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VII.

El 11 de septiembre y después: aistent€


¿una ruptura del orden simbólico?' auento
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¿El u de septiembre marca una ruptura simbólica en nuestra histo- en cuest
ria? La respuesta a esta pregunta depende claramente de dos pregun- No •
tas previas y relacionadas entre sí. En primer lugar, ¿qué entendemos Segurarr
por «ruptura simbólica»? Y, en segundo, ¿con qué rasgo esencial 1-Inca ai
caracterizamos los acontecimientos del ir de septiembre? La primera
pregunta puede formularse desde dos puntos de vista distintos. Según 7,esar dE
el primero, podemos llamar «acontecimiento simbólico» a aquel que -_nocent(
le sucede a un símbolo. Así, la cuestión de lo simbólico se plantea de los at
desde el punto de vista de un espectador ideal de los asuntos huma- os serv:
nos y puede formularse de la siguiente manera: ¿de qué eran símbolo ziarivid<
las torres gemelas como tales? y ¿qué lección nos da la caída de ese ministra
objeto simbólico? Ver las cosas desde este ángulo no nos lleva muy :e. Pero
lejos. Que unas torres de 400 metros de altura que llevan el nombre registra]
de centro financiero mundial eran un símbolo del orgullo humano en unidad
general, y de la voluntad de dominar el mundo de una nación en par- todo sul
ticular, y que su destrucción es adecuada como alegoría de la vanidad ca al acc
de ese orgullo y de la fragilidad de esa hegemonía, claramente no es de antic
un gran descubrimiento. bre este
Así, la cuestión del acontecimiento simbólico debe plantearse Incluso
desde otro ángulo. Por lo tanto, un acontecimiento simbólico es el :os y so
nombre de cualquier acontecimiento que aseste un golpe al régimen mente
cimient
Este ensayo es una versión levemente modificada de una ponencia dictada en
Nueva York el z de febrero de zooz, en el marco de los «diálogos franco-estaduniden- al fraca:
ses» organizados por France Culture y el Center for French Culture and Civilization de necemc
la Universidad de Nueva York, a iniciativa de Laure Adler y Tom Bishop. S quare

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¿UNA RUPTURA DEL ORDEN SIMBÓLICO?

existente de las relaciones entre lo simbólico y lo real. Es un aconteci-


miento que los modos existentes de simbolización son incapaces de
comprender y que, por tanto, revela una fisura en la relación de lo real
y lo simbólico. Este puede ser el acontecimiento de lo real no sim-
bolizable o, por el contrario, el del regreso de lo simbólico prescrito.
Desde este ángulo, «el u de septiembre» es más que la denomina-
ción del éxito de un acto terrorista y el colapso de las torres. El punto
decisivo para identificar que tuvo lugar una ruptura se convierte en la
recepción del evento, es decir, en la capacidad de los afectados y de
los encargados de expresar su significado (el gobierno estadunidense
y los medios de comunicación) para garantizar su aprehensión sim-
bólica. Así, puede decirse que tuvo lugar una ruptura simbólica el día
tra histo- en cuestión si tal capacidad de simbolización fue deficiente.
s pregun- No veo que algo por el estilo haya sucedido el 11 de septiembre.
en demos Seguramente el atentado llevo consigo una combinación de factores
esencial nunca antes vistos, entre ellos su alto nivel de visibilidad, su poder de
primera destrucción material y la originalidad de su objetivo. Sin embargo, a
)s. Según pesar de todo, la caída de las torres y la terrible muerte de miles de
quel que inocentes no indica la efracción de un real no simbolizable. Si el éxito
plantea de los ataques terroristas puso algo en duda, tal vez fue la capacidad de
)s huma- los servicios secretos estadunidenses y, a un nivel más profundo, la
símbolo clarividencia de las antiguas políticas «realistas» que apoyaron y su-
.a de ese ministraron de armas a los movimientos islamistas en Medio Orien-
eva muy te. Pero lo que de ninguna forma se puso en duda fue la capacidad de
nombre registrar el acontecimiento a través de una cierta simbolización de la
nano en unidad norteamericana y del estado del mundo. Por el contrario,
en par- todo sucedió como si el poder de vivacidad de esta reacción simbóli-
vanidad ca al acontecimiento fuera inversamente proporcional a la capacidad
te no es de anticipar e impedir que sucediera. En la mañana del u de septiem-
bre este inconcebible espectro en realidad ya había sido exorcizado.
.ntearse Incluso mucho antes de que fuera posible contar el número de muer-
co es el tos y sobrevivientes, una cosa estaba bien clara y se repetía práctica-
égimen mente en todas partes: los terroristas habían tratado de socavar los
ictada en
cimientos de los Estados Unidos, pero su tentativa estaba condenada
duniden- al fracaso porque las torres eran la simple simbolización del «perma-
zation de necemos unidos» que caracteriza al pueblo estadunidense. En Union
Square se hizo un dibujo en el piso que representaba a las torres

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LA ESTÉTICA DE LA POLITICA

«verdaderas» e indestructibles; consistía en cientos de cuerpos esta- y del d


dunidenses de pie, uno sobre otro, que reemplazaban a las torres de más p E
vidrio y acero y a quienes murieron en ellas, idénticas en ese momento una en
a las exultaciones de la unidad colectiva. Y esa misma tarde, el presi- la elecc
dente ya tenía a la mano las palabras que reflejaban lo que había suce- trario,
dido: las fuerzas del mal habían atacado a las fuerzas del bien. nantes
Así, ni un solo grano de lo real encontró deficiente lo simbólico. dad de
Sin embargo, lo simbólico tampoco regresó en lo real —es decir, no El
tomó revancha en el realismo occidental— como algunos asegura- como S
ron. Imaginando que Occidente fue castigado por negar las exigen- Aceptó
cias del orden simbólico, algunos afirmaron que lo simbólico regresó COMO L
en lo real. Supuestamente, Occidente fue tomado por sorpresa por ble con
abrigar la loca idea de que los seres humanos pueden alterar a su an- podríar
tojo las relaciones creadoras de la existencia humana: el orden sim- conteni
bólico del nacimiento y de la muerte, de la diferencia entre los sexos, supuesi
del parentesco y de la alianza, y de la relación entre el ser humano y fectame
cierta alteridad fundadora. Los representantes del otro mundo, el de llegado
la tradición simbólica, nos visitaron, por así decirlo, para recordarnos «estar
el costo de esa locura. senso. I
Sin embargo, este argumento confunde distintos niveles. El obje- nombre
tivo de los ataques del u de septiembre no era Occidente sino el po- dad inn
der norteamericano, y los agresores difícilmente eran la voz de un constitt
inconsciente reprimido: eran agentes que trabajaban al servicio de a la con
redes paramilitares vinculadas a las naciones aliadas de los Estados valores
Unidos, y que se pusieron en contra de la nación que, muy poco an- ser» an
tes, había estado ocupada utilizándolas. Lo que resultó deficiente el do entr(
de septiembre no fue el orden, o el desorden, occidental del paren- co-pertE
tesco y de la alianza; no fue el orden simbólico que constituye a la :a única
humanidad en general, sino el orden simbólico que define la unidad las polít
de una comunidad nacional. Fue la capacidad de esta comunidad para rios dejo
utilizar sus puntos de referencia simbólicos tradicionales, para inte- aidad él
grar el acontecimiento en el escenario donde representa su relación morales
consigo misma, con los otros y con el Otro. En este punto no hubo el acuer(
ninguna ruptura; no se reveló ninguna fisura entre lo real de la vida Y es est(
estadunidense y lo simbólico del pueblo estadunidense. Tal fisura Jbjetivo
sólo existe para aquellos que se imaginan que los Estados Unidos no mismas
es más que el país de la objetividad materialista, de la comida rápida to, ocult

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¿UNA RUPTURA DEL ORDEN SIMBÓLICO?

pos esta- y del dólar. Sin embargo, lo que en realidad se olvida es que hasta la
torres de más pequeña denominación del dólar lleva una doble inscripción:
-"omento una en latín sobre la constitución de lo múltiple y otra en inglés sobre
el presi- la elección divina. No ocurrió ninguna ruptura simbólica; por el con-
bía suce- trario, lo que se reveló en gruesos caracteres fueron los modos domi-
t. nantes y tendencialmente hegemónicos de simbolización de la uni-
mbólico. dad de nuestras comunidades y de los conflictos que enfrentan.
lecir, no El gobierno estadunidense aceptó desde el inicio, y planteó
asegura- como su propio axioma, el mismo principio de quienes lo atacaban.
exigen- Aceptó caracterizar el conflicto, en términos religiosos y étnicos,
regresó como un combate entre el bien y el mal, y, por tanto, tan intermina-
resa por ble como la oposición entre ambos. Las grandes mentes de Europa
a su an- podrían atribuir esta caracterización de los acontecimientos a la in-
len sim- contenible ingenuidad del pueblo estadunidense. Sin embargo, la
>s sexos, supuesta ingenuidad del discurso oficial estadunidense expresa per-
mano y fectamente el estado actual de la política o, más bien, de lo que ha
lo, el de llegado a reemplazarla. En el plano de la simbolización de nuestro
rdarnos «estar juntos» político, la política ha sido reemplazada por el con-
senso. El consenso no es simplemente un acuerdo entre partidos en
El obje- nombre del interés nacional. El consenso implica plantear una identi-
o el po- dad inmediata entre la constitución política de la comunidad y la
de un constitución física y moral de una población. El consenso describe
icio de a la comunidad como una entidad que está naturalmente unida por
Zstados valores éticos. Éthos, como se sabe, significa «morada» y «forma de
)co an- ser» antes que referirse al terreno de los valores morales. Este acuer-
ente el do entre una forma de ser, un sistema de valores compartidos y una
paren- co-pertenencia politica, es una interpretación común —aunque no
ye a la la única— de la constitución estadunidense. Las muestras de apoyo a
midad las políticas de George Bush por parte de 60 profesores universita-
td para rios dejan completamente claro que los Estados Unidos es una comu-
a inte- nidad ética, más que jurídico-política, unida por valores religiosos y
lación morales. El bien que funda esta comunidad reside precisamente en
hubo el acuerdo entre su principio moral y su modo concreto de existencia.
a vida Y es este acuerdo el que, en el discurso oficial, se identificó como el
fisura objetivo de los ataques terroristas: nos odian, se ha dicho, por las
los no mismas razones que los llevan a prohibir la libertad de pensamien-
•ápida to, ocultar a las mujeres y amar la muerte. Nos odian porque odian

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LA ESTÉTICA DE LA POLÍTICA

la libertad, es decir, nos odian porque la libertad es nuestra propia de los


forma de vida, el aliento vital de nuestra comunidad. que el
Sin embargo, para que la declaración «nos odian porque tene- porqu,
mos la libertad de opinar como mejor nos parezca» tuviera alguna sheriff
credibilidad, al menos algunos miembros del congreso tendrían que dispue
haberse abstenido de levantarse y aplaudir al unísono el 21 de sep- de la n
tiembre. La libertad es una virtud política mientras sea algo más que justick-
una forma de vivir, mientras sea una postura polémica. Sólo es una nalmei
virtud cuando una comunidad está motivada por el mismo conflicto divida
en el que está implicada, y cuando varias libertades se enfrentan en y lo re]
su intento por encarnarla; por ejemplo, cuando la libertad de pensa- g,uir ur
miento y de asociación choca con la libertad de empresa. La cuestión ej ércit(
de lo simbólico se juega por completo en ese mismo asunto. Hay dos duda c
formas principales de simbolizar la comunidad: una la representa identifi
como la suma de sus partes; la otra la define como la división de su asocia(
todo. Una la concibe como la realización de una forma de ser común; princip
la otra como una polémica sobre lo común. Llamo policía a la pri- sultan
mera y política a la segunda. El consenso es la forma por la cual la no es t
política se transforma en policía. En ella, la comunidad sólo puede obligad
simbolizarse como la composición de los intereses de los grupos y ño esta
los individuos que la constituyen. Este modo de simbolización mí- las naci
nimo —en el límite de la desimbolización— es el que tiende a preva- Aq
lecer en Europa occidental. Sus defensores se burlan de buen grado rrip eri
de la «ingenuidad» estadunidense, que de algún modo imagina que _es en 1.
Dios y el bien están involucrados en el asunto, y que identifica sus dos y a
propias acciones con sus misteriosos funcionamientos. Sin embargo, cia real
esta «ingenuidad» es más avanzada que el escepticismo que se burla de conf
de ella, pues, por supuesto, lo que se opone a la comunidad de la divi- na.medi.
sión política no es sólo la comunidad de los intereses, sino la identifi- en la sil
cación de esta última con la comunidad de un éthos compartido, la de intei
identidad entre un modo de ser particular y la universalidad del bien, donad(
entre el principio de seguridad y el principio de la justicia infinita. recho si
Esta simbolización del modo en que la comunidad se une es, al nos esp
mismo tiempo, una simbolización de su relación con lo que la ataca. naterpn
George Bush definió precisamente esta relación como «justicia infi- pert
nita». Esta definición no fue la desafortunada —y afortunadamente pre
corregida— expresión de un presidente todavía inexperto en el arte :.3n las

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¿UNA RUPTURA DEL ORDEN SIMBÓLICO?

ra propia de los matices. Y tampoco fue por haber visto demasiados westerns
que el mismo presidente reclamó a Bin Laden «vivo o muerto»,
lue tene- porque, en realidad, lo que a menudo sucede en los westerns es que el
-a alguna sheriff se juega el pellejo para salvar al asesino de la turba, que está
[rían que dispuesta a lincharlo, y entregarlo al sistema de justicia. A diferencia
de sep- de la moralidad de los westerns, la justicia infinita implica un tipo de
más que justicia sin límites, uno que ignora todas las categorías que tradicio-
o es una nalmente definen su ejercicio: castigo legal en lugar de venganza in-
:onflicto dividual; separación de lo jurídico y lo político por un lado, y lo ético
.ntan en y lo religioso por otro; separación de las formas policiales de perse-
e pensa- guir un crimen por un lado, y las formas militares de conflicto entre
cuestión ejércitos por otro. Todas estas distinciones hoy se han puesto en
Hay dos duda con la supresión de las formas del derecho internacional y la
presenta identificación de los prisioneros de guerra como miembros de una
Sn de su asociación criminal. Desde luego, el mismo acto de supresión es el
común; principio de la acción terrorista, a quien la política y el derecho le re-
a la pri- sultan igualmente indiferentes. Sin embargo, la «justifica infinita»
i cual la no es una simple respuesta al adversario terrorista, una respuesta
D puede obligada por su misma naturaleza; también es un indicador del extra-
rupos y ño estado que la supresión de la política hoy le confiere al derecho de
.ión mí- las naciones y al derecho entre ellas.
a preva- Aquí hay en efecto una singular paradoja. Tanto el colapso del
n grado Imperio soviético como el debilitamiento de los movimientos socia-
,ina que les en los grandes países de Occidente fueron, en general, considera-
fica sus dos y aplaudidos como la liquidación de las utopías de la democra-
nbargo, cia real en beneficio de las reglas del estado de derecho. Los brotes
le burla de conflictos étnicos y fundamentalismos religiosos desmintieron de
la divi- inmediato esta simple filosofía de la historia. No obstante, también
dentifi- en la situación interna de las potencias occidentales, y en sus modos
tido, la de intervención exterior, la relación entre hecho y derecho ha evolu-
el bien, cionado de acuerdo con una tendencia en la que las fronteras del de-
nfinita. recho se borran cada vez más. En la misma Francia, algunos fenóme-
e es, al nos específicos se han vuelto cada vez más notorios: por una parte, la
ataca. interpretación de los derechos como aquello que se posee en virtud
:ia infi- de pertenecer a un grupo específico; por otra, prácticas legislativas
Lmente que pretenden ajustar la letra de la ley con los nuevos modos de vida,
el arte con las nuevas formas del trabajo, de las tecnologías, de la familia y

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LA ESTÉTICA DE LA POLÍTICA

de las relaciones sociales. En consecuencia, el espacio de la política Es


—que se constituye entre la abstracta literalidad del derecho y las po- dría 111
lémicas sobre sus interpretaciones— se ha reducido. Así, el derecho genoc:
que llegó a ser celebrado cada vez más ha tendido a convertirse en el zar la (
registro de las formas de vida de una comunidad particular. Una sim- totalit;
bolización política del poder, los límites y las ambivalencias del dere- La ses
cho fue reemplazada con otra simbolización desde la perspectiva de del co
la ética: una relación de expresión consensual entre el estado objetivo implic
de la sociedad y la norma del derecho. compl
Esta operación produce obviamente un residuo: el resto del mun- pleme
do o la multitud de individuos y pueblos que quedan fuera de este sino c
círculo feliz de hecho y derecho. La dilución de los límites entre he- pensal
cho y derecho aquí toma también otra forma, complementaria e in- mediC
versa a la de la armonía consensual: la forma de lo humanitario y de la conce
«injerencia humanitaria». El «derecho de injerencia humanitaria» blem
pudo haber permitido que algunas poblaciones de la ex Yugoslavia E.
fueran protegidas de un proyecto de liquidación étnica, pero lo hizo tra jui
a costa de borrar las fronteras simbólicas y, al mismo tiempo, las fron- cho al
teras entre los Estados. No solamente consagró el colapso de un prin- leza
cipio estructural del derecho internacional —el de la no injerencia, su del
un principio cuyos valores eran indudablemente ambiguos—, sino reparo
que, sobre todo, dio lugar a un principio de ausencia de límites que das es
destruye la idea del derecho mismo. del m
En tiempos de la guerra de Vietnam existía una oposición —más milita
o menos explícita o latente— entre los nobles principios promulga- establ
dos por las potencias occidentales y las prácticas mediante las cuales E
esas mismas potencias los subordinaban a sus propios intereses vita- las ví(
les. Durante las décadas de 1960 y 1970, las fuerzas antiimperialistas cia in:
se movilizaron para denunciar la discrepancia entre los principios que a:
fundadores y la práctica real, pero hoy la polémica sobre la contradic- ción (
ción entre los principios y la práctica real parece haber desaparecido. de co
El principio de esta desaparición es la representación de la víctima santif
absoluta, la víctima del mal infinito que obliga a una reparación infi- la prá
nita. La idea del derecho «absoluto» de la víctima, forjada en el apror
marco de una guerra «humanitaria», fue entonces secundada por sin lír
el amplio movimiento intelectual que se ha comprometido, en los úl- E
timos 25 años, a teorizar la noción de crimen infinito. bólic(

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¿UNA RUPTURA DEL ORDEN SIMBÓLICO?

política Es necesario analizar más a fondo la especificidad de lo que po-


y las po- dría llamarse la «segunda» denuncia de los crímenes soviéticos y el
derecho genocidio nazi. La primera se propuso establecer los hechos y refor-
:se en el zar la decisión de las democracias occidentales en su lucha contra un
Jna sim- totalitarismo que aún estaba firmemente atrincherado y amenazaba.
lel dere- La segunda denuncia, forjada en la década de 1970 como un balance
ctiva de del comunismo, y en la de 1980 mediante un regreso a los procesos
Dbjetivo implicados en la exterminación de los judíos, cobró un significado
completamente distinto. Estos crímenes ya no se consideraron sim-
el mun- plemente como los efectos monstruosos de regímenes a combatir,
de este sino como las formas en que se manifestaba un crimen infinito, im-
ntre he- pensable e irreversible: la obra de un poder del mal que excedía toda
ria e in- medida jurídica y política. La ética se convirtió en una manera de
D y de la concebir el impensable e irreversible mal infinito que irremedia-
-titaria» blemente corta la historia en dos.
loslavia El resultado ha sido la constitución de un derecho absoluto, ex-
lo hizo tra jurídico, para la víctima del mal infinito. Quien herede ese dere-
as fron- cho absoluto de la víctima se convierte así en su defensor. La natura-
in leza ilimitada del mal sufrido por la víctima justifica que el derecho de
su defensor no tenga límites. Este proceso se completó mediante la
—, sino reparación estadunidense del crimen absoluto cometido contra las vi-
tes que das estadunidenses. Así, la obligación de asistencia hacia las víctimas
del mal absoluto llegó a identificarse con el despliegue de un poder
—más militar ilimitado que funciona como una fuerza policial encargada de
Imulga- establecer el orden ahí donde el mal pueda encontrar refugio.
; cuales El derecho infinito es, como se sabe, idéntico al no-derecho. Tanto
es vita- las víctimas como los culpables caen dentro del círculo de la «justi-
-ialistas cia infinita», que hoy se expresa en la total indeterminación jurídica
ncipios que afecta a la condición de los prisioneros de guerra y a la clasifica-
ttradic- ción de los hechos presentados en su contra. Si el discurso nacional
recido. de consenso y el discurso internacional de la injerencia humanitaria
dctima santifican el reino del derecho y de la ley, es sólo para envolverlo, en
Sn infi- la práctica, en la vaguedad de la ética, cuya forma de manifestación
a en el apropiada, literalmente hablando, es la de una superpotencia militar
da por sin límites.
los úl- El u de septiembre no marcó ninguna ruptura en el orden sim-
bólico. Puso en evidencia la nueva forma dominante de simbolizar

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LA ESTÉTICA DE LA POLÍTICA

lo mismo y lo otro que se ha impuesto bajo las condiciones de un


nuevo orden, o desorden, mundial. El rasgo más distintivo de esta
simbolización es la desaparición de la política: la desaparición de la
identidad que incluye a la alteridad, de la identidad constituida me-
diante la polémica sobre lo común. Mientras los poderes religiosos y
étnicos someten esta identidad a una negación radical, los Estados
consensuales la vacían desde el interior. Esta simbolización también
lleva consigo una creciente indeterminación de lo jurídico, por lo
cual los hechos se identifican a través de la vía directa del consenso o
a través de la vía indirecta del consenso humanitario y la guerra con-
tra el terrorismo. La simbolización jurídico política está siendo lenta-
mente reemplazada por la simbolización ético-policial de la vida de
las llamadas comunidades democráticas, y sus relaciones con un Hay ui
mundo separado están siendo identificadas con el reino exclusivo tra un
de los poderes étnicos y fundamentalistas. Por un lado, el mundo del Sin en
bien: el mundo del consenso que elimina el litigio político mediante ple:
la feliz armonización del derecho y el hecho, de las formas de ser y de del mc
los valores; por el otro, el mundo del mal en el que, por el contrario, que te
el error se vuelve infinito y sólo puede llevarse a cabo mediante una modo,
guerra a muerte. Si ocurrió una ruptura simbólica, ésta ya había te- poder
nido lugar. Querer fecharla el n de septiembre es, finalmente, una global
manera de eliminar toda reflexión política sobre las prácticas de los móvil(
Estados occidentales y de reforzar el escenario de la guerra infinita das co
de la civilización contra el terrorismo, del bien contra el mal. modo
naciói
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140

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