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LA MOSCA

Recomendó a sus congéneres el paraíso de llagas suculentas, cabellos


grasientos y refrescante incontinencia.

Por: Jorge Condorcallo Ccama

Mail: jlcc2004@hotmail.com

Una mosca insignificante, oscura y desquiciante. La atraparía para desalarla


tiernamente de dos pellizcos en sus omóplatos. Esta ensuciando la flor de tela
con sus diminutas heces. Surte pecas en la blancura de la magnolia artificial.
Viene a mi nariz para enseñorearse en la península. El insecto sibarita disfruta
de los atardeceres en mi mentón descuidado de navajas y desayuna mis
salivas matinales. La aplastaría con agobiante amor entre las pulpas de mis
dedos. Saborearía dactilarmente su escuálido cadáver y desmenuzaría su
forma hasta encontrarle el alma húmeda. Cómo deseo disfrutar el deshojado de
sus ruidosas extremidades transparentes. Pero la cama tirana y milenaria me
paraliza. De vez en cuando aparecen personas para moverme como un
mueble. Hacen su trabajo con indiferencia. Sólo para la mosca soy alguien o
algo interesante.

Se presenta en zumbido estereofónico, oronda, tras visitar la cocina o el


inodoro, trae escozores desesperantes y condimentados con pelusillas de
sillón, hollín de sartenes o urea de celeste porcelana.

Tengo mis ojos para observar el enmarcado escenario al que apunta mi testa
rendida sobre un almohadón. Prefiero, de los pocos escenarios disponibles,
mirar la puerta entreabierta e imaginar visitas a punto de entrar.

Recomendó a sus congéneres el paraíso de llagas suculentas, cabellos


grasientos y refrescante incontinencia por que hoy vino con una amiga y la
enamora con acrobacias aéreas, pasean encantados por donde solían ir las
lagrimas y copulan en una cómoda comisura cinco estrellas.

Mi medula espinal es un circuito de neuronas colapsadas, los nervios de mi


cabeza funcionan e incluso las sensaciones se intensificaron en el área facial
sin embargo desde el cuello hasta los pies sólo existe un páramo sensorial.

Los benevolentes sueños son largos, así desatiendo completamente a los días
y a las noches. Imagino que mis visitas llegan y se van cuando estoy
durmiendo, no les veo, quisiera avisarles sobre el idilio de los dípteros, puede
que ella, preñada, deposite sus larvas en mi cálido tímpano.

Se suman los parientes sin demora, ayer les conocí, cinco moscas mas y una
es monstruosa, enorme, tiene el vientre de color verde. El moscardón prefiere
mis pestañas y consigo espantarla con abanico de pestañas pero es
persistente. Se están apoderando de mi casa, mañana serán diez, después
cien y el cuarto se oscurecerá en nube de bichos y todo callará ante el sonido
maldito de millones de alas.

Me han olvidado a pesar de sus promesas de no hacerlo, prefirieron dejarme y


esperar mi resolución de marcharme finalmente de la habitación con
resignación y el único adiós de los voladores.

No soporto las patas saboreándome, sobrevolándome como buitres y


torturándome con sus hazañas en mis oídos. Ciertamente triplicaron su
número, es la sociedad de los moscos, generación de moscas-niños traviesos,
ciudadanos, amas de casa y vejestorios que se derrumban en gastados
revuelos.

Y ocurre algo sorpresivamente en la desesperación. Me exprime gotas de


euforia el portentoso ruido que hacen los extraños al descolocar la puerta
principal. Carrera de hombres en la sala, los escalones, el rellano, más
escalones y una pesadilla en aquel cuarto.

No les conozco, pero sálvenme, espanten a esos espantos ruidosos, mátenlos


con palmas, periódicos o fusiles. Extermínenlos bajo sus zapatos, déjenme
buscar a su líder, le identifico, el trajo a los demás, ayúdenme a aplastarle.

Ellos no se acercan, se esconden bajo sus brazos y solapas. Me miran con


vibrante repugnancia. -Debe llevar un mes muerto o más, es insoportable el
olor- dice una mujer con mandil de flores. -Pobre infeliz, está irreconocible-
habla un joven de portafolios y corbata desconcertante. –Con razón los
familiares no se aparecían, lo abandonaron, avisemos a la policía- concluyó el
hombre gordo con la camiseta de mi equipo favorito de fútbol.

Completamente trastornado, si lo puede estar un cadáver corrupto, intento un


gritito o un parpadeo para contradecirles. Tienen razón y mientras pensaba en
la equivocación cósmica, el desatino de la muerte, vino a mi nariz la primera
mosca. Aquella mensajera desestimada me mira directamente y disfruta la
circunstancia con una silenciosa carcajada que mueve sus patas, trompa y
antenas. /

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