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Títulos de Fuyumi Ono

La Saga de Doce Reinos


1- Sombra de Luna, un Mar de Sombras
2- Mar del Viento, Orilla del Laberinto
3- Dios del Mar en el Mar del Este, Extenso en el del Oeste
4- Mil Millas de Viento, el Cielo del Amanecer
5- Las Alas Aspiradas
6- La Orilla en Crepúsculo, el Cielo al Amanecer

Historias Cortas
7- Sueños de Prosperidad
8- Las Aves de Hisho

9- Colinas de Ruinas Plateadas y una Luna Completamente Negra

Relacionado
El Niño Demoníaco
Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Fuyumi Ono
La Saga de Doce Reinos
Libro II

Traducción: Kapia/Kirhom
Revisión: Pingüino
Edición: EED_Wolf
Ono, Fuyumi
Doce Reinos – Mar del Viento, Orilla del Laberinto
Título original: Juuni Kokki - Kaze no Umi, Meikyū no Kishi
Publicado en Japón en 1993

Traducción: Kapia
Revisión: Pingüino
Edición: EED_Wolf

Fecha de Edición: 2020

Contacto Menudo-Fansub:
www.menudo-fansub.com
#menudo-fansub@ irc.immortal-anime.net

Contacto EED_Wolf:
https://es.scribd.com/user/253213915/EstefaniaEugeniaDiaz
EED_Wolf@hotmail.com
Índice
Mapas - Página 6 Capítulo 7 - Página 127
Introducción - Página 9 Capítulo 8 - Página 147
Prólogo - Página 11 Capítulo 9 - Página 163
Capítulo 1 - Página 15 Capítulo 10 - Página 181
Capítulo 2 - Página 31 Capítulo 11 - Página 197
Capítulo 3 - Página 47 Capítulo 12 - Página 213
Capítulo 4 - Página 63 Capítulo 13 - Página 225
Capítulo 5 - Página 85 Epílogo - Página 235
Capítulo 6 - Página 107
Mar del Viento, Orilla del Laberinto

6 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

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Mar del Viento, Orilla del Laberinto

8 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

INTRODUCCIÓN

Este documento lo edité de forma que se pareciera lo más posible a


un libro, por ese motivo algunas imágenes aparecerán como si fue-
ran doble páginas. También coloqué marcadores para que sea mu-
cho más fácil ir a cada capítulo y/o consultar algún mapa si es nece-
sario. Con solo ir a la parte de marcadores podrán elegir a dónde ir.
Esta novela yo no la traduje, solo la edité a mi gusto y corregí
algunas cosas. Espero que puedan disfrutar la lectura tanto como yo
disfruté preparándola. Dejo mi perfil de Scribd aquí y mi e-mail por
si tienen alguna consulta o alguna sugerencia para corregir algo que
se me haya pasado por alto, también pueden pedirme alguna de las
otras novelas que continúan o son anteriores a esta y se las enviaré
sin problema: EED_Wolf@hotmail.com.

—Estefanía E. Diaz / EED_Wolf

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Mar del Viento, Orilla del Laberinto

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Fuyumi Ono Doce Reinos

PRÓLOGO

Estaba nevando.
Grandes y pesados copos de nieve caían desde el cielo. El chico
levantó la mirada para verlos: incontables sombras grises y delgadas,
cortando tan rápido a través del blanco de la atmósfera que parecían
hacerse borrosos. Mientras los seguía con sus ojos, poco a poco se
volvían blancos nuevamente.
Un copo descendió lentamente en su hombro. Era tan grande
que se podía ver su estructura que parecía un cristal de algodón.
Uno tras otro, los copos caían a su alrededor, veía cómo caían sobre
sus hombros, sus mangas y sus rojizas palmas, donde se disolvían,
convirtiéndose en transparentes gotas de agua.
No era la nieve sino la blancura de su aliento lo que evidenciaba
el frío que hacía. Movió su cuello, delgado como es de esperar en un
niño, de lado a lado y vio cómo la pálida niebla que salía de su boca
dejaba un rastro.
Había estado allí de pie por más de una hora. Sus pequeñas ma-
nos y pies desnudos estaban rojos como tomates maduros y las pun-
tas de sus dedos se habían entumecido gracias al frío. Frotaba sus
manos una contra la otra y se abrazaba a sí mismo, pero nada de
eso parecía funcionar, así que solo se quedó de pie, mirando perdi-
damente la nieve que caía.
Se encontraba en un jardín en la parte norte de la casa de su
abuela. En una esquina del jardín había un antiguo granero que ha-
cía tiempo no se usaba. Las grietas en las duras paredes de barro

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Prólogo Mar del Viento, Orilla del Laberinto

empeoraban el frío. El granero y la casa ocupaban dos esquinas del


jardín y la tercera esquina era protegida por la pared de tierra, que
hubiese podido proveer algo de refugio si de hecho hubiese algo de
viento soplando. Pero no había nada que pudiera refugiarlo del pro-
fundo frío que seguía haciéndose peor.
No había árboles ni arbustos en el jardín, no se podía observar
ninguna vegetación. Cuando el verano se acercaba, los lirios flore-
cían, pero ahora no había más que un suelo desnudo pintado de
blanco.
—Qué chico tan terco —Era la voz de su abuela, que sonaba a
través de capas y capas de vidrio y biombos, por lo que parecía venir
de muy lejos. Se había mudado a la región Kansai hace mucho, pero
aún hoy cuando hablaba tenía un fuerte acento—. Sentiría lástima
por él si al menos llorara un poco.
—Por favor, Madre, no seas tan dura con él.
Esa era su mamá. Siempre llamaba a la abuela “Madre” aunque
solo eran familiares políticos.
—La razón por la que es tan terco es porque lo mimas demasiado.
—Madre...
—Los padres hoy en día son demasiado suaves con los niños. Te
diré algo, un chico necesita pasar por momentos difíciles antes de
poder apreciar lo que tiene.
—¿Pero y si se resfría?
—¿Resfriarse con este frío tan leve? Es poco probable. No lo dejes
entrar hasta que se disculpe.
El chico no intentaba entrar, simplemente estaba de pie. Todo
esto había pasado debido a un asunto sin importancia, alguien había
derramado agua en el suelo del baño. Su hermano menor lo había
culpado y él dijo no haberlo hecho.
Esa era la verdad. Estaba seguro de no recordar haber hecho
algo como eso y no estaba dispuesto a mentir y decir que lo había
hecho cuando no había sido así, su abuela le había advertido que
decir mentiras era lo peor que podía hacer.
—Di la verdad y podemos dar esto por terminado. —Había dicho
la abuela.
Él repitió que no había sido él.
—¿Por qué eres tan terco?
Le habían dicho tantas veces que era terco que desde muy
temprano llegó a aceptarlo. No estaba seguro realmente de qué

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Fuyumi Ono Doce Reinos

significaba ser “terco” pero él sabía que lo era y sabía que esa era la
razón por la que su abuela lo odiaba.
Pudo haber llorado, pero estaba demasiado confundido. Su abue-
la quería que pidiera perdón, pero si admitía haberlo hecho, estaría
mintiendo y su abuela lo odiaría aún más.
Desde su posición en el patio trasero, podía ver la puerta corredi-
za exterior y ver el pasillo hasta los biombos que encerraban la sala.
Los paneles superiores estaban hechos de vidrio y a través de ellos
podía ver a su madre y a su abuela discutiendo.
No le gustaba verlas discutir. Su madre siempre perdía, tras lo
cual iría a lavar el baño y lloraría en secreto.
No llores de nuevo, Mamá.
Aun así, permaneció en su lugar. Uno de sus pies se empezó a
entumecer por lo que puso su peso sobre su otro pie y su otra rodilla
empezó a dolerle. No podía sentir los dedos de los pies y cuando
intentó forzarlos a moverse, sintió frías agujas clavándose a lo largo
de ellos. La nieve derretida en su rodilla se convertía en agua helada,
bajando por su pantorrilla en un hilillo.
El chico suspiró, un suspiro más profundo del que debería hacer
para su edad.
Fue en ese momento en que un viento rozó su nuca, no era un vien-
to cortante y helado como él habría esperado, sino una brisa cálida.
Miró a su alrededor. ¿Quizá alguien había sentido lástima por él
y había abierto la puerta? Pero no era así, la puerta estaba comple-
tamente cerrada, igual que las ventanas. Las que quedaban direc-
tamente detrás de él estaban ligeramente empañadas, como si se
mantuvieran calientes por una bocanada de cálido aliento.
El chico ladeó la cabeza y miró alrededor nuevamente. Otra cá-
lida ráfaga de viento sopló en su dirección. Viene del otro lado del
jardín. Sus ojos detectaron un movimiento en la esquina del granero.
Miró en esa dirección, parpadeando por la sorpresa.
Había un pequeño espacio entre el granero y la pared de tierra
en una esquina del jardín y algo blanco salía de allí. Parecía un brazo
humano. De hecho, era un brazo, un brazo blanco, la piel estaba des-
nuda desde los dedos hasta el hombro, a partir de dónde no se veía
más. Quien fuera el dueño de este brazo, debía estar escondiéndose
detrás del granero.
Pero algo le pareció extraño.
El espacio entre el granero y la pared era diminuto, estaba seguro

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Prólogo Mar del Viento, Orilla del Laberinto

de eso. Ayer su hermano menor había dejado caer una pelota de


béisbol allí y pasó una hora llorando cuando no pudieron recuperarla.
Ni él ni su hermano, que era mucho más pequeño que él, habían
podido introducir más que un brazo en el estrecho espacio. ¿Entonces
cómo podía haber un adulto escondiéndose allí?
El brazo se movía. El chico se dio cuenta de que la mano lo llama-
ba, lo invitaba. Caminó hacia esa dirección. Sus rodillas congeladas
y entumecidas estaban tan tiesas que se había sorprendido de que
no se astillaran y se rompieran estrepitosamente con su movimiento.
Una parte de su mente sabía que debía sentir miedo, pero la suave
brisa provenía de esa dirección y algo tan cálido no podía ser malo,
no en un día como este.
Tenía mucho frío y no sabía qué más hacer, así que caminó obe-
dientemente hacia el brazo. Para este momento, había tanta nieve
sobre el suelo que sus pequeños pies dejaban huellas mientras ca-
minaba. Sobre él, el cielo blanco empezaba a oscurecer, tornándose
del color del carbón.
Otro corto día de invierno llegaba a su fin.

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CAPÍTULO 1

Nadie sabe de dónde viene la vida, menos aún la de aquellos que


no son humanos. Sin embargo, la vida la embargó toda por igual y
obtuvo la consciencia con ella.
Ella despertó bajo las ramas blancas, una única palabra llenando
su mente: Taiki.
Aún antes de poder erguirse, la palabra llenó su cabeza como si
se hinchara dentro de ella. Entendió en un agudo momento todo lo
que importaba: sabía quién era, por qué había nacido y cuál era la
cosa más importante en el mundo: Taiki.
Se sentó y el mundo se derramó a su alrededor, las ideas fluían
a través de su cerebro, extendiéndose por todo su cuerpo a través de
la red de sus venas. Dobló su cuerpo hacia atrás, como si estuvie-
ra dejando que gotas de agua bajarán por todo su cuerpo y por las
profundidades de su existencia. Levantó su cabeza y cerró los ojos.
Por sus ojos cayeron lágrimas que se disolvían en su cabello, todavía
húmedo de fluidos embrionarios.
Movió sus temblorosas patas y sus pies sintieron la humedad
del suelo, así como algo afilado y frágil: los fragmentos dorados de la
fruta que la contenía hasta hacía unos momentos. La tierra estaba
mojada con el fluido que solía llenarlo. Al estar lista para salir, la fruta
dorada que la contenía se había caído de la rama y se había roto en
el suelo.
Miró los fragmentos por un momento antes de levantar la mirada
hacia las ramas blancas. Se extendían sobre su cabeza, delicadas

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Capítulo 1 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

ramas retorcidas de color platino, enredándose y levantándose hacia


un techo de piedra sólida sobre su cabeza.
Otras frutas doradas crecían en grupos en las ramas, otros que
todavía no contenían vida. Ella también estuvo en uno de ellos hasta
hace muy poco. Lo sabía sin que nadie tuviera que decírselo.
Así es como nace la vida.
Taiki.
Estiró sus cuatro patas y se levantó. Otra lágrima caía por su me-
jilla y no eran más que una respuesta natural, una protección de sus
ojos ante la primera exposición al aire, pero para ella, los hilillos ca-
lientes que bajaban por su rostro se sentían como si el mundo gotea-
ra por su cuerpo.
Taiki, Taiki, su cuerpo llamaba y las lágrimas fluían.
Se levantó completamente y su cabello se enredó en una rama.
Plantó firmemente sus cuatro patas sobre el suelo y levantó los bra-
zos para desenredar su pelo.

—Has nacido.
Alguien hablaba.
Asustada, miró en dirección de la voz. El espacio en que se en-
contraba era de penumbra, la única luz era una débil luminiscencia
blanca que emanaba de las ramas sobre ella. Mientras sus ojos se
ajustaban a la luz, se dio cuenta de que estaba en una cueva.
Era un gran espacio en forma de cúpula, vasta y alta, llena de las
ramas blancas que colgaban desde el techo. De hecho, se dio cuenta
de que las ramas que se extendían sobre ella no eran ramas, eran
raíces. Emergían del techo en un compacto haz, pero más abajo, cer-
ca de ella, se hacían más pequeñas y con muchas ramificaciones
que incluso tocaban el suelo.
Escuchó un gruñido.
—Una buena nyokai.
Esta vez, la fuente de la voz fue fácil de encontrar: pertenecía a
una pequeña anciana jorobada que se encontraba a unos pasos de
ella. La mujer la observó, estirando su brazo parecido a un miembro
marchito y tocando suavemente el cabello en su espalda.
—Eres mujer —La mano se movió hacia su mejilla—. Escamas de
pescado en el cuello —Dedos secos tocaron sus brazos—. Humana de

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la cintura para arriba —El brazo de la anciana fue tras ella y acarició
su columna vertebral—. Debajo de la cintura un leopardo. Y tienes
una cola de lagarto. Muy buena combinación— La mano de la ancia-
na presionaba el lugar donde el espinazo conectaba ambas partes
del cuerpo—. No llores más. Ven conmigo.
La vieja la empujó y la recién nacida caminó. Con cada paso,
caían lágrimas de sus ojos, dejando pequeños círculos húmedos en
el suelo. Caminaron lentamente a través de la cueva, tomándose su
tiempo.
Pudo ver una escalera, en el lugar donde el techo rocoso de la
caverna hacía una curva y se unía al suelo bajo sus pies. Se detuvie-
ron en la base.
—Te llamarás Sanshi —murmuró la mujer después de un largo silen-
cio. Movió sus dedos huesudos formando unos caracteres en el aire:

» Todos te llamarán así a partir de hoy —La recién nacida Sanshi


subió tranquilamente por la estrecha y oscura escalera, escuchando
la agradable voz de la vieja mientras esta la seguía—. Tu apellido será
Haku, pues es la regla para todas las nyokai que nacen en Houzan
—La escalera formaba una espiral mientras seguía subiendo a través
de la roca. Al tiempo que subía, Sanshi empezó a notar la luz que
venía de arriba—. La razón por la que tienes un apellido es porque
tienes una gran misión. Recuérdalo siempre —dijo la anciana.
Asintió, pues sabía que era una gran misión y lo sabía sin que le
tuvieran que decir, ya que sentía la importancia de este conocimien-
to en su corazón. En silencio, alcanzó la parte final de las escaleras,
caminando por la curva final vio una gran apertura cuadrada donde
el túnel de piedra terminaba.
Se detuvo.
Mirando hacia la apertura podía ver un cielo azul y el árbol blanco
extendido debajo de él, brillando en toda esa luz. No había nada más.
Sus ojos, finalmente secos, empezaron a llorar nuevamente.
La anciana le dio una palmadita en la espalda.
—Ve.
Haciendo caso a un impulso repentino, Sanshi empezó a galopar,
corriendo por primera vez con sus patas recién nacidas. Salió de las
escaleras de un solo salto, brincando hacia la brillantez del sol, atra-
vesando sus ojos y haciéndola llorar nuevamente. Corrió en dirección

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Capítulo 1 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

del árbol blanco.


El árbol que la había mantenido mientras crecía en sus raíces.
Aunque las raíces eran largas y delgadas, el árbol era bajo y ancho.
En esas blancas, blancas ramas, que salían de la roca y se desparra-
maban en el cielo, colgaba una única fruta.
—Taiki.
Por primera vez escuchó su propia voz.
El canistel que estaba en la rama directamente opuesta a la raíz
donde había nacido, juntos formaban una pareja natural. Era toda-
vía pequeño, tan pequeño que podía tenerlo entre sus manos. Y eso
hizo, sintiendo el sol sobre su piel húmeda, se arrodilló y sostuvo la
cálida fruta junto a su mejilla.
Sus lágrimas no se detenían.
—Taiki.
Y así fue el nacimiento de Sanshi.

En medio del mundo se encuentra el Mar Amarillo.


Se le llama mar, pero no hay agua. Las únicas cosas que fluyen allí
son el tiempo y el viento, fluyen sobre un desierto sinfín y un bosque
sinfín, con un vasto pantano por aquí y unas cadenas montañosas
por allí. En el medio de este mar que no es mar se levanta una serie
de picos conocidos como Gozan o las Cinco Montañas: inmensas y
majestuosas agujas que giran hacia arriba desde un punto en común.
La más alta, en el medio, se llama Suusan y las cuatro que la ro-
dean se conocen como Houzan, Kazan, Kakuzan y Kouzan. La que es
conocida como Houzan una vez tuvo un nombre diferente, se llama-
ba Taishan, pero fue cambiado tras una gran calamidad, y así por mil
años se le ha llamado Houzan, la Montaña del Ajenjo, y nada más.
Se dice que las Cinco Montañas pertenecían en un principio a
Seioubo, quien en la antigüedad se las dio a varias diosas para que
fueran sus protectoras. Houzan se le dio a Oufujin. No se sabe a
quién pertenecen las otras cuatro, pero todas son el hogar de diosas
y las nyosen. Los picos son tan altos que pueden tocar el mismo cie-
lo, pero al igual que el Mar Amarillo en su base, en su mayor parte
se encuentran desoladas, con vastas extensiones de roca y agua,
marcadas por excepcionales retazos verdes; teniendo en común una
extraña geografía e incesantes vientos.

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En la salvaje grandeza de las Cinco Montañas, hay un lugar habi-


tado: el Palacio Houro, ubicado en las cuestas de Houzan.

—¿Qué es esto? —murmuró Teiei, agachándose para mirar más de


cerca los pétalos que había encontrado flotando en el agua del ma-
nantial—. ¿Una amapola?
Youka que había estado caminando detrás de ella, se detuvo,
conteniendo la respiración. Los pétalos rojos eran increíblemente
hermosos, flotando en la superficie del agua clara.
—¿Tal vez vienen del jardín de amapolas?
Teiei asintió ante la pregunta de Youka y tomó varios pétalos.
—Vienen con el viento. Un viento curioso sopla hoy.
Youka levantó la mirada. Houzan era una montaña de extrañas y
curiosas rocas. En el altiplano donde el Palacio Houro se encontraba,
las formaciones cubiertas de musgo se retorcían juntas, formando in-
numerables caminos de laberinto. Las rocas tenían variadas marcas
y manchas, algunas salían de la tierra en ángulos precarios y hasta la
más pequeña era al menos tres veces más alta que una mujer adul-
ta. Apenas si había espacio para que dos personas caminaran una al
lado de la otra en los estrechos caminos que aparecían entre ellos.
Las dos mujeres estaban de pie en uno de estos caminos, mien-
tras, Teiei tomaba delicadamente los pétalos de amapola que habían
caído. Teiei era una de las nyosen de la montaña y a pesar de que
aparentaba ser una joven de no más de dieciocho o diecinueve años,
no se podía saber su edad basados en su apariencia física. La verdad
es que había sido hacía tanto tiempo, que no podía recordar por qué
medios o de qué forma realizó su ascenso a la montaña. De las más
de cincuenta nyosen que han vivido en Houro, ninguna ha durado
tanto tiempo como Teiei.
En contraste, Youka se había convertido en nyosen no hace mu-
cho. Tenía dieciséis años y había nacido como una simple granjera.
Sin embargo, sin saber por qué nunca se acostumbró a las costum-
bres mundanas y a los trece años hizo su voto de ascendencia: se
abstuvo de comer cereales y vivió una vida piadosa en el Templo de
Seioubo por tres años. Hace poco sus votos se cumplieron y fue lla-
mada a las Cinco Montañas.
Youka no había vivido mucho tiempo en Houzan, después de

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Capítulo 1 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

terminar su entrenamiento en Suusan, había sido transferida al


Palacio Houro hacia medio año. Pero incluso para ella, el viento
soplaba de forma diferente hoy: usualmente se sentiría como una
suave brisa soplando por los estrechos caminos, pero hoy era una
ráfaga fuerte y rápida. Grandes cantidades de aire se estrellaban
contra las rocas, bajaban por los peñascos y se arremolinaban en las
ranuras entre ellos. El cielo también parecía diferente pues, aunque
las nubes eran delgadas, se veían bajas, como si un inmenso peso
las empujara desde los Cielos.
—¿Quizá es un mal agüero?
—No creo —Teiei negó con la cabeza—. Ninguno de los símbolos
de los ocho diagramas que vimos esta mañana señalaban que algo
fuese a ocurrir —La nyosen experimentada pausó un momento para
pensar y pareció dejar de lado la idea—. No importa. Toma el agua.
—Sí.
Youka metió el balde que llevaba en el agua cristalina.
Este manantial era conocido como Manantial Paulownia. Su
agua venía de una piedra hueca y la rocosa saliente que servía de
techo estaba cubierta por un gran árbol de paulownia, del que sale
su nombre.
Este no era el único manantial en el Palacio Houro. Aunque no
había nadie tan tonto para intentar enumerarlos todos, las nyosen
conocían los nombres de los más grandes, pues eran los puntos de
referencia en la extraña geografía de su mundo enclaustrado.
En Houzan no había estaciones. Las flores crecían y los pétalos
caían por igual todo el año. Aún ahora, las paulownias dejaban caer
sus pétalos blancos, que flotaban como espuma en el agua del ma-
nantial. La fragancia de las flores llenaba el agua y Youka pudo oler
su aroma en el balde.
Esta agua con aroma a paulownia se utilizaba en el Santuario
Taishin en una libación purificante para la estatua de madera de la
deidad guardiana de la montaña, Oufujin. Apartando las flores, Youka
llenó el balde y se dio la vuelta para volver, pero Teiei la detuvo, riendo.
—¿Y a dónde vas?
—¿Mm? A donde está Oufuji.
Tesei rio aún más fuerte.
—El santuario no está en esa dirección. ¿Todavía no has aprendi-
do los caminos?
Youka miró los tres caminos divergentes y su rostro se enrojeció.

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—N-no...
Las extrañas formaciones rocosas de Houzan y los innumerables
caminos que se retorcían y ramificaban hacían del lugar un laberinto.
Los únicos que conocían el patrón eran aquellos que vivían en el Pa-
lacio Houro. Solo las nyosen podían escoger el camino correcto entre
muchos y con la ayuda de los pequeños dioses encontrar los ríos
para lavar, los lagos para bañarse y los manantiales para encontrar
agua que tomar. En su tiempo libre buscaban jardines de flores, jardi-
nes de vegetales o pequeños claros bañados en luz del sol, también
había pequeños templos por todas partes donde se podía descansar.
No obstante, Youka todavía era una novata, aunque ya era una nyo-
sen, muchos de los caminos no eran conocidos para ella.
—¿Por qué todo es tan confuso? —dijo con un suspiro y Teiei rio.
—Es para proteger a Houzan. La molestia es un pequeño precio
para pagar a cambio de protección.
Los caminos entre las rocas eran angostos. Aunque los demo-
nios podían encontrar el camino hasta aquí, no estaba permitida su
entrada con excepción de algunos en el Palacio Houro. Si llegaba al-
gún jinete, no podría pasar entre los peñascos, así que todos los que
visitaban tenían que dejar sus monturas y acercarse a pie. Y necesi-
taban un guía, pues sin alguien que les mostrase el camino, un solo
paso en falso en la dirección equivocada los llevaría a la irremediable
perdición. Las altas y enredadas rocas bloqueaban la visión y las lo-
sas que guiaban entre las paredes llenas de musgo, invitaban a los
más motivados a seguir caminando, acelerando su confusión entre
las incontables ramificaciones y túneles del laberinto.
Solo aquellos que conocían íntimamente el Palacio Houro podían
encontrar su camino hasta el altiplano lleno de árboles y flores.
—Supongo que tienes razón.
Escondido en la parte más profunda del laberinto, se encontraba
el shashinboku: un árbol en el que crecía el ranka o canistel del kirin.
En este mundo tanto hombres como bestias crecen en canisteles en
árboles blancos por todo el mundo, pero los kirin solo nacen en el
shashinboku en Houzan.
Esto hizo de Houzan un lugar sagrado. El Palacio Houro y las nyo-
sen solo existen para servir al kirin. El kirin era el verdadero amo de
Houzan.
Teiei asintió.
—La carga de cuidar del kirin es grande, pero no existe ocupación

21
Capítulo 1 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

más satisfactoria. Cuando el ranka de Tai esté listo, lo sabrás, Youka.


Prepárate.
—¿Dices que podré cuidar del siguiente kirin? —Los ojos de Youka
brillaron—. ¿De verdad?
Youka había intentado ocultarlo, pero se había estado sintiendo
insatisfecha. La verdadera misión de las nyosen en Houzan era servir
al kirin, todo lo demás no era más que tareas domésticas. Y aunque
había un joven kirin en Houzan, por ser una novata, a Youka no le
permitían cuidarlo.
Teiei sonrió.
—Primero debes aprenderte los caminos.
—Sí —respondió Youka asintiendo firmemente.
Así es, un nuevo canistel había aparecido en el shashinboku el
otro día. Daría vida al kirin de Tai. Los pensamientos de Youka se
concentraron en el canistel: pequeño, dorado y frágil.
Tendrían que pasar diez lunas para que el ranka madurara y el
kirin naciera. ¡Y qué dulce sería el kirin! Pasaría sus días junto al jo-
ven señor, cuidando de él. Esa idea era suficiente para traerle alegría
a su corazón.
Se salió un poco del camino. Tras ella, otra amapola bajaba flo-
tando, revoloteando mientras caía en el agua del manantial.

—¿Amapolas?
El repentino sonido de la voz causó que Teiei dejara de recoger
las flores flotantes. Miró alrededor y vio a una mujer salir de un pe-
queño templo, el Templo Kaidou, detrás del Manantial Kaidou.
Youka, que se encontraba unos pasos delante de ella, también
se detuvo, girándose para ver quién había llegado. Al verla ladeó su
cabeza curiosamente. La recién llegada no era nadie que la nyosen
recordara haber visto antes. La edad de la mujer era imposible de
saber, pues parecía joven y al mismo tiempo parecía haber pasado
la mediana edad. Las ropas y accesorios que usaban mostraban un
nivel muy diferente al de una nyosen ordinaria. Youka había determi-
nado que debía ser alguien de muy alto rango, cuando de pronto Teiei
se postró en el suelo junto al manantial.
—Genkun.
Youka se unió apresuradamente a su compañera. Se dio cuenta

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Fuyumi Ono Doce Reinos

un poco tarde de que era su líder, aquella que consideraba el Palacio


Houro como su hogar: La Genkun, Señora de las Sombras, Alto Orá-
culo de la Niebla de Jaspe. Su nombre era Gyokuyou.
—El viento ha traído los pétalos desde el jardín de amapolas —
explicó Teiei. Gyokuyou movió su austero rostro en dirección al cielo,
donde se podía ver entre las formaciones de roca en la parte más
alta de la montaña.
—Un curioso viento sopla hoy.
—Sí.
Por un rato, Gyokuyou continuó mirando fijamente al cielo, frun-
ciendo sus elegantes cejas, pero después bajó la mirada y la fijó en
la joven nyosen.
—¿Youka era tu nombre? ¿Te has acostumbrado a nuestras prác-
ticas en Houzan?
Gyokuyou le había hablado tan repentinamente, que Youka no
sabía qué hacer. En el mundo de abajo, Gyokuyou era conocida como
una leyenda, una diosa que reinaba sobre las nubes en un lugar lejos
de la vida mundana. Y aun así, allí estaba, a unos pasos de distancia,
haciendo preguntas educadas.
—S-sí, así es, Genkun. Eso creo.
—Aunque todavía se pierde entre los caminos —dijo Teiei tras ella
riendo. El rostro de Youko se puso rojo.
Gyokuyou rio, era un sonido placentero y delicado como el de una
campana.
—Eso sucede con todo aquel que es nuevo en las montañas. Teiei
se ríe ahora pero cuando llegó, varias veces tuve que ir a buscarla
porque se perdía. Te acostumbrarás en poco tiempo.
Youka miró de reojo a Teiei. La nyosen de más experiencia rio una
vez más.
—Así es, Genkun. Tiene mejor memoria que yo y trabaja sin des-
canso, sin quejarse.
Gyokuyou sonrió.
—Eso está muy bien.
Youka se sonrojó aún más.
—N-no… —tartamudeó—. Todos los días me regañan.
—Claro que te regañarán, Youka, hasta que te hayas habituado.
No pierdas tu espíritu.
Youka tragó saliva y tocó el suelo con su frente en señal de grati-
tud. Gyokuyou rio melódicamente y miró a Teiei:

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Capítulo 1 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Escuché que la nyokai de Tai ha nacido.


—Sí.
Aunque el Palacio Houro era su hogar, Gyokuyou no siempre es-
taba presente en sus aposentos. Había veces que desaparecía por
extensos períodos y reaparecía repentinamente de la nada. Teiei no
sabía a dónde había ido o cómo había regresado. Era realmente cu-
rioso, pero no era algo que una simple nyosen tenía derecho a pre-
guntar.
—¿Su nombre?
—Sanshi, Genkun.
—¿Y dónde se encuentra Sanshi ahora?
—Bajo el shashinboku. No se aleja ni un centímetro de él.
Los labios carmesíes de Gyokuyou se curvaron para formar una
sonrisa.
—La nyokai tiene una gran devoción y apego hacia el kirin.
Teiei asintió mientras sonreía.
Los kirin nacían sin padres. Eran cuidados en su lugar por las
nyokai, que nacían solo para este propósito, nacían motivadas para
cumplir su tarea en la cueva bajo el shashinboku. Tan pronto como
el ranka del kirin aparecía en una rama, una nyokai nacería al día
siguiente y entonces diez lunas después, el canistel maduraría y el
kirin emergería.
—¿Y, qué es?
Solo la nyokai sabía el sexo del kirin que nacería.
—Lo llamó “Taiki”.
—Muy bien.
Desde tiempos antiguos, era la regla que los nombres de los kirin
se dividieran en dos partes: primero, el nombre del reino seguido por
“ki” para los hombres:

Y “rin” para las mujeres:

El kirin que crecía en el shashinboku será el kirin del reino de Tai


y los señores de ese reino habían tomado como título la palabra “tai”
que significa paz:

24 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

Así, el kirin que pronto nacería sería conocido como Taiki:

Gyokuyou asintió una vez y empezó a caminar en dirección al


shashinboku. Teiei y Youka bajaron sus cabezas, honrando su parti-
da, cuando de repente el aire alrededor de ellas tembló.
Un instante después, un poderoso viento azotó el angosto camino,
como si quisiera borrar toda la faz de la montaña. Teiei cayó al suelo
antes de poder levantar la voz para hacer una advertencia. A su lado,
Youka gritó mientras era lanzada contra una de las paredes rocosas.
El suelo rugió bajo sus pies. El sonido hizo eco a través de las ro-
cas hasta que todo el laberinto estaba lleno del bramido sobrenatural.
—¿Qué está pasando? —gritó Youka asustada, pero Teiei no res-
pondió nada.
Esta no era una simple tormenta o terremoto. Si así fuera, los sím-
bolos de los ocho diagramas lo habrían predicho en la mañana. Las
montañas eran protegidas contra ese tipo de eventos por su diosa.
—¡Genkun, escóndase en el templo! —gritó Teiei, que, por el bien
de su señora, hizo el esfuerzo de agarrarse a una baldosa con sus
uñas y levantar su cabeza contra el incesante viento. Pero Gyokuyou
estaba de pie, sin hacer ni un movimiento y mirando fijamente al cielo.
El cielo se había teñido de rojo, el color de la sangre. Y brillaba,
como si muchas capas de niebla roja se hubiesen puesto sobre el cielo.
—¡Un shoku!
Gyokuyou vio las luces bailando a través del cielo, ignorando el
aullido de la montaña. El que pudiera permanecer de pie en medio
de este viento, era prueba de su fuerza como Alto Oráculo, aunque
Teiei y Youka difícilmente estaban en posición de poder admirarla.
—¡Un shoku!
El aire sobre la montaña se distorsionó como si se retorciera de
dolor. Sobre la cabeza de las mujeres, la brillante niebla roja se on-
dulaba vertiginosamente. Y allí, en el extremo de la niebla, las nyosen
podían ver algo como una visión: otro mundo más allá del mar.
—No…
El mundo que no era su mundo se acercaba rápidamente.

25
Capítulo 1 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

El viento arrancaba las delicadas flores de paulownia de los ár-


boles y las lanzaba contra el rostro de Teiei, golpeándola con fuerza.
—¡No! ¡El canistel!

Su cuerpo se acomodó en la tierra bajo las ramas blancas, Sanshi po-


día sentir cómo el húmedo musgo hacia cosquillas a su piel, mientras
miraba con nostalgia el canistel colgado de la rama.
Pasarían diez lunas antes de que el ranka que contenía a Taiki
madurara.
Después de que ese tiempo pasara, su amo nacería del canistel,
su kirin. Cuando pensaba en el momento de arrancar de la rama la
fruta madura, el cuerpo de Sanshi temblaba con una sensación tan
cálida y verdadera que le producía lágrimas. Hora tras hora observaba
la brillante fruta dorada, regocijándose, orgullosa de su gran misión.
Y entonces, el fuerte viento merodeador llegó y se llevó todo.
Sanshi no estaba segura de qué estaba pasando. El aire a su
alrededor parecía retorcerse, una gran cortina roja empezó a danzar
a través del cielo. Tembló de miedo y una sola palabra apareció en
su mente: shoku.
Sanshi se levantó y el viento golpeó violentamente sus patas. Las
ramas blancas que aún en las más fuertes brisas nunca se movían,
empezaron a azotarse en medio de la tormenta, golpeándose ruido-
samente entre ellas.
Sanshi gritó y se agarró fuertemente de la rama más cercana.
Su cabello se había enredado en las ramas y en la violenta sacudida
de estas, una parte de su pelo fue arrancado de su cuero cabelludo,
pero no tenía tiempo de reconocer el dolor en su cabeza, todo lo que
importaba era proteger el canistel. Sin embargo, cuando miró hacia
la fruta, el aire entre ella y su precioso amo estaba retorcido.
—¡Taiki!
El incesante viento golpeaba su cuerpo. La atmósfera se retorcía
más aún, cambiando y tragándose las ramas como una boca invisible.
—¡No!
Mientras veía incrédula el escenario, la pequeña fruta dorada fue
absorbida en una grieta en el mismo viento. El ranka que no debía
ser arrancado hasta que ella misma lo hiciera dentro de diez lunas,
había sido salvajemente removido de la rama.

26 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

—¡Que alguien me ayude!


Desesperadamente intentó alcanzar el canistel, temblando mien-
tras los fuertes vientos hacían cortes en sus brazos, pero la distancia
entre las puntas de sus dedos y el canistel era desesperadamente
grande.
—¡Que alguien lo detenga!
Los gritos de Sanshi viajaban hasta las puntas de sus dedos y
desaparecían. El ranka había desaparecido, consumido por el retor-
cido aire.
Había nacido en este mundo llamando la palabra “Taiki”, ahora,
su llamada se había convertido en un grito: un desesperado y lasti-
moso grito.
Y entonces, tan repentinamente como apareció, la tormenta so-
brenatural cesó.
Mareada, Sanshi miró inexpresivamente la rama blanca. La luz
dorada había desaparecido. El canistel que colgaba en ese lugar, la
única fruta en el árbol sagrado se había perdido sin dejar rastro.
—¡Sanshi!
Escuchó voces viniendo de todas las direcciones. Desde el labe-
rinto, las nyosen llegaban al árbol.
—¡Sanshi! Sanshi… —La primera en llegar a su lado fue Gyokuyou.
Sanshi se lanzó entre los brazos abiertos de la Genkun.
Primero gritó su nombre, luego empezaron las lágrimas.
—Pobre, pobre chica —Gyokuyou abrazó a la nyokai recién nacida.
Acarició su enredado cabello y su maltratada piel—. De todas las ve-
ces que podía aparecer un shoku, tenía que llegar cuando acababa
de aparecer la fruta del kirin.
En los brazos de Gyokuyou la nyokai lloró nuevamente. Su devo-
ción al kirin era profunda, tan profunda que podía haber pasado las
diez lunas debajo de esa rama, haciendo nada más que pensar en el
canistel. Era imposible para Gyokuyou entender el dolor que la nyokai
sentía ante su pérdida.
—Este no es el fin —Gyokuyou dio palmaditas a la nyokai en su es-
palda—. No llores, Sanshi —susurró, parcialmente para ella misma—.
Encontraremos a tu Taiki. Tan rápido como podamos lo volveremos a
traer a tus brazos.
—Genkun, ¿qué haremos?
Gyokuyou asintió a Teiei, que se encontraba tras ella.
—Envía las aves suzaku a cada reino. Debemos determinar la

27
Fuyumi Ono Doce Reinos

extensión de este shoku inmediatamente.


—Como ordene, Genkun.
—Hazlo antes de que la luna salga y diles a todas que se reúnan
a abrir las puertas.
Como si fueran una sola, las nyosen se fueron a cumplir su tarea.
Gyokuyou levantó la mirada hacia el árbol nuevamente, sus ojos se
llenaron de tristeza. Pero no importaba cuántas veces mirara, el ca-
nistel no aparecía en la desnuda rama blanca.

Las nyosen en la montaña pronto se enteraron de que el shoku había


aparecido hacia el oeste del Mar Amarillo y se había movido arrasan-
do todo a su camino hacia el este. En las Cinco Montañas protegidas
por un poder antiguo y desconocido, y protegidas por el Palacio
Houro no había quedado un solo pétalo intacto. Las nyosen de Hou-
zan se encontraban poco acostumbradas a presenciar un desastre.
Terribles calamidades también fueron reportadas en cada reino a
través del cual la tormenta había pasado, pero para las nyosen esas
noticias eran de poca importancia, para ellas solo el kirin importaba
y ahora se había ido.
En este momento, toda su energía estaba enfocada en respon-
der una pregunta urgente: ¿a dónde había enviado el shoku al canis-
tel después de habérselo llevado?
Se sabía que el shoku conecta este mundo con otros mundos.
Esos otros lugares son conocidos a través de mitos y leyendas, uno
es llamado Hourai y el otro se llama Konron o también Kan. Se dice
que uno existe en el borde del mundo y el otro en la sombra del mun-
do. Pero donde sea que se encuentren, estos eran lugares prohibi-
dos, donde ningún hombre podía caminar y los cuales ningunos ojos
podían ver. Solo el shoku y el Portón Gogou o Portón del Estruendoso
Metal, que se abría para los encantamientos de luna, podían conec-
tar ambos mundos.
Este Lugar está rodeado de un vasto mar conocido como el
Kyokai o el Mar del Vacío. Si el shoku que había golpeado el Palacio
Houro había ido en dirección al este, entonces el canistel de Tai podía
haber sido llevado a través del Mar del Vacío hacia el fin del mundo y
de allí pasar a Hourai.
Hourai era un mundo en el que los hombres no podían poner

29
Capítulo 1 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

pie, sin embargo, las nyosen no eran personas ordinarias. Bajo las
órdenes de Gyokuyou, a partir de ese día, muchas se aventuraron a
través de las puertas hacia el Mar del Vacío para buscar el canistel
perdido, llegando hasta el borde del mundo, sin embargo, nunca se
encontró la fruta.
El kirin se había perdido.

Durante mucho tiempo después de eso, se podía ver a Sanshi vagan-


do por el extremo este del Mar Amarillo, lejos de su hogar en Houzan,
buscando constantemente a su kirin.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 2

Youka estaba saliendo del túnel lleno de espíreas1 cuando vio a


Sanshi que se aproximaba.
El pequeño claro del otro lado del túnel estaba alfombrado con
suave césped verde y las espíreas crecían alrededor, tapando las ra-
ras formas de las rocas que delimitaban este lugar cerrado. El grupo
de espíreas que se encontraban sobre la salida del túnel colgaban
como una cortina de flores blancas.
Cuando Youka apartó la cortina de flores con una mano, pudo
ver a la nyokai bajando por la cuesta de la montaña. La nyosen bajó
el balde lleno de agua que había estado llevando desde el Manantial
Kaidou.
Sanshi bajó galopando sobre la retorcida faz de las rocas, cosa
que habría sido imposible hacer para un jinete normal. No era exacta-
mente raro que una nyokai se encontrara en la cuesta de la montaña,
lo que llamaba su atención era que ya había pasado mucho tiempo
desde la última vez que había sido vista en Houzan. Últimamente,
Youka había estado pensando en ella.
—Bienvenida a casa, Sanshi.
La nyokai frecuentemente dejaba las montañas, partiendo hacia
el este. Algunas veces, sus viajes la alejaban de casa por más de un
mes. Todas las nyosen en el Palacio Houro sabían por qué se iba.
Cuando regresaba parecía extremadamente exhausta, pues camina-
ba hasta que su fuerza casi la abandonaba.
1 ESPÍREAS. “Nieve de Primavera”. Un tipo de planta perteneciente a la familia
de las rosáceas.

31
Capítulo 2 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Has llegado en buen momento, acabo de ir por agua. Descan-


sa —Youka hizo un gesto que señalaba un suave pedazo de pasto
y Sanshi dobló dócilmente sus patas de leopardo, descansando su
cuerpo de alabastro bajo las espíreas colgantes—. Esta vez estuviste
fuera más tiempo. ¿Viajaste hasta el borde del Mar Amarillo?
Youka sabía que, de poder, la nyokai cruzaría las Montañas Dia-
mante que rodeaban el mar y llevaría su búsqueda más al este, pero
ninguna criatura podía pasar de ese lugar. Youka no sabía por qué
era imposible, pero lo era.
—Ten, bebe —Youka levantó su balde y lo sostuvo cuidadosamen-
te y Sanshi puso sus labios en el borde. Cuando la nyokai levantó su
rostro nuevamente, Youka tomó la tela de su manga, metiéndola en
agua fría y tras empaparla la usó para tocar las patas de Sanshi. Po-
día sentir el calor de sus músculos a través de la tela mojada—. Por
Dios, qué hinchada estás.
Youka envolvió la tela alrededor de las patas de Sanshi. La nyokai
cerró sus ojos perfectamente redondos y descansó su cabeza sobre
unas ramas de espíreas. El peso hizo que los pétalos se esparcieran
en el suelo.
No parecía que hubiese pasado mucho tiempo en este lugar des-
de esa vez que los arbustos habían sido arrancados de raíz y que ni
un solo tronco había permanecido intacto después del fuerte viento,
pero eso pasó hace diez años.
—¿Te sienta bien la tela? No deberías viajar tan lejos sin descan-
sar. —Sanshi no respondió, como era usual.
El shoku había sido el más terrible que las personas pudiera re-
cordar. Toda la tierra alrededor de las Cinco Montañas había sido su-
mida en el caos y aunque la tormenta no había dejado prácticamente
ningún cambio en las montañas había una trágica excepción: la fruta
del árbol blanco había sido arrancada. En la víspera de su pérdida, la
nyokai había gritado y llorado y desde ese día, nadie la había vuelto
a escuchar hablar.
Youka acarició cuidadosamente las cuatro patas de Sanshi, lim-
piándolas con otra tela.
—Tus pies te deben doler mucho. Debes ir al río y relajarlos allí.
Mientras Youka vaciaba el balde en el suelo, la nyokai se levantó y
empezó a alejarse, sin embargo, sus inestables patas tomaban un ca-
mino que no llevaba al río. Se dirigía al shashinboku. Youka compren-
dió, así que no intentó detenerla. Sabía bien cómo se sentía Sanshi.

32 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

Cuando el pequeño ranka que llevaría al próximo kirin había apare-


cido en el shashinboku, a Youka le habían dicho que ella también cui-
daría de la maravillosa criatura que crecía allí. En el mundo de abajo,
era muy poca la probabilidad de que una persona ordinaria llegara a
conocer a un kirin. Cuidar de este iba a ser la primera tarea importante
de Youka desde que fue llamada a Houzan después de su ascenden-
cia, también iba a ser la primera vez que vería a un kirin de cerca.
Pero la fruta se había perdido y las diestras manos de Youka, que
ya estaban devotas a cuidar de su amo no nato, habían sido dejadas
sin ningún propósito, volviéndolas recipientes vacíos que colgaban
inútilmente en su lugar. La pérdida de Sanshi provocó que los pechos
en su parte humana se redujeran al tamaño de los de una niña, de-
jando solo pequeños bultos. Sin embargo, las dos filas de pezones
en su parte de leopardo estaban rojas e hinchadas. De forma similar,
Youka también tenía algo acumulándose dentro de ella, afligiéndola
y pidiéndole un propósito.
Diez años han pasado desde que el ranka se perdió y las nyosen
de la montaña se han convencido de que Taiki se ha ido para siem-
pre. En poco tiempo, dicen, un nuevo ranka crecerá en el shashin-
boku. Esto significará que el kirin perdido ha muerto en el otro mundo
y que será tiempo de empezar nuevamente.
Sin embargo, aunque ahora parecía imposible que Taiki fuera a
aparecer nuevamente, Sanshi no perdía la esperanza y todavía va-
gaba buscando en el este. Youka también pasaba sus días prepa-
rándose para el regreso del desaparecido: rezaba por su bienestar,
arreglaba los adornos de su habitación y aprendía todo lo que podía
sobre el adecuado cuidado de los kirin. Se sentía obligada a hacer
estas cosas. No podía abandonar el compromiso que su corazón ha-
bía adquirido y por esta razón entendía a Sanshi y la profundidad de
su dolor. Sanshi no se relacionaba con ninguna otra nyosen, solo con
Youka compartía una amistad silenciosa.
Con un rastro de tristeza, Youka observó a su amiga mientras
esta partía. Sanshi arrastraba ligeramente las patas a través de las
losas mientras su espalda blanca desaparecía en una curva en el
laberinto rocoso. La mujer acababa de levantar su balde y se daba
vuelta para buscar más, cuando la cortina de flores blancas se abrió
y otra nyosen salió del túnel.
—¿Has visto a Sanshi?
Youka se dio la vuelta y miró hacia el camino por el que la nyokai

33
Capítulo 2 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

se había ido, pero ya no se veía.


—Estaba aquí hace un momento, se fue por allí, en dirección al
árbol.
—Entonces debes ir tras ella inmediatamente.
—Pero iba a buscar agua.
—Es una orden de la Genkun.
Los ojos de Youka se abrieron con sorpresa.
—El ranka de Tai ha sido encontrado.

Youka alcanzó rápidamente a Sanshi y se apresuró a llegar a la Pago-


da de la Tortuga Blanca con ella, donde Gyokuyou la esperaba.
Los muchos edificios en el Palacio Houro eran pequeñas pagodas
y salones de té sin puertas, pequeños y delicados. No necesitaban
paredes pues las rocas proveían resguardo del viento y el clima en
Houzan era moderado, ni muy caliente ni excesivamente frío.
Youka corrió por el angosto camino, subió cinco escaleras de
piedra blanca y entró al palacio corriendo sobre el suelo de piedra
blanca. Teiei llegó corriendo a través de otra puerta al mismo tiempo.
—He traído a Sanshi. —Youka se postró en el medio de una gran
habitación octogonal.
Gyokuyou asintió como señal de bienvenida desde la silla en la
que estaba sentada. Tomando su lugar en el suelo junto a Youka,
Teiei levantó su cabeza.
—¿Es verdad? ¿Se ha encontrado el ranka de Tai?
—Sí, el kirin de En lo encontró por nosotros.
—¿De verdad Taiki ha sido encontrado?
Era un milagro. Aunque nadie realmente lo haya dicho, cada una
de las nyosen de Houzan se había rendido en su corazón. En otras
ocasiones un kirin había llegado a Hourai, pero aún esos que perma-
necieron por mucho tiempo en esa extraña isla habían regresado en
la mitad del tiempo de la ausencia de Taiki. Encontrar a un kirin tras
una búsqueda de diez años era increíble.
Gyokuyou sonrió con calidez.
—Así es. Ya que fue a Aquel Lugar y se convirtió en un taika, su
forma seguramente cambió, pero el aura de un kirin puede ser iden-
tificado por otros de su mismo tipo. Por esa razón, le pedí a los kirin
de todos los reinos que cruzaran el Mar del Vacío y buscaran a Taiki.

34 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

Hoy, al fin uno me ha dado una respuesta.


El ranka que se llevaba el shoku se alojaba en los estómagos de
las mujeres de Aquel Lugar. Dicha fruta era conocida a partir de ese
momento como taika o frutos del vientre.
—¿Y el Taiho de En ha traído noticias?
Gyokuyou llevó un abanico grabado con jade hasta sus labios y
sonrió nuevamente.
—El Taiho de En ha viajado muchas veces a través del Mar del Va-
cío. Pensé que él sería el más indicado para encontrar al kirin y así fue
—No era considerado algo bueno que un kirin dejara su reino tan fre-
cuentemente pero el Alto Oráculo nunca se tomaría el atrevimiento de
censurar a su benefactor—. Un kirin fue encontrado en Hourai. Como
el único kirin actualmente perdido es Taiki, entonces debe ser él.
—Sí…
Así que el kirin realmente volvería.
—Debemos reunir a las nyosen —empezó a decir Teiei, pero
Gyokuyou hizo una señal de silencio.
—No hay necesidad.
—Pero…
Gyokuyou negó con la cabeza y entonces se dirigió a Sanshi
quien se encontraba boquiabierta tras Teiei y Youka. La Genkun dejó
su abanico en una pequeña mesa y extendió los brazos.
—Sanshi, acércate.
Sanshi empezó a caminar hacia el Alto Oráculo como si estuviera
en un sueño.
—Te dije que lo encontraríamos y ya puedes ver que no era men-
tira —Gyokuyou tomó la mano de la nyokai—. Tomó más tiempo del
que me hubiera gustado, pero me perdonarás —Apretó fuertemente
las manos de Sanshi entre las suyas—. Ve al shashinboku, en su base
habrá una puerta. Podrás tomar al kirin con tus propias manos.
Lágrimas humedecieron los ojos de Sanshi, pero no lloró. Rápida-
mente se dio la vuelta y corrió fuera del palacio.
Gyokuyou siguió con la mirada a la nyokai mientras partía. Sanshi
bajó por las escaleras, desapareciendo rápidamente a través de los
caminos del laberinto.
El Alto Oráculo miró a Teiei y sonrió.
—¡Las festividades llegan a Houzan al fin!

35
Capítulo 2 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Sanshi corrió tan rápido como el viento, su esperanza la impulsaba.


Corrió hasta el shashinboku, el lugar sagrado donde había yacido
todas las noches que había pasado en esta montaña desde el día
en que había nacido. Allí, cerca del grueso tronco, había una joven
de pie. La mujer, que tenía la apariencia de una dama importante,
señaló el suelo a sus pies. Allí había un aro de luz blanca brillando.
Las nyosen ya se habían reunido, pero Sanshi no hizo más que
verlas de reojo.
El shashinboku crecía en la parte superior de un acantilado, so-
bre una gran capa de roca cubierta de musgo. La extraña mujer se
encontraba de pie debajo de las blancas ramas del árbol. Mientras
Sanshi se acercaba, pudo ver que el aro plateado en el suelo no era
un aro sino una gran serpiente, una con escamas de platino y dos
colas. La criatura estaba enroscada en forma de bucle, con su propia
boca apretando el final de una de sus colas.
El círculo que la serpiente formaba estaba lleno de un pálido bri-
llo. A Sanshi le parecía como si una luz de alguna fuente desconocida
alumbrara desde arriba y al mismo tiempo, un brillo alumbraba des-
de el musgo debajo.
Sanshi se detuvo y la dama sonrió, estirando elegantemente su
brazo. Con su otra mano, agarró firmemente la cola libre de la serpiente.
—Tú eres Sanshi.
Sanshi miró primero a la mujer y luego al aro de luz que formaba
la serpiente. Era tan ancho como un círculo formado con sus brazos
y ahora podía ver niebla blanca, pero tras mirar más de cerca, se dio
cuenta de que lo que veía era un túnel de luz borrosa que se conver-
tía en una apertura vagamente visible al otro lado. Había un panora-
ma en la salida, uno nada familiar. Había edificios en un estilo que no
reconocía, un área cerrada parecida a un jardín y algo como una luz
redonda y dorada. Para Sanshi eso era suficiente.
Taiki.
—Toma mi mano y cruza. No te sueltes —advirtió la dama. Sans-
hi estaba segura de que nunca había visto a esta persona, pero la
nyokai no se preocupaba por esas cosas en este momento. Agarró la
mano de la mujer y entró al círculo de luz.
Sopló un vigoroso aire frío a su alrededor. Algo blanco y frío como
pétalos de espírea caía al otro lado del túnel.
Cuando entró completamente al túnel de luz, sintió como si la
levantaran lentamente, de repente, no pudo distinguir arriba de

36 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

abajo. Flotaba a través del espacio y descubrió que ahora podía llegar
al otro extremo. La dama la seguía.
—Ve, ve tan lejos como puedas.
Lentamente, como si su cuerpo estuviera hecho de nubes, Sans-
hi avanzó. A medida que continuaba, el movimiento se hacía más
difícil, pero pudo llegar hasta el final, extendiendo un brazo a través
de la apertura.
Ahora el extraño paisaje llenaba su visión: pétalos blancos y fríos
bailando a través de un cielo oscuro, y allí, rodeado de la fría danza,
se encontraba la luz dorada.
La luz tenía la forma de un pequeño niño, pero para la nyokai no
era más que un canistel, el canistel que debió haber arrancado del
shashinboku hace diez años. Era él, era Taiki. Era tan grande como
para sostenerlo entre sus brazos y brillaba con un lustroso color dorado.
Sanshi intentó acercarse, estirando sus dedos lo más que pudo,
pero no alcanzaba la forma dorada. Seguía firmemente agarrada a la
mano de la mujer e intentaba estirar su cuerpo, moviendo los dedos
a través del aire frío. Llamó al canistel y él se acercó, cerca, más cer-
ca, hasta que finalmente estuvo a su alcance.
¿Cuánto tiempo he soñado con esto?
Los dedos de Sanshi tocaban la fruta y la agarró fuertemente.
Con delicadeza lo llevó hasta ella y él fue sin oponer resistencia,
arrancado de su mundo y llevado hasta los cálidos brazos de Sanshi.

Caminó hasta la mano blanca que lo llamaba, inseguro de qué debía


hacer. Mientras se acercaba, la mano parecía sentir su presencia.
Dudó y los copos de nieve caían a su alrededor, la mano se estiró y lo
agarró de la muñeca. La mano estaba increíblemente cálida contra
su piel congelada.
Tenía la intención de descubrir cómo alguien podía caber en el
pequeño espacio detrás del granero, pero ahora que había llegado
allí, tenía dificultades para discernir el paisaje: todo estaba borroso
como si agua hubiese caído sobre sus ojos, haciendo indistinguibles
los contornos de las cosas y edificios.
Cuando la mano tomó su muñeca, sintió una sensación peculiar,
como si estuviera flotando y se dio cuenta de que lo estaban llevando
a alguna parte, a un lugar desconocido. Pronto se vio a sí mismo en

37
Capítulo 2 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

un lugar blanco lleno de niebla incolora y aunque no podía decirlo


con seguridad, tenía la sensación de estar dentro de una suave esfe-
ra. Era muy cálido y un suave viento soplaba desde algún lado.
No había ninguna superficie dura bajo sus pies, nada sólido a
su alrededor y aunque descubrió que podía avanzar, la suave niebla
bajo la planta de sus pies no parecía como algo que conociera. A su
mente llegó la idea de que tal vez así sería caminar sobre una nube.
Sabía que había alguien cerca que lo agarraba firmemente de su
brazo, pero no pudo ver quién. Algo se movía en la niebla, una forma
del color de la leche fresca o al menos eso creía.
La mano en su muñeca lo sujetaba hacia otra dirección y él per-
mitió ser arrastrado. Extrañamente no sentía miedo. Después de solo
un momento, que duró el tiempo que se tarda en caminar por un pa-
sillo corto, su cabeza salió de la niebla de la forma que la cabeza de
un nadador sale de la superficie del agua.
Volver a ver repentinamente la cálida luz del sol lo sorprendió y
cuando dio un paso adelante y sintió suelo bajo sus pies, se quedó
confundido.
Ante sus ojos se levantaba un árbol poco familiar y mientras sus
ojos se acostumbraban a la luz, vio que su tronco era de un color
blanco puro. Parecía no estar hecho de madera sino de un metal pá-
lido. El tronco era muy grueso, pero no muy alto y sus brillantes ramas
se extendían en todas direcciones, cayendo un poco en las puntas.
Más allá de las ramas, vio un paisaje extraño. Intrincadas rocas
se retorcían y se unían para formar formas raras y verdosas. Muchas
mujeres se encontraban de pie a la distancia, vestidas con una moda
que nunca había visto.
Y la más rara de todas era quien sostenía su mano, si es que de
hecho era una mujer. Parecía ser mitad humana, desde la cintura
para abajo su forma era de un leopardo o tigre. Su rostro era plano
y sus ojos redondos eran de un color indescriptible. Ahora sabía que
debía estar asustado, pero por alguna razón, el miedo no llegaba.
Más bien, pensó que los ojos de la rara mujer eran los más amables
que jamás había visto.
—Taiki —dijo la mujer bestia. Pero él no sabía qué significaba esta
palabra ni tampoco que era la primera palabra que Sanshi decía en
diez años—. Taiki.
Sus suaves dedos acariciaban su pelo y lágrimas caían de sus
ojos redondos. Sin pensarlo, tomó su mano como si fuera la de su

38 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

madre y la miró a los ojos.


—¿Pasa algo? ¿Estás triste?
La mujer bestia negó con la cabeza. No negaba su tristeza, sino
que le hacía saber, como una madre haría, que no necesitaba preo-
cuparse.
—¿Taiki? ¿Es él?
Escuchó una voz y se dio cuenta de que ahora había mucha gen-
te reunida alrededor del árbol blanco. Sus suaves voces lo rodearon
como una lluvia de verano y mientras intentaba entender qué pasa-
ba, una mujer se acercó.
—Qué raro.
—¿Quién eres?
La mujer se arrodilló ante él.
—Mi nombre es Gyokuyou y no he visto un pelo como el tuyo en
muchos siglos
—Se acercó y acarició el pelo con sus dedos—. Eres un kokki, un
kirin negro. Realmente muy poco común.
—¿Y eso es malo? —preguntó el chico, sin mirar a la mujer delan-
te de él sino a la mujer bestia que se encontraba a su lado. De alguna
forma, muy dentro de él, entendía que era en ella con quien debía
contar, era en quien debía confiar.
Una vez más, la mujer bestia negó silenciosamente con la cabeza.
—No es malo, sino todo lo contrario, ¡una señal de buena suerte!
—dijo la mujer enfrente de él—. Naciste en Aquel Lugar así que seguro
ya tienes un nombre, pero aquí serás conocido como “Taiki”.
—¿Taiki? ¿Por qué?
—Porque así debe ser.
—Pero ¿dónde estoy? Pensé… que estaba en el jardín.
El chico no era tan pequeño como para no darse cuenta de que
algo realmente inusual estaba pasando y al ser enfrentado con tan-
tas cosas nuevas, se sintió inseguro, como si lo que conocía como
verdad se volviera algo inestable. Quería aferrarse a algo familiar.
—Este es Houzan, la Montaña del Ajenjo. Es aquí donde pertene-
ces, Taiki.
—No es verdad… no entiendo, señora.
—Ya lo harás, con el tiempo. La nyokai que te ha traído hasta aquí
se llama Sanshi, Sanshi Haku. Ella cuidará de ti.
Levantó la mirada hacia la mujer bestia a su lado.
—¿Sanshi?

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Gyokuyou ya había girado.


—Y ella es la Taiho de Ren.
Se refería a la mujer de cabello dorado que se encontraba de pie
junto al tronco del árbol blanco.
Cuando se dio la vuelta para mirar a la mujer, vio cómo una ser-
piente blanca se enredaba en su brazo y se transformaba en un bra-
zalete blanco. La serpiente tenía dos colas que se unían para con-
vertirse en las cadenas del brazalete, o eso pensaba él, pues estaba
demasiado sorprendido para saberlo.
—Debes darle las gracias —dijo Gyokuyou—, pues fue ella quien
nos prestó un gran tesoro y permitió que Sanshi fuera a por ti.
Miró a la sonriente mujer y luego miró nuevamente a Sanshi, ella
asintió aprobando, así que él hizo una reverencia con la cabeza.
—Muchas gracias.
La mujer casi rio. Entonces, Gyokuyou se levantó, como si ya hu-
biera visto todo lo que necesitaba ver. Se dio la vuelta y empezó a
alejarse.
—Um, ¿Gyokuyou?
—Taiki —Taiki miró hacia Sanshi, un poco sorprendido de oírla ha-
blar nuevamente—. Debes llamarla Lady Gyokuyou.
El chico asintió. Era raro, pero lo que Sanshi decía le parecía algo
natural, como si le dijera cosas que ya sabía y sólo había olvidado
momentáneamente. Lo mismo sucedía con el nombre “Taiki”, aun-
que nunca lo había escuchado antes, sentía que siempre había sido
llamado con este nombre porque Sanshi lo utilizaba.
—Lady Gyokuyou… —empezó nuevamente, inseguro de cómo ex-
presar su confusión—. Hay muchas cosas que me parecen raras.
El Alto Oráculo sonrió.
—Pronto te acostumbrarás si escuchas a Sanshi. Hazle a ella to-
das tus preguntas.
Se dio la vuelta y miró a Sanshi nuevamente. Ella también
sonreía, o al menos él sentía que sonreía, pues su rostro mostraba
pocas emociones, así que era difícil de distinguir.
—Está bien.
Apretó la mano de Sanshi y ella apretó la suya en respuesta.

—¡Sanshi, Sanshi, cuidemos del chico!

41
Capítulo 2 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Ven por aquí, Taiki, te vestiremos.


—Primero hay que darle agua, ¿o quizá prefieras un durazno?
—Sí, o una ciruela o una pera…
Una vez Gyokuyou y la mujer con el brazalete partieron, las nyo-
sen rodearon a Taiki y empezaron a armar un gran alboroto.
Por las sonrisas en sus rostros, pudo sentir que era bienvenido,
pero se sintió sobrecogido por la rareza de las circunstancias. Se aga-
rró fuertemente de la mano de Sanshi y se inclinó hacia ella, lo que
hizo reír a todas las mujeres.
—¡Mira cómo se le pega!
—Sanshi, no lo acapares todo para ti sola.
—¡Ven aquí, Taiki!
De pie, a unos pasos de allí, Teiei aclaró su garganta y habló a
las nyosen:
—¿Qué va a pensar Taiki si lo rodean así? Denle espacio, chicas.
Déjenlo con Sanshi por ahora —Miró hacia Youka, que esperaba en un
costado—. Llévalo a la Pagoda del Rocío Crepuscular, allí estará bien.
Teiei sabía que la nyosen más joven había preparado este
templo para Taiki hacía mucho tiempo. El pecho de Youka se llenó
de emoción, era consciente del honor que había recibido. Hizo una
reverencia a Teiei y entonces se dio la vuelta, se arrodilló ante el niño
y lo miró a los ojos.
—Bienvenido a casa, señor Taiki. Su llegada nos trae mucha alegría.
Taiki sintió cómo el brazo protector de Sanshi se relajaba. Ama-
blemente lo empujó hasta que estuvo frente a frente ante la mujer
arrodillada.
—¿Quién eres?
—Mi nombre es Youka, señor Taiki.
—¿Lady Youka?
Las otras mujeres estallaron en risas. La mujer llamada Youka
sonrió.
—Youka a secas. Solo debes referirte así a la Genkun.
—¿La Genkun?
—Sí, a Lady Gyokuyou.
Taiki miró a Sanshi y ella asintió. Esa era suficiente afirmación
para él.
—Bien, Youka —Hizo todo lo que pudo para sonar formal y educado.
Sentía que este era un momento importante y quería dar una buena
impresión a todas estas señoras amistosas, pero su curiosidad podía

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Fuyumi Ono Doce Reinos

más que él—. ¿Qué tipo de persona eres? ¿Está bien si te pregunto?
¿Y por qué me das la bienvenida? Nunca te he visto en mi vida.
La sonrisa de Youka se hizo más grande.
—Soy una nyosen en Houzan y usted es el señor de Houzan. Us-
ted nació aquí, señor Taiki.
Los ojos de Taiki se abrieron como platos y miró fijamente a Youka.
—Nací… ¿aquí?
—Sí —Asintió la nyosen—. Este es su hogar, por decirlo así.
—Pero…
Youka negó con la cabeza.
—Ha estado perdido por mucho tiempo, señor Taiki. Una gran ca-
lamidad cambió los Cielos y la Tierra, y usted fue llevado a otra tierra.
Lo buscamos… buscamos por mucho tiempo —Mientras hablaba, su
rostro tenía una expresión de alegría, pero había algo de tristeza en
sus ojos—. Nos preocupamos por muchos años, no sabíamos dónde
estaba. Ahora que ha regresado a nosotros, no podríamos estar más
felices.
Taiki simplemente miró a la nyosen.
Así que nunca pertenecí a casa… a ese lugar.
Al momento que el pensamiento se formó, la verdad se hizo evi-
dente.
Esas palabras tan simples “Bienvenido a casa”, explicaban todo:
por qué su abuela lo odiaba tanto, por qué siempre se había sentido
diferente. No se había llevado bien con su familia. Y no era que él no
quisiera llevarse bien con ellos, en realidad lo quería mucho y había
hecho todo lo posible para actuar como creía que debía hacerlo, pero
siempre había existido una brecha entre él y el resto, una brecha in-
cruzable e irrellenable.
Como muchos chicos de su edad, en sus ensoñaciones a veces
pensaba que había sido adoptado. Lo había pensado muchas veces
y ahora resultaba ser cierto.
—¿Eso quiere decir…? —Sus ojos se movieron de Sanshi a Youka—.
¿Que Sanshi es mi madre real?
Ambas negaron con la cabeza.
—Sanshi es su sirviente, señor Taiki. Está aquí para cuidar de us-
ted. Y yo no soy más que una nyosen. Es mi deber llevar a cabo todas
las tareas que le permitirán vivir en paz y comodidad.
—¿Y entonces dónde está mi madre real?
Youka miró las ramas sobre sus cabezas.

43
Capítulo 2 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Creció en este árbol como una fruta, señor Taiki. Es una bendi-
ción de Tentei.
Taiki miró el árbol. Al ser tan joven, nunca le habían dicho de dónde
venían los bebés, así que la explicación de Youka no le pareció particu-
larmente rara, aunque sentía que era algo diferente a lo que conocía.
Las ramas plateadas del árbol no tenían frutas, ni flores ni ho-
jas. Cuando llega la temporada, pensó, este árbol debe llenarse de
frutas rojas. Supuso que la fruta que lo concibió había sido grande y
redonda, y hasta quizá un poco abultada. Podía imaginarse la fruta
cayendo en el suelo y a él saliendo, dando tumbos.
Parecía una forma rara de nacer, pero siempre se había sentido
una persona diferente a los demás, así que un nacimiento inusual
tenía perfecto sentido.
Así que es por eso.
Había crecido en un árbol. Es por eso por lo que su abuela lo
odiaba, por qué le daba tantos problemas a su madre.
No tengo padres.
No sabía cómo eso era posible, pero sabía que era verdad. El
pensamiento se deslizó dentro de él, acomodándose en un lugar de
profunda convicción. Estaba seguro de que no era mentira y tampoco
parecía una equivocación, pero aun así lo hacía sentirse muy triste.
—¿Qué pasa? —preguntó Youka. Y el chico se mordió el labio y
negó con la cabeza. Sanshi puso un brazo a su alrededor y él se afe-
rró a ella con toda su fuerza.
Ahora lo sé.
Fragmentos de recuerdos aparecían en su mente.
Su abuela siempre molesta, su padre regañándolo… nunca po-
día cumplir sus expectativas, no importaba cuánto se esforzara. Su
madre discutiendo constantemente con su padre y su abuela por él,
y al final, siempre se iba a llorar sola. Su hermano menor siempre
culpándolo de todo.
“Tenemos un problema”.
Otra escena dolorosa apareció en su mente. Había escuchado el
tono de decepción en la voz de su joven profesora.
“No se está ajustando bien a la clase”. Lo miró con una expresión
de desesperación. “No puedo evitar sentir que es un problema que
un niño de su edad no tenga amigos”.
En la boca arrugada de su abuela apareció una expresión de
molestia.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

“¿Qué te pasa? ¿Por qué no puedes hacer amigos?”


“Madre, no es así. Los otros niños lo rechazan”. Su madre defen-
diéndolo nuevamente.
“Si lo hacen es porque es muy terco. ¿Por qué no puedes hacer
amigos como los otros niños?”
“No juegan con él porque es un debilucho”. Hasta a su hermano
nunca pareció caerle bien.
“Haz silencio. Te estás convirtiendo en un bravucón. Si tu ma-
dre no reacciona y los endereza, quién sabe cómo terminarán”. Su
abuela miró a su madre. “¿Y a ti quién te enseñó a criar hijos de esta
forma?”
“Madre, por favor”.
Las regañinas de su abuela siempre terminaban con la conclusión
de que todo era culpa de su madre. Entonces su madre lloraría sola.
“¿Por qué no puedes ser normal como los otros niños?” preguntó
su padre con un suspiro. Por supuesto, él no respondió nada. “Al me-
nos haz un esfuerzo por no molestar tanto a tu abuela”.
“Lo siento”, dijo por enésima vez. No había más nada que pudie-
ra decir.
“¿Ves? Otra vez se enfadaron conmigo por tu culpa. ¡Deja de
molestar a la abuela! Luego me regaña a mí”.
“Lo siento”, dijo a su hermano menor.
Había intentado -estaba intentando- con todas sus ganas, pero
nunca obtenía resultados y no entendía el porqué. Había empezado a
sentir que su existencia era una cosa vergonzosa, una terrible carga
para su familia. Él era la piedra en el zapato que, si solo desaparecie-
ra, haría que todo funcionara mejor.
Todo era verdad. Realmente había sido adoptado. Nunca perte-
necí a esa casa. Y aun así, cuando intentaba recordar, su casa pare-
cía un lugar cálido y predecible. Echaba de menos a su madre y a su
padre, hasta a su hermanito y a su abuela.
Si se hubiera esforzado más quizá las cosas habrían ido mejor,
tal vez no habrían regañado a nadie, nadie se hubiera enfadado con
él y nadie hubiera llorado.
Pero nunca volveré a casa.
Una lágrima cayó por su ojo. No eran lágrimas de nostalgia, eran
lágrimas de despedida.
La separación estaba completa.

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Mar del Viento, Orilla del Laberinto

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Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 3

—¿Estás despierto?
Era la voz de Sanshi. Taiki se restregó los ojos, abriéndolos len-
tamente. Permaneció echado allí por un tiempo, mirando el techo
ornamentado.
El techo estaba hecho de piedra blanca. Grabados elaborados
cubrían en su totalidad la superficie de color lechoso. En las cuatro
esquinas, había imágenes de aves en alto relieve con intricadas hier-
bas y flores entrelazadas a través del resto del espacio, girando en
patrones circulares en el centro. Los grabados no llevaban pintura,
en su lugar, las piedras incrustadas de muchos colores le daban vida
al diseño.
—¿Cuál es el nombre de esa ave? —preguntó mientras señalaba
con su dedo una de las aves grabadas en la esquina.
—No… lo sé —respondió Sanshi, sin saber qué decir.
Realmente a Taiki no le importaba el nombre del ave. Simple-
mente se sentía mal por haber llorado tanto el día anterior, pues se
consideraba un niño grande y estaba esforzándose para mejorar la
impresión que había causado.
—¿Qué hora es? —preguntó mirando en la dirección de la voz de
Sanshi. La habitación era pequeña, solo un poco más pequeña que
el cuarto de estudio de su casa. Cojines hermosamente decorados
cubrían el suelo y las tres paredes del cuarto estaban repletas por
objetos más grandes que eran un cruce entre cojines y almohadas.
La parte superior de cada pared estaba incrustada por pequeñas
piedras que creaban un mosaico de una escena del bosque que lo

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Capítulo 3 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

rodeaba de los tres lados.


En el cuarto lado de la habitación no había pared. En su lugar,
varias capas de tela colgaban del techo. Mientras Taiki observaba, la
tela se levantó y Sanshi apareció con su cabeza ladeada y frunciendo
el ceño levemente.
—¿Y ahora qué hago? —preguntó el chico—. ¿No tengo que ir a la
escuela?
Taiki entendía en un sentido muy básico que su vida había cam-
biado. Sabía que se había liberado de la rutina diaria: salir de la
cama, cambiarse la ropa, lavarse la cara, comer el desayuno usual e
ir a la escuela. Pero ¿y qué haría en lugar de todo eso?
—¿Qué debo hacer?
—No debes hacer nada —dijo Sanshi sacudiendo levemente la
cabeza—. ¿Te gustaría levantarte?
Taiki entendió que eso significaba que podía quedarse en cama
todo el día si eso quería, o levantarse inmediatamente, daba igual.
Nadie le diría qué hacer. Se preguntaba si esta libertad era algo que
tendría por un corto tiempo o si continuaría para siempre.
—Supongo que me levantaré.
Salió del borde de la cama y se acomodó en el suelo acojinado.
Sanshi subió hacia el cuarto que era un poco más alto que la
habitación contigua y se puso a su lado.
Así que esta habitación es más alta que el resto del lugar.
Más allá de la cortina, pudo ver débilmente el contorno de varias
entradas. Las que podía ver por no tener la tela parecían llevar a
otras habitaciones.
Taiki examinó con gran interés la habitación en la que estaba y
lo que alcanzaba a ver de las demás. Se había dormido llorando bajo
el árbol la noche anterior y entonces lo habían cargado hasta aquí
mientras dormía, así que no tenía idea de qué tipo de lugar era.
La habitación en la que estaba ciertamente era cómoda y la
que se encontraba más allá de la cortina también parecía serlo.
Esa habitación no tenía paredes, pero había algo como una reja o
barandilla de piedra blanca que circundaba el perímetro y más allá
de eso, podía ver las piedras de formas raras, cubiertas de musgo
levantándose verticalmente, lo suficientemente cerca para ser
tocadas si uno extendía las manos desde la barandilla. La luz que
pasaba entre las rocas y el edificio hacía brillar el musgo. Había
parches de hierba fina y pequeños arbustos que se aferraban a

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Fuyumi Ono Doce Reinos

las paredes de la roca a través de la barandilla, cosa que a Taiki le


pareció interesante. Era como si el jardín entrara a la habitación.
Sanshi se fue momentáneamente y regresó con un pequeño bal-
de y un cuenco con agua. Se dirigió a una parte del cuarto donde el
suelo estaba más bajo y puso el balde sobre una pequeña mesa,
entonces llamó a Taiki para que se acercara. Él rodó a través de los
cojines hasta llegar a su lado.
—¡Buenos días!
Sanshi sonrió y le indicó que se sentara en el borde de uno de
los cojines. Y así lo hizo. Se dio cuenta de que estaba desnudo, pero
parecía algo natural en estas circunstancias. Sanshi, Youka y las de-
más nyosen usaban una vestimenta diferente a la que él solía usar,
así que esperaba que le dieran ropa. Y no hacía nada de frío, aunque
tampoco hacía calor.
El clima debe ser perfecto aquí en esta época del año.
Sanshi le lavó la cara. Le daba algo de pena y se sentía como un
niño pequeño, pero no se quejó. Entonces, la nyokai se fue con el
balde y regresó con un cambio de ropa, que se parecía al kimono que
su abuela solía usar.
Mientras lo vestía, Sanshi no dijo ni una palabra, pero él no se
sentía incómodo en su silencio, pues sabía que ella hablaba muy
poco. Cuando se cambió, lo guio con la mano hacia la otra habitación
donde vio una mesa lista para desayunar. Youka estaba a su lado.
—¡Buenos días, Youka! —gritó y Youka sonrió felizmente.
—Buenos días, señor Taiki. ¿Descansó bien?
—Sí. ¿Me hiciste el desayuno?
—No. Hay otras personas que se encargan de preparar la comida.
Taiki pensó un poco en eso.
—¿Así que hay otros que limpian?
—Sí, así es. Ahora, por favor, coma antes de que se enfríe.
Es como si fuera rico, pensó, aunque nunca había conocido a
ningún niño rico, pero se imaginaba que así debían ser sus vidas.
Youka le dio un par de largos palillos blancos. Miró la comida
poco familiar en la mesa y miró de vuelta a ambas mujeres.
—¿Y ustedes? ¿Qué van a comer?
—Sanshi no come y yo ya comí.
—Pero yo no puedo comer todo esto.
Varios platos, grandes y pequeños, se encontraban dispuestos
sobre la mesa.

49
Fuyumi Ono Doce Reinos

—Puede dejar lo que no desees.


—Espera —Taiki se rascó la cabeza—, ¿dormí hasta tarde y por eso
ya todos comieron?
Youka sonrió.
—Sanshi nunca come. Así es ella. Pero, aunque lo hiciera, no tie-
ne el rango suficiente para comer con usted, señor Taiki.
Taiki ladeó la cabeza con expresión de perplejidad. Había escu-
chado la palabra “rango” antes, pero no estaba seguro de qué signi-
ficaba en esta situación.
—¿Así que no comerán conmigo, aunque no me quede dormido?
—No lo haremos —Taiki frunció el ceño y bajó la mirada hacia la
mesa—. ¿Pasa algo?
—Bueno, no… supongo que así es como hacen las cosas aquí.
—¿Pero?
Taiki miró a Youka, que se encontraba de pie junto a él.
—Es sólo que se me hace raro comer solo. Um… —Se rascó el
cuello y buscó las palabras adecuadas—. Es decir, entiendo que si me
quedé dormido me castiguen y tenga que comer solo, pero es raro
estar con más gente y aun así ser el único comiendo. Quiero decir
que creo que sabría todo mejor si comieran conmigo.
—¡Oh! —dijo Youka poniéndose la mano en la boca y riendo fuerte-
mente. Asintió, mirando hacia el biombo en un lado. Aparentemente ha-
bía otra habitación detrás y llamó a quien fuera que se encontraba allí—:
dejen de trabajar y vengan. El señor Taiki nos ha invitado a desayunar.

Después de haber comido, Youka y la nyokai llevaron a Taiki a dar un


paseo.
Salió del templo, cogiendo la mano de Sanshi. Por un momento
todo lo que pudo hacer fue quedarse de pie y mirar. La casa no tenía
paredes externas, incluso la entrada principal estaba demarcada por
dos pilares y sin paredes no había necesidad para puertas y venta-
nas. Tres peldaños llevaban a un camino angosto entre las rocas.
No había jardín, no había rejas, no había patio. Aunque había un pe-
queño claro antes de los peldaños, tras dar unos pocos pasos en él
terminaría de frente a una de esas rocas de formas raras.
Las rocas aquí eran muy altas, Taiki tenía que levantar completa-
mente la cabeza para poder ver el cielo. Los pequeños caminos que

51
Capítulo 3 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

se enredaban entre las rocas conducían hacía tres direcciones. Más


bien parecen callejones que caminos, pensó. Así debe ser estar de
pie entre dos rascacielos en la ciudad. Al volverse, vio que el edificio
del que acababa de salir era más bien pequeño en comparación, un
pequeño escondite en la metrópolis de roca.
—Qué lugar tan raro —susurró Taiki y Youka rio.
—¿Le parece extraño?
—Um, bueno… Perdón si es una pregunta tonta, pero… ¿dónde
estamos?
Youka ladeó la cabeza.
—Estamos en Houzan, mi señor.
—Em —Taiki buscó las palabras correctas—. Eso no es exactamen-
te a lo que me refería. Es decir, sé que no estoy cerca de casa, pero
me preguntaba lo lejos que estoy. ¿Seguimos en Japón? —Ningu-
na de las personas que había conocido hablaban en un idioma
extranjero, pero lo que lo rodeaba era tan extraño que le parecía di-
fícil creer que estuvieran cerca de casa—. O… —Tragó saliva—. ¿Estoy
en otro mundo?
Youka parecía perpleja.
—Sí… sí, creo que así es.
—Ooh…
Taiki se sentía muy raro. Todo lo que veía era tan real, pero al mis-
mo tiempo, era tan poco parecido a la realidad que había conocido.
¿Había entrado a un armario mágico? Comenzó a asustarle el hecho
de que, si pensaba mucho sobre la situación, perdería el sentido de
qué es la “realidad”, así que respiró profundo y decidió no preocuparse.
—¿Hay lugares aquí más abiertos?
—Sí, claro. Lo llevaré a uno —Youka empezó a bajar por uno de
los caminos y entonces se detuvo y se volvió, con sus ojos indicaba
el edificio detrás de él—. Por cierto, mi señor, esta es la Pagoda del
Rocío Crepuscular. Lo preparamos para que pudiera vivir en él.
—¿Así que es mi hogar?
—Sí. Una vez se haya acostumbrado a vivir aquí, puede cambiar
de lugar, si es lo que desea.
—¿Me puedo mudar a donde quiera?
Youka rio suavemente mientras los guiaba a través del pequeño
claro.
—Taiki, señor del Palacio Houro. Puede usar todo lo que hay den-
tro como mejor le parezca.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

El chico se rascó la cabeza. El estrecho camino que seguían pa-


saba serpenteando entre las rocas y tras un momento de caminata,
aparecieron en la intersección entre una pendiente y un túnel.
—No estoy seguro de entender. ¿Es todo este lugar el Palacio
Houro?
—Así es.
—¿Y entonces cómo puedo ser yo el señor?
Taiki estaba desconcertado. Youka, Sanshi y las demás nyosen
eran mucho mayores que él y a la que llamaban “Gyokuyou”, tenía la
presencia y actitud de la realeza. No podía entender cómo él iba a ser
el señor de nada en este lugar. Algo parecía no encajar.
Youka rio un poco y levantó una ceja.
—Porque es un kirin.
—¿Y eso qué es?
—¿Recuerda el árbol de dónde vino ayer? Todos los que nacen de
ese árbol son kirin.
Repentinamente, una luz se encendió en la cabeza de Taiki.
—¿Entonces hay otros como yo?
—Sí, hay otros once como usted.
—¿Somos doce en total?
—Es correcto. La Taiho de Ren, que conoció ayer, es una kirin
como usted.
—¿La mujer del brazalete?
—Esa es.
—¿Y la volveré a ver?
Youka negó con la cabeza.
—No en este lugar. La Taiho de Ren ya se ha ido de la montaña y
volvió a su hogar.
Algo frío lamió su corazón. ¿Por qué había llorado tanto la noche
anterior? Pudo haber hecho muchas preguntas. Había tantas cosas
que necesitaba saber.
—¿Y los demás? ¿Dónde están? ¿Los conoceré algún día?
Youka rio.
—Están ocupados en sus reinos. Cuando usted también descienda
de la montaña, los conocerá. Estoy segura, todo en su debido tiempo.
—¿Descender?
—Sí. Escogerá un rey y se irá de Houzan.
—Un rey, ¿quieres decir que hay reyes en este lugar?
—Sí, y con el tiempo usted servirá a uno, señor Taiki.

53
Capítulo 3 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—¿Serviré a un rey?
—El kirin escoge al rey y luego le sirve. Hasta que el momento lle-
gue para que lo haga, es el deber de todos en Houzan el mantenerlo
a salvo.
Así que, pensó Taiki, trabajaré para un rey. Eso parecía estar
bien, de alguna forma. Probablemente habrá cosas que tendrá que
aprender, algún entrenamiento que debería completar antes de deci-
dir a qué rey servirá.
El peso que había sentido en su corazón desde el día anterior se
aligeró un poco y sonrió.
—¿Y crees que podré trabajar para un rey? ¿No es algo difícil?
Youka suspiró y luego rio fuertemente.
—Claro que podrá. Es un kirin, después de todo.
—Y los kirin trabajan para los reyes.
—Eso es correcto.
—Y los otros kirin… ¿también trabajan para los reyes?
Youka asintió y dobló los dedos, contando.
—En este mundo hay doce reinos. Cada uno tiene un rey. También
hay doce kirin, uno para cada reino. Así funciona.
—Está bien…
—Sin embargo, ahora mismo solo hay once reyes. El reino de Tai,
en el noroeste, no ha tenido un rey desde que el Rey Pacífico falleció
hace diez años. El sucesor debe ser escogido.
—Pero si no hay rey, ¿qué pasa con el kirin de Tai? ¿Dónde está?
Youka sonrió y miró a los ojos de Taiki.
—Está de pie frente a mí.
—¿Yo?
—Así es. ¿Acaso su nombre no es Taiki? Eso significa “Kirin de
Tai”. Es usted quien escogerá al próximo rey, es por eso por lo que
está aquí.
Taiki parpadeó.
—¿Eh? ¿Eso no es algo muy importante? No sé si podré decidir
algo así.
Youka hizo una gran reverencia.
—Por el contrario, mi señor Taiki, usted es el único que puede
decidirlo. Mire, hemos llegado al jardín de moras.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

A Taiki le llevó poco tiempo acostumbrarse a la vida en las monta-


ñas. Había muchas cosas curiosas sobre su vida allí: la ropa rara, los
extraños edificios, las comidas vegetarianas, pero afortunadamente
todavía era un muchacho y, por lo tanto, no era tan inflexible que el
cambio supusiera algo difícil. Encontró cómodo aceptarlo todo.
Con lo que tuvo más problemas para acostumbrarse fue el des-
cubrimiento de que su rostro había cambiado. Los espejos no eran
tan claros como los que usaban en su hogar, pero aun así, cuando
miraba a su reflejo, tenía la sensación de que algo era diferente de
antes. No es que antes pasara mucho tiempo ante el espejo, pero no
podía explicarlo, estaba seguro de que el reflejo que veía ahora no
era al que estaba acostumbrado.
Tal vez algo cambió cuando pasé por ese túnel de niebla blanca.
Su posición privilegiada en este nuevo lugar fue más fácil de
aceptar. Las nyosen lo cuidaban en todo. Se levantaba cuando que-
ría y dormía cuando quería también. Mientras tanto, tenía poco que
hacer, así que vagaba por Houzan, haciéndole preguntas a Sanshi y a
las nyosen y reuniendo toda la información que necesitaba para vivir
en este lugar. Esta era su tarea en Houzan.
Aunque al principio habían estado nerviosas, pronto las nyosen
también se acostumbraron a la forma en que Taiki se había hecho
parte de su mundo.
—Admitiré que estaba preocupada —dijo una de las mujeres,
mientras sacudía una prenda de vestir parecida a un kimono, lla-
mada hoh, sobre unas flores de jazmín para que se secara. El olor
a jazmín llenaba el aire—. ¡Diez años! Nunca habíamos perdido a un
kirin por tanto tiempo.
A su lado, Youka sacudía otro hoh.
—No importa cuánto tiempo haya estado ausente. Un kirin es un
kirin. ¿Cuál es la diferencia?
—Ninguna, supongo.
Otras nyosen que estaban ocupadas doblando ropa se rieron ale-
gremente. Las ropas que sostenían olían a la fragancia de las flores
de jazmín.
—No negaré que él es algo raro, debe ser por haber crecido en
Hourai. ¿Qué? No me mires así, no es nada malo —dijo una de ellas.
Youka colocó otro hoh doblado sobre la pila y se puso de pie con
las manos sobre sus caderas.
—No dejaré que lo llames “raro”. Es más amigable que un kirin

55
Capítulo 3 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

criado en Houzan, pero eso no es algo raro, es algo que deberíamos


agradecer.
Las otras nyosen rieron.
—Ah, creo que Youka quiere mucho a Taiki.
Youka las miró mal.
—No veo nada malo con eso.
Las nyosen formaron un círculo a su alrededor, una a una, bai-
laban ondeando las ropas y entonces, con un grito, se desplegaron.
Teiei, que se encontraba cerca, sonrió tolerantemente.
—No está bien molestar a Youka.
Por naturaleza, las nyosen en Houzan eran amables y alegres,
pero el regreso de Taiki las había llenado de una dicha que a veces
se salía de control, mientras olvidaban los tiempos sombríos que ya
habían pasado. Su único propósito al vivir en la montaña era cuidar
del kirin, por lo que cuando no había kirin del que cuidar, se sentían
mal. Y cuando un kirin se encontraba desaparecido como hacía poco,
muchas padecían de persistentes episodios de tristeza.
No siempre había un kirin en Houzan, de hecho, más que nada,
siempre estaban ausentes de la montaña. Sin un kirin, las nyosen
buscaban agua, lavaban la ropa, cosían su ropa y los días pasaban
aburridamente. Pero ahora, ahora era diferente: en las montañas ha-
bía un kirin.
No solo Youka estaba feliz. No había una sola nyosen que no se
sintiera encariñada con el joven kirin. Ellas consideraban a los kirin
como seres maravillosos, pero el actual residente del Palacio Houro
parecía ser el mejor de todos. En verdad, ninguna nyosen podía burlar-
se de Youka sin reírse primero de sí misma. Había casi cincuenta nyo-
sen en la montaña y todas amaban a Taiki más que a la vida misma.
Aun así, Youka sentía más por Taiki que el resto, se encontraba
motivada por una profunda necesidad personal de atender y cuidar
que se había convertido en una responsabilidad.
—¡Youka!
Era Taiki, su joven voz hacía eco entre las montañas.
Todas la nyosen detuvieron su trabajo, mirando en la dirección de
la que habían escuchado venir la voz. Un instante después, Taiki apa-
reció corriendo desde uno de los angostos caminos y salió al claro.
—¡Escóndeme! ¡Escóndeme! —gritó alegremente, respirando con
dificultad. Corrió hacia Youka y se arrodilló tras ella.
—Creo que Taiki también quiere mucho a Youka.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

—Así es.
Las nyosen rieron alegremente, cogiendo las ropas que había do-
blado, hicieron una pila sobre Taiki. En unos segundos, estaba escon-
dido bajo una gran pila de ropa aromatizada en el angosto espacio
entre Youka y los matorrales de jazmín.
Las nyosen intentaban disimular sus risas. Un momento des-
pués, una forma blanca apareció sobre una de las pendientes y la
nyokai descendió hasta el claro. Como si fueran una sola, las nyosen
la miraron y señalaron el angosto camino hacia el este.
—Por allí, Sanshi. Se fue por allí.
—¿Buscas a Taiki? Hacia el este.
—Casi me tumba, iba corriendo muy rápido.
Las nyosen hablaban al mismo tiempo, dando direcciones impre-
cisas. Pero Sanshi era imposible de engañar: caminó directamente
hacia Youka, levantando la pila de ropa tras ella.
Taiki estaba enrollado como una pelota debajo de la pila, miró
hacia arriba y respiró profundamente.
—Me encontraste.
Se levantó y abrazó las patas de Sanshi antes de sentarse en el
suelo nuevamente.
Todavía respiraba con dificultad.
Sanshi le dio una palmadita en la cabeza y le dio las ropas que
había tomado a un par de nyosen.
Las mujeres rieron nuevamente.
—Es imposible engañar a esos ojos.
—Ya lo sé —dijo Taiki con sus mejillas rojas. Una nyosen se inclinó
para arreglar el cuello de su hoh mientras él se apoyaba en las patas
de Sanshi. Para ellas, Taiki parecía el kirin más mono que jamás se
hubiese quedado en Houzan. De verdad todas lo querían.
Youka sonrió y acarició el cabello de Taiki, era más largo ahora
que cuando había llegado y su flequillo estaba pegajoso por el sudor
en su frente. Se acercó para apartar un mechón de sus ojos.
Los kirin tenían un pelo, o una melena, de color dorado, pero el
pelo de Taiki era más bien del color del acero. Su cabello lo marcaba
como diferente de los kirin usuales y todos los residentes del palacio
consideraban esto como una señal de que era especial.
—Deberías ir a bañarte. Pronto será hora de cenar.
Los kirin tenían un rango mucho mayor que una nyosen en el sis-
tema social de los Doce Reinos. Sin embargo, cuanto más cuidaban

57
Capítulo 3 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

de él, más sentían que era como su propio hijo, y no había pasado
mucho tiempo antes de que dejaran de llamarle “señor”. Hasta el
Alto Oráculo, la Genkun, Señora de las Sombras, había abandonado
todas las formalidades, por lo que ya no había nadie que censurara a
las nyosen más jóvenes por hablarle libremente.
—Te hemos preparado suficiente ropa. Cuando termines, iremos
por ti.
—Vale —dijo Taiki, levantándose—. Vamos, Sanshi.
Sanshi se encaminó, tomando a Taiki de la mano mientras todas
las nyosen seguían de pie por educación y lo veían partir.
—Creo que Sanshi es quien lo quiere más.
—¡Muy cierto!
Las mujeres se sonrieron la una a la otra. No sentían celos, ya
que, a diferencia de ellas, desde que nació Sanshi, perteneció solo
a Taiki. Además, habían tenido suerte esta tarde: se habían encon-
trado a Taiki antes de cenar y aquellas que lo vieran antes de una
comida estaban invitadas a comer con él. Era una nueva regla que
nadie había escrito.

Después de que Sanshi y Taiki se fueran, las nyosen continuaron de


buen humor sus tareas, doblando la ropa que habían dejado secan-
do. Cuando terminaron, tomaron un pequeño hoh, que todavía olía a
jazmín y sol, y se dirigieron al río.
El camino hasta la cascada tras la Pagoda del Rocío Crepuscular
consistía en muchas curvas entre las rocas, como si el camino tam-
bién estuviera compuesto de agua.
Mientras las nyosen rodeaban la última curva, escucharon una
voz riendo.
Taiki estaba persiguiendo la cola de Sanshi en el agua, a veces
saltaba y a veces se hundía, hizo un extravagante salto y falló, ca-
yendo profundamente en el agua. Cuando su rostro emergió sobre
la superficie nuevamente, vio a las mujeres en el banco y las saludó.
—Hemos venido para llevarte a comer.
—Gracias.
Una de las nyosen extendió sus ropas en la orilla, Taiki salió del
agua y se levantó sobre ellas, otra envolvió su pequeño cuerpo con
una gruesa toalla que había traído para él.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

—Puedo secarme solo.


—No, Taiki. Siempre olvidas secarte la espalda —dijo la mujer, qui-
tando cuidadosamente las gotas de agua de su piel. Al chico le pare-
cía raro que alguien más hiciera esto, pero había descubierto ya que
las nyosen no cambiaban de opinión, pues estaban impacientes de
poder tocarlo y cuidar de él. Dos más de ellas insistieron en secarlo y
entonces Youka apareció y secó su cabello.
—Creo que estoy bien ya, gracias.
—Todavía hay gotas en tu pelo.
Taiki tomó un mechón de su despeinado pelo donde no era alcan-
zado por la toalla de Youka. Su pelo había cambiado gradualmente
de color desde su llegada, ahora era algo más entre negro y plateado.
—¿No está muy largo ya?
—¡Todavía está muy corto!
Taiki miró sorprendido a Youka.
—Es decir que… ¿quieres que sea más largo, como el de una chica?
—Es la costumbre dejar que crezca hasta que se detenga solo,
después nosotras lo cortaremos.
—¿Entonces yo no puedo cortarlo?
—Si quieres verte ridículo después de transformarte, entonces sí.
—¿Transformarme?
Al haberse asegurado de que su pelo estuviera seco, Youka em-
pezó a peinarlo.
—Sí, eres un kirin, puedes transformarte y tomar la forma de un
kirin cuando te plazca.
—¿La forma de un kirin? ¿Cómo un animal?
—Correcto.
Las había escuchado llamarlo “kirin” pero había pensado que así
llamaban a los que nacían de los árboles. Ahora parecía que era algo
distinto.
—Así que soy un animal, ¿no soy humano?
Los humanos eran un tipo de animal, pero sentía que hablaban
de algo diferente.
—Por supuesto.
—Y la Taiho de Ren, ¿también era uno?
—Así es.
Taiki estaba más confundido. ¿Se convertiría repentinamente en
un kirin, como hacían los hombres lobo? Podía imaginarse conver-
tido en lobo, pues lo había visto en películas, pero un kirin era algo

59
Capítulo 3 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

diferente. Solo tenía una idea vaga de lo que era un kirin. Sabía que
era una criatura mítica china, nada más. ¿No era grande, como un
dragón… o tal vez una jirafa? La idea de su cuello estirándose lo ha-
cía sentir incómodo.
Teiei había estado observando a Taiki y a las nyosen, sonriendo
mientras hablaban, cuando notó la mirada de perplejidad del kirin.
—Ah —dijo, cayendo en cuenta—. Nunca te has transformado, Tai-
ki, es por eso por lo que no entiendes. Cuando cambies, te darás
cuenta de que tu pelo no es como el nuestro, el tuyo es una melena.
Así que los kirin tienen melenas.
—También descubrirás otras cosas sobre ti.
Teiei le invitó a acercarse y cuando estuvo frente a ella, Teiei aca-
rició suavemente con su dedo, la frente. La sensación era extraña-
mente incómoda, realmente no le gustaba nada.
—¿Sientes el bulto allí?
Rápidamente acercó su propia mano. Allí, donde le había indica-
do, había un pequeño bulto.
—Ese es tu cuerno. El cuerno de un kirin es muy especial para
él y debe ser protegido. Cuando lo toqué ahora, ¿no te sentiste raro,
como si no quisieras que lo tocara?
—De hecho, sí lo sentí.
—No te tocaré más allí. Los kirin son conocidos por evitarlo. Cuan-
do seas más grande, te gustará mucho menos y evitarás a toda costa
que lo toquen, incluso aunque sea Sanshi.
De hecho, pensó Taiki, nunca me ha gustado que me toquen la
frente. Hasta cuando su madre lo hacía, siempre sentía la urgencia
de salir corriendo.
—Supongo… supongo que realmente soy un kirin.
—Claro —dijo Youka, como si fuera obvio—. Lo verás por ti mismo
cuando te transformes, estoy segura.
—Um, ¿y cómo hago eso?
Youka ladeó la cabeza y frunció el ceño.
—Bueno, veamos. Estoy segura de que, si hubieses sido criado en
Houzan, lo sabrías. Los kirin nacen en forma de kirin en este lugar y
mantienen esa forma hasta que crecen. ¿Quizá en Hourai naciste en
tu forma humana?
Youka sabía poco sobre la tierra de Hourai, pero había otros ca-
sos de kirin regresando de Aquel Lugar, así que solo había escucha-
do rumores.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

—Me pregunto si me notaré raro cuando me transforme en kirin…


—No conozco a ningún kirin que no le guste transformarse, así
que creo que no debe de sentirse nada raro.
—¿Estás segura?
—Estaría muy sorprendida si fuera algo desagradable —dijo
Youka, tocando el pelo de Taiki con sus dedos—. Pero hay que recor-
dar que eres diferente de la mayoría de los kirin. Los kirin tienen me-
lenas doradas, como la Taiho de Ren. Pero tú eres un kirin negro. Los
kirin negros son inusuales… me gustaría mucho verte en tu forma
verdadera. Si el color de tu melena es tan hermoso, debes ser una
criatura increíble.
—¡Pero no tengo idea de cómo transformarme!
—No, supongo que no sabes cómo —Youka suspiró—. Me temo
que yo tampoco sé. No soy un kirin, así que yo no puedo hacerlo. Si
hay oportunidad, debes preguntar a la Genkun.
—Vale —asintió Taiki con un poco de incertidumbre.
Teiei frunció el ceño en silencio mientras los escuchaba. ¿Sería
posible que Taiki, que había vivido como un humano una década en-
tera, no supiera transformarse? Nunca había oído de un kirin que no
pudiera hacerlo, pero sería muy triste que fuera la primera excepción.
Quería preguntarle a Gyokuyou su opinión, pero no volvería a apare-
cer en un tiempo y no podía ser llamada solo por el deseo de una
nyosen. El tiempo de Taiki se estaba acabando.
Mientras Taiki y Youka cambiaban de tema, Teiei se apartó de
sus risas y levantó la mirada hacia el cielo oscuro, una inquietud se
apoderaba de ella.
Por suerte, el equinoccio de primavera había pasado, pero cuan-
do el solsticio de verano llegara, los aspirantes para rey de Tai cierta-
mente ascenderían la montaña.
¿Un kirin incompleto, que no puede transformarse, sería capaz
de escoger al nuevo rey?

61
Mar del Viento, Orilla del Laberinto

62 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 4

Taiki caminaba con dificultad por el pasaje cubierto de musgo. No te-


nía ningún destino en particular, así que no estaba prestando mucha
atención a la dirección, ya que mientras Sanshi estuviese con él, sabía
que no se perdería. No habría ayudado siquiera intentar recordar el ca-
mino que tomaron, pues el joven kirin tenía poco conocimiento sobre
el diseño del laberinto más allá de la Pagoda del Rocío Crepuscular.
Su mente vagaba distraídamente mientras escalaban una pe-
queña elevación y así llegaron repentinamente a una puerta que se
interponía en el camino. La puerta estaba firmemente cerrada, blo-
queando el pasaje.
Habían llegado al borde del Palacio Houro. Habían recorrido una
gran distancia desde la Pagoda del Rocío Crepuscular, donde empe-
zó su caminata, pero había estado tan distraído con sus pensamien-
tos que no lo había notado.
Taiki suspiró. La puerta estaba cerrada con una barra que la atra-
vesaba, él podría haberla abierto fácilmente si así hubiese querido,
pero las nyosen le habían dicho que nunca se alejara del palacio.
Aun así, no se sentía de ánimos para volver, así que miró alrededor
y se acercó a Sanshi, quien lo seguía silenciosamente, como era usual.
—Sanshi, levántame.
La nyokai asintió, levantándolo por los brazos. Taiki era
suficientemente grande para que hacer esto hubiese sido difícil si
fuese un chico normal, pero se había dado cuenta de que se sentía
más ligero desde que había regresado a Houzan y las nyosen le habían
explicado que ahora tenía un cuerpo inmortal, aunque creciera más,

63
Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

siempre se sentiría ligero. Así que era muy fácil para Sanshi levantarlo
con tan solo una ligera flexión de sus piernas y subirlo a la parte
superior de una de las paredes de piedra.
Desde ese punto, el Palacio Houro realmente se veía como el la-
berinto que era. Aquí y allí podía ver los techos de las otras pagodas
menores que brillaban de color azul verdoso sobre las rocas y en el
medio del laberinto se podía ver el árbol blanco con sus ramas bri-
llando bajo el sol.
Cómodo entre los brazos de Sanshi, Taiki miró fijamente al árbol
por un rato.
Desde arriba, el Palacio Houro parecía un enorme abanico abier-
to. En su borde, en la elevación que quedaba más al este, se podía
ver el shashinboku y después de eso, no había nada: un escarpado
acantilado que caía hacia las nubes de más abajo. En algún lugar
debajo de la increíble altura del acantilado, se podía ver un paisaje
de piedras escarpadas, casi impenetrables, que se expandían hasta
la brumosa distancia.
Debajo de la terraza donde crecía el árbol, el laberinto principal
se extendía sobre una ligera pendiente. Sus muchos caminos circu-
laban alrededor de ellos mismos, eventualmente formando un solo
camino, que estaba siendo interrumpido por la puerta.
Aquel era el final del laberinto.
Al norte se levantaba el pico de Houzan: era casi perfectamente
vertical y ascender sus alturas era una tarea difícil, aún para criatu-
ras como Sanshi.
Con el acantilado al este y la montaña al norte, todos los que que-
rían visitar el Palacio Houro se veían forzados a pasar a través de la
puerta y luego encontrar su camino por los increíblemente tortuosos
caminos del laberinto.
Taiki se bajó de los brazos de Sanshi y se quedó de pie sobre una
de las paredes de roca. Se dio la vuelta y miró en otra dirección.
Fuera del laberinto, al sur y al oeste, otro laberinto de caminos
se extendía hasta donde podía ver. Este laberinto externo estaba tan
interrelacionado con el laberinto interno, que incluso desde arriba,
era difícil discriminar dónde empezaba uno y terminaba el otro. Sin
embargo, los caminos del laberinto externo eran más fáciles que los
del interno, pues eran más anchos y los lugares donde terminaban
en claros eran mucho más abiertos que los que se encontraban en
el territorio del palacio. Los viajeros podían caminar por los pasajes

64 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

externos sin mapa o guía, y así, mientras mantuvieran su vista en el


sol, podrían llegar a encontrar la puerta.
Taiki observó los anchos pasajes del laberinto externo hasta que, en
la base de una de las paredes rocosas, pudo ver un techo de color jade.
—Sanshi, ¿qué es eso? —preguntó señalando y los redondos ojos
de Sanshi siguieron su dedo.
—El Palacio Externo Hoto.
—¿Está fuera de la puerta?
Sanshi asintió.
—Es por eso por lo que se lo llama palacio externo.
—Oh. —Taiki se agachó desde su posición sobre la roca.
Después de un rato, sus ojos se pasearon sobre las paredes ver-
des y grises del laberinto. Un viento soplaba a lo largo de la parte
superior de las rocas. No había océano a la vista, pero podía oler un
aroma a mar en el aire.
—¿Pasa… pasa algo? —preguntó Sanshi suavemente. Se quedó
de pie en una posición que la hacía parecer una escultura, el viento
agitaba su cabello sobre sus hombros.
Era inusual que la nyokai empezara una conversación.
Taiki dejó de seguir con la mirada los caminos del laberinto exter-
no y la miró.
—¿Tú cambiaste de forma para ser como eres, Sanshi? ¿O siem-
pre has sido así?
Sanshi acarició suavemente la mejilla de Taiki.
—Las nyokai no cambiamos. Requiere una increíble fuerza hacer-
lo y yo no la poseo.
—¿De verdad?
—Sí, es muy difícil cambiar de forma. Hay algunos demonios que
pueden hacerlo, pero son muy poderosos, tan poderosos que incluso
los reyes no pueden contra ellos.
—¿Demonios?
—Son criaturas con poderes sobrenaturales que no siguen las
leyes del Cielo.
—¿Y las nyokai son demonios?
Sanshi negó con la cabeza.
—Las nyokai son criaturas que se encuentran entre los humanos
y los demonios, llamadas youjin o nin’you, no obstante, los youjin na-
cidos en Houzan son especiales y son conocidos como nyokai.
—¿Y los kirin son considerados demonios?

65
Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Sanshi sonrió en una forma que solo Taiki podía reconocer.


—Es verdad que los kirin tienen poderes sobrenaturales, pero son
conocidos como shinju o bestias divinas.
—¿Y eso por qué?
—Porque las únicas personas en el mundo más nobles que un
kirin son los dioses y los reyes. En tu caso, los únicos que tienen un
rango más alto son el Rey Pacífico de Tai, Seioubo, la Gran Madre del
Oeste y Tentei, el Emperador del Cielo.
—Um, esto… ¿quién?
Sanshi pasó sus dedos por el pelo de Taiki intentando desenredarlo.
—Quizá sería más fácil entenderlo de la siguiente manera: ni la
Gran Madre del Oeste ni Tentei comparten su tiempo con los seres
del reino inferior, de hecho, nunca los conocerás. Así que sólo debes
recordar que el único más noble que tú es el Rey de Tai.
—¿Nadie más? ¿En serio? Seguramente Lady Gyokuyou es más
importante que yo.
—Es precisamente por tu rango que puedes llamarla por su nom-
bre, pero también puedes llamarla utilizando “Lady”, no porque sea
más noble que tú, sino por educación.
—Pues a mí me parece bastante confuso.
—¿Estás confundido?
—Algo.
Taiki se encogió de hombros y miró el paisaje bajo sus pies. Antes
de volver a hablar se quedó allí en silencio, inhalando el viento con
olor a mar.
—¿Crees que aprenderé a transformarme?
Los ojos de Sanshi se dirigieron al rostro de Taiki, notando la me-
lancolía en su expresión.
—Eres un kirin. Es un poder con el que has nacido y entenderás
cómo hacerlo cuando llegue el momento.
—No lo sé… —murmuró Taiki, bajando la mirada.
Todas las nyosen de la montaña querían ver al kirin negro, a ve-
ces le pedían que se las mostrara. Taiki entendía el amor que sentían
por él, así que, de haber podido, se habría transformado solo para
complacerlas, pero realmente no tenía idea de qué hacer.
—Pero no te preocupes demasiado. Tu mayor preocupación ahora
mismo debe ser acostumbrarte a tu vida aquí.
—Supongo…
Estaba a punto de apoyar su cabeza en los brazos de Sanshi

66 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

cuando un movimiento en el pasaje de abajo le llamó la atención.


Mirando con cuidado, vio a dos personas en la sección del laberinto
cerca del Palacio Externo Hoto.
—Sanshi, hay alguien allí.
Los ojos de Sanshi se dispararon en la dirección que señalaba y
asintió.
—Probablemente son algunas nyosen que llevan flores e incienso
al altar en el palacio externo.
—Quizá debamos unirnos a ellas y regresar a casa.
Por sí solo, Taiki era incapaz de bajar de la pared rocosa al cami-
no debajo. Sanshi se ofreció a ayudarlo y él estaba a punto de tomar
su brazo cuando de repente, la nyokai hizo un brusco movimiento con
su cabeza.
—¿Qué pasa? —preguntó y un instante después, Sanshi desapa-
reció desvaneciéndose como si una grieta se hubiese abierto repen-
tinamente en el aire tras ella.
—¿Sanshi?
—No te muevas, Taiki. Quédate aquí.
Solo su voz, llena de tensión, podía ser escuchada tras él, pero
no la veía.
El cuerpo de Taiki se tensionó mientras se ponía de cuclillas en
la roca. Nunca había pasado esto, nunca había visto a Sanshi tan
preocupada, nunca le había hablado tan seriamente, nunca le había
mostrado poderes tan raros. Entendió que por primera vez desde su
llegada a Houzan, algo importante estaba sucediendo.
Mirando alrededor, el joven kirin calmó su respiración incons-
cientemente. Bajó su cuerpo y se agarró fuertemente a la faz de la
roca, estirando su cuello mientras buscaba a Sanshi.
Algo pasó de largo por el costado de su cara y al momento si-
guiente, sintió que se enredaba alrededor de sus muñecas. Intentó
resistir mientras algo lo arrastraba de sus brazos, algo muy fuerte.
Sentía que su cuerpo se inclinaba, apartándose de la pared rocosa.
Por un segundo, los ojos de Taiki observaron la delgada cadena
alrededor de sus muñecas: los eslabones eran negros y muy oscuros
y un pequeño peso colgaba de un extremo.
Entonces, su cuerpo empezó a caer.
Alguien lo arrastraba.

67
Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—¡Lo tengo!
Taiki escuchó decir a una voz grave y abrió de una vez sus ojos.
Le tomó un momento recordar que había caído desde la roca,
había caído fuera del laberinto, más allá del palacio, el lugar donde le
habían dicho que nunca fuera. Intentaba recordar exactamente por
qué había caído cuando escuchó un grito. Todavía de costado, giró la
cabeza y vio un rocío de algo rojo regarse sobre el gris del cielo sobre
su cabeza.
Eso parece sangre.
En el mismo momento que ese pensamiento se formó, la tempe-
ratura corporal de Taiki bajó abruptamente. Y en ese momento, se
congeló.
Fue entonces que recordó su condición, no había pensado en eso
desde que estaba en Houzan.
No puedo… no puedo…
Aunque no le molestaba cuando estaba herido, ver la sangre de
otra persona lo hacía sentirse tan asustado que apenas si podía res-
pirar. Quería cerrar los ojos, pero sus párpados se habían congelado
también. La única cosa que podía sentir era su pulso acelerado. El
rocío rojo se repetía una y otra vez en sus ojos desorientados.
Estaba sobre una piedra.
Algo le había agarrado de los brazos, arrastrándolo hasta abajo.
Podía sentirlo en sus manos: era una cadena delgada y fuerte. Lo
presionaba como un brazalete de agujas.
Está bien, así que caí. ¿Y ahora qué?
Estaba de costado en un piso duro, doblado contra una roca en
una posición muy incómoda. Seguro había caído desde una de las
rocas que estaban más arriba. La pared del laberinto parecía muy
diferente desde abajo. Las paredes eran muy altas y sentía que debía
estar herido, pero así de confundido era imposible saber si tenía una
herida o si de alguna forma había escapado ileso.
Solo percibía el sonido de su corazón latiendo rápido en sus oí-
dos y la insensibilidad fría en sus manos y pies. Su cabeza estaba
caliente, como si estuviera encendida, y el brillante color de la sangre
manchaba su visión y no desaparecía. Era tan brillante que no sabía
qué es lo que estaba viendo ahora, aunque sabía que algo estaba
pasando pues veía las formas moviéndose.
Si tan solo pudiera sacudir su cabeza y librarse de esa horrible vi-
sión, todo estaría bien, pero no podía ni siquiera parpadear. ¿Estaba

68 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

paralizado por la herida? ¿O había sido esa sangre con su enfermizo


color escarlata que lo había dejado tan quieto como la piedra bajo
sus pies?
¿Qué está pasando?
—¡Graaaah! ¡Maldita mujer!
La voz grave gritó nuevamente y al fin Taiki fue capaz de enfocar
sus ojos: era un hombre, un hombre grande que tenía una gruesa
espada en una mano. La estaba apuntando a Sanshi.
—¡Ningún nin’you me detendrá! ¡Vuelve al Koukai, monstruo!
La espada se levantó en el aire, descendiendo con una terrible
velocidad.
¡Sanshi!
Quería gritar, pero ningún sonido salió de sus rígidos labios.
La punta de la reluciente espada trazó un arco a través del aire,
rozando a Sanshi mientras caía. Entonces el brazo de la nyokai salió
disparado, clavando las uñas en la tráquea del hombre. Algo rojo hu-
medeció sus dedos de color blanco puro. Un momento después, más
rojo chorreó del brazo de Sanshi, en el lugar donde la espada había
golpeado.
¡No, detente!
Por reflejo, Taiki cerró firmemente los ojos y en los momentos si-
guientes a esa terrible vista, los apretó con toda su fuerza, tan juntos
que esperaba que nunca más se abrieran. Su cabeza flotaba, no sa-
bía nada, ni siquiera sabía si seguía respirando o si su corazón seguía
latiendo. Quería permanecer así, en la oscuridad para siempre, pero
algo lo asió de un tirón por las manos y sus ojos parpadearon por la
sorpresa. Antes de poder entender qué sucedía, se había deslizado
de la pequeña roca sobre la que había estado hasta ese momento.
Su espalda golpeó contra el suelo, pero antes de poder siquiera
gemir, fue tirado nuevamente por sus brazos, esta vez, cuando abrió
los ojos, vio sus propias manos suspendidas en frente de él, todavía
envueltas en la afilada y delgada cadena. El desconocido espadachín
estaba a unos pasos de él, sosteniendo el otro extremo de la cadena
en su mano izquierda. Cada vez que el hombre se movía, Taiki sentía
como si sus hombros y codos se retorcieran y se rompieran, y su par-
te inferior se estrellaba contra las rocas que estaban a su alrededor,
amoratando y cortando la piel.
—¿Qué es esto? —Su espada seguía apuntando a la nyokai y el
hombre miraba a Taiki. La ira en su rostro se hacía más profunda—.

69
Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

¡Ese cabello! ¡¿Qué es ese color?! — gruñó acusadoramente, pero


Taiki no respondió.
Sanshi avanzó y el hombre la apartó fácilmente del camino con
el lado romo de la espada, pateándola rápidamente con su pie. Más
gotas rojas rodaban por el torso blanco de la nyokai.
El hombre miró nuevamente a Taiki. Su fuerte rostro se retorcía
y gruñía.
—¡Mocoso! ¡No me digas que no eres el kirin!
¿El kirin? Claro que lo soy. Todos lo dicen.
Espera, ¿debo decírselo?
¿Qué pasará con Sanshi?
¿Qué pasará con la sangre…?
La sangre…
Cada vez que el hombre se movía, Taiki era arrastrado, su cuerpo
entero se sacudía dolorosamente. El kirin se encontraba mal del estó-
mago, sintió como si algo dentro de él estuviera a punto de romperse.
—¡Estaba seguro de que eras el kirin! ¡Estaba seguro! ¡¿Y ahora
qué tengo como pago por mi molestia?! ¡Un mocoso cualquiera y un
nin’you pernicioso! ¡Hmph!
La brillante espada golpeó el brazo estirado de Sanshi y la sangre
se derramó una vez más. Sanshi retrocedió de un salto y el hombre
avanzó hacia ella, arrastrando a Taiki contra una punta rocosa que se
enterró en su pecho.
—¿Cómo es que un nin’you como tú llegó a Houzan? ¿Acaso los
guardianes de la montaña son así de descuidados con sus deberes?
—El hombre gritaba y escupía—. No importa, ¡me encargaré de ti yo
mismo!
La espada bajó. Sanshi la esquivó nuevamente, casi lo había lo-
grado, pero el arma alcanzó a abrir otra herida en su piel antes de
golpear contra la roca tras ella.
Sanshi…
Su blanco cuerpo estaba manchado de rojo.
¡Corre, Sanshi!
Si tan sólo pudiera gritarle…

—¡Detén esto inmediatamente!


Taiki escuchó una voz aguda gritar y abrió sus ojos.

70 Edición: EED_Wolf
Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—¿Cuál es el significado de esto?


—¡Taiki!
Escuchó pasos acercándose rápidamente. El rostro de una nyo-
sen, pálido por la preocupación apareció ante sus ojos.
—¡Taiki! ¿Estás bien?
La nyosen corrió hacia él estirando sus brazos. Él sintió una lágri-
ma rodar por su mejilla. Manos cálidas lo abrazaban, levantándolo de
donde había permanecido entre las rocas. En la seguridad de ese fra-
gante abrazo, sucumbió completamente a sus emociones: de un lugar
muy oscuro dentro de él, pudo sentir un incontenible deseo de morir.
—¿Qué locura ha sucedido aquí? ¡Sanshi, detente ya!
Era la voz de Teiei llena de rabia.
—¿Es ella tu mascota? ¡Entonces ordénale que se aparte!
—¡Eres tú quien debe apartarse, intruso insolente!
Taiki nunca había escuchado a una nyosen mayor hablar con
tanta violencia en su voz. El desconocido guerrero la observaba con
la boca abierta. Sanshi, que temblaba mientras continuaba interpo-
niéndose entre el espadachín y el joven kirin, miraba agresivamente
al hombre con muerte en sus ojos.
—No, Sanshi —decía Teiei—. Si te ensucias con sangre, no podrás
estar cerca de Taiki. Debes controlar tu ira —Entonces, Teiei miró al
hombre imperiosamente—. Y tú, de verdad eres un tonto al cometer
tal crueldad contra el señor Taiki, aquí en Houzan.
—¿Taiki? —El hombre miró al chico que escondía su rostro mien-
tras se apretujaba contra una nyosen—. ¿Así que este mocoso, es
decir, este niño es realmente Taiki?
—Por supuesto que sí. Desde tiempos antiguos, los únicos niños
permitidos en Houzan han sido solamente los Señores de Houzan.
Ahora escucharé tus razones para haber cometido esos actos infer-
nales contra el Señor de Houzan.
Repentinamente, el hombre se puso muy feliz.
—¡Taiki, eres tú! ¡Te atrapé!
El desconocido avanzó y Teiei levantó una mano.
—¡Tu respuesta! No te permitiré acercarte más hasta escuchar
una razón.
—¡Lo atrapé! ¡Yo lo hice!
—¡Quiero escuchar tu respuesta! ¡Ya! O te mostraré por qué las
nyosen de Houzan somos consideradas la más peligrosas entre los
oráculos.

72 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

El hombre sonrió ampliamente.


—Yo soy Goson, el oficial auxiliar del Gobernador de la Provincia
de Ba en Tai — su gruesa voz tenía ahora un tonto tono de cortesía—.
Vine al escuchar el rumor de que Taiki había aparecido en Houzan.
—No se ha autorizado ninguna ascendencia en el Palacio Externo
Hoto a nadie de nombre Goson.
—Ah… lo siento por eso. Es que estaba tan emocionado por ver el
Palacio Houro que no avisé previamente en el Palacio Externo Hoto.
¡Pero mira, lo cacé!
—¿Y? ¿Qué pasa?
El hombre abrió sus ojos como platos.
—¡Pero si he atrapado al kirin! Me disculpo por haber olvidado
mis modales y venir ignorando las formas sagradas de Houzan, ¡pero
me llevaré mi premio conmigo! —El rostro del hombre se volvió una
gran sonrisa—. Verás, soy el nuevo Rey Pacífico.
Taiki sintió cómo la nyosen que lo sostenía temblaba. Junto a
ellos, los hombros de Teiei también se sacudieron como señal de
repugnancia.
—Tú… ¡Tú, estúpido!
Tan grande era el poder de intimidación en su voz que el hombre
retrocedió medio paso.
—¡Dudo mucho de la sabiduría de la Provincia de Ba si han nom-
brado oficial auxiliar a un hombre así!
El hombre retrocedió otro medio paso.
—¿Quién exactamente crees que es Taiki? El Señor de Houzan
no es un mero demonio que un inculto cazador pueda atrapar en el
Mar Amarillo. ¡No vuelvas a decir tremenda idiotez en mi presencia!
¿Dices que eres el Rey Pacífico? ¡Deja este lugar! ¡Vete ahora antes
de que los Cielos te envíen un rayo!
—Pero…
—¡Silencio! No escucharé ni una palabra más de esa sucia boca.
¿A menos de que quieras que ejecutemos la justicia celestial aquí
mismo y te arranquemos los labios para que no vuelvas a hablar?
El hombre estaba boquiabierto y entonces, sin decir ninguna pa-
labra, cerró la boca.
La nyosen que sostenía a Taiki le permitió ponerse de pie. Con
gran cuidado, desenredó la cadena que le apretaba las muñecas.
Entonces, acarició las marcas donde la cadena había cortado la piel,
acarició su mejilla, tocó su pelo y miró su rostro. Parecía estar al

73
Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

borde de las lágrimas.


—Qué cosas horribles has visto. Debiste estar muy asustado,
Taiki. Ven, debes volver conmigo a la Pagoda del Rocío Crepuscular.
—Pero, Sanshi…
Taiki, confundido, miraba a la nyokai que se encontraba de pie,
desolada, a una corta distancia.
La nyosen sacudió la cabeza.
—Ahora no. Debemos dejar a Sanshi aquí. Ven…
Aunque no estaba completamente seguro de qué sucedía, una
cosa era cierta: Sanshi había sido gravemente herida por proteger-
lo. Quería preguntarle si estaba herida, quería agradecerle, quería
cuidar sus heridas, sin embargo, solo ver su cuerpo ensangrentado
le hacía sentir una presión en su pecho. El empalagoso hedor de la
sangre flotaba en el aire hasta él y hacía que arrugara su nariz. No
podía acercarse a ella sin importar cuánto quisiera hacerlo.
Delicadamente, la nyosen se acercó a él y lo levantó en sus bra-
zos. De una sola vez, pudo notar cuánto le dolía el cuerpo. Ahora
tenía dolor por todas partes y con cada balanceo que la nyosen hacía
al caminar, tenía que esforzarse para no llorar.

Habían entrado por la puerta de vuelta al Palacio Houro y habían ca-


minado una corta distancia antes de encontrarse con Youka y otras
nyosen que se daban prisa en llegar a ellos.
Las mujeres gritaron con horror al ver las raspaduras que cubrían
a Taiki. La nyosen que lo había traído les explicó lo que había pasado y
la mitad de ellas salieron por la puerta para lidiar con el desconocido.
—¿Qué tipo de persona haría algo así? —murmuró Youka, miran-
do agresivamente en la dirección que daba hacia el laberinto externo.
Entonces, su rostro se llenó de lástima y se acercó a Taiki—. Pobre
joven señor. Debes estar asustado. ¿Estás bien?
—Sanshi…
Youka asintió, entendiendo su preocupación sin necesidad de
que dijera más.
—Sanshi estará bien. Aunque las heridas de una nyokai puedan
parecer profundas, podrá curarse rápidamente. Estoy más preocupa-
da por tus heridas, señor Taiki.
—C-creo que estoy bien.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

—Puede ser, pero debemos regresar a la pagoda inmediatamen-


te. Sanshi irá una vez se haya limpiado. No temas.
Taiki lo pensó un momento y asintió.
—Veo tu expresión, no te preocupes por lo que ha pasado —dijo
Youka—. Es la naturaleza del kirin aborrecer la sangre. Hay kirin que
con solo olerlo caen enfermos.
—¿D-de verdad? ¿Así que los otros son como yo?
—Pues sí. Es por eso por lo que no debes atormentar tu corazón.
Cuando Sanshi regrese, curaremos tus heridas.
Taiki asintió y entonces, alzando los brazos, dejó que Youka lo
llevara en su cómodo abrazo.
Las nyosen se turnaron para cargarlo mientras regresaban lenta-
mente a la Pagoda del Rocío Crepuscular.

En la habitación en la parte trasera de la Pagoda del Rocío Crepuscu-


lar, Youka acomodó al pequeño kirin en un gran cuenco lleno de agua
y vapor medicinal.
Lo examinó cuidadosamente, le lavó la tierra de la piel y escuchó
la historia del ataque del desconocido guerrero. Mientras le decía lo
que recordaba, ella internamente maldijo al aspirante a rey que se
atrevió a entrar a la montaña.
—Todavía no entiendo qué pasó —admitió Taiki.
Youka sonrió.
—Fui descuidada, eso es lo que pasó. Pensé que estarías a salvo
porque el equinoccio de primavera ya había pasado. Por favor, per-
dóname.
—No creo que sea tu culpa, Youka.
—No, sí que lo es. Y debí haberte advertido del peligro. Me alegro
de que no hayas sufrido ninguna herida seria. Estoy segura de que
fue Sanshi quien te sostuvo cuando caíste inicialmente de la pared.
Cuando vuelva debes mostrarle apropiadamente tu agradecimiento.
—Sí.
—Y debes prometerme que nunca saldrás, solo o incluso solo con
Sanshi, a ningún lugar fuera del palacio si no hay nyosen presentes.
No, por favor, prométeme que ni siquiera te acercarás a los límites.
—Me mantendré alejado de la puerta —dijo Taiki con la voz baja.
Youka asintió. Desdobló una toalla limpia y la envolvió alrededor

75
Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

del joven mientras él salía de la bañera, entonces, lo levantó y lo llevó


hasta la plataforma elevada al fondo de la habitación que hacía las
veces de cama. Sentándolo sobre las mantas que allí se encontra-
ban, secó cuidadosamente su pequeño cuerpo.
—Todos los kirin deben escoger un rey —dijo después de un tiempo.
—¿Mm? ¿Por qué? ¿No es el hijo del rey el que se vuelve el nuevo
rey?
—No. El rey solo es rey después de que el kirin lo haya escogido.
—No… lo entiendo.
—No estoy segura de cómo funciona exactamente, pues no soy
un kirin, pero te diré lo que me han explicado a mí: dicen que Tentei
es quien decide quién será el rey. Él, el más poderoso ser en los Cie-
los, sopesa las cualidades de muchos hombres, escogiendo el mejor
preparado para traer orden a un reino.
—¿Pero no era el kirin quien escogía?
—Sí…pero es Tentei, el Emperador de los Cielos, quien informa
al kirin de la decisión. No es como si Tentei te susurrara en el oído,
sino que cuando conozcas al rey, simplemente lo sabrás. Tendrás
una revelación.
—¿Qué es una revelación? —dijo, frunciendo el ceño.
—Es cuando te das cuenta de algo que llega repentinamente.
Exactamente cómo sucede, solo los kirin lo saben. Lo reconocerás
cuando suceda, estoy segura. Recuerda: incluso el kirin más peque-
ño escogerá al rey.
—Está bien —dijo Taiki, un poco inseguro.
—Cuando llegue el momento, muchas personas que quieren ser
el próximo rey de Tai subirán a Houzan. Te conocerán y escogerás.
—¿Quieres decir que vendrán como el hombre de hoy?
Youka asintió seriamente. Apartando la toalla que había utilizado
para secar el pelo de Taiki, lo ayudó a colocarse la ropa interior.
—Así es, como él, pero muchos, muchos más. Vendrán después
del solsticio de verano.
—¿Y por qué en ese momento?
—Houzan se encuentra en la mitad del Koukai o Mar Amarillo. No
es un lugar en que los hombres puedan entrar fácilmente, sin embar-
go, hay cuatro portones en la periferia del Mar Amarillo y cuando se
abren, las personas tienen permitido el paso de forma segura. Esos
portones solo se abren uno a la vez en el equinoccio de otoño y pri-
mavera, y en el solsticio de verano e invierno. Los días en que uno de

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Fuyumi Ono Doce Reinos

los cuatro portones se abre, es conocido como Día del Paso Seguro.
En cualquier otro momento, los portones están muy bien custodiados.
—¿Solo se abren por un día?
—Sí, solo uno: desde la mañana de un día a la mañana del si-
guiente. Cuando volviste a nosotros, Taiki, fue justo antes del equi-
noccio de primavera y pensé que nadie que quisiera ascender podría
llegar en tiempo a la montaña para pasar por el portón. Fue descui-
dado de mi parte. Te ruego que me perdones.
—V-vale, Youka.
—Creo que ese insolente pudo pasar en el último segundo. Los
otros no aparecerán hasta el solsticio de verano. También debes sa-
ber que una vez se pasa por los portones, toma alrededor de media
luna llegar a la montaña y una vez se está dentro del Mar Amarillo no
podrán irse hasta la próxima vez que se abran los portones. Es por
eso por lo que muchos aspirantes que llegan a Houzan traen tiendas
y arman casetas alrededor del Palacio Externo Hoto, pues es el lugar
destinado para que se queden hasta que puedan volver. Aunque los
demonios y las bestias vagan en el Koukai, dichas criaturas no pue-
den poner un pie en los peldaños de Houzan, así que es seguro. Mu-
chas personas se reúnen, algunas veces tantas que podrían formar
un pueblo pequeño.
—¿Tantas? ¿Cómo sabré quién es el rey?
—No debes preocuparte. Tendrás una revelación y sabrás. Si no
hay revelación, no importa lo buenos que sean los hombres reunidos,
ninguno debe ser rey.
—Oh.
—Aun así, debes tener cuidado, pues hay tontos como el hombre
de hoy, demasiados, temo decir. Vienen creyendo en los rumores que
dicen que el que atrape al kirin será rey o que solo se necesita que
el kirin se arrodille ante ellos. Tonterías, pero las creen y sus medios
algunas veces son violentos.
—¿Es por eso por lo que el Palacio Houro está en medio de un
laberinto?
—Esa es una de las razones. Después de todo, cuando la noticia
del nacimiento de un kirin se disemina, siempre estarán esos que
intentan entrar a hurtadillas y robarlo.
Taiki tembló.
—Cuando llegue el momento, te llevaremos fuera del laberinto.
Hasta ese momento, no debes aventurarte tú solo. E incluso cuando

77
Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

estés dentro de las paredes, debes permanecer atento.


—Ya veo —dijo Taiki poco convencido.
Youka rio y acarició el pelo del chico.
—Confía en ti mismo, Taiki. Tú sabrás qué hacer. Cuando llega la
revelación, el kirin se arrodilla ante el rey. Está en la naturaleza del
kirin no arrodillarse ante ningún otro que no sea él. Incluso en los
templos de Tentei y Seioubo, el kirin es el único que tiene permitido
no arrodillarse.
—Oh...
—Entonces, harás tu juramento de nunca dejar al rey y de seguir
sus órdenes: “Nunca dejaré su lado, seguiré su decreto, le serviré
siempre con la mayor lealtad, este es mi juramento” o algo por el estilo.
Taiki asintió silenciosamente.
—Si el rey acepta, entonces tocarás su pie con tu frente, tocarás
con tu cuerno su pie. Una vez eso pase, quien sea que ha sido esco-
gido se convierte en rey. Como fue escogido por ti y tú eres el kirin de
Tai, será el Rey de Tai, el que es conocido como Rey Pacífico. Y desde
ese día, tú serás conocido como el Taiho de Tai.
—Eso suena muy complicado —dijo Taiki, incómodo con esta nue-
va responsabilidad, pero Youka simplemente sonrió.
—¿Eso crees? Hay mucho más, ¿sabes? Una vez escojas al rey,
ascenderás más aún en Houzan. Allí, encontrarás el templo de Seiou-
bo y llevarás al rey a ese lugar.
—Pero ¿cómo? Ni Sanshi puede subir ese pico.
Youka rio nuevamente.
—El camino se abrirá cuando llegue el momento. Ascenderás al
templo y allí recibirás el Mandato del Cielo e irás al Reino de Tai. Pero
no me vayas a preguntar qué es el Mandato del Cielo, porque solo el
kirin y el rey saben la respuesta.
—Vale, no lo haré.
—Lo que sí sé es que hermosas nubes se formarán en el cielo
desde Houzan hasta Tai. Caminarás por las nubes y descenderás a
tu reino.
—¿En serio? ¿Y entonces?
—¿Y entonces qué? —Youka miró a Taiki. Su expresión de niño
preocupado persistía.
—Quiero decir, ¿y entonces qué pasa? ¿Me voy a vivir a Tai?
—Claro.
—Espera, ¿así que no podré verte de nuevo? —Taiki sintió una ola

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Fuyumi Ono Doce Reinos

de soledad a través de él—. ¿O a Sanshi? ¿O a Teiei? ¿O a las otras


nyosen?
Youka suspiró y le dio a Taiki un abrazo, mientras él seguía sen-
tado sobre un cojín.
—Así es. Las nyosen puede que no podamos volver a verte des-
pués de ese día, pero Sanshi permanecerá contigo. Estará contigo
siempre, Taiki.
—¿Y si no quiero escoger al rey?
—Escoger al rey es tu deber más importante como kirin.
Taiki abrazó a Youka con sus delgados brazos y ella le dio palma-
ditas en la cabeza.
—Crecerás para ser un magnífico kirin y escogerás a un magnífico
rey. Nunca temas, siempre estaremos cuidándote desde las alturas
de Houzan.
Houzan era un lugar para criar kirin, pero los sabios que super-
visaban el entrenamiento decidieron que era mejor que un kirin que
se iba nunca volviera. Las manos de las nyosen estaban siempre
ocupadas preparándose para el próximo kirin que nacería.
Youka pudo haberle explicado esto al joven, pero pensó que sería
mejor no hacerlo.
—Es nuestro deseo más profundo que cumplas tu deber como
Taiki. Es por eso por lo que estamos aquí.
Taiki asintió como si hubiera entendido, pero dentro, realmente
no lo hizo… no entendía.

Días y semanas pasaron y aunque el clima nunca había cambiado, el


gran calendario en el Palacio Houro mostraba que se acercaba el ve-
rano. El cambio de estaciones significaba que se acercaba el solsticio
de verano, el día en el que el Portón Reikon o Portón de las Virtudes
en la esquina sudoeste del Mar Amarillo se abriría.
—Taiki —llamó Teiei al joven kirin una mañana—. ¿Te peino el pelo?
Lo había estado viendo intentar recoger rocas del fondo del río y
gritar enojado cuando sus mechones de pelo entraban al agua.
—Sí —dijo Taiki, sentándose en una roca en la ribera. La nyosen
desenredó uno de los cordones decorativos de su cinturón, usándolo
para amarrar su cabello color del acero. El cabello del kirin, que se
cortaba ocasionalmente, ya le recorría la espalda. Solo atarlo ya no

79
Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

parecía satisfacerlo.
—¿Al menos puedo cortarme los mechones de la cara?
—Si insistes, lo cortaré como desees. Sin embargo, debes prome-
terme no arrepentirte después de tu decisión.
—No veo por qué necesito tener el pelo así —dijo el chico desalentado.
Teiei rio.
—Debes saber que tu pelo no se quedará de este largo cuando to-
mes tu forma de kirin. Cambiará para acomodarse a tu nueva forma,
pero necesita tener cierto largo para poder hacerlo o sino estarás…
peculiar. Así que, si tu cabello quiere crecer más, entonces debo de-
cirte que todavía está muy corto.
—Supongo que lo podría saber si me pudiera convertir en un kirin
aunque fuera una vez.
—Aun así, estoy muy segura sobre el pelo, joven señor. Ya, listo.
Ella observó mientras Taiki saltaba de vuelta al agua y salpicaba.
—¿Has escuchado la historia de Sairin? —lo llamó.
—¿Sairin? ¿Quién es?
—Hace mucho tiempo, hubo una kirin llamada Sairin, que estaba
muy preocupada por su apariencia.
—El “rin” en su nombre muestra que es una mujer, ¿verdad? ¿La
kirin de Sai?
—Correcto. Sairin envidiaba el pelo de las nyosen y ordenó que se
le sujetara como a ellas.
—¿Como el de una nyosen? ¿Con horquillas?
Teiei asintió. Mientras hablaba, sus manos seguían trabajando,
añadiendo puntadas a la tela bordada en la que estaba trabajando.
—Sí, se echó aceite en el pelo, lo amarró firmemente y lo ase-
guró con muchas horquillas de diferentes colores. Todo estuvo bien
hasta que un día, cuando una nube de tormenta apareció un día, se
transformó sin pensarlo y volvió al palacio sin haber soltado su pelo.
Cuando se transformó, su melena seguía amarrada y su cuello se
había echado para atrás, torciéndolo. Nunca más pudo enderezarlo,
o eso dicen.
Taiki rio fuertemente.
—Suena doloroso.
—Oh, lo es. Tú también debes tener cuidado, Taiki. Debes tener
cuidado de no transformarte con tu pelo atado, no vaya a ser que
sufras el mismo destino.
—Tendré cuidado —dijo Taiki entre risas.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Teiei sonrió y volvió a mirar sus manos.


Desde que ese tal Goson de la Provincia de Ba hubiera aparecido
en los límites del palacio, dos o tres nyosen se quedaban siempre
con Taiki. No se podía confiar solo en la nyokai para protegerlo, pues
pelearía sin dudarlo contra cualquier amenaza y no sabía controlar-
se, pudiendo herir inintencionadamente al sensible kirin.
De hecho, el día del ataque de Goson, un simple baño no había
sido suficiente para quitarle el hedor a sangre de Sanshi. Sin decirle
nada a las nyosen, Taiki la dejó entrar a su cama como siempre hacía.
Al día siguiente, el joven kirin había despertado con una terrible fiebre.
Era en estos momentos que Teiei se arrepentía más de la larga au-
sencia de Taiki. Si tan solo tuviera un shirei o dos, pensaba la nyosen.
El Mar Amarillo alrededor de las Cinco Montañas estaba infesta-
do con todo tipo de demonios. Normalmente, un bebé kirin se aven-
turaría fuera, encontrando demonios y apaciguándolos, convirtién-
dolos en sus shirei. Empezaría en la base de la montaña, jugando
mientras apaciguaba a los pequeños que se reunían en las sombras.
Estos primeros shirei serían inservibles, pero también inofensivos.
Si tan sólo Taiki tuviese más tiempo…
Pero, aunque se aventurara al Koukai, ¿sabría cómo apaciguar a un
demonio? Teiei no estaba segura y tampoco podía enseñarle algo que
no sabía. Normalmente era algo que un kirin entendía desde que nacía.
Si tan solo su ausencia hubiese durado cinco años y no diez.
Los kirin nacían en su forma bestial. Por cinco años permanecían
así, antes de que sus cuernos crecieran. No podían hablar durante
este tiempo, ni entendían las órdenes de las nyosen. Eran como unos
polluelos, todavía aprendiendo todo.
Sin embargo, aunque el polluelo no sabe volar, el kirin ya posee
el talento de correr a través de los vientos desde su nacimiento. Por
lo tanto, el bebé kirin cruza las Cinco Montañas con la nyokai a su
lado, reuniendo demonios y jugando con ellos. El kirin se alimenta
solo de los pezones de la nyokai y durante esos primeros años, son
resistentes ante las heridas y el olor de la sangre.
Después de esos cinco años, aunque el tiempo varía de kirin a
kirin, un día toman la forma humana y empiezan a hablar el idioma
de los hombres. Un poco después de eso, son capaces de cambiar de
forma humana a bestial cuando les apetece. Por ese tiempo, las pun-
tas de sus cuernos empiezan a aparecer y entonces se destetan y se
consideran completos. Nadie tiene que enseñarles. Aunque nadie los

81
Capítulo 4 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

llamara adultos hasta que su cuerno crezca completamente, estos


kirin jóvenes ya poseen todas las habilidades de uno de su especie.
De esa forma, cuando un kirin es destetado, se difunde la noticia
al reino natal, que es llamado así a pesar de no haber nacido allí, y
se izan banderas de kirin en todos los templos a lo largo de la tie-
rra. El izado de las banderas significa que un kirin adulto está en la
montaña y que la elección del nuevo rey empieza. Aquellos que ven
las banderas y sienten que ellos, sobre los demás, merecen el trono,
empiezan su ascenso a Houzan.
Teiei suspiró.
Taiki ya no era un bebé kirin. El día en que regresó a la montaña,
las banderas habían sido izadas en el reino de Tai. Decir ahora que
no estaba listo era inútil: tendría que escoger un rey. Todos asumirían
que sabe transformarse y que tendría varios shirei.
—¿Qué será de él?
Tal vez Taiki escuchó el susurro preocupado de Teiei, pues cuan-
do se dio la vuelta para mirarla, lo hacía con ojos de duda. Pero Teiei
negó con la cabeza.
Era mejor no decirle. Al igual que el asunto de su transformación,
solo serviría para preocuparlo. No había ninguna nyosen que pudiera
enseñarle.
Además, Taiki había recuperado su ánimo solo recientemente y
no quería verlo frunciendo el ceño ahora.
Después de que Youka le hubiese dicho que nunca más regre-
saría a Houzan cuando escogiera al rey, Taiki se había molestado
mucho. Parecía odiar la cercanía del solsticio de verano y las nyosen
que lo cuidaban estaban muy preocupadas.
Pero solo se calmó cuando le dijeron que no era seguro que el
próximo rey estuviese entre los que ascendieran la montaña en ese
solsticio y que incluso algunos kirin esperaban estación tras estación
por muchos años. La verdad era que algunos kirin se cansaban de
esperar por un rey que nunca llegaba y se iban de Houzan a buscarlo
ellos mismos. ¿Pero qué pasaría si el nuevo rey estaba entre los que
llegarían?
Si hay algo que se pueda hacer, este es el momento.
Menos mal que todavía no había ningún aspirante al trono espe-
rando en los campos rocosos del Palacio Externo Hoto. Aparentemen-
te, el único que pudo pasar en el Día de Paso Seguro del equinoccio
de primavera había sido Goson.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

En cuanto a ese hombre… después de haber sido reprendido


fuertemente por todas las nyosen, lo habían enviado de vuelta a la
montaña sin comida ni agua, a que sufriera la suerte que el destino
le tuviera deparado. Tendría que esperar en el Portón de las Virtu-
des hasta que fuese abierto en el próximo Día de Paso Seguro, sin
embargo, esperar afuera del laberinto del palacio por tanto tiempo
sin tener cómo defenderse de demonios y bestias no era nada fácil.
Aunque lograra sobrevivir, se convertiría en el hazmerreír de aquellos
que pasaran el portón en el solsticio. De igual forma Teiei sentía poca
simpatía por él.
La nyosen mayor sabía que la actual ausencia de visitantes no
deseados solo duraría hasta el solsticio de verano. Después de eso,
habrá personas en el Palacio Externo Hoto a todas horas. Si Taiki fue-
ra al Koukai a enfrentarse a demonios, quizá recordaría cómo apa-
ciguarlos, pero comparado con un cachorro nacido en Houzan, Taiki
tenía poca tenacidad y sería necesaria para sobrevivir a las peleas.
Y cuando pensaba qué sería de él si algo iba mal, Teiei sabía que no
podían arriesgarse a hacerlo.
—¿Te preocupa algo, Teiei?
La nyosen levantó la mirada y encontró al joven kirin mirándola
fijamente.
—No —respondió después de una corta pausa.
—Estás preocupada por mí, ¿verdad?
Teiei rio. Ya Taiki sabía instintivamente que la única cosa que po-
día preocupar a una nyosen era el kirin. Ella se sentía feliz con su
agudeza y su amabilidad al notar su humor la alegró más.
—Para nada —mintió.
—Pero…
—Solo estaba molesta con mi bordado. No debo decirlo en públi-
co, pero nunca he sido buena.
—¿Puedo ayudarte?
—Eres muy amable, pero si cosieras mejor que yo, tendría que
retirarme en exilio de la montaña, avergonzada de las otras nyosen.
Ahora, ve a jugar y no te preocupes.
Teiei sonrió y le dio palmaditas en la cabeza a Taiki.
Si solo pudiera conocer a otro kirin.
Un kirin quizá podría enseñarle las cosas que Sanshi y las nyokai
no podían.

83
Mar del Viento, Orilla del Laberinto

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Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 5

—¡Lady Gyokuyou!
Taiki acababa de terminar de comer en la Pagoda del Rocío Cre-
puscular cuando el Alto Oráculo apareció.
Gyokuyou entró silenciosamente en la pequeña estructura de
cinco habitaciones y un joven de pelo dorado iba tras ella. Teiei se
postró inmediatamente, haciendo una reverencia con su cabeza en
el suelo.
¡La Genkun reconoció nuestra necesidad! ¡Lo supo!
—¡Solo ha pasado poco tiempo desde la última vez que te vi y
mira todo lo que has crecido! —dijo Gyokuyou sonriendo, mientras
tocaba el pelo de Taiki—. Tu melena también ha crecido espléndida-
mente. ¿Tus días son buenos?
—Son muy bueno —respondió Taiki, sus ojos eran atraídos por el
joven detrás de ella. Los hombres eran raros en Houzan y Taiki no
había visto a Goson desde que lo había atacado.
—Este es el Taiho de Kei. Puedes llamarlo Keiki.
Los ojos de Taiki se abrieron como platos.
—¿Es… un kirin?
Gyokuyou asintió.
Taiki levantó la mirada, observando al hombre llamado Keiki que
había asentido de forma cortante y quien lo miraba sin ninguna ex-
presión en su rostro.
Taiki estaba extático por poder conocer a otro kirin al fin, a pesar
de que pareciera algo distante. Aunque el chico sabía que él era un
kirin, todavía tenía una idea muy vaga de qué era eso realmente.

85
Capítulo 5 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Gyokuyou miró el interior del palacio, observando al grupo de


nyosen que estaban reunidas allí.
—Veo que la Pagoda del Rocío Crepuscular se ha convertido en
un lugar muy animado.
Enseguida Youka bajó la cabeza.
—Mis disculpas, Genkun, pero el señor Taiki odia comer solo…
El Alto Oráculo se rio.
—Está bien. El Señor de Houzan no es otro que Taiki, así que pue-
de hacer lo que le plazca.
—Sí, Genkun.
—Démosle la bienvenida al Taiho de Kei. Se quedará con noso-
tros por un tiempo, reserva un palacio para él.
—Sí, Genkun.
Los ojos de Gyokuyou supervisaban a las nyosen mientras estas
hacían sus reverencias y entonces, tomó la mano de Taiki.
—He oído que fuiste atacado por un intruso confundido. Es algo
muy desafortunado, ¿te hirieron?
—No mucho.
—Entonces, me alegro —dijo y entonces Gyokuyou sonrió, hacién-
dole gestos a Taiki para que se sentara. Con sus ojos, le indicó a
Keiki que hiciera lo mismo—. El Taiho de Kei estuvo con nosotros en
Houzan antes que tú, Taiki.
—¿De verdad?
Taiki miró a Keiki, sus fríos ojos solo parpadeaban como respuesta.
—Ambos nacieron en Houzan, así que son como hermanos. El Taiho
de Kei estará nuevamente con nosotras en la montaña un tiempo. Trá-
talo como tratarías a tu hermano mayor y podrás aprender mucho de él.
—Sí, señora —Taiki sonrió y se dirigió a Keiki—. Taiho de Kei, ¿ya
has comido?
—Sí.
—¿Te gustaría algo de té?
—Me niego respetuosamente.
Taiki se rascó el cuello.
—Um, ¿en qué palacio te gustaría quedarte?
—Cuando estuve aquí antes, viví en la Pagoda del Loto Morado.
—Está bien, ¿quieres ir allí? ¿Puedo ir contigo?
—Por supuesto.
Keiki se levantó y Taiki lo siguió. Dio unos pasos tras el kirin ma-
yor y entonces se giró para hablarle a Gyokuyou.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

—¿Estarás con nosotros por un tiempo, Lady Gyokuyou? ¿O te vas


nuevamente?
Gyokuyou sonrió.
—No tengo nada importante que atender. Si lo deseas, cenaré
contigo, Taiki.
—¡Por favor! —Sonrió Taiki y luego se fue tras Keiki.
Gyokuyou y las nyosen rieron.
Cuando los dos kirin desaparecieron de la vista, Teiei le habló
dudosa a Gyokuyou:
—No quiero ser impertinente, pero…
—Di lo que piensas.
—Es solo que el Taiho de Kei no es exactamente muy extrovertido,
quizás con Taiki…
No tuvo que decirlo todo, pues Gyokuyou lo entendía. El Alto Orá-
culo rio fuertemente.
—El Taiho de Kei puede ser algo seco y formal.
Teiei no dijo nada. Keiki había nacido en Houzan y había vivido
allí hasta hacia poco, así que todas las nyosen lo conocían personal-
mente. Habría sido educado de su parte negar lo que Gyokuyou había
dicho, pero no pudo. En su lugar, esperó a que la Genkun hablara
nuevamente.
—Debido a su conexión, había pensado en la Taiho de Ren, pero
su reino está en medio de una agitación y no podía llevarme a la Tai-
ho en tiempos de necesidad.
Teiei había escuchado rumores de los problemas en el reino na-
tal de Renrin, así que asintió.
—Siguiendo esa línea —Gyokuyou continuó—, se me ocurrió que
el Taiho de Kei era el más cercano en edad a nuestro kirin. Aunque él
también tiene dificultades de las que encargarse en su reino, pensé
que quizá sería bueno que estuviera con Taiki por un tiempo. Quizá
algo de la extroversión de nuestro señor actual se le contagie.
Teiei aguantó la risa.
—Sí, Genkun.
Gyokuyou rio ligeramente y entonces su expresión se puso seria.
—La Emperatriz de Kei tiene una tendencia a alejarse de sus
propios pensamientos y con un Taiho tan estoico, es posible que se
vuelva aún más distante. Será bueno para Keiki aprender algo de la
alegre personalidad de Taiki, por el bien de su ama.
Teiei asintió en silencio.

87
Capítulo 5 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Parecía que Houzan no era el único lugar en los Doce Reinos que
conocía el sabor de los problemas.

Taiki se apresuró tras Keiki, la usual comitiva de nyosen los seguían


de cerca.
No era algo simple para el chico alcanzar al kirin adulto, pues
daba unas largas zancadas y ni siquiera intentaba bajar el paso. Así
que para el momento en que llegaron a la Pagoda del Loto Morado,
Taiki estaba jadeando.
Esa pagoda era algo similar en estructura a la Pagoda del Rocío
Crepuscular. Keiki entró, recorriendo las habitaciones por un rato.
Taiki pensó que el kirin adulto estaba recordando el pasado, así que
se quedó silenciosamente de pie y esperó.
Después de haber visto todo el edificio, Keiki encontró una silla
en la habitación central y se sentó. Taiki, inseguro de qué hacer, se
quedó de pie junto a él.
Había un simple juego de muebles en el palacio, pues las co-
modidades y decoraciones que lo hacían sentir como un hogar ya
habían sido removidas. Keiki se sentó, aparentemente perdido en
sus pensamientos, siguiendo los movimientos de las nyosen con el
rabillo del ojo, mientras ellas arreglaban su lugar de estancia con
todas las cosas que necesitaría mientras se quedara.
Gradualmente, Taiki se sintió más y más agitado, parecía que el
kirin adulto había olvidado completamente que él estaba allí. Keiki
parecía tan abstraído que el chico no se atrevió a romper el silencio.
Sintió que estaba siendo grosero solo por quedarse tan cerca de él,
así que se quedó allí de pie, sin saber qué hacer, hasta que una nyo-
sen trajo té y lo acomodó en la pequeña mesa de la habitación.
—Le pedimos perdón por el alboroto —dijo una de ellas—. ¿Quiere
algo de té? —dijo, ofreciendo a Keiki un elegante tazón lleno del ca-
liente líquido—. ¿Sabe? Si se sienta ahí tan callado, el señor Taiki no
sabrá qué pensar de usted.
—Ah… —Keiki miró a Taiki, finalmente registrando su presencia—.
Lo siento mucho —dijo, mientras inclinaba su rostro sin expresión en
la dirección del joven kirin.
—Um… siento que estoy en el medio. Quizá deba irme —dijo Taiki
dubitativo.

88 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

Fue una nyosen quien le respondió, no Keiki.


—No, para nada. Toma, señor Taiki, aquí hay algo de té para ti.
La nyosen le ofreció una silla y, después de dudar por un momen-
to, se sentó, sintiéndose extremadamente incómodo.
—Um… —Empezó tras una larga pausa—. ¿Dónde vives, Taiho de
Kei?
Se sentía muy poco natural dirigirse a Keiki por su título, pero
Taiki había escuchado a las nyosen hablar así, así que las imitó.
—Kei.
—¿Qué tipo de reino es Kei?
—Un reino oriental —respondió Keiki monótonamente.
No dijo nada más, dejando a Taiki preguntándose qué tipo de
lugar era realmente el reino natal de este kirin.
—Así que, ¿tú también vivías en Houzan, Taiho?
—Así es.
—¿Desde tu nacimiento? Yo acabo de llegar.
—Desde mi nacimiento.
—¿Y cuánto te quedaste?
—Hasta hace dos años.
—Oh, así que escogiste a tu rey hace dos años.
—Conocí a mi rey hace solo un año.
—Ah —tartamudeó Taiki—. Así que hace dos años te fuiste de Hou-
zan para buscarlo, ¿verdad?
—Correcto.
—Um… —Taiki miró su tazón de té. El olor de las flores llegaba a
su nariz—. Me preguntaba, ¿cómo es escoger a un rey? Youka dice
que debo tener una revelación, pero no estoy seguro de qué significa.
—Lo sabrás cuando llegue el momento —respondió Keiki secamente.
—¿Estás seguro de que podré escoger al rey?
—Sí, está en la naturaleza del kirin poder hacerlo.
—¿Aunque no sepa qué es una revelación?
Es difícil describir una revelación con palabras, pero cuando en-
cuentres a tu rey, sabrás que es el elegido.
—¿Y si escojo a alguien equivocado y no al rey?
—Eso no puede pasar, conocerás al rey por su ouki.
—¿Ouki?
El rostro inexpresivo de Keiki asintió.
—El rey posee un aire real, algo así como una presencia o aura.
Es diferente del resto, lo sabrás.

89
Capítulo 5 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Bueno, tal vez no lo sabría porque soy diferente a los demás


kirin. Tal vez mi forma de escoger también sea diferente.
—No conozco a otro kirin negro, así que no sabría decir.
—Oh.
La perplejidad de Taiki se acrecentó. Quería tanto encontrarse
con otro kirin, pero ahora estaba frente a uno y era demasiado frus-
trante sentir que no había progreso. Una delgada capa de sudor se
formó en su frente.
—Y cuando te fuiste de Houzan, ¿cómo buscaste al rey?
Para Taiki era una cosa escoger al rey de la gente que llegaba a
ti, pero era otra muy diferente salir a buscarlo, sin siquiera saber en
dónde en todo el mundo podía estar.
—Seguí el ouki para buscarla.
—¿Quieres decir que saliste y conociste a muchas personas para
verificar si tenían el ouki o no?
—Así funciona el ouki, aunque el rey no esté frente a tus ojos,
puedes sentir la dirección en la que él o ella están. Entonces solo
debes sentirlo.
—Ya veo… —dijo Taiki, sin entenderlo—. Tú… Taiho de Kei, puedes
transformarte, ¿no?
—No hay kirin que no pueda.
—Yo no puedo. No sé cómo hacerlo.
Keiki miró a Taiki. Sus ojos eran de un extraordinario color púrpura.
—¿Me preguntarías cómo levantar tu brazo? ¿Acaso estudiaste
cómo caminar?
—No…
—Es igual a esas cosas. Me puedes preguntar cómo me trans-
formo, pero no sabría decirte y aunque intentara explicártelo, no te
ayudaría en nada.
—Oh… —Taiki bajó la cabeza.
Tal vez nunca pueda hacerlo.
Un largo silencio apareció. Al darse cuenta de que Keiki no iba
a decirle nada, Taiki se puso de pie. Ahora quería ver a Sanshi más
que nada.
—Siento haberte molestado —Hizo una reverencia y el kirin adulto
asintió como respuestas—. ¿Te veré para la cena?
—Parece que Lady Gyokuyou quiere que cenemos juntos.
—Cierto… siento ser una molestia. Me iré ahora.
—Adiós.

90 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

Taiki hizo otra reverencia y se dio la vuelta para irse. Caminó lo


más rápido que pudo, pero antes de llegar a la entrada, sus primeras
lágrimas cayeron. Sus pies se detuvieron abruptamente al escuchar
a una nyosen correr tras él. La tristeza y la vergüenza lo embargaban.
—Taiki…
Una mano tocó su hombro, su peso y calidez hicieron que la tris-
teza resurgiera.
—Tal vez no soy un kirin.
—Claro que lo eres.
Los suaves brazos lo acogieron.
—Si soy un kirin, entonces soy uno inútil.
—Eso no es verdad, Taiki.
—Sí, lo es —Taiki abrazó a la nyosen—. Lo siento…
Lo siento por ser inútil.
Lo siento porque todas me aman tanto.
Lo siento porque no puedo hacer nada de lo que esperan que hagan.

“¿Cómo se convirtió en un llorón?”.


Taiki recordaba la queja favorita de la abuela.
“No pasa nada”, su madre le decía. Su mano le daba palmaditas
en la cabeza que eran igual que las de la nyosen.
“No te preocupes por lo que dice la abuela. Eres un chico amable
y eso me gusta”.
Entonces, ¿por qué mamá lloraba tanto?
Cuando le decía que lo sentía, ella le decía que no había por qué
disculparse. Sonreía con sus ojos llenos de lágrimas y tocaba su pelo
suavemente.
—No dejes que te moleste —dijo la nyosen, dándole palmaditas a
Taiki en la espalda. Con su mano cálida, sostuvo la de él y lo acompa-
ñó de vuelta a la Pagoda del Rocío Crepuscular. Allí, Youka y Teiei lo
consolaron de la misma forma.
—No hay prisa.
—Es verdad. Aunque puedas transformarte o no, definitivamente
eres un kirin. No debes preocuparte por eso.
“No te preocupes por lo que dice la abuela”.
—Y ese Taiho de Kei, no he conocido a persona más grosera.
“Es que ella tiene un temperamento fuerte”.

91
Capítulo 5 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Por favor, no llores. Aunque no puedas transformarte, a ninguna


de nosotras le importa.
“No tienes que pedir perdón”.
—Es verdad, Taiki. No te preocupes por eso.
Sanshi también lo consolaba. Tocaba su cabello y lo sostenía en-
tre brazos, mirando su rostro.
—¿Salimos un rato? La brisa de la tarde te sentará bien.
La amabilidad de todas hacía que fuera más difícil de soportar.
Cada mano cálida y cada suave voz parecían apuñalarle el corazón.
—Que tengas una buena caminata, Taiki —dijo Youka, poniéndole
un hoh sobre los hombros—. Pero regresa a tiempo para la cena. Es
muy interesante cuando la Genkun está presente.
Youka los despidió y Sanshi lo llevó fuera del palacio, sin embar-
go, las lágrimas seguían saliendo.

—¿Qué haremos con usted, Taiho? —Gyokuyou suspiró profundamen-


te. Estaba sentada en la Pagoda del Loto Morado con Keiki a su lado,
una expresión de consternación se mostraba en el rostro de él—. Taiki
todavía es pequeño, ¿cómo pudo hacerlo llorar?
—Me niego a la sugerencia de que era mi intención hacerlo llorar.
—Entiendo, sin embargo, quizá deba mejorar un poco la forma de
comunicación con el joven kirin.
—Me preguntó cómo nos transformamos, pero yo no sé la res-
puesta. ¿Cómo puedo mejorar la verdad?
Gyokuyou suspiró nuevamente.
—Tal vez no pueda, sin embargo, la verdad tal como es, es algo
cruel. Como sabe, Taiki está en una posición desafortunada, pues
pasó sus primeros años en Hourai. No será tan fácil para él como fue
para usted, Taiho de Kei. Él tendrá que…
—¿Y por qué no le preguntas al Taiho de En que te ayude? Él nació
en Hourai. Yo no estoy cualificado para esto.
—Keiki —dijo Gyokuyou con un filo en la voz—, sea como sea, le
pedí ayuda a usted. Lo hice porque sentí que era lo mejor tanto para
usted como para el joven señor.
—Pero yo…
—¿Seguramente no creerá que ignoro sus propias preocupacio-
nes, no es así, Keiki?

92 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

Ahora era el turno de Keiki para suspirar, su inexpresivo semblan-


te se hacía más oscuro mientras sus pensamientos se enfocaron en
la emperatriz que había dejado en su reino natal.
La ama de Keiki había sido nacida y criada como la hija de un
mercader común. Para decirlo de buenas formas, era delicada; para
decirlo de malas formas, era débil. No podía manejar las responsabi-
lidades del trono enjoyado. Día a día, su autoridad menguaba y mien-
tras perdía su influencia, empezaba a abandonar sus deberes como
gobernante, escogiendo en su lugar, esconderse en el palacio y nun-
ca salir. No importaba cómo Keiki la regañara o le rogara, la situación
no mejoraba. Además, era claro que ahora lo evitaba.
—El Taiho de Kei no ha dicho nada incorrecto, estoy segura. No obs-
tante, debe aprender que a veces estar en lo correcto no es suficiente.
Ahora Keiki estaba confundido. ¿Cómo era posible que estar en
lo correcto no era el mejor camino?
—Primero que todo, debe considerar los sentimientos de quien le
habla. Taiki es una persona simple y directa, además de un niño. Si
su franqueza lo asusta hasta a él, entonces considero que es incapaz
de ayudar en los problemas de la Emperatriz de Kei, pues ella es una
criatura más difícil.
Nuevamente, Keiki suspiró.

—¿Dónde está Taiki?


Keiki se había detenido para hablar con una nyosen en uno de
los pequeños caminos del laberinto, ella señaló hacia una abertura
entre las rocas altas cerca del borde exterior del Palacio Houro.
—Está en el jardín de lirios de día. Por favor, sea amable con él.
—No tengo otra intención.
Prácticamente todas las que lo habían visto le habían dicho algo
similar y para este momento, Keiki ya se sentía algo desalentado por
el asunto.
La nyosen sacudió la cabeza.
—Aunque no sea la intención del Taiho de Kei, a veces sus pala-
bras pueden ser algo frías.
—Tendré cuidado al hablar con el chico.
Fue la única respuesta que pudo dar ante tales circunstancias.
Con paso lento y un corazón pesado, Keiki continuó su caminata,

93
Capítulo 5 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

soportando los comentarios y observaciones cínicas de las nyosen


hasta que finalmente llegó al claro que tenía los lirios de día.
En el borde del jardín, el kirin se detuvo, mirando la escena ante
él. Una blanca nyokai estaba en la mitad de las flores amarillas, sus
cuatro patas estaban dobladas. Taiki yacía acurrucado a su lado, sus
delgados brazos se aferraban al cuerpo del leopardo.
Es raro para ser kirin.
Aunque estaba seguro de que el joven señor era un kirin, era algo
difícil aceptar el extraño color de su melena y había otras razones
para la incomodidad que sentía Keiki. Primero, no estaba acostum-
brado a estar con niños. El pequeño cuerpo de Taiki y sus delgados
miembros lo hacían ver como algo raro, una criatura completamente
diferente, especialmente como se veía ahora con sus brazos caídos
y sus dedos en el pelaje de Sanshi. La apariencia extraña y débil del
chico hacía que Keiki sintiera algo en su estómago.
Keiki estaba dubitativo, preguntándose si debía llamarlo, cuando
la nyokai se levantó. Taiki sintió su alarma y por un momento después
de levantarse, miró alrededor. Cuando vio al kirin adulto, sus oscuros
ojos se abrieron de par en par. Se dio prisa en limpiarse el rostro con
la manga y entonces se levantó e hizo una reverencia.
—Siento lo de antes.
—No —Empezó Keiki, agregando—: Soy yo quien debe disculpar-
se. Parece que mi forma de hablar es algo fría.
—No —dijo Taiki, negando con la cabeza y Keiki se preguntó cómo
un cuello tan delgado podía soportar esa cabeza—. Es solo que… no
soy muy bueno con esto, esto de ser un kirin. Lo siento.
—No, puedo… ¿puedo quedarme?
—Claro, si quieres.
Keiki se acercó y se sentó cerca de los lirios de día; Taiki se sentó
a su lado. Keiki miraba mientras la nyokai se alejaba unos pasos y
hacia una reverencia para ambos.
—¿Esta es tu nyokai?
—Sí, su nombre es Sanshi.
—Es una buena nin’you.
Taiki parpadeó.
—¿Hay mejores nyokai que otras?
—Sí, las que son como Sanshi, que tienen muchas partes de bes-
tia, son consideradas las mejores —Y miró a la nyokai—. Sanshi, pue-
des irte. Yo cuidaré de Taiki.

94 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

Sanshi hizo una gran reverencia y se dirigió a uno de los caminos


a la salida del jardín.
Keiki frunció el ceño.
¿Por qué camina y no desaparece simplemente?
—Es una buena nin’you pero su poder no ha sido liberado. Me
pregunto el por qué —murmuró y junto a él, Taiki ladeó la cabeza. El
pelo del joven kirin tocaba los lirios altos y los hacía mecerse.
»Mmm —La voz de Keiki se hacía más contemplativa—. Es porque
tu poder tampoco ha sido liberado. La conexión de la nyokai con su
amo es profunda. Si un kirin se enferma, la nyokai también.
—Estoy… ¿enfermo?
—Era un ejemplo, pero quizá no está lejos de la verdad.
—Oh…
Al ver cómo se desanimaba el chico, Keiki suspiró. Esto iba a ser
más difícil de lo que esperaba.

Por un rato, Keiki no dijo más nada, buscando en silencio alguna


forma de empezar una conversación. A su lado, Taiki miraba al suelo.
—¿Puedo preguntar algo? —dijo el Taiho después de un largo si-
lencio—. ¿Por qué lloraste antes?
Podía no ser la pregunta más delicada, pero Gyokuyou le había
pedido a Keiki que comprendiera el corazón del joven kirin.
—Lo siento —respondió Taiki, enroscándose más todavía.
—No esperaba una disculpa, no hay necesidad. Solo quiero saber
la razón.
Taiki bajó la mirada.
—Porque estaba triste.
—¿Por qué?
—Pensé “¿y si nunca aprendo a transformarme?”, porque las nyo-
sen están esperando que lo haga.
—¿Estás muy preocupado por lo que piensan las nyosen?
Taiki levantó la mirada con una expresión de ansiedad.
—Sí, son todas muy amables conmigo. Sé que me dejan vivir en
Houzan porque soy el kirin y es por eso por lo que son amables, pero
no puedo hacer lo que se supone que debo hacer. Y me gustaría
hacer algo para agradecerles… así que cuando pienso que ese día
nunca llegará, me pongo triste.

95
Capítulo 5 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Cuando hablaba, lágrimas caían de sus ojos y empezaban a mo-


jar sus pestañas.
—Estás llorando. Las nyosen me regañarán de nuevo.
Taiki parpadeó.
—¿Las nyosen regañan al Taiho de Kei?
—Sí, frecuentemente. No conocen límites si se trata del Señor de
Houzan.
Al oír esto, Taiki sonrió levemente.
—Estás preocupado por ellas, sin embargo, ellas solo existen
para cuidar de ti, Taiki. Tú eres su amo.
—Pero… —murmuró Taiki y bajó la cabeza nuevamente—. No pue-
do hacer nada sin su ayuda. Tienen que cuidarme todo el día, ¿cómo
podría yo ser su amo?
—Tú eres… raro, Taiki.
—Lo sé…
La voz de Taiki sonó nuevamente llena de tristeza, causando que
Keiki entrara en pánico. En su mente, no pudo evitar pensar que cla-
ramente no estaba cualificado para hacer esto, tal como le había
dicho a Gyokuyou. No sabía qué estaba pensando cuando le había
pedido venir.
—No era una crítica.
—Lo sé —dijo Taiki nuevamente, asintiendo resignado. Otra lágrima
cayó por su mejilla y cayó brillante al suelo—. En casa todo era igual.
—¿En casa?
—Mi casa en Hourai. Nunca pude hacer que la abuela o mamá
estuvieran felices conmigo, siempre cometía errores y la abuela se
enfadaba y mis padres suspiraban.
Taiki había sido llevado a Hourai. Keiki recordó el shoku que lo ha-
bía hecho claramente, pues él había estado en Houzan en ese tiempo.
—Cuando Sanshi vino por mí, regresé a la montaña, aprendí que
el Palacio Houro era mi verdadero hogar y todo tenía sentido. No per-
tenecía a Hourai, por eso nunca nada bueno me pasó allí. Pero ahora
siento que es lo mismo aquí. Por supuesto, nadie me regaña aquí o
llora por mi culpa, pero todavía siento que no puedo hacerlos feliz.
Algunas veces, me preocupa no ser un kirin. Y si no lo soy, entonces
no pertenezco al Palacio Houro, ¿verdad? Es igual a cuando no per-
tenecía a mi hogar.
Por primera vez, Keiki entendió la agitación que el chico debía ha-
ber sentido cuando se lo llevaron del lugar donde vivió por diez años.

96 Edición: EED_Wolf
Capítulo 5 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Aun para Keiki, había sido difícil dejar Houzan cuando el momento
llegó. ¿Cuán difícil habría sido para este pequeño, este kirin solitario
que lloraba tan fácilmente?
—Pero ciertamente eres un kirin, Taiki.
—¿Estás seguro?
—Los kirin pueden sentir a sus iguales y definitivamente tienes el
aura de un kirin.
Taiki miró a Keiki.
—Es algo como una luz dorada. Puedo verla claramente.
Taiki se miró a sí mismo y entonces se concentró en el aire alre-
dedor de Keiki.
—Pero yo no puedo ver nada.
—Es porque tu poder no ha sido liberado, pero no temas, eres un
kirin.
—Y… pertenezco a Houzan aunque no pueda hacer cosas de kirin.
—Sin duda.
Taiki suspiró aliviado y secó sus lágrimas de un parpadeo.
—Tal vez —dijo Keiki tras una pausa—. ¿Echas de menos tu hogar
en Hourai?
—Sí, a veces, aunque pienso que no debo, no es justo para las
nyosen.
—Yo… no tengo madre, así que no lo sé, pero ¿extrañas a tu ma-
dre de Aquel Lugar?
Keiki sabía que la Emperatriz de Kei extrañaba a su madre, ex-
trañaba su antigua vida y a veces le exigía que la volviera una chica
normal nuevamente.
—¿El Taiho de Kei no tiene madre?
—No es raro que un kirin no tenga, nacemos del árbol.
—Entonces supongo que tengo suerte.
—Aunque tenía a mi nyokai y a las nyosen, por supuesto, pero…
no una madre. ¿Tal vez te gustaría verla nuevamente?
Taiki no respondió. Solo asintió.
—No debes preocuparte sobre lo que las nyosen piensen —dijo
Keiki y el pequeño kirin asintió nuevamente.
—Pero yo no pertenecía allí, así que es estúpido querer verla.
—No sabría decirte.
—Y las nyosen son tan buenas conmigo, ¿cómo podría sentirme
solo?
—Es muy posible.

98 Edición: EED_Wolf
Fuyumi Ono Doce Reinos

—¿De verdad?
—Claro.
Taiki había empezado a llorar de nuevo silenciosamente. Ro-
deando sus rodillas con los brazos, echó su cabeza hacia adelante y
escondió su cara en la túnica.
Keiki lo miró, sintiéndose desesperanzado, su corazón se hundía.
Maravilloso. Lo hice llorar de nuevo.
—Ajam… ¿Taiki?
—Lo siento.
El pequeño kirin se acurrucó más, como si quisiera hacerse más
pequeño de lo que ya era. Su pelo color acero le caía en la cara, de-
jando su delicado cuello expuesto al aire frío. Sus hombros tembla-
ban y se veían fríos también, así que después de considerarlo por un
rato, Keiki puso su mano en el hombro del niño.
—Lo siento —dijo la voz de Taiki entre sollozos.
¡Y ahora se disculpa de nuevo!
—No hay por qué disculparse.
Cuando escuchó estas palabras, el pequeño kirin empezó a llorar
fuertemente. Keiki abrazó el ligero cuerpo del niño como había visto
a las nyosen hacer y Taiki se aferró a él. Keiki descubrió que sentía
lástima por él y algo más: una amabilidad que nacía de la calidez de
la forma humana del kirin. Delicadamente, Keiki le dio palmaditas en
la cabeza y Taiki se aferró aún más.
—Yo… —dijo Taiki, hablando entre lágrimas—. Quiero… irme a
casa…
—Sí, claro que sí.
—Quiero… ver a mi madre.
Ah, pensó Keiki, el pequeño extraña su hogar.

Una luz rosada coloreaba el cielo. El sol occidental reflejaba el mar de


nubes, creando un complejo patrón de rayos refractarios.
Taiki siguió caminando, pensando en casa mientras Keiki lo lle-
vaba de la mano por el laberinto que ahora estaba siendo atravesado
por la inclinada luz y profundas sombras de la tarde.
Era divertido jugar en el laberinto. Se había acostumbrado a una
vida sin escuela muy rápido y nunca había tenido amigos, así que no
le costó mucho acostumbrarse a no tener otros niños alrededor.

99
Capítulo 5 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Sanshi y las nyosen estaban allí para él todo el tiempo. Aquí no


había una abuela enojada que le gritaba o peleaba sobre él con su
madre. No tenía que ver a su madre llorar después o discutir con su
padre en la noche. Tampoco lo llamaría su padre después de una
pelea, suspirando todo el tiempo.
Las nyosen le habían dicho que Houzan era su verdadero hogar
y él no había dudado que aquí era a donde pertenecía. Las mujeres
del palacio eran cálidas y comprensivas, le dieron la bienvenida con
los brazos abiertos y le mostraron su amabilidad.
Taiki sabía que estaban muy felices por su regreso.
Es por eso por lo que me sentía mal por pensar en casa.
Y, aun así, de vez en cuando, algo le recordaba de algún buen
momento allí y entonces, mientras lo recordaba, los pasillos de su
casa parecían mucho más cómodos que los curvos caminos sinfín
del laberinto y su antiguo jardín era más hermoso que cualquier claro
de la montaña. Y antes que pasar su tiempo rodeado de nyosen, pen-
saba que sería más divertido estar de vuelta en el colegio, aunque
los otros chicos no jugaran con él, solo verlos jugar al escondite o a la
pelota era divertido. Y su familia parecía más amable y cariñosa que
cualquier nyosen, incluso más que Sanshi.
Pensó sobre su familia ahora. Probablemente estarían cenando,
su madre, su abuela y su hermano estarían sentados alrededor de la
mesa. Se preguntaba cuándo papá llegaría a casa, tal vez llegaría del
trabajo temprano y podrían darse un baño todos juntos.
A través de la niebla del recuerdo, todo parecía maravilloso.
Se preguntaba si las hortensias en el jardín ya estarían florecien-
do. Tal vez la abuela había salido con su sombrilla. Quizá ella y mamá
habían discutido y mamá estaba limpiando el baño nuevamente. Se
preguntaba si su hermano menor iba al baño él solo de noche.
Me pregunto si siquiera me recuerdan.
Sería triste que no lo hicieran, sería peor que lo recordaran, pero
se alegraran de su partida. Si estuviesen tristes por su desaparición,
eso sería lo peor.
—¿Taiki?
Taiki se dio cuenta de que iba a llorar nuevamente y parpadeó
fuertemente para retener las lágrimas.
—¿Sí?
—¿Me acompañas a la Pagoda del Loto Morado?
Miró a Keiki. Su rostro estaba inexpresivo como siempre, pero su

100 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

mano era cálida mientras sostenía la de él.


—Pero Lady Gyokuyou…
—Solo un momento.
—Está bien.
Keiki lo guio al palacio, retiró a las nyosen que salieron a saludar-
los y le mostró a Taiki su habitación. El sol de la tarde brillaba sobre la
pared rocosa que delimitaba el pequeño jardín en el lado oriental del
palacio, justo afuera de la ventana de la habitación, haciendo brillar el
musgo de muchas formas de verde. Los colores se reflejaban dentro
y hacía brillar el cuarto como un bosque en la menguante luz del día.
Keiki tocó la cabeza del chico y entonces lo soltó, dirigiéndose al
centro del cuarto. Se quedó de pie allí por un momento, su rostro algo
respingón y los ojos cerrados. Taiki había empezado a preguntarse si
algo iba a pasar, cuando pasó.
Era como ver alguna película rara. Sin ninguna advertencia, la
forma de Keiki repentinamente se tambaleó y se derritió ante sus
ojos. Parecía un video que una vez había visto de vidrio y metal de-
rritiéndose en una caldera, pero no sintió calor. Por un momento, la
forma fundida de Keiki brilló con una luz dorada y entonces parecía
como si lo empujaran de muchas direcciones al mismo tiempo, inclu-
so parecía que le daban vuelta de adentro hacia afuera como a una
chaqueta de doble cara. Antes de que el chico pudiera decir algo, una
increíble bestia estaba frente a él.
—Ah…
Todo había pasado en un momento, hubo un sonido mientras las
ropas de Keiki caían de la criatura. Entonces, la bestia bajó la cabeza
y miró a Taiki.
Esos vívidos ojos morados permanecían iguales. Su pelo dorado,
o, mejor dicho, su melena, era del mismo tono. El cuello de la criatura
no era largo como el de una jirafa después de todo. Su cuerpo y sus
patas eran parecidas a los de un caballo, pero más delgadas, como
los de un ciervo. Y su cálido cuerpo amarillo era adornado por un
hermoso pelaje que cambiaba sutilmente de tono con el movimiento
o si la luz cambiaba.
—Un kirin.
Por primera vez, Taiki realmente entendía lo que era un kirin. Ob-
servó su rostro, hermoso y delgado, más como el de un ciervo que el
de un caballo, un parecido que aumentaba por el cuerno que salía de
la frente de la criatura y se dividía simétricamente a ambos lados. Sin

101
Capítulo 5 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

embargo, el cuerno era más pequeño que las astas de un ciervo y el


kirin solo tenía uno. El cuerno era pálido, pero tan lustroso como el ná-
car con un ligero tono dorado y el sol de la tarde lo teñía de escarlata.
La melena dorada que crecía del flexible y curvado cuello parecía
corta, considerando que el pelo de Keiki le llegaba casi a las rodillas
en forma humana. Cada cabello parecía más delgado y ligero, por lo
que a pesar de que solo había una ligera brisa en el palacio, se ondu-
laba como una llama dorada.
Los pies del kirin eran como los cascos de un caballo y su cola
era larga tupida. La parte de la cola que estaba conectada al cuerpo
era muy delgada; y su longitud y grosor lo hacían parecer algo entre
la cola de una vaca y de un caballo.
—Taiho de Kei… es… ¿esto es un kirin?
—Lo es.
Aunque el chico no lo esperaba, la criatura respondió con la voz
de Keiki.
—Me imaginaba algo completamente diferente.
—¿Sí?
Cuando el kirin se acercó, Taiki vio que era bastante grande. Aun-
que parecía delgado al principio, se daba cuenta ahora de que solo
era un poco menos robusto que un caballo. Taiki quería tocar su bri-
llante pelaje, pero la idea de que esta criatura también era el hombre
llamado Keiki, lo hizo detenerse.
—Es solo que no me esperaba que los kirin fueran tan… hermosos.
Taiki se quedó aturdido hasta que Keiki bajó el hocico y se acercó.
—¿Te gusta?
—Sí —Taiki pudo sentir sus mejillas sonrojarse—. ¿Yo también
seré así?
—El color será diferente, considerando que eres un kirin negro.
—Ah, verdad.
¿Qué se sentirá al convertirse en una bestia tan maravillosa?
—Así que… ¿tus patas delanteras son tus brazos?
—No, son mis patas delanteras. Cuando te transformas, hay algo
en ti que cambia la forma en que percibes tu cuerpo. Lo que era de
una forma se convierte en otra. Es difícil de explicar.
—¿Y tu cuerno y tu cola?
—No pienso mucho en mi cola, pero el cuerno es cálido como si
la punta estuviera encendida. Tal vez es porque es el lugar donde se
concentra mi espíritu. De hecho, esa es una buena forma de describir

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Fuyumi Ono Doce Reinos

lo que pasa cuando te transformas. Es como si tu consciencia se


concentrara en tu frente.
Tal vez pueda transformarme. Taiki imitó a Keiki y cerró sus ojos,
concentrándose en el medio de su frente. Por supuesto, nada pasó.
Taiki suspiró.
—Supongo que tuve muchas esperanzas.
—Paciencia.
—Ya sé. Dime algo, seguramente corres muy rápido en esa forma,
¿no?
—Sí, e incluso en medio del Mar Amarillo los kirin podemos correr
sobre las nubes. Galopando los cielos somos más rápidos que cual-
quier ave. Y si lo deseas, puedes recorrer el mundo entero.
—¿Incluso llegar a Hourai? Escuché que está al este, más allá del
borde de los Doce Reinos.
—Sí, incluso allí.
Taiki parpadeó. Qué maravilloso sería convertirse en una hermo-
sa criatura y galopar a través de los cielos. Si tan solo pudiera apren-
der a hacerlo, podría ir a casa solo para echar un vistazo cuando la
soledad fuera demasiada para soportarla.
—Taiki —dijo Keiki después de un rato—. Mañana en la mañana te
dejaré montar sobre mi espalda si así lo deseas.
—¿De verdad?
—Sí, pero por ahora regresa al palacio. Lady Gyokuyou estará es-
perando y yo me uniré pronto.
—Bien.
Taiki empezaba a irse cuando de repente se dio la vuelta e hizo
una gran reverencia.
—Taiho de Kei… Gracias.

105
Mar del Viento, Orilla del Laberinto

106 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 6

—Admitiré que al principio estaba preocupada… —Youka hizo una


pausa en su tejido. Taiki había crecido considerablemente desde su
regreso a Houzan, las nyosen estaban ocupadas haciéndole nueva
ropa y alargando las mangas y dobladillos de lo que ya tenía—. Sin
embargo, parece que se ha encariñado con el Taiho de Kei.
Una de las otras mujeres que cosía a su lado se rio ligeramente
y Youka le sonrió como respuesta. Nunca podría olvidar el rostro de
Taiki cuando llegó corriendo al palacio, gritando que Keiki se había
transformado para él; estaba tan emocionado por el paseo del día
siguiente que no pudo dormir hasta la medianoche. Había sido más
difícil aún meterlo a la cama al día siguiente, cuando había regresado
con su pelo enmarañado por el viento.
—Parece que la Genkun no s equivoca —dijo una de las nyosen y
todas rieron—. Incluso sorprendí al Taiho de Kei siendo como Taiki y
tratándonos consideradamente. Nunca pensé que vería ese día.
—Es verdad. Aunque su ceño fruncido sigue igual.
Keiki había vivido entre las pendientes de Houzan por mucho
tiempo y las nyosen no tenían piedad cuando el tema a discutir era
su famosa actitud.
—¡Pides mucho!
—¡Claro!
El sonido de la plácida risa hacía eco a través del patio, seguido
por el retumbar de ligeras pisadas en los caminos.
—Bienvenido de vuelta, joven señor.

107
Capítulo 6 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—¡Hola!
Taiki entró al claro con su pelo despeinado y enmarañado que to-
davía formaba una sombra de color acero sobre su pálido rostro. El jo-
ven kirin era flanqueado por dos criaturas que iban a su lado con aire
protector. Una era Sanshi y el otro era Hankyo, una poderosa criaturas
parecida a un perro, era uno de los demonios shirei de Keiki.
—¿A dónde fuiste hoy?
—¡Keiki me llevó a Kazan! ¡Vimos muchas aves raras!
Youka no podía evitar sonreír al ver la gran sonrisa de Taiki. Con-
tra todas las apuestas, parecía que se estaba llevando bien con el
famoso Taiho solemne.
—Eso suena maravilloso.
—Mañana dice que me llevará al Mar Amarillo. ¡Me enseñará a
apaciguar demonios!
—¡Oh! —dijo Youka sorprendida.
Hankyo rio con una voz profunda.
—No debes preocuparte. Estaremos con ellos.
—Ah, supongo que tienes razón.
Youka asintió, aunque en su corazón no estaba completamente
despreocupada. Había poca necesidad de inquietarse con los formi-
dables shirei de Keiki presentes, pero ella sabía que en el pasado
algunos kirin perdieron sus vidas en el Koukai. Los demonios ham-
brientos no diferencian entre humanos y kirin.
—Bueno —dijo—, debes bañarte, es casi hora de cenar.
—Muy bien —respondió asintiendo. El kirin se dirigió a Sanshi y a
Hankyo—: ¡Vamos!
Youka observó a Taiki correr con las dos criaturas antes de que
pudiera apartar su tejido y levantarse. Su expresión era pensativa
mientras se estiraba y se dirigía al laberinto.

—¿Pasa algo?
Youka llegó a la Pagoda del Loto Morado mientras Keiki bajaba
del camino que venía de la Cueva del Loto Morado. El agua que salía
del manantial en la cueva fluía colina abajo a través de un camino,
llegando a la laguna de lotos en frente del palacio.
—¿Planea llevarse a Taiki al Koukai?
—Ah, eso —dijo Keiki, tocando su pelo mojado—. No hay nada de

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Fuyumi Ono Doce Reinos

qué preocuparse. Mis shirei lo protegerán bien.


—Sí, pero…
Keiki rio irónicamente.
—Las nyosen consienten demasiado a Taiki.
—Taiki puede tener diez años, pero sigue siendo un kirin joven.
—Y, sin embargo, no tiene tiempo para disfrutar de la juventud —
dijo Keiki, deteniéndose en la entrada de la pagoda mientras miraba
la laguna—. Solo falta media luna antes del solsticio de verano.
Youka bajó la cabeza.
—Acabo de venir del Portón de las Virtudes —continuó el kirin—. Ya
hay más de cincuenta hombres a caballo esperando allí a que se abra.
—¿Tantos?
Keiki asintió.
—Ya que el Portón de las Virtudes está en el lado de las montañas
contrario al Reino de Tai, esperaba que no hubiera tantos, de hecho,
se me había ocurrido la idea de que nadie ascendería esta tempora-
da; no obstante, parece que ya hay muchos viajando hacia el portón,
esperando que se icen las banderas de kirin.
Algunas personas pasaban muchas lunas y muchos años cami-
nando alrededor de las Montañas Diamante. Si esperaban de esta
forma, podían entrar el siguiente Día de Paso Seguro después de que
se izaran las banderas de kirin. Esto se debía a que, con un caballo
ordinario, no era posible llegar a los portones a tiempo para el Día del
Paso Seguro si salía de casa después de que izaran la bandera. Una
vez pasado el solsticio de verano, estas personas llegarían al Palacio
Externo Hoto.
—Quería que el chico tuviera sus propios shirei para el solsticio.
Cada hombre que circulaba fuera de los cuatros portones estaba
seguro de que estaba destinado para ser rey y a veces las cosas se
les iba de las manos. No habría nada que temer si todos fueran per-
sonas lógicas y sensatas, pero muchos se embarcaban en el viaje a
Houzan precisamente porque no lo eran; de allí la preocupación de
las nyosen.
—No puedo alejarme por tanto tiempo de mi propio reino —añadió
Keiki—. Hace poco ascendió la nueva emperatriz y Kei está lejos de
estar tranquilo.
—Ha sido muy amable con nuestro Taiki, Taiho de Kei —dijo Youka,
cambiando el tema.
Keiki frunció el ceño.

109
Capítulo 6 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Así debe ser, no sea que me acusen de hacerlo llorar nueva-


mente.
—Oh, ¿eso lo preocupaba? —rio Youka e hizo una reverencia—.
Nuestro señor kirin está en sus manos.
—No permitiré que nada le suceda o las nyosen me gritarán hasta
más no poder cuando me vean.
—Entonces aceptaré eso como una promesa.

—¿Qué piensas? —preguntó Keiki, ofreciendo una pequeña criatura


a Taiki.
Estaban cerca de las fronteras del mar Amarillo, donde es difícil
saber si se está en la falda de las Cinco Montañas o en el comienzo
del desolado Koukai: una vasta y escarpada tierra donde lo único
verde son unos cuantos arbustos que crecían pegados al suelo. La
bestia que Keiki sostenía entre sus manos era como un conejo de
orejas cortas o tal vez una gran rata flaca.
—¿Cómo dijiste que se llamaba? —preguntó Taiki mientras lo re-
cibía cautelosamente—. ¿Jakko? ¿Hiso? —El pequeño demonio se
sentó plácidamente en los brazos de Taiki. Podía sentir su corazón
latiendo fuertemente bajo el suave pelaje.
—Jakko. —No fue Keiki sino el demonio quien respondió con una
voz agitada. Keiki lo acababa de hacer su nuevo shirei.
—Hiso es el nombre de esta especia de demonio —dijo Keiki al
niño—. Significa “ratón volador”.

»Y el nombre de este es Jakko.


Taiki asintió mientras rascaba a Jakko bajo la barbilla.
—Encantado de conocerte.
El pequeño demonio no respondió, pero hizo unos sonidos.
—Parece que se le hace difícil hablar.
—Oh —dijo Keiki—. Los pequeños como este apenas pueden ha-
blar, solo pueden recordar algunas palabras simples.
Taiki había visto a Jakko agachado bajo uno de los arbustos espi-
nosos. Cuando el pequeño empezaba a correr, Keiki murmuró algo y
entonces observó directamente a los ojos de la criatura cuando esta

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Fuyumi Ono Doce Reinos

se había girado para verlo. Keiki había murmurado otra cosa y un se-
gundo después, cuando dijo el nombre de la criatura, Jakko caminó
dócilmente hasta los pies del kirin.
Así se apaciguaban. Era algo decepcionante para Taiki, que es-
peraba que fuera algo más elaborado o una ceremonia dramática.
—¿Siempre es así de fácil?
Keiki negó con la cabeza.
—Con uno así de pequeño, sí; pero los demonios más grandes
no son fáciles de amansar. Una vez pasé más de medio día mirando
fijamente a uno.
—¿Medio día? —dijo Taiki sorprendido. Keiki asintió mientras to-
maba a Jakko en sus brazos. Después de darle a la criatura una lige-
ra palmadita, la colocó en la espalda de Hankyo. Jakko se acurrucó
en el pelaje de Hankyo y empezó a tirarle de una de sus orejas.
—De hecho, estoy hablando de Hankyo. No fue fácil de atrapar.
—¿De verdad?
Hankyo yacía plácidamente junto a un gran grupo de rocas, apa-
rentemente indiferente, mientras el demonio pequeño se divertía ha-
lándole y mordiéndole las orejas.
—Cuando apaciguaste a Jakko parecía que solo lo estabas miran-
do fijamente.
Keiki sonrió ligeramente.
—Parece sencillo, ¿verdad? Pero la mirada es la parte más difícil.
Es una lucha de voluntades. Si pierdes la concentración, el demonio
romperá el contacto visual y huirá… o podría atacarte.
Taiki escuchaba atentamente.
—El que pierde la concentración pierde la lucha. Si estás enfren-
tándote a un pequeño demonio que simplemente va a huir, no im-
porta: pero si confrontas a uno grande, entonces el momento en que
pierdas la concentración puede ser el momento en que pierdas la
vida. Si sus ojos se encuentras y te das cuenta de que no puedes
ganar, es mejor huir inmediatamente antes de que empiece. Por su-
puesto, será difícil huir de un demonio grande sin transformarte.
—Oh —dijo Taiki, mirando al suelo.
—No te preocupes —añadió rápidamente Keiki—. Tu nyokai te pue-
de dar algo de tiempo.
—¿No es peligroso para ella?
Keiki rio.
—Si el demonio es tan poderoso que ni tu nyokai tiene una

111
Capítulo 6 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

oportunidad, ella te lo dirá antes de empezar. Presta atención y serás


capaz de verlo por ti mismo. Eres una bestia, después de todo, y
puedes confiar en que tus instintos te advertirán de amenazas
potenciales.
Taiki consideró eso por un rato y entonces sonrió.
—Es verdad, lo soy. Siempre se me olvida.
—No es algo que debas estar pensando todo el tiempo.
—Sí. ¿Y cómo se te ocurrió un nombre como Jakko?
Keiki miró al pequeño demonio en la espalda de Hankyo. Un de-
monio de ese tamaño era prácticamente inútil como shirei, probable-
mente lo dejaría libre para que jugara en el palacio.
—No escogí su nombre. Creo que… siempre fue suyo.
Taiki levantó la ceja.
—Después de mirarlo fijamente y que el demonio pierda, su vo-
luntad se debilita y es en ese momento que puedes leer su nombre.
Es difícil de explicar, pero es como si el nombre repentinamente apa-
reciera en tu mente, como una burbuja que sale de la superficie de
un lago oscuro. Lo llamas por su nombre y el demonio se acercará
a ti. En este punto nunca volverá a atacar a su kirin y permanecerá
como un fiel sirviente hasta que sea liberado al morir el kirin —dijo
Keiki sonriendo forzadamente—. Respecto a la escritura, tan solo in-
venta unos caracteres que vayan con los sonidos del nombre.
—¿Pero no dijiste algo más? ¿Cómo un conjuro?
—Sí, pero no es absolutamente necesario hacerlo, es solo algo
útil si sabes qué hacer.
—Está bien… —dijo Taiki, sentándose encima de una seca roca y
rascándose la cabeza. Keiki se sentó a su lado.
—Para hacer un demonio tu shirei, haces un pacto con él, sería
más apropiado decir que atamos al demonio.
—¿Atar?
Keiki asintió.
—Los demonios existen fuera del Orden Celestial y al atarlos, ha-
cemos que sean parte de ese orden, sin posibilidad de irse nueva-
mente. Los que aceptan el acuerdo se vuelven tus shirei.
—No entiendo.
Keiki suspiró.
—Lo siento…
—No hay porqué pedir perdón —dijo Keiki rápidamente—. No es
algo que esperaría que entendieras.

112 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

Ahora era el turno de Taiki para suspirar.


—Te lo explicaré. El Emperador de los Cielos creó el mundo y de-
terminó el Orden Terrenal para que la gente pudiera vivir felizmente.
Entonces, podría preguntarse uno, ¿por qué la gente se enferma y
muere? ¿Por qué los demonios atacan a la gente y los cataclismos
toman tantas vidas? ¿Estas cosas ocurren tras profundas conside-
raciones de los Cielos o simplemente las ignoran? Sin importar la
respuesta, todo esto va en contra de la bondad de Tentei y ese es un
hecho indisputable.
Taiki pensó un rato antes de asentir.
—En cualquier caso, es imposible para nosotros entender las in-
tenciones de los Cielos. Es suficiente para nosotros entender que tal
como hay muerte en oposición a la vida, hay cosas que se oponen al
Orden Celestial.
—¿Cómo luz y sombras?
—Sí, es una buena comparación. Nosotros, los kirin, somos shinju
que servimos al pueblo de los Doce Reinos y hay muchas otras criatu-
ras como nosotros que existen para hacer el bien. Sin embargo, hay
otras que solo existen para hacer daño.
—Te refieres a los demonios. Los que viven fuera del Orden del cielo.
—Precisamente —dijo Keiki y volvió a sonreír.
—¿Así que escoges a criaturas que viven fuera del orden y al apa-
ciguarlos los dejas entrar?
—Así es. Para usar tu comparación, los demonios son criaturas
de las sombras. Para hacer buen uso de ellos, uno debe traerlos a
la luz, atándolos para que nunca regresen a la oscuridad de donde
vinieron.
—Ya veo… pero ¿cómo?
Keiki volvió a suspirar.
—Nuevamente te digo, es difícil de explicar en palabras. A decir
verdad, ni yo mismo lo entiendo completamente. En parte es algo
relacionado con la fuerza de voluntad. Primero debes tener una firme
convicción de que el demonio que intentas apaciguar estará bajo tus
órdenes. Sin embargo, no es suficiente solo querer hacerlo.
Taiki sintió que había entendido perfectamente la explicación de
Keiki hasta ese momento, pero ahora, se observaba en él una expre-
sión de preocupación.
—Piénsalo de esta forma: los kirin tienen poder. La grandeza de ese
poder varía de kirin a kirin, pero es un hecho que cada kirin lo posee.

113
Capítulo 6 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—¿Es el poder que usan para transformarse?


—Así es, y debido a que es un poder, poco tiene que ver con de-
sear. No importa lo mucho que desees algo, si el poder que tienes es
insuficiente para alcanzarlo, no ganarás nada. A eso me refiero.
—Es parecido a la fuerza en tus brazos o la rapidez de tus piernas.
—Sí, sí, eso es —dijo Keiki, aliviado de que su pequeño amigo
entendiera.
—¿Pero no es difícil mantener a los demonios atados a la luz con
tu poder? Es decir, ¿no tienes que concentrarte todo el tiempo? ¿Y si
tu poder se debilita?
Keiki volvió a suspirar.
—Lo siento —añadió Taiki.
—No, no te disculpes. Hay una explicación… aunque tal vez sea
más dura de lo que estás preparado para escuchar —Keiki bajó la
voz—. No te asustes, pero los shirei se comen a su kirin.
—¿Eh?
—Es decir que se comen el cadáver del kirin después de su muerte.
Los shirei se comen al kirin y hacen que el poder del kirin sea suyo.
Taiki miró a Hankyo. La gigante cabeza del perro demoníaco des-
cansaba perezosamente sobre sus patas delanteras extendidas y
cuando Taiki lo miró a los ojos, la bestia apartó la mirada, aunque
fue difícil distinguir alguna emoción en su gesto.
Keiki sonrió.
—No te preocupes, Hankyo no te atacará. Los kirin son criaturas
de luz, los demonios son criaturas de las sombras. Si el kirin no les
da su poder, los shirei no podrán sobrevivir solos.
—Ah… vale…
—El kirin usa su poder para obligar al demonio a que le sirva,
casi podrías decir que el kirin lo saca a rastras de las sombras y lo
trae a la luz. Los demonios tienen poderes propios, así que sacar a
un demonio poderoso requiere usar una cantidad parecida de poder.
Un demonio puede juzgar el poder del kirin por la fuerza con la que
el kirin tira de él.
—¿Puede saberlo?
—Sí, además, el demonio sabe que, si permite que lo aten, enton-
ces cuando el kirin muera ese poder será suyo; entonces, el demonio
puede decidir si le conviene ser un shirei.
—Eso… tiene sentido.
—Ningún demonio que es sacado de las sombras exitosamente

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Fuyumi Ono Doce Reinos

se negará a servir debido a que sabe que recibirá el poder del kirin
al final.
—Así que por eso es un pacto.
—Sí. Por otra parte, para poder sacar a una criatura de las som-
bras a la luz y para asegurarse de que nunca volverá, necesitas una
cadena para atarlo y para protegerte.
—¿Protección para que pueda vivir en la luz?
—Sí, exacto, aprendes rápidamente. Sucede que el nombre es tanto
la cadena que ata al shirei al kirin como tu protección. Cuando el kirin
con pura fuerza de voluntad saca al demonio y lee su nombre, lo dice
en voz alta, haciendo al demonio su sirviente. Por su parte, el demonio
determina el poder del kirin y al recibir su nombre, recibe el derecho a
comer del cadáver del kirin. Este es el pacto de apaciguamiento.
—¿Entonces cuando el kirin muere y los shirei coman del cadá-
ver, los demonios volverán a ser libres, pero con nuevos poderes?
—Sí, a cambio, mientras sirvan al kirin, nunca se volverán contra
su amo. Lo protegerán con sus propias vidas y nunca le harán daño
de ninguna forma.
Taiki miró cautelosamente a Hankyo. Al verlo allí reposando bajo
el sol, esa despreocupada criatura parecía increíblemente podero-
sa para el chico. ¿Cómo podría controlar algo así algún día? Hankyo
miró en la dirección de Taiki y entonces abrió la boca.
—¡Ah!
Taiki retrocedió de un salto y Hankyo solo bostezó elegantemen-
te, mostrando sus formidables mandíbulas y sonrió.
—¡Hankyo! —Keiki llamó su atención, pero con una sonrisa dibu-
jada en sus labios. Entonces, se volvió hacia el joven kirin nuevamen-
te—. De hecho, los kirin adultos tienen más recursos a su disposición
que solo fuerza bruta. ¿Sabes algo de la adivinación, Taiki?
—¿Te refieres a leer el futuro?
—Esa es una forma de la adivinación. Cuando están cazando a un
gran demonio, los kirin pueden utilizar los poderes de la adivinación,
magia y geomancia. Sin embargo, estudiar dichas artes es un proce-
so largo. Si le preguntas a las nyosen, ellas te ayudarán, pero estos
no son talentos que debes esperar aprender en espacio de días o
incluso años.
—Ya veo.
—Cuando usas la adivinación para cazar, escoges unos días, es-
coges un lugar apropiado, escoges la dirección apropiada y entonces

115
Capítulo 6 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

escoges al demonio. En otras palabras, realizas todas las prepara-


ciones necesarias para asegurarte de que el demonio que intentas
apaciguar sea más débil, mientras tus poderes aumentan. Aunque
esto no significa que no puedes capturar a un demonio sin estas
preparaciones. Es igual que las palabras que me escuchaste decir a
Jakko, de hecho, son menos útiles que la adivinación o que la magia
y pueden no ser usadas sin mayor problema. No obstante, a veces
pueden ayudar si uno las conoce. Una vez te acostumbres a usarlas,
podrás usarlas de la forma que quieras como parte del proceso y
apaciguar sin ellas no será nunca igual. Eso es todo.
—Así que… ¿No tengo que recordar las palabras?
—No, pero puedes hacerlo si así lo deseas, aunque el beneficio es
pequeño, es mejor que nada. Y hay otras preparaciones que puedes
hacer.
Keiki colocó sus manos en los hombros del joven kirin, acomo-
dando su postura.
—Primero, debes estar recto. Siempre. Recuérdalo.
—Está bien.
—El espíritu se divide en seiki, el espíritu de la vida y shiki, el
espíritu de la muerte. Las mañanas están llenas de seiki, mientras
que las tardes, shiki, por lo que es mejor apaciguar demonios muy
temprano por la mañana. El aire que respiramos por la nariz es seiki,
mientras que el aire que exhalamos por la boca es shiki. Cuando res-
piras debes recordar hacerlo así, nunca al revés; así cuando exhales
hazlo suavemente. Es algo que debes practicar todos los días o sino
no se convertirá en un hábito.
—Inhalar por la nariz, exhalar por la boca. Entiendo.
—Ahora, para evitar a un demonio, se debe caminar de una for-
ma conocida como uho.

»Es la forma en que caminan los reyes y nobles —Keiki empezó


a pavonearse con un extraño movimiento rítmico, mostrándole los
pasos a Taiki—. Si te encuentras con un demonio y quieres evitar ha-
cer contacto visual con él, entonces puedes apretar los dientes de la
parte derecha de tu mandíbula, conocida como tsuitenban o Martillo
del Firmamento.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

»Para concentrar tu espíritu puedes dar toquecitos en tus incisi-


vos, tocando así el meitenko o Llanto de los Tambores Celestiales.

Taiki suspiró.
—No estoy seguro de poder recordar todo eso.
—No es tan difícil como piensas, aunque necesitarás entrena-
miento para que todas estas técnicas se vuelvan naturales para ti, si
les preguntas, las nyosen te ayudarán.
—Bien.
—Ahora, yo usé un conjuro de nueve palabras para detener a
Jakko. Primero junta tus manos.
Taiki cruzó sus dedos en la forma en que Keiki le mostró.
—Esta es la Señal de la Espada. Verás, la espada comienza en
tu cintura, la desenvainas y cortas cuatro veces hacia arriba y cinco
veces hacia un lado.
Keiki tenía agarrado el brazo de Taiki y lo movía acorde a las ins-
trucciones.
—Entonces dices: Rin, Byou, Tou, Sha, Kai, Jin, Retsu, Zen, Gyou.

—¡Oh! ¡No hay manera de que pueda recordar todo eso!


—Lo harás. Hay otras cosas, pero con algo de práctica lo apren-
derás enseguida. Cuando dibujes las líneas, dibújalas rectas en el
aire. Después dices otro conjuro cuando la voluntad de tu oponente
se debilita, pero para poder saber si es el momento, necesitas algo
de conocimiento sobre adivinación. Será suficiente que recuerdes lo
siguiente…
»Shinchoku Meichoku, Tensei Chisei.

»Jinkun Seikun, Fuo Fudaku.

117
Capítulo 6 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

»Kimi Koubuku, Onmyou Wagou.

»Kyukyu Nyo Ritsurei.

Taiki miró al kirin mayor con una expresión de total desconcierto


en su rostro. Keiki sonrió forzadamente.
—Kimi Koubuku significa que el monstruo se somete, Onmyou
Wagou significa que la luz y la oscuridad se unen y Kyukyu Nyo Ritsu-
rei significa que debe hacerse rápidamente según las leyes de Tentei.
—Eh… está bien —dijo Taiki, intentando detener la desesperación
que crecía en su pecho.
—Entonces —Keiki continuó a pesar de la consternación de su pu-
pilo—, debes levantar la mano derecha sobre tu cabeza con la palma
hacia arriba para recibir la Voluntad Divina y con tu mano izquierda
señalando a tus pies debes llamar al demonio por su nombre. Algu-
nas veces, solo los sonidos se formarán en tu mente, otras veces,
aparecerá el nombre completo con sus caracteres. Como kirin, sa-
brás esa información instintivamente.
—Instintivamente… como transformarte, ¿cierto? —Taiki dijo eso
con un ligero suspiro y sus hombros caídos.
Keiki le dio una palmada en la espalda al joven kirin.
—Todavía tenemos algo de tiempo antes de que haya más shiki.
Encontraremos a un demonio pequeño y puedes empezar a practicar.
Taiki asintió, pero para cuando el día había terminado, ningún
demonio había caído bajo sus conjuros.

El solsticio de verano había llegado.


Sanshi intentaba levantar al chico de su cama, pues Taiki se ha-
bía quedado hasta tarde en el Mar Amarillo y no regresó hasta el
amanecer, tras lo cual se quedó dormido con un brazo alrededor de

118 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

la nyokai, indiferente al resto del mundo. Aunque estaba dudosa en


cuanto a despertar al niño, él sería quien lo lamentara si no lo hacía.
—Taiki, ¿estás despierto? —La voz de Youka resonó por la habi-
tación y las cortinas se levantaron. La nyosen se asomó y rio suave-
mente—. Eso responde a mi pregunta —dijo sonriéndole a Sanshi—.
Regresó tarde anoche, ¿no? ¿Cómo les fue?
Sanshi negó con la cabeza.
El joven kirin había vagado por el Mar Amarillo toda la noche,
pero no había podido atrapar a un solo demonio. Aunque Keiki y las
nyosen habían usado la adivinación para ayudarle a prepararse, nin-
gún demonio lo miró a los ojos sin huir rápidamente. Aunque no lo
decían, tanto Keiki como Sanshi sabían que al niño le faltaba fuerza
de voluntad.
—Ya veo. Entonces debe estar decepcionado, pero, aunque me
duela hacerlo, debe levantarse.
Sanshi asintió y sacudió al niño por los hombros nuevamente.
—Taiki…
Youka abrió las cortinas dejando entrar la luz.
—Taiki, debes levantarte. El Taiho de Kei volverá a casa pronto.
—¿Mm? —Taiki se movió finalmente. Rodó por la cama y empezó
a roncar nuevamente.
—Ah, la tranquilidad de la juventud —dijo una voz más allá de las
cortinas y Youka y Sanshi se volvieron rápidamente hacia la fuente.
—¡Genkun!
Gyokuyou se rio con su profunda y benevolente voz.
—No hay necesidad de despertarlo.
—Sí, déjalo dormir —dijo una voz tras ella—. Regresó muy tarde
para ser despertado tan temprano. —Era la voz de Keiki que iba tras
el Alto Oráculo.
—No, no se puede —dijo Youka rápidamente—. ¡Señor Taiki, debes
levantarte!
—Por favor, déjalo descansar —dijo Keiki nuevamente, pero nadie
podía detener a Youka.
—Si lo hiciera entonces después él estaría muy decepcionado.
Junto a ella, Sanshi también asintió. La nyokai sabía por qué Taiki
no había podido dormir al regresar, aunque sabía que estaba muy
exhausto. Lo sacudió firmemente.
—Taiki. ¡Taiki!
Después de la tercera sacudida, Taiki finalmente abrió los ojos.

119
Capítulo 6 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Parpadeó tras ver la brillante luz y entonces, un momento después,


bajó de la cama de un salto.
—¿El Taiho ya se fue?
Sanshi acarició su pelo despeinado.
—Sigue aquí, allí, junto a la puerta.
Taiki parpadeó nuevamente, notando finalmente a los adultos
que lo miraban en su habitación y que apenas podían contener la
risa. Sus mejillas se sonrojaron y bajó la cabeza.
—Lo siento… ¡Buenos días!

—Debo disculparme con la Genkun y el Taiho. Usualmente no es así.


Sonriendo, Gyokuyou tomó el té que Youka le ofreció y siguió mi-
rando a Keiki.
—Parece que se ha encariñado con usted. ¡Eso me complace!
Keiki frunció el ceño y no dijo nada.
—¿Y pudo ayudarlo, Taiho de Kei?
Youka rio nerviosamente y Keiki suspiró.
—No estaba dentro de mi poder hacerlo. Lo siento.
—Mmm —dijo Gyokuyou pensativa—. Entiendo que sea difícil en-
señarle algo que usualmente se nace sabiendo, pero se ha hecho
algo de progreso. Es todo un logro que hable tan amablemente, Taiho.
Keiki frunció aún más el ceño y Gyokuyou rio. Tras él, Taiki entra-
ba apresuradamente a la habitación, Sanshi iba junto a él, arreglan-
do su ropa.
—Siento haberlos hecho esperar.
Keiki puso su té en la mesa, se levantó e hizo una reverencia.
—Taiki, debo despedirme.
El chico miró al kirin mayor con los ojos rojos y empañados en
lágrimas.
—¿De verdad te vas a casa?
—No es bueno para mí estar lejos de mi reino por más tiempo.
Siento no haber podido ayudarte más.
—No, lo siento… no fui muy buen estudiante.
Keiki negó con la cabeza.
—Ese no fue el caso.
—Bueno, entonces cuídate.
—Te deseo lo mejor, Taiki.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

—Gracias.
Taiki miró al kirin mayor como si se estuviera conteniendo de de-
cir algo. Keiki puso su mano sobre la cabeza de Taiki.
—Sé paciente. Los kirin somos criaturas del Cielo, Tentei te ayu-
dará. Espero que conozcas a tu rey pronto. Cuando desciendas a tu
reino natal, encontrarás a Kei justo en frente del Mar del Vacío. Estoy
seguro de que nos volveremos a encontrar.
Taiki agarró la manga de la túnica de Keiki.
—¿De verdad lo crees?
Keiki sonrió. Era claro que el chico ya pensaba en volverlo a ver.
—Lo prometo. Cuando desciendas, seré el primero en ir a cele-
brar la ocasión.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Taiki.
—¡Bien!
Keiki había planeado quedarse hasta que el joven kirin pudiera
apaciguar al menos a un shirei o al menos hasta que se hubiera acos-
tumbrado a su tarea de recibir a los aspirantes que ascendieran, pero
no pudo ser así. Las noticias de problemas en casa le hicieron darse
cuenta de que había estado ausente de su reino por mucho tiempo y
prometió que regresaría con su rey para el solsticio de verano.
—¿Por dónde te irás de la montaña?
—Por el camino que pasa frente a la Pagoda de la Tortuga Blanca.
—Me gustaría acompañarte al menos hasta allí.
Keiki sonrió.
—Claro, ¿quieres que llame a Hankyo y a Jakko?
—Por favor.
Gyokuyou se levantó y miró a ambos kirin.
—¿Te has vuelto amigo de los shirei del Taiho de Kei, Taiki?
—Jugué bastante con Hankyo.
—Eso está bien —respondió, colocando su mano sobre el hombro
del pequeño kirin y mirando a Keiki—. Estoy complacida con su pro-
greso, Taiho de Kei. Parece que ha aprendido el delicado arte de ser
amable.
—Pero —dijo Taiki mirando a Gyokuyou—. El Taiho de Kei ha sido
amable desde el comienzo.
Gyokuyou y Youka intercambiaron miradas. Ambas sintieron la
sinceridad en las palabras del joven kirin.
—¿Eso crees?
—Absolutamente.

121
Capítulo 6 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Gyokuyou sonrió por la certeza de sus palabras mientras una


expresión de extrema incomodidad se pintaba en la cara de Keiki.
Todas las nyosen en la habitación, incluida Youka, aguantaron las
ganas de reír.

Por supuesto, ninguna de las nyosen, ni siquiera el Alto Oráculo


Gyokuyou podría haber sabido de las terribles consecuencias de la
reciente amabilidad de Keiki. Fue esta extraña amabilidad la que lle-
vó al Rey Glorioso, la Emperatriz Jokaku, a perder el camino.
Pero esa es otra historia.

Taiki estaba casi siempre de un humor sombrío en los días que si-
guieron a la partida de Keiki, pero pronto descubrió que no había
tiempo para eso. Desde el día siguiente al solsticio de verano, el ca-
mino que da al Palacio Externo Hoto estaba lleno de nyosen yendo y
viniendo. Una tremenda cantidad de incienso era ofrecida y todas las
nyosen estaban usando sus túnicas de colores más brillantes. Las
decoraciones del palacio e incluso los accesorios de Taiki eran más
elegantes que lo normal.

Taiki estaba de pie sobre una de las curvas paredes rocosas cerca
del shashinboku. No importaba cuántas veces lo experimentara, le
seguía pareciendo muy raro que el viento oliera como flores en los
pasajes del laberinto, pero como agua de mar sobre las rocas.
Algo se acercaba desde el sudoeste. Podía sentirlo.
Recordó el Mar Amarillo como lo había visto cuando se subió a la
espalda de Keiki. Houzan era una montaña de extrañas formaciones
y sus formas entrelazadas y cubiertas de musgo se extendían hasta
el pie de la montaña. Aunque el laberinto formado por esas paredes
curvadas parecía complejo, en realidad había solo un camino relati-
vamente recto desde el pie de la montaña hasta el Palacio Externo
Hoto. Por muchos centenares de lunas, incontables viajeros han pa-
sado por allí y habían dejado su marca en la superficie rocosa, una

122 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

marca que era distinguible de las rocas a su alrededor.


Ya que solo había una ruta para llegar a Houzan, los aspirantes
tenían que escoger el camino correcto al entrar al laberinto. Numero-
sos pasajes convergían en ese punto a través del Mar Amarillo. Como
los pasajes de las montañas, estos también habían sido caminados
por miles. Donde el camino era rocoso, las pisadas habían expuesto
y corroído la piedra; donde había acantilados, apoyos para los pies
habían sido esculpidos directamente en la roca. En las áreas más
húmedas, habían lanzado piedras donde pisar sobre los pantanos y
a través de los ríos, mientras que señales de piedra fueron construi-
das a través del desierto. Aquí y allí había puentes hechos de árboles
caídos que cruzaban las pequeñas grietas; los árboles habían sido
talados por los caminantes para formar estrechos caminos entre los
densos bosques.
Estos caminos se extendían a través del Koukai en cuatro direc-
ciones, cada uno hacia uno de los portones, el Portón de las Virtudes
en el sudoeste se había abierto y cerrado en el solsticio de verano.
Taiki se preguntaba dónde estarían los viajeros ahora.
Su viaje no sería sencillo hasta el pie de la montaña, pues el Mar
Amarillo estaba lleno de demonios y bestias predadoras. Debido a
que los viajeros atravesaron la puerta el mismo día, era usual que
formaran una caravana, así sus números los ayudarían a protegerse
contra los peligros del camino. Taiki había escuchado que incluso
había nacido una nueva ocupación para ayudar a las caravanas de
aspirantes: mercenarios que eran contratados para hacer de guar-
daespaldas y proteger a los grupos de peregrinos.
—No puedo creer que pronto estarán aquí —murmuró el joven ki-
rin. Se sentó con las piernas contra su pecho y su barbilla sobre las
rodillas.
—No estés nervioso —dijo Sanshi calmadamente.
—Sé que no debo, pero…
No son nervios, pensó, parece más como una premonición.
Cuando jugaba afuera o cuando las nyosen le enseñaban adivi-
nación básica y miraba al sudoeste, podía sentir algo apretando su
pecho. Entonces, recordaba que en esa dirección estaba el Portón
de las Virtudes y un repentino escalofrío lo atravesaba y le aceleraba
el pulso.
No era una buena premonición. No podía evitar pensar que lo
que sea que venía le quería hacer daño.

123
Capítulo 6 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—No estoy seguro de si podré hacer esto.


—Claro que podrás.
Eso fue todo lo que Sanshi dijo. El viento en sus oídos era más
fuerte que sus palabras.
—¿Crees que el rey vendrá entre ellos? —preguntó.
—Quién sabe.
—No lo creo.
—¿Tal vez quieras que no haya rey?
—Sí…
Sanshi miró a su amo sentado sobre la roca, todavía se apreta-
ba las rodillas contra el pecho. ¿Estaba molesto por tener que dejar
Houzan si el rey llegaba? ¿O quizá tenía miedo de que sus propias
habilidades como kirin fueran puestas a prueba y fallara? En cual-
quier caso, Sanshi era capaz de sentir el nerviosismo de Taiki desde
que el solsticio llegó. Algunas veces, era tan tangible que le dolía
físicamente estar con él.
Aquellos que ascendieron a la montaña lo hicieron porque sin-
tieron que poseían las cualidades necesarias para ser rey o porque
aquellos a su alrededor les dijeron que las poseían y por esta razón
era posible que el futuro rey estuviera entre los que ascienden. Y, sin
embargo, algunas veces, ninguno de los que subían eran adecuados
para ser reyes; y otras veces, un rey que era escogido no era merece-
dor de ese rango o tenía alguna debilidad trágica.
Quizá, pensó la nyokai, tiene miedo de escoger al rey.
Escoger a un rey era decidir el futuro de un reino entero y cómo
ese rey viviera su vida afectaría directamente el destino del kirin. Si e
rey se alejaba del camino, es el kirin quien sufre las consecuencias.
Cuando los reyes erran el camino, su kirin cae enfermo, esta enfer-
medad es conocida como shitsudou o Pérdida del Camino, y una vez
que el kirin cayera enfermo, poco se podía hacer para curarlo. El rey
tenía la vida del kirin en sus manos y eso era ciertamente algo de qué
alarmarse.
—De todas formas, el rey no vendrá tan pronto —dijo Taiki para sí
mismo.
Sanshi permaneció callada.
No tiene shirei y no sabe transformarse, por eso no cree comple-
tamente que sea un kirin. Era fácil entender su falta de confianza y
era difícil criticarlo por querer evitar la responsabilidad.
—El Taiho de Kei lo… —Taiki quitó los ojos del sudoeste y miró a

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Sanshi—. Lo dijo, ¿cierto? Que Tentei me ayudará.


Taiki miró al cielo y aunque su rostro llevaba la inocencia de un
niño, reveló también su decisión.
—Sí.
El viento que soplaba sobre las paredes rocosas era cálido y rápido.

125
Mar del Viento, Orilla del Laberinto

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Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 7

No había pasado mucho después del solsticio de verano cuando Teiei


mandó a llamar a Taiki al Palacio Externo de Hoto.
Entonces hoy será el día, pensó Taiki mientras dejaba sus palillos
sobre la mesa.
Lo habían despertado más temprano de lo usual y las ropas que
Sanshi le preparó eran más elegantes que su atuendo normal, así
que cuando lo llamaron no fue realmente una sorpresa.
Youka le dio una palmadita en el hombro.
—No hay por qué estar nervioso.
—¿Vendrás conmigo, Youka?
La nyosen sonrió.
—Lo haré. Estaré a tu lado todo el tiempo.
—¿Y Sanshi? —preguntó Taiki, esperando que lo decepcionaran,
pero para su sorpresa, Teiei asintió.
—Si, Sanshi irá, pero tendrá que ir escondida. Puede que no la
veas, pero estará a tu lado todo el tiempo.
Taiki suspiró profundamente. Eso quería decir que estaría invisi-
ble y que entonces no podría sostener su mano o acariciar su espal-
da cuando él lo necesitara.
—Está bien —dijo al fin—. Estoy listo.

Taiki empezó su camino por los angostos pasajes, su forma de caminar


era tan lenta y formal como su ansiedad le permitía. Iba acompañado

127
Capítulo 7 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

de Teiei, Youka y otras diez nyosen, todas llevando cajas de incienso.


Llegaron a la puerta que marcaba el límite externo del Palacio Houro.
Mientras observaba, las nyosen quitaron la barra de la puerta.
Taiki esperaba ver un panorama de vacía desolación que le re-
cordaran los inhóspitos y serpenteantes pasajes del laberinto que
había visto desde el cielo con Keiki; pero cuando la puerta se abrió,
la escena que recibió a sus ojos no podía ser más diferente.
Aquí, las altas paredes rocosas se abrían para contener un ancho
campo lleno de hierbas, que era el telón de fondo para una explosión
de color. Grandes tiendas se habían armado una frente a otra con
tiendas más pequeñas a lo largo del terreno y numerosas banderas
revoloteaban en el viento. Se construyeron cercas para amarrar a los
caballos y a otras extrañas criaturas que Taiki nunca había visto antes,
además, se colgaban ropas y mantas. Pero lo más colorido y variado de
todo eran las personas. Era un pueblo que repentinamente apareció
como una multitud de hongos multicolores naciendo tras un aguacero.
Taiki se detuvo en el acto y Teiei tomó su mano.
—No hay por qué asustarse. Respira despacio y endereza tu postura.
Taiki asintió. Enderezó la espalda y respiró profundamente por la
nariz como Keiki le había enseñado.
Cuando el joven kirin empezó a avanzar nuevamente con Teiei
guiándolo de la mano, un hombre los notó desde una tienda cercana
e inmediatamente cayó de rodillas. Una ola de murmullos se extendió
por el campo cubierto de hierba y de todos los lados las personas
caían al suelo una tras otra.
Taiki apretó más fuerte la mano de Teiei y se concentró en el vai-
vén de las horquillas de la nyosen que iba delante de él, intentando
ignorar los incontables ojos que se clavaban en él como espadas.
—¿Estás bien? —susurró Youka tras él.
—Estoy bien… ¿tenemos permitido hablar?
—Claro. No te preocupes.
—Lo intentaré.
Esto no era la ceremonia formal que había esperado. Se sentía
con suerte y con un ligero suspiro de alivio dijo:
—¿Estos son todos?
—No —respondió Teiei—. No, solo ha llegado la mitad.
—Ya veo…
Taiki observó la multitud. La mayoría de las personas que veía
usaban armaduras, para su sorpresa muchos eran jóvenes, pero

128 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

también vio rostros más viejos entre la gente. La gran mayoría eran
hombres, pero también había mujeres.
—Me sorprende que haya tantas mujeres.
Teiei rio, pero a su sonrisa le faltaba el brillo usual. Se le ocurrió
a Taiki que quizá ella también estuviera nerviosa en su propia forma.
—Es muy normal, te lo aseguro. ¿A quién preferirías servir, Taiki, a
un rey o a una emperatriz?
—No lo sé.
Anchas señales de piedra marcaban el camino desde la puerta
hasta el Palacio Externo Hoto. Un gran número de hombres adultos
se habían reunido a ambos lados del camino, arrodillándose en la
hierba con sus cabezas bajas. Era una de las cosas más raras que
Taiki había visto.
—¿Por qué están todos en el suelo?
—Esa es la costumbre —explicó Teiei, sabiendo de antemano que el
chico tenía problemas comprendiendo los conceptos de estatus y rango.
—¿Debo decirles algo?
—No es necesario que lo hagas. Cuando les hables, si la reveren-
cia te molesta, puedes pedirles que se levanten.
—¿Así que puedo hablarles?
—Después de que hayamos ofrecido el incienso, sí. Estoy segura
de que escucharás muchas historias divertidas y curiosas.
—¿Y qué son todas esas criaturas gigantes?
—Son youju, los aspirantes los trajeron aquí.
Taiki los miraba estupefacto. Eran bestias de todo tipo, algunas
parecían tigres, leones, caballos o bueyes; algunos otros eran muy
raros para ser comparados con algo.
—¿Tienen que apaciguar a esas criaturas?
—No, los youju son capturados muy jóvenes y son criados y en-
trenados para ser kiju o monturas. Ahora, cuida tus pasos. Una vez
entremos, haz una reverencia en el altar.
Taiki dirigió su mirada hacia delante. Habían llegado al Palacio
Externo Hoto.
A diferencia de la mayoría de las estructuras que el Palacio Houro
poseía, el Palacio Externo Hoto tenía cuatro sólidas paredes. Cuando
el kirin entró, las paredes bloquearon los miles de ojos que lo habían
seguido a cada paso. Taiki suspiró aliviado.
Dentro del palacio había una gran habitación con un techo alto y
un altar en el centro. Le recordaba a Taiki los altares de los templos

129
Capítulo 7 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

más grandes que había visitado en Hourai.


Hizo una reverencia como Teiei le había dicho y entonces caminó
hacia el altar y colocó incienso allí. Las nyosen lo llevaron a una pla-
taforma elevada que estaba entre las paredes del lado derecho. La
plataforma formaba una habitación pequeña con una pared a su es-
palda y pantallas colgantes en los otros tres lados. En ese momento,
la pantalla frontal estaba levantada, de modo que al sentarse en la
silla que estaba en el centro, podía ver el altar y la entrada al Palacio
Externo Hoto.
Se había sentado y estaba mirando a las nyosen ofrecer incienso
en el altar, admirando la forma en que el humo se enroscaba en el
aire, cuando sintió unos ojos que lo observaban nuevamente. Miró
hacia la entrada y vio a un gran número de personas reunidas allí,
acercándose para poder verlo por un momento. Suspiró aliviado
cuando la ofrenda de incienso terminó y la mayoría de las nyosen
subieron a la plataforma, bajando la pantalla.
—Puedes estar tranquilo —dijo Teiei con una sonrisa.
—Es difícil relajarse con toda esa gente viéndome.
—Pronto te acostumbrarás.
—¿Puedo llamar a Sanshi?
—Mientras la pantalla esté abajo, sí.
Taiki la llamó y Sanshi apareció del suelo a sus pies, como si se
levantara de una siesta. Taiki abrazó su cuerpo felino y sintió cómo
sus preocupaciones iban menguando.
Los brazos de Sanshi sobre su cabeza eran cálidos y reconfor-
tantes.
—Veo que estás muy nervioso. No hay necesidad de estar tenso
—dijo Teiei.
—Sé que no debo, pero es difícil. ¿Y ahora qué?
—Los que ascendieron vendrán a ofrecer incienso. Si gustas, pue-
des quedarte aquí y mirar hasta que pase la mañana, o si te aburres,
puedes visitar y hablar con quién desees.
Mientras Teiei le explicaba el proceso, un hombre entró al palacio
externo y empezó a ofrecer incienso en el altar. Las pantallas alre-
dedor de la plataforma estaban arregladas de forma de que los que
estaban dentro podían ver a cualquiera que entrara a la gran habita-
ción. Esta persona caminaba con una extraña rigidez, haciendo una
reverencia tensa antes de hacer su ofrenda.
—Taiki, ¿tiene ouki? —susurró Teiei en su oído, pero Taiki sacudió

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Fuyumi Ono Doce Reinos

la cabeza. Lo que quería decir es que no sabía, pero eso parecía su-
ficiente para ella.
—Necesitas quedarte dentro o cerca del palacio externo hoy.
—¿Así que debo observarlos a todos para saber si alguno es el rey?
—Correcto, Taiki. Si alguno es el rey, por favor, dímelo al oído.
—Está bien.
El hombre terminó su ofrenda y entonces apareció frente a la
plataforma. Hizo una reverencia y entonces se arrodilló.
Es tan viejo como mi padre y tan gordo como un luchador de sumo.
Taiki escuchó la conversación entre el hombre y una nyosen bajo
la plataforma, intentando concentras todo su pensamiento en él. Es-
peró a ver si sentía la revelación, aunque todavía no estaba seguro
de qué era.
Después de un rato, Teiei lo miró con curiosidad. Él sacudió la
cabeza en respuesta.
No sentía nada.

Le tomó dos días cansarse de ver a los aspirantes llegar y ofrecer


incienso, y otros dos antes de finalmente animarse a salir.
La ofrenda de incienso solo se daba por un pequeño momento
por la mañana. Taiki se sentaba en la plataforma viendo a la gente
entrar y salir. Al principio, era maravilloso ver a otras personas aparte
de las nyosen, con sus caras raras y ropas extranjeras, pero después
de un rato, sentarse en las sombras detrás de la pantalla perdió su
gracia. Para el cuarto día, la idea de sentarse toda la mañana antes
de poder irse al palacio parecía imposible de soportar.
—¿Puedo salir?
Cada nyosen en la plataforma miró eufórica mientras él pregun-
taba. Taiki pensó que ellas también debían de estar aburridas.
—Claro —dijo Youka con una gran sonrisa en su cara.
—Estabas esperando que preguntara, ¿cierto?
—Para nada, señor Taiki —rio Youka—. Aunque debo admitir que
estábamos un poco cansadas del protocolo. ¡Hoy tuvimos que ver al
señor Calabaza seis veces!
Las nyosen aguantaron la risa.
Entre los que vinieron a ofrecer incienso en el altar, había algunos
que iban varias veces al día. El hombre que había sido el primero en

131
Capítulo 7 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

entrar el primer día pertenecía a ese grupo, y podía aparecerse hasta


diez veces en la misma mañana mientras Taiki estuviera presente.
Aparentemente era administrador de alguna provincia, pero su ancha
y robusta cara le había ganado el apodo de “señor Calabaza”.
—¿Crees que está bien si salgo?
—Por supuesto —dijo Teiei mientras reía—. Estaremos contigo y
hay muchas otras personas aquí. Aunque haya algunas desagrada-
bles, las otras competirán para ser los primeros en ayudarte. Des-
pués de todo, quieren mostrarte sus cualidades, señor Taiki.
Ya habían aparecido no menos de diez tontos que intentaron en-
trar a hurtadillas al Palacio Houro de noche, solo para ser capturados
y echados de la montaña; sin embargo, Teiei no le informaba al joven
kirin de estos asuntos.
—Ya veo.
—Habrá una multitud alrededor, cada uno queriendo saludarte,
pero creo que lo encontrarás menos aburrido que sentase aquí. De-
bes intentar hablar con cada uno rápidamente y entonces continuar,
o sino podrías terminar escuchando una larga historia de cada aspi-
rante demasiado tiempo para poder regresar antes del anochecer.
—¿Hablarles? ¿Qué debo decirles?
—Bueno, si con quien hablas es el rey, entonces debes saludarlo
como es la costumbre.
—¿Es decir, con el juramento?
Teiei asintió.
—Sí.
—¿Y si la persona no es el rey?
—Bueno, como pasó el solsticio, puedes decirles que les deseas
lo mejor hasta que llegue el equinoccio. Si el equinoccio acabara de
pasar, les dirías que les deseas lo mejor hasta que llegue el solsticio.
—¿Hasta el próximo Día de Paso Seguro?
—Correcto.
—Pero ¿qué pasa si no sé si es el rey o no?
Teiei rio fuertemente.
—Entonces esa persona no es el rey.
—¿Puede Sanshi venir conmigo?
—Si está escondida, pero debes prometer no llamarla afuera por-
que asustaría a los caballos y a los youju.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Cuando Taiki se levantó de la silla, las nyosen que estaban cerca de


él lo rodearon y salieron del palacio externo juntos, seguidos por la
mirada perpleja de las nyosen que quedaron atrás. Las que se que-
daron sabían que les habían dejado la nada envidiable tarea de ob-
servar las ofrendas de incienso el resto del día y responder a las pre-
guntas de los aspirantes que subían a la montaña a conocer al kirin.
Si el momento de la ascensión era un gran evento para todos los
aspirantes al trono, también era un momento de celebración para
las nyosen. Aunque pocas mujeres que habían tomado los votos de
nyosen se arrepentían de su elección, era fácil aburrirse de la rutina
de palacio si se ha vivido mucho tiempo. Por lo tanto, habían pasa-
do los días siguientes al solsticio de verano preparando sus ropas
más finas y arreglando su pelo con cuidado; aunque el protocolo no
requería esas atenciones, ellas solo querían asegurarse de verse lo
mejor posible cuando saludaran a los hombres, pues no conocían
mayor alegría que divertirse con ellos enseñándoles sus afectos. Era
posible que, al jugar estos juegos sociables, una nyosen pudiera de-
sarrollar verdaderos sentimientos por los aspirantes a reyes y podría
terminar descendiendo de la montaña con él.
Cuando Taiki y sus ayudantes salieron del palacio, el primero en
salir corriendo hacia él no fue otro que el señor Calabaza, que había
estado esperando cerca a la puerta y llegó apresuradamente apenas
vio al kirin.
El hombre cayó al suelo sobre sus rodillas haciendo un ruido re-
sonante y se postró con tanto sentimiento que su frente golpeó con-
tra el suelo donde incontables pies habían marchitado las hierbas.
Se escuchó algo de risa entre las nyosen y los observadores.
—¿C-cómo amanece hoy el Señor de Houzan? —chilló el hombre
grande. Más risas se escaparon de la multitud—. Mi nombre es Ro-
haku, administrador de la provincia de Sui en el reino de Tai. A-aun-
que empecé en la región Nanyou de la provincia de Ba…
El hombre siguió y siguió con su cabeza pegada al suelo, tarta-
mudeando tanto que Taiki apenas si le entendía algo de su aparente-
mente interminable discurso.
—Es un gran honor y una gran alegría poder mirar su noble rostro
—Rohaku concluyó finalmente—. ¡Que viva eternamente!
Inseguro de qué hacer, Taiki miró a Youka y ella levantó una ceja
como respuesta. Leyendo en sus ojos lo que quería decir, Taiki miró
al hombre postrado.

133
Capítulo 7 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Te deseo lo mejor hasta que llegue el equinoccio.


—¿Ah? —dijo el hombre mientras levantaba la mirada y entonces
sus pesados hombros cayeron. Su rostro regresó al suelo—. Sí… sí, ya
veo. Por supuesto —tartamudeó.
Youka apretó los dientes para contener la risa y empujó ligera-
mente a Taiki desde atrás.
—Tal vez debamos caminar algo más.
Taiki dejó que lo apartaran, aunque miró al hombre varias veces
más. Cuando se habían alejado una corta distancia, una de las nyo-
sen le susurró algo.
—Lo escuchaste demasiado tiempo, empezabas a preocuparme,
señor Taiki.
—Es que no podía interrumpirlo.
—Fuiste demasiado amable. No puedo imaginar que sería muy
gratificante servir a un señor como ese —susurró la nyosen, sonando
muy aliviada.
Taiki la miró con curiosidad.
—¿No sería buen rey?
—Si hubieses tenido una revelación, entonces malo o bueno, se-
ría el rey. Pero con una calabaza como rey, siento que el reino de Tai
sentiría vergüenza. Un rey no debe ser el epítome de la belleza, pero
una buena apariencia no le hará daño al trono… Al menos podemos
esperar que sea alguien culto.
—Ya veo… supongo que sí
Youka rio.
—No te lo tomes en serio. Todo lo que importa es la revelación.
—¿Es verdad eso, Youka? —Señaló una de las nyosen—. Quizá no
necesite ser apuesto, pero en el pasado o presente, aquí o allí, ¿algu-
na vez ha habido un rey que puedas considerar feo?
—Tiene un punto —Otra nyosen comentó—. Hay cierta dignidad en
los reyes que se les nota en la cara. No veo por qué una buena pre-
sencia no pueda ser considerada una de las cualidades necesarias
de la realeza.
—Recuerden que ahora no estamos solas —susurró Youka lige-
ramente y las demás callaron. Youka les sonrió y acercó su boca a
la oreja del chico—. No les hagas caso a sus tonterías. Todo lo que
necesitas hacer, Taiki, es esperar la revelación.

134 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

A donde caminara, lo seguía una multitud. Muchos se acercaban y


se presentaban, pero Taiki no sentía nada mientras miraba sus espe-
ranzadas caras.
Más de trescientos habían ascendido a la montaña, incluyendo
a los seguidores que acompañaban a sus señores a probar su valía
para el trono, pero a quienes se les permitía también aparecer ante
el kirin.
Al mirar a Taiki, algunos corrían hacia él y se postraban, pero
otros simplemente miraban en su dirección sin acercarse o llamarlo.
Las nyosen le habían dicho que, aunque el hombre no hablara, Taiki
sabría si él sería el rey, pero ese conocimiento nunca llegó. Se dio
cuenta que decepcionar a esas miradas ansiosas era igual de dolo-
roso sin importar si le hablaban o no.
Cuando hubo un descanso momentáneo entre la avalancha
de gente, Taiki se alejó de la multitud, suspirando profundamente.
Youka miró a sus ojos.
—¿Estás cansado?
—No. Es solo que… no estoy acostumbrado a ver tantas personas
juntas.
—Ya ha pasado el mediodía. ¿Regresamos al Palacio Externo Hoto?
Debes querer descansar. ¿O quizás quieres volver al Palacio Houro?
—Sí, vamos al Palacio Houro —asintió Taiki, con los ojos empaña-
dos miró alrededor y sus ojos se posaron en algo que no había visto
antes. Tomó la mano de Youka—. ¡Mira, Youka! ¡Es un perro con alas!
Justo afuera de una tienda cercana, un gran perro estaba ama-
rrado junto a varios caballos. Un puñado de hombres y mujeres aten-
dían a los animales.
—Ese es un tenba. ¿Te gustaría mirarlo de cerca?
—¿Crees que esté bien?
—Claro que sí —dijo Youka, tomando a Taiki de la mano y llevándo-
lo hacia el lugar donde estaba atado el perro alado.
Era una criatura grande y hermosa, con un cuerpo blanco, cabeza
negra y cortas alas que se plegaban espléndidamente en su espalda.
—¡Pero si es el Señor de Houzan! Es bueno verlo entre nosotros.
Quien hablaba era una mujer alta que había estado cuidando
de las monturas. Fue la primera que notó que Taiki se acercaba y se
apresuró a arrodillarse ante él.
—¿Este tenba te pertenece?
—Así es, mi señor.

135
Capítulo 7 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—¿Puedo… acercarme?
—Por supuesto.
La mujer sonrió haciendo una señal para que el grupo se acerca-
ra a su tenba. Taiki se acercó con cautela, mientras Youka lo empu-
jaba hacia adelante. De cerca, la montura era mucho más grande de
lo que pensaba.
—Qué grande es —susurró Taiki.
—Pero para un tenba, todavía es pequeño —respondió la mujer
mientras se arrodillaba junto a la bestia. Parecía ser la líder de quie-
nes cuidaban de los animales.
—Por favor, levántate. ¿Puedo tocarlo?
—Gracias, mi señor. Sí, le gusta que lo acaricien. No se preocupe,
es muy amable.
Taiki acercó su mano, dubitativo. El brillante pelaje de la criatura
era mucho más tieso de lo que creía. Rascó al tenba bajo la mandí-
bula y él cerró los ojos con una expresión de satisfacción en su rostro.
—Es bastante manso. ¿Cómo se llama?
—Su nombre es Hien.
Taiki susurró:
—Hien —Y la criatura que seguía con sus ojos cerrados, ladeó la
cabeza para que la mano rascara bajo su oreja—. ¿No muerde?
—No muerde nada que no deba, mi señor. Los tenba son youju
bastante dóciles por naturaleza. Hien, en particular, tiene una actitud
muy cálida y sabe a quién no debe morder.
—Debe ser muy sabio.
Por un rato, Taiki habló con la mujer sobre el tenba, preguntándo-
le todo sobre cómo lo había capturado, qué comía y cómo se sentía
montarlo. La mujer respondió a sus preguntas clara y simplemente
con su suave voz y su amable forma de hablar, sin embargo, algo en
la claridad de sus palabras sugería una gran fuerza interior.
Taiki era demasiado pequeño para poder determinar la edad de
los adultos. No estaba seguro de qué edad tendría, pero por su apa-
riencia era mucho más vieja que Youka o Teiei. Quizá no era tanto
su cara sino la forma en la que se desenvolvía, la que causaba esa
impresión. Todo acerca de ella era diferente de las nyosen que ella
hacía parecer como niñas en comparación.
Las nyosen en su mayoría tenían rasgos delicados y delgados. Aho-
ra, en particular, se veían especialmente femeninas con todas esas
ropas coloridas y horquillas decoradas que acentuaban su belleza.

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Capítulo 7 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Por el contrario, la mujer usaba una sencilla vestimenta mascu-


lina y su rojizo cabello suelto fluía libremente sobre sus hombros;
además, tampoco llevaba una sola joya encima. Era alta y no había
nada delicado en la forma en que se movía. El kirin no pensaba que
era poco atractiva pero su belleza era completamente diferente a la
de Gyokuyou y las nyosen.
—Gracias —dijo finalmente Taiki, quitando a regañadientes la
mano del lujoso pelaje de Hien.
—De nada. Creo que Hien también está feliz de haberlo conocido.
—Dime, ¿de dónde vienes?
—De la provincia Jou, mi señor. Soy Risai, General de los Regi-
mientos Provinciales de Jou. Mi nombre es Ryusi.
Los ojos de Taiki se abrieron ampliamente.
Había aprendido que cada reino tenía nueve provincias dirigi-
das por gobernadores. Cada gobernador controla varios ejércitos in-
dependientes que son conocidos como Regimientos Provinciales o
Guardia Provincial. El tamaño de estos ejércitos variaba de acuerdo
con el tamaño de la provincia, pero nunca había menos de dos y
nunca más de cuatro, lo que significaba que había entre dos y cuatro
generales por provincia.
—¿Eres una general?
Eso explicaba por qué tenía una presencia diferente a la de las
nyosen.
—Eso dicen, sí.
Era una persona tan buen, era difícil para Taiki hacer lo que sabía
que debía hacer. Nada parecido a una revelación había llegado a él
durante todo el tiempo que habían hablado.
—General Risai… Te deseo lo mejor hasta el equinoccio.
Risai sonrió forzadamente una vez, pero eso fue todo. Sus sonri-
sas regresaron a su rostro.
—Gracias, mi señor. Que siempre goce de salud.
—Gracias.
Era difícil tener que elegir y también era cruel que las revelaciones
no tuvieran nada que ver con sus propios pensamientos y sentimientos.
—¿Puedo volver a ver a Hien?
Risai rio fuertemente.
—¡Mi señor siempre será bienvenido!

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Taiki y las nyosen habían dejado a la General Risai y al tenba atrás y


habían recorrido el circuito del Palacio Externo Hoto cuando llegaron
a una pelea.
La primera señal de problema fue un grupo de personas reuni-
das formando un círculo. Cuando las nyosen empezaron a susurrarse
entre ellas, preguntándose qué estaba pasando, alguien gritó:
—¡Pelea!
Taiki se aferró rápidamente a la manga de Youka.
Sin importar cuál era la causa o las circunstancias, la violencia
era terriblemente terrorífica para Taiki. Le provocaba el mismo miedo
que sentía al ver la sangre. No tenía miedo de ser golpeado, era el
acto de golpear en sí y las personas que lo llevaban a cabo lo que lo
asustaban más.
—¿Cuál es el significado de esto? —gritó una de las nyosen detrás
de la multitud reunida. Al oír su voz, uno de los hombres miró sobre
su hombro. Su rostro mostró claramente su asombro cuando recono-
ció el grupo del kirin y rápidamente se postró sobre sus rodillas.
—M-mi señor…
Todos sabían que el Señor de Houzan era por naturaleza una
criatura que aborrecía la violencia y odiaba la sangre, así que de-
rramar sangre estaba estrictamente prohibido en la montaña. Casi
sin excepción, todos los que faltaban a esta regla, eran rápidamente
expulsados de Houzan.
—Agh, es por esto por lo que me preocupaba el festival de este
año —dijo una de las nyosen—. A los hombres de Tai les gusta dema-
siado la matanza.
Cada uno de los Doce Reinos poseía una personalidad diferente
y se asumía comúnmente que los habitantes de cada uno compar-
tían ciertas cualidades. Las personas de Tai eran ampliamente fa-
mosas por sus temperamentos feroces por lo que parecería natural
que el kirin del reino exhibiría tal temperamento también, pero como
Taiki había probado tener una naturaleza gentil, se podía decir que
siempre hay excepciones.
—¡Deténganse inmediatamente! ¡¿Se dan cuenta de dónde están?!
—La voz de la nyosen resonó entre los espectadores y ellos abrieron un
camino que reveló a dos hombres de pie en el centro del círculo.
Uno era un gigante, duro como una piedra que sostenía una
larga espada en una mano. El otro era más bajo, pero claramente
era un guerrero, sus puños estaban levantados. El hombre más bajo

139
Capítulo 7 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

también llevaba una espada a su lado y, sin embargo, no la había


desenvainado, pero a pesar de esto, era claro que él tenía la ventaja.
Todos los ojos estaban clavados en él. Su largo pelo blanco con-
trastaba con su armadura negra y su piel estaba bronceada de color
marrón por largos años bajo el sol. Sus hombros eran anchos y mus-
culosos, y cada movimiento que hacía era rápido y fluido, haciéndole
menos humano y más como una bestia feroz.
No había pasado nada de tiempo desde que las nyosen entraron
al círculo cuando ya la pelea había acabado. Un poderoso puño tras-
pasó la espada del gigante, dejando sin aliento al alto hombre que
con un gruñido cayó al suelo. Por un momento, el hombre grande se
revolvió en la tierra, pero no pudo levantarse.
—Está prohibido desenvainar tu espada en el territorio del Señor de
Houzan. Podrías disculparte con él —dijo calmadamente el otro hombre,
girándose casualmente hacia donde su adversario yacía en el suelo.
Los movimientos del hombre no tenían ni un poco de arrogancia
y lo que dijo tenía un tono de modestia.
Sus ojos se encontraron con los de Taiki.
Ojos color escarlata, rojos como la sangre.
Taiki apretó más fuerte la manga de Youka. Era él. Este hombre
era la fuente de su premonición, la fuerza que se acercaba y que él
tanto temía.
Pero antes de poder apartar a Youka, el hombre caminó hacia
ellos y se arrodilló.
—No sabía que estuviese aquí, mi señor.
Los ojos del hombre se ablandaron y sus rasgos mostraron cali-
dez repentina. De alguna forma, Taiki logró estar frente a él sin tem-
blar, pero apretaba fuertemente la manga de Youka.
—Siento mucho este desliz en la etiqueta. Po favor, discúlpeme.
Taiki no podía responder, así que Youka habló en su lugar.
—No habrá más peleas en los peldaños de Houzan.
—Lo siento.
La mano de la nyosen acarició la espalda de Taiki y entonces lo
empujó hacia delante.
—Está bien, la pelea ha terminado y nadie ha salido herido.
Taiki tragó saliva y asintió. Quería decirle de su miedo por este
hombre, pero no podía hacer nada con él allí.
El guerrero arrodillado parecía mayor que Risai. Ahora que es-
taba más cerca, Taiki pudo ver que el pelo del hombre, que estaba

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Fuyumi Ono Doce Reinos

amarrado en una trenza suelta en su cuello, no era blanco, sino pla-


teado con un ligero brillo azul. Tal vez por eso parece mayor, pensó
Taiki. Sus rasgos eran agudos y sus ojos estaban llenos de ingenio,
o tal vez era sabiduría. Era tan poderoso el sentimiento que le dolía
solo mirarlo a los ojos.
El hombre rio.
—Siento haberlo asustado. Me disculpo, mi señor.
—No… —dijo Taiki finalmente con un chillido—. Yo… yo simplemen-
te estaba asustado. ¿De dónde vienes?
—De Kouki, mi señor. Soy el General Saku, de la Guardia de Pa-
lacio de Tai.
Un murmullo se escuchó en la multitud.
Debe ser alguien famoso.
La Guardia de Palacio era el término utilizado para los ejércitos
del reino que servían directamente bajo el rey. Eran tres en total y
cuando se sumaban con los tres ejércitos del gobernador de la capi-
tal, un rol que siempre era reservado para el kirin, formaban los Seis
del Rey. Este nombre era un reconocimiento del hecho de que los kirin
aborrecían la violencia y realmente no podían liderar un ejército. Por
tal razón, los Seis del Rey eran llamados también el Ejército Imperial.
—Mi nombre es Sou, pero me llaman Gyousou.
Taiki se encontró con la firme mirada del hombre y sintió que su
miedo se ahondaba. Una extraña sensación de urgencia le sobrevi-
no, una sensación de que debía decir algo más, así que dijo lo prime-
ro que se le ocurrió.
—Eres un… general.
La diferencia entre la presencia ruda de este hombre y la per-
sonalidad amable de Risai era profunda. Taiki estaba inseguro de si
era una diferencia individual entre Gyousou y Risai o si había alguna
diferencia grande entre un general de la guardia de palacio y la guar-
dia provincial.
—Sí, poco puedo hacer además de utilizar mi espada, así que es
algo que me viene naturalmente.
La sólida autoconfianza del hombre en todas las cosas brillaba en
contraste con sus humildes palabras. Su sola presencia era tan impo-
nente que Taiki era incapaz de moverse, pues tenía deseos de darse
la vuelta y correr, pero no podía. Decidió irse tan pronto como pudiera.
Primero, sin embargo, debía realizar su deber. Luchando para
calmar sus nervios, buscó dentro de sí mismo muchas veces. Sin

141
Capítulo 7 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

encontrar nada inusual, Taiki hizo una reverencia con su cabeza y se


agarró de la túnica de Youka.
—Te deseo lo mejor hasta el equinoccio. —Logró decir finalmente.
Entonces, apartándose rápidamente de la mirada del hombre, hizo
otra reverencia. Ni siquiera quería esperar a ver la expresión en el
rostro del general.
Un ligero murmullo atravesó a la multitud que los rodeaba.
Taiki escuchó a alguien susurrar.
—¡No fue Saku!
Fue solo entonces cuando se dio cuenta que ese temible guerre-
ro era el hombre que todos asumían que sería el próximo Rey de Tai.

—¿Gyousou? Ah, ¿se refiere al General Saku del Ejército Imperial?


Al día siguiente, Taiki había salido a hablar nuevamente con Ri-
sai, la general que había conocido la mañana anterior.
No parecía desconsolada en lo más mínimo, de hecho, saludó a
Taiki con una cálida sonrisa y lo dejó acariciar a Hien. Taiki se sentó
junto a la afable mujer y su montura voladora mientras las nyosen
charlaban con los miembros de su grupo.
—¿Lo conoces personalmente, Lady Risai?
Risai sacudió la cabeza.
—Aunque soy una general, yo dirijo un simple regimiento provin-
cial. El Señor Gyousou es un general al servicio directo del rey, es un
rango completamente diferente.
Con su suave voz, Risai le explicó que había una gran diferencia
en autoridad y status entre un general provincial y un general de la
guardia de palacio. Los generales de la guardia de palacio tenían el
permiso de entrar al palacio y hablar cara a cara con el rey, e incluso
participar de sus consejos matutinos, donde muchas de las decisio-
nes del reino eran tomadas. Comparado con un general provincial,
que era en esencia un mero soldado, un general de la guardia de
palacio era tanto un guerrero como un invaluable consejero del rey.
—¿Es así de famoso?
—Bastante. Es muy bueno con la espada y sus hombres lo aman.
Aunque se sabe que es severo y directo en sus órdenes, también
conoce la sutileza de la corte y es buen entendido de los asuntos rea-
les —Risai hizo una pausa y miró inquisitivamente a Taiki—. Señor…

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Fuyumi Ono Doce Reinos

¿tiene algún interés especial por el señor Gyousou?


—Es que ayer hubo una pelea…
Risai asintió.
—Ah… algo escuché de algún tonto que claramente no apreciaba
su vida y había enfadado al señor Gyousou. Estoy casi segura de que
fue culpa del otro hombre, pues lo ofendió descaradamente. Debió
de ser así si provocó esa respuesta, pues el general no es el tipo de
persona que se pelea fácilmente.
—Ya veo…
Risai miró a Taiki directamente a los ojos.
—¿El señor Gyousou es el rey?
Taiki sacudió la cabeza.
—No, no es eso. Es solo que me asusta… sorprendentemente.
Risai se veía decepcionada.
—Ah, así que no es él.
—Ayer escuché a alguien suspirar así también.
Risai rio.
—Puede que no sea el más amable de los hombres, pero no es
realmente temible, o eso he escuchado. Creo que es un hombre mag-
nífico pues no todos los días un general es genuinamente querido por
un ejército de doce mil soldados. Y aunque no le faltan enemigos, sus
aliados son muy fieles. Es infortunado que no sea él.
—¿Así que eres uno de sus aliados?
Risai pasó la mano por el pelaje de Hien.
—Sí. Aunque realmente no lo he conocido, se podría decir que lo
respeto desde la distancia. Yo también lidero un ejército, después de
todo. Sería feliz si él fuese el rey.
—¿Entonces es un hombre fuerte?
Risai asintió.
—En todos los Doce Reinos, se dice que solo lo supera el Rey
Eterno de En.
—Oh…
—Aunque puede que haya otros con sus cualidades, pero pocos
son queridos por todos. Es raro que un hombre sea un genio de la
batalla y tenga tantas virtudes al mismo tiempo.
Taiki asintió.
Pero no hubo ninguna revelación. Ninguna.
—Es lamentable.
Taiki se dio cuenta que la general estaba hablando desde su

143
Capítulo 7 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

corazón. Si él se relacionara con personas externas a Houzan, sabría


que nadie que esté familiarizado con los ejércitos de Tai era ignorante
de las cualidades excepcionales del General Saku de la Guardia de
Palacio. Aunque ya era un hombre adulto cuando se unió a la guardia,
el señor Gyousou todavía era muy joven cuando fue nombrado general
y cuando pudo dirigir su ejército para suprimir una rebelión, las mismas
personas que había vencido lo terminaron respetando días después.
Si bien había generales fuertes y generales virtuosos por todos los
reinos, la cantidad de hombres que poseían ambas cualidades y
cuyas obras eran respetadas incluso más allá de las fronteras de sus
propios reinos, eran pocos.
De hecho, Risai le admitió al joven kirin que cuando pasó el Por-
tón de las Virtudes y escuchó que Gyousou estaba entre los aspiran-
tes, dejó todas las esperanzas de adueñarse del trono. Aunque la
gente a su alrededor la llamaba “la general amable” y respetaban
todos sus logros, y además la habían llevado a la montaña como a
una heroína, sintió que si todo lo que había escuchado era verdad, no
podía esperar estar a la altura de un hombre como Gyousou.
—Es muy lamentable que él no sea el rey —repitió Risai.
—Y-yo… —tartamudeó Taiki—. Estaba pensando que tú serías una
buena emperatriz, Lady Risai.
La general sonrió ampliamente.
—Me concede un honor con sus palabras. Gracias, señor Taiki.
—Lo digo en serio.
—Me honra escucharlo, pero si pudiera aconsejarle algo, mi se-
ñor, me parece que no debe ser tan descuidado con sus afectos.
Después de todo, quizá solo estoy aquí para conseguir favores, con
la esperanza de ganarme al rey una vez sea escogido. —Risai rio ju-
guetonamente y Taiki hizo un sonido de sorpresa.
—¡No puede ser!
—Oh, no esté tan seguro. Hay muchos así por aquí, sabe. Algunos
suben a la montaña sin aspirar al trono enjoyado, solamente vienen
buscando la oportunidad de agraciarse con mi señor y el futuro rey.
—¿De verdad?
—Desafortunadamente así es, por eso debe sospechar de todos
nosotros, incluyéndome a mí, de querer ser invitados al Ejército Impe-
rial cuando mi señor descienda a su reino.
Taiki levantó una ceja.
—No eres ese tipo de persona, Lady Risai… o al menos yo no lo creo.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Risai agrandó más su sonrisa.


—Mi señor realmente sabe cómo hablar, sus palabras me hacen
feliz.
—¿De verdad?
—De verdad —Riéndose, Risai se puso de pie. Con sus grandes
manos, apartó suavemente la paja sobre sus túnicas—. Parece que a
las nyosen se les acabaron las cosas que decirles a mis acompañan-
tes. ¿Le gustaría venir conmigo a caminar por el territorio, mi señor?

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Mar del Viento, Orilla del Laberinto

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Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 8

—¿Puedo salir, Youka? —preguntó Taiki. Acababan de llegar de otra


mañana caminando alrededor del Palacio Externo Hoto.
Youka sonrió amablemente.
—Claro. ¿De vuelta con Lady Risai, supongo?
—¿No debo ir?
—No, claro que puedes. Parece ser amable y dado que es una
general, ciertamente podemos confiar en ella.
Taiki salió alegremente del palacio externo seguido de Youka y
las otras nyosen que habían sido seleccionadas como ayudantes por
el día de hoy.
A medida que los días festivos pasaban, las nyosen se hicieron
amigas de muchos de los aspirantes. Por esa razón, mientras Taiki
caminaba, gradualmente iba perdiendo miembros de su grupo que
se quedaban a visitar en un campamento u otro. Incluso Youka se
detuvo brevemente justo antes de llegar a la tienda de Risai para
hablar con otro general que había conocido. Taiki corrió la distancia
que faltaba.
Aunque la cantidad de saludos formales había disminuido desde
el primer día, siempre había alguien queriendo hablar con él, así que
había descubierto que la mejor manera de moverse sin tener que
detenerse y escucharlos era correr.
—¡Lady Risai!
Risai salió de la tienda incluso antes de que terminara de llamarla.
—Bienvenido, mi señor.
—¿Sabías que vendría?

147
Capítulo 8 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Siento decirle que Hien lo sabía —El tenba estaba encadenado


junto a la entrada—. Siempre hace un ruido de felicidad cuando usted
está cerca.
—¿Sí?
—Es verdad, no me sorprendería que ahora lo considere a usted
y no a mí su amo.
—¡Lo dudo!
—¿Quién sabe? Los youju no pueden hablar, así que nunca nos
dirá lo que piensa —Risai rio y le dio palmaditas en el cuello a Hien—.
¿Y bien, Hien?
El tenba apartó la mirada de ella y colocó su hocico en el pecho
de Taiki. Risai rio amargamente.
—¿Ve? Se lo dije.

Después de pasar un rato peinando el pelaje de Hien, Taiki y Risai


caminaron juntos hasta el mediodía.
El joven kirin descubrió que le gustaba mucho caminar con la
general. Usualmente estaba lleno de preguntas y ella las respondía
todas claras y concisamente, explicándole las muchas cosas inusua-
les y raras que él señalaba en los campamentos. Les presentó a sus
amigos, muchos de los cuales había conocido después de ascender
a la montaña, pero sin excepción eran personas amables que estaba
encantado de conocer.
—¿Todos son de Tai? ¿No hay gente de otros reinos? —preguntó
mientras pasaban junto a una fuente que salía de una de las ondu-
lantes bases de una pared rocosa.
—¡Por supuesto! El Rey de Tai tiene que ser de Tai, mi señor.
—¿De verdad?
—¡Veo que no lo sabía! —exclamó ligeramente sorprendida.
—Viví en Hourai hasta hace poco, así que hay muchas cosas que
no sé.
Risai asintió.
—Ah, es verdad. Le pido que me perdone. Sí, es la ley que el rey
sea escogido del pueblo de su futuro reino.
—Así que todos viven en Tai.
—Bueno, no necesariamente solo es exigido que hayan nacido allí.
—Ya veo…

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Continuaron caminando con Risai llevando a Taiki de la mano,


cuando repentinamente el kirin se detuvo en seco, mirando a una
criatura que nunca había visto.
—Lady Risai, ¿qué es esta extraña bestia?
Risai se dio la vuelta para seguir la mirada de Taiki y asintió en
tono de admiración.
—Ah, es un sugu, son los mejores kiju, son rápidos y hermosos
cazadores.
El animal era parecido a un tigre, excepto en que su pelaje brilla-
ba con extraños colores hasta la punta de su cola. Mientras el tenba
era una criatura suave y amable, este mostraba ferocidad y fuerza.
—El sugu es la mejor de las monturas. Puede cruzar un reino en-
tero en un día.
—¡Increíble!
Taiki había escuchado de las nyosen que la mayoría de los reinos
eran tan grandes que a un caballo ordinario le tomaba una luna en-
tera cruzarlo.
—Sí, son muy fieles a sus amos y bastantes inteligentes. Su feroci-
dad los hace ideales para la batalla —Risai se dirigió al sugu admirán-
dolo—. Espero poder tener la suerte de encontrarme uno algún día.
—¿Quieres un sugu? ¿Y qué pasa con Hien?
—Sí lo quiero. Hien es fiel y rápido y me he encariñado, pero su
naturaleza amable lo hace poco eficiente en el campo de batalla y
siendo un general, esa es mi prioridad.
—Supongo que sí.
—Quizá me encuentre con uno cuando vuelva de Houzan.
—Si te lo encuentras, ¿podrás atraparlo y llevártelo?
Risai rio.
—Esa es mi intención. Estaba buscando conocerlo, mi señor, esté
seguro, pero para ser sincera, también quería tener la oportunidad
de cazar un sugu.
Taiki asintió, maravillándose por la bestia.
—Si pudiese juntar toda mi fortuna, se podría comprar, pero un
kiju comprado es poco fiel a su amo. No, lo debo atrapar por mis pro-
pios méritos.
—Eso tiene sentido.
Risai sonrió y asintió, entonces, llamó a la tienda donde el sugu
estaba encadenado.
—¡Disculpen! ¿Quién es el amo de este sugu que veo junto a la

149
Capítulo 8 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

tienda?
—Si te refieres a Keito, es mío —dijo una voz tras ellos. Visible-
mente sorprendida, Risai se dio la vuelta. Parecía en tensión, lista
para la acción.
—¡Señor Gyousou!
Era él. El cabello como hielo y esos ojos escarlatas habían que-
dado grabados eternamente en la memoria de Taiki. El general no
llevaba su armadura negra el día de hoy, pero no había olvidado el
cinturón donde llevaba su espada.
Risai llevó su mirada de Taiki a Gyousou por un momento y enton-
ces se enderezó y habló formalmente.
—Estoy encantada de conocerlo, yo soy…
—Lady Risai de la Guardia Provincial de Jou, supongo —dijo Gyou-
sou con una ligera sonrisa.
Los ojos de Risai se abrieron como platos.
—¿Cómo lo sabía?
—¡Tal como pensaba! —dijo Taiki. Los dos generales lo miraron,
sorprendidos—. Lo siento.
—¿Tal como pensaba? —dijo Gyousou con una sonrisa.
—No, es solo que… ya sabía que Lady Risai no era una general
cualquiera. Eso es todo, así que pensaba que…
El rostro de Risai se sonrojó mientras miraba a Gyousou.
—Mi señor piensa demasiado bien de mí para su propio bien.
—Oh, por el contrario —respondió Gyousou riendo—. Mi señor tie-
ne ojos agudos. Ella es una gran comandante. Hay pocos que no ha-
yan escuchado de Lady Risai de la Guardia Provincial de Jou.
—No crea sus palabras, mi señor —Insistió Risai, claramente aver-
gonzada.
Gyousou la miró intensamente y volvió a reír.
Um, pensó Taiki, cuando ríe, no da tanto miedo.

—Bueno, ¿Cuál de los dos preguntaba por Keito? —La mirada de


Gyousou observaba a ambos—. ¿Mi señor o Lady Risai?
—Mi señor quisiera verlo de cerca.
—Entonces estoy seguro de que Keito no tendrá objeciones —dijo
Gyousou haciendo una señal con la mano para que se acercaran al
sugu.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Al verlo de cerca, los ojos de la criatura eran más sorprendentes


que su forma. Eran como dos lagos de inimaginables profundidades,
pero estaban llenos de un color complejo y hermoso, brillaban como
dos ópalos radiantes.
—¿Tú… tú atrapaste a este sugu, señor Gyousou?
—Así es. No es mi costumbre comprar monturas.
—Pero ¿no es peligroso atrapar un youju como este?
Las esquinas de la boca de Gyousou subieron. Taiki se encogió.
Esta era una expresión diferente de la amigable sonrisa de antes y
algo le hacía sentirse cauteloso. Pensó que le recordaba la forma en
que un depredador muestra los dientes cuando huele a su presa.
—Atrapar una montura es encadenar algo libre y salvaje. Me pare-
cería injusto si por lo menos no pusiéramos en riesgo nuestras vidas.
—Oh… ya veo.
Gyousou le dio un palmadita a Keito. Su sonrisa feroz desapareció.
—Lo atrapé y lo entrené. Él y mi espada son mis únicos tesoros
en el mundo.
Risai parecía sorprendida.
—¿Lo entrenó usted mismo?
—Lo logré, aunque temo que mis habilidades no son suficientes —
dijo riendo—. Pues no le va tan bien con otros jinetes —Gyousou miró
a Taiki—. No lo toque repentinamente. Le he advertido muchas veces,
pero siempre puede que…
Taiki tragó saliva.
—Entiendo.
—Eso me recuerda —Risai miró a Gyousou—. He escuchado que
su espada fue un regalo del antiguo Rey Pacífico de Tai.
—Así es.
—Escuché que es famosa.
—Todo lo que sé es que puede cortar.
Para Taiki estaba claro que la espada al lado del hombre no era
solo decoración, sino un arma, una muy bien cuidada y usada a me-
nudo. Gyousou era un soldado, le habían dado la espada para que
cortara cosas y la llevaba con él por si algo necesitaba ser cortado.
Taiki inconscientemente retrocedió.
—¿Fue una… recompensa por alguna misión? —preguntó el niño,
pero Gyousou negó con la cabeza.
—No fue ningún logro militar. Una vez, tuve la oportunidad de
combatir con el Rey Eterno ante el Rey de Tai.

151
Capítulo 8 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—¿Y ganaste?
—Perdí —Admitió alegremente Gyousou—. De tres rondas, solo
pude ganar una. Sin embargo, el anterior rey estaba tan impresiona-
do de que pudiera hacer eso que me dio esta espada. Es muy valiosa
para mí porque no la gané gracias a una muerte.
—¿Así que el Rey Eterno es un fuerte espadachín?
—Si se me permite una insolencia —dijo Gyousou con la temible
sonrisa apareciendo en su rostro nuevamente como una violenta tor-
menta—. Deme otros quinientos años para entrenar y el Rey Eterno
no podrá derrotarme entonces.
Nuevamente, Taiki sintió una confianza casi salvaje en las pala-
bras del general. Aunque no había nada que temer en una conver-
sación normal, la expresión del hombre a veces tenía una extraña
capacidad de causarle escalofríos.
—Yo también quisiera tener un sugu algún día —dijo Risai miran-
do a Keito.
—Conozco un buen lugar de caza. Te llevaré —dijo Gyousou cau-
salmente.
—¿Me haría ese gran favor?
—He terminado lo que me ocupaba en este lugar. De hecho, que-
ría ir a cazar sugu hasta el próximo Día del Paso Seguro.
—¡Pero si ya tiene uno!
—Si tuviese otro, Keito podría descansar la mitad del tiempo. No
necesito tres, pero dos serían perfectos.
—Puedo entenderlo, ¿pero no quiere mantener su lugar de caza
como un secreto?
—No veo por qué. Cualquiera es libre de ir a cazar.
—¿Y si capturan a todas las bestias?
Gyousou sonrió peligrosamente.
—Dudo que eso pase pronto. No todos son capaces de montar un
sugu, después de todo.

Mientras se alejaban del señor Gyousou, Taiki dejó salir un pesado


suspiro. Por primera vez, se dio cuenta de que había estado terrible-
mente nervioso durante la conversación.
—¿Pasa algo?
—No…

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Risai miró a Taiki a los ojos.


—¿El señor Gyousou lo asusta?
—¿No te asusta a ti?
—Lo haría si fuese mi enemigo. Y admito que a veces inspira cier-
ta tensión.
—¿Hasta a ti?
—Tiene una temible presencia, ¿no es así? A veces se puede lle-
gar a pensar que es un perro amigable, pero algo le pasa y entonces
uno recuerda que es en realidad un lobo.
—Creo que entiendo exactamente a lo que te refieres.
—Es todo lo que la gente dice que es —murmuró Risai—. Su volun-
tad es feroz, eso está claro. Es realmente lamentable que no sea el rey.
—¿De verdad lo crees?
Taiki podía darse cuenta de que el hombre era poderoso, pero le
daba demasiado miedo para quererlo como líder.
Risai asintió.
—Un rey debe ser más que una buena persona. Un rey que es
demasiado amable solo llevará su reino a la perdición y un rey muy
cruel lo llevará al caos. El señor Gyousou no es ninguna de las dos
cosas. Si tan solo… pero no puede ser.
—¿Y tú, Lady Risai? —Taiki miró a la general.
Risai sonrió forzadamente.
—Cuando conocí al señor Gyousou me arrepentí de haber subido
a la montaña tan impulsivamente. Él y yo estamos en diferentes nive-
les, y el suyo es el nivel de los reyes.

—Supongo que el rey no estaba entre quienes subieron a la montaña


esta vez —dijo Taiki a Youka una noche. Dos semanas habían pasado
desde el solsticio.
—Eso pienso.
La luna estaba alta en el cielo nocturno y no muy lejos, se podía
escuchar el zumbido de los insectos.
—¿Eso quiere decir que no tengo que ir al Palacio Externo Hoto
mañana?
Youka asintió mientras doblaba las mantas en su habitación.
Sanshi asistía en silencio a Taiki con sus ropas.
—Sí. Cerraremos las puertas del Palacio Externo Hoto, eso será la

153
Capítulo 8 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

señal para que los aspirantes pierdan sus esperanzas.


—¿Y qué pasa después?
—Pues nada. Si quieres salir a jugar, puedes hacerlo.
—¿De verdad?
—Claro que sí. Todavía habrá personas allí para cuidarte. ¿Asumo
que querrás ir a hablar con el señor Gyousou y Lady Risai? Si estás
con ellos no tengo nada que temer. Y Sanshi estará allí como siempre.
Desde aquella vez que Risai lo había llevado a ver el sugu del gene-
ral, Taiki había llamado a Gyousou varias veces, rara vez pasaba un día
sin verlo. Cuando iba de visita donde Risai y jugaba con Hien, siempre
iba después a la tienda de Gyousou. A medida que pasaban los días,
esto se había convertido en un hábito. Como siempre, había veces que
la actitud del hombre le causaba escalofríos, pero ya se había acos-
tumbrado a la sensación. Y una vez que se acostumbró a él, empezó a
sentir que tenía que verlo, de cierta forma, el formidable general había
tomado el papel del padre que Taiki había dejado en Hourai y el chico
se la pasaba pensando cuánto tiempo se quedaría Gyousou.
—De hecho… —Taiki miró a Youka—. Mañana Lady Risai y el señor
Gyousou planean ir al Koukai y cazar un sugu.
Youka levantó una delicada ceja.
—¿Y?
—No… puedo ir… ¿verdad?
Risai lo había invitado, pero él le había dicho que no había forma
que las nyosen lo dejaran ir. Youka intercambió miradas con Teiei, que
estaba sentada en una esquina de la habitación y entonces suspiró.
—Puedes ir si lo deseas. Es raro que me pidas hacer algo, pero no
permitiremos que te hagas daño y nos des un susto de muerte.
Taiki sonrió.
—¡Gracias!

A la mañana siguiente, tan temprano que podía haber sido la mitad


de la noche, Taiki corrió como una sombra ansiosa hasta la tienda de
Risai en el Palacio Externo Hoto.
Todavía era de noche y pocas personas estaban cerca, pero aquí
y allí había antorchas, alumbrado con su tenue luz a través del claro.
—¡Lady Risai!
—Mi señor.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Pudo ver a Gyousou junto a la tienda, con su armadura puesta y


con Keito tras él. Risai se giró para colocar la silla de montar sobre
Hien. Era la primera vez que Taiki la veía en armadura. Al levantar la
mirada, Risai pudo ver un grupo inusualmente grande de nyosen tras
Taiki y asintió en su dirección.
—¡Dijeron que podía ir!
Risai sonrió.
—Entonces nos alegra tenerlo con nosotros.
—¿Puedo montar a Hien?
—Claro.
Teiei alcanzó a Taiki e hizo una reverencia educada a los generales.
—Lady Risai, señor Gyousou. Nuestro señor está en sus manos y
su cuidado.
Risai y Gyousou hicieron una reverencia solemne.
—Lo dejamos ir bajo su cuidado, asegúrense de que regrese ile-
so. Y aunque sea poco tiempo, que regrese para el mediodía.
—Como desees.
Teiei asintió y entonces notó que solo el tenba y un sugu habían
sido preparados para ir.
—¿No se llevarán a sus acompañantes?
—Si otros nos acompañan a caballo, no podremos llegar para el
mediodía —explicó Risai.
Teiei frunció el ceño. El Mar Amarillo era un lugar famoso por sus
peligros. Aunque las Cinco Montañas tenían protecciones místicas, la
tierra salvaje del Koukai no tenía protecciones de este tipo y su vasta
expansión no era más que el hogar de incontables demonios que
no eran nada amistosos con los humanos. Y había otros peligros en
el Koukai además de demonios: las arenas movedizas, lagos de ga-
ses venenosos y montañas con derrumbes frecuentes eran comunes
para quienes se adentraran en él.
—¿Puedo confiar en su promesa de traer al señor sano y salvo?
Risai hizo otra reverencia.
—Nada le hará daño.
—Iríamos si pudiéramos, pero ninguna nyosen puede salir de Go-
zan sin permiso de la Genkun. Así que debo pedirles que eviten los
lugares peligrosos. Aunque estén cazando, deben considerar la segu-
ridad del señor sobre todas las cosas. Tampoco debe ser expuesto a
la inmundicia de la sangre. ¿Entendido?
—Sí… Entiendo bien —dijo Risai nuevamente con una expresión

155
Capítulo 8 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

de perplejidad.
Teiei continuó sin hacer caso:
—Si llega a pasar que deben herir a un demonio, deben llevar al
señor a otra parte, aunque eso signifique abandonar a la otra persona.
—Teiei —dijo Taiki apretando ligeramente la túnica de la nyosen.
Nunca la había visto tan sobreprotectora.
—No vamos en una caminata de paseo —Fue Gyousou quien ha-
bló, tenía una mirada feroz—. Tampoco podemos permanecer en las
orillas del Koukai si lo que queremos es atrapar demonios fuertes.
No puedo prometer que no habrá peligro, pero no habría invitado a
mi señor si no tuviera confianza en nuestra habilidad de protegerlo.
Tu insistencia de que le otorguemos lo que por derecho debemos
ofrecer como ciudadanos leales de Tai podría ser tomada como una
falta de respeto, nyosen.
Teiei miró agresivamente a Gyousou.
—Tu confianza es impresionante, por tu bien, espero que no sea
mera arrogancia.
Gyousou le devolvió la misma mirada con una mayor intensidad.
—Esto apenas merece tu preocupación, nyosen. Nuestro señor es
el kirin de Tai, el reino al cual hemos jurado lealtad, ¿tal vez crees que
piensas más en su bienestar que cualquier otra persona de Tai? ¿No
es arrogante de tu parte?
Los dos intercambiaron miradas por un momento y entonces
Teiei apartó sus ojos.
—Está en tus manos.
—Así es.
Gyousou vio cómo Teiei se daba la vuelta y se iba antes de tomar
las riendas del sugu.
—Vamos, Lady Risai, antes de que amanezca.

El tenba viajaba a una gran velocidad, pero el viaje era suave fluido.
Brincaban sobre las rocas, galopaban por las planicies y saltaban
sobre los árboles caídos. Hien se movía con tanta gracia que, para
sorpresa de Taiki, no sentía ni un solo golpe. Aquí y allí, cuando vola-
ban, las zancadas de Hien era igual de suaves y estables, era difícil
para Taiki creer que estaba sobre una criatura viva.
Aparentemente Hien también podía ver en la oscuridad, así que

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Fuyumi Ono Doce Reinos

su velocidad nunca disminuía aún en lugares donde las grandes ro-


cas o los altos árboles bloqueaban la luz de la luna.
—¿Qué tal? —preguntó Risai desde su lugar tras él, con un brazo
alrededor del pecho de Taiki y el otro tomando las riendas.
—Es como montar un kirin.
Los ojos de la general se ampliaron.
—¿Ha montado un kirin?
—Sí, ¿eso es inusual?
La risa de Risai se perdió por el rugir del viento.
—Bastante inusual. Temo que Hien se deba sentir menos si lo
compara con una criatura de ese calibre.
—Yo no diría eso.
—Oh, pero así es. Tal vez usted, al ser un kirin, no se sienta tan
sorprendido en la presencia de uno, pero para mí, el solo pensar en
montar uno me produce escalofríos.
Taiki no estaba consciente de que los kirin eran considerados de
esa forma. Aunque la idea de montar en la espalda de Keiki, el hom-
bre, no el kirin; le hacía hacer una pausa, pero no era algo realmente
especial.
—Es bastante intimidatorio solo compartir la silla con usted, mi
señor.
Taiki miró a la sonriente general.
¿Lo dice en serio?
Gyousou se había acercado a ellos para comentarle algo a Risai,
pero no parecía estar escuchando su conversación. Taiki pudo obser-
var momentáneamente el perfil del hombre bajo los rayos de la luna.
Esa aura temible lo rodeaba.
Teiei debió hacerlo enojar.
Y todo es mi culpa.
La excitación del chico por montar al tenba se encogió y se con-
virtió en nada.

Hien y Keito llevaron a sus jinetes a un lugar profundo del Mar Ama-
rillo, dirigiéndose rápidamente al norte y al este de las Cinco Monta-
ñas hasta que cruzaron un campo de colinas bajas que se curvaban
hasta la base de Kouzan.
En los lugares bajos tras las estériles colinas, Gyousou, quien los

157
Capítulo 8 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

lideraba, detuvo a Keito y desmontó. La luna seguía en el cielo sobre


ellos.
—¿Es este lugar, señor Gyousou? —preguntó Risai, haciendo pa-
rar a Hien. El general asintió silenciosamente. Risai levantó a Taiki y
el chico quedó de pie observando a Gyousou, maravillándose por su
ferocidad que parecía no haber disminuido desde que salieron de
Houzan.
—¿Señor Gyousou?
—¿Pasa algo? —La voz de Gyousou sonaba como una espada cor-
tando la tela de la noche. Estaba ocupado desempacando sus bolsas
y no se volvió.
Taiki bajó la cabeza.
—Pido disculpas por la grosería de la nyosen.
Las manos de Gyousou se detuvieron e inhaló profundamente.
Por un momento, su ferocidad pareció flaquear.
—No es algo por lo que deba disculparse.
—No, de verdad, me disculpo ante ti y Lady Risai.
Risai rio desde la sombra de una roca, donde se encontraba pre-
parando una fogata.
—No se preocupe. Es natural que las nyosen se interesen en su
bienestar.
—Eso es, verán —dijo Taiki mirando a los generales—. No me
encuentro bien, estoy enfermo. —Ambos compañeros lo miraron in-
mediatamente y sintió sus mejillas sonrojarse—. Es una forma de
decirlo… —Taiki buscaba las palabras correctas—. No creo que Teiei
quisiera menospreciarlos. Es solo que ella sabe que yo… bueno… soy
indefenso… y se preocupa.
Risai rio suavemente.
—Usted es irreemplazable, mi señor, pero ciertamente no inde-
fenso. No debería pensar tan poco de sí mismo. Usted es un kirin.
Taiki sacudió la cabeza.
—No, las nyosen se preocupan porque no puedo hacer lo que los
kirin deberían hacer. Eso es lo que yo creo. No tengo… shirei.
Los ojos de los generales se abrieron de sorpresa y rápidamente
intercambiaron miradas.
La aversión de los kirin por la sangre significaba que nunca po-
dían tomar las armas o pelear por sí solos. Esto aplicaba a demonios,
hombres o bestias. Por esta razón, confiaban en sus shirei para pro-
tegerlos y era de conocimiento común que los kirin tenían muchos, a

158 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

veces cientos de shirei a su servicio. Un kirin sin shirei no tenía forma


de defenderse.
—Y eso no es todo —continuó Taiki—. Tampoco puedo transfor-
marme —Ahora los dos generales estaban boquiabiertos—. Ya sé que
debería tener muchos shirei y que ellos deberían protegerme, pero
no puedo hacerlo, no puedo apaciguarlos. Y sé que debería transfor-
marme a mi forma de kirin para huir del peligro, pero tampoco puedo
—Era vergonzoso admitir sus defectos y mientras hablaba, Taiki se
encogía lentamente, sus hombros caían y su cabeza colgaba—. Es
por eso por lo que las nyosen se preocupan. Intentaron ayudarme,
hasta llamaron al Taiho de Kei para que me ayudara. El Taiho me
enseñó muchas cosas, pero al final no dio resultado, no pasó nada.
Así que…
Taiki sabía que había causado muchos problemas a todos a su
alrededor, qué carga debía ser para sus corazones. Y, aún así, no le
mostraban más que amor. Solo pensar en eso le irritaba el estómago.
Con una gran amabilidad, Gyousou estiró una de sus grandes ma-
nos y le dio palmaditas a Taiki en la cabeza. Cuando el niño alzó la mira-
da, vio al hombre mirándolo, una expresión de benevolencia se aprecia-
ba en sus ojos. Este no era el temible general, sino el amable hombre.
—Nunca pretendí confiar en sus shirei para protegerlo. No se pre-
ocupe.
—Yo… tengo una nyokai.
Gyousou sonrió.
—Entonces tienes una aliada poderosa.
Su mano era mucho más fuerte que la de Taiki, pero rozaba sua-
vemente su pelo.
El joven kirin asintió y permaneció callado.

—¿Qué usas de carnada? —preguntó Taiki. Estaba viendo a Lady Risai


preparar la trampa que los dos generales habían hecho.
—Joyas. Los sugu prefieren ágatas —dijo y entonces sacó una
gema del tamaño de un huevo de su bolsa.
—¿S-se las comen?
Risai rio.
—No, creo que es similar a lo que pasa con los gatos y la menta
gatuna. ¿Podrías sostenerla un momento? —Risai puso la gema en la

159
Capítulo 8 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

mano de Taiki y entonces miró a Gyousou—. Dejaré algunos rastros


para ampliar la red —dijo, brincando sobre su tenba.
—¿Rastros?
—Cristales de ágata. Señor Gyousou, el señor está en sus manos.
—Muy bien.
Hien saltó muy alto en el cielo y aceleró con unos rápidos batidos
de sus alas. El cielo en el este ya mostraba un ligero tono de blanco.
De noche, explicó Gyousou, era el mejor momento para cazar.
Cuando el sol estaba alto, los youju rara vez caminaban por allí. Nor-
malmente, los dos generales habrían cazado más temprano para evi-
tar una decepción al amanecer, y Taiki se dio cuenta de que atrasa-
ron la hora de salida por su seguridad.
Con gran cuidado, Gyousou aseguró la cuerda final de la trampa
a una gruesa estaca entre dos rocas. Entonces se levantó, aplaudió
y caminó hacia Keito, que permanecía tirado sobre una roca plana
junto a la fogata.
—¿Quiere descansar, mi señor?
—Sí.
Gyousou se recostó contra su montura dormilona e hizo un movi-
miento que señalaba el suelo junto a él. Dócilmente, Taiki se le unió.
—¿Crees que lograrás atrapar uno?
—Quién sabe. Es un asunto de suerte.
—¿Así atrapaste a Keito?
Gyousou asintió.
—Sí, creo que era mi sexto viaje en uno de los Días de Paso Seguro.
—¿Fue difícil?
—Sí, atraparlo fue la parte fácil, lo que sigue no es tan simple.
Taiki miraba la trampa, preguntándose exactamente cómo el com-
plejo tejido de cadenas y cuerdas se moverían para capturar a la bestia.
—¿Me teme, mi señor?
Taiki lo miró, sorprendido por la repentina pregunta.
—No… yo…
—En ocasiones, puedo verlo alejarse de mí como si lo hiciera. Pen-
sé que tal vez el hedor de la muerte está demasiado presente en mí.
—No, no es verdad.
—Entonces debe haber algo en mí que asuste incluso a un kirin
—Gyousou rio amargamente—. Los kirin son criaturas de virtud, lo
que quiere decir que debo tener algo en mí que la virtud encuentra…
indeseable.

160 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

—No lo creo…
—Por supuesto, soy un guerrero y no puedo hacer nada al res-
pecto. Y el deber de un soldado está lejos de ser virtuoso, mi señor.
Si sabe qué es lo que me hace falta, ¿podría decirme? Me gustaría
saber por qué soy poco digno.
Taiki tragó saliva.
—Yo… creo que así no es como funciona —El hombre lo miró con
duda en sus ojos—. Quizás sea el color de tus ojos. Me recuerdan a
la sangre.
—Aprecio que no quiera herir mis sentimientos, pero es un mal
mayor no decirme la verdad —dijo Gyousou con sus suaves palabras
rebosantes de determinación.
—Bueno… no tiene nada que ver con la razón por la que no fuiste
escogido. No es mi elección, es solo que… pasa. Pero sí tienes algo…
—Taiki lo miró—. Lo siento. No puedo explicarlo.
—No necesito explicación, con que me diga lo que siente o piensa
es suficiente.
Por un largo momento el niño pensó.
—S-siempre he sido tímido. Creo que eso debe ser. Las nyosen
dicen que me falta presencia o que debo tener más confianza, pero
no estoy seguro de que sean cosas que puedo aprender —Gyousou
lo miraba en silencio—. Tú tienes mucha confianza, señor Gyousou.
La gente habla de tu presencia y no estoy realmente seguro de qué
significa, pero cuando te veo, creo que la tienes. Es como… un aura a
tu alrededor. ¿Tiene sentido?
Gyousou asintió.
—Y tu presencia… creo que me hace sentir pequeño. Es como la
envidia, pero no es igual —Taiki miró la fogata arder más allá de las
patas estiradas del sugu—. Es como el fuego o algo así. Es cálido y
brillante, pero da miedo cuando es muy fuerte. Es así como me sien-
to, como asustado ante el fuego. Al menos… creo que eso es —Taiki
encontraba difícil poder describir sus propios miedos a otra perso-
na—. No siento lástima por mí mismo, no es eso, y no tengo miedo de
ser herido. También es diferente al miedo que siento cuando veo la
sangre… —Sus palabras seguían saliendo, pero ninguna parecía dar
en el clavo. Era difícil decidir cómo decir lo que sentía. Taiki quería llo-
rar—. Tampoco es un sentimiento malo. Un gran incendio da miedo,
pero también es hermoso e impresionante, ¿no? Es así. Me siento
sobrecogido, supongo, y también humilde.

161
Capítulo 8 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Gyousou puso su mano sobre la cabeza de Taiki.


—No llore.
—Lo siento…
—No, fue una imprudencia haber preguntado. Perdóneme.
Gyousou rio suavemente y acarició el pelo de Taiki.
—Es usted un buen niño, mi señor.
Taiki sacudió la cabeza nuevamente, frunciendo el ceño.
—Es honesto y amable. Me da una gran esperanza por el futuro
de Tai.
—Esperanza —Taiki dejó la palabra asentarse en su lengua, pro-
bándola—. Espero que tengas razón.
Gyousou asintió y colocando su brazo alrededor del kirin dirigió
su mirada a la fogata.
No dijo nada más y Taiki se recostó sobre el gran y temible gene-
ral, y se quedó callado.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 9

—¡Señor Gyousou! —gritó Risai sobre Hien, su antorcha echaba chis-


pas que caían sobre las rocas mientras el tenba galopaba hacia el
claro. La luz del amanecer empezaba a salir del horizonte.
—Señor Gyousou, encontré una cueva que creo que debe ver.
—¿Oh? —dijo y se levantó.
—Está cerca de un pantano no muy lejos de aquí. Había huellas
de entrada y salida y sospecho que pueden ser de un sugu.
—¿Crees que es su guarida?
—Quizá.
—Vamos.
Risai levantó a Taiki y lo puso sobre la espalda de Hien mientras
Gyousou montaba a Keito. En unos momentos ya estaban en camino.

La entrada de la cueva se había formado entre dos grandes peñas-


cos en el borde de una gran extensión de pantano. Hierbas escasas
se veían allí y aquí en el espacio abierto dividido por la oscuridad,
también había arremolinados parches de lo que podía ser agua o
barro muy mojado. Más cerca a la entrada de la cueva, donde el sue-
lo se levantaba un poco, el terreno era más firme y seco, y con una
escasa capa de hierba.
Por las luces de sus antorchas, los tres aventureros pudieron ver
claramente las huellas que llevaban a la entrada de la cueva.

163
Capítulo 9 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Gyousou hizo detenerse a Keito y comparó las huellas de él con


las que habían encontrado. Cualquiera que fuera la criatura, tenía
patas más grandes.
—Puede que no sea un sugu después de todo, ¿pero entonces
qué es?
Risai desmontó y miró a la entrada de la cueva. Las paredes de la
cueva estaban conformadas por rocas naturalmente apiladas, donde
una piedra más ancha se curvaba sobre ellas, por lo que creaban
una entrada tan alta como la general. Era menos parecida a una cue-
va y más como un agujero entre dos peñascos que formaban algún
tipo de túnel. El túnel recorría una corta distancia entre las piedras y
luego había una curva, por lo que no se podía ver más allá.
—Entré cuando estuve aquí antes y sé que es bastante profundo.
¿Lo exploramos?
—¿Y si encontramos un dragón?
—Dicen que hay un dragón durmiente en el fondo del Mar Amarillo.
Gyousou miró el túnel.
—Eso dicen, pero dicen muchas cosas.
—Aunque sí es un poco pequeño para ser un camino hasta el
fondo del Koukai.
—Estoy de acuerdo. Pero ¿qué es?
Risai levantó una ceja.
—¿No quiere averiguarlo?
Sin responder, Gyousou se giró hacia Taiki.
—¿Mi señor?
—No… no lo sé.
—Entonces tal vez debamos echar un vistazo.
Risai ya había entrado a la cueva.
—Yo iré primero, señor Gyousou, el joven señor está en sus manos.
—Entendido.
Fue entonces que Taiki sintió un escalofrío de inseguridad. Miró
a Gyousou.
—Um…
—¿Pasa algo?
Risai ya había doblado por la esquina. Gyousou iba tras ella.
—Sigámosla. Quédese cerca de mí, mi señor.
—Bien.

164 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

Parecía que el túnel estaba dirigiéndose a la base de la colina rocosa


sobre ellos. Estaba inclinado hacia abajo, doblándose y curvándose
a medida que avanzaban. No había viento, pero la llama de la an-
torcha se movía, Gyousou lo consideró prueba de que había alguna
corriente de aire pasando a través de la cueva. Aquí y allí, pasaron
junto a grietas en las paredes rocosas, pero nada lo suficientemente
grande para ser considerado una entrada.
—Es bastante largo. —La voz de Gyousou hacía eco.
Delante de ellos, Risai se detuvo.
—¡Es un túnel sin salida!
Delante de ella, el túnel se abría hacia una cámara más ancha
sin ninguna salida aparente. Había una bajada de más o menos la
altura de Taiki para pasar del túnel al suelo de la cámara.
Risai saltó para inspeccionar el espacio cavernoso. El suelo esta-
ba lleno de rocas y peñascos de diferentes tamaños.
—Qué raro, no hay nada aquí.
—No, hay algo, se puede oler.
Taiki frunció el ceño. Sí que podía oler algo, como Gyousou había
dicho. Era un olor que no le gustaba nada, pues causaba algo en su
pecho que parecía miedo.
En esta área rocosa, Risai seguía adentrándose más y más. Taiki
la vio agachándose junto a una piedra plana. Después de que su figu-
ra seguía alejándose cada vez más, Taiki empezó a sentir una fuerte
ansiedad.
—¿Qué tenemos aquí? Hay otro agujero en el suelo.
—¿Dónde?
Gyousou levantó a Taiki en sus brazos y saltó hacia la cámara.
Subieron por uno de los peñascos inclinados sobre el suelo hasta
que pudieron ver el agujero por el que Risai estaba viendo.
Era muy oscuro, demasiado.
—Hay algo… aquí —susurró Taiki.
—¿Eh?
Gyousou y Risai se voltearon para ver al kirin. Taiki sintió un esca-
lofrío en sus piernas. Su pulso se aceleró. El corazón le daba vueltas
en su pecho.
—Volvamos… No es bueno. El agujero no es bueno.
—¿Qué pasa?
Taiki apretó la mano de Gyousou y estiró su otra mano para al-
canzar a Risai.

165
Capítulo 9 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—No me gusta.
Risai intercambió miradas con Gyousou y entonces sonrió, po-
niendo su mano en el borde del agujero.
—Solo quiero ver cómo es por dentro.
—No. ¡No lo hagas!
Taiki corrió hacia Risai para detenerla, pero en el momento en
que puso un pie dentro, algo emergió de la oscuridad de las rocas y
se puso en medio.
—¡No vayas más lejos!
—¡Sanshi!
La mano de Gyousou fue rápidamente a la empuñadura de la
espada, pero cuando vio a Taiki correr hacia la nin’you, se relajó. Sus
ojos pudieron verla: medio humana, medio bestia con una cola de
lagarto. Esta era la nyokai de la que Taiki hablaba.
Risai también se sorprendió al ver a la nyokai blanca aparecer
repentinamente en el medio de la cueva. U mano todavía descansaba
en el borde del agujero, miró a Taiki con intención de hablar, pero algo
salió rápidamente de la oscura entrada y se envolvió en su brazo.
Risai no hizo ningún sonido. Fueron Gyousou y el joven kirin quie-
nes gritaron.
—¡Risai!
Con la boca todavía abierta por la sorpresa, la general desapare-
ció de cabeza en el agujero en el suelo de la caverna. Por un segundo,
sus piernas patalearon en el aire, pero para el momento en que Taiki
se había dado cuenta de lo que pasaba, Risai había desaparecido.
—¡Risai!
La única respuesta para el grito de Taiki fue un grito dentro del
agujero.

Para ser un hombre grande, Gyousou podía moverse como el viento.


En cuestión de segundos, ya había cruzado el reto de la caverna y ha-
bía llegado al agujero que se había tragado a Risai. Solo la oscuridad
era visible en la apertura.
—¡Señor Gyousou!
—Sanshi, si así te llamas, toma al joven señor y corre. Ponlo sobre
Keito y vuelvan a Houzan.
Sanshi asintió, pero Taiki ya se había alejado de ella, dirigiéndose

166 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

al general.
—¡No, Taiki! —Sanshi corrió tras él, atrapando al niño entre sus
brazos.
—Pero Lady Risai… —dijo mientras señalaba el agujero, pero
Gyousou lo detuvo con una mirada.
—Déjeme a Lady Risai a mí. Mi señor debe salir.
—¡No puedo!
Gyousou saltó al agujero sin responder. Taiki se escurrió de los
brazos de Sanshi.
—¡Taiki!
El niño corrió por el agujero tan rápido como pudo, tan rápido que
se tropezaba salvajemente mientras avanzaba. Sanshi se estiró para
atraparlo, pero él apartó sus manos y acelerando, saltó al orificio os-
curo detrás del general.
No puedo dejarlo ir, a Gyousou no.

Fue una caída profunda, pero de alguna forma, Sanshi logró ponerse
en frente de Taiki para bloquearle el paso.
—Taiki.
—¡No! ¡No voy a huir de esto!
Sanshi iba a atrapar al joven kirin, pero sus brazos se apartaron.
¿Qué está pasando? ¿Por qué no puedo desobedecerlo?
Por un instante, Sanshi olvidó lo que pasaba a su alrededor y
miró sus manos. Taiki era su amo, pero ahora mismo su seguridad es
primordial. Tenía que llevárselo de este lugar, de este peligro, aunque
no estaba segura de cuál era el peligro exactamente, a pesar de que
eso significara ignorar sus deseos y utilizar la fuerza.
Con nueva determinación, se movió para agarrarlo, pero Taiki
fácilmente se alejó de ella. Nuevamente apartó las manos, estaba
impresionada.
¿Por qué?
Taiki siguió corriendo sin mirar atrás. El espacio en el que habían
caído era grande, una caverna real. La única luz llegaba de la antor-
cha que Gyousou había llevado. La había lanzado al suelo donde su
brillo inestable solo profundizaba las sombras en la parte lejana de
la gran cámara, haciéndole imposible juzgar cuál era el verdadero
tamaño de la cueva.

167
Capítulo 9 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Gyousou estaba de pie delante del niño, su espalda daba hacia


el agujero del que habían llegado y sostenía la espada en su mano.
Risai yacía sobre el suelo a una corta distancia de él. Algo la cubría,
una oscuridad inmensa y sin forma.
Taiki lo miró con mucho esfuerzo. Parecía como una sombra y
nada más, una gran masa de sombra. Entonces, parte de la oscuri-
dad se levantó como un gran cuello y se dirigió a Risai.
—¡Toutetsu!
Fue Sanshi quien gritó.
¿Cómo puede ser?
La nyokai estaba de pie con sus patas en tensión mirando al de-
monio. Este no era cualquier demonio, la fuerza de un toutetsu iba
más allá de la comprensión. Era tan raro que se los viera, que se
creía comúnmente que no eran más que mitos. Sanshi no podía pro-
teger a su kirin de esto, no creía que nadie pudiera protegerlo.
Risai logró levantar la cabeza.
—¡Mi señor, debe irse!
—¡No puedo!
—¡El Reino de Tai lo necesita, mi señor! —gritó Gyousou—. ¡No
debe morir aquí!
—¡No puedo huir! ¡No puedo abandonarte!
Un grito resonó por toda la cueva.
El oscuro cuello de la criatura golpeó a Risai en el suelo y enton-
ces se dirigió a Gyousou.
Gyousou saltó para evitar el ataque del demonio y el cuello de
sombras pasó justo por encima de su cabeza y entonces se levantó
alto hasta el techo de la caverna.
La mente de Taiki se aceleraba.
Debo detenerlo. Esa cosa terrible… debo detenerlo. ¿Pero cómo
lo haré?
Antes de que la idea llegara a su mente, su cuerpo ya empezaba
a moverse.
La señal de la espada.
¡Rin, Byou, Tou, Sha, Kai, Jin, Retsu, Zen, Kyou!
Debo detenerlo.
La sombra detuvo sus movimientos instantáneamente.
Bien… ¿ahora qué venía?
Habría dado toquecitos a sus dientes, pero temblaban tanto que
tenía miedo de morderse la lengua.

168 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

Un núcleo oscuro dentro de la misma oscuridad apareció para


encararlo. Entonces, flotando cerca del suelo, vio dos brillantes ojos
reflejando la luz de la antorcha.
Y esos fríos ojos se quedaron viendo los de él.
Uh.
—Corran. Todos. Ahora —No sabía por cuánto tiempo podría so-
portar esa terrible mirada, por cuánto tiempo podría aguantar al
monstruo—. Sanshi, toma a Lady Risai.
—Taiki.
—¡He dicho que te la lleves!
Sanshi apretó los dientes. Nuevamente, no tuvo otra opción que
obedecer. No podía ir en contra de las palabras de su amo. La nyokai
corrió rápidamente hasta Risai, levantó su sangriento cuerpo en sus
brazos y corrió mirando una última vez a Taiki, entonces salió por el
agujero.
—Señor Gyousou, debe escapar ahora.
Sabía que Gyousou estaba en el suelo detrás de él en alguna par-
te, pero no pudo verlo. No podía correr el riesgo para resguardarse de
que el general no estuviera herido. Todo lo que podía hacer era mirar
a esos dos ojos rojos oscuros, del color de la sangre coagulada.
—¡Por favor!
—No puedo —dijo Gyousou con voz baja.
Taiki no podía malgastar nuevamente su energía para volverle a
preguntar.
Por primera vez, se dio cuenta de que una simple mirada podía
tener fuerza: la fuerza de su mirada empujando, la fuerza de su mi-
rada siendo repelida.
El poder de sus miradas, del kirin y el toutetsu, llenó la caverna
entera y el tiempo se detuvo.

Estoy sudando.
Taiki no tenía idea de cuánto tiempo había pasado mirando fi-
jamente a esos dos ojos. Podía sentir su sudor goteando desde su
frente, corriendo por sus mejillas y amontonándose en el cuello de
su camisa.
Inhaló profundamente por su nariz.
Exhalo por la boca y lo hago de nuevo.

169
Capítulo 9 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Mi frente…
Un dolor pulsante se había apoderado del lugar entre sus cejas.
Podía sentir algo duro y caliente allí, enterrado bajo su cráneo. Mien-
tras pasaba el tiempo, el dolor aumentaba, era como ser tocado por
metal caliente. Esperaba que fuera sudor lo que sentía caer de su
frente y no…
Mis ojos…
Hacía tiempo había dejado de ver. Solo estaba mirando en la di-
rección de esa terrible fuerza, donde asumía que los ojos de su ad-
versario estarían. Pero ahora estaba perdiendo incluso eso.
Tiempo…
¿Cuánto tiempo se había quedado allí? La pregunta aparecía
dentro de él, pero no recordaba por qué debía importarle.
¿Cuánto… más?
¿Qué importaba cuánto tiempo llevaba allí? ¿Qué importaba
cuánto tiempo más estaría allí?
Entonces, repentinamente, sintió una nueva forma de resisten-
cia. Algo se interponía entre él y la fuerza del demonio que lo empu-
jaba, algo como un velo o quizá era el mismo aire siendo atraído a la
frontera de fuerza que conectaba sus ojos.
Tiempo…
¿Qué me importa qué hora es?
La resistencia se incrementaba y la mente torturada de Taiki se ace-
leraba. De las bóvedas de su memoria, recordó las palabras de Taiki.
¡Es por eso!
En el momento en que se dio cuenta, sintió como si su frente se
abriera en dos. La caverna parecía llenarse de bruma, el aire que res-
piraba ardía en su garganta. La mirada del toutetsu arremetía contra
él como un gran puño. No podía empujar más a la fuerza de esa terri-
ble mirada, era como si una temible hora hubiese llegado.
El seiki se vuelve shiki.
—Señor Gyousou… —No sabía si Gyousou todavía estaba allí, si lo
estaba, Taiki no sabía dónde—. Por favor, corre.
No puedo aguantarlo por más tiempo.
—Siento decir que no puedo —dijo la voz del general detrás de
él—. No puedo mover mis piernas.
Los ojos del kirin se abrieron sorprendidos.
Su atención fallaba.
¡Está pasando! Se convierte en shiki.

172 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

—He sido herido. No puedo moverme. ¡Por favor, ayúdeme!


Y de repente, la concentración de Taiki estaba de vuelta, su vo-
luntad se volvía a encender como una gran llama.

Los poderes que contendían en la caverna estaban balanceados una


vez más, aunque más precariamente que antes.
¿Es sudor?
Algo caliente chorreaba por su frente.
Podía sentir a Gyousou quiero tras él.
No hay… otra forma.
Su oscuro enemigo no se movía, pero su mirada lo atravesaba,
llenando su mente.
Me llevará.
Gyousou no se movía y Taiki tampoco.
Entonces, un nuevo pensamiento apareció en su mente.
Arrodíllate…
Arrodíllate ante mí…
De repente, la oscuridad se movió. No lo vio realmente, más bien
lo sintió.
El poder que presionaba contra él se redujo. Pudo respirar pro-
fundamente por primera vez desde que la lucha había empezado.
Arrodíllate ante mí.
Podía sentir la fuerza del demonio debilitándose. Repentinamen-
te, descubrió que podía parpadear, quitándose el sudor y aclarando
su visión borrosa. Vio la forma entera de su oponente con un miem-
bro sobre su cabeza como un arma. Mientras miraba, la oscura for-
ma tembló y se encogió, hasta que lo que parecía como una infinita
masa adoptó una forma concreta de oscuridad, aunque era lo sufi-
cientemente grande para llenar la caverna.
Taiki no sentía miedo. La rigidez desapareció de su cuerpo y po-
día sentir sus miembros como si fuera la primera vez.
—Arrodíllate.
La oscuridad se encogió aún más, cambiando en la forma de un
gran buey.
Después un tigre.
Luego una gran águila.
Siguiendo con una serpiente gigante.

173
Capítulo 9 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

La criatura cambió de una forma a la otra, mostrando su increíble


poder.
Al final, tomó la forma de un perro pequeño.
—Arrodíllate como mi shirei.
Taiki levantó una mano hacia el techo para recibir la Voluntad
Divina. Y entonces, así como así, la fuerza que lo empujaba con su
mirada se detuvo. La resistencia en el aire desapareció y algo lo re-
corría. El gran poder salía invisible de sus manos, tirando de la cosa
hacia él, atándola.
—Los demonios se someten y hay armonía entre la luz y la oscuridad.
De su palma salió el sonido del agua desbordándose, recorrién-
dolo hasta su nuca.

Gou… gou, gou, gou, gou, gou, gou, gou…

El sonido se revolvía dentro de él, formando figuras en su mente.


Una persona. Jugando. Emergiendo. En el viento. Una bandera
ondeando. Un látigo golpeando, agua arremetiendo. Desbordándose.
—¡Rápidamente de acuerdo con las leyes!
Entonces, todas las sensaciones se unieron en un pensamiento,
una palabra: la orgullosa inundación.

—¡Ven a mí, Gouran!


El perro se acercó a él, sus bordes se difuminaban y cambiaban
mientras se movía. Mientras se acercaba, Taiki pensó que el perro le
recordaba a un shiba inu1 y la oscuridad alrededor del perro se em-
pequeñeció, cambiando su pelaje a uno fino y marrón.
Me gustaría que fuese un cachorro, un cachorro de patas blancas.
Y la criatura cambió para convertirse exactamente en eso.
Para cuando se sentó a los pies de Taiki, el perro era práctica-
mente igual a los que conocía de su hogar en Hourai.
—Gouran.
Se dobló para tocarlo y el cachorro se levantó para saludarlo mo-
viendo la cola. Cuando estiró la mano, su cálida lengua lamió la punta
de sus dedos. Entonces, Taiki lo levantó y le dio un abrazo. La fuerza

1 SHIBA INU. Una raza de un perro pequeño y ágil, de orejas erguidas, pelaje
grueso y cola enroscada.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

se fue de sus rígidas piernas y Taiki se sentó exhausto sobre el suelo.

—No soy… no soy…


No soy humano.
No era ni persona ni bestia, hacía parte de algo más grande, algo
de mayor poder, algo que se extendía hasta las fronteras de este
mundo. Podía sentirlo en todo su cuerpo.
No soy humano.
Por primera vez, supo que era el kirin.
Realmente no soy… yo.
Finalmente entendió lo que significaba ser un kirin y ser parte de
los mismos Cielos. ¿Cómo podía seguir entendiendo la Voluntad del
Cielo? ¿Cómo podía seguir ejerciéndola? Se dio cuenta de que hasta
ahora una parte de él no quería creer. No quería aceptar que era algo
más que el chico ordinario que siempre pensó que era.
Pero ahora lo sé.
La criatura que era superaba las fronteras de su yo como lo había
entendido. Estaba directamente conectado con los Cielos y a través
de esa conexión, un gran poder fluía al pequeño caparazón que era
su cuerpo.
—No lo puedo creer… —dijo una voz rasposa de algún lugar tras él,
trayendo a Taiki de vuelta al presente. No estaba solo en la caverna.
El kirin se dio la vuelta para ver al señor Gyousou sentado sobre
un gran peñasco, atónito.
—No creí que fuera posible incluso para un kirin apaciguar a un
toutetsu.
Taiki se levantó de forma inestable. Sus piernas todavía tembla-
ban y le era difícil caminar.
—¿Estás bien? Estás herido…
—No, estoy bien.
Con Gouran entre sus brazos, Taiki se sentó frente a Gyousou. La
antorcha se había extinguido hace tiempo, pero una tenue luz entra-
ba a la caverna por un agujero en las rocas del techo, liberando a la
cueva de su completa oscuridad.
Taiki examinó al general intentando determinar la gravedad de
sus heridas, pero no parecía haber problemas.
—¿No estás herido? ¿Te rompiste algo?

175
Capítulo 9 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Gyousou negó con la cabeza.


—No, no estoy herido —Su mirada roja todavía estaba calmada y
pensativa—. Le pido disculpas por mi mentira.
Taiki quedó boquiabierto cuando se dio cuenta de lo que Gyou-
sou había hecho.

Cuando Taiki le gritó que corriera, Gyousou había evaluado la situa-


ción en un segundo.
No debo moverme de este lugar.
De haberse movido, se habría arriesgado a desconcentrar a Taiki
y en el momento en que eso pasara, todo estaría perdido. No podía
permitir que el kirin sintiera la más mínima distracción o el más mí-
nimo alivio cuando su cuerpo y mente luchaban contra un toutetsu.
Así que Gyousou permaneció allí, petrificado mientras observaba.
Y mientras se sentaba allí viendo al niño y preguntándose cómo
exactamente Taiki empujaba al demonio en la oscuridad, Gyousou
entendió lo que niño quería decir antes cuando habló de “presencia”.
No podía haber otro nombre para ese poder que llenaba la caverna
mientras el kirin y el demonio luchaban.
Para su sorpresa, Gyousou se quedó inmóvil por la admiración. Si
ese pequeño niño no se hubiera interpuesto entre él y el toutetsu, la
sola fuerza de la presencia de Gouran habría tragado vivo al general.
Y si Taiki hubiese dudado, seguramente Gyousou habría muerto hace
mucho junto a él. Mientras la consciencia de esto se asentaba, se sen-
tía tan abrumado que no podía correr o moverse, así que solo se había
sentado a admirar la muestra de poder que se llevaba a cabo ante él.
—Gracias por salvarme.
Taiki negó con la cabeza.
—No, gracias a ti, señor Gyousou. Eres increíble.
—Guarde sus cumplidos para usted mismo, se lo merece —res-
pondió Gyousou con una sonrisa. Con un gesto paternal apartó el
pelo de Taiki y limpió su sudor—. Eso fue impresionante. El Reino de
Tai está bendecido al tener a un kirin de su rango.
Taiki miró al hombre que lo miraba de vuelta.
Un kirin. Soy un kirin.
La mano del general en su cabeza era amable y se sentía muy
cómodo al saber que este hombre era su amigo.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Si tan solo el señor Gyousou fuera el rey…

—Por Tentei, ¿qué ha pasado?


Teiei iba y venía consternada, se mordía ansiosamente las uñas.
Youka estaba junto a ella con su cara tan pálida como la nieve.
—¿Lady Risai no ha despertado todavía?
El sirviente negó con la cabeza y siguió de pie en silencio. No
había nada más que pudiera hacer.
Sanshi había regresado al amanecer, llevando a la general in-
consciente entre sus brazos con su cuerpo lleno de horribles heridas.
La nyokai dejó a Risai y desapareció sin dar ni una palabra de explica-
ción. Solamente eso era suficiente para darle pesadillas al sirviente
de Risai, pero además las nyosen lo habían regañado desde el me-
diodía y ya se acercaba la noche y su señora todavía no despertaba.
—¡Se le confió nuestro señor a Lady Risai y aún así ella ha regre-
sado sin Taiki! ¡Pensé que era una mujer de palabra! —El sirviente se
postró ante la enfurecida nyosen, pero la ira de Teiei no disminuía—.
Si llegara a pasar lo peor… ni tú ni tu general vivirán un día más.
Las otras nyosen acababan de entrar y le rogaban a Teiei que
cesara su diatriba cuando una conmoción se desató en la parte más
lejana del campamento.
—¿Qué sucede?
Teiei se giró y una de las otras mujeres señaló a la distancia.
—¡Es un sugu! ¡Y miren!
—¡Señor Gyousou!
El sugu galopaba a través del claro con su pelaje brillando bajo
la luz del sol y su larga cola levantada como un látigo. Un tenba los
seguía cerca. Uno de los seguidores de Risai gritó:
—¡Hien!
Las dos bestias saltaron sobre una tienda cercana de un solo
brinco, aterrizando silenciosamente sobre la hierba ante la pequeña
multitud. Un grito se escuchó cuando vieron a Gyousou sobre Keito y
al chico que llevaba en sus brazos.
—¡Gyousou! —Teiei se abrió paso a empujones a través de la ba-
rrera de curiosos y corrió hasta el sugu—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué
significa…?
Gyousou le hizo un gesto de silencio, pero cuando se detuvo,

177
Capítulo 9 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

empezó a gritar nuevamente.


—Taiki, ¿está…?
—Durmiendo, sí. No deseo despertarlo —dijo Gyousou calmada-
mente.
Algo más aplacada, Teiei se acercó más. Ninguna de las heridas
que temía o las cicatrices que había imaginado eran visibles, el niño
dormía pacíficamente en brazos de Gyousou. Finalmente, toda la ten-
sión escapó de sus hombros.
—Entonces… está bien.
Gyousou desmontó con el kirin en sus brazos.
—Lo llevaré al palacio.
—Antes de eso, explícame qué ha sucedido. Debemos escuchar
una explicación antes de decidir si serás bienvenido a estas monta-
ñas nuevamente.
Gyousou rio.
—No temas, el joven señor solo está cansado. Se durmió tan
pronto como lo subí en la espalda de Keito.
—¡Pero han tardado tanto! Te pedí que lo trajeras para el medio-
día. No puedes esperar que esté complacida.
—Lo siento —Gyousou miró alrededor—. Pero quizá sería mejor
que lo llevara ahora pues no deseo despertarlo. Puedo darte explica-
ciones mientras caminamos.
Al escuchar el tono conspirativo en la voz de Gyousou, Teiei miró
alrededor. Había varios curiosos de otros campamentos que fueron a
ver qué traían los cazadores y ahora estaban reunidos cerca, miran-
do fijamente al general y a la nyosen. Teiei asintió.
—Sí… quizá sea lo mejor.
Teiei le hizo un gesto a las otras nyosen y entonces se dio la vuel-
ta y se dirigió a las puertas del palacio. En un momento, la puerta se
abrió y Gyousou entró al Palacio Houro.
—Ahora darás tus explicaciones —dijo Teiei mientras caminaban
por los retorcidos pasajes del laberinto.
—Apaciguar lleva su tiempo.
Teiei se sorprendió. Se escuchó un murmullo entre las nyosen
que caminaban tras ellos.
—¿Apaciguar? ¿Taiki?
—El joven señor me dijo que no tenía shirei.
—Sí, es verdad, pero no es…
—Por supuesto que no se lo diré a nadie. No querría que alguien

178 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

pudiera pensar menos de Tai por culpa mía. Sin embargo, parece que
no debo temer pues nuestro señor ha tomado un shirei.
La mirada de Teiei pasó del hombre sonriente al kirin durmiente.
—¿Cómo pasó?
—Retó a un demonio y ganó, aunque la lucha duró desde el ama-
necer hasta hace una hora.
Teiei suspiró profundamente. Esta noticia era un alivio en varios
niveles.
—Ya veo. No lo sabía… perdóname si hablé demasiado.
—No hay problema.
Teiei miró al chico en los brazos del guerrero. Debe estar muy
cansado y su rostro mientras dormía estaba pálido, pero esto no era
de gran preocupación. Una buena noche de descanso lo curaría.
Si puede apaciguar, seguramente podrá transformarse.
Finalmente, el Señor de Houzan estaba completo. Taiki sería libe-
rado de todas sus preocupaciones y las nyosen serían liberadas de
tener que consolarlo cada vez que fallara.
—Son realmente buenas noticias.
—No has escuchado toda la historia. Parece ser que no se debe
menospreciar a un kirin negro ya que pudo apaciguar a un toutetsu…
Teiei se detuvo inmediatamente como si hubiera chocado con
una pared.
—¿Qué has dicho?
—Dije que tomó a un toutetsu.
—¡Es imposible! —Un chillido se escuchó de las nyosen tras ellos.
Era realmente imposible. Los toutetsu no eran shirei. No estaban
en el mismo nivel que los demonios ordinarios que los kirin típica-
mente apaciguaban.
—Yo también me sorprendí —dijo Gyousou bajando la mirada ha-
cia el niño que dormía profundamente con su rostro inexpresivo—.
Aunque todos los astros estuvieran alineados, es una proeza que po-
cos kirin pueden realizar. Temo por su futuro.
—¿Disculpa?
—Te pido disculpas si sueno descortés, pero te aseguro que no
le deseo ningún mal, es solo que posee un poder tan grande pero no
sabe utilizarlo… es una combinación peligrosa —Teiei frunció el ceño
ligeramente—. Tal vez este éxito le dé la confianza que necesita —Con-
tinuó Gyousou—. Creo que su fuerza apareció de un deseo muy fuerte
de protegerme, sin embargo, si no puede utilizar su fuerza sin alguien

179
Capítulo 9 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

a quien proteger, temo que le haga más daño que bien.


—Sí, eres sabio —dijo Teiei suavemente.
—Posee un poder tremendo pero su voluntad es débil. Quizá sea
su falta de confianza o tal vez haya otra razón… En cualquier caso,
ansío ver su progreso con alegría e inquietud.
—Espero que tus miedos sean infundados.
—Comparto tu esperanza. Y al mismo tiempo, aunque sea impro-
pio decirlo como habitante de Tai, creo que sería mejor para mi señor
quedarse en Houzan todo el tiempo que pueda.
Teiei miró fijamente a Gyousou. Este era un hombre que entendía
cómo funcionaban las cosas. Era lamentable que la revelación no se
diera para él.
Gyousou posó sus ojos sobre el niño.
—Es una criatura fabulosa. Siento no poder estar aquí para cuan-
do libere su poder.

180 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 10

—¿Lady Risai? ¿Te sientes mejor?


Taiki asomó su cabeza por la entrada de la tienda y Risai se sentó
sobre el colchón para saludarlo.
—Mi señor.
La tienda de la general era simple y funcional, había sido echa
para hacer largos viajes con pocos compañeros. Los muebles eran
escasos, apenas suficientes para las necesidades básicas de la ge-
neral y sus hombres. Gracias al suave clima de Houzan la tienda te-
nía pocas funciones aparte de brindar algo de privacidad, así que la
tela del techo y las paredes era delgada y ligera, y el interior de la
estructura era muy espacioso.
Risai estaba sobre una simple cama cerca a la parte posterior de
una gran habitación, esforzándose por ponerse una túnica.
Taiki la detuvo.
—No, por favor, descansa —Le dio un cubo lleno de agua aromati-
zada a uno de los seguidores de la general que estaba de pie junto a
la entrada—. Una de las nyosen te lo manda.
Risai terminó de arreglarse la ropa y le sonrió al joven kirin.
—Gracias, mi señor.
Uno de los sirvientes le hizo una señal para que entrara y tomara
asiento junto a la general. Taiki miró con lástima su rostro.
—¿Cómo están tus heridas?
—Gracias al agua de Ancianos que me ha traído, el dolor se ha ido.
—Me alegro —dijo Taiki—. Espero que no deje cicatrices muy feas.
Risai rio.

181
Capítulo 10 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Por favor, no se preocupe por mí. Me han tratado con mucho


cuidado y, de hecho, soy una Anciana Consejera, así que mis heridas
pueden parecer serias, pero no es nada de qué preocuparse.
Taiki parpadeó sorprendido.
—¿A qué te refieres? ¿Una Anciana Concejera? ¿Eres una ancia-
na, Lady Risai?
—Sí, aunque sea un general provincial, de todas formas, soy una
general y por lo tanto tengo un rango entre los sennin o Ancianos
Concejeros, en el Registro Inmortal. Sería imposible servir al gober-
nador si no fuera así.
—¿Y por qué?
—¿No lo sabe? —Risai estaba muy sorprendida—. El gobernador
de una provincia no es un hombre ordinario, solo un Anciano Conse-
jero puede tener ese rango. Y solo los Ancianos Consejeros pueden
entrar al palacio del gobernador, ya que está destinado a vivir tanto
tiempo que tener sirvientes mortales no sería suficiente.
Taiki estaba atónito, considerando lo que acababa de escuchar.
Al ver la expresión de su rostro, Risai hizo una pausa. Había es-
cuchado que el kirin había vivido en Hourai hasta hace poco, pero
asumía que sabría los aspectos básicos de la vida. ¿Quizá no había
Ancianos en Hourai?
—Pero sí sabe que los Ancianos Consejeros y dioses nunca mue-
ren de vejez, ¿no es así?
—¿De verdad?
Risai suspiró.
—Mi señor también está en el Registro Divino. ¿Entiende?
—¿Quiere decir que no moriré?
—No de vejez, no. El rey es considerado un Dios y una vez se vuel-
ve rey, esa persona no envejecerá ni morirá sino en las más extremas
circunstancias. Ciertamente, no hay enfermedad que pueda llevarse
la vida de un rey.
—No tenía idea.
—Los kirin también son considerados dioses. Como el rey, no en-
fermará ni envejecerá. Será resistente a las heridas y muy difícil de
matar, aunque hay ciertas enfermedades sobrenaturales a las que
solo el kirin es susceptible.
Los ojos del kirin se abrieron como platos y se sentó un rato per-
dido en sus pensamientos.
—¿Así que… no envejeceré?

182 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

—Sí, así es, he escuchado que una vez crezca completamente, su


apariencia física permanecerá sin cambios.
—Qué interesante…
—Quizá las nyosen olvidaron decírselo porque tampoco enveje-
cen o mueren, así que para ellas debe ser lo más natural. En cual-
quier caso, es verdad.
Taiki asintió, su mente divagaba.
—Los Ancianos Consejeros son nombrados por el rey —dijo Risai,
mientras continuaba su explicación—. Normalmente, aquellos que
sirven directamente al rey, incluyendo los gobernadores provinciales
y sus sirvientes, son Ancianos Consejeros.
—Supongo que no sería recomendable para el rey vivir más que
sus consejeros.
Risai rio.
—No especularé por las razones, pero, en cualquier caso, aunque
el Anciano Consejero no debe temer a la muerte o a la enfermedad,
eso solo aplica para el tiempo en que se es Anciano Consejero; la
diferencia entre el Registro Inmortal y el Registro Divino es que, si
se es un Dios, es para siempre, mientras que un Anciano Consejero
nombrado puede dejar de serlo, perdiendo los privilegios que vienen
con el estatus. Hay muchos que abandonan el puesto y luego regre-
san nuevamente.
—¿Y cuando dejas de ser un Anciano Consejero entonces empie-
zas a envejecer nuevamente?
—Aparentemente sí. Por supuesto, no muchos abdican por deci-
sión propia. Por ejemplo, en mi caso como general, soy una Anciana
Consejera, pero solo hasta que renuncie o me obliguen a marchar-
me. Los que son como yo y son nombrados por el rey y trabajan para
servirlo, se conocen como chisen o Ancianos Terrenales.
—Ya veo.
—También hay otros tipos de Ancianos Consejeros: aquellos que
obtienen su estatus al hacer votos, o aquellos quienes, a pesar de ser
nombrados por el rey, no lo sirven a él directamente. Estos son llama-
dos hisen o Ancianos Flotantes. Las nyosen de Houzan son de este tipo.
—Eso explica algo —dijo Taiki pensativo—: una vez, recuerdo ha-
berle preguntado su edad a Teiei y me dijo que no recordaba. Pensé
que bromeaba, pero puede que haya vivido tanto que ya no recuerde
cuándo nació.
—Es muy posible —Observó Risai con una risa—. En cualquier

183
Capítulo 10 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

caso, no necesita preocuparse tanto por mi bienestar. Soy más fuerte


que cualquier soldado normal.
—Me alegro.
—Pero basta de hablar de mí, ¿cómo está usted, mi señor? ¿Ya
se siente mejor?
—Sí, gracias. Solo estaba cansado y un poco sorprendido de… ver
sangre. Quería visitarte antes, pero las nyosen no me dejaron salir.
—Estaba un poco sorprendido de verme, ¿no? —dijo Risai y bajó
su cabeza avergonzada.
Taiki se inclinó para mirar sus ojos.
—No es tu culpa, Lady Risai, es porque soy un kirin.
—No. —Risai negó con la cabeza, pero no dijo nada más.
Había menospreciado al Koukai y había olvidado que entre los
escondites había demonios que nunca podía esperar confrontar o
vencer. Tenía fe en su espada y confianza en su habilidad de ven-
cer a cualquier enemigo, pero en realidad no estaba preparada. Y
silenciosamente se admitió a sí misma que había estado demasiado
consciente de la presencia de su colega, el general Gyousou. Así que
a pesar de saber bien que se aventuraban en un territorio peligroso,
estaba demasiado preocupada en demostrarle su valentía.
—Lo siento.
—No… de verdad no es tu culpa, Lady Risai. Nadie sabía que un
toutetsu vivía allí y cuando te diste cuenta, te sacrificaste para que yo
pudiera escapar. Además, gracias a tu valentía, pude capturar a mi
primer shirei.
Risai miró la determinación que ardía en los ojos del niño.
—Es usted muy amable, mi señor.
—Es la verdad —dijo con mucha seriedad.
Risai sonrió.
—El agua de Ancianos ha hecho maravillas. Gracias a usted y a las
nyosen, creo que podré descender de la montaña en el equinoccio.
Taiki dijo:
—¿Descender…?
Por supuesto, pensó. No es una nyosen, no vive en Houzan.
El siguiente Día de Paso Seguro era el equinoccio de otoño cuan-
do el Portón de los Vientos se abriría en el sudeste del Koukai.
Hizo algunos cálculos y se dio cuenta de que a Risai le quedaban
menos de dos semanas para dejar las montañas.
Y entonces…

184 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

Salió de la tienda de Risai, asintiendo silenciosamente a todo


aquel que lo llamaba. Solemnemente se dirigió a la puerta del pala-
cio, pero apenas había empezado a cruzar el claro cuando se detuvo
repentinamente.
Y entonces…

—¿Qué le trae hoy aquí, mi señor?


Taiki sintió una mano en su hombro y despertó de sus ensoña-
ciones para ver a Gyousou mirándolo. Había estado caminando por
el claro del Palacio Externo Hoto y siguió automáticamente su ruta
usual sin darse cuenta.
—Oh… Señor Gyousou.
Él también dejará las montañas pronto.
La idea de que Gyousou y Risai se fueran le molestaba más de lo
que creía posible.
Avergonzado por su distracción, Taiki sonrió forzosamente. En-
tonces, su ceño se frunció. Gyousou usaba su armadura negra, la
misma que llevaba solo cuando acababa de llegar de Houzan y cuan-
do fue a cazar sugu.
—¿Ya se ha recuperado?
—Sí.
—¿Pasa algo? ¿Por qué tanta formalidad?
Taiki empezó a farfullar una excusa, pero entonces se detuvo y
respiró profundamente.
—Solo pensaba que faltaba menos de un mes para el equinoccio
de otoño.
—Ah —asintió Gyousou—. La temporada para el descenso ya ha
llegado. Escuché que aquellos que no tiene cómo defenderse ya es-
tán ocupados planeando su viaje de regreso, irán juntos pues es más
seguro si hay muchos.
—Ya veo —Taiki miró al general nuevamente—. ¿Por qué llevas esa
armadura, señor Gyousou?
—Oh, esto… —Repentinamente, Gyousou se arrodilló ante el ki-
rin—. Me alegra que haya venido esta mañana. Yo descenderé hoy.
—¿Qué? ¿Tan pronto? —Taiki miró atónito al general. Podía sentir
cómo la sangre se le iba del rostro por la sorpresa de las palabras de
Gyousou.

185
Capítulo 10 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Sí, estaba a punto de despedirme de Lady Risai.


—Y entonces…
Gyousou rio casualmente.
—Sí, claro, me iré a cazar sugu por el camino. Hay muchas perso-
nas en la montaña que me pidieron que los acompañara. Temía que
tendría que irme sin poder despedirme de usted, mi señor.
Taiki miró alrededor. La tienda de Gyousou ya estaba recogida,
los postes ya habían sido arrancados y las telas de campaña dobla-
das, dejando el suelo plano y desnudo.
—¡Pero si es muy pronto!
—Viajaré a caballo esta vez. Si no me voy ahora, nunca llegaré al
Koukai para el anochecer.
—Pero… ¿no es el Koukai más peligroso de noche?
Gyousou reía.
—Y si no vamos de noche, los sugu estarán durmiendo. Se debe
viajar cuando no hay sol si se va a cazarlos.
Taiki recordó que Gyousou era un experimentado cazador de
sugu, él conocía los peligros y cómo afrontarlos. Había cruzado el
Koukai muchas veces, por eso pudo atrapar a Keito.
—¿Así que no te has dado por vencido?
—Nunca.
—¿Y podrás volver el próximo Día del Paso Seguro?
—Quizá, si no atrapo a ningún sugu de camino a casa.
Taiki dudó y entonces impulsivamente dijo:
—¿Así que vendrás a Houzan?
Gyousou miró al niño por un momento antes de responder.
—Siento decir que no. A un hombre solo se le permite ascender
a las montañas una vez en su vida —Entonces sonrió—. Además, si
viniera a visitar a Houzan, no podría entrar y salir del Koukai en el
mismo Día del Paso Seguro.
Esto era verdad. Aunque lo llevaran las rápidas patas de Keito,
no sería fácil cruzar hasta las profundidades de Koukai y regresar
el mismo día. Tendría que correr rápidamente una vez abrieran el
portón en la mañana, cazar toda la noche y luego galopar de vuelta
para lograr pasar.
—Pero tú eres un general del Ejército Imperial, estoy seguro de
que te veré nuevamente. —Taiki miró a Gyousou con una sonrisa for-
zada, pero el general solo fruncía el ceño.
—Desafortunadamente eso no sucederá.

186 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

—¿Eh?
—No regresaré a la Guardia de Palacio. Mi intención es dejar mi
puesto e irme de Tai.
Inconscientemente, Taiki apretó sus puños.
—¿Pero por qué? ¿Por qué lo vas a hacer?
—Estoy poco acostumbrado a la… vergüenza.
Los ojos de Taiki se abrieron sorprendidos, entonces, el entendi-
miento llegó.
—No lo estoy culpando, mi señor. Si no soy digno de ser un rey, no
hay nada más que hablar al respecto.
—Pero…
—No se preocupe por mí. Hay otros reinos que le darán la bien-
venida a un hombre con mis talentos. Aunque no creo que seguiré
como soldado, es muy tarde para considerar una vida detrás de un
mostrador contando monedas.
Taiki miraba fijamente al hombre en la armadura negra.
—Así que… no te veré nuevamente.
—Lo más probable es que no —dijo Gyousou sonriendo.
No está triste por dejarme, pensó Taiki. Si hubiese dormido hasta
tarde, se habría ido sin siquiera despedirse.
—Sé… que te irás a cazar a la noche, pero todavía queda mucho
tiempo antes del anochecer. Mucho tiempo —murmuró Taiki.
Gyousou rio sonoramente.
—No pretendo quedarme más tiempo en la montaña. No fui es-
cogido y quedarme me haría parecer como que no quiero irme y seré
el hazmerreír de todos —Gyousou puso una mano sobre el hombro
de Taiki—. No se ponga así. No es nada de lo que deba preocuparse.
De hecho, el tiempo que pasé aquí fue un buen remedio para alguien
arrogante como yo. Tal vez me enseñe algo de humildad.
Gyousou rio y Taiki intentó reír con él, pero no pudo.
Un sirviente llegó llamando a Gyousou. El guerrero levantó una
mano como respuesta antes de darse la vuelta y hacer una reveren-
cia a Taiki.
—Ahora iré a despedirme de Lady Risai.
—Sí…
Gyousou se alejó y desapareció dentro de la tienda de Risai, salien-
do unos minutos después. Durante todo el tiempo que el general estu-
vo fuera de la vista, Taiki permaneció allí, tan inmóvil como una piedra.
—Cuídese —dijo Gyousou. Había regresado para buscar las rien-

187
Capítulo 10 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

das y la silla de Keito—. Que su reinado dure mil años.


Está despidiéndose.
Si Taiki asentía ahora, Gyousou tomaría sus riendas, montaría a
su sugu y se alejaría.
Entonces, nunca más lo veré.
La idea era más dolorosa de lo que podía soportar. Sin embargo,
no había forma de evitar que el hombre se fuera.
—Adiós. —Gyousou hizo una reverencia y se volvió. Taiki quedó de
pie, mirándolo alejarse, deseando en vano que el general se diera la
vuelta, así fuera para verlo solo un instante y al mismo tiempo, sa-
biendo que eso nunca pasaría.
Si fuera Risai, ella no sería capaz de alejarse del pequeño kirin
del que se había hecho amiga. Se quedaría uno o dos días más, per-
maneciendo en Houzan por el mayor tiempo que pudiera antes del
Día del Paso Seguro.
Pero Gyousou no.
Con una expresión de seriedad, el general montó a Keito. Hizo
una reverencia a las personas que había cerca y entonces sacudió
las riendas y se dirigió fuera de la montaña. Keito trotó lentamente,
yendo al ritmo de los muchos caballos que los acompañaban.
Gyousou no miró atrás ni una sola vez.

La luna estaba alta en el cielo, su luz brillaba a través del delgado


velo que rodeaba la cama de Taiki.
El grupo de Gyousou estaría en la base de Houzan para este mo-
mento. Se preguntaba sobre el campamento que harían allí, si sería
seguro o no. O quizá se pasarían la noche cazando sugu y solo acam-
parían después del amanecer.
—¿No puedes dormir?
Taiki detuvo su mano. Había estado acariciando el pelaje de
Sanshi distraídamente.
—Lady Risai se quedará con nosotros por un tiempo más —dijo la
nyokai.
—Ya sé.
Las palabras de Sanshi o hicieron nada para calmar la ansiedad
de Taiki. Se lanzó a la cama hasta que finalmente no pudo soportarlo
más y se levantó nuevamente.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

—¿Puedo… salir a caminar?


—No de noche, no en el Koukai —dijo, viendo claramente sus in-
tenciones.
Taiki bajó la cabeza.
—Lo dices porque es muy peligroso, es decir que ellos están en
peligro allá abajo.
—No es nada para lo que no estén preparados.
¿Qué pasaría si se encuentran con otro demonio como el toutet-
su? Él sabía que mucha gente perdía sus vidas en el camino a través
del Koukai y Gyousou viajaba con un grupo pequeño.
—Gouran.
—¿Sí? —Un rugido grave reverberó bajo la cama. La voz de Gou-
ran era gruesa y profunda. Había empezado como un cachorro, pero
últimamente, asumiendo que a Taiki le daba igual, tomaba la apa-
riencia de un gran perro rojo.
—¿Puedes acompañar al señor Gyousou al Portón de los Vientos
para asegurarte de que llegue a salvo?
—No puedo —Fue la fría respuesta del shirei—. No puedo irme de
tu lado.
—¿Aunque te lo pida?
—Tu bienestar supera cualquier otra preocupación. Además,
Gyousou no es el rey.
Nuevamente no tengo esperanza. Taiki se mordió el labio. No ha-
bía forma de detener a Gyousou, no había forma de hacerlo volver
si él no quería, no había forma de ver que llegara con seguridad al
portón y saliera del Mar Amarillo.
A menos de que fuera el rey.
A menos de que fuera el rey.
¿Por qué no había llegado la revelación? Aunque Taiki y todos
querían que pasara.
Solo yo lo sabría.
Justo cuando iba a empezar a llorar, la idea se le metió en la ca-
beza, en su corazón.
Solo yo, el kirin, sabría la verdad.
Los ojos de Taiki se abrieron y se cerraron rápidamente. Su pulso
se aceleró.
¿Por qué?, pensó, ¿Por qué estoy pensando esto?
¿Era tan doloroso alejarse de Gyousou que podía pensar lo im-
pensable?

189
Capítulo 10 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

A Taiki le caía bien Risai. Hasta pensó que sería una buena empe-
ratriz, pero poco le molestaba pensar que ella bajaría de la montaña,
no de esta forma.
Taiki se quitó las mantas y salió con dificultad de la cama. Sin-
tió que algo lo presionaba, empujándolo, obligándolo a moverse y la
idea de quedarse allí acostado era insoportable.
—¿Taiki?
—Solo voy a salir.
Todavía en su túnica para dormir, Taiki se sentó en la escalinata
en la entrada del palacio.
Aunque solo había un camino que daba a la base del Houzan,
una vez el viajero llegara al Koukai, tendría muchas opciones para
tomar. Ya que estaban cazando a caballo, el grupo de Gyousou se-
guramente viajaría por alguno de ellos. Una vez en el Koukai le sería
difícil, sino imposible encontrarlos.
El general pasaría por los peligros del Mar Amarillo, llegaría al
portón sudeste y en el Día del Paso Seguro, pasaría a través de las
Montañas Diamante y más allá del alcance de Taiki, para siempre.
Cuando regresara a Tai, Gyousou renunciaría como general del
Ejército Imperial y dejaría el reino.
¿Sabré a dónde se irá? ¿Alguna vez podré encontrarlo? ¿Y qué le
diré si lo encuentro?
Taiki no había escogido a Gyousou. Gyousou se iba de Tai. Una
vez lo hiciera, recordaría a Taiki como un niño con poco más de diez
años, un niño sin valor alguno. Un hombre como Gyousou, que podía
abrirse camino a su propio destino, seguramente no tenía necesidad
de recordar cosas sin valor.
Taiki podía estar muerto en lo que a él respecta.
Con cada paso lejos de Houzan, el kirin podía sentir a Gyousou ol-
vidándolo. El hilo que los conectaba se haría cada día más delgado y
sería cortado definitivamente cuando el portón se cerrara entre ellos.
Taiki se levantó.

—Taiki.
AL ver al chico ponerse de pie repentinamente, Sanshi se apresu-
ró para alcanzarlo. Taiki empezó a correr y ella lo agarró y lo mantuvo
en sus brazos.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

—No, no de noche… —En la profundidad de la noche, las cosas


eran diferentes en el Koukai que de día o incluso que en la madruga-
da. Justo después de la media noche, el shiki empezaría a expandir-
se y los demonios estarían más activos—. ¡Taiki, detente!
El kirin se escurrió de los brazos de Sanshi. Taiki no podía sopor-
tarlo. Cualquier otra cosa podía resistir, pero esto no. No lo separa-
rían de Gyousou.
—¿Qué pasa, Sanshi? —gritó Youka, asomándose desde la Pago-
da del Rocío Crepuscular. Otras nyosen aparecieron con ella, en sus
rostros se veía la preocupación.
Las nyosen, Sanshi o Gouran, no importaba lo rápido que corrie-
ra, alguno de ellos lo atraparía. Pero Taiki tenía que seguir corriendo.
Saltando con una agilidad excepcional, Sanshi aterrizó en el ca-
mino por el que el niño corría. No le permitiría salir al Koukai de no-
che, se lo impediría a la fuerza si era necesario. Las heridas de Risai
y el hedor de sangre de Gouran no le habían permitido salir de su
cama en días, solo ahora estaba volviendo a hacerlo. Con su cuerpo
debilitado, su espíritu también lo estaba. Si se encontrara con un de-
monio ahora, el apaciguamiento no era una opción. Y cuando el amo
está débil, también los poderes de los shirei se debilitan. Sanshi y
Gouran ya estaban atados al destino de Taiki. La nyokai podía sentir-
lo en sus miembros: si se encontraran con un demonio de cualquier
rango, no podría asegurar el escape del kirin. Así que era una sensa-
ción de desesperación la que la impulsaba a atrapar al niño.
—¡Taiki!
Y sus brazos se cerraron alrededor de nada.
¿Me esquivó?
Sanshi miró sus manos. Estaba segura de haberlo tenido entre
sus brazos. Por un momento, la nyokai se quedó de pie, confundida,
y entonces se dio la vuelta y se acercó nuevamente. Con mucha des-
treza, logró agarrar a Taiki del brazo, pero su mano no agarró nada.
¿Cómo puede ser posible? El niño solo corre, sí, lo hace rápido
pero no tiene ninguna habilidad especial o conocimiento de las artes
de la evasión.
Era como esa vez cuando se había enfrentado a Gouran. Había
intentado atraparlo entonces, pero no pudo, como si cayera en algu-
na trampa invisible.
¿Por qué?
¿Cómo podía un pequeño e indefenso kirin, que solo recientemente

191
Capítulo 10 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

se había hecho consciente de su fuerza, hacer algo así?


—¡Gouran! —gritó Sanshi y una gran bestia saltó de entre las ro-
cas, atravesándose en el camino de Taiki, pero de alguna forma, el
kirin pudo pasar junto al shirei, aunque la gran forma del toutetsu
llenaba el angosto corredor ente las paredes rocosas.
Sanshi saltó en frente de Taiki nuevamente, intentando agarrar-
lo, y pasó otra vez, que, de alguna forma, logró evadirla. Ella iba des-
esperadamente a por su brazo y logró agarrar la punta de la túnica
con sus dedos.
—Taiki, por favor, de noche no…
Las palabras de la nyokai no terminaron. Había sentido la tela
en su mano aflojándose, perdiendo la resistencia que ocasionaba el
cuerpo, hasta que la vio colgando en sus dedos. Las nyosen tras ella
se detuvieron inmediatamente boquiabiertas.
—Ah… —dijo Sanshi sorprendida, levantando su cabeza para se-
guir la mirada de las nyosen. Todas miraban al cielo.
Las paredes rocosas permanecían oscuras, pues la luna estaba
más baja, la oscuridad era profunda, solo las partes superiores de
las paredes del laberinto brillaban con un tenue plateado.
Y algo más brillaba: una bestia luminosa que corría a toda veloci-
dad por el cielo nocturno.
—Taiki…
Vio su melena corta del color del acero. EL flexible cuerpo con
pintas negras y plateadas que parecían hechas de mica. Sus rápidas
y oscuras patas y su cabeza color negro azabache. De su frente salía
un corto y perlado cuerno.
Sanshi apretó la túnica abandonada.
Debo atraparlo.
Pero ella sabía que nada en el mundo podía atrapar a un kirin
que galopaba sobre los vientos.

Escapar era en todo lo que pensaba Taiki.


Evadió a Gouran, salió del alcance de Sanshi y corrió hasta que
su cuerpo se hacía más ligero. Sin pensar en el cambio, corrió más
rápido todavía hasta que notó que estaba flotando.
Le tomó otras tres zancadas darse cuenta de que se había trans-
formado. Miró atrás a la Pagoda del Rocío Crepuscular a los lejos.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

No se sentía extraño o herido en lo más mínimo. Se obligó a sí


mismo a ir hacia adelante y sus cuatro patas obedecieron. Estaba ga-
lopando. Tres zancadas más y ya estaba en el Palacio Externo Hoto,
su velocidad hacía ver borrosas las antorchas de quienes todavía
acampaban allí.

Keito fue el primero en notarlo.


Gyousou miró su montura. Estaba asegurando la silla, preparán-
dose para comenzar a cazar mientras la luna estaba todavía sobre el
horizonte, pero ahora, su mano se había detenido.
—¿Qué te pasa?
Los ojos del sugu se concentraban en una esquina del firmamen-
to. Un suave rugido sonaba en su garganta.
Al principio, Gyousou pensó que había demonios preparándose
para emboscarlos, pero eso no explicaba la inusual calma de Keito.
Sus ojos se entrecerraban, así que el general siguió la mirada del
sugu y lo pudo ver: una criatura de imposible belleza corría a través
del disco lunar.
El kirin negro.
El júbilo lo llenó, pero fue rápidamente reemplazado por disgus-
to. Había dejado la montaña temprano para distanciarse de su fraca-
so. Ahora, su fracaso lo seguía.
El área que Gyousou había escogido para acampar era una pe-
queña depresión junto a unas colinas, rodeadas de arbustos y peñas-
cos. En la mitad del anillo de luz formado por cinco antorchas, sus
hombres se encontraban boquiabiertos viendo al cielo junto a las
tiendas y sus monturas. Dejando un camino de luz como una luciér-
naga, el kirin paró en una roca sobre la que podía ver el campamento.
—Qué… hermoso kirin —Fue Gyousou quien habló primero. Enton-
ces dejó salir una risita y puso la silla de montar sobre el suelo—. ¿Y
a qué le debo el honor, mi señor? ¿Ha venido hasta aquí solo para
despedirse?
Taiki dudó y entonces caminó lentamente justo hasta fuera del
anillo de antorchas. La culpa de lo que estaba a punto de hacer ya
hacía más pesados sus pasos.
—Veo que se transformó. Tiene mis felicitaciones. Sin embargo, a
pesar de estar feliz de verlo, pues poder ver a un kirin negro es una

193
Capítulo 10 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

experiencia de una vez en la vida, temo que haya sido muy impulsivo
al venir, mi señor.
Taiki no respondía.
—Aunque tenga a un shirei tan poderoso, es muy peligroso estar
aquí. Todavía está debilitado. Le ruego que regrese inmediatamente
al palacio.
Gyousou esperó, pero el kirin no se movía. Suspirando, quitó la
túnica de la silla.
—¿O tal vez vino con algún encargo? —preguntó, estirando la tela
en el suelo.
Taiki volvió a su forma humana. Tenía una idea general de cómo
debía hacerlo, pero cuando lo intentó, descubrió que era tan natural
como respirar, a pesar de la extraña sensación de que su cuerpo se
hacía más pesado.
Poniendo la túnica sobre sus hombros, miró a Gyousou. Los ojos del
general tenían ferocidad en ellos, pero no le daban miedo como antes.
Yo soy quien da miedo. ¿Sé realmente qué voy a hacer?
—Señor Gyousou.
No hubo revelación.
Pero no había otra forma. Taiki se arrodilló.
Los ojos de Gyousou se abrieron como platos.
—Mi señor…
Taiki bajó su cabeza. Más baja, más baja, como un hombre que
rogaba perdón.
—Nunca te abandonaré… siempre te obedeceré… prometo mi
lealtad…
Esto era una traición, una traición al Orden de los Cielos, a las
nyosen, al rey, a todos en el mundo.
No debería hacerlo.
—…con este juramento.
Por un momento, Gyousou no dijo nada. Taiki sintió los ojos del
hombre viéndolo, quemándolo con su mirada. Por un momento, el
kirin tuvo la esperanza de que no fuera tarde, de que todavía pudiera
retirar lo hecho.
—Acepto.
Y con eso, terminó. Taiki había bajado aún más su cabeza, su
dolor era tan grande que deseó morir en ese mismo momento.
¿Cómo puedo traicionarlos, a la gente que no me dio más que
amor, a mi rey y a mi reino, a mi gente, a Gyousou mismo? Su mentira

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Fuyumi Ono Doce Reinos

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Capítulo 10 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

los hacía quedar como tontos.


La frente de Taiki tocó el pie de Gyousou. El reconocimiento de su
pecado lo atravesó como una espada y su visión se oscureció.
No puedo retirarlo.
Quería gritar que todo era una mentira.
El grito ya empezaba a salir de su garganta cuando de repente,
sintió que lo levantaban y de alguna forma se lo tragó.
Gyousou levantó a Taiki y lo abrazó. El kirin abrió los ojos sorpren-
dido al ver la orgullosa sonrisa del guerrero.
—¡Te lo agradezco, Taiki!
Antes de que el chico pudiera pensar en cómo responder, un gran
rugido se escuchó de los hombres. Todavía con Taiki en sus brazos,
Gyousou miró a sus seguidores con su rostro lleno de orgullo. Enton-
ces, miró de nuevo al kirin y sonrió ampliamente.
—Puede que seas pequeño, pero tienen muy buen ojo.
Taiki no podía soportar mirarlo, así que apartó la vista justo en el
momento en que Sanshi entraba corriendo al claro.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 11

Ah, así que él era el rey.


En el momento en que Sanshi vio la frente de Taiki en el pie del
señor Gyousou, toda la confusión que la había molestado los últimos
días se cristalizó repentinamente en una clara verdad.
Había visto señales antes, por ejemplo, la cercanía del joven kirin
a Gyousou, pero el niño tenía facilidad para hacer amigos, así que la
nyokai no lo encontró particularmente inusual. Pero si Gyousou era el
Rey de Tai, eso explicaba por qué Taiki se negaba tanto a dejar que el
general del Ejército Imperial se fuera, a pesar de que el kirin era más
apegado a Risai.
Sanshi había seguido el aura de Taiki, que para sus ojos siempre
brillaba de un color dorado, galopando hasta llegar al Koukai, su co-
razón se nublaba por la preocupación.
¿Por qué había sido incapaz de atrapar al niño? ¿Cómo había
podido transformarse tan repentinamente?
La única explicación posible que se le ocurría era que él lo había
querido así y su poder latente había cumplido su voluntad, ¿pero por
qué? ¿Y por qué su poder de repente se hizo tan fuerte? Suficiente-
mente fuerte para que ni ella ni Gouran pudieran detenerlo. En el espa-
cio de un segundo, su voluntad había congelado las manos de Sanshi
en el aire y había abierto la puerta a la transformación a su forma de
kirin. Y todo esto se manifestó solo cuando Gyousou estuvo implicado.
Taiki siempre había tenido muy poca voluntad para ser un kirin,
hasta el punto de parecer débil. No se sabía las razones de esto, pero
Taiki tenía el hábito de degradarse a sí mismo. A veces, era tan grave

197
Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

que parecía más un acto de complacencia que de humildad. Sin


embargo, cuando el bienestar de Gyousou estuvo en peligro, el joven
parecía capaz de utilizar una tremenda fuerza de voluntad, suficiente
para detener a Sanshi y al toutetsu, seres para los que el bienestar
de Taiki era más importante que sus propias vidas; y suficiente para
cambiar su forma por primera vez.
La nyokai se preguntaba si esta no era más que una manifes-
tación del poder que Taiki escondía o si había otra razón para los
extraños fenómenos que había presenciado. Así que había bajado
a toda velocidad la montaña con Gouran, apretando los dientes con
disgusto. Si tan solo hubiese sido más inteligente se hubiese escon-
dido en la sombra del kirin y lo habría podido seguir, en su lugar,
había intentado aparecer frente a él y atraparlo, perdiendo la única
oportunidad de tenerlo cerca.
Pero entonces, llegó al lugar, vio y entendió.
Por supuesto que Taiki estaba desesperado.
Aunque él mismo lo supiera o no, la desesperación de Taiki había
sido tan grande que había hecho uso de un poder más grande del
que supuestamente poseía.
Porque Gyousou sí era el rey.
Sanshi bajó saltando de unas rocas hacia el campamento y Taiki
se volvió para verla. Parecía asustado y confundido.
Sanshi le sonrió al verlo y entonces se escondió, derritiéndose en
la sombra del niño. Aunque realmente no entendía por qué Taiki ha-
bía estado tan asustado de Gyousou si él era el rey o por qué le había
tomado tanto tiempo tener una revelación; ahora que estaba con él,
nada de eso importaba. ¿Por qué debería? Ella había encontrado a
su kirin y nada en el mundo era más importante que eso.

El grupo de Gyousou volvió por los peldaños de Houzan alegremente.


En el Palacio Exterior Hoto encontraron a un grupo de nyosen espe-
rando, sus rostros estaban pálidos de la preocupación.
—¡Taiki! —Youka llegó corriendo de una multitud cuando vio al
general levantar al kirin de la silla de montar—. ¿Qué es lo que ha
pasado? ¡Y señor Gyousou!
Gyousou solo se quedó allí, sonriendo. Uno de sus seguidores
avanzó.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

—¡El Señor de Houzan solo seguía a su amo!


Una gran conmoción se extendió por la multitud que se reunía en
el palacio exterior y eventualmente se convirtió en una gran ovación.
Youka movía sus ojos entre el sonriente perfil de Gyousou y la
expresión tímida, casi asustada del pequeño kirin que el primero lle-
vaba fuertemente a su lado.
—¿Su amo? Entonces… —Youka se arrodilló—. ¡La revelación!
Taiki permaneció callado pero un rugido se oyó de los seguidores
de Gyousou y una fuerte voz se escuchó en el aire, diciendo:
—Las palabras han sido dichas. El pacto está hecho.
Era Sanshi. Youka permanecía boquiabierta y sus ojos miraron a
Teiei. La nyokai mayor asintió seriamente, entonces cayó de rodillas y se
postró sobre la hierba del claro. Todas las demás nyosen la siguieron.
—Es un honor, señor Gyousou.
De pie, con su mano sobre el hombro de Taiki, el general asintió
sonriendo.
—Le deseo mil años de vida —dijo Teiei desde donde se encontra-
ba. Hubo un ligero temblor en su voz—. Mil años al Rey Pacífico de Tai
y al Taiho de Tai.
Y de esa forma, el pecado de Taiki fue confirmado.

AL grupo del señor Gyousou se le mostró rápidamente sus aposentos


en el Palacio Houro. A Gyousou se le dio el edificio más cercano al
borde del laberinto, la Pagoda de las Hojas Perfumadas. Esta era la
pagoda más grande y era aquí donde los nuevos reyes siempre es-
peraban al día en que se les indicara que podían ascender a la parte
superior de la montaña y recibir el Mandato del Cielo.
Desde ese día en adelante, la actitud de las nyosen hacia Gyou-
sou cambió completamente. Él era, después de todo, el amo de su
señor. El casual antagonismo que habían mostrado hacia él esta-
ría completamente fuera de lugar en estos momentos, la etiqueta
apropiada era requerida siempre. La mayoría de las nyosen estaban
ahora asignadas a la Pagoda de las Hojas Perfumadas para servir a
Gyousou y sus acompañantes, las nyosen trabajaban con gran dili-
gencia para atender a todas las necesidades del rey escogido, desde
que se despertaba en la mañana hasta que se acostaba a descansar
por las noches.

199
Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Era un cambio dramático para las moradoras de Houzan, que


hasta hace poco demandaban respeto del general de Tai y ahora le
mostraban su cortesía y amabilidad. Por su parte, Gyousou ya no te-
nía que hacer reverencias a las nyosen por ninguna razón, ni tampo-
co al Señor de Houzan. Y una vez saliera del Palacio Houro, los hom-
bres que habían sido sus iguales hasta el día anterior ahora tenían
que hacerle reverencias y dirigirse a él con el mayor respeto. Gyousou
había alcanzado el pináculo del éxito. En su reino, no había nadie de
mayor rango que él.

—Felicidades, mi señor.
El día de la ascensión estaba cerca cuando Risai salió de su tien-
da y se acercó al palacio a felicitar al nuevo rey.
—Veo que ya puedes caminar.
—Me honra su preocupación —dijo Risai, haciendo una reveren-
cia y miró a Taiki—. Y felicitaciones para usted también, Taiho.
—Gracias.
Risai levantó una ceja al escuchar el tono inexpresivo en la voz
del niño.
—Perdone mi curiosidad, ¿pero está el Taiho bien?
—Oh… sí, estoy bien —dijo Taiki con una delgada sonrisa infantil so-
bre sus labios—. Solo que no me acostumbro a la gente llamándome así.
Risai rio.
—Pronto se acostumbrará.
Taiki sonrió inseguro y Risai miró a Gyousou.
—De hecho, vine a ofrecer mis felicitaciones, pero también a des-
pedirme.
Gyousou frunció el ceño.
—¿Estás lo suficientemente bien para descender?
—Sí, bastante. Y, además, no me serviría seguir por aquí más
tiempo. Me uniré a los otros mañana.
Gyousou asintió.
—Eso está bien. Ve con cuidado. Nos veremos de nuevo en Tai.
—Sí, mi señor. Gracias.
Su audiencia había terminado, así que Risai estaba a punto de
dejar el palacio. Taiki miró a Gyousou.
—¿Puedo acompañar a Lady Risai?

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Gyousou sonrió.
—Ve —Entonces levantó una mano—. Ah, Risai.
—¿Sí, mi señor?
—Mi ascensión al trono deja una vacante entre los generales de
la Guardia de Palacio. ¿Qué piensas?
—No está bien que quede así —respondió Risai riendo—. Estoy
segura de que usted tendrá en cuenta los logros y virtudes de todos
sus generales y hará su elección sin ninguna inclinación personal.
—Bien dicho —dijo Gyousou con una ligera risa. Entonces, con sus
ojos le hizo una señal a Risai para que saliera.
La general hizo una reverencia y dejó la pagoda. Taiki la seguía.

—¿No quieres ser una general de la Guardia de Palacio, Lady Risai?


—preguntó Taiki mientras los dos caminaban por unos enredados pa-
sajes del laberinto.
—No es que no quiera, pero si hay alguien más digno de tener el
rango que yo, entonces prefiero que esa persona lo obtenga.
—Eso… es muy bueno de tu parte, Lady Risai —murmuró Taiki.
Risai se inclinó para verlo a los ojos.
—¿Está seguro de que está bien? Se le ve cabizbajo.
—No es nada —dijo Taiki, sabiendo lo obvio que era su estado de
ánimo.
—¿Quizá algo lo esté molestando?
Taiki la miró.
—Lady Risai… ¿estás feliz de que Gyousou sea el rey?
Risai parpadeó u entonces su mirada de comprensión se reflejó
en sus ojos.
—Claro que sí. El señor Gyousou será un gran rey… como creo
haberle dicho antes.
—Lo hiciste.
—Si hubiese sido yo la escogida y no el señor Gyousou, no podría
aceptarlo. Me gustaría que el rey de mi propia tierra fuera un hombre
al que pudiera respetar sin reservas, y él es ese hombre. Ha escogido
bien, mi señor. Todo Tai le agradece.
Taiki intentó sonreír, pero no pudo.
—No hay por qué preocuparse, mi señor, después de todo, los Cie-
los son quienes escogen al rey. Usted solo tiene un pequeño papel.

201
Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Un pequeño papel…
Las palabras de Risai era como sal en las heridas de su conscien-
cia culpable.

—Debo admitir, Taiho, que no estás nada feliz —dijo Gyousou a Taiki
cuando el kirin regresaba de despedirse de Risai.
—Pero sí estoy feliz.
—¿Sí? Pero hasta Risai notó algo. Y cuando te veo, no puedo evi-
tar sentir como si hubiese secuestrado a un kirin. Pareces miserable.
—¿Secuestro? —Youka, que estaba sentada cerca, se rio ligera-
mente—. No es un secuestro, mi señor, es una despedida natural.
El Taiho se siente solo al pensar que tendrá que dejar Houzan. Ha
pasado poco tiempo desde que dejó su hogar en Hourai y todavía es
pequeño, ¿sabe? Ahora, justo cuando se había acostumbrado a su
vida aquí, debe irse nuevamente.
Gyousou asintió pensativamente, pero las palabras de Youka
atravesaron el corazón de Taiki.
No había pensado ni una sola vez sobre irse de Houzan, ni sobre
dejar a las nyosen.
¿Tan poco me importan?
Gyousou llamó a Taiki con la mano.
—Si fuiste criado en Hourai, entonces debías tener un nombre
diferente en aquel mundo. ¿Cómo te llamaban? —Taiki se acercaba
mientras el rey hablaba—. Debe ser molesto que todos te llamen “Tai-
ho”, como si estuviéramos obligándote a tomar una gran responsabi-
lidad. Ven, dime cómo era tu nombre.
—Kaname… Kaname Takasato.
Gyousou estiró su mano y Taiki trazó los caracteres para su nom-
bre japonés en la ancha palma del hombre.

—Ah, tu nombre significa “el esencial”. Ese es un buen nombre


para ti —Rio Gyousou—. Ciertamente eres esencial para el Reino de Tai.
Taiki bajó la mirada.
—Y tu apellido también es fascinante. ¿Sabías que en Houzan hay
un pico llamado Kouri? Se escribe con los mismos caracteres.

202 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

—No lo sabía.
—Es en Kouri donde se dice que las almas de los muertos regre-
san. Y hay otra montaña, donde se dice que los muertos continúan
viviendo y también se llama Kouri, pero el primer carácter en ese
nombre es algo diferente porque lleva el símbolo de hierba.

»Este será tu nombre: Kouri. Es totalmente prometedor y un buen


augurio.
—¿Dónde viven los muertos…? —murmuró Taiki y Gyousou asintió.
—El shiki se transforma en seiki. Los muertos eventualmente
vuelven a la vida. Kouri, eres la promesa de la revitalización, promesa
de la nueva vida de Tai.
Taiki tenía su cabeza baja. Desde ya podía sentir como intermina-
ble el martirio por su pecado, pero no había forma de retirar lo hecho.

El día escogido había llegado.


Taiki se había bañado y le habían puesto su túnica ceremonial.
Youka había ido a saludarlo vestida de color negro oscuro.
A Taiki le habían dicho que los colores aquí tenían un significado
diferente que en Aquel Lugar: en este mundo, el negro se usaba en
ocasiones especiales y el blanco en momentos de duelo. Pero con
todo eso, no podía evitar sentir que las túnicas negras de las nyosen
eran una mala señal.
Han venido a lamentarse por mí, Kouri, la montaña de la muerte.
Las cosas no podían ser peores.
Youka se postró en el suelo, dando el saludo ritual.
—Taiho de Tai, es el momento.
—Ya lo sé…
Ahora empieza el funeral.
Youka levantó sus ojos, una mirada de preocupación se veía en
su rostro.
—¿Pasa algo? ¿No descansaste bien anoche?

203
Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Taiki permanecía callado. ¿Cómo podía haber dormido? En poco


tiempo subiría a la cima del Houzan con Gyousou. Allí, el Mandato del
Cielo sería recibido y el derecho de Gyousou a ser el rey sería conoci-
do por los Cielos.
Y mi mentira será revelada.
Taiki no tenía ni idea de qué tipo de ceremonia le esperaba en
la cima, pero sabía que los Cielos nunca dejarían impune su crimen.
Gyousou sería denunciado como un falso rey y Taiki sería culpado de
hacer un falso pacto con un hombre que no era su señor. Tampoco
podía imaginarse cómo lo castigarían, solo estaba seguro de su pe-
cado. Gyousou no debía tener responsabilidad por lo que Taiki había
hecho. Si tan solo hubiera alguna forma de asegurarse de que las
repercusiones no cayeran sobre el que había escogido, al menos ten-
dría algo de alivio sabiendo que pronto todo acabaría, pero no podía
pensar en una forma de proteger al general. Así que pasó la noche
revolviéndose en la cama, sus pensamientos no lo dejaban dormir.
Youka miró al chico por un tiempo, entonces, todavía arrodillán-
dose, estiró los brazos. Taiki se acercó sin decir palabra.
Youka acariciaba su pelo amablemente.
—Todavía está algo corto, ¿no?
—¿Mmm?
—Tu pelo todavía está corto. No sueñes con cortártelo solo por-
que no estaremos allí para detenerte. Eres un kirin hermoso y mere-
ces una melena que te haga juego.
Ah, se refiere a que parece corto cuando me transformo.
Taiki levantó la mirada.
—¿Me viste?
En la noche que se transformó, no había tenido un momento
para considerar el hecho de que las nyosen lo estaban viendo, in-
cluso después de que había esperado tanto tan pacientemente para
poder verlo.
—Sí, todas estábamos felices —respondió Youka, arreglando con
cuidado los mechones del color del acero que caían sobre sus hom-
bros—. Pero no tan felices como cuando regresaste. El señor Gyousou
será un buen rey.
—¿Estás… feliz?
Youka parpadeó.
—Sí, aunque también me siento algo sola, para ser honesta.
De todas las nyosen, Youka era la más cercana a él y la más amable.

204 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

—Youka. —Taiki la abrazó.


Esta es la despedida.
—Te deseo lo mejor, Taiki.
Lo siento, Taiki susurró en su cabeza por centésima vez.
Todo lo que había hecho desde que había llegado a Houzan era
disculparse con las nyosen. Cuando no podía transformarse, cuando
no podía apaciguar a los shirei y ahora cuando las había traicionado
a todas. Qué maravilloso sería si pudiera volver al principio, si tan
solo se hubiese podido despedir de Gyousou en silencio. Entonces
no tendría que sentir cada paso tan pesado por su culpa y no tendría
que irse de Houzan.
Se imaginaba cómo sería: en la mañana, lo despertaría la me-
lódica voz de Youka, como siempre; entonces, comería un delicioso
desayuno rodeado de las sonrientes nyosen y saldría a jugar bajo el
sol con Sanshi. Todavía podría hacer esas cosas.
Youka le dio al joven kirin una palmadita en la espalda y enton-
ces, con fingida vivacidad, se apartó.
—Bien, ahora es momento de irnos.

Taiki fue llevado al norte del Palacio Houro, a la Pagoda de las Suaves
Nubes, que quedaba a los pies de un gran acantilado.
Grandes puertas pintadas de color escarlata se encontraban al
fondo de la pagoda. Una vez, cuando pasaba el tiempo en el laberin-
to, Taiki había entrado a la pagoda y había mirado dentro de las puer-
tas. Lo que vio fue una gran pared de roca verde, nada más. Ahora,
sin embargo, podía ver una escalera que los guiaba hacia arriba.
Las escaleras parecían hechas de cristal, pues eran translúcidas
y la luz que brillaba a través de ellas hacía que todo a su alrededor
brillaran. Sobre uno de estos peldaños había un ave solitaria, era
parecida a un cuervo, excepto que su plumaje era del más puro tono
de blanco.
Todas las nyosen que estaban presentes se arrodillaron en el
suelo de la pagoda. Gyousou y Taiki subieron lentamente los pelda-
ños en la entrada de la pagoda e hicieron una pausa frente a las
puertas, donde Gyokuyou hizo una gran reverencia ante ellos.
—Salud eterna para el rey y el Taiho.
Gyousou y Taiki hicieron una reverencia como respuesta.

205
Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

El ave erizó sus plumas y saltó un peldaño de la escalera y Gyou-


sou caminó hacia ella, poniendo un pie sobre la clara escalera. De
repente, se tensó.
El color se fue del rostro de Taiki. Sabía que venía un castigo,
pero no esperaba que fuera tan pronto. Conteniendo su respiración,
vio con terrible anticipación, preguntándose de qué forma vendría
la justicia de los Cielos, pero entonces, Gyousou subió otro peldaño
como si nada hubiera pasado y entonces otro.
Dudoso, Taiki lo siguió. Cuando puso un pie sobre la escalera, el
kirin entendió por qué Gyousou se había puesto en tensión.
Sintió que una corriente eléctrica lo atravesaba. Iba de las suelas
de sus zapatos a su cabeza, y para su asombro, sentía como si algo
se moviera en su cabeza y grabara pensamientos en la profundidad
de su mente:

Al principio, había nueve provincias y cuatro tribus.


Las personas plebeyas no conocían la luz de la razón y
aunque sabían de la Providencia de los Cielo, se burlaban
de ella y no obedecían a los dioses. Desdeñaron las Leyes
Celestiales y Terrenales, desterraron la virtud y despreciaron
las leyes y la disciplina. El humo iba con el viento en lugar de
nubes y los incendios de la guerra redujeron vastos territo-
rios a cenizas. Los caballos y los hombres morían y su sangre
formó un canal en la tierra que se convirtió en un gran río.
Tentei, el Emperador de los Cielos estaba triste por esto e
intentó mostrarles a las personas el Camino y darles razón,
sin embargo, los hombres sucumbieron a la voz del vicio,
buscando nada más que placer durante sus cortas vidas. Y
entonces, el Emperador, dolido, hizo una proclamación:
“Destruiré las nueve provincias y las cuatro tribus, regre-
sando al mundo a su estado anterior y con la razón como mi
arado, volveré a crear el Cielo y la Tierra a la imagen de las
columnas y los registros que son las leyes”.

Taiki subió otro peldaño, sintiendo cómo era atraído hacia arriba.

Entonces, el mundo fue renovado y Tentei dividió el suelo


en trece partes. En la parte central de éstos, creó el Mar Ama-
rillo y las Cinco Montañas, y nombró a Seioubo, la Gran Madre

206 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

del Oeste para que las protegiera como una tierra sagrada.
Para cada uno de los doce reinos restantes, nombró a un
rey y a cada rey le dio una majestuosa rama alrededor de la
cual se creará el Orden de la Ley.
Alrededor de cada rama estaba enroscada una serpiente.
Los reyes las desenredaron y las enderezaron para que sos-
tuvieran los cielos.
De cada rama crecieron tres frutas: una fruta cayó y se con-
virtió en el trono enjoyado, otra cayó y se convirtió en la tierra
fértil y la tercera cayó y se convirtió en el pueblo del reino.
Entonces, cada rama cambió para convertirse en un pincel
enjoyado. Con estos pinceles se escribió el comienzo del mundo.

Taiki apenas tenía tiempo de procesar la información antes de


que la siguiente ola lo inundara.

En la primera Gran Columna está escrito: la tierra debe


ser regida con virtud.
Que la mano de su amo no sea tan dura que traiga mie-
do y privaciones. Que no trate a su gente con crueldad ni le
guste el sabor de la guerra. Que no sobrecargue al pueblo
con impuestos y decretos. Que no sacrifique a las personas
o las venda como objetos, ni se apropie del terreno público,
ni permita que ningún otro cometa estos actos dentro de las
fronteras de sus reinos. Que sigan el Camino y respeten las
virtudes. El reino solo conoce la felicidad a través de la segu-
ridad y el bienestar de su pueblo…

Mientras Taiki seguía caminado detrás de Gyousou, las lecciones


continuaron. Con cada paso que daba, nuevas palabras aparecían en
la mente del kirin: los deberes de los hijos de los Cielos, sus deberes
como ministro, la creación del Cielo y la Tierra, los deberes de los rei-
nos, la creación de las leyes, el significado de la virtud, el significado
de la ciudadanía, lo que se debe hacer, lo que no se debe hacer, lo
que se debe decidir y lo que no se debe decidir.
Taiki subió la escalera sin ningún esfuerzo consciente, poseído
por un poder que lentamente lo atraía. Sus pensamientos se enfoca-
ban completamente en las palabras que recibía. Cuando al fin volvió
en sí, se dio cuenta de que estaba de pie bajo la luz del sol. Se dio

207
Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

la vuelta y vio que las puertas rojas de abajo se cerraban. A un paso


delante, el ave blanca se encontraba sobre el peldaño más alto, sus
ojos brillaban con la luz del sol.
Todo parecía silencioso y distante hasta que el tenue sonido de
las puertas cerrándose trajo de vuelta los sonidos a los oídos de Tai-
ki. Lo primero que escuchó fue el sonido de olas. Miró alrededor y vio
que había un mar azul extendiéndose a lo lejos en todas las direccio-
nes.
—El Mar de Nubes… —murmuró. Ya sabía su nombre. En los Cielos
hay un Mar de Nubes que separa lo que está arriba de lo que está abajo.
Taiki estaba de pie sobre una pequeña isla con un pequeño san-
tuario detrás de él, en el santuario, las puertas rojas se cerraban.
Gyousou estaba a unos pasos de distancia. Delante de él había una
roca y en su cima había otro hermoso santuario. A la distancia, en to-
das las direcciones, vio otras islas y flores como lotos flotando sobre
las gruesas olas que las mecían.
Taiki sabía qué debía hacer ahora.
Entraría al santuario y ofrecería incienso a las estatuas de Seiou-
bo y Tentei, entonces Gyousou haría un juramento de mantener el Ca-
mino y ser virtuoso. Luego el genbu aparecería y los llevaría a través
del Mar de Nubes al Palacio Hakkei o Palacio de las Joyas Blancas, a
la ciudad capital de Tai.
Taiki estaba aterrorizado. Sabía sin mirarse al espejo que su ros-
tro estaría del color de la nieve.
Todo ha acabado.
Estaba seguro de que habría algún tipo de decisión, un pronun-
ciamiento de su crimen, una revelación de su mentira. No importaba
la forma que tomara, estaba seguro de que tendría que pagar por lo
que había hecho. Pero no pasó nada.
Nada.
Subir esas escaleras y conocer los pensamientos y actos del Em-
perador de los Cielos era la forma de aceptar el Mandato del Cielo.
El peso de sus pecados se hacía cada vez más pesado. No hubo
corrección, ningún momento donde su farsa fuera revelada. Y, pero
aún, Taiki entendía completamente lo que significaba ser un rey.
La responsabilidad era más grande que cualquier cosa que hu-
biese imaginado. El rey no solo regía a su reino, sino que la misma
existencia del rey servía de ancla para su tierra. El rey balanceaba la
luz y la oscuridad y administraba los ocho símbolos de adivinación.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

El rey movía el destino mismo del reino y todo lo que estaba en él,
asegurándose de mantener el camino adecuado.
Taiki miró a su amo escogido, que se encontraba de pie en silen-
cio mientras veía el Mar de Nubes con su rostro lleno de emoción.
Solo por existir, el rey mantiene al reino en orden y a las personas
en paz.
Taiki se sentía mareado. ¿Qué pasaría con Tai, un reino goberna-
do por un falso rey?

Su corazón se llenó de arrepentimiento y de desesperación. Taiki ob-


servó mientras Gyousou hacía su juramento real.
Y exactamente en ese momento, al noroeste en el Reino de Tai,
un grito fue escuchado en la Pagoda de las Dos Voces, un pequeño
edificio en una esquina del Palacio de las Joyas Blancas sobre el pico
del Monte Kouki.
La pagoda solo tenía un señor y a diez oficiales menores que
velaban por las necesidades de su señor. Cuando el grito se escuchó
a través de los pasillos, los oficiales salieron corriendo a la cámara
interior. El grito había salido del señor mismo, el Señor de la Pagoda
de las Dos Voces, que era un faisán blanco.
—¡El faisán grita! —gritó uno de los oficiales, en su rostro se veía
el regocijo, y corrió por la pagoda, gritando locamente—. ¡La primera
voz! ¡La primera voz ha sido escuchada!
Una gran emoción seguía al oficial por donde quiera que fuera.
No había pasado mucho tiempo antes de que cada voz en el palacio
estuviera gritando de la emoción.
El faisán blanco del Palacio de las Joyas Blancas solo hacía dos
sonidos en toda su vida, cantando dos canciones, por eso era conoci-
do como el “pájaro de las dos voces”. Después de salir de su huevo,
podían pasar años antes de poder escuchar su primera voz. Cuando
se oía la segunda, el faisán moría, por lo que a la segunda voz se le
llamaba también la “última voz”.
La primera voz señalaba la ascensión de un rey al trono y la se-
gunda señalaba el fin de su reinado. El faisán blanco de Tai había
vivido diez largos años sin hacer ni un solo sonido.
—¡El faisán grita! ¡La primera voz, la primera voz!
Los gritos pasaron del palacio interno al externo, donde los

209
Capítulo 11 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

burócratas se ocupaban de los asuntos diarios del reino, y de allí, la


noticia se expandió con sonidos de júbilo.
—¡El Rey Pacífico ha llegado!

Mientras tanto, al lejano sur, otra voz se escuchó en el Palacio de las


Olas Doradas en Gyouten, la capital de Kei.
—¡El Sagrario del Árbol del Fénix se ha abierto!
Keiki apartó la mirada del pergamino que tenía entre manos. A
su lado, la Emperatriz de Kei salía del trance somnoliento en el que
entraba cada vez que el kirin le leía los informes diarios de sus seis
ministros del palacio. Una cortesana corrió a la ventana y la abrió
de par en par. Un momento después, un ave voló por la ventana y
se sentó en la percha dorada que estaba en la habitación con ese
propósito.
—El faisán blanco ha gritado —anunció el ave con una voz resonante.
El ave era un fénix macho o feng, y era el Señor del Sagrario del
Árbol del Fénix. En el sagrario vivían dos aves, un macho o feng y una
hembra o huang. Era el don de la huang el saber lo que las demás
aves sagradas de los otros reinos sabían, y el deber del feng era can-
tar estas noticias en la corte.
—La primera voz se ha escuchado en Tai. El Rey Pacífico ha as-
cendido a su trono.
Keiki miró al feng por un momento y entonces, las esquinas de su
boca se curvaron hacia arriba.
A su lado, el Rey Glorioso, Jokaku, miraba fijamente a su kirin,
atónita. Era la primera vez que lo veía sonreír.

De vuelta en Houzan, la nyosen Youka se encontraba en uno de los


estrechos pasajes del Palacio Houro, mirando fijamente al cielo.
El cielo era de un perfecto azul, solo interrumpido por un largo
camino de nubes que se extendían hasta el noreste desde la cima de
la montaña, desapareciendo a la lejanía. Aunque no lo sabía, Youka
estaba viendo un rastro dejado en el Mar de las Nubes por el paso
de la gran bestia divina, el genbu, que llevaba a Taiki y al Rey Pacífico
de Tai en su espalda. Vio fijamente a la extraña línea de nubes por

210 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

algún tiempo y las otras nyosen se le unieron, mirando con nostalgia


al cielo.
—Taiki…
Su niño las dejaba. La época festiva había sido corta y la tempo-
rada de soledad había llegado nuevamente a Houzan.
Pasarían muchos años hasta que el siguiente kirin estuviera listo
para nacer.

211
Mar del Viento, Orilla del Laberinto

212 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 12

Después de un viaje que les tomó casi todo el día y la noche, el genbu
que llevaba a Gyousou y a Taiki llegó a la capital al noroeste de Tai,
donde el Monte Kouki atravesaba el cielo.
El genbu era, para los ojos de Taiki, una enorme tortuga del tama-
ño de una isla pequeña. Había estado esperando en el Mar de Nubes
que el rey y su Taiho salieran del santuario en el pico de Houzan, ha-
bían cruzado el puente rocoso de su cuello y habían subido a la orilla
de su caparazón. Su gran caparazón estaba marcado con muchos
bultos y protuberancias rocosas, como las piedras de Houzan. El gen-
bu flotaba en el mar, pero ni su cuello ni su caparazón mostraban
señales de humedad, haciendo que Taiki se preguntara de dónde
había venido y cómo nadaba. En el medio del gran caparazón de la
tortuga había una pequeña pagoda, amueblada pero desocupada y
con suficiente comida para mantener satisfechos a sus ocupantes
durante su viaje.
Mientras que Gyousou y Taiki viajaban sobre la tortuga gigante o
quizá era mejor llamarlo barco viviente, otras preparaciones se esta-
ban llevando a cabo en el Palacio de las Joyas Blancas para la llega-
da del nuevo rey.
Taiki, que estaba de pie en la parte frontal del caparazón, lo vio
primero: una pequeña y escarpada isla. Mientras se acercaban, vio
que la isla tenía forma de herradura, con una amplia ensenada ro-
deada de incontables edificios que daban hacia el agua. Vio paredes
lisas, rejas intrincadas, brillantes columnas blancas y techos pinta-
dos de color azul oscuro, más oscuro de los del Palacio Houro. El

213
Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

agua perfectamente quieta de la bahía reflejaba los edificios como


un espejo. Era una de las cosas más hermosas que había visto.
—El Palacio de las Joyas Blancas es hermoso, ¿a que sí?
Taiki asintió, encantado por la vista.
—La isla es de hecho el pico del Monte Kouki. Esos edificios son
parte del palacio externo, donde residen los administradores —Gyou-
sou levantó la mano y señaló mientras hablaba—. Y esos de allá, son
parte del palacio interno. Por allí está el Salón de la Gran Benevolen-
cia, donde tú vivirás, Kouri. —El rey indicó el edificio al borde del agua.
—¿Viviré en el palacio, aunque sea solo tu consejero?
—No eres un mero consejero, Kouri. Si el reino fuese un barco,
el rey sería la vela y el kirin el ancla. Sin alguno de los dos, el reino
fracasaría.
Flotando majestuosamente sobre las quietas aguas, el genbu en-
tró a la bahía y Taiki pudo ver incontables banderas izadas sobre el
palacio. Una gran multitud estaba reunida frente al gran edificio en la
orilla, directamente frente a ellos. Todos estaban haciendo reveren-
cias. El genbu llegó a la orilla y una vez más, extendió su cuello como
un puente.
Juntos, el rey y su joven ministro pasaron a través de la multitud
arrodillada, y subieron hacia el gran edificio que estaba delante, el
cual Gyousou le había informado que era el palacio principal. Rodea-
do del vitoreo de la multitud, el kirin se sintió completamente confun-
dido. Había pensado que ya estaba acostumbrado a que la gente se
arrodillara frente a él y a que le sirvieran; después de todo, se había
acostumbrado a una vida de lujos en el Palacio Houro, pero lo que le
esperaba en su nuevo hogar era a una escala mucho mayor que nada
que hubiese experimentado antes.
Quería llamar a Sanshi, llamarla por su nombre y sostener su
mano, pero Youka le había advertido que no debía hacerlo. Ahora que
había escogido a su rey y ascendido a su reino, Taiki era considerado
un kirin adulto y debía actuar con dignidad. Sanshi ya no era su no-
driza, era su shirei y no es apropiado convocar a los shirei de forma
casual en frente de los demás.
Es por eso por lo que esperó hasta que las ceremonias del día hu-
biesen acabado, esperó a retirarse a su propia habitación y solo cuan-
do bajó la pantalla alrededor de su cama, pudo relajarse finalmente.
—Sanshi… —susurró para que no escuchara el grupo de ocho sirvien-
tes que esperaba en la otra habitación para satisfacer sus necesidades.

214 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

—¿Sí?
Normalmente, Sanshi habría aparecido inmediatamente des-
pués de llamarla, pero hoy solo podía escuchar su voz.
—¿Sanshi?
—Ya eres un adulto. No puedo dormir contigo.
—¿No puedes?
Taiki se sentó en el medio de la gran cama, que era mucho más
grande que la de la Pagoda del Rocío Crepuscular.
—Aunque no puedas verme, siempre estoy a tu lado.
—Pero…
—Buenas noches, Taiki.
Taiki suspiró y se dio la vuelta, pero no se sentía somnoliento en
lo más mínimo.
Entonces, pensó que había sentido a alguien reír, pues no lo ha-
bía escuchado realmente y unos dedos tocaron su mano donde yacía
sobre la manta.
Sanshi…
Sintió los dedos agarrar fuertemente su mano.
—Buenas noches, Taiki.
—Sí… buenas noches.
Respirando con más facilidad, Taiki cerró sus ojos, aunque sabía
que su descanso sería ligero e irregular y sus sueños serían oscuros
y amenazadores.

En su reino natal, el kirin servía como un consejero, asistiendo al rey


en su reinado. Era una responsabilidad que todos los kirin llevaban,
sin importar la edad. Taiki, apenas acostumbrado a su vida de kirin,
ahora se encontraba teniendo que aprender cómo vivir como un mi-
nistro. Se levantaba a una hora determinada, se vestía de una forma
apropiada según el protocolo, se iba al palacio externo a una hora
indicada y participaba del consejo matutino. Tras eso, se sentaba a
la derecha del rey hasta el mediodía, aconsejándolo en sus decisio-
nes. Como kirin, tenia que estar allí, aunque todo lo que podía hacer
realmente era sentarse y observar.
La primera tarea para el amo de Taiki, el rey, era arreglar las pre-
paraciones para la celebración de su coronación. Era imperativo que
un nuevo gobierno se formara rápidamente. Gyousou debía escoger

215
Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

entre lo que su predecesor había dejado, qué cosas mantener y qué


cosas descartar. El nombramiento de ministros y la designación de
leyes era una de las más importantes tareas que el rey llevaba a cabo.
—¿Y qué pasa con la queja del Gran Ministro?
Gyousou estaba sobre una banca en su habitación, mirando una
montaña de documentos. Taiki esperaba en el piso cerca de él.
—No le prestes atención.
El anterior rey había desperdiciado años en sus excentricidades y
eventualmente perdió el Camino. Gyousou sabía esto, así que una de
sus primeras acciones al asumir el trono enjoyado había sido reducir
el número de residente en el palacio al mínimo absoluto, dejando
poco que hacer a los sirvientes y cortesanas. Aquellas secciones del
palacio para las que no tenían un uso inmediato fueron cerradas y los
sirvientes despedidos.
El Gran Ministro era el jefe de los músicos de la corte y su queja
era que muchos músicos habían sido despedidos a la llegada del
nuevo rey.
—Le diré que soy un soldado y no le veo sentido a la música.
—Sí, pero ¿qué pasará con todos esos hombres y mujeres que
ahora están desempleados?
—¿Sabes con cuántos músicos nos dejó mi predecesor?
Taiki sacudió la cabeza.
—Yo tampoco, pero lo cierto es que la cantidad era muy grande.
Escuché que cada habitación del palacio interno estaba llena de mú-
sica, había una canción diferente para cada una y esto se mantenía
todo el día. Tocaban, estuviera el rey presente o no. Uno podía escu-
charlo desde el consejo matutino.
Taiki se quedó boquiabierto.
—Siento lástima por quienes despedí, poro a donde sea que va-
yan, se sabrá que sirvieron en el Palacio de las Joyas Blancas y en-
contrarán trabajo. Todo lo que necesitamos es una cantidad suficien-
te para recibir adecuadamente a nuestros invitados, no más.
—Creo que el Gran Ministro estaba preocupado de que no habría
suficientes para la ceremonia de coronación…
—Tenemos suficientes. Tai es un reino pobre, así que no veo sen-
tido en vaciar los cofres de mi reinado, el cual ni siquiera ha empeza-
do oficialmente.
—Pero el Ministro de Observancia también dice que con la canti-
dad actual solo se llevará a cabo una ceremonia austera.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

El Ministro de Observancia era uno de los seis ministros jefes del


palacio, era su deber particular el de coordinar los deberes ceremo-
niales y los festivales.
—Aquellos que desean reírse de nuestra austeridad, pueden ha-
cerlo. Mejor eso a que se rían de una pompa sin sentido. Los excesos
de mi predecesor han puesto los cofres del reino de cabeza, los gra-
neros reales están solo llenos de deudas.
—Sí, mi señor.
Taiki era joven, apenas sabía cómo funcionaba el gobierno, me-
nos iba a saber sobre cómo funcionaba la sociedad adulta. Sabía
poco sobre los asuntos de Tai. Gyousou, por otra parte, había sido
un consejero confiable del antiguo Rey Pacífico con acceso al palacio
interno. Tenía poca necesidad del consejo de Taiki y él lo sabía.
—Quizá deba considerar nombrar a un nuevo Ministro de Obser-
vancia —farfulló Gyousou a sus papeles antes de volver a levantar la
mirada—. Mi predecesor amaba las ceremonias cargadas y temo que
sus ministros también hayan tomado un poco aconsejable gusto por
el esplendor.
—Pero tal vez haya más matices que considerar. No debemos
apresurarnos…
Gyousou sonrió al kirin.
—Tienes razón, es verdad. Dejaré bajo observación al Ministro de
Observancia, tal vez pueda ser salvado.
La mirada de Taiki cayó al suelo. Se daba cuenta por la sonrisa de
Gyousou de que solo decía esas cosas para favorecer al kirin.
—Lo siento, he dicho algo que no debía y…
—No, Kouri. Este es tu lugar. ¿Cómo puedo mantener mi cabeza
clara sin hablar contigo?
Nuevamente, lo hace para alegrarme.
—Me disculpo…
Gyousou miró a Taiki. La cabeza del kirin colgaba. El rey se levantó.
—Kouri, ¿qué es lo que pasa para que estés tan triste?
Taiki negó con la cabeza rápidamente.
—Nada, mi señor. No es nada.
Gyousou dejó los papeles que tenía en la mano.
—¿Echas de menos a tus amigos de Houzan?
—No —insistió Taiki, negando con la cabeza nuevamente.
—Si echas de menos a las nyosen, puedes decirlo, no hay por qué
avergonzarse. Temo que te guardas muchas cosas.

217
Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—No te oculto nada, mi señor.


—¡Entonces dime la razón de tu malestar! —La voz de Gyousou
tenía un tono de exasperación—. Dices que no pasa nada, pero clara-
mente algo va mal. Todavía eres joven y no hay necesidad de que te
enfrentes solo a tus problemas.
Taiki permaneció en silencio.
—Una vez terminemos con los asuntos ceremoniales, te mandaré
a Kei. Un poco de camaradería con el Taiho de Kei te hará bien.
—No me siento solo, mi señor.
—¿Crees que soy tan poco digno de confianza? ¿Te causa tanta
desconfianza compartir conmigo tus problemas?
Taiki negó con la cabeza una tercera vez. Ciertamente no creía
que Gyousou fuera poco digno de confianza.
Pero tengo que vigilarlo.
No era que tuviera poca fe en Gyousou, el hombre; pero si había
una probabilidad de que Gyousou, el rey, se saliera del Camino, Taiki
debía estar allí. Era su trabajo y solo suyo mantener a Gyousou en el
Camino, pues los Cielos estaban observando.
Después de todo, no hubo revelación.
Gyousou frunció el ceño al ver la terca expresión del niño. ¿Qué
estará causándole tanta pena a Taiki? No pensaba que solamente
echase de menos a sus amigos. Tal vez eran demasiadas las respon-
sabilidades de su nuevo papel, o tal vez…
Tal vez, pensó Gyousou, era solo su imaginación, pero el niño
cada día se veía más desconsolado desde que se habían conocido en
Houzan. Gyousou le hizo una señal para que se dirigiera a la puerta.
—Ve a descansar. No hay razón para que te quedes conmigo has-
ta estas horas de la noche.
—No pasa nada, no estoy cansado.
—No estás bien, ¿tienes idea de cómo estás? ¿De lo pálida que
está tu piel?
—No, yo…
Gyousou puso una mano sobre la cabeza del niño, interrumpiéndolo.
—Te lo ordeno. Te irás a tu habitación. Por un tiempo te pido que
no te quedes conmigo después de mediodía.
—Pero, mi señor…
—Te lo prometo: no tomaré ninguna decisión sin consultarte antes.
Ahora lo importante es que descanses. ¿De acuerdo? ¿Qué dices?
Taiki bajó sus ojos.

218 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

—Sí, mi señor.

Taiki tenía otro deber además de ser el consejero del rey y era el de
ser el Gobernador de la Provincia Zui, la provincia donde se encon-
traba la ciudad capital. La administración de la Provincia Zui se reali-
zaba desde el Salón de la Gran Benevolencia donde Taiki vivía y por
las tardes se había reservado un corto espacio de tiempo para que lo
dedicara a los asuntos de la provincia.
Pero en realidad, el kirin solo ejecutaba las órdenes del rey y, de
hecho, era el rey quien gobernaba la Provincia de Zui. En este caso
era especialmente verdadero, pues más allá de lo que había de lo
que había aprendido cuando recibió el Mandato del Cielo, era justo
decir que no sabía nada sobre cómo dirigir una provincia. Así que, por
ahora, sus deberes de gobernador consistían en escuchar silencio-
samente los informes de los ministros y hacer preguntas cuando no
entendiera algo. En efecto, era momento de estudiar. Gyousou visi-
taba el salón durante estas sesiones y cuidaba al joven kirin, ocasio-
nalmente ofrecía palabras de consejo o su opinión sobre un asunto u
otro. Cuando eso terminaba, Gyousou regresaba al palacio interno a
continuar con su reinado diario. Siempre se negaba categóricamente
a dejar que Taiki lo acompañara.
Así que sin tener más nada que hacer, Taiki pasaba la mayor par-
te de sus tardes en ese salón sin hacer nada.
Aunque el kirin había empezado con ocho sirvientes, el número
se había reducido drásticamente como parte de la reducción de los
excesos de palacio y ahora solo tenía dos. Gyousou le había dejado
dos señoras, obviamente considerando el hecho de que Taiki estaba
acostumbrado a estar rodeado de nyosen. Gyousou siempre lo invita-
ba a cenar, siguiendo la costumbre de Taiki en el Palacio Houro. Por
supuesto, con el rey tan preocupado por su bienestar, era imposible
relajarse para Taiki. Cuanto más se preocupaba Gyousou, más se
sentía arrinconado Taiki.

Una tarde, mientras Taiki rumiaba desconsoladamente en su habi-


tación, Gyousou lo mandó a llamar al palacio interno. Rápidamente,

219
Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

el kirin recobró la compostura y llegó a la cámara del consejo. Solo


faltaban unos días para que llegara el momento en que se había
considerado apropiado llevar a cabo la ceremonia de coronación y
el palacio bullía de actividad mientras los sirvientes y cortesanos se
preparaban para el gran evento.
—Taiho, tenemos una visita.
Lo habían llevado al salón de recepción, donde se les daba la
bienvenida a los visitantes de otros reinos y se los entretenía. Gyou-
sou estaba de pie junto a las puertas abiertas del salón y habló mien-
tras Taiki estaba todavía a lo lejos.
El kirin raramente era llamado por su título formal y creyó haber
detectado una expresión juguetona en la sonrisa del rey.
—¿Una… visita?
No se imaginaba quién podía ser. Taiki ladeó la cabeza mientras
se acercaba, sintiendo algo en el aire. Era visible: una tenue luz como
una espuma dorada siendo llevada por la brisa. Temblaba y se ondu-
laba en un delgado lazo que pasaba a través de la puerta y entraba
al salón de recepción.
No puede ser.
Taiki sintió su pulso acelerado.
Corrió por el salón y sus ojos se abrieron por la sorpresa cuando
vio quién estaba allí.
—El Taiho de Kei…
Keiki sonrió delicadamente e hizo una reverencia educada.
—Te felicito por la exitosa toma de tus deberes en tu reino natal.
Taiki estaba a punto de correr hacia él, pero se detuvo. Se dio
cuenta de que no podía mirar a Keiki directamente a los ojos.
—Gracias —dijo suavemente con su cabeza gacha.
Keiki levantó una ceja, dándose cuenta por primera vez de por qué
Gyousou se había tomado el trabajo de mandar un mensajero por él.
Hasta que el rey no estuviera oficialmente sobre su trono, era un
acto de cortesía de los miembros de otras cortes el de abstenerse de
visitarlo, incluso en tiempo normales, un rey y un kirin no se asocia-
ban demasiado con sus colegas de otros reinos. En el caso de Keiki,
el único regente fuera de su reino que pudiera considerar cercano
era el Rey Eterno y el kirin de En, que lo habían ayudado a encontrar
a su propio rey.
Gyousou había sido un consejero confiable de su predecesor, así
que ciertamente estaba consciente de la etiqueta que requería la

220 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

situación, y aún así, había ido contra la costumbre y había llamado a


Keiki, y ahora él sabía por qué.
—¿No dije que vendría a visitarte cuando encontraras a tu rey?
—dijo cordialmente al joven kirin—. Me alegra verte de nuevo. ¿Cómo
has estado?
—Bien —murmulló Taiki, mirando las baldosas del piso, su rostro
se mostraba tenso.
Keiki buscó un rastro de felicidad en el rostro del niño y no en-
contró nada.
—No pareces estar bien. Cuéntame qué te preocupa.
—Nada.
Gyousou, que hasta ese momento había estado mirando con su
ceño fruncido, interrumpió:
—Estoy seguro de que tienen mucho de qué hablar. Me iré ahora.
Keiki hizo una reverencia y Taiki lo imitó. Quería que Gyousou se
fuera y ahora estaban claros cuáles eran sus deberes del día: había
un visitante que debía ser atendido.
—¿Quizá me podrías mostrar los jardines?
—Claro… aunque apenas los conozco.
—¿Demasiado ocupado para caminar en un lugar sereno?
Taiki se detuvo, la puerta que daba a los jardines estaba medio
abierta en su mano.
Pero no hubo nada que pudiera decir.

—El viento es frío en Tai, como siempre —dijo Keiki, mirando a través
del gran lago que se encontraba en el centro del jardín del palacio
interno—. ¿Te sentarías conmigo?
Se volvió y encontró a Taiki temblando tras él.
Habían hecho una pausa en la orilla del lago para observar un
cenador1 exorbitantemente decorado. El cenador había sido erigido
por el antiguo rey y tanto el suelo como los pilares que sostenían su
techo estaban hechos de cristal. Había planes de erigir otros alrede-
dor del lago: uno de cristal gris, otro de amarillo, rojo y morado, pero
la construcción apenas había empezado, las bases se habían dejado
a la inclemencia del tiempo.

1 CENADOR. Espacio cercado por arbustos y ramas o por un armazón de ba-


rras, palos, etc., entrelazado con plantas trepadoras.

221
Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Ignorando la reticencia de su compañero, Keiki pasó sus dedos


por una columna de cristales.
—Tai es rico en gemas y cristales, pero esto es… Ya veo por qué la
guerra civil era interminable.
El clima en Tai no era bueno y las cosechas nunca crecían bien
allí, pero el reino había sido bendecido con manantiales de joyas y
debería ser un reino rico. Los manantiales de joyas eran, como su
nombre lo decía, manantiales que estimulaban el crecimiento de ge-
mas y otras rocas preciosas. Si la gema apropiada se plantaba allí,
crecería para convertirse en un gigantesco cristal. Tai también tenía
manantiales de oro y manantiales de plata.
—A este le tomó treinta años crecer así, juzgando por su tamaño.
Los excesos de este tipo eran obviamente la razón por la que
cada granero en el reino estaba vacío. Lo único que había permitido
que el reinado anterior durara más de cien años, fue que el rey se
negó a mezclar política con placer. Aunque se rodeaba de sus predi-
lectos como sirvientes y cortesanas, nunca les dio rango o les confió
los deberes del gobierno.
—¿No te vas a sentar? —Los ojos de Keiki miraron al silencioso niño.
—No, gracias.
—Algo te molesta, Taiho de Tai.
—No es nada —susurró Taiki con sus rasgos faciales endurecidos.
Sabía que Keiki no le creería.
—Escuché que domaste un shirei.
—Sí.
—Y que aprendiste a transformarte.
—Sí.
—Entonces es lamentable.
Los ojos de Taiki salieron disparados hasta Keiki. El kirin adulto
estaba de pie con una sonrisa irónica en su rostro.
—Vine a visitarte como lo había prometido, Taiki. Esperaba que
estuvieras más feliz de verme —Los hombros de Taiki colgaron—. Sí
que es… lamentable.
La delicada voz del kirin mayor se enterraba en el pecho de Taiki.
Una feroz ola de lástima lo barrió. Allí estaba, en compañía de alguien
que había esperado tanto para verlo y no sentía ni un poco de alegría.
Solo sentía lástima, lástima por todos, hasta por las cortesanas que
lo esperaban; no podía siquiera mirar a los ojos a la gente. ¿Cuándo
fue la última vez que había dormido de noche? No podía recordarlo.

222 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

¿Cuándo fue la última vez que se había encontrado con alguien en


quien confiaba? ¿Cuándo fue la última vez que confió en sí mismo?
Este es mi castigo y continuará por una eternidad hasta que mi
crimen sea expuesto.
Sabía que no tenía derecho a llorar, sin embargo, las lágrimas
cayeron de sus ojos.
—Taiki…
Keiki dobló una rodilla y le estiró la mano, y el niño la tomó, arro-
dillado junto a él. El kirin adulto le dio una palmadita en el hombro y
Taiki apoyó su cabeza sobre la rodilla de Keiki.
—¿Qué pasa? —A la voz de Keiki le faltaba cualquier tipo de in-
flexión, pero lo compensaba con la suavidad con la que la emitía.
—¿Alguna vez…? ¿Taiho… alguna vez te arrepentiste de haber na-
cido como kirin?
—Nunca.
—¿Alguna vez sentiste arrepentimiento del rey que escogiste?
—Ni una vez.
Taiki levantó la mirada.
—Pero he escuchado que el Taiho de Kei no se lleva bien con la
emperatriz.
—¿Quién te lo dijo?
—Las nyosen me dijeron y yo…
Keiki suspiró. Las nyosen habían menospreciado su problema.
El Rey Glorioso de Kei había abandonado sus deberes como regente
completamente. Sin su rey como ancla, el reino había empezado a
perder el rumbo, era un barco arrastrado por la tormenta. Los minis-
tros reales ignoraban a la emperatriz y la corrupción corría impune
entre los oficiales.
—Hice un pacto de nunca dejar su lado y de seguir sus órdenes.
No importa a dónde vaya el rey, mientras se me pida que vaya, yo la
seguiré.
Sin importar cuánto dolor te produzca.
Los ojos oscuros de Taiki miraban fijamente a Keiki, entonces,
los bajó.
—Yo desearía… desearía poder decirlo.
—¿Te arrepientes, Taiki? —Keiki preguntó directamente.
Taiki dudó por un momento antes de decirlo.
—Sí.
Keiki ladeó ligeramente la cabeza, su expresión no había cambiado.

223
Capítulo 12 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Hice algo que no puedo deshacer… —Ahora que había empren-


dido el camino de la confesión, Taiki no podía evitar que las palabras
salieran—. He traicionado a todos.
El pequeño kirin levantó la mirada, una dolorosa desesperación
se veía en sus ojos.
—Con el rey… no hubo revelación… ninguna.
Keiki estaba atónito. La idea excedía completamente su capaci-
dad de imaginación.
—¿No hubo… revelación?
Taiki asintió.
—Ninguna. No vi ningún ouki. Ya hasta me había despedido…
—¿Entonces por qué…?
—Yo… no quería que Gyousou se fuera —El niño miró a Keiki con
ojos tristes—. ¿Qué… qué debo hacer? —Su mano temblaba sobre la
rodilla de Keiki—. ¿Cómo puedo arreglarlo? ¿C-cómo lo soluciono?
—Taiki…
—Todo es una mentira, todo. ¿Qué me pasará? ¿Tai caerá en la
ruina? ¿El rey será castigado? ¿Qué le hará Tentei a nuestro pueblo
cuando se entere?
Las lágrimas caían de sus ojos.
Keiki abrió su boca, decidido a hablar, pero entonces la cerró
nuevamente. Le dio unas palmaditas ligeras a la mano que estaba
sobre su rodilla y se levantó. Le hizo una reverencia a Taiki, que se
encontraba sobre el piso del cenador, mirándolo fijamente.
—No diré nada de esto… y siento que será mejor que me vaya.
Hasta pronto, por ahora.

Taiki permaneció quieto en una esquina del cenador, apretando


sus rodillas, mirando la imagen dorada del Taiho alejarse a la dis-
tancia. Seguro que Keiki lo tenía en menos estima ahora. Taiki se
preguntó si esta sería la última vez que lo vería.
Pronto llegarían los rumores. Entonces, el engaño de Taiki sería
revelado.
¿Y qué haría Gyousou cuando supiera de la traición de Taiki?

224 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

CAPÍTULO 13

Solo habían pasado dos días cuando Keiki volvió a llamar a Taiki.
Parecía que había mantenido su palabra y no dijo nada, al menos no
a Gyousou. Cada tarde, cuando iba a comer con el rey, Taiki buscaba
en la expresión de Gyousou alguna señal de que conocía la culpa del
kirin, pero no veía nada. Esto alivió a la mitad de él, a la otra mitad la
hundió, sabiendo que tendría que continuar con el engaño.
El kirin pasaba otra sombría y solitaria tarde cuando el mensajero
llegó al palacio interno, instruyéndolo para que se pusiera la túnica
ceremonial y se dirigiera al salón de recepción. Taiki se dio prisa en
llegar y allí encontró a Gyousou y a Keiki y a otras dos personas que
nunca había visto.
Uno de los desconocidos, un hombre de la misma edad de Gyou-
sou, estaba sentado en la silla central de la mesa de recepción, en el
lugar de honor. Este era el invitado principal. A su lado estaba de pie
un niño que parecía solo un poco mayor que Taiki.
Como Keiki, el chico tenía el pelo dorado y parecía que su pelo
desprendía un brillo que se extendía a su alrededor en un resplandor
dorado. Keiki estaba rodeado de un brillo similar. Debe ser el aura
del kirin, entendió Taiki. Eso significaba que el chico junto a Keiki era
el kirin de otro reino.
Así que ahora puedo ver el aura de los kirin. Sintió una momen-
tánea sensación de excitación. ¿Pero y entonces…?
Taiki hizo una reverencia en la entrada, entonces miró más de
cerca de Gyousou. No podía ver nada parecido a un ouki.

225
Capítulo 13 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

Al entrar a la habitación, el chico se dirigió al asiento más bajo de


la mesa, pero Gyousou le ordenó que se quedara de pie junto a Keiki
y él obedeció rápidamente.
—He traído al Rey Eterno de En y al Taiho de En —anunció el kirin
de Kei.
Los ojos de Taiki se abrieron como platos.
El Rey Eterno…
Ahora Taiki entendía por qué Gyousou estaba sentado más bajo
que su invitado. Con una solemnidad cuidadosa el chico se arrodilló
e hizo una reverencia con su cabeza a su visita.
Durante una audiencia de este tipo, se espera que a un rey visi-
tante se le muestre el máximo nivel de cortesía. Normalmente, esto
significaba postrarse con las manos y la frente tocando el suelo, pero
solo a los kirin, que solo se postraban contra el suelo cuando recono-
cían a su amo, se les permitía una simple reverencia.
—Um… es un honor conocerlo. —Aunque conocía la mayor parte
de la etiqueta de la corte, Taiki todavía no se había aprendido ade-
cuadamente las frases de rigor. Esperando no haberse escuchado
raro, se levantó y retrocedió un paso, solo para escuchar la grave
reprimenda de Gyousou.
—Kouri, has olvidado tocar el suelo con tu frente.
—¿Eh? —Sorprendido, Taiki miró a Gyousou.
—El reinado del Rey Eterno es el segundo en duración después
del Rey Sacerdote de Sou. No se lo debe tratar como a un simple rey,
incluso en nuestra corte.
—Pero… —Taiki se puso nervioso y miró a los otros dos kirin. No
recordaba haber escuchado antes de un requerimiento así, pero ni
Keiki ni Enki negaron las palabras de Gyousou—. Sí —Taiki tragó sali-
va—. Mis disculpas. —Y entonces se puso de rodillas con las manos
sobre las baldosas y empezó a bajar la cabeza.
Abruptamente, su cabeza se detuvo muy lejos del suelo.
—¿Pasa algo? —preguntó el Rey En.
—No… —dijo Taiki, confundido por lo que sucedía. Inclinándose
con más fuerza, intentó hacer otra reverencia. Nuevamente, su cabe-
za se detuvo a medio camino.
¡No puedo hacerlo!
—¿Qué significa esto? ¿Acaso el kirin de Tai tiene algo en contra
de En?
—No, nada. —Taiki intentó mirar a Gyousou para encontrar apoyo,

226 Edición: EED_Wolf


Capítulo 13 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

pero su rey lo miraba agresivamente con unos ojos fríos.


—¿Qué haces, Taiki?
Cada vez más nervioso, Taiki se dobló nuevamente sobre el sue-
lo. Y nuevamente, su cuerpo se negaba a obedecer, dejándolo obser-
var su pálida cara en el reflejo de las baldosas pulidas. No importaba
cuánto se esforzara, no podía bajar su cabeza más allá de la altura
de su coso, era tan corta la distancia y aun así, parecía como si el
aire entre su frente y el suelo se convirtiera en algo tan duro como
el mármol y no podía atravesarlo. Aunque intentó con todas sus fuer-
zas, no podía bajar la cabeza ni doblar más sus brazos.
—Ah… veo que sí tiene algo contra nosotros. —La voz del Rey Eter-
no era fría y distante.
Taiki levantó la mirada horrorizado.
—¡No, lo juro!
—Tal vez no sabe cómo ser educado —dijo el pequeño kirin junto a
él—. Pero si el Rey de En ha venido aquí por pedido especial del Taiho
de Kei, un acto de amistad y confianza sincera. Y, aun así, ¿no eres
capaz de mostrarle la más básica cortesía?
Una sonrisa irónica se pudo ver en el rostro del Rey Eterno.
—No estoy acostumbrado a ser menospreciado por un kirin tan
joven. Sí, este Taiki debe despreciar realmente a En. O tal vez te lo
ordenaron, ¿no? ¿Te dijeron que no reverenciaras a En?
—¡No, claro que no! —Taiki miró los enojados rostros que lo veían,
buscaba alguna señal, incluso una sonrisa tolerante. No había nada.
—Entonces, te preguntaré la razón. Si no me das una buena ra-
zón para no hacer tu reverencia, deberé asumir que Tai tiene algo en
contra de mi reino.
—¡Taiki! —ladró Gyousou.
Una vez más, Taiki se tiró al piso, pero su cabeza no se acercaba
al suelo. Intentó todo lo que pudo para pasar esa distancia final, pero
parecía que su cuerpo se rebelaba y no lo quería obedecer. Empezó a
sudar mucho, no por su nerviosismo sino por el dolor que le causaba
su desesperado esfuerzo, sintió que quería vomitar y solo la aguda
consciencia de que hacerlo sería una falta de respeto mayor, hizo
que contuviera sus náuseas.
Mientras luchaba, escuchó al Rey Eterno levantarse y empezar a
caminar hacia él.
—¿Y bien? ¿No me harás una reverencia entonces? —La voz se
oía directamente sobre él. Un momento después, sintió que alguien

228 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

lo agarraba con fuerza del pelo y con un gran esfuerzo empezaba a


empujar su cabeza hacia abajo—. Es muy simple —dijo el rey, hacien-
do fuerza para empujar—. Todo lo que… debes hacer es… inclinarte.
Taiki no tenía idea de cómo podía resistir una fuerza así, pero su
cuerpo entero y su espíritu luchaban contra ella.
—Es terco… —gruñó el Rey Eterno, empujando con más fuerza.
Repentinamente, el peso se levantó.
—¡Suficiente! —El sonido de un golpe se escuchó sobre la cabeza
de Taiki y los dedos que agarraban su pelo, lo soltaron. Levantó la
mirada y vio al kirin pequeño, Enki, apartando las manos de su amo
de un palmetazo—. ¡Todavía es un niño! —Miró a Taiki—, ¿Estás bien?
Los hombros de Taiki se movían mientras respiraba con dificul-
tad. Sus vidriosos ojos se encontraron con la mirada de preocupa-
ción de Enki.
—Ay, míralo: ¡el pobrecito está de color azul! ¿Puedes levantarte?
¿Quieres tumbarte?
Enki limpió el sudor del rostro de Taiki con su manga. Entonces,
Taiki sintió que lo sentaban y se dio cuenta de que estaba recostado
contra Keiki.
—¿Estás bien? Siéntate un rato…
Durante todo esto, el Rey de En se encontraba de pie a una corta
distancia, mirando a los tres kirin con una mezcla de exasperación y
curiosidad en sus ojos.
—Ah, la camaradería de los kirin es tan reconfortante.
—¡Idiota! —Lo regañó Enki—. ¡Siempre tienes que llevarlo todo
muy lejos! ¡Esta es la última vez que te dejo ser el malo!
Taiki estaba sentado boquiabierto mientras su mirada iba de
aquí a allí entre los tres.
—Sabía que era temerario —suspiró Keiki, frunciendo el ceño al
Rey Eterno—. Pero no sabía cuánto hasta ahora.
—¿No fue esto tu idea?
—¡No le pedí que fuera cruel con él!
—Sí —dijo Enki—. ¡Hay una cosa llamada “límite”! Debo contarte
de qué se trata un día de estos.
El Rey Eterno recibió la ola de críticas encogiendo los hombros.
—Um… —interrumpiendo Taiki. Todavía sentía la bilis en su garganta.
El Rey Eterno se dirigió a él riendo.
—Al menos lo entiendes ahora, ¿no? —Los ojos del hombre se
suavizaron—. No has traicionado a nadie, no es posible. Ningún kirin

229
Capítulo 13 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

puede hacer un pacto falso. No se puede.


Enki golpeó a su rey en la cabeza.
—Como si tuvieras alguna idea de lo que hablas, tonto.

Taiki fue llevado a la terraza del palacio y lo colocaron sobre una có-
moda silla. Keiki se arrodilló ante él, para poder verlo directamente
a los ojos.
—Siento no haberte dicho más antes, cuando pude hacerlo —
Tomó las manos de Taiki entre las suyas—. Cuando me preguntaste
qué era una revelación, pude haber dicho más. Siento que fracasé y
mi fracaso te causó mucho dolor.
—Taiho… yo… yo esperaba algo diferente.
—Una revelación no tiene forma —continuó Keiki—. Ni ocurre nada
que te pueda llevar a decir “mira, una revelación”.
Taiki miró a los ojos al kirin mayor.
—¿Nada?
Keiki lo miró de vuelta y negó con la cabeza.
—Nada. Solo porque el rey tenga ouki no quiere decir que es algo
que puedas ver con tus ojos.
—¿O sea que no brilla como tú?
Cuando Keiki le dijo que el kirin brillaba de color dorado, él asu-
mió que el rey también lo haría.
—Puedes ver el ouki como luz u oscuridad, o puede aparecer como
una presencia poderosa o una inexplicable sensación de seguridad.
—¿No siempre es igual?
—Nada que se pueda describir con certeza. Es diferente para
cado uno de los escogidos.
—Pero dijiste que encontraste al rey por su ouki…
—La busqué, es verdad. Si el rey no está muy lejos, puedes sen-
tirlo. No es algo que se pueda ver, más bien es una sensación de ser
atraído, un sentido de dirección.
—¿Un sentido de dirección…?
La mente de Taiki volvió a los últimos meses. Recordaba haber
sentido algo antes de que los aspirantes llegaran al Palacio Hoto: una
sensación de que algo lo perseguía, lo presionaba, lo asustaba incluso.
—Y cuando conoces al rey, sabes que él es la fuerza de esa sen-
sación. Sientes en él lo que sentiste a lo lejos.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

—¿Y ese es el ouki?


—Sí, el aura es solamente una sensación, pero una muy especí-
fica. Es diferente de las demás personas, aunque no puedas verla ni
expresarlo en palabras.
»La revelación es igual: nada en particular sucede, nada cambia.
Quizá sería mejor llamarla intuición, una sensación de que él es el
elegido —Keiki hizo una pausa y miró los puños apretados de Taiki
antes de continuar—. Déjame hablarte claramente. Cuando conocí
al Rey Glorioso de Kei, pensé que ella era la elegida. Y, sin embargo,
al mismo tiempo sabía que no tenía lo necesario para reinar, sabía
que le faltaban algunas cualidades necesarias para un reinado exi-
toso y que si ella iba a reclamar el trono e iba a lograr servir al reino;
entonces mi pueblo debería hacer un gran número de sacrificio y su
voluntad debía ser firme y verdadera.
—¿Viste… todo eso?
—Sabía que era poco probable que fuera una emperatriz exitosa
pero no podía negar la revelación. Es una sensación tan fuerte que
no te puedes resistir, no importa lo mucho que lo intentes. Creo que,
aunque el kirin odie a su elegido, no podrá evitar escogerlo, pues es
la voluntad del Cielo. Es por eso por lo que dice que no es el kirin
quien escoge, sino el Cielo.
Taiki sintió una mano sobre su hombro y levantó la mirada para
encontrar a Gyousou sonriéndole.
Él lo sabía. Supo de mi confesión…
—Es el acto de escoger lo que es la revelación, Taiki.

Por primera vez en mucho tiempo, Taiki sintió que se relajaba. Era un
gran alivio poder explicarle finalmente a Gyousou.
—Cuando te vi por primera vez, mi señor, tenía miedo.
—Ya lo sé.
—Incluso antes de que ascendieras a la montaña, sentí algo que
venía en dirección del Portón de la Virtud, algo terrible, pensaba —De
no haber sido miedo sino algo más como luz, esperanza o algo bue-
no, quizá no habría sido tan difícil para Taiki elegir—. Estaba asustado
incluso cuando sabía que no eras un hombre temible. Aunque sabía
de tus cualidades y tu amabilidad, todavía sentía miedo.
—Ya veo…

231
Capítulo 13 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—Pero, aunque tenía miedo, siempre me alegraba de verte y me


ponía triste cuando no podía. Así que cuando dijiste que te ibas de
Houzan, no pude soportarlo.
Keiki asintió.
—Así debe ser. No hay kirin que odie estar junto a su rey y que le
guste estar lejos de él. Un rey y su kirin están destinados a estar juntos.
—Sí…
—El kirin no es sino un recipiente para la Voluntad del Cielo —dijo
Keiki—. De alguna forma, esto significa que el kirin no tiene voluntad
propia, simplemente sirves para canalizar un propósito mayor.
Taiki asintió. Keiki le dio una palmadita en la cabeza como lo ha-
bía hecho tantas veces. Su mano era cálida y amable. Pero se está
tan bien al saber que ahora podré sentirme así siempre, pensó Taiki.
—¿Dices que el señor Gyousou te daba miedo? —preguntó Keiki—.
Creo entender por qué.
—¿Mmm?
—A veces te causaba temor, ¿no? Eso no era miedo, era admiración.
—Quizá… tengas razón.
—Es entendible. Estabas enfrentándote a tu destino, después de
todo.
Taiki miró a Gyousou y pensó al respecto. El aire real de sus ojos
le hizo pensar que quizá Keiki tenía razón. Tal vez solo lo admiraba.
—Nunca mentiste, Taiki. No habrías podido tocar con tu frente a
nadie más que al rey correcto. Escogiste bien —Taiki asintió y Keiki
miró en los oscuros ojos del pequeño kirin—. Cuando vi lo grande
que era tu angustia, supe que solo las acciones, no las palabras te
convencerían. Solo desearía haber permanecido más tiempo en Hou-
zan cuando tenías tantas dudas, entonces quizá te habrías ahorrado
toda esa miseria. Te pido perdón.
—No, no debería a ver llegado a esas conclusiones tan rápida-
mente. He debido escuchar o preguntarle a alguien.
Keiki sonrió al escucharlo.
—Me alegro de que hayas encontrado la paz.
—Gracias —dijo Taiki, pudiendo sonreír nuevamente.
Los ojos de Keiki pasaron del niño a Gyousou. Cuando le había
dicho al rey la confesión del kirin, Gyousou no había mostrado con-
fusión ni decepción, tampoco había acusado a nadie. Simplemente
había mirado fijamente al kirin con sus feroces ojos y le había pregun-
tado si realmente era el rey.

232 Edición: EED_Wolf


Fuyumi Ono Doce Reinos

—Te deseo una larga felicidad, Rey Pacífico de Tai.


—Te agradezco, Taiho de Kei —respondió Gyousou con una amplia
sonrisa.
—El Reino de En también te desea felicidad —Añadió el Rey Eter-
no, apareciendo desde el salón de recepción.
—Gracias.
—Una vez tuvimos un duelo, ¿no?
—Ah, se acuerda.
—¿Cómo olvidarlo? Había pasado mucho tiempo desde que ha-
bía perdido una ronda. Sabía que no eras un soldado común, pero
debo admitir que no esperaba verte sentado en el trono.
Gyousou rio.
—Tal vez debamos enfrentarnos en un duelo nuevamente.
—No veo por qué no, ahora somo como hermanos.
—Rey Pacífico —dijo Enki desde la reja de la terraza, mirando a la
ciudad más abajo—. Me preguntaba qué es exactamente esa cosa
cursi de allí abajo. —Y señaló el brillante cenador que se veía del otro
lado de la reja.
El Rey de En frunció el ceño.
—Me disculpo por la falta de modales de mi kirin.
Gyousou rio y siguió la mirada del kirin
—Desecho dejados por mi predecesor —dijo—. Estaba pensando
en quitarlo y construir un nuevo granero… ¿En no tendrá algunas so-
bras, por casualidad?
—El Rey Pacífico de Tai tiene suerte —rio Enki—. Nuestras cose-
chas este año fueron muchas, hemos estado vendiendo muy barato.
Taiki estaba viendo a los reyes hablar, sintiendo esa felicidad que
viene después de un largo periodo de tristeza, cuando Keiki lo miró y
le hizo una invitación.
—¿Quizá me puedes enseñar los jardines ahora? No pude verlos
el otro día.
—Sí, aunque de verdad no sé nada sobre ellos.
El kirin que estaba en la reja saltó.
—¡Entonces los exploraremos juntos!
Taiki miró a Gyousou.
—¿Puedo ir?
—Ve, sí, pero vuelve para la noche. Planeo tener un pequeño festín.
—Gracias, mi señor.
Keiki extendió su mano y Taiki la tomó.

233
Capítulo 13 Mar del Viento, Orilla del Laberinto

—¿Llamo a Hankyo y a Jakko?


—¿Podrías hacerlo? —El niño lo miró con inquietud en sus ojos y
Keiki rio.
—Todos somos kirin aquí, no veo por qué no. A mi también me
gustaría conocer a tu shirei, Taiki, si me lo permites.
—¡Claro que sí!

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Fuyumi Ono Doce Reinos

EPÍLOGO

—Cuando el rey suba al trono enjoyado, harás una reverencia y pon-


drás tu cabeza sobre su pie. Así va la ceremonia —explicó el Ministro
de Observancia.
Taiki asintió.
—Entiendo.
El día de la coronación había llegado. El gran evento tomaría lu-
gar en el Alto Templo de la Gobernación en la ciudad capital de Kouki,
en la base de la montaña del mismo nombre.
La gran plaza frente al Alto Templo ya estaba llena de gente que
había venido a ver al rey; la ceremonia de coronación era una oportu-
nidad para que el nuevo rey fuera visto por su pueblo y también para
que las personas de otros reinos supieran que un rey había ascendi-
do. Incluso en la habitación donde esperaban, el ruido de la multitud
era tan fuerte que era claramente audible. El reino entero estaba
celebrando la ascensión de su nuevo rey y eso llenó el corazón de
Taiki de alegría.
El día anterior, Taiki había salido del Palacio de las Joyas Blancas
por primera vez para ver a la ciudad construida debajo de él, alrede-
dor de la falda de la montaña. Dejando a Gyousou para que comple-
tara él solo las preparaciones, el kirin había bajado con los hombres
del general que acababan de regresar de Houzan. Saludó a Keito,
que había viajado con ellos y vio a Risai y a Hien que habían venido
a visitar Kouki con el Gobernador de la provincia Jou y sus demás
acompañantes.
Entonces con Gyousou y Risai, Taiki había paseado por toda la

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Epílogo Mar del Viento, Orilla del Laberinto

provincia Zui. Estaba asombrado por la inalcanzable altura del Monte


Kouki, fascinado por las vistas en la ciudad y enamorado de las ma-
ravillas de los manantiales de joyas que encontraba. Todo era nuevo
para él, pasó hora tras hora con sus ojos abiertos de par en par por
la emoción.
—¿Pudiste dormir? —preguntó Gyousou la mañana siguiente,
mientras las cortesanas los ayudaban a vestirlos para la ceremonia.
—Sí, estaba tan cansado que me dormí apenas toqué la cama.
—Eso está bien.
—No, no es así. No tuve tiempo de estudiar y olvidé todo lo que
tenía que decir.
Gyousou rio fuertemente.
—No te preocupes, solo yo podré escucharte.
—¿Oh? —Taiki escuchó el rugir de la multitud afuera—. Me sor-
prendería que fueras capaz de escuchar cualquier cosa.
Gyousou se detuvo y escuchó por un momento antes de reír.
—Entonces hiciste bien en no estudiar.

Incapaz de quedarse quieto, Taiki caminaba alrededor de la habita-


ción de espera, repasando los pasos que el Ministro de Observancia
le había enseñado, cuando una voz familiar lo interrumpió.
—Hola, chiquillo.
Taiki se volteó inmediatamente.
—¡El Taiho de En!
Enki sonrió ampliamente, apartando con las manos a la cortesa-
na que le hacía reverencias.
—Solo pasamos a visitar el vecindario.
Gyousou rio y le hizo una reverencia.
—No debiste.
—Gracias por venir, Taiho de En —dijo Taiki, honestamente feliz
por ver a su camarada kirin—. ¿Vino el Rey Eterno contigo?
—Está divirtiéndose en el palco real. ¿Estás nervioso?
—Un poco —admitió Taiki.
Enki entornó los ojos y rio.
—Eres tímido como un ratón, ¿no? Y apenas más grande que uno.
Gyousou se volvió a reír.
—Kouri apenas tiene diez años.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Enki entrecerró los ojos para ver al chico.


—Kouri, sí. Quise decírtelo antes, ese es un buen nombre. Es muy
interesante.
Taiki se sonrojó.
—Es mi nombre real, eh, mi nombre de Hourai. O al menos se le
parece.
—No me digas.
—Tú… El Taiho de En nació también en Hourai, ¿no es así? ¿Cuál
era tu nombre allí?
—Rokuta. Sin apellido. No nací lo suficientemente bien para eso.
Taiki se rascó el cuello. Había escuchado en la escuela que, en
el pasado, los plebeyos no tenían apellidos, eso querría decir que el
kirin de En había nacido hace mucho, mucho tiempo.
—¿Cuándo naciste?
Los ojos de Enki miraron el techo.
—Oh, unos quinientos años antes que tú.

Los banderines volaban por toda la capital, pero, aunque las cele-
braciones eran sinceras, la coronación se llevó a cabo en un nivel de
austeridad que no se había visto en Tai desde hace más de un siglo.
Esto fue una vista esperanzadora para el pueblo después de tantos
años de excesos. Sus ojos se enfocaban en el trono enjoyado y al
pequeño niño junto a él.
Aunque su pelo era de un extraño color, si estaba allí entonces
debía ser el kirin. En algún lugar de la multitud, un arrugado anciano
explicó que lo que veían era un kirin negro. Nadie sabía qué significa-
ba esto, pero por la rareza les hizo sentir orgullo por su reino.
Desde la plataforma principal, Taiki miraba a la multitud alegre.
Ver a tantas personas locas de la emoción era algo temible, pero
el hecho de que pudiera verlas sin una pizca de culpabilidad en su
consciencia casi le rompía el corazón de alegría.
Después de que el Gran Ministro había circulado la plataforma
llevando a cabo los ritos necesarios con el acompañamiento de unas
cuentas docenas de músicos, Gyousou subió al altar. Un tormentoso
estruendo se escuchó de la plaza.
Con paso firme, Gyousou se acercó al trono y tomó asiento. Taiki
se arrodilló ante él.

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Fuyumi Ono Doce Reinos

Entonces, el joven kirin se arrodilló y se inclinó muy bajo sin difi-


cultades, pudiendo hacer lo que fue imposible hacer ante el Rey de
En, y tocó su frente con el pie de Gyousou. No podía creer lo simple
que era y lo maravilloso que se sentía hacerlo.
Tras él, la multitud estaba atestada frente al templo, gritando
como si fueran uno solo.
—¡El Rey Pacífico ha llegado!
Para el Reino Externo de Tai, una nueva dinastía empezaba.

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Epílogo Mar del Viento, Orilla del Laberinto

«Entonces, se dice que en la primavera del año veintidós de Wa, en la


Era de la Armonía, el rey de Tai perdió el camino y murió. Y el rey cayó
en la corte durante la primera luna y fue enterrado en Souryou en la
Montaña de las Alas Concedidas. El Rey Pacífico había sido llamado
por ciento veinticuatro años, pero el Rey Arrogante sería su nombre
póstumo por toda la eternidad.
Fue durante esa misma luna que el canistel de Tai apareció en
la Montaña del Ajenjo, pero días después un gran shoku llegó a Go-
zan. El canistel de Tai fue arrancado de su rama y se perdió. Así que
cientos de dioses y mil Ancianos empezaron una búsqueda que per-
duraría por diez años.
En la primera luna del año treinta y dos, el kirin negro regresó
finalmente a Houzan y las banderas amarillas se izaron a través de
todo su reino natal de Tai. En el verano, Saku Gyousou pasó a través
del Portón de la Virtud en el Mar Amarillo y ascendió. Allí sobre Hou-
zan, aceptó el pacto de Taiki, tomando su lugar entre los dioses para
ser conocido en adelante como el Rey Pacífico.
Entonces, Gyousou cuyo apellido era Boku y nombre Sou y ha-
biendo nacido en la ciudad de Garyou, tomó el título de General de la
Guardia de Palacio y Administrado de la provincia de Zui. Recibió el
Mandato del Cielo y subió al Trono Enjoyado. El nuevo calendario fue
llamado Kousi y marcó el comienzo de la Era de la Gran Virtud y así,
el reinado del Rey Virtuoso empezó».

—El Libro de las Virtudes de Tai.

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