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A
brazada a sí misma. No asustada, abrazada a sí misma
La lluvia es, ahora mismo, charcos obsoletos. Obsoletos espejos a la espera de gotas que
los partan en ondas. La realidad también espera la rotura. La realidad tiene también sus
pretensiones.
El perro huele el aire. Se agita; carga la convulsión del cansancio. Agitado empuja el
cuerpo hacia un camino o sendero, que nadie a desocultado, que intuye. Respira y traga
saliva. El aire ahoga y se ahoga y traga saliva. Mira alrededor. Un silencio de sonidos le
agiliza la mirada. El afuera tiene árboles asqueados de lluvia, verdes que exigen la
diferencia, y diafanidad que avergüenza y ese silencio propio de quienes se contienen
para no romper en llanto.
Caminó un trecho y se detuvo. Los pastizales tienen caricias que buscan cortar la carne.
Delante es no saber, es presentir, sospechar. Delante es saber y no poder (querer saber)
pronunciarlo.
Delante un ir venir de hojas, inquietas de alientos que las movilicen. Delante de la
mirada del animal una hoja se inclina de gotas y sobre ella un caracol, y sobre el filo. La
criatura mueve tosca el cuerpo dispuesta a la herida. Las gotas se desprenden, lo
atraviesan, ocultan las prominencias que parten de su cuerpo. A tiempo fingen lastimar
un caparazón que se propone un ascenso. Como si comprendiera que es arriba. Arriba el
lugar, el puerto, “el te esperan allí”; y gasta y se desgasta. Sube. Abajo es cerca y
pronto. Esa cierta ansiedad que lo impulsa debería justificar cualquier fin como fin en si
mismo.
Ayer de ladridos y sol, y no hay voluntades que entienda el no querer eso. El no estar
aquí ni un segundo. Ayer la vida y una mirada que no salió de los ojos, que se negó a
hacerlo.
No preguntes no siempre habrá respuestas.
Año 2006- “Belleza”©
Andrés Velázquez