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LA ESPIRITUALIDAD MARIANA DESDE EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Jesús Alejandro Castaño Bermúdez Pbro.

Hablar de espiritualidad mariana es mucho más que ennumerar un conjunto de dogmas y principios ya
que, antes que ser una doctrina es, ante todo, un camino personal y comunitario, una experiencia de
vida y fe. Sin embargo, frente a la proliferación de diversos “itinerarios espirituales” que tienen como
punto de partida la fe y la devoción a la Santísima Virgen María, es necesario, a la luz del Magisterio
de la Iglesia, analizar algunos lineamientos teológico-doctrinales que permitan reconocer la
autenticidad de estas expresiones.

1. LA SED DE ESPIRITUALIDAD
El análisis del contexto cultural del mundo de hoy nos permite constatar la situación ambigua en la que
se encuentra el hombre contemporáneo. Por un lado, el proceso de secularización formula la
construcción de la existencia personal prescindiendo del horizonte religioso, relegándolo al ámbito de
lo privado. La increcencia y la indiferencia religiosa hacen parte de los estándares vitales del hombre
post-moderno.

Por otro lado, se verifica un gran despertar religioso que se manifiesta a través del incremento de una
amplia gama de espiritualidades intimistas y personales que mezclan elementos de las grandes
tradiciones religiosas con nuevos componentes derivados de la cultura postmoderna.

En este renovado retorno a lo sagrado la palabra “espíritu” se volvió una moda, dentro y fuera de la
Iglesia. Desde fuera nos encontramos con una variedad de espiritualidades alternativas, adogmáticas,
universalistas y experienciales, un sincretismo religioso que mezcla elementos de la “New Age” con
creencias y prácticas místico-esotéricas. A todo esto se le añade el surgimiento de las “religiones de la
prosperidad”, que fundamentan su razón de ser en la búsqueda del éxito personal y el bienestar
material, desvirtuando el valor trascendente del sufrimiento y el dolor.

Dentro de la Iglesia aparecen continuamente ciertas “espritualidades personales” que desconocen el


valor de la Tradición y el Magisterio. Este tipo de espiritualidad se da a partir de la aparición de líderes
carismáticos, que se convierten en una especie de profetas milenaristas quienes, a partir de ciertas
revelaciones personales -entre ellas algunas “apariciones” de la Virgen- y, en muchos casos, mezclando
la fe con prácticas esotéricas y mágicas, pretenden proponer nuevos caminos de espiritualidad que
fluctúan entre la laxitud y la extrema radicalidad.

Esta radiografía del contexto actual permite concluir que, en cualquier caso, la espiritualidad ha dejado
de ser algo exclusivo de unos pocos (sacerdotes, monjas, frailes, etc). Estrellas de cine, del arte y de la
música, hombres de negocios, deportistas, científicos y hasta el ser humano común, han empezado a
interesarse por la espiritualidad. Frente a todo este retorno a lo sagrado, a esta “sed de espiritualidad”,
María tiene algo imprtante que decirnos.

2. ¿QUÉ ES ESPIRITUALIDAD?
A partir de lo dicho se descubre que el término “espiritualidad” abarca una amplia gama de
significados, que desbordan el ámbito cristiano y religioso. Desde la dimensión religiosa se puede
hablar de espiritualidad hindú, budista, cristiana, judía, musulmana, etc. Pero desde otros contextos del
quehacer del hombre se puede hablar de otro tipo de espiritualidades: del deporte, del trabajo, de la
empresa, de la política, etc. Para algunos la espiritualidad tiene que ver solo con la ética y la moralidad.
Otros la ven como una reflexión teológica, asociada a ciertas prácticas de oración, meditación y
sacrificio. Finalmente hay quienes la relacionan con la sanación y el crecimiento sicológico. A
cualquier aspecto de la vida humana se le da una connotación espiritual.

Entonces, ¿qué es lo común a todas estas espiritualidades?. La respuesta es una sola: el “espíritu”, pero
entendido como el centro animador de la persona, que armoniza todo su ser (alma, cuerpo, interioridad,
exterioridad). Según esta visión, la espiritualidad tiene que ver con las fuerzas fundamentales que
impulsan la vida; es la fuente de energía que alimenta las emociones, relaciones, trabajo y todo lo
demás que se considera significativo en el ser humano.

3. ¿EN QUÉ CONSISTE LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA?


Teniendo en cuenta lo anterior hay que decir que lo que caracteriza la espiritualidad cristiana es que
esta se inspira en Jesucristo y su Espíritu. Cristo es el centro por el cual el cristiano armoniza y unifica
toda su existencia a partir del encuentro y de la relación interpersonal con Él. Y en este proceso el
Espíritu Santo juega un papel principal, ya que es Él, el Espíritu del Padre y del Hijo, quien acompaña
y dinamiza el ser mismo del cristiano.

En términos generales, y desde la Sagrada Escritura, se puede describir la espiritualidad cristiana como
la experiencia de la acción salvífica de Dios Uno y Trino en el hombre. Es, en primer lugar, un caminar
en el Espíritu Santo (Rom 8,4; Gal 5, 25), quien “habita en nosotros” (Rom 8, 9), y “por el cual somos
templos vivos” (1 Cor 3, 16-17; Ef 2, 21-22). También es vivir “por Cristo, con Él, en Él y para Él”
(Hech 17, 28), adherirse totalmente al Señor para ser “un espíritu con Él” (1 Cor 6, 17), de tal manera
que el cristiano se conforme cada día más a Cristo (Gal 2, 20). Finalmente es la vida de quienes por el
Bautismo han sido hechos hijos del Padre Celestial, recibiendo la gracia santificante para vivir como
verdaderos hijos suyos.

La espiritualidad cristiana es una sola, como una sola es la fe y uno solo es el bautismo. Se expresa en
la multiplicidad y riqueza de los dones del Espíritu Santo, que enriquece su Iglesia con multiplicidad de
dones y carismas. Por eso se puede hablar de muchas espiritualidades: benedictina, carmelita,
franciscana, etc. Lo común a todas estas espiritualidades cristianas es la misma vida en el Espíritu, la
escucha del mismo Evangelio, la participación en la misma Eucaristía, la misma vida sacramental y la
participaciòn en la misma misión de la Iglesia. La diferencia radica en que cada una de ellas tiene
diversas formas de estilos de vida y apostolado.

4. LA ESPIRITUALIDAD MARIANA
Hasta el momento se ha abordado el tema de la espiritualidad en general y de la espiritualidad cristiana
en particular. Ahora la atención se centra en la espiritualidad mariana. Según lo dicho, ¿dónde se ubica
la espiritualidad mariana?. ¿La espiritualidad mariana es una más de esas “espiritualidades” como la
carmelitana o la benedictina?. ¿Está bien hablar de “espiritualidad mariana” de manera paralela a la
“espiritualidad cristiana”?.

Según la Congregación para la educación católica, “la espiritualidad mariana es parte integrante e
indispensable de todas las diferentes espiritualidades cristianas, todas deben incluirla, porque es un
aspecto esencial de la espiritualidad cristiana» (Carta La Virgen María en la educación intelectual y
espiritual, 25-03-1988).

Esta aclaración nos lleva a comprender, en primer lugar, que la espiritualidad mariana no está al mismo
nivel de estas espiritualidades, al contrario, hace parte integrante de las mismas. En segundo lugar que
la Santísima Virgen es necesaria en la vida de todo cristiano, no se puede prescindir de Ella. Y por
último que la espiritualidad mariana y la espiritualidad cristiana son inseparables, como María es
inseparable de Cristo. Por lo tanto, “si queremos ser cristianos, debemos ser marianos, esto es, debemos
reconocer la relación esencial, vital, providencial que une a la Virgen con Jesús, y que nos abre a
nosotros la vía que conduce a Él” (Pablo VI, discurso pronunciado a los fieles ante la imagen de
Nuestra Señora de Bonaria en Cerdeña, abril 24 de 1970 ).

a. ¿En qué consiste la espiritualidad mariana?


Podemos dar respuesta a esta pregunta desde dos perspectivas: desde María como persona y desde
nuestra relación con María.

En primer lugar, responder desde María como persona, nos lleva a plantear algunos rasgos de la
espiritualidad de María. Pablo VI en su exhortación apostólica sobre el culto mariano del 2 de febrero
de 1974 señala tres actitudes claras de María que definen su espiritualidad. María es, según la doctrina
del Papa, La “Virgen oyente”, la “Virgen orante” y la “Virgen oferente”.

Es la Virgen oyente, ya que concibe a Cristo en su mente antes que en su seno. La Santísima Virgen
escucha, oye la palabra de Dios que le llega a través de la oración, de la reflexión sobre las Sagradas
Escrituras, del mensaje del ángel, del testimonio de los pastores... y guarda en su corazón el mensaje de
Dios. Y Ella responde a esta palabra de Dios con una fe obediencial.

Concebida sin pecado original, María oraba. Cuando visitó a Isabel la madre del  precursor, María oró
cantando al Señor su cántico del Magníficat (cf. Lc 1, 46-55). "Virgen orante" aparece María en Caná,
donde, manifestando al Hijo una necesidad temporal, obtiene que Jesús realice el primero de sus
"signos" (cf. Jn 2, 1-12). La presencia orante de María está también en la Iglesia naciente (Hech 1, 14)
y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión.

Finalmente, María es la Virgen oferente, pues ofrece a Dios al Hijo de sus entrañas y ella misma se
ofrece uniéndose al sacrificio de Cristo. “La Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo -nos dice Pablo
VI- descubre en María su condición de Virgen oferente, en el episodio de la presentación del niño Jesús
en el templo. En efecto, José y María llevan a Jesús al templo, no sólo en cumplimiento de la ley
mosaica, sino para ofrecerlo al Señor como misterio de salvación. De hecho, el anciano Simeón,
tomando al niño en sus brazos, lo proclama salvador del mundo , y con sus palabras unía en un sólo
vaticinio al Hijo, signo de contradicción (Lc 2, 34) y a la Madre a quien la espada habría de traspasar
su alma (Lc 2, 25)”.

Ahora, dar respuesta desde nuestra relación con María significa señalar las características propias de
nuestro culto a la Santísima Virgen.

La primera característica es la veneración, que nos lleva a reconocer su excelsa dignidad como Madre
de Dios. La veneración nos lleva a profesar hacia Ella un amor filial, reconociéndola como madre
nuestra. Y como buena madre, a María podemos acudir invocándola como abogada, auxiliadora,
socorro y mediadora. Finalmente, nuestra relación con la Virgen debe llevarnos a imitarla, ya que es la
“llena de gracia”, adornada de todas las virtudes.

b. ¿Cuál espiritualidad mariana?


Quda claro, entonces, que la espiritualidad mariana es la espiritualidad cristiana que se caracteriza por
seguir a Cristo según el ejemplo y la ayuda de María, bajo el impulso del Espíritu Santo. Sin embargo,
así como existen diversas espiritualidades cristianas, también existen diversas “espiritualidades
marianas”, que tienen en común el mismo amor y veneración a la Virgen María, desde diferentes
maneras de vivir e imitar sus virtudes. Esto hace que sea necesario señalar algunos aspectos que nos
lleven a identificar la autenticidad de dichas espiritualidades, pues no toda espiritualidad mariana es
realmente cristiana.

El Papa Pablo VI, en su Exhortación Apostólica Marialis Cultus, y el Concilio Vaticano II, señalan que
algunas actitudes cultuales erróneas, en relación con la Virgen María, contienen falsedad en la doctrina,
lo cual oscurece la figura y la misión de María, quedándose muchas veces solo en prácticas externas,
tergiversando el sentido auténtico de la espiritualidad mariana. De tal manera que si una determinada
devoción o práctica de fe dirigida a la Virgen va en contra de la doctrina, avalada por la Tradición y el
Magisterio de la Iglesia, es una falsa espiritualidad.

c. ¿Cuál es el verdadero culto que se debe tributar a la Virgen?


Hemos señalado que una de las características de la espiritualidad mariana es la veneración. En la
doctrina católica la veneración es un tipo de honor distinto de la adoración. La palabra veneración
viene del latín “veneratio” (que en griego se dice douleou o dulía), y significa honrar, es decir, guardar
un profundo respeto, una profunda admiración por alguien. Por lo general se usa para referirse a
alguien mayor que cuenta con muchos méritos, alguien que va más allá de lo común, alguien
extraordinario que se destaca por su santidad, dignidad y virtudes.

La palabra adoración deriva del latín “adoratio”, que tiene raíz en los términos “ad oro”, y significa
“oro” o “te ruego” (en griego, latría), y significa adorar, término bíblico y teológico que hace referencia
a la devoción o culto que se le da solo a Dios. Adorar, por lo tanto, es el grado máximo de alabanza,
que implica una entrega y sumisión total a quien es objeto de adoración. En este sentido el numeral
2132 del Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “la adoración es el primer acto de virtud de la
religión. Adorar a Dios es reconocerlo como tal, Creador y Salvador, Señor y Don de todo cuanto
existe, Amor infinito y miseriocordioso”.

Teniendo en cuenta lo anterior, desde los orígenes de la reflexión teológica, los teólogos han adoptado
el término “latría” para la adoración sacrificial debida solo a Dios, y “dulía” para la veneración que se
ofrece a los santos y a los ángeles. La teología católica incluye también el termino “hiperdulía” para
designar el tipo de veneración que se ofrece específicamente a María, la Madre de Jesús.

Esta veneración especial -hiperdulía- es debida a María por su singularidad de Madre del Verbo
encarnado, y de su especial cooperación en la redención, por lo cual se le honra con un particular
sentimiento de reverencia, de confianza y de amor. A Ella se recurre, en Ella se confía por ser Madre de
Jesús y Madre nuestra. Por lo tanto, se debe adorar (culto de latría) solamente a Dios, pero se puede
también venerar, orar e invocar a los ángeles y a los santos (culto de dulía). A la Virgen María se le
tributa un culto especial (culto de hiperdulía), que está por encima del culto a los santos y los ángeles,
pero nunca igual o superior al culto que se debe Dios. La razón fundamental es que María ocupa un
lugar excepcional en la historia de salvación, por ser “Madre de Dios Hijo, Hija de Dios Padre y esposa
de Dios Espíritu Santo”.

Esta veneración especialísima que se tributa a María, según el Papa Pablo VI, debe tener cuatro notas
características para que sea considerada una válida devoción mariana. En primer lugar, debe ser
trinitaria, es decir, que resalte el lugar privilegiado y la relación única e íntima de María con cada una
de las personas de la Santísima Trinidad. Debe ser cristológica, pues, como ya está señalado, toda
auténtica espritualidad mariana tiene a Cristo como su centro y fuente. Debe ser pneumatológica, pues
María es el prototipo de mujer dócil al Espíritu Santo, quien obró en Ella maravillas. Y debe ser
eclesial, ya que desde sus mismos orígenes, la Virgen es un miembro privilegiado del Cuerpo Místico
de Cristo. Por eso, toda devoción mariana que no esté en relación íntima con la Iglesia, no es auténtica.

5. CONCLUSIÓN
Una auténtica espiritualidad mariana debe llevar al cristianao a reconer que la Virgen María posee un
puesto privilegiado en la economía de la salvación. Por medio de su “sí”, Ella acogió al Hijo de Dios y
lo presentó al mundo. Por eso la Iglesia la reconoce como Madre de Dios y como Madre nuestra, y la
honra con un culto especial que no compromete la fe en Jesucristo, único mediador entre Dios y los
hombres. Esto nos lleva a concluir que el papel de María en la vida de cada cristiano es la consecuencia
directa de su lugar privilegiado en el plan de salvación.

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