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Dr.

Miguel Kolteniuk
6 de diciembre de 2014

En primer lugar, deseo agradecer a la APM el honor de haberme dado la oportunidad de


compartir con ustedes, estas reflexiones.

El planteamiento de la situación actual en la que se encuentra el psicoanálisis a 75 años de


la muerte de su creador abre la posibilidad de reflexionar sobre la complejidad de la
situación crítica que está atravesando esta disciplina, tanto hacia adentro, como hacia
afuera, es decir, tanto en el nivel intradisciplinario como en su relación con los otros
enfoques relacionados con la salud mental y la respuesta social y cultural en general.

La serie interminable de cuestionamientos y transformaciones que ha enfrentado nuestra


práctica clínica, nos ha obligado a desarrollar una gran cantidad de estrategias adaptativas
que nos permitan la sobrevivencia profesional en un mundo poblado por la competencia, el
descrédito, la crisis económica, política y social, enmarcadas en un clima de inestabilidad,
incertidumbre y violencia. La muerte del psicoanálisis ha sido proclamada desde su
nacimiento, pero nunca ha sido tan reafirmada como en la actualidad, desde las terapias
alternativas, las neurociencias, la psicofarmacología y la psicomagia, en esta época
denominada postmoderna.

Y, sin embargo, continuamos existiendo.

Para poder comprender la situación actual será necesario hacer un breve repaso del
desarrollo del psicoanálisis. Como esta tarea rebasa los límites de este trabajo, me voy a
limitar únicamente a exponer las cuatro fases que, a mi juicio, definen la evolución del
concepto de “Inconsciente”, concepto clave y definitorio de nuestra disciplina, y que nos va
a permitir comprender el esquema de su desarrollo histórico.

EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO DE INCONSCIENTE

Para poder describir el trabajo del inconsciente en el psicoanálisis contemporáneo es


necesario reseñar brevemente la forma en que evolucionó este concepto. Para los fines de
esta exposición voy a distinguir las siguientes formulaciones:

1. El inconsciente como sistema. La primera tópica.


2. El inconsciente como cualidad psíquica. La segunda tópica.
3. El inconsciente postfreudiano.
4. El inconsciente postmoderno.

Para poder abordar la descripción de estas cuatro fases será necesario establecer otra
distinción metodológica fundamental: la diferencia entre el inconsciente como Escritura y
el inconsciente como Escenificación. Esta última diferencia distingue entre el concepto
Metapsicológico del inconsciente, del concepto Clínico del inconsciente.
Cuando Freud define al inconsciente como un sistema de registro y almacenamiento de la
experiencia perceptual a través de la inscripción de las representaciones cosa, desligadas de
sus representaciones palabra, y que funcionan en proceso primario, en donde no opera la
negación, los principios de la lógica, la causalidad ni la temporalidad lineal, está definiendo
el concepto metapsicológico del inconsciente, el cual lo ubica como sistema “por debajo”
del sistema preconsciente y consciente, separado de ellos por medio de la barrera de la
represión. Esta es la primera formulación del concepto de Inconsciente que Freud expone
en su primera tópica, y que yo denomino El inconsciente como sistema, (Freud, 1915).

Este período abarca desde Los Estudios sobre la Histeria (Freud, 1893-1895) hasta sus
Trabajos de Metapsicología (Freud, 1915), y es precisamente en este período en el que
Freud establece que este sistema inconsciente, que trabaja por debajo de la represión, no
puede ser conocido directamente, sino sólo a través de sus derivados, alcanzando a sortear
la represión como formaciones de compromiso, es decir, como síntomas, como
manifestaciones del retorno de lo reprimido, como sueños, como actos fallidos, como la
transferencia, esto es, como manifestación clínica observable. Freud está distinguiendo,
entonces, la concepción metapsicológica del inconsciente, de su concepción clínica. En
honor a Derrida (1967) y su texto “Freud y la escena de la escritura”, yo estoy
reformulando esta distinción en términos de la diferencia entre el inconsciente como
Escritura y el inconsciente como Escenificación. Desde esta formulación, el inconsciente
como escritura es incognoscible e inaccesible directamente. Sólo podemos inferirla y saber
de ella a través de su escenificación en los escenarios clínicos. Sin embargo, sin la escritura,
no habría escenificación, no existiría el fenómeno clínico. Esta es una cuestión central en
este trabajo. Por eso, desde este punto de vista, la psicopatología sólo puede ser entendida
como un fenómeno de escenificación de una escritura, inscrita en un sistema de huellas
almacenadas, en los trazos de una memoria inaccesible. La reescenificación clínica de la
escritura implica siempre un proceso de retraducción a posteriori en el cual la recuperación
del texto original es imposible, porque ese texto originario se encuentra para siempre
perdido. Sólo podemos acceder a sus reminiscencias (Platón. (2000) Freud, S. (1893-
1895)).

El inconsciente como cualidad psíquica o de la segunda tópica fue introducido por Freud en
El yo y el ello (1923), cuando decidió sustituir el concepto de Sistema por el de Cualidad
psíquica para referirse a la topografía de las instancias psíquicas allí introducidas: El Ello,
el Yo y el Superyó, (Freud, 1923).
Con esta modificación, Freud construye un concepto de inconsciente más complejo que el
anterior, porque a diferencia de aquél, este inconsciente incluye componentes organizadores
y estructurales agregados a las representaciones cosa funcionando en proceso primario. Este
inconsciente secundario ya incluye “el hervidero de pulsiones” (Freud, 1923) de vida y de
muerte del ello, junto con los elementos de la Herencia Arcaica Filogenética. También
incluye los mecanismos de defensa del yo, la conciencia moral del superyó y las funciones
del ideal del yo, posteriormente incorporadas dentro del superyó. Se trata verdaderamente
de un Inconsciente secundario de composición múltiple donde coexisten elementos
organizadores secundarios junto con los procesos primarios primitivos.

Este inconsciente secundario es el que sirvió de punto de partida de los desarrollos


postfreudianos expuestos por la psicología del yo norteamericana, la teoría de las relaciones
objetales propuesta por la escuela kleiniana, la teoría objetal propuesta por el grupo
intermedio de la escuela británica (Fairbairn, Winnicott, Balint, Khan, Guntrip, Bollas), la
psicología del Self (Kohut y seguidores) y la escuela francesa (Lacan y sus seguidores y
disidentes, Laplanche, Aulagnier, Leclaire, Green, Anzieu).

A esta concepción del inconsciente que ya incluye los conceptos estructurales, las
relaciones de objeto, las estructuras narcisistas, las detenciones del desarrollo y los procesos
de simbolización primitiva, entre otros elementos agregados, lo denomino el Inconsciente
postfreudiano, que es de carácter terciario y mucho más complejo que los anteriores, y que
incluso ha hecho pensar a algunos autores, en la inconveniencia de seguir hablando del
inconsciente freudiano, por tratarse de una noción en desuso, si no ya superada en la
actualidad.

En realidad, fue el mismo Freud en El yo y el ello, el que inició el proceso de


deconstrucción del concepto de inconsciente cuando afirmó: “…Discernimos que lo Icc no
coincide con lo reprimido; sigue siendo correcto que todo reprimido es icc, pero no todo Icc
es, por serlo, reprimido. También una parte del yo, Dios sabe cuan importante, puede ser
icc, es seguramente icc… Puesto que nos vemos así constreñidos a estatuir un tercer Icc, no
reprimido, debemos admitir que el carácter de la inconsciencia pierde significatividad para
nosotros. Pasa a ser una cualidad multívoca que no permite las amplias y excluyentes
conclusiones a que habríamos querido aplicarla…” (Freud, 1923, p. 19-20), de manera que
esta noción comenzó a perder su sentido original para dar lugar a la polisemia, la
multivocidad y a la dilución significante.

Sin proponérselo, Freud inició la destrucción del concepto metapsicológico del


inconsciente, que continuó posteriormente con los ataques sistemáticos a la
metapsicología realizados tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos.Tanto Fairbairn
(1952), Winnicott (1971), Guntrip (1971) y Balint (1979), como George Klein (1973), Roy
Schafer (1976), Kohut (1984), Modell (1984) y Stephen Mitchell (1988), por citar sólo a
algunos, se dedicaron a demoler la metapsicología freudiana incluyendo su versión
hartmanniana con el argumento de que había que eliminar el lenguaje energético,
estructural, hidráulico y funcionalista, obsoleto en la clínica psicoanalítica, para sustituirlo
por un lenguaje más apropiado, basado en los motivos de las acciones, los conceptos
relacionales, y el yo como construcción intersubjetiva y que prescinda de ese tipo de
ficciones seudocientíficas, (Ellman, 2010).

Contra este intento de destrucción y eliminación de la metapsicología freudiana respondió


el psicoanálisis francés con Lacan a la cabeza. Este autor denunció el olvido de Freud, la
eliminación de su enseñanza fundamental en los espacios de la IPA, (Lacan,1966). El autor
propuso el retorno a Freud. Con sus tres registros y su teoría del significante le devolvió al
inconsciente (estructurado como un lenguaje), su primacía en el orden simbólico y en la
estructuración del sujeto inserto en la castración simbólica y en el desplazamiento
metonímico de su deseo. El inconsciente es el discurso del Otro, (Lacan,1966). Piera
Aulagnier (1975) propuso la distinción entre un proceso originario y uno secundario en
base a la teoría del pictograma. Laplanche (1999) también propuso la distinción entre un
inconsciente primario y uno secundario basado en los diferentes niveles de articulación
simbólica de sus componentes, señalando la primacía de los significantes enigmáticos
implantados por la seducción originaria de la madre. André Green (2003) insistió en las
pulsiones como el centro de fundamentación de una Metapsicología Revisitada. El
psicoanálisis francés es quien le devolvió al concepto de inconsciente toda su densidad
semántica su vigencia y su fundamentación originaria. Derrida (1967) fue el que concibió al
inconsciente como Escritura.

EL  INCONSCIENTE POSTMODERNO

A pesar de la reacción reivindicadora del psicoanálisis francés la tendencia hacia la


deconstrucción del concepto metapsicológico del inconsciente ha continuado. Esta
tendencia se basa en la acentuación de la importancia del inconsciente como fenómeno de
creación en el aquí y el ahora de la situación clínica, en detrimento de su escrituración en el
allá y el entonces de la historia traumática del paciente.

El psicoanálisis postmoderno considera que el inconsciente es un fenómeno de creación


intersubjetiva producido por el encuentro de dos sujetos codeterminados por el campo
analítico. El inconsciente se crea, no se descubre. La distinción entre el analista como
sujeto y el paciente como objeto queda cuestionada. La relación de objeto se sustituye por
la relación entre dos sujetos. La asimetría de la relación analítica es puesta en entredicho.
La pretensión de objetividad es una expectativa ilusoria positivista que debe ser desechada
en el proceso analítico. Donde había objetos, deberá haber sujetos (Benjamin, 1990). Los
objetos no existen en el afuera. No existe un inconsciente a ser develado por un observador
externo, sino un encuentro narrativo o un efecto de discurso que brota de dos perspectivas
en interacción. La verdad como reflejo objetivo de la realidad psíquica no existe. Sólo la
interaccion del campo bipersonal puede originar el cambio psíquico. No existen los
significados fijos, las realidades encubiertas ni los criterios de verificación de las ciencias
positivas. En su lugar priva el relativismo, el perspectivismo, la movilidad semántica y la
pertinencia estética. La historia no se descubre, sino se construye como una narrativa con
alternativas. La cura no ocurre en el paciente por las interpretaciones del analista, sino que
los procesos de cambio ocurren en los dos sujetos que interactúan en el campo analítico. El
tercero analítico (Ogden, 1994), es ese campo en interacción que no puede ser reducido a la
suma de los sujetos que lo conforman. Joan Coderch (1999) considera que Bion (1962)
puede ser considerado un pionero del psicoanálisis postmoderno, porque muchos de sus
postulados encajan con esta concepción. Para este autor el inconsciente no es una Escritura
originaria sino un producto secundario de la función alfa que puede perderse en los
fenómenos de la psicosis. La capacidad simbolizadora de la función alfa es la que crea la
barrera de contacto que distingue la conciencia del inconsciente y no al revés. El
inconsciente es un producto de creación permanente que puede ser disuelto o interrumpido.
El pensamiento onírico durante la vigilia es el garante de la salud mental. La función alfa es
su arquitecto.

En suma, el inconsciente como objeto de estudio a ser descubierto en el paciente por medio
de la indagación analítica, ha dejado de existir en el contexto del psicoanálisis
postmoderno. El inconsciente como escritura ha dejado de ser objeto de consideración. Sólo
se tomará en cuenta el inconsciente como creación Intersubjetiva, ni siquiera como
fenómeno de reescenificación de una trama anterior.
LAS CUATRO FASES DE EVOLUCIÓN DE LA TÉCNICA.

Para poder completar el panorama actual de nuestra disciplina es necesario describir el


proceso de evolución por los que atravesó tanto la teoría de la técnica, como sus
instrumentos y metas diseñados para el logro de sus objetivos terapéuticos.
La primera fase fue definida por Freud y sostenida por él hasta su muerte. Se trata de la
definición clásica del rol del analista como espejo receptor y reflejante de la neurosis de
transferencia y demás proyecciones del paciente, en la que debe prevalecer, la abstinencia,
la neutralidad, el anonimato y la exclusión completa de la contra transferencia, con el fin de
favorecer el proceso analítico y la elaboración de las situaciones traumáticas del paciente,
con el fin de flexibilizar y fortalecer su yo, para lograr un mejor manejo de las exigencias
de su superyó, su ello y la realidad exterior. En esta fase, la contratransferencia  es
considerada un obstáculo indeseable que pertenece a la neurosis del analista, y que deberá
ser periódicamente atendida cuando las circunstancias lo ameriten. El instrumento técnico
fundamental en esta fase es la interpretación de la transferencia, a la cual las restantes
intervenciones se le subordinan.

La segunda fase surgió dentro de la escuela kleiniana (Paula Heimann. Racker) y consistió
en dejar de considerar a la contratransferencia del analista como un obstáculo indeseable,
para reubicarla como uno de los instrumentos técnicos más valiosos del que dispone el
analista, para acceder a los niveles más profundos e inconscientes del paciente. Sobre todo,
al calor de sus identificaciones proyectivas más intensas. De esta manera, la
contratransferencia se convierte en otra vía regia para acceder al inconsciente y para
promover la integración de las partes escindidas tanto del self como de los objetos parciales
del paciente.
Es importante destacar que en esta segunda fase de la técnica sólo se utilizaba la
contratransferencia como indicador y guía para la construcción de las interpretaciones, pero
seguía prevaleciendo el anonimato, la neutralidad y la no contaminación por parte del
analista en el proceso analítico.
La tercera fase surgió dentro del llamado “grupo intermedio” de la escuela inglesa
(Winnicott, Balint) que dio un paso más allá que sus antecesores, y que incluyó al analista
como objeto real dentro del proceso analítico del paciente. Este grupo consideró que el
analista no podía reducirse al rol de espejo o de pantalla transferencial del paciente, porque
debido a la gravedad de la patología y a las necesidades primitivas que surgían como
demandas imperiosas, el analista se veía comprometido a incluirse con todos sus recursos y
disposiciones emocionales para poder asistir a su paciente en crisis. El analista se veía
obligado a ofrecer sostén vincular comprometido, en lugar de interpretaciones inservibles
que caían en el vacío.

Esta propuesta constituyó una verdadera revolución en la técnica psicoanalítica, porque por
primera vez quedaba al descubierto la importancia primaria del vínculo objetal con el
paciente, por encima de la interpretación de su inconsciente.
Este giro ocasionó un sinnúmero de críticas y descalificaciones de los sectores más
conservadores del psicoanálisis, sin embargo, la contundencia clínica de los pacientes
graves y la evidencia de la necesidad terapéutica de la inclusión del analista como objeto
real, terminaron por hacer valer su derecho de pertenencia.
Lo anterior condujo, por necesidad lógica, a la cuarta fase de la evolución de la técnica
psicoanalítica y que es la que actualmente se está discutiendo, el modelo de la
intersubjetividad en la relación paciente analista, y que constituye un avance en relación
con la concepción del analista como objeto real, descrita en la fase anterior.

Este modelo corresponde a la concepción postmoderna del inconsciente, descrita


anteriormente, en la que la verticalidad y la pretensión del estudio objetivo del paciente
desde el lugar de un observador imparcial, queda totalmente abolida. “En donde había
objetos, deberá haber sujetos”, afirma Jessica Benjamín.
Desde esta perspectiva, tanto el paciente como el analista son concebidos como sujetos
constituyentes de una díada en permanente interacción, cuya producción creativa es fruto
del vínculo Intersubjetivo que sólo entre ellos se lleva a cabo. El cambio psíquico se da por
la interacción Intersubjetiva, no por la interpretación proporcionada por el experto. En el
modelo Intersubjetivo prevalece la acción terapéutica del vínculo, por encima de la
explicación intelectual brindada por el insight. Se trata de un enfoque de carácter más
vivencial-interactivo, que intelectual-explicativo. Sin embargo, en su versión más radical y
en alianza con las neurociencias, como sucede en el caso de Joan Coderch, puede
convertirse en una propuesta de eliminación de la metapsicología con todo y su objeto de
estudio: el aparato psíquico, por medio de un proceso de reduccionismo neuro-cognitivo-
conductual-presexual.

LA ELIMINACIÓN DE LA METAPSICOLOGÍA.

Según lo establece Alejandro Ávila Espada, autor del prólogo del libro de Coderch, La
práctica de la psicoterapia relacional (2010), y en cuyo apellido lleva el diagnóstico, “…
más allá de las personas concretas, el psicoanálisis contemporáneo ha dejado atrás ya la
metapsicología, con el concepto freudiano de pulsión y la teoría de la libido, la función de
la sexualidad infantil como eje estructurador del desarrollo, la teoría estructural, la
centralidad del complejo de Edipo en la explicación del conflicto psíquico y la teoría
freudiana del género…” (p.16), sólo le faltó, mencionar la teoría de las relaciones de objeto,
para completar la eliminación de la metapsicología freudiana y postfreudiana.

En otra parte de su libro, afirma Coderch: “Tanto en la neurociencia cognitiva como en el


psicoanálisis moderno se ha desplazado la comprensión de las motivaciones desde las
pulsiónes a los afectos, los cuales, dado que han evolucionado de acuerdo con las
necesidades de adaptación a las circunstancias y posibilidades de cada etapa del desarrollo
filogenetico, están arraigados en la biología y sus redes neuronales específicas se hallan
codificadas en el genoma.” (p. 127).
Las limitaciones de espacio me impiden hacer la exposición completa del libro, por lo que
me voy a conformar con exponer únicamente sus propuestas reduccionistas.

 En primer lugar, propone un reduccionismo de lo psíquico a lo conciente


fenomenológico de la experiencia subjetiva.
 En segundo lugar, propone un reduccionismo de las pulsiónes a los afectos, tal
como lo muestra la cita anterior.
 En tercer lugar, propone un reduccionismo del inconsciente a los sistemas de la
memoria explícita e implícita descritas por las neurociencias.
 En cuarto lugar, propone la abolición del complejo de Edipo junto con la
desaparición de la sexualidad infantil como eje del desarrollo.
 En quinto lugar propone un reduccionismo del conflicto intrapsíquico a un conflicto
entre diferentes circuitos de redes neuronales resultantes de fenómenos interactivos
intersubjetivos, empíricamente observables, y almacenados en la memoria implícita.
 En sexto lugar se reduce toda la psicopatología a los trastornos del apego.

En suma, toda la profundidad y la complejidad del mundo interno estudiada desde Heráclito
hasta André Green pasando por Platón, Descartes, Kant y Freud, queda abolida de un
plumazo. De golpe, en una proeza inconcebible, Coderch logra reubicar el psicoanálisis
actual en la época prefreudiana, en pleno siglo veintiuno. Es decir, en un reduccionismo
neuro-cognitivo-conductual-presexual, muy semejante al que Freud enfrentó al finalizar el
siglo diecinueve, pero con actualización contemporánea.

¿Habrá que refundar de nuevo al inconsciente en el siglo veintiuno?

No parece necesario. Grandes personalidades de “la corriente principal del psicoanálisis”,


como la llama Coderch, están haciendo su trabajo. Las aportaciones de Christopher Bollas,
Thomas Ogden, Stefano Bolognini, Antonino Ferro, todos ellos ubicables de una u otra
forma en la corriente Intersubjetiva, continúan desarrollando el legado que nos dejaron
Freud, Klein, Winnicott y Bion, cada uno de ellos a su manera y con distinto énfasis en sus
preferencias teóricas particulares. Todos ellos continúan enriqueciendo la metapsicología
postfreudiana con sus diferentes modelos del aparato psíquico, y con sus concepciones
particulares del vínculo analítico.
Por otro lado, el psicoanálisis francés contemporáneo ha profundizado el tema de los
diferentes niveles de simbolización contenidos en el inconsciente, al grado de proponer un
nivel casi presimbólico, al que denominan “originario” o “primario”, según el autor de
referencia, además de proponer la creación de una “tercera tópica”, en la que operan
simultáneamente dos tipos de inconsciente, basada en la última propuesta estructural de
Freud: el modelo de la escisión y la renegación, descubierto en las perversiones y que ha
sido ampliado en sus alcances metapsicológicos y clínicos, en el abordaje de las patologías
graves que encontramos en la actualidad. Me estoy refiriendo a los trabajos de Zuckerfeld,
Laplanche, Dejours, Luchetti, Marucco, Calich, entre otros colaboradores.

La enumeración del entramado de autores y corrientes que se están desarrollando en el


psicoanálisis actual, convertiría en interminable este trabajo, parcial y esquemático.

Lo que sí quisiera dejar en claro es que yo no estoy en contra del estudio de las
neurociencias, que tanto han estado iluminando campos anteriormente desconocidos, yo
estoy en contra del reduccionismo del psicoanálisis, de la pretensión de su redefinición y su
dilución en los términos de la disciplina reduccionista en cuestión, trátese de las
neurociencias, la psicología cognitiva, la neurobioquímica, el estudio empírico de la
interacción Intersubjetiva, la lingüística, la psiquiatría, la teoría de la comunicación, la
informática, o cualquier cosa semejante.
Pienso que lo único que puede intentar garantizar la supervivencia del psicoanálisis en
medio de este clima disolvente de la cultura postmoderna es la preservación de su propia
identidad, me refiero a la identidad psicoanalítica constituída por su propia epistemología,
su propia metodología y su propio objeto de estudio irreductible: El aparato psíquico visto
desde su dimensión inconsciente, con su interrelacionalidad incluída, tanto con el mundo
objetal, el cuerpo, la sociedad, la naturaleza y la cultura.

¿Cómo preservar esta identidad cuando las instituciones mismas encargadas de esta tarea
están sufriendo los mismos procesos de escisión y desintegración? es la interrogante que
nos toca a nosotros enfrentar y responder.

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