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Miguel Kolteniuk
6 de diciembre de 2014
Para poder comprender la situación actual será necesario hacer un breve repaso del
desarrollo del psicoanálisis. Como esta tarea rebasa los límites de este trabajo, me voy a
limitar únicamente a exponer las cuatro fases que, a mi juicio, definen la evolución del
concepto de “Inconsciente”, concepto clave y definitorio de nuestra disciplina, y que nos va
a permitir comprender el esquema de su desarrollo histórico.
Para poder abordar la descripción de estas cuatro fases será necesario establecer otra
distinción metodológica fundamental: la diferencia entre el inconsciente como Escritura y
el inconsciente como Escenificación. Esta última diferencia distingue entre el concepto
Metapsicológico del inconsciente, del concepto Clínico del inconsciente.
Cuando Freud define al inconsciente como un sistema de registro y almacenamiento de la
experiencia perceptual a través de la inscripción de las representaciones cosa, desligadas de
sus representaciones palabra, y que funcionan en proceso primario, en donde no opera la
negación, los principios de la lógica, la causalidad ni la temporalidad lineal, está definiendo
el concepto metapsicológico del inconsciente, el cual lo ubica como sistema “por debajo”
del sistema preconsciente y consciente, separado de ellos por medio de la barrera de la
represión. Esta es la primera formulación del concepto de Inconsciente que Freud expone
en su primera tópica, y que yo denomino El inconsciente como sistema, (Freud, 1915).
Este período abarca desde Los Estudios sobre la Histeria (Freud, 1893-1895) hasta sus
Trabajos de Metapsicología (Freud, 1915), y es precisamente en este período en el que
Freud establece que este sistema inconsciente, que trabaja por debajo de la represión, no
puede ser conocido directamente, sino sólo a través de sus derivados, alcanzando a sortear
la represión como formaciones de compromiso, es decir, como síntomas, como
manifestaciones del retorno de lo reprimido, como sueños, como actos fallidos, como la
transferencia, esto es, como manifestación clínica observable. Freud está distinguiendo,
entonces, la concepción metapsicológica del inconsciente, de su concepción clínica. En
honor a Derrida (1967) y su texto “Freud y la escena de la escritura”, yo estoy
reformulando esta distinción en términos de la diferencia entre el inconsciente como
Escritura y el inconsciente como Escenificación. Desde esta formulación, el inconsciente
como escritura es incognoscible e inaccesible directamente. Sólo podemos inferirla y saber
de ella a través de su escenificación en los escenarios clínicos. Sin embargo, sin la escritura,
no habría escenificación, no existiría el fenómeno clínico. Esta es una cuestión central en
este trabajo. Por eso, desde este punto de vista, la psicopatología sólo puede ser entendida
como un fenómeno de escenificación de una escritura, inscrita en un sistema de huellas
almacenadas, en los trazos de una memoria inaccesible. La reescenificación clínica de la
escritura implica siempre un proceso de retraducción a posteriori en el cual la recuperación
del texto original es imposible, porque ese texto originario se encuentra para siempre
perdido. Sólo podemos acceder a sus reminiscencias (Platón. (2000) Freud, S. (1893-
1895)).
El inconsciente como cualidad psíquica o de la segunda tópica fue introducido por Freud en
El yo y el ello (1923), cuando decidió sustituir el concepto de Sistema por el de Cualidad
psíquica para referirse a la topografía de las instancias psíquicas allí introducidas: El Ello,
el Yo y el Superyó, (Freud, 1923).
Con esta modificación, Freud construye un concepto de inconsciente más complejo que el
anterior, porque a diferencia de aquél, este inconsciente incluye componentes organizadores
y estructurales agregados a las representaciones cosa funcionando en proceso primario. Este
inconsciente secundario ya incluye “el hervidero de pulsiones” (Freud, 1923) de vida y de
muerte del ello, junto con los elementos de la Herencia Arcaica Filogenética. También
incluye los mecanismos de defensa del yo, la conciencia moral del superyó y las funciones
del ideal del yo, posteriormente incorporadas dentro del superyó. Se trata verdaderamente
de un Inconsciente secundario de composición múltiple donde coexisten elementos
organizadores secundarios junto con los procesos primarios primitivos.
A esta concepción del inconsciente que ya incluye los conceptos estructurales, las
relaciones de objeto, las estructuras narcisistas, las detenciones del desarrollo y los procesos
de simbolización primitiva, entre otros elementos agregados, lo denomino el Inconsciente
postfreudiano, que es de carácter terciario y mucho más complejo que los anteriores, y que
incluso ha hecho pensar a algunos autores, en la inconveniencia de seguir hablando del
inconsciente freudiano, por tratarse de una noción en desuso, si no ya superada en la
actualidad.
EL INCONSCIENTE POSTMODERNO
En suma, el inconsciente como objeto de estudio a ser descubierto en el paciente por medio
de la indagación analítica, ha dejado de existir en el contexto del psicoanálisis
postmoderno. El inconsciente como escritura ha dejado de ser objeto de consideración. Sólo
se tomará en cuenta el inconsciente como creación Intersubjetiva, ni siquiera como
fenómeno de reescenificación de una trama anterior.
LAS CUATRO FASES DE EVOLUCIÓN DE LA TÉCNICA.
La segunda fase surgió dentro de la escuela kleiniana (Paula Heimann. Racker) y consistió
en dejar de considerar a la contratransferencia del analista como un obstáculo indeseable,
para reubicarla como uno de los instrumentos técnicos más valiosos del que dispone el
analista, para acceder a los niveles más profundos e inconscientes del paciente. Sobre todo,
al calor de sus identificaciones proyectivas más intensas. De esta manera, la
contratransferencia se convierte en otra vía regia para acceder al inconsciente y para
promover la integración de las partes escindidas tanto del self como de los objetos parciales
del paciente.
Es importante destacar que en esta segunda fase de la técnica sólo se utilizaba la
contratransferencia como indicador y guía para la construcción de las interpretaciones, pero
seguía prevaleciendo el anonimato, la neutralidad y la no contaminación por parte del
analista en el proceso analítico.
La tercera fase surgió dentro del llamado “grupo intermedio” de la escuela inglesa
(Winnicott, Balint) que dio un paso más allá que sus antecesores, y que incluyó al analista
como objeto real dentro del proceso analítico del paciente. Este grupo consideró que el
analista no podía reducirse al rol de espejo o de pantalla transferencial del paciente, porque
debido a la gravedad de la patología y a las necesidades primitivas que surgían como
demandas imperiosas, el analista se veía comprometido a incluirse con todos sus recursos y
disposiciones emocionales para poder asistir a su paciente en crisis. El analista se veía
obligado a ofrecer sostén vincular comprometido, en lugar de interpretaciones inservibles
que caían en el vacío.
Esta propuesta constituyó una verdadera revolución en la técnica psicoanalítica, porque por
primera vez quedaba al descubierto la importancia primaria del vínculo objetal con el
paciente, por encima de la interpretación de su inconsciente.
Este giro ocasionó un sinnúmero de críticas y descalificaciones de los sectores más
conservadores del psicoanálisis, sin embargo, la contundencia clínica de los pacientes
graves y la evidencia de la necesidad terapéutica de la inclusión del analista como objeto
real, terminaron por hacer valer su derecho de pertenencia.
Lo anterior condujo, por necesidad lógica, a la cuarta fase de la evolución de la técnica
psicoanalítica y que es la que actualmente se está discutiendo, el modelo de la
intersubjetividad en la relación paciente analista, y que constituye un avance en relación
con la concepción del analista como objeto real, descrita en la fase anterior.
LA ELIMINACIÓN DE LA METAPSICOLOGÍA.
Según lo establece Alejandro Ávila Espada, autor del prólogo del libro de Coderch, La
práctica de la psicoterapia relacional (2010), y en cuyo apellido lleva el diagnóstico, “…
más allá de las personas concretas, el psicoanálisis contemporáneo ha dejado atrás ya la
metapsicología, con el concepto freudiano de pulsión y la teoría de la libido, la función de
la sexualidad infantil como eje estructurador del desarrollo, la teoría estructural, la
centralidad del complejo de Edipo en la explicación del conflicto psíquico y la teoría
freudiana del género…” (p.16), sólo le faltó, mencionar la teoría de las relaciones de objeto,
para completar la eliminación de la metapsicología freudiana y postfreudiana.
En suma, toda la profundidad y la complejidad del mundo interno estudiada desde Heráclito
hasta André Green pasando por Platón, Descartes, Kant y Freud, queda abolida de un
plumazo. De golpe, en una proeza inconcebible, Coderch logra reubicar el psicoanálisis
actual en la época prefreudiana, en pleno siglo veintiuno. Es decir, en un reduccionismo
neuro-cognitivo-conductual-presexual, muy semejante al que Freud enfrentó al finalizar el
siglo diecinueve, pero con actualización contemporánea.
Lo que sí quisiera dejar en claro es que yo no estoy en contra del estudio de las
neurociencias, que tanto han estado iluminando campos anteriormente desconocidos, yo
estoy en contra del reduccionismo del psicoanálisis, de la pretensión de su redefinición y su
dilución en los términos de la disciplina reduccionista en cuestión, trátese de las
neurociencias, la psicología cognitiva, la neurobioquímica, el estudio empírico de la
interacción Intersubjetiva, la lingüística, la psiquiatría, la teoría de la comunicación, la
informática, o cualquier cosa semejante.
Pienso que lo único que puede intentar garantizar la supervivencia del psicoanálisis en
medio de este clima disolvente de la cultura postmoderna es la preservación de su propia
identidad, me refiero a la identidad psicoanalítica constituída por su propia epistemología,
su propia metodología y su propio objeto de estudio irreductible: El aparato psíquico visto
desde su dimensión inconsciente, con su interrelacionalidad incluída, tanto con el mundo
objetal, el cuerpo, la sociedad, la naturaleza y la cultura.
¿Cómo preservar esta identidad cuando las instituciones mismas encargadas de esta tarea
están sufriendo los mismos procesos de escisión y desintegración? es la interrogante que
nos toca a nosotros enfrentar y responder.
BIBLIOGRAFÍA.
Freud, S. (1920) Más allá del principio del placer. O. C. Vol. 18. Ibid.
Mancia, M. (2006) Implicit Memory and Early Unrepressed Unconscious: Their Role in the
Therapeutic Process (How the Neurosciences Can contribute to
Psychoanalysis. Int. J. Psycho-Anal,. 87: 83-103.