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MUNDO HISPÁNICO

MANUEL LORENZO DE VIDAURRE


Y LA INQUISICIÓN DE LIMA
NOTAS SOBRE LA EVOLUCIÓN DE LAS IDEAS POLÍTICAS
EN EL VIRREINATO PERUANO A PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX

han estudiado las actividades de los inspiradores ideo-


lógicos de la emancipación americana, saben muy bien que por una
razón u otra el Tribunal del Santo Oficio encausó a dichos indivi-
-duos, que, con mayor o menor fortuna, lograban escapar después
•de sufrir condenas más o menos simbólicas, ya que la autoridad del
mencionado instituto se hallaba muy menoscabada desde las pos-
trimerías del siglo xvm. Mas es lo cierto que hasta ahora nadie
ha compulsado con la atención digna del caso los expedientes o
procesos incoados ante la Inquisición por los motivos expuestos.
En el Archivo Histórico Nacional (1), catalogado genéricamente,
•existe copia de la causa seguida en Lima contra una de las menta-
lidades peruanas más atrayentes, valiosas y sugestivas del nutrido
retablo de personajes que bulleron en los albores de la época repu-
blicana : Manuel Lorenzo de Vidaurre y Encalada (2). Los infor-
.mes extractados de esa pieza judicial proyectan luces, no sólo sobre
la faceta biográfica del encartado, sino muy principalmente brin-
dan noticias de primera mano sobre su formación ideológica y sus
lecturas. A lo largo de las páginas del cuaderno mana incontenible
la certidumbre, cada vez más acentuada, del profundo influjo que

(1) Sección Inquisición; leg. 1.649, núm. 2. MEDINA, en su Historia del


Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Lima (Santiago, 1887), II, ca-
pitulo XXVIII, no da razón de este documento.
(2) DESDEVISES DU DEZERT, que hojeó el expediente, lo despacha ligera-
"•mente en dieciocho escasas líneas en su ensayo L'Inquisilion aux Indes espn-
gnoles a la fin du xvme siecle, publicado en la Revue Hispanique, XXX, pá-
ginas 77-78.
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sobre el pensamiento de los americanos de entonces ejercieron


enciclopedistas franceses. Aquilatar el alcance de esa influencia y
precisarla en lo posible es el intento perseguido al redactar estas-
notas.
Sobre la briosa e inquieta figura de Vidaurre disponemos de
varios estudios. Destaquemos aquí los de Porras Barrenechea y Ls~
guía (3), escritos con simpatía y comprensión hacia el ilustre l i -
meño. En vista de esos bocetos, cumple recordar sucintamente la-
biografía de nuestro personaje, simplemente como obligada intro-
ducción y acaso también para medir las consecuencias que las lec-
turas juveniles causaron en el complejo espíritu de don Manuel Lo-
renzo de Vidaurre y Encalada. Nació en Lima en 1773 y falleció-
en la misma ciudad sesenta y ocho años después. En ese lapso, Vi-
daurre tuvo tiempo para ejercer la magistratura durante la domina-
ción española, dirigir al monarca proyectos de refoma, desempeñar-
los cargos de mayor responsabilidad en la política peruana en lo».
albores de la República y escribir, un libro titulado Vidaurre contra
Vidaurre, en el cual se retractaba de sus opiniones juveniles.
La familia de Vidaurre figuraba entre las de primera línea de-
la sociedad virreinal, y dentro de un severo ambiente hogareño'
transcurrieron sus primeros años. Colegial en el Convictorio Caro-
lino, bajo la inspiración directa de Rodríguez de Mendoza y de
su círculo, cursó desde Lógica hasta los Derechos con tal celeridad'
que a los veinticuatro años de edad fue incorporado en el Colegio-
de Abogados y a los veintiséis obtuvo el capelo doctoral en ambos-
Derechos por la Universidad de San Marcos. Del Convictorio Ca-
rolino iba a decir en 1810 que en él recibían educación «petime-
tres modistas, entregados al galanteo, muy vanos en sus conocimien-
tos y muy poco sólidos en sus principios» (4).
En 1810 se hallaba en España. En Cádiz redactó su memoria'
crítica denominada Plan de las Américas, que ciertamente se im-
primió solamente trece años después, ligeramente retocada y con-
título distinto, en circunstancias muy distintas a las que existían-
cuando salió de la pluma de su autor. El propósito que abrigaba
Vídaurre al elevar ese memorial al monarca era conseguir que «al*
despotismo suceda la justicia, a la tiranía la equidad, al abandono-

(3) MANUEL LORENZO DE VIDAURRE, Contribución a un ensayo de interpre-


tación psicológica (Lima, 1935), 231 págs.
(4) Plan >lel Perú (Filadelfia, 1823), pág. 128.

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el esmero». Verdadero análisis, implacable y frío, de la adminis-


tración virreinal, granjeó a su autor alguna fama. Obtuvo de esta.
suerte una oidoría en el Cuzco. En aquellos años oscilaba entre con-
trapuestas obligaciones : la adbesión al monarca y sus irreprimi-
bles sentimientos como nativo del Nuevo Mundo. La conciliación-
entre ambas tendencias representa su intenso afán reformador. La
Constitución gaditana significa para él un cauce legal, que canaliza*
su espíritu innovador.
Con el transcurso de los años se acentuó dicho afán de crítica.
En noviembre de 1818 el virrey Pezuela ordenó su traslado a la.
metrópoli, «por no combenir en América» (5). No empece esta pre-
vención, consiguió el nombramiento de oidor en la Audiencia úe-
Puerto Príncipe, desde donde se trasladó a los Estados Unidos,
avecindándose en Filadelfia. Aquí publicó su repetido Plan det
Perú. Reclamado por Bolívar, regresó al Perú.
En su patria nuevamente, Bolívar le designó para instalar el.
Tribunal de Justicia de Trujillo, y luego para presidir la Corte Su-
prema. En 1826 representó al Perú en el Congreso de Panamá (6).
Su carrera posterior oscila entre la activa intervención en la polí-
tica y el destiero. Publicista infatigable, dio a la imprenta una'
compilación epistolográfica en dos volúmenes, titulada Cartas ame-
ricanas (7), en que al lado de asuntos familiares más íntimos se-
debate el cúmulo de candentes problemas suscitados por el adve-
nimiento del sistema republicano en el Perú. Asimismo sacó a luz-
numerosos panfletos y sendos proyectos de Códigos civil y penal (8).
Hombre agudo y desbordante, tenía siempre la respuesta lista-
a flor de labios. Estando una vez en París, una señora, pronuncian-
do su apellido a ]a francesa, le preguntó : De quel pays étés vous,
Mr. VitcTor? El interpelado repuso prontamente: Madame. dw
pays du cond'or.
Su biógrafo apasionado, Jorge Guillermo Leguía, en un lúcido-'

(5) Cfr. Memoria de Gobierno (Sevilla, 1947), pág. 382.


(6) V. PORRAS BARRENECHEA, El Congreso de Panamá (Lima, 1930), p r ó -
logo, págs. XXXI-XXXV.
(7) Cartas Americanas, políticas y morales, que contienen muchas refle-
xiones sobre la guerra civil de las Américas... (Filadelfia, 1823), 300 y 199 pá-
ginas. En estas Cartas creemos percibir un eco de las Lettres persones de MON-
TESQUIEU o de las Cartas marruecas de CADALSO.
(8) BASADRE, Historia de la República del Perú (Lima, 1946), I, págs. 56-5r
y 167-168.

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•examen de la ideología de Vidaurre (9), después de apellidarle el


primer romántico peruano, le compara con Rousseau. De la lectura
•del expediente que da pie a esta nota surge el incontenible deseo
•de establecer el parangón, o mejor dicho, el paralelo de Vidaurre
•no con el filósofo ginebrino, sino con otro enciclopedista : Dionisio
'Diderot. Desde luego, no es éste el lugar ni la ocasión para trazar
los puntos de Contacto que vincular a ambos personajes, pero es
irresistible la tentacióu de sospechar que Vidaurre tuvo como mo-
•délo de su vida, obras y pensamiento a dicho escritor francés. Le-
yendo las páginas que Hazard (10) consagra al pintoresco enciclo-
pedista, por poco que se conozca la vida del versátil Viüaurre, todo
sentimiento, todo fervor, todo Naturaleza pura, no puede uno re-
primir la sospecha de que esté hablando del polígrafo peruano
y no del filósofo galo. El tema del paralelismo espiritual e ideoló-
gico entre ambos es ciertamente atractivo y digno de atento examen,
•que acaso revelará hondas vinculaciones involuntarias.
La primera comparecencia de Vidaurre ante la Inquisición li-
meña ocurrió el 30 de marzo de 1793, cuando sólo contaba veinte
años de edad y no había tomado aún estado. Se presentó a denun-
ciarse voluntariamente de que, poco más o menos un lustro antes,
Tiallándose escaso de dinero y obrando en la inteligencia de que el
Demonio podía suministrárselo en abundancia, había invocado al
•espíritu de las tinieblas, llamándolo al intento. Trató de obligarle
•a que se presentase arrojándole un rosario, testimoniando así el
poco aprecio que hacía de la Religión. Agregó Vidaurre que por
«quella época, constreñido por la necesidad y falta de medios, había
Tenegado de Dios, de la Virgen y de todos los santos, en la opinión
•de que alejándolos por este procedimiento el Demonio se le apare-
•cería sin dilación y le indicaría dónde había tesoros escondidos,
•o por lo menos le ilustraría sobre el procedimiento de dar con ellos.
Los mismos reniegos profirió en otra oportunidad delante de la
•cuarterona Clemencia Obregón, que moraba en el monasterio de
la Concepción, y de María Basilia Roldan, residente en la calle de
"San Lázaro. De estas mujeres pretendía alcanzar Vidaurre ciertos
iavores, creyendo que sus pretensiones serían mejor acogidas si pro-

(9) Apuntes psicológicos sobre Vidaurre, en Boletín del Museo Boliviano


-(Lima). Año I, núm. 6. Febrero de 1929.
(10) El pensamiento europeo en el siglo XVIII, tercera parte, libro segundo,
•í-apílulo III.

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feria estas imprecaciones y blasfemias. Con idéntico propósito había


entregado por escritura en tres ocasiones su alma al Demonio. En
las dos primeras veces dejó el documento en su habitación, aban-
donándola él, para que recogiera el papel su diabólico destinata-
rio. Como esa estratagema no surtiera efecto, en la última oportu-
nidad arrojó el papel a las llamas, juzgando que valiéndose de se-
mejante demostración el Demonio se daría por entendido.
Para obligar al espíritu infernal a que cumpliera sus deseos,
Vidaurre le rindió culto. Trazó una pintura que representaba al
Demonio coronado de laurel, y de cuando en cuando le decía, al
tiempo de representarle los sentimientos que abrigaba su corazón:
Tibi peto quod non Deo. Igualmente confesó el declarante que ha-
bía sentido el deseo de tallar una estatua de Venus para tributarle
adoración. Dando crédito a la opinión de que los muñecos que de
distintos modos combinaban los hechiceros producían el efecto de
atraer la voluntad ajena, o bien de atormentarla si se variaba el
procedimiento, Vidaurre había fabricado una figura con los cabe-
llos de una mujer y «otro impuro ingrediente». Por la parte que
figuraba la cabeza le introdujo una aguja. De esta suerte quería
atraer a su voluntad a la persona simbolizada, y al propio tiempo
castigarla por los desdenes al denunciante. Vidaurre aclaró que to-
dos estos actos hechiceriles eran independientes del pacto solicita-
do, bien que en la creencia de que a todo colaboraría eficientemen-
te el Demonio.
Prendado de una mujer que no le correspondía, Vidaurre acu-
dió a los servicios de un brujo para que inclinara la voluntad de
la desdeñosa. Al intento se encaminó adonde uno que gozaba de
crédito. Habiéndole formulado la propuesta, halló el incauto Vi-
daurre que el interventor era un buen cristiano, que se empeñó en
disuadirle de su locura.
También confesó Vidaurre que, agradándole sobremanera cuan-
to Voltaire, Rousseau «y otros libertinos escribían de la pasión del
amor», se había dejado llevar de ese entusiasmo al extremo de de-
cidirse a escribir sobre la materia, bajo seudónimo, declarando pú-
blicamente que hubiera experimentado gran satisfacción en alter-
nar con dichos personajes para disetnrrir sobre el mismo tema y
escuchar la opinión de ellos en puntos dogmáticos.
Agregó igualmente que en varias ocasiones había voceado que
se jactaba de ser paisano de don Pablo de Olavide, a quien ansia-
ba imitar para penetrar en el arcano de todas las ciencias y ha-

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liarse, en consecuencia, en aptitud de conversar impunemente aun


sobre temas reputados por libres. Delante del almacenero de la
calle de la Merced, don Francisco de Izcue, y de un comerciante
llamado don Blas Baamonte, exclamó que si no hubiera Dios ado-
raría a cierta mujer como deidad. En otra oportunidad, impuesto
de que los judíos y precitos eran dichosos en esta vida, atravesó
con una aguja el pecho de un crucifijo, al tiempo de exclamar:
a ¡Si estuvieras vivo, hiciera contigo esto mismo!». Volviéndose a
una imagen de la Virgen, profirió la siguiente depreciación : «Si
como Madre de misericordia me habéis de alcanzar la salvación,
alcánzame los bienes temporales que deseo, aunque en esto esté
mi reprobación.»
Muy en consonancia con la psicología de Vidaurre, patente en
sus escritos, y particularmente en sus citadas Cortas americanas,
registramos la declaración de que había sentido vivos deseos de ser
mago «para asombrar con sus hechos al mundo». Otras veces, le-,
vantando sus ojos al cielo, había exclamado: «¡No quiero el pa-
trimonio del cielo, y renuncio la parte que puede haber en él, como
me des bienes temporales.»
Siendo colegial carolino, en 1789 y 1790, había escrito en dos
ocasiones una cédula de entrega de su alma al Demonio, basándose
en que, siendo la misma libre, quería destinarla a lo que mejor
le parecía. Por esto ofrecía la suya a cambio de que se le facilitase
el interés que apetecía. Por esa misma época salió dos veces al
campo llamando al Demonio. En la última ocasión arrojó lejos de
sí su espada para que la cruz de ésta no embarazara al Demonio
a acercársele.
También se denunció de haber deseado hallarse en Inglaterra,
por juzgar que sólo en este país se hubiera aquilatado el valor de
su genio. Apreciado, se le hubiera facilitado la subsistencia en esa
nación, aun a Costa de perder la fe católica. Finalmente declaró
que delante de la citada Clemencia Obregón había exclamado:
«¡Qué hermoso eslá el cielo, pero no se hizo para mí», dejando
entender que no era católico y estaba imbuido de las doctrinas
luteranas.
El 18 de abril del mismo año compareció Vidaurre nuevamen-
te, a fin de aclarar el alcance de sus. declaraciones en la confesión
precedente. En primer término, explicó que no había leído perso-
nalmente a Voltaire, Rousseau, etc., sino que estaba enterado del
ideario de estos autores a través de los informes recogidos de boca

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de quienes efectivamente habían saludado las páginas de esos es-


critores. Entre estos informantes denunció Vidaurre a un minero
llamado don Félix, que asistía frecuentemente a la casa de una
«dama cortesana llamada por ironía la Azucena de Quitos, situada
en la calle de San Lázaro. Bien se ve que los lugares frecuentados
por Vidaurre no eran muy recomendables.
Sustanciada la causa, el 13 de enero de 1794 se reprendió al reo,
el que abjuró de formali, absolviéndosele a continuación. Como pe-
nitencia se le asignó una confesión general en las tres Pascuas, rezo
diario del Rosario de rodillas, lecturas piadosas y elección de un
director espiritual de solvencia; todo ello durante el lapso de dos
años.
Como no podía ser por menos, Vidaurre no enmendó su con-
ducta y hábitos. Siguió siendo «hombre libre en su modo de pro-
ducirse y de costumbres desarregladas». Ello se desprende de sus
propias declaraciones vertidas en la autodenuncia formulada espon-
táneamente el 8 de abril de 1801, fecha en que compareció por
segunda vez ante la Inquisición limeña. A la sazón, casado des-
de 1795 con la limeña doña Josefa Francisca Rivera y Pardo de Fi-
.gueroa. Según la confesión de Vidaurre, hasta junio del año prece-
dente había leído los siguientes libros prohibidos: el Espíritu de
las leyes, de Montesquieu, obra que le facilitó el Catedrático del
Convictorio Carolino doctor don José Jerónimo de Vivar, aunque
su dueño era don José Cabero y Salazar; la Epístola de Eloísa a
Abelardo, de Pope; «un poco» del Arte de amar, de Ovidio; (das
ventajas de las ciencias», de Rousseau (11), y parte del volumen
titulado Defensio pCpuli nnglicani contra Claudius Salmasius. Tam-
bién manifestó que en las oportunidades en que acudía a visitar al
magistrado don Manuel Pardo, quien gozaba de licencia para leer
•en libros prohibidos, había tomado de una mesa varios volúmenes
•de los vedados. Amismo confesó que había oído leer párrafos de la
.Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, del
padre Isla (libro prohibido por la Inquisición), al licenciado don
Pedro Jado, cura de Hóndores, de cuyos labios también había es-
cuchado la lección de trozos de las Cartas de Abelardo y Eloísa y
•de La scienza della legislazione, de Filangieri. De este último autor
le había leído otro capítulo el citado oidor don Manuel Pardo y

(11) ¿Alude al célebre Discours sobre «si el restablecimiento de las ciencias


•y de las artes ba contribuido a mejorar las costumbress?

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Rivadeneira, para ilustración doctrinal de una causa que patroci-


naba Vidaurre en el ejercicio de su profesión (12).
El confesante aclaró que tanto el volumen Defensio populi angli-
cani así como las obras citadas de Pope y Rousseau, pertenecían
a su tío, el marqués de Casa-Concha, don José de Santiago-Concha
y Salazar, de cfuya biblioteca había extraído esos libros (13), ex-
cepto el de Rousseau, que se lo entregó el propio marqués para que
lo depositara en manos del repetido don Manuel Pardo; de esta
coyuntura se aprovechó el declarante para recorrer las páginas de
dicha publicación.
También confesó Vidaurre que cuando estuvo de alumno en el
Convictorio de San Carlos, en son de broma, repetía: «Yo no quie-
ro ir al Cielo, porque allí se hallan sólo los pescadores y gente de
poco valor; quiero ir al Infierno, donde se hallan reyes, sabios y
hombres poderosos.» Sobre estos extremos giraba, por lo regular»
su Conversación con el doctor don José Joaquín de Larriva, el refe-
rido licenciado Jado y el doctor don Ramón del Valle, entre otros,
contertulios. De los mentados, el primero asintió a tan temeraria
proposición; los demás guardaron silencio.
Asimismo declaró • el confesante que por aquellos años, hallán-
dose encenagado en sus vicios, se había hecho cargo de la enseñan-
za de una doncella de quince o dieciséis años, llamada María Ar-
náiz. Preparó para su discípula unos compendios de Historia de la
Religión, habiendo escrito sendos cuadernos hasta el Levítico. Aun-
que se le indiciaba de heresiarca o dogmatizante, Vidaurre previno'
que en el texto de dichos apuntamientos no había falseado ningún
suceso narrado en los Libros Sagrados; empero, para facilitar el
depravado propósito que abrigaba de seducir a su pupila, tergi-
versó la interpretación de los acontecimientos, explicando que el pe-
cado que reprendió José a sus hermanos consistía en la tolerancia,
de deleitarse imaginativamente consigo mismo. Vidaurre intentaba
por este conducto quebrantar los principios morales de la virtuosa
joven que se le había confiado y lograr que la incauta accediese a
sos instancias. Con el mismo propósito, disminuyó a los ojos de la-

(12) Acerca de esta colaboración, cfr. LECUÍA, MANUEL LORENZO DE VIDAU-


CBE, c i c , págs. 50-51.
(13) Este aristócrata, infatigable lector y dueño de una memoria excepcio-
nal, atesoraba una de las bibliotecas mejor surtidas de la Lima de entonce?
Cfr. VIDAURRE, Plan del Perú, pág. 128.

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doncella la importancia del pecado en que incurre una mujer sol-


tera sosteniendo relaciones con un hombre casado. Vidaurre soste-
nía que no era mortal, pues la gravedad se hallaba únicamente cuan-
do la que consentía tenía ya marido. Para respaldar tan peregrina
teoría adujo diversos textos sagrados, de los que Vidaurre despren-
día que toleraban la poligamia. En tal virtud, no estaba, pues, re-
probada por ser intrínsecamente nociva, sino por institución de
Jesucristo, agregando que no podía alcanzar la causa de tal prohi-
bición, no obstante conocerla perfectamente, ya que en Derecho na-
tural había estudiado latamente esa cuestión.
Igualmente, a fin de aparentar Conocimientos superiores a los.
que en realidad tenía y granjearse notoriedad entre los vecinos li-
meños, había ridiculizado las prácticas piadosas, jactándose de po-
seer un «espíritu fuerte», despreciando a los fanáticos. Daba a en-
tender que sus creencias religiosas tenían fundamentos diferentes,
de los católicos; se burlaba de los libros devotos, lisonjeándose de
ser dueño de un carácter semejante al patriarca de Ferney. No du-
daba de que algún día se le intitularía el Voltaire de las Améri--
cas (sic).
A principios de 1800 había asistido, incidentalmente, al Cafe-
Nuevo, portando en el bolsillo la obra ya enunciada de Rousseau..
Como tropezara con un ciudadano francés, le enseñó el libro que
llevaba consigo, alardeando de que también en el Perú existían-
«personas racionales», que estimaban sin remilgos el mérito de los
autores de nombradla en Europa. Estos conceptos, vertidos en voz.
alta, así como la cautela con que exhibió el volumen, permitien-
do su hojeo únicamente al francés, movieron a que uno de los cir-
cunstantes exclamara : «Esa obra es de Tal o de Rousseau, lo que
se demuestra por su aspecto.» Fijó Vidaurre su atención en aquel
hombre, y como ya poseía antecedentes sobre el improvisado con-
tertulio, le dijo: «¿Usted es don José Pérez?» Como su interlocu-
tor asintiera, ambos se apartaron a una mesa distante de las demás,
donde, a solas, Vidaurre le exhibió sin embozo el libro, repitién--
' dolé con mucho énfasis la satisfacción que experimentaba de charo-
lar con dicho Pérez, pues conocía de antiguo su ilustración. Lee-.
charla cobró prontamente un tono confidencial. En el curso de ella,
Pérez recitó a su embobado oyente varios pasajes de libros prohi-
bidos. Entre ellos figuraban el del abad de San Pedro, impugnan-
do la divinidad de Jesucristo al calificarle de un simple hombre-,

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¿bueno y justo (14); el del «párroco saboyano», que ponía en tela


de duda la verdad de la religión católica (15), y no pocos párrafos
-de Montesquieu, Rousseau y Raynal, por los que se infería que eran
la lectura cotidiana de Pérez. Antes de despedirse, éste ofreció a
Vidaurre llevarle a su casa al día siguiente un tomo de la obra titu-
lada Filosofía de la Naturaleza (16). El prometiente cumplió, efec-
tivamente, con poner en manos de Vidaurre el referido volumen,
.lo que estrechó aún más las relaciones amistosas entre ambos, pa-
tentizándose en todo momento que Pérez era un hombre instruido,
impuesto de todas las novedades filosóficas, pero cuyo sincero cato-
licismo no había experimentado resquebrajaduras, lo que se mani-
festaba por las implicancias que había descubierto en el ideario
rousseauniano y por haberle advertido a Vidaurre que no le pres-
taría en adelante ninguna obra hasta hallarlo suficientemente ins-
truido en materias religiosas mediante la lectura de los Santos Pa-
dres. Vidaurre se apresuró a replicarle que había leído con atcn-
-ción la Biblia y recorrido con menos curiosidad los Evangelios.
En el expediente figura también Ja denuncia de este comercian-
te, calificado Como «libertino de la pandilla de Vidaurre». En efec-
to, Pérez compareció el 29 de abril, declarando en esta oportunidad
-que, con motivo de haber prestado a Vidaurre a fines de 1800 el
••segundo volumen de la Filosofía de la Naturaleza, en el curso de
una de las conversaciones subsiguientes su interlocutor le había pre-
guntado si Jesucristo sería persona con atributos divinos. Pérez le
•respondió alegando un pasaje de Rousseau, en el cual se hacía la
•apología de la divinidad de Jesucristo y de su doctrina, a lo que
Vidaurre replicó aduciendo otro texto del mismo autor en que pre-
cisamente se sostenía la opinión adversa. P<ara respaldar su aseve-
ración, Vidaurre tomó un libro pequeño, escrito en francés, que
•contenía la historia de los Evangelios; en dicha obrita se leía que
•el primero de aquellos libros se había compuesto treinta años des-
ames de la muerte de Jesucristo. Entonces agregó Vidaurre, dubita-
:
tivamente, la posibilidad de que en ese lapso se hubiesen fraguado
los sucesos referidos por los cuatro evangelistas. Finalmente, rubri-
có su disertación exclamando que respetaba a Jesucristo como un

(14) ¿El Abate de SainlPierre?


(15) Se trata indudablemente del episodio del vicario saboyano del Emüe
«de ROUSSEAU, que concitó tan agitadas controversias.
(16) ¿Será el Sistema de la Naturaleza, de VOLTAIRE?

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hombre bueno, pero carente de los atributos divinos. Pérez recon-


vino a su interlocutor, recordándole la posibilidad de una interven-
ción inquisitorial, mas Vidaurre, en el paroxismo de su entusiasmo
demoledor, le reprochó tales temores.
En su citada autodenuncia, Vidaurre confesó que sus dudas so-
bre la divinidad de Jesucristo databan de antiguo, bien que se ha-
bían acentuado con la lectura de los repetidas veces aludidos auto-
res. Para salir de su confusión, había rogado al doctor don Jeróni-
mo de Vivar que le permitiera la lectura del Tratado de la natu-
raleza humana, de David Hume. Con el mismo propósito, en el
curso de una fiesta en el pueblecito de Miraflores, entabló conver-
sación con el capitán del regimiento «El Fijo», don Antonio Mon-
tero, quien le confesó que también a él le habían atenaceado seme-
jantes dudas; empero, había logrado disiparlas gracias a la lectura
de Pascal (¿Los Pensamientos?). Como Montero tuviera a la mano
la obra de Pascal, se la facilitó a su contertulio. Este, no empece
«las diversiones y bullicios que hauian en Mir aflores», tuvo tiempo
para repasar primero y leer con más calma después, algunas pági-
nas del volumen, deplorando que su dueño lo reclamara «cantes de
chuparle la sustancia».
Probablemente a fin de evitar que el Tribunal del Santo Oficio
entrara con todo rigor a examinar su ideología, Vidaurre aclaró
que, de hecho, nunca había incurrido en duda formal acerca de la
divinidad de Cristo, según lo acreditaba testimoniando diversos
actos piadosos, entre los que enumeraba su confianza en que Jesús
le redimiría «de mayor libertinage»; igualmente, adujo que había
defendido la pureza de María Santísima, formando argumentos a
favor de la misma, alentando en su mente la idea de redactar un
«prospecto» panegírico de aquel misterio; finalmente, recordó que
con frecuencia leía las Escrituras, principalmente el Libro de la
Sabiduría, las Epístolas de San Pablo y las profecías de Jeremías.
Según Vidaurre, sus veleidades obedecían a una simple repre-
sentación mental de los argumentos que contra la divinidad del
Redentor se habían esgrimido, los mismos que no había cuidado de
rescatar, y, al contrario, se solazaba en repetirlos públicamente.
En descargo suyo invocaba un incidente en el cual figuraba de pro-
tagonista. Hallándose en el campo, paseando en compañía del doc-
tor José Manuel Dávalos, y estando ligeramente embriagado, la con-
versación había recaído sobre la indisolubilidad del vínculo matri-
monial. Vidaurre, fundándose en argumentos tomados de'Hume,

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abundó en ellos, sosteniendo la posibilidad de desatar el vínculo,


pero terminó por afirmar que basta que Jesucristo hubiese decre-
tado la indisolubilidad para que fuese llano admitirla.
Por lo demás, sus expresiones no se concertaban con tales sen-
timientos, pues una de sus frases más socorridas en los debates so-
bre puntos controvertibles de doctrina era «Si la religión cristiana
es la verdadera», dando, pues, a entender que dudaba de una de
las notas esenciales del catolicismo. Con respecto a la Inquisición,
no se recataba de afirmar que si desapareciese ese Tribunal se ras-
garían muchos velos convencionales y quedaría al descubierto el
modo de discurrir de muchos individuos. Repitiendo conceptos de
Raynal, clamaba contra esa institución, inculpándola de cercenar
la libertad e impedir el progreso científico. Entre otras expresiones
malsonantes, se le atribuyó haber convenido con Montesquieu en
que si se pudiera prescindir de la religión católica, Juliano el Após-
tata hubiera sido un gran príncipe en lo político. En público había
exclamado en dos oportunidades: «¡ Viva la libertad!» (17). Su
mujer le había dicho que él no era católico, sino protestante; en
otra ocasión, hallándose su consorte a punto de dar a luz y car-
gada de reliquias, chanceándose de las mismas, con ironía profi-
rió: «¡Que puje!». Para testimoniar su despego al catolicismo,
había permanecido cubierto al pasar delante de una iglesia; tam-
poco se había destocado al toque de oración.
Conversando con el doctor don Francisco Arriz, tachó a los
Pontífices de viciosos, guerreros y usurpadores. En otra oportuni-
dad prorrumpió en exclamaciones dando a entender que le apete-
cería vivir en un país republicano. Una de sus frases preferidas,
tomadas de Voltaire, era la de que el temor había dado origen g
los dioses y el despotismo a los reyes.
Confesó, finalmente, que ninguna de las opiniones emitidas con-

(17) En un libro suyo. VIDAURRE explicó con mayores detalles este episodio,
dando cuenta del mismo como sigue: «Yo pronuncié ... en un solemne convi-
te, la sagrada y encantadora voz de la libertad. Yo me creí en aquel día inspi-
rado por alguna deidad. Saludemos por la libertad, digo a mis compatriotas.
¡Qué nombre tan extraño para ellos! Tiemblan, se estremecen, callan, me in-
crepan. El placer se convirtió en angustia. Todos veían ya abiertas las puertas
de las cárceles. Me maldecían y deseaban sacrificarme a sus recelos y temores.
Lo advierto, y como otro Bruto, finjo ser fatuo para que mi expresión, bija \"
gítima de mi entendimiento, se recibiese por la bastarda embriaguez. No tenia
veinte años, mas sí lnces y conocimientos para augurar nuestra eterna servidum-
b r e s Apud. Cartas Americanas {Filadelfia, 1823), II, pág. 40.

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MUNDO HISPÁNICO

trarias a la fe habían sido abrazadas voluntariamente, pues respon--


dían únicamente a fluctuaciones de su tornadizo espíritu, ávido de-
novedades y ansioso de lucimiento.
La calificación del fiscal revela el nervio de Vidaurre. Temero-
so aquél de que el reo, «con sofismas de lebuleyos (sic) extorciera
los argumentos», pidió que los delitos de que el reo se había acu-
sado fueran determinados por dos individuos competentes, cuya
intervención se limitaría a esclarecer si podía tildarse a Vidaurre
como hereje formal. De todos modos, el fiscal solicitó «tales peni-
tencias espirituales, quales corresponden a sus crímenes y a los enor-
mísimos escándalos que con su vida y proposiciones ha causado en
esta capital, pues son tales que le han merecido en ella el renom-
bre de uno de los más famosos impíos del presente tiempo : Ro-
veepier (sic).y>
Vista la contestación de los aludidos calificadores, el Tribunal
se limitó a imponer al reo, el 22 de octubre de 1801, por toda pe-
nalidad, que abjurase otra vez d£formali, aparte de otros castigos
subsidiarios, ninguno de los cuales se curó Vidaurre de cumplir,
pues poco después los inquisidores notaban que había vuelto a ves-
tir seda, cortándose la ropa a la moda, a la cual también se ajus-
taba su peinado; gastaba relojes y se presentaba en todas partes
con un aire afrancesado que ciertamente guardaba poca Correspon-
dencia con la modestia y humildad propios de un penitente.
Volvió Vidaurre a tener dares y tomares cpp la Inquisición en
1803. El 23 de mayo el dominico Fray Manuel Bernardo Suárez
denunció que en la noche del domingo 15 anterior, estando de vi-
sita en casa de doña Josefa Sánchez-Boquete y Román de Aulestia^
marquesa de Monlealegre de Aulestia, uno de los contertulios, jo-
ven de dieciséis años, Enrique Paillardelle, alférez de la Marina
francesa, se aplicó a la lectura de una obra de Rousseau. En esto
entró en el salón Vidaurre, el que, después de saludar a todos, tra-
bó conversación con la dueña de la casa. Al cabo de unos instantes,
Paillardelle saludó a Vidaurre, invitándole a leer juntos. Accedió
el convidado y al reparar en el autor del libro, con inequívocas se-
ñales de regocijo, dijo a Paillardelle : «Esta es cosa muy grande.
Téngalo usted allí, pero calladito, calladito.» El joven francés Ce-
dió entonces el volumen a Vidaurre, que con presteza lo guardó
en un bolsillo, reanudando su interrumpida conversación. Según
el P. Suárez, el referido libro era a la sazón la lectura preferida de

211
MUNDO HISPÁNICO

Vidaurre, que llevaba consigo la obrita a todas partes, hojeándola'


aun por la calle.
Requerido el informe de otros testigos, uno de éstos depuso que
había visto que el citado Paillardelle, junto con su-hermano An-
tonio y Vidaurre, leían en un libro cuyo autor era Robinson. Se
pretendió dar a entender que era Robertson, autor prohibido en
España, pero Vidaurre insistió en que era efectivamente Robinson
y no de los vedados.
El fiscal, con la desobediencia de Vidaurre a acatar los precep-
tos que le señalaba el Santo Oficio, así como por su persistencia
en entregarse a lecturas Opeligrosas, halló materia suficiente para
incoarle nueva causa, pidiendo que eíta vez se procediese con todo
rigor. La Inquisición, en auto librado el 18 de agosto siguiente,
acordó designar el ámbito de la ciudad de Lima como carcelería
para Vidaurre, debiendo, además, presentarse todos los martes y
viernes a dejar constancia de que no había quebrantado la sen-
tencia. £
No duró mucho la tranquilidad para Vidaurre. El 1.° de octu-
bre siguiente se presentó voluntariamente ante los inquisidores, con-
fesando que a mediados de agosto anterior, hallándose en casa de
doña Josefa Sagardía (madre de los repetidos Paillardelle), pertur-
bada la razón por la bebida, había exclamado: «¡Voltaire es mi
Dios!», frase que estando en sus cabales no hubieíA escapado de
sus labios, puesto que de hecho reputaba a Voltaire como dueño
de un brillante talento, pero insensato. Agregó que un año antes,
hallándose en la vivienda de doña Rosa Cortés, conversando por vía
de pasatiempo de irse ambos a residir en Boston, no obstante ser
ella casada, descubrió en su interlocutora algunos reparos para atre-
verse a consumar la fuga, en vista de que en esa población no halla-
ría un templo católico para continuar sus prácticas piadosas. Vi-
daurre no ocultó su extrañeza ante estas objeciones, que no se con-
certaban ciertamente con el arrojo de la proyectada fuga a los Es-
tados Unidos, y agregó : «¿Usted cree que un Dios tan grande baje
a un pedazo de pan?». Por la misma época, confesándole la Cortés
que sostenía una amistad ilícita, Vidaurre sentenció que no lo repu-
taba como pecado, añadiendo que consideraba acto virtuoso la unión
de dos amantes.
Las lecturas que confesó en esta tercera comparecencia demues-
tran que Vidaurre no podía subsistir sin ellas. Declaró que desde
•que se le impusiera la condena anterior —dos años atrás—. había

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MUNDO HISPÁNICO

"leído unos cinco o seis tomos de las Obras de Rousseau (18), inclu--
yendo el Émile del mismo autor, unos y otro préstamo de Enrique
Paillardelle, si bien el auténtico propietario de dichos volúmenes-
era el alcalde del Crimen de la Audiencia limeña, don José Baquí--
jano y Carrillo, a quien se los restituyó Vidaurre en persona; igual--
mente, había recorrido las páginas de un libro con él poema cómico-
heroico de Voltaire La Poucelle d'Orléans, así como el texto La
Henriade, facilitado el segundo por la mencionada doña Josefa Sa-
gardía, que tenía en mucho las producciones de Voltaire. También
confesó Vidaurre haber leído unos villancicos que trataban de amo-
res, atribuidos al mismo Voltaire, los cuales puso en sus manos el
repetido Antonio Paillardelle (19). En opinión de Vidaurre, las
obras del Patriarca de Ferney eran una miscelánea de errores, á su
entender, altamente despreciables; en cuanto a Rousseau, asegura-
ba que lo había leído para enterarse de sus argumentos contra la
divinidad de Jesucristo; empero, sin adherir a los mismos. En re-
solución, aseveró formalmente que las lecturas a que se había en-
tregado no habían hecho mella en su fe católica.
En el curso del proceso se le repreguntó cómo, menospreciando
las censuras vigentes, había leído el libro de Robinson, en francés.
El compungido reo confesó que había obrado exclusivamente por
el vehemente impulso de lucirse y aparentar vastos conocimientos
científicos. Interrogado sobre los motivos que podía alegar para
haber dejado de cumplir las Condenas anteriores, respondió que
primero se había visto sumamente atareado con la testamentaría'
de su padre y después había contraído una amistad ilícita, que le
impedía frecuentar los Sacramentos con las condiciones requeridas.
La tercera sentencia contra Vidaurre se expidió el 26 de enero
de 1804. Se le condenó a entregar todos los libros prohibidos que.
había ido citando a lo largo de su denuncia, sin perjuicio de que
por parte del Santo Oficio se practicara un reconocimiento en su

(18) Debe de ser de la edición de Du Peyron, publicada en 35 lomos de-i-


de 1782.
(19) La existencia de estas canciones, entre libertinas y subversivas, databa
desde antiguo. Así, sabemos que en 1794 unos franceses entonaban una canción,
llamada de la bomba, recitando al mismo tiempo los discursos de Mirabeau y
pasándose de mano en mano panfletos atribuidos a Voltaire. La causa seguida
contra esos franceses, altamente reveladora, existe en el Archivo Histórico Na-
cional; Consejos, les;. 21.290, núm. 211.

213
MUNDO HISPÁNICO

biblioteca particular, expurgándola, con el objeto de intervenir los


libros inconvenientes.
Humildemente, el 5 de febrero inmediato Vidaurre entregó al
inquisidor Abarca las obras siguientes: Les admirables secrets de
Albert le Grand, Secrets marveilleuses de la magie naturelle et ca-
baüstique du petit Albert, la citada Henriade de Voltaire, así como
La Poucelle d'Orléans, falto de algún trozo al final, pues el ejem-
plar depositado daba fin en el canto XIV, y el segundo tomo de
la obra anónima intitulada Chansons choisies, que parecía impresa
en Londres en 1783. En cuanto a los cuadernos de Historia de la
Religión aderezados por 'Vidaurre, de poder da la Arnáiz solamen-
te pudo rescatarse uno, que contenía la traducción literal del Gé-
nesis; los restantes fascículos no fue posible haber a las manos,
por estar su autor «absolutamente inivido de toda comunicación
Con la Familia de esa señorita».
Reconocidos los libros, papeles y estampas que guardaba el reo
en su domicilio, los resultados fueron negativos, pues de los 134 vo-
lúmenes que poseía (cuyos títulos, por desgracia, no se enuncian),
ninguno era de los prohibidos ni mandados expurgar. ¡Buen cui-
dado había tenido Vidaurre de ocultar aquellas obras que hubieran
agravado aún más su comprometida situación!
La declaración subsiguiente del encartado contiene una enume-
ración de la ascendencia por ambas líneas, lugar de nacimiento, es-
tudios realizados, figurando entre ellos primeras letras y la Gra-
mática, en el aula pública del presbítero Pedro Ruiz. A la edad
de catorce años fue admitido en el Convictorio Carolino, donde es-
tudió Filosofía y Matemáticas con el doctor José Ignacio Moreno y
Derecho natural y civil con el doctor don .losé Jerónimo de Vivar,
catedrático de Instituía en la Universidad de San Marcos, vicerrec-
tor del mismo Colegio de San Carlos.
En el juicio compareció también la Arnáiz, a la sazón doncella
de veinte años de edad, natural de Valladolid y domiciliada en la
calle de las Nazarenas. La joven confirmó que su asediador se lle-
naba la boca citando los nombres de los más célebres literatos euro-
peos, entre los cuales el más frecuente era el de Montesquieu; a su
discípula decía que tanto en la Audiencia como en : la Universidad
vaciaba sus doctrinas, bien recibidas en todas partes. La Arnáiz de-
claró asimismo que, no obstante estas libertades, nunca oyó a Vi-
daurre proferir proposiciones opuestas a la fe católica. Como no
podía ser por menos, definió a su preceptor Como «un lascibo licen-

214
MUNDO HISPÁNICO

cioso, q. si no se expresaba en otros términos hera por el Decoro de


las Personas con quienes hablaba».
El 27 de junio del mismo año el fiscal insistió en que se incoara
causa en forma contra Vidaurre, calificándole de «ateísta depraba-
do y libertino» y de «pertinaz dogmatizante en el trascurso de 16
años de crímenes spre. de la misma especie».
La defensa del encausado se limitó a aclarar la intención de sus
expresiones y demás actos. En punto a su proyecto de irse a vivir
en Boston, Vidaurre lo calificaba de acto perfectamente lícito, libre
de relapsia, puesto que en dicha ciudad se podía profesar libremen-
te la religión católica. Agregó que si en realidad hubiera deseado
trasladarse a esa población, nada se lo habría impedido, pues pro-
porción y facultades para ello no le faltaron.
De la sentencia librada el 20 de septiembre recurrió Vidaurre
en una humilde representación, redactada con su inconfundible es-
tiló grandilocuente y declamatorio, proclamando su sincero arrepen-
timiento a vueltas de hacinar citas de las Escrituras con desbordan-
te profusión : «Con lágrimas de mis ojos imploro la misericordia.»
El fiscal rechazó la compunción del reo, escandalizándose, sobre
todo, ante la pretensión de éste de trasladarse a Madrid. La vista,
no empece su sequedad rutinaria, tiene hacia el final una frase que
resume la opinión que los contemporáneos reservaban para el in-
quieto intelectual. Esa frase reza simplemente: «Cosas son estas de
Vidaurre.»
El Tribunal denegó la licencia impetrada para pasar a España,
condenando al mismo tiempo a Vidaurre a presentarse semanalmen-
te a dar razón de su conducta, la misma que debía arreglar de una
vez por todas. Extremado en todo, Vidaurre observó con tal rigor
la condena que, año y medio más tarde, el agustino Fr. José Calixto
de Orihuela certificaba que tanto cuanto anteriormente había el reo
escandalizado con su conducta depravada, a la sazón edificaba con
su irreprochable modo de vivir.
Excusado es advertir que esta conversión de Vidaurre era apa-
rente y fingida. No tardaría en volver a sus antiguas andanzas, aun-
que, desde luego, escapara a la Inquisición, que durante tantos años
le tuviera entre ojos. La breve reseña que se ha trazado de la cau-
sa instaurada, permite apreciar, de un lado, que Vidaurre puede
calificarse, en punto a su alocada Cabeza, como un continuador de
su paisano Olavide. Ambos bordearon la heterodoxia, pero sin esca-
par nunca definitivamente de los marcos de la fe tradicional. Ve-

215
MUNDO HISPÁNICO

leidades y afán de notoriedad llevaron a Olavide a sufrir los des-


engaños que apenaron las postrimerías de su vida. Los mismos ele-
mentos causaron en el contradictorio espíritu de Vidaurre iguales
consecuencias, según puede considerarse recorriendo sus actividades
posteriores.
En cambio, la influencia enciclopedista puede apreciarse que
había calado profundamente. En el proceso incoado contra Vidau-
rre salen a colación solamente unos cuantos títulos, pero bastan cier-
tamente esos botones de muestra para hacerse cargo de la extraor-
dinaria difusión que la literatura francesa había alcanzado en to-
das las esferas de la sociedad. La madre de un oficial de Marina,
un comerciante limeño, dos magistrados, curas, catedráticos, todos
revelan inequívocas muestras de la captación de su ideología por el
espíritu germinado a la sombra de la Enciclapedia. Cuando se tien-
de a reducir el influjo áe las ideas políticas francesas en el proceso
de la guerra separatista de América, estas notas tomadas de un pro-
ceso inquisitorial revelan que en la materia es menester proceder
todavía con mucho tiento para aquilatar exactamente los imponde-
rables que causaron aquella escisión entre los pueblos hispánicos.

GUILLERMO LOHMANN VILLENA

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