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Crónica de una sequía anunciada

¿Por qué hay sequía?


Las sequías son un fenómeno natural y recurrente en la península ibérica
debido a su situación geográfica y por ello, nuestros ecosistemas están
adaptados a ellas. Sin embargo, este fenómeno no debería traducirse siempre
en los problemas de escasez de recursos que sufrimos.
La falta de lluvias no es la principal responsable de la sequía. La imagen de
una España atrapada en la sequía es consecuencia de la sobreexplotación
de este recurso y de una mala gestión por parte de la Administración
Pública, antes de que las precipitaciones disminuyan.
Las sequías no se resuelven en verano, ni con viejas recetas que priorizan
mantener la oferta de agua por encima de los límites sostenibles y atender a
todas las demandas sin distinción. Los datos muestran que las cuencas que
más problemas padecen se corresponden con las zonas que tienen
mayores índices de sobreexplotación del agua, una realidad que se agravó
especialmente durante la gran sequía del año 2017.

Fuente: WWF España 2018. Índice de sobreexplotación de cauces superficiales.


Fuente: WWF España 2018. Grado de sobreexplotación de los acuíferos en España.

Los siguientes mapas muestran las diferencias entre las sequías y escasez de
recursos. En el primer mapa se aprecia que hasta abril de 2019 (últimos datos
actualizados) hay ausencia de sequías en una gran parte del territorio nacional,
mientras que en el mapa de indicadores de escasez (que evidencia el nivel de
agua en los embalses) hay escasez de recursos en varios puntos de España
muestra del desequilibrio entre las demandas y la oferta de agua disponible.
Fuente: Mapa indicadores de sequía. Miteco, abril 2019.

Fuente: Mapa indicadores de escasez. Miteco, abril 2019.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de mala gestión del


agua?
Falta de gestión y prevención. Actualmente, las Autoridades del agua han
tratado de hacer frente a las sequías cuando la falta de lluvias ya ha provocado
efectos negativos. Sin embargo, las sequias y los problemas de escasez de
recursos se deben prevenir y atajar antes, cuando aún es posible “guardar”
recursos en previsión de un escenario cercano de sequía.
Desde que empieza un año hidrológico (en octubre) las Administración
Públicas deben atender las demandas con cierta garantía a través de la oferta
de agua que ponen a disposición de los usuarios. Sin embargo, si deciden dar
toda el agua que les piden, pueden estar hipotecando los recursos
disponibles y almacenados del año siguiente. Sí a este desequilibrio entre la
demanda y la oferta, se añade que las precipitaciones resultan menores a la
media los años siguientes o no llegan en cantidad suficiente, la consecuencia
es que las administraciones han agotado su “crédito hídrico” con sus
decisiones de repartir demasiada agua en los años anteriores.
Esto significa que sí se decide atender a las demandas, en muchos casos
excesivas en una situación de normalidad, sin contemplar la posible llegada de
una sequía en los siguientes años, el agua ofertada a los usuarios es mayor
que la que el sistema puede aportar a medio plazo. La oferta de agua es
mayor a la que el sistema puede generar, y cuando llega la sequía
(precipitaciones por debajo de la media) no se puede “recargar” el
sistema, entramos en número rojos y ya nos hemos gastado el “crédito”
del que disponíamos para hacer frente a los impactos negativos de la sequía.
Entonces ya es tarde para lamentarnos, mirando al cielo.
Por ejemplo, a pesar de que un 75% de nuestro territorio esté en peligro de
sufrir desertificación, España ha apostado por un modelo de uso del agua que
prioriza un alto consumo de recursos hídricos y de suelo; la expansión de
los cultivos en regadío. El sector agrario demanda el 80% de agua frente al
20% que demanda todas las ciudades e industrias juntas.
Prácticamente todos nuestros ríos tienen sus caudales regulados por
embalses, para poder aumentar su capacidad de aportar agua a los usuarios. A
esto hay que añadir el uso de las aguas subterráneas para complementar esta
disponibilidad de recursos hídricos para atender todas las demandas. Esta
sobreexplotación del agua de los cauces y los acuíferos está poniendo en
grave riesgo las reservas estratégicas a las que necesitamos recurrir
cuando llegan los efectos negativos de la falta de lluvias.
A modo de ejemplo, el 25% de los acuíferos están gravemente
sobreexplotados, de acuerdo con los Planes Hidrológicos. Y esto sin contar el
agua que se consume de forma ilegal Se estima que existe más de medio
millón de pozos ilegales en España. Pese a ello, las políticas actuales van en
la dirección contraria y apuntan a seguir aumentado el agua ofertada a los
usuarios. Los planes hidrológicos vigentes prevén que la demanda de agua
para uso agrario crezca un 3% en 2021.
Falta de transparencia. Por otro lado, hay una preocupante opacidad desde
la Administración Pública en los datos sobre cuánta agua se gasta
realmente, quién la usa y qué impactos sufren los ríos, humedales y
acuíferos como consecuencia de este uso. Es decir, sabemos las grandes
cifras que presentan los planes hidrológicos (por ejemplo, la agricultura
consume casi el 80% del agua) pero no tenemos nada claro entre cuántos
usuarios y en qué cantidad se reparten estas demandas, ni cuantos
derechos de uso de agua han sido concedidos (problemas con el acceso
público a los datos del Registro de Aguas)

¿Qué han hecho las administraciones frente a la sequía?


Las administraciones han hecho un esfuerzo en mejorar los indicadores que
nos ayudan a prevenir estos fenómenos extremos y la escasez ligada a la
sobreexplotación de nuestros cauces y aguas subterráneas. Sin embargo, no
han puesto en marcha medidas adecuadas para prevenir y limitar sus efectos
negativos sobre los ríos, humedales y acuíferos.
La Administración Pública tradicionalmente ha afrontado las sequías a golpe de
medidas urgentes, unas actuaciones que se han llevado a cabo al margen de
la planificación hidrológica y en muchos casos, se ha llegado a vulnerar la
propia legislación vigente.
Un ejemplo ocurrió durante la sequía de 2017, en la que para paliar sus
efectos en determinadas cuencas, el Ministerio de Agricultura, Pesca,
Alimentación y Medio Ambiente promulgó el Real Decreto-ley, de 9 de junio de
2017.
Esta norma permitía en las demarcaciones del Duero, Júcar y del Segura
comprar y vender derechos de uso privativo sin tener en cuenta las
limitaciones que establece el artículo 69 de la Ley de Aguas. A raíz de esta
norma excepcional no era necesario comprobar la disponibilidad de recursos
hídricos, ni calcular el volumen realmente utilizado por el cedente, sino que se
podía vender toda el agua de la concesión de uso privativo. Es decir, al no
controlarse que los derechos de agua concedidos se estuvieran usado
realmente, se abría la posibilidad de vender “derechos de papel”
permitiendo a no regantes cobrar por un agua que podía no estar siendo
extraída, y a los compradores pagar por unos recursos que no existen,
agravando aún más la situación de escasez. Esto sucedió en 2012, cuando
WWF denunció la compra pública de agua fantasma en el Alto Guadiana por 66
millones de euros.

¿Cómo impacta el cambio climático sobre el futuro del agua?


Con el cambio climático, los periodos secos serán cada vez más largos e
intensos. El Centro de Estudios Hidrográficos del CEDEX (2017) estima que las
precipitaciones se van a reducir en España en un 2% y 4% de aquí al año 2040
y los recursos hídricos disponibles en las diferentes cuencas hidrográficas se
reducirán entre un 3% y un 7%. Sin embargo, la política hídrica española no ha
asumido del todo esta realidad.

De acuerdo a este mapa, el centro de la península experimentará una


disminución de recursos hídricos en torno al 10%, y en zonas donde
tradicionalmente se experimentan sequías como Murcia, se reducirían entre
un 5 y 10%, lo que podría situarla en un estado de gran vulnerabilidad y
riesgo hídrico. ¿Qué propuestas de solución demandamos desde WWF?
A pesar de haber mejorado en los indicadores que nos ayudan a conocer
cuándo estamos en sequía, no hemos sido muy buenos a la hora de establecer
medidas para paliar sus efectos sobre los ecosistemas.
Las sequías no se resuelven cuando estamos en plena sequía. La política del
agua tiene que incorporar este fenómeno, con un enfoque estratégico y
adaptativo, reduciendo las demandas hasta los recursos realmente
disponibles y mejorando el estado de los ríos, humedales y acuíferos.
Para ello, España tiene que cumplir con la Directiva Marco de Agua, una norma
europea única en el mundo que establece que la gestión del agua debe
asegurar la protección y la mejora de los ecosistemas acuáticos y los acuíferos,
ayudando a hacerlos más resilientes a los extremos de las sequías y a los
efectos del cambio climático.
Por otro lado, las Autoridades el agua tienen que hacer un seguimiento
exhaustivo de la sobreexplotación de los ecosistemas acuáticos y un control del
uso ilegal para reducir la presión sobre los ríos y acuíferos.

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