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Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Fuyumi Ono
La Saga de Doce Reinos
Libro II
Traducción: Kapia/Kirhom
Revisión: Pingüino
Edición: EED_Wolf
Ono, Fuyumi
Doce Reinos – Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Título original: Juuni Kokki - Kaze no Umi, Meikyū no Kishi
Publicado en Japón en 1993
Traducción: Kapia
Revisión: Pingüino
Edición: EED_Wolf
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Contacto EED_Wolf:
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Índice
Mapas - Página 6 Capítulo 7 - Página 127
Introducción - Página 9 Capítulo 8 - Página 147
Prólogo - Página 11 Capítulo 9 - Página 163
Capítulo 1 - Página 15 Capítulo 10 - Página 181
Capítulo 2 - Página 31 Capítulo 11 - Página 197
Capítulo 3 - Página 47 Capítulo 12 - Página 213
Capítulo 4 - Página 63 Capítulo 13 - Página 225
Capítulo 5 - Página 85 Epílogo - Página 235
Capítulo 6 - Página 107
Mar del Viento, Orilla del Laberinto
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INTRODUCCIÓN
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PRÓLOGO
Estaba nevando.
Grandes y pesados copos de nieve caían desde el cielo. El chico
levantó la mirada para verlos: incontables sombras grises y delgadas,
cortando tan rápido a través del blanco de la atmósfera que parecían
hacerse borrosos. Mientras los seguía con sus ojos, poco a poco se
volvían blancos nuevamente.
Un copo descendió lentamente en su hombro. Era tan grande
que se podía ver su estructura que parecía un cristal de algodón.
Uno tras otro, los copos caían a su alrededor, veía cómo caían sobre
sus hombros, sus mangas y sus rojizas palmas, donde se disolvían,
convirtiéndose en transparentes gotas de agua.
No era la nieve sino la blancura de su aliento lo que evidenciaba
el frío que hacía. Movió su cuello, delgado como es de esperar en un
niño, de lado a lado y vio cómo la pálida niebla que salía de su boca
dejaba un rastro.
Había estado allí de pie por más de una hora. Sus pequeñas ma-
nos y pies desnudos estaban rojos como tomates maduros y las pun-
tas de sus dedos se habían entumecido gracias al frío. Frotaba sus
manos una contra la otra y se abrazaba a sí mismo, pero nada de
eso parecía funcionar, así que solo se quedó de pie, mirando perdi-
damente la nieve que caía.
Se encontraba en un jardín en la parte norte de la casa de su
abuela. En una esquina del jardín había un antiguo granero que ha-
cía tiempo no se usaba. Las grietas en las duras paredes de barro
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Prólogo Mar del Viento, Orilla del Laberinto
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significaba ser “terco” pero él sabía que lo era y sabía que esa era la
razón por la que su abuela lo odiaba.
Pudo haber llorado, pero estaba demasiado confundido. Su abue-
la quería que pidiera perdón, pero si admitía haberlo hecho, estaría
mintiendo y su abuela lo odiaría aún más.
Desde su posición en el patio trasero, podía ver la puerta corredi-
za exterior y ver el pasillo hasta los biombos que encerraban la sala.
Los paneles superiores estaban hechos de vidrio y a través de ellos
podía ver a su madre y a su abuela discutiendo.
No le gustaba verlas discutir. Su madre siempre perdía, tras lo
cual iría a lavar el baño y lloraría en secreto.
No llores de nuevo, Mamá.
Aun así, permaneció en su lugar. Uno de sus pies se empezó a
entumecer por lo que puso su peso sobre su otro pie y su otra rodilla
empezó a dolerle. No podía sentir los dedos de los pies y cuando
intentó forzarlos a moverse, sintió frías agujas clavándose a lo largo
de ellos. La nieve derretida en su rodilla se convertía en agua helada,
bajando por su pantorrilla en un hilillo.
El chico suspiró, un suspiro más profundo del que debería hacer
para su edad.
Fue en ese momento en que un viento rozó su nuca, no era un vien-
to cortante y helado como él habría esperado, sino una brisa cálida.
Miró a su alrededor. ¿Quizá alguien había sentido lástima por él
y había abierto la puerta? Pero no era así, la puerta estaba comple-
tamente cerrada, igual que las ventanas. Las que quedaban direc-
tamente detrás de él estaban ligeramente empañadas, como si se
mantuvieran calientes por una bocanada de cálido aliento.
El chico ladeó la cabeza y miró alrededor nuevamente. Otra cá-
lida ráfaga de viento sopló en su dirección. Viene del otro lado del
jardín. Sus ojos detectaron un movimiento en la esquina del granero.
Miró en esa dirección, parpadeando por la sorpresa.
Había un pequeño espacio entre el granero y la pared de tierra
en una esquina del jardín y algo blanco salía de allí. Parecía un brazo
humano. De hecho, era un brazo, un brazo blanco, la piel estaba des-
nuda desde los dedos hasta el hombro, a partir de dónde no se veía
más. Quien fuera el dueño de este brazo, debía estar escondiéndose
detrás del granero.
Pero algo le pareció extraño.
El espacio entre el granero y la pared era diminuto, estaba seguro
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Prólogo Mar del Viento, Orilla del Laberinto
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CAPÍTULO 1
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Capítulo 1 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
—Has nacido.
Alguien hablaba.
Asustada, miró en dirección de la voz. El espacio en que se en-
contraba era de penumbra, la única luz era una débil luminiscencia
blanca que emanaba de las ramas sobre ella. Mientras sus ojos se
ajustaban a la luz, se dio cuenta de que estaba en una cueva.
Era un gran espacio en forma de cúpula, vasta y alta, llena de las
ramas blancas que colgaban desde el techo. De hecho, se dio cuenta
de que las ramas que se extendían sobre ella no eran ramas, eran
raíces. Emergían del techo en un compacto haz, pero más abajo, cer-
ca de ella, se hacían más pequeñas y con muchas ramificaciones
que incluso tocaban el suelo.
Escuchó un gruñido.
—Una buena nyokai.
Esta vez, la fuente de la voz fue fácil de encontrar: pertenecía a
una pequeña anciana jorobada que se encontraba a unos pasos de
ella. La mujer la observó, estirando su brazo parecido a un miembro
marchito y tocando suavemente el cabello en su espalda.
—Eres mujer —La mano se movió hacia su mejilla—. Escamas de
pescado en el cuello —Dedos secos tocaron sus brazos—. Humana de
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la cintura para arriba —El brazo de la anciana fue tras ella y acarició
su columna vertebral—. Debajo de la cintura un leopardo. Y tienes
una cola de lagarto. Muy buena combinación— La mano de la ancia-
na presionaba el lugar donde el espinazo conectaba ambas partes
del cuerpo—. No llores más. Ven conmigo.
La vieja la empujó y la recién nacida caminó. Con cada paso,
caían lágrimas de sus ojos, dejando pequeños círculos húmedos en
el suelo. Caminaron lentamente a través de la cueva, tomándose su
tiempo.
Pudo ver una escalera, en el lugar donde el techo rocoso de la
caverna hacía una curva y se unía al suelo bajo sus pies. Se detuvie-
ron en la base.
—Te llamarás Sanshi —murmuró la mujer después de un largo silen-
cio. Movió sus dedos huesudos formando unos caracteres en el aire:
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Capítulo 1 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
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Capítulo 1 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
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—N-no...
Las extrañas formaciones rocosas de Houzan y los innumerables
caminos que se retorcían y ramificaban hacían del lugar un laberinto.
Los únicos que conocían el patrón eran aquellos que vivían en el Pa-
lacio Houro. Solo las nyosen podían escoger el camino correcto entre
muchos y con la ayuda de los pequeños dioses encontrar los ríos
para lavar, los lagos para bañarse y los manantiales para encontrar
agua que tomar. En su tiempo libre buscaban jardines de flores, jardi-
nes de vegetales o pequeños claros bañados en luz del sol, también
había pequeños templos por todas partes donde se podía descansar.
No obstante, Youka todavía era una novata, aunque ya era una nyo-
sen, muchos de los caminos no eran conocidos para ella.
—¿Por qué todo es tan confuso? —dijo con un suspiro y Teiei rio.
—Es para proteger a Houzan. La molestia es un pequeño precio
para pagar a cambio de protección.
Los caminos entre las rocas eran angostos. Aunque los demo-
nios podían encontrar el camino hasta aquí, no estaba permitida su
entrada con excepción de algunos en el Palacio Houro. Si llegaba al-
gún jinete, no podría pasar entre los peñascos, así que todos los que
visitaban tenían que dejar sus monturas y acercarse a pie. Y necesi-
taban un guía, pues sin alguien que les mostrase el camino, un solo
paso en falso en la dirección equivocada los llevaría a la irremediable
perdición. Las altas y enredadas rocas bloqueaban la visión y las lo-
sas que guiaban entre las paredes llenas de musgo, invitaban a los
más motivados a seguir caminando, acelerando su confusión entre
las incontables ramificaciones y túneles del laberinto.
Solo aquellos que conocían íntimamente el Palacio Houro podían
encontrar su camino hasta el altiplano lleno de árboles y flores.
—Supongo que tienes razón.
Escondido en la parte más profunda del laberinto, se encontraba
el shashinboku: un árbol en el que crecía el ranka o canistel del kirin.
En este mundo tanto hombres como bestias crecen en canisteles en
árboles blancos por todo el mundo, pero los kirin solo nacen en el
shashinboku en Houzan.
Esto hizo de Houzan un lugar sagrado. El Palacio Houro y las nyo-
sen solo existen para servir al kirin. El kirin era el verdadero amo de
Houzan.
Teiei asintió.
—La carga de cuidar del kirin es grande, pero no existe ocupación
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Capítulo 1 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
—¿Amapolas?
El repentino sonido de la voz causó que Teiei dejara de recoger
las flores flotantes. Miró alrededor y vio a una mujer salir de un pe-
queño templo, el Templo Kaidou, detrás del Manantial Kaidou.
Youka, que se encontraba unos pasos delante de ella, también
se detuvo, girándose para ver quién había llegado. Al verla ladeó su
cabeza curiosamente. La recién llegada no era nadie que la nyosen
recordara haber visto antes. La edad de la mujer era imposible de
saber, pues parecía joven y al mismo tiempo parecía haber pasado
la mediana edad. Las ropas y accesorios que usaban mostraban un
nivel muy diferente al de una nyosen ordinaria. Youka había determi-
nado que debía ser alguien de muy alto rango, cuando de pronto Teiei
se postró en el suelo junto al manantial.
—Genkun.
Youka se unió apresuradamente a su compañera. Se dio cuenta
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pie, sin embargo, las nyosen no eran personas ordinarias. Bajo las
órdenes de Gyokuyou, a partir de ese día, muchas se aventuraron a
través de las puertas hacia el Mar del Vacío para buscar el canistel
perdido, llegando hasta el borde del mundo, sin embargo, nunca se
encontró la fruta.
El kirin se había perdido.
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CAPÍTULO 2
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abajo. Flotaba a través del espacio y descubrió que ahora podía llegar
al otro extremo. La dama la seguía.
—Ve, ve tan lejos como puedas.
Lentamente, como si su cuerpo estuviera hecho de nubes, Sans-
hi avanzó. A medida que continuaba, el movimiento se hacía más
difícil, pero pudo llegar hasta el final, extendiendo un brazo a través
de la apertura.
Ahora el extraño paisaje llenaba su visión: pétalos blancos y fríos
bailando a través de un cielo oscuro, y allí, rodeado de la fría danza,
se encontraba la luz dorada.
La luz tenía la forma de un pequeño niño, pero para la nyokai no
era más que un canistel, el canistel que debió haber arrancado del
shashinboku hace diez años. Era él, era Taiki. Era tan grande como
para sostenerlo entre sus brazos y brillaba con un lustroso color dorado.
Sanshi intentó acercarse, estirando sus dedos lo más que pudo,
pero no alcanzaba la forma dorada. Seguía firmemente agarrada a la
mano de la mujer e intentaba estirar su cuerpo, moviendo los dedos
a través del aire frío. Llamó al canistel y él se acercó, cerca, más cer-
ca, hasta que finalmente estuvo a su alcance.
¿Cuánto tiempo he soñado con esto?
Los dedos de Sanshi tocaban la fruta y la agarró fuertemente.
Con delicadeza lo llevó hasta ella y él fue sin oponer resistencia,
arrancado de su mundo y llevado hasta los cálidos brazos de Sanshi.
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más que él—. ¿Qué tipo de persona eres? ¿Está bien si te pregunto?
¿Y por qué me das la bienvenida? Nunca te he visto en mi vida.
La sonrisa de Youka se hizo más grande.
—Soy una nyosen en Houzan y usted es el señor de Houzan. Us-
ted nació aquí, señor Taiki.
Los ojos de Taiki se abrieron como platos y miró fijamente a Youka.
—Nací… ¿aquí?
—Sí —Asintió la nyosen—. Este es su hogar, por decirlo así.
—Pero…
Youka negó con la cabeza.
—Ha estado perdido por mucho tiempo, señor Taiki. Una gran ca-
lamidad cambió los Cielos y la Tierra, y usted fue llevado a otra tierra.
Lo buscamos… buscamos por mucho tiempo —Mientras hablaba, su
rostro tenía una expresión de alegría, pero había algo de tristeza en
sus ojos—. Nos preocupamos por muchos años, no sabíamos dónde
estaba. Ahora que ha regresado a nosotros, no podríamos estar más
felices.
Taiki simplemente miró a la nyosen.
Así que nunca pertenecí a casa… a ese lugar.
Al momento que el pensamiento se formó, la verdad se hizo evi-
dente.
Esas palabras tan simples “Bienvenido a casa”, explicaban todo:
por qué su abuela lo odiaba tanto, por qué siempre se había sentido
diferente. No se había llevado bien con su familia. Y no era que él no
quisiera llevarse bien con ellos, en realidad lo quería mucho y había
hecho todo lo posible para actuar como creía que debía hacerlo, pero
siempre había existido una brecha entre él y el resto, una brecha in-
cruzable e irrellenable.
Como muchos chicos de su edad, en sus ensoñaciones a veces
pensaba que había sido adoptado. Lo había pensado muchas veces
y ahora resultaba ser cierto.
—¿Eso quiere decir…? —Sus ojos se movieron de Sanshi a Youka—.
¿Que Sanshi es mi madre real?
Ambas negaron con la cabeza.
—Sanshi es su sirviente, señor Taiki. Está aquí para cuidar de us-
ted. Y yo no soy más que una nyosen. Es mi deber llevar a cabo todas
las tareas que le permitirán vivir en paz y comodidad.
—¿Y entonces dónde está mi madre real?
Youka miró las ramas sobre sus cabezas.
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Capítulo 2 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
—Creció en este árbol como una fruta, señor Taiki. Es una bendi-
ción de Tentei.
Taiki miró el árbol. Al ser tan joven, nunca le habían dicho de dónde
venían los bebés, así que la explicación de Youka no le pareció particu-
larmente rara, aunque sentía que era algo diferente a lo que conocía.
Las ramas plateadas del árbol no tenían frutas, ni flores ni ho-
jas. Cuando llega la temporada, pensó, este árbol debe llenarse de
frutas rojas. Supuso que la fruta que lo concibió había sido grande y
redonda, y hasta quizá un poco abultada. Podía imaginarse la fruta
cayendo en el suelo y a él saliendo, dando tumbos.
Parecía una forma rara de nacer, pero siempre se había sentido
una persona diferente a los demás, así que un nacimiento inusual
tenía perfecto sentido.
Así que es por eso.
Había crecido en un árbol. Es por eso por lo que su abuela lo
odiaba, por qué le daba tantos problemas a su madre.
No tengo padres.
No sabía cómo eso era posible, pero sabía que era verdad. El
pensamiento se deslizó dentro de él, acomodándose en un lugar de
profunda convicción. Estaba seguro de que no era mentira y tampoco
parecía una equivocación, pero aun así lo hacía sentirse muy triste.
—¿Qué pasa? —preguntó Youka. Y el chico se mordió el labio y
negó con la cabeza. Sanshi puso un brazo a su alrededor y él se afe-
rró a ella con toda su fuerza.
Ahora lo sé.
Fragmentos de recuerdos aparecían en su mente.
Su abuela siempre molesta, su padre regañándolo… nunca po-
día cumplir sus expectativas, no importaba cuánto se esforzara. Su
madre discutiendo constantemente con su padre y su abuela por él,
y al final, siempre se iba a llorar sola. Su hermano menor siempre
culpándolo de todo.
“Tenemos un problema”.
Otra escena dolorosa apareció en su mente. Había escuchado el
tono de decepción en la voz de su joven profesora.
“No se está ajustando bien a la clase”. Lo miró con una expresión
de desesperación. “No puedo evitar sentir que es un problema que
un niño de su edad no tenga amigos”.
En la boca arrugada de su abuela apareció una expresión de
molestia.
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CAPÍTULO 3
—¿Estás despierto?
Era la voz de Sanshi. Taiki se restregó los ojos, abriéndolos len-
tamente. Permaneció echado allí por un tiempo, mirando el techo
ornamentado.
El techo estaba hecho de piedra blanca. Grabados elaborados
cubrían en su totalidad la superficie de color lechoso. En las cuatro
esquinas, había imágenes de aves en alto relieve con intricadas hier-
bas y flores entrelazadas a través del resto del espacio, girando en
patrones circulares en el centro. Los grabados no llevaban pintura,
en su lugar, las piedras incrustadas de muchos colores le daban vida
al diseño.
—¿Cuál es el nombre de esa ave? —preguntó mientras señalaba
con su dedo una de las aves grabadas en la esquina.
—No… lo sé —respondió Sanshi, sin saber qué decir.
Realmente a Taiki no le importaba el nombre del ave. Simple-
mente se sentía mal por haber llorado tanto el día anterior, pues se
consideraba un niño grande y estaba esforzándose para mejorar la
impresión que había causado.
—¿Qué hora es? —preguntó mirando en la dirección de la voz de
Sanshi. La habitación era pequeña, solo un poco más pequeña que
el cuarto de estudio de su casa. Cojines hermosamente decorados
cubrían el suelo y las tres paredes del cuarto estaban repletas por
objetos más grandes que eran un cruce entre cojines y almohadas.
La parte superior de cada pared estaba incrustada por pequeñas
piedras que creaban un mosaico de una escena del bosque que lo
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—¿Serviré a un rey?
—El kirin escoge al rey y luego le sirve. Hasta que el momento lle-
gue para que lo haga, es el deber de todos en Houzan el mantenerlo
a salvo.
Así que, pensó Taiki, trabajaré para un rey. Eso parecía estar
bien, de alguna forma. Probablemente habrá cosas que tendrá que
aprender, algún entrenamiento que debería completar antes de deci-
dir a qué rey servirá.
El peso que había sentido en su corazón desde el día anterior se
aligeró un poco y sonrió.
—¿Y crees que podré trabajar para un rey? ¿No es algo difícil?
Youka suspiró y luego rio fuertemente.
—Claro que podrá. Es un kirin, después de todo.
—Y los kirin trabajan para los reyes.
—Eso es correcto.
—Y los otros kirin… ¿también trabajan para los reyes?
Youka asintió y dobló los dedos, contando.
—En este mundo hay doce reinos. Cada uno tiene un rey. También
hay doce kirin, uno para cada reino. Así funciona.
—Está bien…
—Sin embargo, ahora mismo solo hay once reyes. El reino de Tai,
en el noroeste, no ha tenido un rey desde que el Rey Pacífico falleció
hace diez años. El sucesor debe ser escogido.
—Pero si no hay rey, ¿qué pasa con el kirin de Tai? ¿Dónde está?
Youka sonrió y miró a los ojos de Taiki.
—Está de pie frente a mí.
—¿Yo?
—Así es. ¿Acaso su nombre no es Taiki? Eso significa “Kirin de
Tai”. Es usted quien escogerá al próximo rey, es por eso por lo que
está aquí.
Taiki parpadeó.
—¿Eh? ¿Eso no es algo muy importante? No sé si podré decidir
algo así.
Youka hizo una gran reverencia.
—Por el contrario, mi señor Taiki, usted es el único que puede
decidirlo. Mire, hemos llegado al jardín de moras.
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—Así es.
Las nyosen rieron alegremente, cogiendo las ropas que había do-
blado, hicieron una pila sobre Taiki. En unos segundos, estaba escon-
dido bajo una gran pila de ropa aromatizada en el angosto espacio
entre Youka y los matorrales de jazmín.
Las nyosen intentaban disimular sus risas. Un momento des-
pués, una forma blanca apareció sobre una de las pendientes y la
nyokai descendió hasta el claro. Como si fueran una sola, las nyosen
la miraron y señalaron el angosto camino hacia el este.
—Por allí, Sanshi. Se fue por allí.
—¿Buscas a Taiki? Hacia el este.
—Casi me tumba, iba corriendo muy rápido.
Las nyosen hablaban al mismo tiempo, dando direcciones impre-
cisas. Pero Sanshi era imposible de engañar: caminó directamente
hacia Youka, levantando la pila de ropa tras ella.
Taiki estaba enrollado como una pelota debajo de la pila, miró
hacia arriba y respiró profundamente.
—Me encontraste.
Se levantó y abrazó las patas de Sanshi antes de sentarse en el
suelo nuevamente.
Todavía respiraba con dificultad.
Sanshi le dio una palmadita en la cabeza y le dio las ropas que
había tomado a un par de nyosen.
Las mujeres rieron nuevamente.
—Es imposible engañar a esos ojos.
—Ya lo sé —dijo Taiki con sus mejillas rojas. Una nyosen se inclinó
para arreglar el cuello de su hoh mientras él se apoyaba en las patas
de Sanshi. Para ellas, Taiki parecía el kirin más mono que jamás se
hubiese quedado en Houzan. De verdad todas lo querían.
Youka sonrió y acarició el cabello de Taiki, era más largo ahora
que cuando había llegado y su flequillo estaba pegajoso por el sudor
en su frente. Se acercó para apartar un mechón de sus ojos.
Los kirin tenían un pelo, o una melena, de color dorado, pero el
pelo de Taiki era más bien del color del acero. Su cabello lo marcaba
como diferente de los kirin usuales y todos los residentes del palacio
consideraban esto como una señal de que era especial.
—Deberías ir a bañarte. Pronto será hora de cenar.
Los kirin tenían un rango mucho mayor que una nyosen en el sis-
tema social de los Doce Reinos. Sin embargo, cuanto más cuidaban
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Capítulo 3 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
de él, más sentían que era como su propio hijo, y no había pasado
mucho tiempo antes de que dejaran de llamarle “señor”. Hasta el
Alto Oráculo, la Genkun, Señora de las Sombras, había abandonado
todas las formalidades, por lo que ya no había nadie que censurara a
las nyosen más jóvenes por hablarle libremente.
—Te hemos preparado suficiente ropa. Cuando termines, iremos
por ti.
—Vale —dijo Taiki, levantándose—. Vamos, Sanshi.
Sanshi se encaminó, tomando a Taiki de la mano mientras todas
las nyosen seguían de pie por educación y lo veían partir.
—Creo que Sanshi es quien lo quiere más.
—¡Muy cierto!
Las mujeres se sonrieron la una a la otra. No sentían celos, ya
que, a diferencia de ellas, desde que nació Sanshi, perteneció solo
a Taiki. Además, habían tenido suerte esta tarde: se habían encon-
trado a Taiki antes de cenar y aquellas que lo vieran antes de una
comida estaban invitadas a comer con él. Era una nueva regla que
nadie había escrito.
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diferente. Solo tenía una idea vaga de lo que era un kirin. Sabía que
era una criatura mítica china, nada más. ¿No era grande, como un
dragón… o tal vez una jirafa? La idea de su cuello estirándose lo ha-
cía sentir incómodo.
Teiei había estado observando a Taiki y a las nyosen, sonriendo
mientras hablaban, cuando notó la mirada de perplejidad del kirin.
—Ah —dijo, cayendo en cuenta—. Nunca te has transformado, Tai-
ki, es por eso por lo que no entiendes. Cuando cambies, te darás
cuenta de que tu pelo no es como el nuestro, el tuyo es una melena.
Así que los kirin tienen melenas.
—También descubrirás otras cosas sobre ti.
Teiei le invitó a acercarse y cuando estuvo frente a ella, Teiei aca-
rició suavemente con su dedo, la frente. La sensación era extraña-
mente incómoda, realmente no le gustaba nada.
—¿Sientes el bulto allí?
Rápidamente acercó su propia mano. Allí, donde le había indica-
do, había un pequeño bulto.
—Ese es tu cuerno. El cuerno de un kirin es muy especial para
él y debe ser protegido. Cuando lo toqué ahora, ¿no te sentiste raro,
como si no quisieras que lo tocara?
—De hecho, sí lo sentí.
—No te tocaré más allí. Los kirin son conocidos por evitarlo. Cuan-
do seas más grande, te gustará mucho menos y evitarás a toda costa
que lo toquen, incluso aunque sea Sanshi.
De hecho, pensó Taiki, nunca me ha gustado que me toquen la
frente. Hasta cuando su madre lo hacía, siempre sentía la urgencia
de salir corriendo.
—Supongo… supongo que realmente soy un kirin.
—Claro —dijo Youka, como si fuera obvio—. Lo verás por ti mismo
cuando te transformes, estoy segura.
—Um, ¿y cómo hago eso?
Youka ladeó la cabeza y frunció el ceño.
—Bueno, veamos. Estoy segura de que, si hubieses sido criado en
Houzan, lo sabrías. Los kirin nacen en forma de kirin en este lugar y
mantienen esa forma hasta que crecen. ¿Quizá en Hourai naciste en
tu forma humana?
Youka sabía poco sobre la tierra de Hourai, pero había otros ca-
sos de kirin regresando de Aquel Lugar, así que solo había escucha-
do rumores.
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Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
siempre se sentiría ligero. Así que era muy fácil para Sanshi levantarlo
con tan solo una ligera flexión de sus piernas y subirlo a la parte
superior de una de las paredes de piedra.
Desde ese punto, el Palacio Houro realmente se veía como el la-
berinto que era. Aquí y allí podía ver los techos de las otras pagodas
menores que brillaban de color azul verdoso sobre las rocas y en el
medio del laberinto se podía ver el árbol blanco con sus ramas bri-
llando bajo el sol.
Cómodo entre los brazos de Sanshi, Taiki miró fijamente al árbol
por un rato.
Desde arriba, el Palacio Houro parecía un enorme abanico abier-
to. En su borde, en la elevación que quedaba más al este, se podía
ver el shashinboku y después de eso, no había nada: un escarpado
acantilado que caía hacia las nubes de más abajo. En algún lugar
debajo de la increíble altura del acantilado, se podía ver un paisaje
de piedras escarpadas, casi impenetrables, que se expandían hasta
la brumosa distancia.
Debajo de la terraza donde crecía el árbol, el laberinto principal
se extendía sobre una ligera pendiente. Sus muchos caminos circu-
laban alrededor de ellos mismos, eventualmente formando un solo
camino, que estaba siendo interrumpido por la puerta.
Aquel era el final del laberinto.
Al norte se levantaba el pico de Houzan: era casi perfectamente
vertical y ascender sus alturas era una tarea difícil, aún para criatu-
ras como Sanshi.
Con el acantilado al este y la montaña al norte, todos los que que-
rían visitar el Palacio Houro se veían forzados a pasar a través de la
puerta y luego encontrar su camino por los increíblemente tortuosos
caminos del laberinto.
Taiki se bajó de los brazos de Sanshi y se quedó de pie sobre una
de las paredes de roca. Se dio la vuelta y miró en otra dirección.
Fuera del laberinto, al sur y al oeste, otro laberinto de caminos
se extendía hasta donde podía ver. Este laberinto externo estaba tan
interrelacionado con el laberinto interno, que incluso desde arriba,
era difícil discriminar dónde empezaba uno y terminaba el otro. Sin
embargo, los caminos del laberinto externo eran más fáciles que los
del interno, pues eran más anchos y los lugares donde terminaban
en claros eran mucho más abiertos que los que se encontraban en
el territorio del palacio. Los viajeros podían caminar por los pasajes
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Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
—¡Lo tengo!
Taiki escuchó decir a una voz grave y abrió de una vez sus ojos.
Le tomó un momento recordar que había caído desde la roca,
había caído fuera del laberinto, más allá del palacio, el lugar donde le
habían dicho que nunca fuera. Intentaba recordar exactamente por
qué había caído cuando escuchó un grito. Todavía de costado, giró la
cabeza y vio un rocío de algo rojo regarse sobre el gris del cielo sobre
su cabeza.
Eso parece sangre.
En el mismo momento que ese pensamiento se formó, la tempe-
ratura corporal de Taiki bajó abruptamente. Y en ese momento, se
congeló.
Fue entonces que recordó su condición, no había pensado en eso
desde que estaba en Houzan.
No puedo… no puedo…
Aunque no le molestaba cuando estaba herido, ver la sangre de
otra persona lo hacía sentirse tan asustado que apenas si podía res-
pirar. Quería cerrar los ojos, pero sus párpados se habían congelado
también. La única cosa que podía sentir era su pulso acelerado. El
rocío rojo se repetía una y otra vez en sus ojos desorientados.
Estaba sobre una piedra.
Algo le había agarrado de los brazos, arrastrándolo hasta abajo.
Podía sentirlo en sus manos: era una cadena delgada y fuerte. Lo
presionaba como un brazalete de agujas.
Está bien, así que caí. ¿Y ahora qué?
Estaba de costado en un piso duro, doblado contra una roca en
una posición muy incómoda. Seguro había caído desde una de las
rocas que estaban más arriba. La pared del laberinto parecía muy
diferente desde abajo. Las paredes eran muy altas y sentía que debía
estar herido, pero así de confundido era imposible saber si tenía una
herida o si de alguna forma había escapado ileso.
Solo percibía el sonido de su corazón latiendo rápido en sus oí-
dos y la insensibilidad fría en sus manos y pies. Su cabeza estaba
caliente, como si estuviera encendida, y el brillante color de la sangre
manchaba su visión y no desaparecía. Era tan brillante que no sabía
qué es lo que estaba viendo ahora, aunque sabía que algo estaba
pasando pues veía las formas moviéndose.
Si tan solo pudiera sacudir su cabeza y librarse de esa horrible vi-
sión, todo estaría bien, pero no podía ni siquiera parpadear. ¿Estaba
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los cuatro portones se abre, es conocido como Día del Paso Seguro.
En cualquier otro momento, los portones están muy bien custodiados.
—¿Solo se abren por un día?
—Sí, solo uno: desde la mañana de un día a la mañana del si-
guiente. Cuando volviste a nosotros, Taiki, fue justo antes del equi-
noccio de primavera y pensé que nadie que quisiera ascender podría
llegar en tiempo a la montaña para pasar por el portón. Fue descui-
dado de mi parte. Te ruego que me perdones.
—V-vale, Youka.
—Creo que ese insolente pudo pasar en el último segundo. Los
otros no aparecerán hasta el solsticio de verano. También debes sa-
ber que una vez se pasa por los portones, toma alrededor de media
luna llegar a la montaña y una vez se está dentro del Mar Amarillo no
podrán irse hasta la próxima vez que se abran los portones. Es por
eso por lo que muchos aspirantes que llegan a Houzan traen tiendas
y arman casetas alrededor del Palacio Externo Hoto, pues es el lugar
destinado para que se queden hasta que puedan volver. Aunque los
demonios y las bestias vagan en el Koukai, dichas criaturas no pue-
den poner un pie en los peldaños de Houzan, así que es seguro. Mu-
chas personas se reúnen, algunas veces tantas que podrían formar
un pueblo pequeño.
—¿Tantas? ¿Cómo sabré quién es el rey?
—No debes preocuparte. Tendrás una revelación y sabrás. Si no
hay revelación, no importa lo buenos que sean los hombres reunidos,
ninguno debe ser rey.
—Oh.
—Aun así, debes tener cuidado, pues hay tontos como el hombre
de hoy, demasiados, temo decir. Vienen creyendo en los rumores que
dicen que el que atrape al kirin será rey o que solo se necesita que
el kirin se arrodille ante ellos. Tonterías, pero las creen y sus medios
algunas veces son violentos.
—¿Es por eso por lo que el Palacio Houro está en medio de un
laberinto?
—Esa es una de las razones. Después de todo, cuando la noticia
del nacimiento de un kirin se disemina, siempre estarán esos que
intentan entrar a hurtadillas y robarlo.
Taiki tembló.
—Cuando llegue el momento, te llevaremos fuera del laberinto.
Hasta ese momento, no debes aventurarte tú solo. E incluso cuando
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parecía satisfacerlo.
—¿Al menos puedo cortarme los mechones de la cara?
—Si insistes, lo cortaré como desees. Sin embargo, debes prome-
terme no arrepentirte después de tu decisión.
—No veo por qué necesito tener el pelo así —dijo el chico desalentado.
Teiei rio.
—Debes saber que tu pelo no se quedará de este largo cuando to-
mes tu forma de kirin. Cambiará para acomodarse a tu nueva forma,
pero necesita tener cierto largo para poder hacerlo o sino estarás…
peculiar. Así que, si tu cabello quiere crecer más, entonces debo de-
cirte que todavía está muy corto.
—Supongo que lo podría saber si me pudiera convertir en un kirin
aunque fuera una vez.
—Aun así, estoy muy segura sobre el pelo, joven señor. Ya, listo.
Ella observó mientras Taiki saltaba de vuelta al agua y salpicaba.
—¿Has escuchado la historia de Sairin? —lo llamó.
—¿Sairin? ¿Quién es?
—Hace mucho tiempo, hubo una kirin llamada Sairin, que estaba
muy preocupada por su apariencia.
—El “rin” en su nombre muestra que es una mujer, ¿verdad? ¿La
kirin de Sai?
—Correcto. Sairin envidiaba el pelo de las nyosen y ordenó que se
le sujetara como a ellas.
—¿Como el de una nyosen? ¿Con horquillas?
Teiei asintió. Mientras hablaba, sus manos seguían trabajando,
añadiendo puntadas a la tela bordada en la que estaba trabajando.
—Sí, se echó aceite en el pelo, lo amarró firmemente y lo ase-
guró con muchas horquillas de diferentes colores. Todo estuvo bien
hasta que un día, cuando una nube de tormenta apareció un día, se
transformó sin pensarlo y volvió al palacio sin haber soltado su pelo.
Cuando se transformó, su melena seguía amarrada y su cuello se
había echado para atrás, torciéndolo. Nunca más pudo enderezarlo,
o eso dicen.
Taiki rio fuertemente.
—Suena doloroso.
—Oh, lo es. Tú también debes tener cuidado, Taiki. Debes tener
cuidado de no transformarte con tu pelo atado, no vaya a ser que
sufras el mismo destino.
—Tendré cuidado —dijo Taiki entre risas.
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CAPÍTULO 5
—¡Lady Gyokuyou!
Taiki acababa de terminar de comer en la Pagoda del Rocío Cre-
puscular cuando el Alto Oráculo apareció.
Gyokuyou entró silenciosamente en la pequeña estructura de
cinco habitaciones y un joven de pelo dorado iba tras ella. Teiei se
postró inmediatamente, haciendo una reverencia con su cabeza en
el suelo.
¡La Genkun reconoció nuestra necesidad! ¡Lo supo!
—¡Solo ha pasado poco tiempo desde la última vez que te vi y
mira todo lo que has crecido! —dijo Gyokuyou sonriendo, mientras
tocaba el pelo de Taiki—. Tu melena también ha crecido espléndida-
mente. ¿Tus días son buenos?
—Son muy bueno —respondió Taiki, sus ojos eran atraídos por el
joven detrás de ella. Los hombres eran raros en Houzan y Taiki no
había visto a Goson desde que lo había atacado.
—Este es el Taiho de Kei. Puedes llamarlo Keiki.
Los ojos de Taiki se abrieron como platos.
—¿Es… un kirin?
Gyokuyou asintió.
Taiki levantó la mirada, observando al hombre llamado Keiki que
había asentido de forma cortante y quien lo miraba sin ninguna ex-
presión en su rostro.
Taiki estaba extático por poder conocer a otro kirin al fin, a pesar
de que pareciera algo distante. Aunque el chico sabía que él era un
kirin, todavía tenía una idea muy vaga de qué era eso realmente.
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Parecía que Houzan no era el único lugar en los Doce Reinos que
conocía el sabor de los problemas.
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Aun para Keiki, había sido difícil dejar Houzan cuando el momento
llegó. ¿Cuán difícil habría sido para este pequeño, este kirin solitario
que lloraba tan fácilmente?
—Pero ciertamente eres un kirin, Taiki.
—¿Estás seguro?
—Los kirin pueden sentir a sus iguales y definitivamente tienes el
aura de un kirin.
Taiki miró a Keiki.
—Es algo como una luz dorada. Puedo verla claramente.
Taiki se miró a sí mismo y entonces se concentró en el aire alre-
dedor de Keiki.
—Pero yo no puedo ver nada.
—Es porque tu poder no ha sido liberado, pero no temas, eres un
kirin.
—Y… pertenezco a Houzan aunque no pueda hacer cosas de kirin.
—Sin duda.
Taiki suspiró aliviado y secó sus lágrimas de un parpadeo.
—Tal vez —dijo Keiki tras una pausa—. ¿Echas de menos tu hogar
en Hourai?
—Sí, a veces, aunque pienso que no debo, no es justo para las
nyosen.
—Yo… no tengo madre, así que no lo sé, pero ¿extrañas a tu ma-
dre de Aquel Lugar?
Keiki sabía que la Emperatriz de Kei extrañaba a su madre, ex-
trañaba su antigua vida y a veces le exigía que la volviera una chica
normal nuevamente.
—¿El Taiho de Kei no tiene madre?
—No es raro que un kirin no tenga, nacemos del árbol.
—Entonces supongo que tengo suerte.
—Aunque tenía a mi nyokai y a las nyosen, por supuesto, pero…
no una madre. ¿Tal vez te gustaría verla nuevamente?
Taiki no respondió. Solo asintió.
—No debes preocuparte sobre lo que las nyosen piensen —dijo
Keiki y el pequeño kirin asintió nuevamente.
—Pero yo no pertenecía allí, así que es estúpido querer verla.
—No sabría decirte.
—Y las nyosen son tan buenas conmigo, ¿cómo podría sentirme
solo?
—Es muy posible.
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—¿De verdad?
—Claro.
Taiki había empezado a llorar de nuevo silenciosamente. Ro-
deando sus rodillas con los brazos, echó su cabeza hacia adelante y
escondió su cara en la túnica.
Keiki lo miró, sintiéndose desesperanzado, su corazón se hundía.
Maravilloso. Lo hice llorar de nuevo.
—Ajam… ¿Taiki?
—Lo siento.
El pequeño kirin se acurrucó más, como si quisiera hacerse más
pequeño de lo que ya era. Su pelo color acero le caía en la cara, de-
jando su delicado cuello expuesto al aire frío. Sus hombros tembla-
ban y se veían fríos también, así que después de considerarlo por un
rato, Keiki puso su mano en el hombro del niño.
—Lo siento —dijo la voz de Taiki entre sollozos.
¡Y ahora se disculpa de nuevo!
—No hay por qué disculparse.
Cuando escuchó estas palabras, el pequeño kirin empezó a llorar
fuertemente. Keiki abrazó el ligero cuerpo del niño como había visto
a las nyosen hacer y Taiki se aferró a él. Keiki descubrió que sentía
lástima por él y algo más: una amabilidad que nacía de la calidez de
la forma humana del kirin. Delicadamente, Keiki le dio palmaditas en
la cabeza y Taiki se aferró aún más.
—Yo… —dijo Taiki, hablando entre lágrimas—. Quiero… irme a
casa…
—Sí, claro que sí.
—Quiero… ver a mi madre.
Ah, pensó Keiki, el pequeño extraña su hogar.
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CAPÍTULO 6
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—¡Hola!
Taiki entró al claro con su pelo despeinado y enmarañado que to-
davía formaba una sombra de color acero sobre su pálido rostro. El jo-
ven kirin era flanqueado por dos criaturas que iban a su lado con aire
protector. Una era Sanshi y el otro era Hankyo, una poderosa criaturas
parecida a un perro, era uno de los demonios shirei de Keiki.
—¿A dónde fuiste hoy?
—¡Keiki me llevó a Kazan! ¡Vimos muchas aves raras!
Youka no podía evitar sonreír al ver la gran sonrisa de Taiki. Con-
tra todas las apuestas, parecía que se estaba llevando bien con el
famoso Taiho solemne.
—Eso suena maravilloso.
—Mañana dice que me llevará al Mar Amarillo. ¡Me enseñará a
apaciguar demonios!
—¡Oh! —dijo Youka sorprendida.
Hankyo rio con una voz profunda.
—No debes preocuparte. Estaremos con ellos.
—Ah, supongo que tienes razón.
Youka asintió, aunque en su corazón no estaba completamente
despreocupada. Había poca necesidad de inquietarse con los formi-
dables shirei de Keiki presentes, pero ella sabía que en el pasado
algunos kirin perdieron sus vidas en el Koukai. Los demonios ham-
brientos no diferencian entre humanos y kirin.
—Bueno —dijo—, debes bañarte, es casi hora de cenar.
—Muy bien —respondió asintiendo. El kirin se dirigió a Sanshi y a
Hankyo—: ¡Vamos!
Youka observó a Taiki correr con las dos criaturas antes de que
pudiera apartar su tejido y levantarse. Su expresión era pensativa
mientras se estiraba y se dirigía al laberinto.
—¿Pasa algo?
Youka llegó a la Pagoda del Loto Morado mientras Keiki bajaba
del camino que venía de la Cueva del Loto Morado. El agua que salía
del manantial en la cueva fluía colina abajo a través de un camino,
llegando a la laguna de lotos en frente del palacio.
—¿Planea llevarse a Taiki al Koukai?
—Ah, eso —dijo Keiki, tocando su pelo mojado—. No hay nada de
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se había girado para verlo. Keiki había murmurado otra cosa y un se-
gundo después, cuando dijo el nombre de la criatura, Jakko caminó
dócilmente hasta los pies del kirin.
Así se apaciguaban. Era algo decepcionante para Taiki, que es-
peraba que fuera algo más elaborado o una ceremonia dramática.
—¿Siempre es así de fácil?
Keiki negó con la cabeza.
—Con uno así de pequeño, sí; pero los demonios más grandes
no son fáciles de amansar. Una vez pasé más de medio día mirando
fijamente a uno.
—¿Medio día? —dijo Taiki sorprendido. Keiki asintió mientras to-
maba a Jakko en sus brazos. Después de darle a la criatura una lige-
ra palmadita, la colocó en la espalda de Hankyo. Jakko se acurrucó
en el pelaje de Hankyo y empezó a tirarle de una de sus orejas.
—De hecho, estoy hablando de Hankyo. No fue fácil de atrapar.
—¿De verdad?
Hankyo yacía plácidamente junto a un gran grupo de rocas, apa-
rentemente indiferente, mientras el demonio pequeño se divertía ha-
lándole y mordiéndole las orejas.
—Cuando apaciguaste a Jakko parecía que solo lo estabas miran-
do fijamente.
Keiki sonrió ligeramente.
—Parece sencillo, ¿verdad? Pero la mirada es la parte más difícil.
Es una lucha de voluntades. Si pierdes la concentración, el demonio
romperá el contacto visual y huirá… o podría atacarte.
Taiki escuchaba atentamente.
—El que pierde la concentración pierde la lucha. Si estás enfren-
tándote a un pequeño demonio que simplemente va a huir, no im-
porta: pero si confrontas a uno grande, entonces el momento en que
pierdas la concentración puede ser el momento en que pierdas la
vida. Si sus ojos se encuentras y te das cuenta de que no puedes
ganar, es mejor huir inmediatamente antes de que empiece. Por su-
puesto, será difícil huir de un demonio grande sin transformarte.
—Oh —dijo Taiki, mirando al suelo.
—No te preocupes —añadió rápidamente Keiki—. Tu nyokai te pue-
de dar algo de tiempo.
—¿No es peligroso para ella?
Keiki rio.
—Si el demonio es tan poderoso que ni tu nyokai tiene una
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se negará a servir debido a que sabe que recibirá el poder del kirin
al final.
—Así que por eso es un pacto.
—Sí. Por otra parte, para poder sacar a una criatura de las som-
bras a la luz y para asegurarse de que nunca volverá, necesitas una
cadena para atarlo y para protegerte.
—¿Protección para que pueda vivir en la luz?
—Sí, exacto, aprendes rápidamente. Sucede que el nombre es tanto
la cadena que ata al shirei al kirin como tu protección. Cuando el kirin
con pura fuerza de voluntad saca al demonio y lee su nombre, lo dice
en voz alta, haciendo al demonio su sirviente. Por su parte, el demonio
determina el poder del kirin y al recibir su nombre, recibe el derecho a
comer del cadáver del kirin. Este es el pacto de apaciguamiento.
—¿Entonces cuando el kirin muere y los shirei coman del cadá-
ver, los demonios volverán a ser libres, pero con nuevos poderes?
—Sí, a cambio, mientras sirvan al kirin, nunca se volverán contra
su amo. Lo protegerán con sus propias vidas y nunca le harán daño
de ninguna forma.
Taiki miró cautelosamente a Hankyo. Al verlo allí reposando bajo
el sol, esa despreocupada criatura parecía increíblemente podero-
sa para el chico. ¿Cómo podría controlar algo así algún día? Hankyo
miró en la dirección de Taiki y entonces abrió la boca.
—¡Ah!
Taiki retrocedió de un salto y Hankyo solo bostezó elegantemen-
te, mostrando sus formidables mandíbulas y sonrió.
—¡Hankyo! —Keiki llamó su atención, pero con una sonrisa dibu-
jada en sus labios. Entonces, se volvió hacia el joven kirin nuevamen-
te—. De hecho, los kirin adultos tienen más recursos a su disposición
que solo fuerza bruta. ¿Sabes algo de la adivinación, Taiki?
—¿Te refieres a leer el futuro?
—Esa es una forma de la adivinación. Cuando están cazando a un
gran demonio, los kirin pueden utilizar los poderes de la adivinación,
magia y geomancia. Sin embargo, estudiar dichas artes es un proce-
so largo. Si le preguntas a las nyosen, ellas te ayudarán, pero estos
no son talentos que debes esperar aprender en espacio de días o
incluso años.
—Ya veo.
—Cuando usas la adivinación para cazar, escoges unos días, es-
coges un lugar apropiado, escoges la dirección apropiada y entonces
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Capítulo 6 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Taiki suspiró.
—No estoy seguro de poder recordar todo eso.
—No es tan difícil como piensas, aunque necesitarás entrena-
miento para que todas estas técnicas se vuelvan naturales para ti, si
les preguntas, las nyosen te ayudarán.
—Bien.
—Ahora, yo usé un conjuro de nueve palabras para detener a
Jakko. Primero junta tus manos.
Taiki cruzó sus dedos en la forma en que Keiki le mostró.
—Esta es la Señal de la Espada. Verás, la espada comienza en
tu cintura, la desenvainas y cortas cuatro veces hacia arriba y cinco
veces hacia un lado.
Keiki tenía agarrado el brazo de Taiki y lo movía acorde a las ins-
trucciones.
—Entonces dices: Rin, Byou, Tou, Sha, Kai, Jin, Retsu, Zen, Gyou.
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—Gracias.
Taiki miró al kirin mayor como si se estuviera conteniendo de de-
cir algo. Keiki puso su mano sobre la cabeza de Taiki.
—Sé paciente. Los kirin somos criaturas del Cielo, Tentei te ayu-
dará. Espero que conozcas a tu rey pronto. Cuando desciendas a tu
reino natal, encontrarás a Kei justo en frente del Mar del Vacío. Estoy
seguro de que nos volveremos a encontrar.
Taiki agarró la manga de la túnica de Keiki.
—¿De verdad lo crees?
Keiki sonrió. Era claro que el chico ya pensaba en volverlo a ver.
—Lo prometo. Cuando desciendas, seré el primero en ir a cele-
brar la ocasión.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Taiki.
—¡Bien!
Keiki había planeado quedarse hasta que el joven kirin pudiera
apaciguar al menos a un shirei o al menos hasta que se hubiera acos-
tumbrado a su tarea de recibir a los aspirantes que ascendieran, pero
no pudo ser así. Las noticias de problemas en casa le hicieron darse
cuenta de que había estado ausente de su reino por mucho tiempo y
prometió que regresaría con su rey para el solsticio de verano.
—¿Por dónde te irás de la montaña?
—Por el camino que pasa frente a la Pagoda de la Tortuga Blanca.
—Me gustaría acompañarte al menos hasta allí.
Keiki sonrió.
—Claro, ¿quieres que llame a Hankyo y a Jakko?
—Por favor.
Gyokuyou se levantó y miró a ambos kirin.
—¿Te has vuelto amigo de los shirei del Taiho de Kei, Taiki?
—Jugué bastante con Hankyo.
—Eso está bien —respondió, colocando su mano sobre el hombro
del pequeño kirin y mirando a Keiki—. Estoy complacida con su pro-
greso, Taiho de Kei. Parece que ha aprendido el delicado arte de ser
amable.
—Pero —dijo Taiki mirando a Gyokuyou—. El Taiho de Kei ha sido
amable desde el comienzo.
Gyokuyou y Youka intercambiaron miradas. Ambas sintieron la
sinceridad en las palabras del joven kirin.
—¿Eso crees?
—Absolutamente.
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Capítulo 6 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Taiki estaba casi siempre de un humor sombrío en los días que si-
guieron a la partida de Keiki, pero pronto descubrió que no había
tiempo para eso. Desde el día siguiente al solsticio de verano, el ca-
mino que da al Palacio Externo Hoto estaba lleno de nyosen yendo y
viniendo. Una tremenda cantidad de incienso era ofrecida y todas las
nyosen estaban usando sus túnicas de colores más brillantes. Las
decoraciones del palacio e incluso los accesorios de Taiki eran más
elegantes que lo normal.
Taiki estaba de pie sobre una de las curvas paredes rocosas cerca
del shashinboku. No importaba cuántas veces lo experimentara, le
seguía pareciendo muy raro que el viento oliera como flores en los
pasajes del laberinto, pero como agua de mar sobre las rocas.
Algo se acercaba desde el sudoeste. Podía sentirlo.
Recordó el Mar Amarillo como lo había visto cuando se subió a la
espalda de Keiki. Houzan era una montaña de extrañas formaciones
y sus formas entrelazadas y cubiertas de musgo se extendían hasta
el pie de la montaña. Aunque el laberinto formado por esas paredes
curvadas parecía complejo, en realidad había solo un camino relati-
vamente recto desde el pie de la montaña hasta el Palacio Externo
Hoto. Por muchos centenares de lunas, incontables viajeros han pa-
sado por allí y habían dejado su marca en la superficie rocosa, una
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CAPÍTULO 7
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también vio rostros más viejos entre la gente. La gran mayoría eran
hombres, pero también había mujeres.
—Me sorprende que haya tantas mujeres.
Teiei rio, pero a su sonrisa le faltaba el brillo usual. Se le ocurrió
a Taiki que quizá ella también estuviera nerviosa en su propia forma.
—Es muy normal, te lo aseguro. ¿A quién preferirías servir, Taiki, a
un rey o a una emperatriz?
—No lo sé.
Anchas señales de piedra marcaban el camino desde la puerta
hasta el Palacio Externo Hoto. Un gran número de hombres adultos
se habían reunido a ambos lados del camino, arrodillándose en la
hierba con sus cabezas bajas. Era una de las cosas más raras que
Taiki había visto.
—¿Por qué están todos en el suelo?
—Esa es la costumbre —explicó Teiei, sabiendo de antemano que el
chico tenía problemas comprendiendo los conceptos de estatus y rango.
—¿Debo decirles algo?
—No es necesario que lo hagas. Cuando les hables, si la reveren-
cia te molesta, puedes pedirles que se levanten.
—¿Así que puedo hablarles?
—Después de que hayamos ofrecido el incienso, sí. Estoy segura
de que escucharás muchas historias divertidas y curiosas.
—¿Y qué son todas esas criaturas gigantes?
—Son youju, los aspirantes los trajeron aquí.
Taiki los miraba estupefacto. Eran bestias de todo tipo, algunas
parecían tigres, leones, caballos o bueyes; algunos otros eran muy
raros para ser comparados con algo.
—¿Tienen que apaciguar a esas criaturas?
—No, los youju son capturados muy jóvenes y son criados y en-
trenados para ser kiju o monturas. Ahora, cuida tus pasos. Una vez
entremos, haz una reverencia en el altar.
Taiki dirigió su mirada hacia delante. Habían llegado al Palacio
Externo Hoto.
A diferencia de la mayoría de las estructuras que el Palacio Houro
poseía, el Palacio Externo Hoto tenía cuatro sólidas paredes. Cuando
el kirin entró, las paredes bloquearon los miles de ojos que lo habían
seguido a cada paso. Taiki suspiró aliviado.
Dentro del palacio había una gran habitación con un techo alto y
un altar en el centro. Le recordaba a Taiki los altares de los templos
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Capítulo 7 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
la cabeza. Lo que quería decir es que no sabía, pero eso parecía su-
ficiente para ella.
—Necesitas quedarte dentro o cerca del palacio externo hoy.
—¿Así que debo observarlos a todos para saber si alguno es el rey?
—Correcto, Taiki. Si alguno es el rey, por favor, dímelo al oído.
—Está bien.
El hombre terminó su ofrenda y entonces apareció frente a la
plataforma. Hizo una reverencia y entonces se arrodilló.
Es tan viejo como mi padre y tan gordo como un luchador de sumo.
Taiki escuchó la conversación entre el hombre y una nyosen bajo
la plataforma, intentando concentras todo su pensamiento en él. Es-
peró a ver si sentía la revelación, aunque todavía no estaba seguro
de qué era.
Después de un rato, Teiei lo miró con curiosidad. Él sacudió la
cabeza en respuesta.
No sentía nada.
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—¿Puedo… acercarme?
—Por supuesto.
La mujer sonrió haciendo una señal para que el grupo se acerca-
ra a su tenba. Taiki se acercó con cautela, mientras Youka lo empu-
jaba hacia adelante. De cerca, la montura era mucho más grande de
lo que pensaba.
—Qué grande es —susurró Taiki.
—Pero para un tenba, todavía es pequeño —respondió la mujer
mientras se arrodillaba junto a la bestia. Parecía ser la líder de quie-
nes cuidaban de los animales.
—Por favor, levántate. ¿Puedo tocarlo?
—Gracias, mi señor. Sí, le gusta que lo acaricien. No se preocupe,
es muy amable.
Taiki acercó su mano, dubitativo. El brillante pelaje de la criatura
era mucho más tieso de lo que creía. Rascó al tenba bajo la mandí-
bula y él cerró los ojos con una expresión de satisfacción en su rostro.
—Es bastante manso. ¿Cómo se llama?
—Su nombre es Hien.
Taiki susurró:
—Hien —Y la criatura que seguía con sus ojos cerrados, ladeó la
cabeza para que la mano rascara bajo su oreja—. ¿No muerde?
—No muerde nada que no deba, mi señor. Los tenba son youju
bastante dóciles por naturaleza. Hien, en particular, tiene una actitud
muy cálida y sabe a quién no debe morder.
—Debe ser muy sabio.
Por un rato, Taiki habló con la mujer sobre el tenba, preguntándo-
le todo sobre cómo lo había capturado, qué comía y cómo se sentía
montarlo. La mujer respondió a sus preguntas clara y simplemente
con su suave voz y su amable forma de hablar, sin embargo, algo en
la claridad de sus palabras sugería una gran fuerza interior.
Taiki era demasiado pequeño para poder determinar la edad de
los adultos. No estaba seguro de qué edad tendría, pero por su apa-
riencia era mucho más vieja que Youka o Teiei. Quizá no era tanto
su cara sino la forma en la que se desenvolvía, la que causaba esa
impresión. Todo acerca de ella era diferente de las nyosen que ella
hacía parecer como niñas en comparación.
Las nyosen en su mayoría tenían rasgos delicados y delgados. Aho-
ra, en particular, se veían especialmente femeninas con todas esas
ropas coloridas y horquillas decoradas que acentuaban su belleza.
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CAPÍTULO 8
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tienda?
—Si te refieres a Keito, es mío —dijo una voz tras ellos. Visible-
mente sorprendida, Risai se dio la vuelta. Parecía en tensión, lista
para la acción.
—¡Señor Gyousou!
Era él. El cabello como hielo y esos ojos escarlatas habían que-
dado grabados eternamente en la memoria de Taiki. El general no
llevaba su armadura negra el día de hoy, pero no había olvidado el
cinturón donde llevaba su espada.
Risai llevó su mirada de Taiki a Gyousou por un momento y enton-
ces se enderezó y habló formalmente.
—Estoy encantada de conocerlo, yo soy…
—Lady Risai de la Guardia Provincial de Jou, supongo —dijo Gyou-
sou con una ligera sonrisa.
Los ojos de Risai se abrieron como platos.
—¿Cómo lo sabía?
—¡Tal como pensaba! —dijo Taiki. Los dos generales lo miraron,
sorprendidos—. Lo siento.
—¿Tal como pensaba? —dijo Gyousou con una sonrisa.
—No, es solo que… ya sabía que Lady Risai no era una general
cualquiera. Eso es todo, así que pensaba que…
El rostro de Risai se sonrojó mientras miraba a Gyousou.
—Mi señor piensa demasiado bien de mí para su propio bien.
—Oh, por el contrario —respondió Gyousou riendo—. Mi señor tie-
ne ojos agudos. Ella es una gran comandante. Hay pocos que no ha-
yan escuchado de Lady Risai de la Guardia Provincial de Jou.
—No crea sus palabras, mi señor —Insistió Risai, claramente aver-
gonzada.
Gyousou la miró intensamente y volvió a reír.
Um, pensó Taiki, cuando ríe, no da tanto miedo.
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—¿Y ganaste?
—Perdí —Admitió alegremente Gyousou—. De tres rondas, solo
pude ganar una. Sin embargo, el anterior rey estaba tan impresiona-
do de que pudiera hacer eso que me dio esta espada. Es muy valiosa
para mí porque no la gané gracias a una muerte.
—¿Así que el Rey Eterno es un fuerte espadachín?
—Si se me permite una insolencia —dijo Gyousou con la temible
sonrisa apareciendo en su rostro nuevamente como una violenta tor-
menta—. Deme otros quinientos años para entrenar y el Rey Eterno
no podrá derrotarme entonces.
Nuevamente, Taiki sintió una confianza casi salvaje en las pala-
bras del general. Aunque no había nada que temer en una conver-
sación normal, la expresión del hombre a veces tenía una extraña
capacidad de causarle escalofríos.
—Yo también quisiera tener un sugu algún día —dijo Risai miran-
do a Keito.
—Conozco un buen lugar de caza. Te llevaré —dijo Gyousou cau-
salmente.
—¿Me haría ese gran favor?
—He terminado lo que me ocupaba en este lugar. De hecho, que-
ría ir a cazar sugu hasta el próximo Día del Paso Seguro.
—¡Pero si ya tiene uno!
—Si tuviese otro, Keito podría descansar la mitad del tiempo. No
necesito tres, pero dos serían perfectos.
—Puedo entenderlo, ¿pero no quiere mantener su lugar de caza
como un secreto?
—No veo por qué. Cualquiera es libre de ir a cazar.
—¿Y si capturan a todas las bestias?
Gyousou sonrió peligrosamente.
—Dudo que eso pase pronto. No todos son capaces de montar un
sugu, después de todo.
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de perplejidad.
Teiei continuó sin hacer caso:
—Si llega a pasar que deben herir a un demonio, deben llevar al
señor a otra parte, aunque eso signifique abandonar a la otra persona.
—Teiei —dijo Taiki apretando ligeramente la túnica de la nyosen.
Nunca la había visto tan sobreprotectora.
—No vamos en una caminata de paseo —Fue Gyousou quien ha-
bló, tenía una mirada feroz—. Tampoco podemos permanecer en las
orillas del Koukai si lo que queremos es atrapar demonios fuertes.
No puedo prometer que no habrá peligro, pero no habría invitado a
mi señor si no tuviera confianza en nuestra habilidad de protegerlo.
Tu insistencia de que le otorguemos lo que por derecho debemos
ofrecer como ciudadanos leales de Tai podría ser tomada como una
falta de respeto, nyosen.
Teiei miró agresivamente a Gyousou.
—Tu confianza es impresionante, por tu bien, espero que no sea
mera arrogancia.
Gyousou le devolvió la misma mirada con una mayor intensidad.
—Esto apenas merece tu preocupación, nyosen. Nuestro señor es
el kirin de Tai, el reino al cual hemos jurado lealtad, ¿tal vez crees que
piensas más en su bienestar que cualquier otra persona de Tai? ¿No
es arrogante de tu parte?
Los dos intercambiaron miradas por un momento y entonces
Teiei apartó sus ojos.
—Está en tus manos.
—Así es.
Gyousou vio cómo Teiei se daba la vuelta y se iba antes de tomar
las riendas del sugu.
—Vamos, Lady Risai, antes de que amanezca.
El tenba viajaba a una gran velocidad, pero el viaje era suave fluido.
Brincaban sobre las rocas, galopaban por las planicies y saltaban
sobre los árboles caídos. Hien se movía con tanta gracia que, para
sorpresa de Taiki, no sentía ni un solo golpe. Aquí y allí, cuando vola-
ban, las zancadas de Hien era igual de suaves y estables, era difícil
para Taiki creer que estaba sobre una criatura viva.
Aparentemente Hien también podía ver en la oscuridad, así que
Hien y Keito llevaron a sus jinetes a un lugar profundo del Mar Ama-
rillo, dirigiéndose rápidamente al norte y al este de las Cinco Monta-
ñas hasta que cruzaron un campo de colinas bajas que se curvaban
hasta la base de Kouzan.
En los lugares bajos tras las estériles colinas, Gyousou, quien los
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—No lo creo…
—Por supuesto, soy un guerrero y no puedo hacer nada al res-
pecto. Y el deber de un soldado está lejos de ser virtuoso, mi señor.
Si sabe qué es lo que me hace falta, ¿podría decirme? Me gustaría
saber por qué soy poco digno.
Taiki tragó saliva.
—Yo… creo que así no es como funciona —El hombre lo miró con
duda en sus ojos—. Quizás sea el color de tus ojos. Me recuerdan a
la sangre.
—Aprecio que no quiera herir mis sentimientos, pero es un mal
mayor no decirme la verdad —dijo Gyousou con sus suaves palabras
rebosantes de determinación.
—Bueno… no tiene nada que ver con la razón por la que no fuiste
escogido. No es mi elección, es solo que… pasa. Pero sí tienes algo…
—Taiki lo miró—. Lo siento. No puedo explicarlo.
—No necesito explicación, con que me diga lo que siente o piensa
es suficiente.
Por un largo momento el niño pensó.
—S-siempre he sido tímido. Creo que eso debe ser. Las nyosen
dicen que me falta presencia o que debo tener más confianza, pero
no estoy seguro de que sean cosas que puedo aprender —Gyousou
lo miraba en silencio—. Tú tienes mucha confianza, señor Gyousou.
La gente habla de tu presencia y no estoy realmente seguro de qué
significa, pero cuando te veo, creo que la tienes. Es como… un aura a
tu alrededor. ¿Tiene sentido?
Gyousou asintió.
—Y tu presencia… creo que me hace sentir pequeño. Es como la
envidia, pero no es igual —Taiki miró la fogata arder más allá de las
patas estiradas del sugu—. Es como el fuego o algo así. Es cálido y
brillante, pero da miedo cuando es muy fuerte. Es así como me sien-
to, como asustado ante el fuego. Al menos… creo que eso es —Taiki
encontraba difícil poder describir sus propios miedos a otra perso-
na—. No siento lástima por mí mismo, no es eso, y no tengo miedo de
ser herido. También es diferente al miedo que siento cuando veo la
sangre… —Sus palabras seguían saliendo, pero ninguna parecía dar
en el clavo. Era difícil decidir cómo decir lo que sentía. Taiki quería llo-
rar—. Tampoco es un sentimiento malo. Un gran incendio da miedo,
pero también es hermoso e impresionante, ¿no? Es así. Me siento
sobrecogido, supongo, y también humilde.
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CAPÍTULO 9
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—No me gusta.
Risai intercambió miradas con Gyousou y entonces sonrió, po-
niendo su mano en el borde del agujero.
—Solo quiero ver cómo es por dentro.
—No. ¡No lo hagas!
Taiki corrió hacia Risai para detenerla, pero en el momento en
que puso un pie dentro, algo emergió de la oscuridad de las rocas y
se puso en medio.
—¡No vayas más lejos!
—¡Sanshi!
La mano de Gyousou fue rápidamente a la empuñadura de la
espada, pero cuando vio a Taiki correr hacia la nin’you, se relajó. Sus
ojos pudieron verla: medio humana, medio bestia con una cola de
lagarto. Esta era la nyokai de la que Taiki hablaba.
Risai también se sorprendió al ver a la nyokai blanca aparecer
repentinamente en el medio de la cueva. U mano todavía descansaba
en el borde del agujero, miró a Taiki con intención de hablar, pero algo
salió rápidamente de la oscura entrada y se envolvió en su brazo.
Risai no hizo ningún sonido. Fueron Gyousou y el joven kirin quie-
nes gritaron.
—¡Risai!
Con la boca todavía abierta por la sorpresa, la general desapare-
ció de cabeza en el agujero en el suelo de la caverna. Por un segundo,
sus piernas patalearon en el aire, pero para el momento en que Taiki
se había dado cuenta de lo que pasaba, Risai había desaparecido.
—¡Risai!
La única respuesta para el grito de Taiki fue un grito dentro del
agujero.
al general.
—¡No, Taiki! —Sanshi corrió tras él, atrapando al niño entre sus
brazos.
—Pero Lady Risai… —dijo mientras señalaba el agujero, pero
Gyousou lo detuvo con una mirada.
—Déjeme a Lady Risai a mí. Mi señor debe salir.
—¡No puedo!
Gyousou saltó al agujero sin responder. Taiki se escurrió de los
brazos de Sanshi.
—¡Taiki!
El niño corrió por el agujero tan rápido como pudo, tan rápido que
se tropezaba salvajemente mientras avanzaba. Sanshi se estiró para
atraparlo, pero él apartó sus manos y acelerando, saltó al orificio os-
curo detrás del general.
No puedo dejarlo ir, a Gyousou no.
Fue una caída profunda, pero de alguna forma, Sanshi logró ponerse
en frente de Taiki para bloquearle el paso.
—Taiki.
—¡No! ¡No voy a huir de esto!
Sanshi iba a atrapar al joven kirin, pero sus brazos se apartaron.
¿Qué está pasando? ¿Por qué no puedo desobedecerlo?
Por un instante, Sanshi olvidó lo que pasaba a su alrededor y
miró sus manos. Taiki era su amo, pero ahora mismo su seguridad es
primordial. Tenía que llevárselo de este lugar, de este peligro, aunque
no estaba segura de cuál era el peligro exactamente, a pesar de que
eso significara ignorar sus deseos y utilizar la fuerza.
Con nueva determinación, se movió para agarrarlo, pero Taiki
fácilmente se alejó de ella. Nuevamente apartó las manos, estaba
impresionada.
¿Por qué?
Taiki siguió corriendo sin mirar atrás. El espacio en el que habían
caído era grande, una caverna real. La única luz llegaba de la antor-
cha que Gyousou había llevado. La había lanzado al suelo donde su
brillo inestable solo profundizaba las sombras en la parte lejana de
la gran cámara, haciéndole imposible juzgar cuál era el verdadero
tamaño de la cueva.
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Capítulo 9 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Estoy sudando.
Taiki no tenía idea de cuánto tiempo había pasado mirando fi-
jamente a esos dos ojos. Podía sentir su sudor goteando desde su
frente, corriendo por sus mejillas y amontonándose en el cuello de
su camisa.
Inhaló profundamente por su nariz.
Exhalo por la boca y lo hago de nuevo.
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Capítulo 9 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Mi frente…
Un dolor pulsante se había apoderado del lugar entre sus cejas.
Podía sentir algo duro y caliente allí, enterrado bajo su cráneo. Mien-
tras pasaba el tiempo, el dolor aumentaba, era como ser tocado por
metal caliente. Esperaba que fuera sudor lo que sentía caer de su
frente y no…
Mis ojos…
Hacía tiempo había dejado de ver. Solo estaba mirando en la di-
rección de esa terrible fuerza, donde asumía que los ojos de su ad-
versario estarían. Pero ahora estaba perdiendo incluso eso.
Tiempo…
¿Cuánto tiempo se había quedado allí? La pregunta aparecía
dentro de él, pero no recordaba por qué debía importarle.
¿Cuánto… más?
¿Qué importaba cuánto tiempo llevaba allí? ¿Qué importaba
cuánto tiempo más estaría allí?
Entonces, repentinamente, sintió una nueva forma de resisten-
cia. Algo se interponía entre él y la fuerza del demonio que lo empu-
jaba, algo como un velo o quizá era el mismo aire siendo atraído a la
frontera de fuerza que conectaba sus ojos.
Tiempo…
¿Qué me importa qué hora es?
La resistencia se incrementaba y la mente torturada de Taiki se ace-
leraba. De las bóvedas de su memoria, recordó las palabras de Taiki.
¡Es por eso!
En el momento en que se dio cuenta, sintió como si su frente se
abriera en dos. La caverna parecía llenarse de bruma, el aire que res-
piraba ardía en su garganta. La mirada del toutetsu arremetía contra
él como un gran puño. No podía empujar más a la fuerza de esa terri-
ble mirada, era como si una temible hora hubiese llegado.
El seiki se vuelve shiki.
—Señor Gyousou… —No sabía si Gyousou todavía estaba allí, si lo
estaba, Taiki no sabía dónde—. Por favor, corre.
No puedo aguantarlo por más tiempo.
—Siento decir que no puedo —dijo la voz del general detrás de
él—. No puedo mover mis piernas.
Los ojos del kirin se abrieron sorprendidos.
Su atención fallaba.
¡Está pasando! Se convierte en shiki.
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Capítulo 9 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
1 SHIBA INU. Una raza de un perro pequeño y ágil, de orejas erguidas, pelaje
grueso y cola enroscada.
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pudiera pensar menos de Tai por culpa mía. Sin embargo, parece que
no debo temer pues nuestro señor ha tomado un shirei.
La mirada de Teiei pasó del hombre sonriente al kirin durmiente.
—¿Cómo pasó?
—Retó a un demonio y ganó, aunque la lucha duró desde el ama-
necer hasta hace una hora.
Teiei suspiró profundamente. Esta noticia era un alivio en varios
niveles.
—Ya veo. No lo sabía… perdóname si hablé demasiado.
—No hay problema.
Teiei miró al chico en los brazos del guerrero. Debe estar muy
cansado y su rostro mientras dormía estaba pálido, pero esto no era
de gran preocupación. Una buena noche de descanso lo curaría.
Si puede apaciguar, seguramente podrá transformarse.
Finalmente, el Señor de Houzan estaba completo. Taiki sería libe-
rado de todas sus preocupaciones y las nyosen serían liberadas de
tener que consolarlo cada vez que fallara.
—Son realmente buenas noticias.
—No has escuchado toda la historia. Parece ser que no se debe
menospreciar a un kirin negro ya que pudo apaciguar a un toutetsu…
Teiei se detuvo inmediatamente como si hubiera chocado con
una pared.
—¿Qué has dicho?
—Dije que tomó a un toutetsu.
—¡Es imposible! —Un chillido se escuchó de las nyosen tras ellos.
Era realmente imposible. Los toutetsu no eran shirei. No estaban
en el mismo nivel que los demonios ordinarios que los kirin típica-
mente apaciguaban.
—Yo también me sorprendí —dijo Gyousou bajando la mirada ha-
cia el niño que dormía profundamente con su rostro inexpresivo—.
Aunque todos los astros estuvieran alineados, es una proeza que po-
cos kirin pueden realizar. Temo por su futuro.
—¿Disculpa?
—Te pido disculpas si sueno descortés, pero te aseguro que no
le deseo ningún mal, es solo que posee un poder tan grande pero no
sabe utilizarlo… es una combinación peligrosa —Teiei frunció el ceño
ligeramente—. Tal vez este éxito le dé la confianza que necesita —Con-
tinuó Gyousou—. Creo que su fuerza apareció de un deseo muy fuerte
de protegerme, sin embargo, si no puede utilizar su fuerza sin alguien
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CAPÍTULO 10
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—¿Eh?
—No regresaré a la Guardia de Palacio. Mi intención es dejar mi
puesto e irme de Tai.
Inconscientemente, Taiki apretó sus puños.
—¿Pero por qué? ¿Por qué lo vas a hacer?
—Estoy poco acostumbrado a la… vergüenza.
Los ojos de Taiki se abrieron sorprendidos, entonces, el entendi-
miento llegó.
—No lo estoy culpando, mi señor. Si no soy digno de ser un rey, no
hay nada más que hablar al respecto.
—Pero…
—No se preocupe por mí. Hay otros reinos que le darán la bien-
venida a un hombre con mis talentos. Aunque no creo que seguiré
como soldado, es muy tarde para considerar una vida detrás de un
mostrador contando monedas.
Taiki miraba fijamente al hombre en la armadura negra.
—Así que… no te veré nuevamente.
—Lo más probable es que no —dijo Gyousou sonriendo.
No está triste por dejarme, pensó Taiki. Si hubiese dormido hasta
tarde, se habría ido sin siquiera despedirse.
—Sé… que te irás a cazar a la noche, pero todavía queda mucho
tiempo antes del anochecer. Mucho tiempo —murmuró Taiki.
Gyousou rio sonoramente.
—No pretendo quedarme más tiempo en la montaña. No fui es-
cogido y quedarme me haría parecer como que no quiero irme y seré
el hazmerreír de todos —Gyousou puso una mano sobre el hombro
de Taiki—. No se ponga así. No es nada de lo que deba preocuparse.
De hecho, el tiempo que pasé aquí fue un buen remedio para alguien
arrogante como yo. Tal vez me enseñe algo de humildad.
Gyousou rio y Taiki intentó reír con él, pero no pudo.
Un sirviente llegó llamando a Gyousou. El guerrero levantó una
mano como respuesta antes de darse la vuelta y hacer una reveren-
cia a Taiki.
—Ahora iré a despedirme de Lady Risai.
—Sí…
Gyousou se alejó y desapareció dentro de la tienda de Risai, salien-
do unos minutos después. Durante todo el tiempo que el general estu-
vo fuera de la vista, Taiki permaneció allí, tan inmóvil como una piedra.
—Cuídese —dijo Gyousou. Había regresado para buscar las rien-
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A Taiki le caía bien Risai. Hasta pensó que sería una buena empe-
ratriz, pero poco le molestaba pensar que ella bajaría de la montaña,
no de esta forma.
Taiki se quitó las mantas y salió con dificultad de la cama. Sin-
tió que algo lo presionaba, empujándolo, obligándolo a moverse y la
idea de quedarse allí acostado era insoportable.
—¿Taiki?
—Solo voy a salir.
Todavía en su túnica para dormir, Taiki se sentó en la escalinata
en la entrada del palacio.
Aunque solo había un camino que daba a la base del Houzan,
una vez el viajero llegara al Koukai, tendría muchas opciones para
tomar. Ya que estaban cazando a caballo, el grupo de Gyousou se-
guramente viajaría por alguno de ellos. Una vez en el Koukai le sería
difícil, sino imposible encontrarlos.
El general pasaría por los peligros del Mar Amarillo, llegaría al
portón sudeste y en el Día del Paso Seguro, pasaría a través de las
Montañas Diamante y más allá del alcance de Taiki, para siempre.
Cuando regresara a Tai, Gyousou renunciaría como general del
Ejército Imperial y dejaría el reino.
¿Sabré a dónde se irá? ¿Alguna vez podré encontrarlo? ¿Y qué le
diré si lo encuentro?
Taiki no había escogido a Gyousou. Gyousou se iba de Tai. Una
vez lo hiciera, recordaría a Taiki como un niño con poco más de diez
años, un niño sin valor alguno. Un hombre como Gyousou, que podía
abrirse camino a su propio destino, seguramente no tenía necesidad
de recordar cosas sin valor.
Taiki podía estar muerto en lo que a él respecta.
Con cada paso lejos de Houzan, el kirin podía sentir a Gyousou ol-
vidándolo. El hilo que los conectaba se haría cada día más delgado y
sería cortado definitivamente cuando el portón se cerrara entre ellos.
Taiki se levantó.
—Taiki.
AL ver al chico ponerse de pie repentinamente, Sanshi se apresu-
ró para alcanzarlo. Taiki empezó a correr y ella lo agarró y lo mantuvo
en sus brazos.
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experiencia de una vez en la vida, temo que haya sido muy impulsivo
al venir, mi señor.
Taiki no respondía.
—Aunque tenga a un shirei tan poderoso, es muy peligroso estar
aquí. Todavía está debilitado. Le ruego que regrese inmediatamente
al palacio.
Gyousou esperó, pero el kirin no se movía. Suspirando, quitó la
túnica de la silla.
—¿O tal vez vino con algún encargo? —preguntó, estirando la tela
en el suelo.
Taiki volvió a su forma humana. Tenía una idea general de cómo
debía hacerlo, pero cuando lo intentó, descubrió que era tan natural
como respirar, a pesar de la extraña sensación de que su cuerpo se
hacía más pesado.
Poniendo la túnica sobre sus hombros, miró a Gyousou. Los ojos del
general tenían ferocidad en ellos, pero no le daban miedo como antes.
Yo soy quien da miedo. ¿Sé realmente qué voy a hacer?
—Señor Gyousou.
No hubo revelación.
Pero no había otra forma. Taiki se arrodilló.
Los ojos de Gyousou se abrieron como platos.
—Mi señor…
Taiki bajó su cabeza. Más baja, más baja, como un hombre que
rogaba perdón.
—Nunca te abandonaré… siempre te obedeceré… prometo mi
lealtad…
Esto era una traición, una traición al Orden de los Cielos, a las
nyosen, al rey, a todos en el mundo.
No debería hacerlo.
—…con este juramento.
Por un momento, Gyousou no dijo nada. Taiki sintió los ojos del
hombre viéndolo, quemándolo con su mirada. Por un momento, el
kirin tuvo la esperanza de que no fuera tarde, de que todavía pudiera
retirar lo hecho.
—Acepto.
Y con eso, terminó. Taiki había bajado aún más su cabeza, su
dolor era tan grande que deseó morir en ese mismo momento.
¿Cómo puedo traicionarlos, a la gente que no me dio más que
amor, a mi rey y a mi reino, a mi gente, a Gyousou mismo? Su mentira
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CAPÍTULO 11
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—Felicidades, mi señor.
El día de la ascensión estaba cerca cuando Risai salió de su tien-
da y se acercó al palacio a felicitar al nuevo rey.
—Veo que ya puedes caminar.
—Me honra su preocupación —dijo Risai, haciendo una reveren-
cia y miró a Taiki—. Y felicitaciones para usted también, Taiho.
—Gracias.
Risai levantó una ceja al escuchar el tono inexpresivo en la voz
del niño.
—Perdone mi curiosidad, ¿pero está el Taiho bien?
—Oh… sí, estoy bien —dijo Taiki con una delgada sonrisa infantil so-
bre sus labios—. Solo que no me acostumbro a la gente llamándome así.
Risai rio.
—Pronto se acostumbrará.
Taiki sonrió inseguro y Risai miró a Gyousou.
—De hecho, vine a ofrecer mis felicitaciones, pero también a des-
pedirme.
Gyousou frunció el ceño.
—¿Estás lo suficientemente bien para descender?
—Sí, bastante. Y, además, no me serviría seguir por aquí más
tiempo. Me uniré a los otros mañana.
Gyousou asintió.
—Eso está bien. Ve con cuidado. Nos veremos de nuevo en Tai.
—Sí, mi señor. Gracias.
Su audiencia había terminado, así que Risai estaba a punto de
dejar el palacio. Taiki miró a Gyousou.
—¿Puedo acompañar a Lady Risai?
Gyousou sonrió.
—Ve —Entonces levantó una mano—. Ah, Risai.
—¿Sí, mi señor?
—Mi ascensión al trono deja una vacante entre los generales de
la Guardia de Palacio. ¿Qué piensas?
—No está bien que quede así —respondió Risai riendo—. Estoy
segura de que usted tendrá en cuenta los logros y virtudes de todos
sus generales y hará su elección sin ninguna inclinación personal.
—Bien dicho —dijo Gyousou con una ligera risa. Entonces, con sus
ojos le hizo una señal a Risai para que saliera.
La general hizo una reverencia y dejó la pagoda. Taiki la seguía.
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Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Un pequeño papel…
Las palabras de Risai era como sal en las heridas de su conscien-
cia culpable.
—Debo admitir, Taiho, que no estás nada feliz —dijo Gyousou a Taiki
cuando el kirin regresaba de despedirse de Risai.
—Pero sí estoy feliz.
—¿Sí? Pero hasta Risai notó algo. Y cuando te veo, no puedo evi-
tar sentir como si hubiese secuestrado a un kirin. Pareces miserable.
—¿Secuestro? —Youka, que estaba sentada cerca, se rio ligera-
mente—. No es un secuestro, mi señor, es una despedida natural.
El Taiho se siente solo al pensar que tendrá que dejar Houzan. Ha
pasado poco tiempo desde que dejó su hogar en Hourai y todavía es
pequeño, ¿sabe? Ahora, justo cuando se había acostumbrado a su
vida aquí, debe irse nuevamente.
Gyousou asintió pensativamente, pero las palabras de Youka
atravesaron el corazón de Taiki.
No había pensado ni una sola vez sobre irse de Houzan, ni sobre
dejar a las nyosen.
¿Tan poco me importan?
Gyousou llamó a Taiki con la mano.
—Si fuiste criado en Hourai, entonces debías tener un nombre
diferente en aquel mundo. ¿Cómo te llamaban? —Taiki se acercaba
mientras el rey hablaba—. Debe ser molesto que todos te llamen “Tai-
ho”, como si estuviéramos obligándote a tomar una gran responsabi-
lidad. Ven, dime cómo era tu nombre.
—Kaname… Kaname Takasato.
Gyousou estiró su mano y Taiki trazó los caracteres para su nom-
bre japonés en la ancha palma del hombre.
—No lo sabía.
—Es en Kouri donde se dice que las almas de los muertos regre-
san. Y hay otra montaña, donde se dice que los muertos continúan
viviendo y también se llama Kouri, pero el primer carácter en ese
nombre es algo diferente porque lleva el símbolo de hierba.
203
Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Taiki fue llevado al norte del Palacio Houro, a la Pagoda de las Suaves
Nubes, que quedaba a los pies de un gran acantilado.
Grandes puertas pintadas de color escarlata se encontraban al
fondo de la pagoda. Una vez, cuando pasaba el tiempo en el laberin-
to, Taiki había entrado a la pagoda y había mirado dentro de las puer-
tas. Lo que vio fue una gran pared de roca verde, nada más. Ahora,
sin embargo, podía ver una escalera que los guiaba hacia arriba.
Las escaleras parecían hechas de cristal, pues eran translúcidas
y la luz que brillaba a través de ellas hacía que todo a su alrededor
brillaran. Sobre uno de estos peldaños había un ave solitaria, era
parecida a un cuervo, excepto que su plumaje era del más puro tono
de blanco.
Todas las nyosen que estaban presentes se arrodillaron en el
suelo de la pagoda. Gyousou y Taiki subieron lentamente los pelda-
ños en la entrada de la pagoda e hicieron una pausa frente a las
puertas, donde Gyokuyou hizo una gran reverencia ante ellos.
—Salud eterna para el rey y el Taiho.
Gyousou y Taiki hicieron una reverencia como respuesta.
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Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Taiki subió otro peldaño, sintiendo cómo era atraído hacia arriba.
del Oeste para que las protegiera como una tierra sagrada.
Para cada uno de los doce reinos restantes, nombró a un
rey y a cada rey le dio una majestuosa rama alrededor de la
cual se creará el Orden de la Ley.
Alrededor de cada rama estaba enroscada una serpiente.
Los reyes las desenredaron y las enderezaron para que sos-
tuvieran los cielos.
De cada rama crecieron tres frutas: una fruta cayó y se con-
virtió en el trono enjoyado, otra cayó y se convirtió en la tierra
fértil y la tercera cayó y se convirtió en el pueblo del reino.
Entonces, cada rama cambió para convertirse en un pincel
enjoyado. Con estos pinceles se escribió el comienzo del mundo.
207
Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
El rey movía el destino mismo del reino y todo lo que estaba en él,
asegurándose de mantener el camino adecuado.
Taiki miró a su amo escogido, que se encontraba de pie en silen-
cio mientras veía el Mar de Nubes con su rostro lleno de emoción.
Solo por existir, el rey mantiene al reino en orden y a las personas
en paz.
Taiki se sentía mareado. ¿Qué pasaría con Tai, un reino goberna-
do por un falso rey?
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Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
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Mar del Viento, Orilla del Laberinto
CAPÍTULO 12
Después de un viaje que les tomó casi todo el día y la noche, el genbu
que llevaba a Gyousou y a Taiki llegó a la capital al noroeste de Tai,
donde el Monte Kouki atravesaba el cielo.
El genbu era, para los ojos de Taiki, una enorme tortuga del tama-
ño de una isla pequeña. Había estado esperando en el Mar de Nubes
que el rey y su Taiho salieran del santuario en el pico de Houzan, ha-
bían cruzado el puente rocoso de su cuello y habían subido a la orilla
de su caparazón. Su gran caparazón estaba marcado con muchos
bultos y protuberancias rocosas, como las piedras de Houzan. El gen-
bu flotaba en el mar, pero ni su cuello ni su caparazón mostraban
señales de humedad, haciendo que Taiki se preguntara de dónde
había venido y cómo nadaba. En el medio del gran caparazón de la
tortuga había una pequeña pagoda, amueblada pero desocupada y
con suficiente comida para mantener satisfechos a sus ocupantes
durante su viaje.
Mientras que Gyousou y Taiki viajaban sobre la tortuga gigante o
quizá era mejor llamarlo barco viviente, otras preparaciones se esta-
ban llevando a cabo en el Palacio de las Joyas Blancas para la llega-
da del nuevo rey.
Taiki, que estaba de pie en la parte frontal del caparazón, lo vio
primero: una pequeña y escarpada isla. Mientras se acercaban, vio
que la isla tenía forma de herradura, con una amplia ensenada ro-
deada de incontables edificios que daban hacia el agua. Vio paredes
lisas, rejas intrincadas, brillantes columnas blancas y techos pinta-
dos de color azul oscuro, más oscuro de los del Palacio Houro. El
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Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
—¿Sí?
Normalmente, Sanshi habría aparecido inmediatamente des-
pués de llamarla, pero hoy solo podía escuchar su voz.
—¿Sanshi?
—Ya eres un adulto. No puedo dormir contigo.
—¿No puedes?
Taiki se sentó en el medio de la gran cama, que era mucho más
grande que la de la Pagoda del Rocío Crepuscular.
—Aunque no puedas verme, siempre estoy a tu lado.
—Pero…
—Buenas noches, Taiki.
Taiki suspiró y se dio la vuelta, pero no se sentía somnoliento en
lo más mínimo.
Entonces, pensó que había sentido a alguien reír, pues no lo ha-
bía escuchado realmente y unos dedos tocaron su mano donde yacía
sobre la manta.
Sanshi…
Sintió los dedos agarrar fuertemente su mano.
—Buenas noches, Taiki.
—Sí… buenas noches.
Respirando con más facilidad, Taiki cerró sus ojos, aunque sabía
que su descanso sería ligero e irregular y sus sueños serían oscuros
y amenazadores.
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Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
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Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
—Sí, mi señor.
Taiki tenía otro deber además de ser el consejero del rey y era el de
ser el Gobernador de la Provincia Zui, la provincia donde se encon-
traba la ciudad capital. La administración de la Provincia Zui se reali-
zaba desde el Salón de la Gran Benevolencia donde Taiki vivía y por
las tardes se había reservado un corto espacio de tiempo para que lo
dedicara a los asuntos de la provincia.
Pero en realidad, el kirin solo ejecutaba las órdenes del rey y, de
hecho, era el rey quien gobernaba la Provincia de Zui. En este caso
era especialmente verdadero, pues más allá de lo que había de lo
que había aprendido cuando recibió el Mandato del Cielo, era justo
decir que no sabía nada sobre cómo dirigir una provincia. Así que, por
ahora, sus deberes de gobernador consistían en escuchar silencio-
samente los informes de los ministros y hacer preguntas cuando no
entendiera algo. En efecto, era momento de estudiar. Gyousou visi-
taba el salón durante estas sesiones y cuidaba al joven kirin, ocasio-
nalmente ofrecía palabras de consejo o su opinión sobre un asunto u
otro. Cuando eso terminaba, Gyousou regresaba al palacio interno a
continuar con su reinado diario. Siempre se negaba categóricamente
a dejar que Taiki lo acompañara.
Así que sin tener más nada que hacer, Taiki pasaba la mayor par-
te de sus tardes en ese salón sin hacer nada.
Aunque el kirin había empezado con ocho sirvientes, el número
se había reducido drásticamente como parte de la reducción de los
excesos de palacio y ahora solo tenía dos. Gyousou le había dejado
dos señoras, obviamente considerando el hecho de que Taiki estaba
acostumbrado a estar rodeado de nyosen. Gyousou siempre lo invita-
ba a cenar, siguiendo la costumbre de Taiki en el Palacio Houro. Por
supuesto, con el rey tan preocupado por su bienestar, era imposible
relajarse para Taiki. Cuanto más se preocupaba Gyousou, más se
sentía arrinconado Taiki.
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Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
—El viento es frío en Tai, como siempre —dijo Keiki, mirando a través
del gran lago que se encontraba en el centro del jardín del palacio
interno—. ¿Te sentarías conmigo?
Se volvió y encontró a Taiki temblando tras él.
Habían hecho una pausa en la orilla del lago para observar un
cenador1 exorbitantemente decorado. El cenador había sido erigido
por el antiguo rey y tanto el suelo como los pilares que sostenían su
techo estaban hechos de cristal. Había planes de erigir otros alrede-
dor del lago: uno de cristal gris, otro de amarillo, rojo y morado, pero
la construcción apenas había empezado, las bases se habían dejado
a la inclemencia del tiempo.
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Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
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Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
CAPÍTULO 13
Solo habían pasado dos días cuando Keiki volvió a llamar a Taiki.
Parecía que había mantenido su palabra y no dijo nada, al menos no
a Gyousou. Cada tarde, cuando iba a comer con el rey, Taiki buscaba
en la expresión de Gyousou alguna señal de que conocía la culpa del
kirin, pero no veía nada. Esto alivió a la mitad de él, a la otra mitad la
hundió, sabiendo que tendría que continuar con el engaño.
El kirin pasaba otra sombría y solitaria tarde cuando el mensajero
llegó al palacio interno, instruyéndolo para que se pusiera la túnica
ceremonial y se dirigiera al salón de recepción. Taiki se dio prisa en
llegar y allí encontró a Gyousou y a Keiki y a otras dos personas que
nunca había visto.
Uno de los desconocidos, un hombre de la misma edad de Gyou-
sou, estaba sentado en la silla central de la mesa de recepción, en el
lugar de honor. Este era el invitado principal. A su lado estaba de pie
un niño que parecía solo un poco mayor que Taiki.
Como Keiki, el chico tenía el pelo dorado y parecía que su pelo
desprendía un brillo que se extendía a su alrededor en un resplandor
dorado. Keiki estaba rodeado de un brillo similar. Debe ser el aura
del kirin, entendió Taiki. Eso significaba que el chico junto a Keiki era
el kirin de otro reino.
Así que ahora puedo ver el aura de los kirin. Sintió una momen-
tánea sensación de excitación. ¿Pero y entonces…?
Taiki hizo una reverencia en la entrada, entonces miró más de
cerca de Gyousou. No podía ver nada parecido a un ouki.
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Capítulo 13 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
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Capítulo 13 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Taiki fue llevado a la terraza del palacio y lo colocaron sobre una có-
moda silla. Keiki se arrodilló ante él, para poder verlo directamente
a los ojos.
—Siento no haberte dicho más antes, cuando pude hacerlo —
Tomó las manos de Taiki entre las suyas—. Cuando me preguntaste
qué era una revelación, pude haber dicho más. Siento que fracasé y
mi fracaso te causó mucho dolor.
—Taiho… yo… yo esperaba algo diferente.
—Una revelación no tiene forma —continuó Keiki—. Ni ocurre nada
que te pueda llevar a decir “mira, una revelación”.
Taiki miró a los ojos al kirin mayor.
—¿Nada?
Keiki lo miró de vuelta y negó con la cabeza.
—Nada. Solo porque el rey tenga ouki no quiere decir que es algo
que puedas ver con tus ojos.
—¿O sea que no brilla como tú?
Cuando Keiki le dijo que el kirin brillaba de color dorado, él asu-
mió que el rey también lo haría.
—Puedes ver el ouki como luz u oscuridad, o puede aparecer como
una presencia poderosa o una inexplicable sensación de seguridad.
—¿No siempre es igual?
—Nada que se pueda describir con certeza. Es diferente para
cado uno de los escogidos.
—Pero dijiste que encontraste al rey por su ouki…
—La busqué, es verdad. Si el rey no está muy lejos, puedes sen-
tirlo. No es algo que se pueda ver, más bien es una sensación de ser
atraído, un sentido de dirección.
—¿Un sentido de dirección…?
La mente de Taiki volvió a los últimos meses. Recordaba haber
sentido algo antes de que los aspirantes llegaran al Palacio Hoto: una
sensación de que algo lo perseguía, lo presionaba, lo asustaba incluso.
—Y cuando conoces al rey, sabes que él es la fuerza de esa sen-
sación. Sientes en él lo que sentiste a lo lejos.
Por primera vez en mucho tiempo, Taiki sintió que se relajaba. Era un
gran alivio poder explicarle finalmente a Gyousou.
—Cuando te vi por primera vez, mi señor, tenía miedo.
—Ya lo sé.
—Incluso antes de que ascendieras a la montaña, sentí algo que
venía en dirección del Portón de la Virtud, algo terrible, pensaba —De
no haber sido miedo sino algo más como luz, esperanza o algo bue-
no, quizá no habría sido tan difícil para Taiki elegir—. Estaba asustado
incluso cuando sabía que no eras un hombre temible. Aunque sabía
de tus cualidades y tu amabilidad, todavía sentía miedo.
—Ya veo…
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Capítulo 13 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
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Capítulo 13 Mar del Viento, Orilla del Laberinto
EPÍLOGO
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Epílogo Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Los banderines volaban por toda la capital, pero, aunque las cele-
braciones eran sinceras, la coronación se llevó a cabo en un nivel de
austeridad que no se había visto en Tai desde hace más de un siglo.
Esto fue una vista esperanzadora para el pueblo después de tantos
años de excesos. Sus ojos se enfocaban en el trono enjoyado y al
pequeño niño junto a él.
Aunque su pelo era de un extraño color, si estaba allí entonces
debía ser el kirin. En algún lugar de la multitud, un arrugado anciano
explicó que lo que veían era un kirin negro. Nadie sabía qué significa-
ba esto, pero por la rareza les hizo sentir orgullo por su reino.
Desde la plataforma principal, Taiki miraba a la multitud alegre.
Ver a tantas personas locas de la emoción era algo temible, pero
el hecho de que pudiera verlas sin una pizca de culpabilidad en su
consciencia casi le rompía el corazón de alegría.
Después de que el Gran Ministro había circulado la plataforma
llevando a cabo los ritos necesarios con el acompañamiento de unas
cuentas docenas de músicos, Gyousou subió al altar. Un tormentoso
estruendo se escuchó de la plaza.
Con paso firme, Gyousou se acercó al trono y tomó asiento. Taiki
se arrodilló ante él.
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Fuyumi Ono Doce Reinos
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Epílogo Mar del Viento, Orilla del Laberinto