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Alaide Lucero Rodríguez

Partiendo de la suposición de que el psicoanálisis, a pesar de la función normalizadora que


ha ejercido históricamente, puede ser una herramienta valiosa para la crítica de la
construcción del sistema sexo/género y del dispositivo de sexualidad en general, el presente
ensayo pretende realizar un breve recorrido por dos de los mayores nombres del
psicoanálisis, Freud y Lacan para investigar su noción del falo, que articula la diferencia
sexual. Se ha de ver que el falo, en ambos, no sólo tiene una función meramente sexual, es
también epistemológica. Se ha de preguntar si el psicoanálisis ha naturalizado procesos que
dependen de un sistema de parentesco determinado y si es posible retar el falocentrismo
que atestiguan. Finalmente, para elaborar la crítica, se ha de introducir un texto de Judith
Butler que propone el falo lesbiano como una descentralización del sistema del falo, que
alcanzaría lo sexual y lo epistemológico, así como las formas de tal descentralización.

Puede pensarse el psicoanálisis como “el estudio de las huellas que deja en la psique del
individuo su conscripción en sistemas de parentesco”1, es decir, las consecuencias que, en
términos de subjetividad tienen dichos sistemas. Analizamos así cómo el sexo biológico
llega a cierta posición de género, precisamente porque “Lo que constituye el cuerpo integral
no es la frontera natural o el telos orgánico, sino la ley del parentesco que funciona a través
del nombre. En este sentido la ley paterna produce versiones de la integridad corporal”. 2
Por esta razón, abriendo la posibilidad de pensar la constitución del sujeto a partir de los
efectos performativos del significante, el psicoanálisis es una herramienta profundamente
valiosa para la crítica de la institución del sistema sexo/género3,

Ya es casi del dominio público que, en psicoanálisis, el complejo de castración tiene la


función primordial de adaptar al infante a un lugar determinado de la división sexual. En
1
Gayle Rubin, El tráfico de mujeres
2
Judith Butler, op. cit, p. 233
3
Aquí estoy utilizando este concepto tal como se encuentra propuesto en Gayle Rubin, El tráfico de
mujeres, con todo el peso de las consecuencias que ahí acarrea
efecto, Lacan afirma que éste tiene una función de nudo, que instala al sujeto en una
“posición inconsciente sin la cual no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo” y
estructura así los síntomas de sus neurosis, sus perversiones o su psicosis 4. Es decir, hace a
la criatura, no sexuada todavía, ocupar un lugar femenino o masculino sólo por medio de
una amenaza o una humillación cuyo trauma presenta secuelas el resto de sus vidas. El
campo de la sexualidad humana presenta así las marcas de una falla ineludible, de un
desarreglo que parece serle inherente.

Por otra parte, es a partir del complejo de castración y su enlazamiento con el complejo de
Edipo, que la criatura reconoce e internaliza la ley impuesta por la función paterna, es así
que aparece, pues, el súper-yo en términos freudianos. Ya lo dice Freud, el resultado de este
proceso en el pequeño varón no es nada menos que “el abandono del incesto, la institución
de la conciencia y de la moral” 5 . Para Lacan, en otros términos, pero en postura cercana,
tal estructuración será primordial para la introducción del significante6. Además, para que
esta estructuración se lleve a cabo, se requiere del significante primordial del falo.

Así, nos encontramos con un enlazamiento peculiar entre la introducción del infante en la
división sexual y su entrada en el ámbito de la cultura y de la ley. Entre la conciencia y la
adopción de una posición femenina o masculina que gira en torno a esa figura misteriosa
del falo: razón del deseo, su objeto y su medida, sin ser el pene, pero simbolizando el pene.
Sospecha de falogocentrismo.

Empecemos con Freud. El modo en que ha de vivirse el complejo de castración, en relación


con el complejo de Edipo, es diferente para el niño y para la niña. De cualquier forma, para
los dos el proceso tiene lugar en la fase fálica, que se distingue por la primacía de lo que
llama el falo, que corresponde al pene en el niño y al clítoris en la niña en tanto se
relacionan con el goce masturbatorio. De modo singular, Freud hace hincapié en que, en
esta fase, “para ambos sexos, sólo desempeña un papel un genital, el masculino. Por tanto,
no hay un primado genital, sino un primado del falo”7. El clítoris es, entonces, masculino.
4
Jaques Lacan, La significación del falo, p.
5
Sigmund Freud, Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica
6
“si el Complejo de Edipo no es la introducción del significante, les pido que me den de él alguna concepción
distinta” Jaques Lacan, Seminario 3, Las psicosis, p. 263, citado en Verónica Vega, El complejo de Edipo en
Freud y Lacan, p. 6
7
Sigmund Freud, La organización sexual infantil, p. 2
El niño, encantado con el placer que su pequeño pene puede proporcionarle, supone la
posesión de un órgano igual a todas las personas e, incluso, a todas las criaturas. La fase
fálica es la edad en que se desarrolla la pulsión de saber, impulsada por este goce
masturbatorio8. Estimulado por la curiosidad, el niño se encuentra con la visión de ciertos
genitales en donde no hay pene y es presa, por ello, del horror. De aquella seguridad que
tenía en la posesión universal del pene, infiere que aquellas personas que no lo poseen lo
han perdido por castigo, es decir, por castración. Ligándose a la culpa, el niño siente
cernirse sobre él la amenaza de la castración que reprime su complejo de Edipo y le impone
la ley. Sin embargo, todavía no relaciona la falta de pene con todas las mujeres, “Sólo más
tarde, cuando (…) colige que sólo las mujeres pueden parir hijos, también la madre perderá
el pene”9. Será entonces el padre quien lo posea y lo otorgue a la madre para darle un niño.

En la niña el proceso presenta mayor complejidad. Cuenta con el placer masturbatorio


centrado en el clítoris y tiene como objeto de deseo a la madre. Impulsada por la misma
curiosidad que el niño, del que todavía no es diferente, “advierte el pene de un hermano o
de un compañero de juegos, llamativamente visible y de grandes proporciones; lo reconoce
al punto como símil superior de su propio órgano pequeño e inconspicuo, y desde ese
momento cae víctima de la envidia fálica”10. No tiene aquello y lo desea, pero el camino
hacia una femineidad normal la lleva a, humillada, aceptar su carencia, olvidar el goce
fálico y masculino centrado en el clítoris y, finalmente, deslizar su libido hacia su padre,
que puede darle un niño que sustituya aquello que no tiene.

Así como por el complejo de castración, el niño sale –más o menos- del complejo de Edipo,
es por el complejo de castración que la niña llega a él. La sexuación de los infantes se
articula alrededor de un tener o un no tener, de una amenaza de castración o de una
castración ya realizada, de una división sexual entre masculino o castrado. Se ve también
una liga entre el goce fálico y el desarrollo de la pulsión de saber. De modo que en la
ecuación resulta que “Lo masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene” 11.
Más aún, por el resultado respecto al complejo de Edipo, idealmente, el súper yo masculino

8
Vid. Ibid, p. 2-3
9
Ibid, p. 3
10
Id, Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica
11
Id., La organización sexual infantil, p. 3
tiene una fuerza mayor que el femenino 12. Cabe señalar, sin embargo, que estas
características, aunque se desarrollan a partir de la diferencia anatómica no son, en modo
alguno, biológicas.

Es de esperarse que en Lacan esta estructuración tenga un matiz diferente. Debido al


espacio reducido, me limitaré a señalar dos. El falo como significante y el estadio del
espejo.

El estadio del espejo es una identificación que desata en el lactante su primera construcción
de un yo, “en una situación ejemplar, la matriz simbólica en la que el yo [je] se precipita en
una forma primordial”13, aún antes del lenguaje. La institución del yo está marcada desde el
principio por un desajuste, puesto que la unidad corporal que la sustenta es constituida por
una imagen vista desde un exterior. A la percepción de un cuerpo fragmentado sobre el que
no tiene control, la imagen otorga “una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad —
y hasta la armadura por fin asumida de una identidad alienante”14. Esta unidad sólo es ideal,
el cuerpo del lactante no tiene control, y jamás podrá alcanzarlo del todo, es vulnerable y
nunca dejará de serlo. Desde el momento en que sólo puede ser uno viendo su imagen
reflejada en un objeto ajeno, la personalidad total le está vedada. Todo este estadio está
marcado como masculino, pues en esta estructuración imaginaria del yo, ciertos órganos –
pene o clítoris, probablemente- se elevan a simbolizar el todo mediante una relación
imaginaria y arbitraria. Surge de ellos un narcisismo, un narcisismo que ya se encontraba en
Freud unido al falo y que estructura el entramado de todas las reacciones epistémicas15.

El estado del espejo coincide con la primera etapa del complejo de Edipo lacaniano, en
donde la criatura y la madre constituyen una unidad fálica. El niño se percibe completando
el deseo de la madre –el falo- de modo que él mismo es el falo, de acuerdo a una
identificación imaginaria16. En este momento, su deseo no tiene que ser exteriorizado por
el habla, de modo que no está aún alienado. En esta primera suposición de su propia
unidad, la criatura es el falo, del mismo modo que la unidad imaginaria es el falo.
12
Vid id., Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica
13
Jaques Lacan, “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la
experiencia psicoanalítica” en Escritos 1, p. 87
14
Ibid, p. 90
15
Butler, p. 243
16
Verónica Vega, op, cit., p. 6
Surge, por supuesto, la pregunta de qué es el falo. Según Lacan, el falo es un significante.
Más aún, el falo es el significante privilegiado que designa el conjunto del juego de los
significantes y los efectos de significado, pero que no es él mismo producto de una cadena
de significantes: es originario17. Si el deseo es metonímico 18 y se desliza sin encontrar ni
buscar satisfacción alguna, si sólo tiene razón en la ausencia de su objeto, el falo es la
razón –medida- del deseo por no poder ser nunca un objeto. Gracias a él, el sujeto se
constituye como sujeto de habla y sujeto de razón. “El falo es el significante privilegiado de
esa marca en que la parte del logos se une al advenimiento del deseo” 19. El falo designa
entonces el abismo que separa al deseo de su satisfacción, en tanto que es “la barra que, por
la mano de ese demonio, cae sobre el significado”. 20 Este falo, en su funcionamiento, es
análogo a la unidad imaginaria que el lactante encontraba en el estadio del espejo,
precisamente porque no puede alcanzarse nunca, precisamente porque le constituye como
un yo. La división entre masculino y femenino, para Lacan, se establece entre tener el falo
por un lado y por otro, ser –pero no tener- el falo.

Y sin embargo, el falo simboliza el pene. Lacan dice con gracia “ese significante es
escogido como lo más sobresaliente de lo que puede captarse en lo real de la copulación
sexual, a la vez que como el más simbólico en el sentido literal (tipográfico) de este
término, puesto que equivale allí a la cópula” 21. Está pensando, evidentemente, en una
relación sexual únicamente copulativa. Para que se lleve a cabo la estructuración por el
complejo de castración y la madre se comprenda como castrada, como deseando el falo del
padre, el falo debe significar el pene o algún sustituto que se encuentre mediado por la
división sexual. Si simboliza el pene, no es, no puede ser nunca el pene, pero está
indisolublemente ligado a él. De hecho, “el falo necesita al pene para su propia
constitución”22, no surge de la nada, aunque el pene nunca puede alcanzar el ideal que el
falo le impone.

17
Butler, p. 218
18
Jaques Lacan, “La instancia de la letra”, en Escritos 1, p. 508
19
Id, “La significación del falo”, en Escritos 2, p.
20
Ibid, p.
21
Ibid, p.
22
Judith Butler, “El falo lesbiano y el imaginario morfológico”, en Sexualidad, género y roles sexuales, p, 252
De acuerdo a lo brevemente expuesto, se nos impone una crítica: si esta estructuración se
explica como una condición epistémica, precisamente porque el falo introduce el
significante y porque el esquema del yo simbolizado por el falo establece la posibilidad de
acceso al mundo, todo conocimiento estaría atravesado por una marca androcéntrica. Por la
relación de posesión que tiene lo masculino con el falo.

Ahora bien, tanto Freud como Lacan alegan que su conocimiento proviene, en cualquier
caso, de lo observado en el análisis. Pero lo que se observa son, hemos dicho, los efectos de
un sistema de parentesco determinado, que se estructura alrededor de la prohibición del
incesto, como los demás, y así, no es de modo alguno natural o ineludible, sino heredado y
dependiente de su reproducción. No resultaría extraño en las condiciones actuales (el
patriarcado) comprender dicha estructuración como algo efectivamente operante. Pero eso
no elude la posibilidad de la crítica, funciona incluso para mostrar la brutalidad de la
división sexual.

En primer lugar, la consideración del pene y el clítoris como ambos de carácter masculino,
se encuentra ordenada ya por el resultado de la división sexual y de la interpretación que
ésta hace de los cuerpos. Igualmente, “el falo ya está en juego en la descripción misma del
cuerpo fragmentado (…) el falo gobierna su propia génesis” 23. Su carácter de significante
privilegiado es lo que habría que poner en cuestión.

Para ello, Judith Butler nos ofrece un interesante trabajo. En él, trata de mostrar que el falo
“es un efecto imaginario (que es reificado como el significante privilegiado del orden
simbólico)”24, es decir, que la génesis del falo como significante privilegiado se encuentra
en el falo imaginario de la relación narcisista. Así, Butler muestra como la elevación del
falo a significante privilegiado se esfuerza por borrar esa génesis, con miras a detener el
juego de sustituciones que es el deseo. “Lacan amortigua el deslizamiento del significante
en una catacresis proliferativa mediante la afirmación preventiva del Falo como significante
privilegiado”25, fijado gracias a la borradura de su origen contingente para fijar el juego de
los significantes, el falo tiene función de pivote.

23
Ibid, p. 248
24
Ibid, p. 257
25
Ibid, p. 250
Si se afirma que el falo es un efecto imaginario, que es reificado para constituir su
privilegio, el recuerdo de ese origen mostraría que “el falo sería tan descentrado y tenue
como el yo” y entonces, que “su lugar estructural ya no está determinado por la relación
lógica de exclusión mutua causada por una visión heterosexista de la diferencia sexual”26.
No sólo se quiere afirmar que el falo puede simbolizar (ser) muchas cosas, lo cual es
compatible con el esquema Lacaniano, sino que, ya que es un efecto imaginario, se pueden
pensar como teniendo el falo otras posibilidades del cuerpo o fuera del cuerpo, tratando de
alejarse de su relación –privilegiada y significante- con el pene. Sin que ninguna
posibilidad se reifique como significante privilegiado, el falo lesbiano es un tener el falo en
aquello que es el falo: una mujer, desafiando así la lógica heterosexista de uno u otro,
mismo y otro. Más importante aún, se pretende mostrar con esto que la centralidad del
esquema proviene de una sustitución como todas las demás posibles, que no serían espurias
y, por tanto, que no hay tal origen que fije los significantes, que lo que puede haber es un
juego abierto cuyo centro se desliza y se puede revisar, para cuestionar incluso la necesidad
del centro. La propuesta tiende, en fin, a que “si la construcción cultural de la sexualidad
impulsa a la repetición de este significante, existe sin embargo en la fuerza misma de la
repetición, entendida como resignificación o recirculación, la posibilidad de desprivilegiar
27
aquel significante” . La intervención lésbica es sobre todo al sistema sexo/género y
pretendería cuestionar no sólo el orden de la división sexual, sino también la estructura de
la razón asociada a ella.

Así, el falo lesbiano no sería la institución de una nueva normalización, sino una
desterritorialización agresiva de un espacio centralizado a la fuerza, que lo abre a un juego
infinito de desplazamientos y posibilidades.

Bibliografía

Butler, Judith, “El falo lesbiano y el imaginario morfológico” en Sexualidad, género y roles
sexuales, comp. Marysa Navarro y Catherine, R. Stimpson, Fondo de Cultura Económica
de Argentina, Buenos Aires, 1999

26
Ibid, p. 257, las cursivas son mías
27
Ibid, p. 259
Cevasco, Rithée, La sexualidad y el falo, consultado en línea en
www.psicoanálisisysociedad.org por última vez el 6/6/2016 a las 11:57 a.m

Freud, Sigmund, La organización sexual infantil, consultado el línea en


http://www.bibliopsi.org/docs/materias/obligatorias/CFG/ninez/calzetta/la%20organizacion
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----------------, “Tres ensayos de teoría sexual”, en Obras completas, Tomo VII, Amorrortu
Editores, 5ª reimpresión, Buenos Aires, 1993

--------------, Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica,


consultado en línea en http://www.elortiba.org/freud11.html, consultado por últma vez el
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