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ESTUDIANTES.
PLÁTI
CA III:
Doy por sentado que como ministro siempre está orando. Cada vez que su
ánimo vuelva al trabajo que le incumbe, ya sea que esté en él o fuera de él,
eleva una petición, enviando sus santos deseos, como saetas bien dirigidas a
los cielos. No está siempre en el acto de la oración, pero sí vive en el espíritu
de ella. Si su corazón está en el trabajo que le incumbe, no puede el pastor
comer o beber, tener asueto, acostarse o levantarse por la mañana,
sin sentir constantemente un fervor de deseo, un peso de ansiedad, y una
simplicidad de su dependencia de Dios; y de esta manera, en una forma u otra
continúa su oración. Si tiene que haber algún hombre bajo el cielo, obligado a
cumplir con el precepto de "Orad sin cesar," lo es sin duda el ministro cristiano.
Este tiene tentaciones especiales, pruebas particulares, dificultades singulares y
deberes notables; tiene que mantener con Dios relaciones reverentes, y que
estar ligado a los hombres por medio de misteriosos intereses; necesita de
consiguiente, mucha más gracia que los hombres comunes, y como él lo sabe
así, se ve obligado a clamar incesantemente pidiéndole fuerza al Fuerte, y a
decir- "Levantaré mis ojos a los montes, de donde viene mi socorro." Aleine
escribió una vez a un amigo querido: "Aun cuando me hallo inclinado a dejar
mi puesto, rompiendo violentamente las cerraduras que me mantienen en él,
me parece, sin embargo, que estoy como un pájaro fuera de su nido, y no me
siento tranquilo sino hasta verme en mi antiguo camino de comunión con Dios,
pasándome lo que a la aguja de la brújula que no se pone en reposo sino
hasta que se halla vuelta al polo septentrional. Puedo decir, por la gracia
divina, con la iglesia: Con mi alma te he deseado por la noche, y con mi espíritu
te he buscado temprano dentro de mí. Mi corazón está temprano y tarde con
Dios; es la ocupación y el deleite de mi vida buscarle." Tal debe ser, oh hombres
de Dios, el constante tenor de vuestro proceder. Si como ministros no sois muy
dados a la oración, merecéis que mucho se os compadezca.
Las oraciones que hagáis serán vuestros auxiliares más eficaces mientras
vuestros discursos estén sobre el yunque todavía. Mientras otros hombres
como Esaú anden en busca de su porción, vosotros con el auxilio de la
oración hallaréis cerca de vuestra casa la carne delicada, y podréis decir de
razón lo que Jacob dijo sin ella, "el Señor me la trajo." Si podéis mojar vuestras
plumas en vuestro corazón, recurriendo a Dios con toda sinceridad, escribiréis
bien; y si arrodillados en la puerta del cielo podéis reunir vuestros materiales, no
dejaréis de hablar bien. La oración como ejercicio mental, traerá muchos
asuntos al entendimiento, y así ayudará a la elección de un punto, a la vez que
como práctica espiritual purificará vuestra vista interior para que podáis ver la
verdad a la luz de Dios. Los textos rehusarán a menudo revelar sus tesoros
hasta que los abráis con la llave de la oración. ¡Cuan admirablemente fueron
abiertos los libros a Daniel, cuando estaba en oración! ¡Cuánto aprendió Pedro
sobre el techo de una casa! El gabinete de retiro es el mejor estudio. Los
comentadores son buenos instructores, pero el Autor mismo lo es mucho
mejor, y la oración hace una directa apelación a él y lo alista en nuestra causa.
Es una gran cosa que uno ore en el espíritu y sustancia de un texto,
trabajando dentro de él para convertirlo en alimento sagrado, a semejanza del
gusano que se abre camino por entre la almendra de una nuez. La oración
suministra una palanca para levantar verdades pesadas. Se asombra uno al
pensar cómo pudieron haberse colocado en sus sitios las piedras de
Stonehenge, pero más asombro causa el inquirir de dónde han obtenido
algunos hombres un conocimiento tan admirable de doctrinas misteriosas: ¿no
fue la oración la poderosa máquina que obró tal maravilla? Sirviendo uno a
Dios se le tornan a menudo las tinieblas en luz. Una investigación
perseverante de los oráculos sagrados, levanta el velo y da gracia para mirar
el interior de las cosas de Dios.
Los hombres mejores y más santos han hecho siempre de la oración la parte
más importante de su preparación para el pulpito. De Robert Murray se dice lo
siguiente: "Ansioso de dar a un pueblo el día del Señor, lo que algo le hubiera
costado, nunca sin una razón urgente, se presentaba ante él, sin haber
meditado y orado mucho con anterioridad. Su principio a este respecto,
estaba encarnado en una observación que nos hizo a algunos de nosotros que
platicábamos acerca de tal asunto. Preguntándole lo que opinaba con respecto
a una preparación diligente para el pulpito, nos hizo recordar a Éxodo 27:20:
"aceite molido; aceite molido para las lámparas del Santuario." Y además de
esto, su espíritu de oración era mayor todavía. A la verdad, no podía
descuidar su asociación con Dios antes de entrar en la congregación.
Necesitaba estar bañado en el amor de Dios. Su ministerio era de tal manera
el resultado de las ideas que habían santificado primero su propia alma, que la
salud adquirida por ésta le era absolutamente necesaria para el vigor y
eficacia de sus ministraciones. "Para él el principio de todo trabajo consistía
invariablemente en la preparación de su propia alma. Las paredes de su
aposento eran testigos de sus oraciones constantes y de sus lágrimas, asi
como de sus lamentos."
(“Memoir and Remains” del Reverendo Robert Murray. Esta es una de las
obras mejores y más provechosas que se hayan publicado jamás. Todos los
ministros deberían leerla a menudo.)
Así como descendieron lenguas de fuego sobre los apóstoles, al estar ellos
sentados orando y vigilando, así también bajarán sobre vosotros. Os
hallaréis, cuando quizá tal vez hayáis flaqueado, levantados y sostenidos
de improviso, como por el poder de un serafín. Se pondrán ruedas de fuego a
vuestro carro que había comenzado a arrastrarse pesadamente, y corceles
angélicos se uncirán en un momento a vuestro carro de fuego, hasta que
escaléis los cielos como Ellas, en un rapto de ardiente inspiración.
Quizá nos sintamos unidos más cordialmente con él, al oír sus lamentos
después del primer año de su ministerio en que "él juzgaba que había
dedicado demasiado tiempo a las ministraciones públicas, y muy poco a la
comunión privada con Dios." Apenas podremos hacernos cargo de cuántas
son las bendiciones que hemos perdido por habernos mostrado remisos en
la oración, y ninguno de nosotros podría calcular cuan pobres somos en
comparación de lo rico en gracia que podríamos haber sido si hubiésemos
vivido habitualmente más cerca de Dios por medio de la oración. De ninguna
utilidad nos serán el vano arrepentimiento, y aprensiones falsas que tengamos,
pero sí nos servirá de gran provecho una sincera determinación de
indemnizarnos de lo que hemos perdido, en lo futuro. No sólo debemos orar
más, sino estamos estrictamente obligados a ello. Es un hecho innegable que
el secreto de todo buen éxito ministerial, estriba en nuestra constancia en
acercarnos al trono de la Misericordia.
Estas familiaridades pueden haber sido no sólo tolerables, sino aun hermosas,
al ser vertidas por los labios de un santo de Dios que hablaba, por decirlo así,
como salido de la misma gloria; pero cuando se repiten petulantemente, son
no sólo intolerables, sino indecentes, si es que no profanas. Algunos se
han esforzado en simular unción, dando a su voz un tono afectado y
quejumbroso, volteando en blanco los ojos, y levantando las manos del modo
más ridículo. Otros hermanos hay que llaman la inspiración haciendo
contorsiones y lanzando gritos, pero no por eso les viene. A algunos hemos
conocido también que interrumpen su discurso y exclaman: "Dios os bendiga;" y
a otros, por último, que gesticulan grotescamente, y se clavan las uñas en las
palmas de las manos como si estuvieran sufriendo convulsiones de celestial
ardor. ¡Bah! Todo eso no pasa de ser pura ficción. Tratar de avivar el fervor
en el auditorio por el fingimiento de él de parte del predicador, es en éste un
defecto repugnante que debe ser evitado por todo hombre de bien. "Afectar
sentimiento," dice Richard Cecil, "es cosa nauseabunda y que pronto se
descubre; pero poseerlo realmente es el camino más expedito para llegar al
corazón de los demás." La unción es una cosa que no se puede manufacturar,
y sus falsificaciones no sirven para nada; con todo, es en sí misma de un
precio inestimable y de todo punto necesario, si es que deseamos edificar a los
creyentes y llevar los pecadores a Jesús.
¡Silencio santo! tú eres con razón Compuerta del más hondo corazón; Dulce
fuente de origen celestial, Que si la boca al imponente, hielas, L'alma en cambio,
deshielas del mortal.
—
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