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Belleza

“No dan ganas de jugar aquí,


solo de estar sentada en esta silla con las piernas colgando,… “
Irma Elena Marc

A
brazada a sí misma. No asustada, abrazada a sí misma

La lluvia es, ahora mismo, charcos obsoletos. Obsoletos espejos a la espera de gotas que
los partan en ondas. La realidad también espera la rotura. La realidad tiene también sus
pretensiones.
El perro huele el aire. Se agita; carga la convulsión del cansancio. Agitado empuja el
cuerpo hacia un camino o sendero, que nadie a desocultado, que intuye. Respira y traga
saliva. El aire ahoga y se ahoga y traga saliva. Mira alrededor. Un silencio de sonidos le
agiliza la mirada. El afuera tiene árboles asqueados de lluvia, verdes que exigen la
diferencia, y diafanidad que avergüenza y ese silencio propio de quienes se contienen
para no romper en llanto.
Caminó un trecho y se detuvo. Los pastizales tienen caricias que buscan cortar la carne.
Delante es no saber, es presentir, sospechar. Delante es saber y no poder (querer saber)
pronunciarlo.
Delante un ir venir de hojas, inquietas de alientos que las movilicen. Delante de la
mirada del animal una hoja se inclina de gotas y sobre ella un caracol, y sobre el filo. La
criatura mueve tosca el cuerpo dispuesta a la herida. Las gotas se desprenden, lo
atraviesan, ocultan las prominencias que parten de su cuerpo. A tiempo fingen lastimar
un caparazón que se propone un ascenso. Como si comprendiera que es arriba. Arriba el
lugar, el puerto, “el te esperan allí”; y gasta y se desgasta. Sube. Abajo es cerca y
pronto. Esa cierta ansiedad que lo impulsa debería justificar cualquier fin como fin en si
mismo.

No asustada. Y no preguntes, también es necedad pensar que siempre habrá respuestas.

Despertar. Ojos abiertos. Despertar de parpados. La mirada no despierta. No todavía. El


muchacho da vueltas sobre una cama. Ella ahora no esta allí. Anoche la respiración
compartida. Ahora la mirada incompleta. Busca en el cuarto la forma, la forma de ella,
pero no esta allí, se ha levantado. La almohada conserva su huella. La mano de él
pretende reconocerla. Tanta luz obliga a fruncir el ceño mientras una cortina deja pasar
el olor a barro, a agua, a río. No hay silencio, nunca hay silencio. Mirada incompleta,
despertar de parpados y ella sólo es un par de sabanas revueltas a su lado.

…es necedad pensar…


Abrazada a sí misma. La luz es demasiada y ella parece saberlo. No asustada. El bullicio
del amanecer es inminente. Camina por el pasillo, sus pasos no se oyen. El cuarto
quedo atrás. Recorre la vaga claridad, toma algo entre manos. Avanza. Respira. Se
detiene. Es mas fácil, a menudo, no saberse. No saberse, y se detiene. Ya adelanta un
paso y la puerta y la mañana sobre el verde apagado y humedecido.
Apoya los pies desnudos, la frescura empapa la piel. Las gotas de las hojas que roza se
quedan en su cuerpo. Blanca la luz sobre las nubes, blanca la piel, blanca la claridad
sobre el verde. El roció moja como el llanto. Llora. Empapada de roció, de lagrimas, de
luz blanca. Pálida.
Cuerpo en danza bien pensada, en temblor oculto. Sin miedo. La mano abierta, las venas
sugiriéndose. Arrastra en el puño aire que no va a respirar. Como mano en agua, yendo
y viniendo, y no hay sed. No hay sed. Tanto aire, agua, vida. Todo sobra cuando lo que
falta es necesidad.
Camina acaricia el árbol, la inmensidad la empequeñece y es niña rodeando el brazo que
no abraza; y es fragilidad tomando altura para hacerse añicos.
Busca el cuerpo del árbol. Aspereza. Sube el cuerpo. Hay erotismo de piel raspada, de
venas azules, de vello espeso. Toma un caracol entre manos. La lentitud es ahora
tiempo, y el tiempo llaga recorriendo su mano; dejando una estela que avanza
caprichosa hacia arriba, sugiriendo. Tras el vello espeso la esperanza aguanta la
respiración y ni es obstáculo ni es impedimento; ella continua el arduo ejercicio
premeditado. El arriba es uno, el ascenso un medio y el fin es otro tipo de esperanza que
debería justificarse como fin en sí misma. La corteza es inmensidad que la lastima, su
cuerpo es fragilidad con pezones que pujan por salirse del cuerpo como si esperaran sin
poder esperar la voracidad de unos labios, que se llenen con los sabores de la excitación
y las lastimaduras.
Se detuvo en la altura, luego atravesó la rama con pasos preciso temiendo la caída.
Pálidas las nubes, trémula la piel de sensaciones; ya sin poder sacar la mirada de sus
ojos, conteniéndola involuntariamente. Intentó con éxito un equilibrio inestable. Evitó
una sonrisa mientras casi de rodillas aseguró lo que llevaba entre manos a la rama que la
sostenía. Enjugó las manos de sudor y de llanto, de rostro. Acarició su cuerpo, sintió su
feminidad, la precaria fragilidad que había sobrevenido y la rigidez de sus parpados.
Rodeó su cuello, se aseguro que llegado el momento el abrazo no cediese. Y no cedió,
el salto la ahogaría y en el aire.

Abrazada a sí como si nadie más pudiera hacerlo.


Él se levanto, expulsado de una quietud de la que lo rescataron los presentimientos. Sus
ojos buscaron los rastros y ella no estaba allí. Se acercó a la ventana, su cara recibió los
golpes de la cortina y los del aire cargado de olores y vahos y angustias. Y se alejó, se
perdió en la imagen sin carne de una realidad desprovista de automatismos. Todo tenía
algo que antes no se había dejaba ver. Descubrió las tenues luces que invadían la casa,
los aromas, a lo lejos sintió el quejido del perro, un ladrido involuntario. Fijó los ojos en
la puerta por la que luego saldría. Pasos descendiendo escalones húmedos, la mañana
plena de luz pálida, el animal inmóvil a unos metros con la cabeza levantada y el
quejido escapando por las comisuras.
Ahora, el instante en que los ojos obvian lo que lo rodea, en que la mirada oscila sin
saber donde, si mirar al frente o hacia adentro. Instante en que las sensaciones abordan y
lanzan una impostergable conquista. Y no entender es tan inevitable como sencillo.
…como si nadie pudiera hacerlo.
Sus piernas colgando. El vaivén lo provoca un soplido sin aliento que lo vuelve
interminable. Esta ahí, un poco lejos y un poco arriba. Ella está ahí, impasible, abrazada
a sí. Manos y brazos colgando, el cabello también. Vida colgando. Vida dejando de
serlo. Cayendo. Descendiendo. Cubierta de caracoles que le hacen perdurar el último
instante. Perennidad en lenta ascensión.

Ayer de ladridos y sol, y no hay voluntades que entienda el no querer eso. El no estar
aquí ni un segundo. Ayer la vida y una mirada que no salió de los ojos, que se negó a
hacerlo.
No preguntes no siempre habrá respuestas.
Año 2006- “Belleza”©

Andrés Velázquez

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