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¿Es la política solo policía?

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[con Jean-Paul Monferran]

Con su libro En los bordes de lo político, propone una redefinición de


lo que es ¡apolítica misma. Hablando de los «bordes» [«bords»], usted
sugiere varias interpretaciones: lindero, frontera, pero también elección,
en el sentido del «bando» [«bord»] en el que uno se sitúa...

Empecé la escritura de este libro hace unos diez arios, en un


momento en el que el tema del «fin» estaba muy desarrollado:
fin de la política, fin de las utopías, fin de las ideologías... Quise
entonces resituar este discurso en un marco más general, anali-
zando lo que son las fronteras de la política, sus «bordes» y, por
tanto, el acercamiento mismo de lo que se entiende por política.
Generalmente, la política se asimila a la lucha por el poder, o bien
al ejercicio y al objeto de ese poder: la gestión de la sociedad,
la repartición de los bienes y de los poderes entre los grupos
sociales. Quise mostrar que la política no es la dominación ni la
gestión, sino que define una actividad excedentaria precisamente
respecto a la lógica de la dominación y de la gestión. La política
empieza con la existencia de sujetos que no son «nada», que

1. «La politique n'est-elle que de la police?», entrevista realizada por


can-Paul Monferran, publicada en L'Humanité el 1 de junio de 1999.

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son un exceso respecto al recuento de partes de la población.


El proletario no es el representante de un grupo social, sino un
sujeto político cuya palabra causa efracción porque es la palabra
de los que supuestamente no tendrían que hablar...

Usted habla de anomalía, de efracción, de excedente, etcétera, distin-


guiendo una doble cara de la política...

Lo que propongo, de hecho, es oponer dos nociones. La no-


ción de «policía», entendida no solamente en el sentido de
represión, de control social, sino de actividad que organiza la
reunión de los seres humanos en una comunidad y que ordena
la sociedad en términos de funciones, de lugares y títulos que
deben ocuparse.Y hay luego otro proceso, el de la igualdad. Este
consiste en el juego de prácticas guiadas por la presuposición de
la igualdad de cualquiera y por la preocupación de verificarlo: el
nombre más propio para designarlo es el de «emancipación». Lo
que llamamos politica es, de hecho, el enfrentamiento constante
de estos dos procesos, una lucha para decir lo que es la «situa-
ción» misma. En este sentido, en los movimientos sociales que
tuvieron lugar en 1995, el gobierno declaró que hacía lo único
que era posible frente a los «atrasados» que eran incapaces de
ver esa situación. La politica de los «atrasados» ponía en cues-
tión precisamente esta pretendida evidencia sensible.Aristóteles
fundamentaba la política en la calidad del ser hablante, capaz de
discutir sobre lo «justo» y lo «injusto», mientras que el animal no
puede expresar más que dolor y placer. Ahora bien, el principio
de la «policía» siempre ha consistido en partir a la humanidad
entre los que «saben» y esos de los que se dice que simplemente
manifiestan descontento, furor, histeria...

¿Piensa que este acercamiento, al margen de todo juicio moral, podría ser
el origen de la crisis de la política misma, la cual tiende a manyestarse

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¿Es la politica solo policía?

actualmente en lugares diferentes de los que le eran_propios tradicional-


mente? Podemos pensar, por ejemplo, que ha habido más «política» en
1998 durante la Copa del Mundo defútbol que en el momento de la
renovación trienal del Senado...

La política tiene lugar en lo que llamamos «cuestiones sociales».


Pero ello no significa necesariamente que haya sujetos políticos
que la pongan en juego. Siempre me he mostrado más que
reticente frente a la idea de que la política iba a pasar a niveles
elementales, en las redes, las asociaciones... Aunque existe una
suma de microsituaciones sociales que determinan formas de
sensibilidad política, formas de resistencia ante lo que podríamos
llamar el orden «policial» o puramente gestor, no hay política
hasta que no hay una capacidad de universalización de lo que
está en cuestión en una u otra situación, ya sea el movimiento
de 1995 o el de los sin papeles. No se trata solamente de federar
las fuerzas, sino de constituir sujetos políticos que tengan como
vocación universalizar el conflicto. La política es el conflicto en
la medida en que adopta una función universal...

¿Cómo se constituyen esos «sujetos políticos»? ¿Qué es lo que puede


crear un «vínculo» entre ellos? ¿Un partido-guía de tipo «marxista»?

Su pregunta remite a mi propio recorrido.Yo era un estudiante


fascinado por los textos de Marx y también por la persona y el
discurso de Louis Althusser. Así pues, con Para leer El Capital,
participé en esa ambición que pretendía dar al marxismo su
verdadera teoría. Este método, con la separación de la política y
de la ideología, sugería en el fondo que los agentes sociales no
podían sino ignorar su condición. Finalmente, nuestra «ciencia»
sofisticada siempre acababa por afirmar que el intelectual y el
científico son los que deben aportar a los desdichados domina-
dos las verdaderas explicaciones de las razones de la dominación

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que los somete. Hacia 1968, empecé a poner en cuestión este


tenaz presupuesto cientificista. Ello me incitó a trabajar sobre la
relación histórica entre la constitución del marxismo y la de las
figuras de la emancipación obrera. Así pues, dediqué unos diez
arios a trabajar en los archivos del pensamiento obrero del siglo
xix intentando, como interés principal, encontrar una especie
de pensamiento obrero auténtico que se opusiera al pensamien-
to marxista. Luego, trabajando en ello, me di cuenta de que el
problema no debía plantearse en esos términos...

¿Por qué razones?

Lo que les faltaba principalmente a los proletarios no era tanto


el conocimiento de los mecanismos de explotación y de domi-
nación, sino un pensamiento, una visión de ellos mismos como
seres capaces de vivir algo diferente de ese destino de explotados
y dominados. Fue entonces cuando tomé conciencia de que el
movimiento social es, de entrada, un movimiento intelectual. Es
decir, en el movimiento de los que estaban relegados al orden
del trabajo, en el sentido de que ese orden se presentaba como
antinómico respecto al orden del pensamiento y de la palabra,
no había que entender la voluntad de apropiarse de un «pensa-
miento obrero propio», sino, al contrario, de algo que estuviera
del lado del pensamiento y de la palabra del otro, incluyendo lo
que tenían de más elevado. El fenómeno de los poetas obreros,
por ejemplo, muestra que toda la historia de la aculturación mi-
litante se articulaba por medio de una especie de ayuda mutua
y, a la vez, por la transgresión de un mundo que era el mundo
del otro... Esta es la lógica que intenté pensar más globalmente
como la lógica misma de la política. A saber, que lo que se ha
llamado movimiento obrero no era un movimiento de toma
de conciencia de los intereses históricos propios de una clase,
sino, de entrada, el movimiento intelectual de los que querían

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franquear de alguna manera las barreras del mundo oscuro en


el que se encontraban para pasar a ocuparse no solo de sus pro-
pios asuntos, sino de los asuntos comunes. Ello nos conduce a
la noción de exceso...

Y, precisamente, ¿no se manifiesta también este «exceso» en el caso de


la utopía?

Siempre desconfio un poco del discurso que pretende que la


utopía sea como un suplemento del alma. Me esfuerzo por
distinguir dos cosas. Efectivamente, no hay política si no se
franquean los límites que el orden que llamo «policial» deter-
mina corno los límites de lo posible. Pero ¿es necesario para ello
convocar a Fourier o a Saint-Simon? Las utopías son discursos
que postulan que no hay necesidad de política, que el conflicto
democrático o el conflicto igualitario estarían finalmente funda-
dos en un malentendido. Al mismo tiempo, siempre han tenido
esta función de crear distancia.Y, a lo largo del siglo xix, fueron
necesarias ciertas figuras de la distancia para que apareciera el
movimiento obrero. Siempre me ha sorprendido esa relación
doble, ambigua, de los proletarios de la época frente a las utopías:
se adherían a la utopía como reconfiguración polémica del or-
den de los posibles, pero estaban mucho menos tentados por las
formas concretas de organización que proponían los utopistas.
Los proletarios politizaban la utopía, la cual pretendía, por su
parte, acabar con los conflictos políticos.

¿Afirmaría lo mismo en el caso de Marx?

La figura de Marx es extremadamente ambigua. Es alguien que


captó verdaderamente la configuración sensible de la emancipa-
ción, pero en una especie de doble discurso: el discurso afirma-
tivo del poder de la emancipación y, luego, el discurso llamado

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«científico», según el cual el movimiento emancipador es algo


que no puede ser conocido por aquellos que participan en él.
Hay ahí una tensión extrema. Evidentemente, después de Marx,
se han producido todas las derivas y las monstruosidades que
ya sabemos... Pero sorprende constatar que, en cada momento
político, Marx manifiesta una especie de adhesión contrariada
por la idea de que, de todas maneras, los que actúan no conocen
el sentido de lo que hacen, que ese sentido no está ahí y que,
en cierto modo, actuando, van en contra de la elucidación de su
propia situación... De modo que, al principio, partí de la oposi-
ción entre ciencia e ideología, luego volví a atravesar la oposición
entre pensamiento burgués y pensamiento proletario para llegar
a constatar que ambas oposiciones eran inconsistentes. De lo
que se trataba fundamentalmente en el movimiento obrero del
siglo xix, de lo que se trata actualmente en los movimientos que
he evocado, es de un lugar —o no— en el orden y en la palabra
común, un poco a la manera de una lucha llevada a cabo para
franquear la frontera...

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