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SORGO, MO YAN

Por Rael Salvador

Lo primero que se me vino a la cabeza al escuchar al ganador del Nobel de Literatura


2012, es “Sorgo rojo”, primer libro de Mo Yan (Guan Moyen es su nombre verdadero
y su seudónimo, Mo Yan, significa “No hables”, es decir: sé políticamente correcto) y
opera prima dirigida por Zhang Yimou –también la primerísima actuación de la bella
Gong Li, protagonista de la cinta– y que gocé tanto épica como líricamente a finales
de los años 80, sobre todo por sus amplios y bien logrados paisajes campiranos,
rituales de luz y ruralismo milenario, que describen la pacífica y violenta China de
otros tiempos.

Recuerdo que el filme venía galardonado con el “Oso de Oro” en el festival de Berlín
de 1988, importante detalle para los cinéfilos sedentarios que tenían a la pantalla
mediana (Cine Club) como única ventana al conocimiento de otras culturas.

Amantes del “séptimo arte”, intelectualillos de una época convulsa –tiempos de la


“Dama de Hierro”, los conflictos Irán-Contra, con Oliver North a la cabeza y la
“contraguerrilla” del Comandante Cero, quien recibía 26 millones de dólares de
manos del Ronald Reagan para neutralizar a los Sandinistas, en una acostumbrada y
vergonzosa malandrinada estadounidense en contra de las “democracias forzadas” o
tomas de poder, que sustituyeron la urnas por la efectividad de las balas–,
provisoriamente ya afilábamos los lápices para dejar testimonio claro de lo que sería
en China la matanza de la Plaza Tiananmen y la caída del Muro de Berlín,
permitiéndonos cuestionar el Maoísmo y la puesta en práctica de la Perestroika, con
el ascenso de Gorbachov en la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
para que no lo olviden algunos desmemoriados).

Esto es lo que me trae la remembranza literaria de Mo Yan: la vida y la muerte de una


época que, en su ebriedad administrativa y repetitiva, sólo me está fastidiando y
desgastando…

Veamos aquí algunas de sus versatilidades literarias y, sobre todo, la justificación que,
en esa fecha, anuló en la competición a mis ya eternos cuatro favoritos, el poeta
Adonis y el narrador Haruki Murakami… y a los ya desclasificados por fallecimiento,
Philip Roth y Amos Oz. La academia Sueca dice lo siguiente: “...muestra con sus
cuentos populares, de un realismo alucinatorio, la historia actual y contemporánea”.
¿Canallada o inventiva? No lo sé.

Leamos ahora este fragmento de su libro “Rana”: «Señor, en mi pueblo, teníamos la


antigua tradición de bautizar a los niños recién nacidos con los nombres de los
órganos o de las partes del cuerpo importantes. Por ejemplo, Chen Bi, el Narizón;
Zhao Yan, el Ojitos; Wudachang, la Tripa; Sun Jian, los Hombros… Sin embargo,
aunque no he estudiado el origen de esta tradición, supongo que debe provenir del
convencimiento de que “los nombres humildes dan longevidad”, o posiblemente se
hiciera porque las madres consideraban que los hijos eran carne que se separaba de
sus cuerpos. Hoy en día, esta tradición está ya obsoleta; los padres jóvenes no quieren
llamar a sus hijos de una manera extraña. Ahora, los chicos de mi pueblo tienen
nombres tan elegantes y peculiares como los de los personajes de las series de
televisión de Hong Kong y Taiwán, es decir, de Japón y Corea. Y los muchachos que
recibieron los nombres según la vieja tradición han dejado de usarlos, aunque siempre
hay excepciones como Chen Er y Chen Mei» (“Er”, en Chino, significa oreja, y
“Meil”, ceja.)

¿Qué más queda por decir? Nada, sólo Mo Yan (“callar”, no hables) y leerlo.

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