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¿POR QUÉ GRUPOS

PEQUEÑOS?
C.J. Mahaney

“Ves, pero no observas,” dijo Sherlock Holmes a su fiel amigo, el Dr. Watson. “La distinción es clara. Por
ejemplo, frecuentemente has visto los escalones que suben del pasillo a este cuarto”.
“Frecuentemente”.
“¿Qué tan frecuentemente?”
“Pues, unos cientos de veces”.
“Entonces, ¿cuántos hay?”
"¿Cuántos? No sé”.
“¡Exactamente! No has observado. Sin embargo, has visto. Ese es precisamente mi punto. Ahora, yo sé que hay
diecisiete escalones porque yo he visto y observado”.
Si en algún momento has leído cualquiera de los cuentos de detectives de Sir Arthur Conan Doyle, sabes que
Sherlock Holmes a menudo reprende al Dr. Watson por su descuido. Pero Watson no era un tonto. Como es el caso
conmigo, y probablemente contigo, a él simplemente le hacían falta esos dones marcados de Holmes de observación y
deducción. Él podía ver las mismas situaciones que Holmes sin notar los detalles importantes. Como dijo Holmes,
Watson veía… pero no observaba.
Por cierto – si yo estuviera en el lugar de Watson, tal vez le hubiera respondido al detective famoso un poco
diferente. Por lo menos hubiera sido tentado a responder, “¿Cuántos escalones? ¡A quién le importa! Solo nos importa
la solución del caso, camarada”.
Le importaba a Sherlock Holmes. La observación era una herramienta esencial en su carrera. Es esencial para
nosotros también al examinar el tema de los grupos pequeños. Lo que pasa es que muchos de nosotros vemos los
grupos pequeños como Watson veía los escalones. Vemos, pero no observamos. Asistimos al grupo sin entender su
propósito. No entendemos por qué existe nuestro grupo pequeño
Y si no sabemos el propósito de Dios para los grupos pequeños, nunca lo vamos a lograr.

Los grupos pequeños son elementales, querido Watson


Desde por lo menos los setenta, la iglesia en América se ha fascinado con los grupos pequeños. La mayoría de
las iglesias al menos han experimentado con los grupos pequeños, y muchos todavía mantienen ministerios de grupos
pequeños de varios tipos.
Sin embargo, desde mi perspectiva limitada, cierta cantidad de estas iglesias nunca han forjado un propósito
claro ni metas bíblicas al iniciar sus grupos pequeños. Algunos sí lo hicieron y los elogio. Son estas iglesias, sin duda,
las que han tenido el mayor éxito con sus grupos pequeños. Pero otros iniciaron grupos simplemente porque era lo
popular – la última tendencia de la iglesia. Obviamente, ese no es motivo suficiente. Las tendencias actuales raramente
proveen fundamentos fuertes para la iglesia. Un ministerio de grupos pequeños no será eficaz en última instancia a
menos que exista para lograr propósitos bíblicos.
A causa de la carencia de propósito y mandato bíblico, muchos grupos pequeños han tropezado. Otros grupos
han estado seriamente discapacitados por la falta de buenos recursos disponibles. No es exageración decir que la
mayoría de los libros y guías más populares que tratan el tema de grupos pequeños están terriblemente deficientes en
sana doctrina. No lo digo ligeramente. Los he revisado por años, y he encontrado un mayor énfasis en la psicología y
sociología moderna, que en la teología bíblica y minuciosa.
La mayoría de estos materiales están bien producidos. Aparecen varias preguntas e ilustraciones que te llevan
a pensar. Sin duda los editores quieren ayudar a los cristianos a crecer. Pero sin una presencia sólida de contenido
bíblico, estos materiales en realidad pueden impedir las intenciones de Dios para con nosotros como individuos y
grupos.
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A pesar de estas preocupaciones, yo veo a los grupos pequeños como prioridad para cada cristiano y cada
iglesia. ¿Por qué? Porque las Escrituras constantemente subrayan la centralidad de las relaciones. J.I. Packer está de
acuerdo:

“No debemos pensar que nuestra comunión con otros cristianos es un lujo espiritual, una adición opcional a
la disciplina del devocional privado. La comunión es una de las grandes palabras del Nuevo Testamento:
denota algo vital para la salud espiritual de un cristiano, y central para la vida verdadera de la Iglesia… la
Iglesia florecerá y los cristianos serán firmes solamente cuando haya comunión”.

La comunión genuina no es práctica en una multitud de 200 o 2000 personas. Por eso tengo la fuerte
convicción de que las iglesias deben crear grupos pequeños donde los cristianos puedan desarrollar relaciones más
íntimas, donde puedan “conocer y darse a conocer”. Una iglesia que sigue el modelo bíblico no sólo “tendrá” grupos
pequeños. No sólo “ofrecerá” grupos pequeños. Mas bien, se construirá con grupos pequeños.
Sin embargo, como indique antes, los grupos pequeños solamente servirán a la iglesia si están fundados en
sana doctrina y sostenidas con un propósito claro y bíblico. Eso nos lleva al título de este capítulo y de este libro: ¿Por
qué los Grupos Pequeños?
Para contestar la pregunta planteada en ese título, déjame presentar lo que yo considero que son cuatro metas
claras de las Escrituras: santificación progresiva, cuidado mutuo, comunión, y la ministración del Espíritu Santo.

Lo que Es la Santificación – y lo que No Es


El teólogo Wayne Grudem provee una definición fina y concisa de esta doctrina tan crítica: “La santificación
es una obra progresiva de Dios y del hombre que nos libra más y más del pecado y nos hace más y más como Cristo
en nuestras vidas actuales”. ¿No es esa la meta de la vida cristiana? Aumentar la libertad del pecado y aumentar el
parecido a Jesús. Los grupos pequeños proveen un contexto ideal para que esto ocurra.
Pero no todos los grupos pequeños son intencionales para con este propósito. Algunos dan mayor prioridad a
socializar en lugar de la santificación. Algunos otros son excelentes en compartir abiertamente y escuchar
comprensivamente, no obstante, nunca confrontan el pecado o retan a sus miembros a cambiar.
Eso es inaceptable. Un grupo con propósitos no-bíblicos puede provocar más daño que beneficio. Grupos que
se reúnen sin el propósito bíblico de perseguir el desarrollo del carácter tienen la tendencia de reforzar en lugar de
confrontar el pecado y egoísmo presentes en nosotros. Ninguno de nosotros necesita ese tipo de reforzamiento. En
lugar de eso, necesitamos ser provocados y retados por otros para poder cambiar para la gloria de Dios.
Déjame hacer un paréntesis crucial antes de continuar. He hablado con muchos cristianos que, estén
conscientes de ello o no, no entienden la diferencia entre la doctrina de la santificación y la doctrina de la justificación.
Como esta confusión puede llevar a consecuencias espirituales serias, permíteme tomar un minuto para distinguir estas
verdades críticas. Por favor, prosigue atentamente – el resto de este libro (¡Y el resto de tu vida cristiana!) depende de
un entendimiento claro de estas dos doctrinas.
Les he compartido la definición del Dr. Grudem de la santificación anteriormente. Él define la doctrina de la
justificación así: “La justificación se refiere a la posición del cristiano delante de Dios. El momento en que naciste de
nuevo, Dios te justificó. A base de la obra terminada de Cristo, Dios vio tus pecados como perdonados y declaró que
eras justo”.
La santificación, por otro lado, se refiere a nuestra práctica delante de Dios. Es el proceso continuo de luchar
contra el pecado y parecernos más a Jesús. Aunque la santificación es una meta y evidencia de nuestra justificación,
nunca la debemos ver como la base de nuestra justificación. Aquí es en donde muchos cristianos se confunden. Tratan
de ganarse lo que ya se les ha regalado. Como dijo Martín Lutero, “Nuestra única contribución a nuestra justificación
es el pecado que Dios tan misericordiosamente perdona”.
Hay otras diferencias vitales. La justificación se trata de ser declarados justos; la santificación se trata de
volvernos más justos. La justificación es inmediata; la santificación es gradual. La justificación es completada el
momento en que Dios nos declara justos. No sucede en grados. La santificación, sin embargo, es un proceso que dura
toda nuestra vida. Finalmente, mientras cada cristiano disfruta del mismo grado de justificación, variamos en términos
de santificación. Nunca serás más justificado de lo que eres en este momento, porque la justificación es un acto de

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Dios. Pero por la gracia de Dios, serás más y más santificado mientras cooperas con el Espíritu de Dios en el proceso
de cambiar.
Aunque es importante distinguir entre la justificación y la santificación, estas dos doctrinas son inseparables.
Dios no justifica a alguien sin también santificarlo. La santificación no es opcional. Si uno es realmente justificado,
será evidente por la obra progresiva de santificación en su vida. Los grupos pequeños contribuyen a esta obra de
gracia magnífica y gradual de nuestras vidas.

No lo intentes solo
Aunque la responsabilidad personal para la santificación sigue siendo de suma importancia, la santificación no
se puede lograr aislado de la iglesia local. La Escritura enseña claramente que el lugar en donde se lleva a cabo la
santificación es la iglesia local – y los grupos pequeños contribuyen invaluablemente a este proceso. Considera estas
ideas del teólogo Bruce Milne:

“La vida cristiana es inevitablemente corporal. La enseñanza sobre la santidad cristiana muchas veces se ha
concentrado, casi exclusivamente, en el “hombre santo” o la “mujer santa”, descuidando la preocupación
bíblica de “un pueblo santo” o una “iglesia santa”. El ideal del “individuo cristiano todo-competente” que
puede enfrentar cualquier reto espiritual y vivir una vida de victoria perfecta sobre el pecado y el diablo, sin
duda ha producido ejemplos excepcionales de carácter cristiano; pero, como todo consejero cristiano sabe,
este énfasis ha llevado a muchos a una lucha solitaria que acaba en la desesperación y desilusión, o peor, a la
hipocresía de vivir una vida doble.

Todo este enfoque necesita ser reexaminado. La colectividad de la enseñanza del Nuevo Testamento,
incluyendo secciones importantes de la santidad, ocurren en cartas dirigidas a grupos corporales, a iglesias.
Las exhortaciones de primera importancia de vivir piadosamente son plurales – “nosotros”, “ustedes”
(Romanos 6:1-23; Gal. 5:13-6:10; Ef. 4:17-6:18) …De igual manera todas las promesas de victoria en el
Nuevo Testamento son corporales (1 Corintios 15:57, 1 Juan 5:4; Rev. 15:2). En otras palabras, los apóstoles
consideraban la vida cristiana y la santificación cristiana en el contexto de una comunión llena de amor y
cuidado”.

Por la gracia de Dios, he experimentado lo que describe Milne. Muchos de los cambios más significativos de
mi vida cristiana han sucedido en la comunión de la iglesia local – en particular, en grupos pequeños. En muchas
ocasiones, miembros de mi grupo pequeño, en mucho amor (pero con firmeza), han confrontado mi pecado y me han
pedido cuentas mientras yo buscaba cambiar. Claro que el Espíritu Santo es primordialmente responsable por traerme
convicción de estas cosas, pero no me puedo imaginar en donde estaría sin estos fieles amigos. Dios los ha usado vez
tras vez para señalar pecado en mi vida que yo nunca hubiera visto si hubiera estado solo.
Me ha hecho pensar mucho el observar a otros que han elegido no participar en la iglesia local o los grupos
pequeños. Han demostrado una falta de crecimiento notoria. Y lo peor es que ni se dan cuenta de su condición
espiritual y estancamiento.
Los grupos pequeños proveen aliento, corrección, y rendición de cuentas que nos guardan de desviarnos. Tan
importante como es cultivar una relación personal con Dios al practicar las disciplinas espirituales, necesitamos la
ayuda de otros en nuestra búsqueda de santificación.
Si tienes una pasión por el cambio personal – y todo cristiano debería tenerlo – entonces te alegrarás cuando
otros te reten a crecer. Esto no se debe ver como algo anormal, o como el dominio de aquellos que han alcanzado un
nivel inusual de madurez. Se debe ver como un proceso normal que sigue del haber nacido de nuevo, expresado en un
deseo de ser conformado a la imagen de Jesucristo. Deberíamos estar comprometidos con el cambio seriamente y sin
dar vuelta atrás.

¿Quién es tu Natán?
Cuando Dios cuestionó a Caín acerca del homicidio de Abel, éste intentó negar que era guarda de su hermano
(Génesis 4:9). Pero sí lo era. Todos lo somos. Tenemos la responsabilidad de ayudar a nuestros hermanos y hermanas
a guardar la voluntad de Dios. La frase común para esto es la rendición de cuentas. Es una manera específica en que
las relaciones nos ayudan a lograr la santificación.

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Charles Swindoll ha dicho que, “La rendición de cuentas incluye abrirse a unos pocos confidentes
individuales, cuidadosamente seleccionados, y confiables, quienes hablen la verdad – que tienen el derecho de
examinar, cuestionar, aprobar, y dar consejos”. Don Cousins lo ha llamado: “Permitirle a alguien hacer preguntas
penetrantes y a veces incómodas con el fin de desafiarte a crecer”.
Las vidas del rey David y su hijo Salomón nos ilustran la importancia de rendirle cuentas a alguien. Cuando
David cometió adulterio con Betsabé y mató a su esposo Urías, fue confrontado – hecho responsable – por el profeta
Natán (véase 2 Samuel 11-12). Como resultado se arrepintió de su pecado y recibió el perdón de Dios. ¿Qué hubiera
sido de David sin Natán en su vida?
Salomón, por otro lado, aparentemente no tuvo a alguien como Natán que le pidiera cuentas cuando empezó a
desobedecer los mandatos de Dios. Eventualmente fue severamente disciplinado por Dios por su pecado. ¿Qué
hubiera sido de Salomón con alguien como Natán en su vida? Una pregunta más relevante es, ¿Qué será de ti sin un
Natán en tu vida?
Aprende de Salomón: “Más valen dos que uno solo, pues tienen mejor remuneración por su trabajo. Porque si
uno de ellos cae, el otro levantará a su compañero; pero ¡ay del que cae cuando no hay otro que lo levante!”
(Eclesiastés 4:9-10). El hombre habla por experiencia... Si Salomón – el hombre más sabio que ha vivido (aparte de
nuestro Señor) – necesitaba la rendición de cuentas, entonces cada uno de nosotros también la necesita.
¿Hay alguien que pueda cuestionar (y cuestiona), tus motivaciones y pide una explicación de tus acciones
cuando es apropiado? Esa es nuestra meta en los grupos pequeños. Como las sociedades de Wesley (véase “¡Estos
Hombres se lo Tomaban en Serio!”), queremos que nuestros grupos pequeños cumplan Proverbios 27:17: “El hierro
con hiero se afila, y un hombre aguza a otro”.

Espejito, espejito, en la pared


Las relaciones son un medio vital para la santificación, la Palabra de Dios es otro. Nada nos cambia más
efectivamente que la aplicación de las Escrituras. Estoy muy consciente de esto cada vez que predico. ¡Es una
responsabilidad que me pone sobrio! Y sin embargo también estoy consciente de que mis palabras – no importa cuán
apasionadamente las pronuncie o cuán persuasivas parezcan – muchas veces fracasarán en producir fruto. Esto es
porque simplemente escuchar la palabra de Dios es insuficiente. Solamente produce fruto cuando la aplicamos. Y,
como veremos en un minuto, los grupos pequeños son un contexto ideal para aplicar la Palabra de Dios.
El libro de Santiago usa una ilustración cómica para mostrar la importancia de la aplicación:

“Sed hacedores de la palabra, y no solamente oidores que se engañan a sí mismos. Porque si alguno es oidor
de la palabra, y no hacedor, es semejante a un hombre que mira su rostro natural en un espejo; pues después
de mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de qué clase de persona es”. (Santiago 1:22-24)

No conozco persona que se despierte en la mañana, se vea en el espejo, y luego se vaya de la casa sin haberse
hecho unos cambios estratégicos. De hecho, la mayoría de nosotros pasamos un tiempo considerable frente a un
espejo cada mañana – evaluando los daños de la noche anterior y haciendo las reparaciones necesarias. Según un
artículo que leí una vez en una revista llamada Newsweek, un hombre típico pasa siete años de su vida en el baño.
Mucho de ese tiempo se pasa viéndose en el espejo mientras hace esos intentos más y más inútiles hacía en control de
daños.
Señoritas, ustedes probablemente necesiten agregarle unos tres años a ese número, dejándolo en una década
completa – y tal vez eso todavía sea muy poco. Créeme. Con todo el respeto posible hacia mi esposa y mis tres hijas,
tengo evidencias irrefutables. Hubo un tiempo en mi vida, cuando mis hijas eran niñas, en que yo podía iniciar
actividades familiares espontáneas en cualquier momento. ¡Ahora, no podemos ni ir por un helado sin que todas
tengan que hacerse un permanente primero! (Estoy feliz de que mis hijas aprecian mi sentido del humor. No hay padre
más orgulloso que yo por su pasión por Dios).
¿No estarías un poco preocupado si conocieras a alguien que se levanta todas las mañanas, se ve en el espejo,
y se va sin hacer ningún ajuste? ¿Cuánto tiempo duraría siendo presentable? ¿Cuánto tiempo esperarías para ofrecerle
un peine? Es un escenario absurdo… ¿o no? Según Santiago, esto es exactamente lo que pasa cada vez que leemos las
Escrituras (el espejo) y luego nos vamos sin hacer ajuste.

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La persona que se ve en el espejo rutinariamente sin hacer alteraciones no entiende el propósito de un espejo.
De la misma manera, la persona que lee o escucha la Palabra de Dios sin aplicar lo que ha escuchado no entiende el
propósito de las Escrituras.
El simple hecho de leer tu Biblia y escuchar buenas enseñanzas no te harán como Cristo. Aunque cada una de
estas disciplinas es esencial para la vida cristiana y cada una es un medio de gracia vital, ninguna de las dos es
suficiente por sí solas. De hecho, el conocimiento de la Biblia es potencialmente engañoso si la obediencia no tiene
lugar. El propósito del espejo es provocar un ajuste. El propósito de las Escrituras es provocar la obediencia y producir
un cambio definitivo en nuestras vidas.
Aquellos que sólo escuchan la palabra, domingo tras domingo, pero carecen de aplicación de esa palabra en
sus vidas, experimentarán un grado creciente de autoengaño en lugar de un grado creciente de santificación. Y, sin
embargo, ¿no es interesante que se engañan sólo a sí mismos? Todos los demás saben muy bien que simplemente
están escuchando y no están obedeciendo, no están madurando. Para ellos es tan obvio, como lo sería si mañana nos
despertáramos, nos diéramos un vistazo en el espejo, y luego saldríamos sin haber tocado ni el peine, la toalla, ni el
cepillo de dientes.
Entonces, ¿qué tiene que ver eso con este libro? Los grupos pequeños no son diseñados primordialmente para
la enseñanza ni la exposición; esas funciones son responsabilidad de tu pastor. Sino que, los grupos pequeños son
diseñados para la aplicación. Crean un contexto en donde los cristianos pueden aplicar la verdad de Dios de una
manera personal y práctica. Pero para poder aplicar la Palabra de Dios efectivamente, debemos primero interpretarla
fielmente.
Algunos grupos piensan que “Estudio Bíblico” significa intercambiar opiniones y preferencias personales. Eso
es falso. No nos reunimos para intercambiar nuestras opiniones; nos reunimos para aprender la verdad de Dios. El
primer paso es entender cuál era la intención original del autor cuando le escribía a su audiencia original. Solamente
así podemos empezar a aplicar esa verdad a nuestras vidas, permitiendo que la Palabra de Dios nos gobierne y nos
transforme para la gloria de Dios.
Mientras tu grupo está viendo el espejo de la Palabra de Dios, tú deberías estar haciendo ajustes. Cada año
deberías poder ver hacia atrás e identificar áreas específicas en las cuales has cambiado durante esos doce meses. Ésta
es la diferencia que debe provocar el participar de un grupo pequeño en nuestras vidas. Ésta y no menos.

Llamados al cuidado mutuo


En la iglesia en donde sirvo, le llamamos a nuestros grupos pequeños “grupos de cuidado”. No es un título
único, pero expresa un segundo propósito primordial de los grupos pequeños. Así como el primero era crear un
contexto en donde cada miembro puede buscar la santificación, la segunda es crear un contexto en donde cada
miembro puede dar y recibir cuidado. Este principio sale directo de las Escrituras:

“Mas así formó Dios el cuerpo, dando mayor honra a la parte que carecía de ella, a fin de que en el cuerpo
no haya división, sino que los miembros tengan el mismo cuidado unos por otros. Y si un miembro sufre,
todos los miembros sufren con él”. (1 Corintios 12:24-26)

Los cristianos siempre se han caracterizado por su amor sacrificial el uno por el otro. Se nos manda a cuidar
uno del otro desinteresadamente, sin favoritismo. “Llevando los unos las cargas de los otros”, escribe Pablo, “y
cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2).
En una reunión de domingo en la mañana, hay limitaciones obvias para nuestra capacidad de poder expresar
este tipo de cuidado. Si estoy en medio de dar mi sermón y me doy cuenta que alguien empezó a llorar en la fila siete,
no puedo dejar de predicar e ir a ministrar a esa persona. Me gustaría, pero eso no serviría a la iglesia entera. Sin
embargo, en un contexto de grupos pequeños no estamos tan limitados. Allí podemos dar y recibir cuidado específico
y personal. Nadie tiene que ser pasado por alto ni descuidado.
Es importante destacar que el cuidado mutuo y las relaciones cercanas no dependen del tamaño de la iglesia.
Muchos asumen que es imposible formar relaciones íntimas en una iglesia grande. También asumen que en una iglesia
chica las relaciones íntimas se desarrollan automáticamente. Ambas asunciones son equivocadas. Las relaciones
pueden florecer en una iglesia grande…y estar ausentes en una pequeña.

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La capacidad de forjar relaciones fuertes y personales no depende del tamaño de la iglesia. Más bien depende
de un entendimiento y práctica de doctrina de parte de la gente que constituye esa iglesia. Las relaciones florecerán en
cualquier iglesia, sin importar el tamaño, que pone un énfasis en ellas como una necesidad bíblica.
Los visitantes que van por primera vez a mi iglesia, muchas veces se sienten intimidados por el tamaño. Puedo
entender cómo pueden sentirse así. Pero cuando les digo, “Cuanto más tiempo te involucras aquí, más pequeña se hace
la iglesia”, es un hecho. Una iglesia grande no necesita sacrificar relaciones de calidad – pero si necesita proveer
grupos pequeños y oportunidades para servir que hagan del cuidado mutuo una realidad.

La comunión redefinida
¿Por qué los grupos pequeños? Una tercera razón es la comunión. Muchos grupos pequeños usan esta palabra
sin entender lo que realmente significa. Como resultado, no están experimentando una de las cosas más vitales que
puede ofrecer el grupo. Veremos la comunión más a fondo en el próximo capítulo, así que voy a tratar de limitarme a
unos cuantos comentarios acerca de este tema tan crítico.
Comunión quiere decir participar juntamente, o comunicar cosas que tenemos en común. El denominador más
grande entre nosotros, como cristianos, es nuestra relación con Dios el Padre, a través de Dios el Hijo, por medio de
Dios el Espíritu Santo. Esto forma el contenido de la verdadera comunión. Nuestra relación con Dios debería ser el
tema principal de comunicación en nuestros grupos pequeños mientras participamos juntamente para cumplir Su
propósito en la iglesia local.
Sin embargo, hay un truco. La profundidad de nuestra relación personal con Dios determina el grado de
compañerismo posible el uno con el otro. Así que, para conocer la comunión verdadera, uno debe de mantener una
relación con Dios y una experiencia de Dios apasionadas. Tal vez por eso la comunión bíblica es tan difícil de
encontrar.
Comunión no es simplemente otra palabra para actividades sociales. Disfruto muchísimo de ver un juego de
fútbol americano de los Washington Redskins y Baltimore Orioles con mis amigos. Eso puede ser una parte sana de la
vida de grupo pequeño…pero no es comunión. Y tampoco es comunión el hablar de las opiniones de Rush Limbaugh
o Jesse Jackson. Las actividades sociales no se pueden igualar o confundir con la comunión. Son distintas. Nada se
compara a la comunión que gozamos cuando estamos adorando juntos, estudiando y aplicando las Escrituras juntos,
animándonos, corrigiéndonos, y comunicándonos nuestra experiencia actual de Dios. Nada. Las actividades sociales
pueden crear un contexto para la comunión, pero es un lugar para empezar – no un lugar en donde nos debemos
quedar.
Cuando paso un tiempo extendido con otro cristiano, mi mayor deseo es que conozcamos la comunión. Quiero
escuchar de su relación con Dios, y cómo Dios se está revelando a su vida. También quiero comunicarle mi
experiencia actual de Dios, e impartirle una pasión por Dios renovada.
¿Es ese tu deseo? Si alguien pasara una tarde contigo, ¿se iría con una pasión y un entendimiento renovado de
Dios? Si no, necesitas cambiar.
Con esta definición de comunión en mente, considera tu grupo pequeño. ¿Estás experimentando comunión?
¿Cuánto tiempo pasas en las reuniones hablando de tu relación actual con Dios? Cuando se ven fuera del contexto de
las reuniones, ¿con qué regularidad giran tus conversaciones en torno a la obra de Dios en tu vida? Si se están
“relajando” juntos más que relacionándose espiritualmente, no están gozando de la comunión bíblica – y tienen algo
que anhelar.

Experimentando y expresando los dones del Espíritu Santo


Dios ha dado dones espirituales a cada cristiano (1 Corintios 12:1-7). Él espera que los usemos. Pero en una
iglesia, sin importar el tamaño, no es factible que cada miembro use sus dones el domingo en la mañana. Pero sí los
pueden usar en un grupo pequeño. En este contexto más pequeño y personal, cada uno puede servir según sus dones
del Espíritu Santo. Esta es la razón número cuatro, y la final, de por qué existen los grupos pequeños.
Algunos cristianos definen la obra del Espíritu Santo en términos muy estrictos, creando mucha controversia
innecesaria. El profesor de seminario Gordon Fee, quien recientemente completó un estudio sobre los escritos de

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Pablo acerca del Espíritu Santo, convoca otra perspectiva. Presta mucha atención a esta cita de su libro, La Presencia
de Dios que da Poder:

“Según Pablo, el poder no se debe considerar solamente en términos milagrosos o extraordinarios… Pablo
entendía el poder del Espíritu en la forma más amplia posible.

Yo estoy a favor de lo milagroso y lo extraordinario, pero es fácil estar muy pendientes de eso. Nuestros
grupos pequeños necesitan familiarizarse con el obrar variado y distinto del Espíritu Santo. A través de una
combinación de estudios doctrinales, experiencias, y práctica, debemos buscar entender el poder del Espíritu
en ‘la forma más amplia posible’”.

Les recomiendo empezar con un estudio exhaustivo de las Escrituras acerca de la persona y obra del Espíritu
Santo. Esto incluye el buscar definir, identificar, y cultivar los dones variados del Espíritu listados en 1 Corintios 12:8-
10, 28; Efesios 4:11; Romanos 12:6-8; y 1 Pedro 4:11. También les recomendaría que pongan la misma meta para su
grupo que marca la Biblia: llegar al lugar donde cada miembro puede servir a los demás y glorificar a Dios con su don
único que se le ha impartido el Espíritu. ¡Todos deben llevar algo a la fiesta!
Déjame dar algunas sugerencias de mi propia experiencia y estudio de las Escrituras. Primero, para poder
experimentar y expresar los dones del Espíritu, tenemos que desarrollar el hábito de tener comunión con el Espíritu
Santo. Pablo termina su segunda carta a los Corintios diciendo, “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Corintios 13:14). ¿Es la comunión con el Espíritu Santo tan
real para ti como el amor del Padre y la gracia de Cristo?
Segundo, necesitamos evitar entristecer al Espíritu Santo. Me gusta lo que dice Jerry Bridges acerca de esto:

“Es muy instructivo el hecho de que sea un contexto de relaciones interpersonales donde Pablo advirtió, ‘Y
no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios’ (Efesios 4:30). Ahora, todo pecado entristece a Dios, y Pablo
pudiera haber escrito esa advertencia en el contexto de la inmoralidad sexual (Efesios 5:3-5) o de la mentira
y el hurto (Efesios 4:25,28). Pero lo coloca en un contexto de pecados que cometemos sin sentir mucha
culpabilidad o vergüenza. Dios se entristece por los pecados “refinados” igual que por los pecados de
inmoralidad sexual o la deshonestidad. No estoy insinuando que el ser irritable con su cónyuge es igual de
serio que el adulterio. Estoy diciendo que el ser irritable con su cónyuge es pecado, y que todo pecado
entristece a Dios, y nos debe entristecer a nosotros mismos también”.

En tercer lugar, necesitamos evitar aplacar al Espíritu Santo. En este caso, la mejor defensa es una buena
ofensa. ¿Estás despertando los dones que Dios ha puesto en ti? Cuando Él te impulsa a usarlos para servir a otros,
¿estás obedeciendo de inmediato? Si no, estás aplacando al Espíritu Santo.
La reunión de la semana pasada es historia. La reunión de esta noche exige una visitación renovada del
Espíritu de Dios. Aislados de Su presencia, no tiene sentido la reunión. Cada uno de nosotros tenemos la
responsabilidad de buscar al Espíritu Santo y ser sensibles a lo que Él quiere cumplir en el grupo mientras nos
reunimos. Wayne Grudem escribe:

“Debemos reconocer que no podemos dar por sentadas estas actividades del Espíritu Santo, y no sucedan
automáticamente entre el pueblo de Dios. Más bien, el Espíritu Santo refleja el placer o el desagrado de Dios
con la fe y obediencia – o falta de fe y desobediencia – del pueblo de Dios…el Espíritu Santo da
una evidencia más fuerte o más débil de la presencia y bendición de Dios, según nuestra respuesta a Él”.

¿Cuál es tu respuesta a Él día a día? ¿Durante la reunión? De cierto modo, esa respuesta determinará cuanto se
manifestará el Espíritu en medio de ustedes. Vamos a decidir evitar entristecer o aplacar el Espíritu para poder
experimentar la fuerza plena de Su presencia y placer.
En cuarto lugar, debemos llegar a nuestras reuniones de grupos pequeños anticipando que el Espíritu se vaya
manifestar de manera poderosa. Esto es esencial. ¡Qué gran diferencia hace la expectativa al empezar nuestras
reuniones! Puede ser la diferencia entre un encuentro con Dios que cambia vidas y un tiempo superficial juntos sin
beneficio inmediato o eterno. Cuando cada miembro llega esperando que el Espíritu revele y refresque, juntos
probamos el poder del siglo venidero.
Por eso nos comprometemos a los grupos pequeños. Por Su gracia, juntos estamos siendo transformados a la
imagen de Jesucristo por medio de la santificación progresiva. Juntos estamos experimentando el cuidado mutuo, la
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comunión genuina, y la ministración del Espíritu Santo. Ahora ya no vemos simplemente – observamos. Ya no
asistimos solamente – participamos. Ya no consumimos egoístamente – en lugar de eso, estamos cumpliendo el
propósito de Dios para nuestras vidas al contribuir a la edificación de la iglesia local.
¡Y pensabais que era por la comida!

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