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Lewis Carroll
(Cap. I, II y III)
—¡No estás prestando atención! —le dijo el Ratón a Alicia con gran severidad—.
¿En qué estás pensando?
—Le pido disculpas —dijo Alicia humildemente—, creo que llegó a la quinta
curva, me parece.
—¡No es así! Mucho dudo…[16] —gritó el Ratón en tono chillón e irritado.
—¡Muchos nudos! ¡Se le hicieron muchos nudos! —dijo Alicia dispuesta ya a
mostrarse útil y mirando ansiosamente a su alrededor—. Por favor, permítame que le
ayude a deshacerlos…
—¡Nada de eso! —gritó el Ratón poniéndose de pie y alejándose—. Me insultas
diciendo esas pavadas.
—No fue mi intención —suplicó la pobre Alicia—; usted se ofende con mucha
facilidad, ¿sabe?
El Ratón no hizo más que gruñir como toda respuesta.
—¡Por favor, vuelva y termine su historia! —llamó Alicia.
Y los demás se le unieron en coro.
—¡Sí, por favor!
Pero el Ratón no hizo más que mover la cabeza con impaciencia y se alejó más
rápidamente aún.
—¡Qué lástima que no se quede! —suspiró el Loro en cuanto se perdió de vista.
Y una Cangreja vieja aprovechó la oportunidad para decirle a su hija:
—¡Ay, queridita! ¡Que esto te sirva de lección! ¡No hay que perder los estribos!
—¡Cállate la boca, ma! —gritó la Cangrejita—. ¡Serías capaz de hacerle perder la
paciencia a una ostra!
—¡Ojalá estuviese Dinah aquí! —dijo Alicia en voz alta y sin dirigirse a nadie en
particular—. ¡Ella sí que lo traería de vuelta enseguida!
—¿Y quién es Dinah, si se puede saber? —dijo el Loro.
Alicia respondió con mucho entusiasmo, porque estaba siempre dispuesta a hablar
de su mascota:
—Dinah es nuestra gatita ¡y es una campeona para cazar ratones! ¡Usted ni se
imagina! Y, otra cosa, me gustaría que la vieran perseguir pajaritos. ¡Con decirles que
se los come en un santiamén!
Este discurso provocó una considerable agitación en el grupo. Algunos pájaros se
alejaron de inmediato; una vieja Urraca empezó a arroparse cuidadosamente y dijo:
—No voy a tener más remedio que irme a casa: el aire nocturno le sienta pésimo
a mi garganta.
Y un Canario llamó con voz temblorosa a sus hijos:
—¡Vámonos, chiquitos! Ya es hora de estar en la cama.
Con diversos pretextos todos se fueron alejando y muy pronto Alicia se quedó sola.
—¡Ojalá no hubiese hablado de Dinah! —se dijo con tono tristón—. Parece que
nadie la quiere acá abajo, y eso que estoy segura de que es el mejor gato del mundo.
¡Ay, Dinita querida! ¡No sé si volveré a verte!
Y aquí la pobre Alicia empezó a llorar de nuevo, porque se sentía muy sola y
deprimida. Pero un instante después volvió a escuchar pasitos que venían de lejos y
levantó la vista ansiosamente, con la secreta esperanza de que el Ratón hubiese
recapacitado y estuviese volviendo para terminar su relato.