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Si Vallejo estuviera vivo

Columna: Espergesia
Autor: Luis Miguel Cangalaya Sevillano

Si Vallejo estuviera vivo, seguro volvería a morir. El golpe sería compacto, directo,
desgarrador. Imaginaría esos golpes fortísimos y ahora serían, más que nunca, como el
odio de ese Dios que retrató, como si antes ellos la resaca de todo lo sufrido no solo se
empozara en el alma, sino que se desbordara por los poros hasta encontrar una salida, un
momento de respiración. Vallejo no entendería la deshumanización de este mundo
actual. No entendería cómo la Guerra Civil que le tocó vivir, muchos años después,
tendría escenas más dramáticas en Medio Oriente. No entendería cómo la historia
podría haberse vuelto en el tiempo, y en ese devenir, haber arrojado a un personaje
siniestro, erigido como un héroe por quienes equivocadamente han naturalizado la
guerra y la destrucción.

Si Vallejo estuviera vivo quizá no entendería cómo en este mundo que pregona por los
derechos humanos aún hay muchísimo por hacer y también por no hacer. Sobre todo,
esto último. Pensaría qué tan complicado es dejar de hacer lo que no corresponde. No
comprendería cómo podríamos dejar de lado los atropellos para evitar tanta muerte y
sufrimiento. Pensaría en ese viernes santo, en ese aguacero, en cómo con todo el camino
recorrido habría vuelto a verse solo. Y así solo, abandonado, pero sin abandonar sus
esperanzas, aún reclamaría justicia por los oprimidos, por los desfavorecidos, por
quienes anhelan un espacio de vida, de sensatez.

Vallejo, el poeta inmortal, murió en París un viernes santo, un 15 de abril de 1938, hace
80 años. Afortunadamente, no despertó para vivir este mundo actual, este mundo donde
un pseudodios moderno, afincado en un Estado poderoso, se hace dueño del mundo y su
odio pareciera aún más perturbador que el que el poeta pudo imaginar en Los heraldos
negros. Afortunadamente, cuesta decirlo, Vallejo está muerto.

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