y VERDAD”, primero
hemos de percibir las necesidades particulares de los hermanos. ¿Observamos con atención
qué precisa nuestro prójimo con miras a ayudarlo? EN ESO CONSISTE LA EMPATÍA.
LA PERSONA HÁBIL EN EMPATÍA, por tanto, es aquella capaz de ponerse en los zapatos
ajenos sabiendo en todo momento cómo acompañar en ese proceso sin dañar y sin actuar
como un espejo donde se amplifique el dolor. Porque a veces no es suficiente con
comprender, hay que saber ACTUAR. La auténtica empatía deja a un lado los juicios.
Nuestros juicios diluyen nuestra capacidad de acercamiento real hacia los demás. Nos sitúan
en un bando, en un lado del cristal, en una perspectiva muy reducida: LA NUESTRA. Cabe
decir, además, que no resulta precisamente fácil escuchar a alguien sin emitir juicios internos,
sin poner una etiqueta, sin valorar a esa persona como hábil, torpe, fuerte, despistada,
madura o inmadura. Todos lo hacemos en mayor o menor grado, sin embargo, si
fuéramos capaces de despojarnos de este traje, veríamos a las personas de una
forma más auténtica, empatizaríamos mucho mejor y captaríamos con más precisión la
emoción del otro. Es algo que deberíamos practicar a diario. Una habilidad que según
varios estudios suele llegar a medida que nos hacemos mayores, puesto que la empatía,
así como la capacidad de oír sin juzgar, es más común a media que acumulamos
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