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La inicial del muerto del que procede

Mírate, esa eres tú y te agrada lo que ves, tanto tiempo de tu vida creciste sin espejos para de

pronto estar frente a uno tan grande como lo permitió el paso de los umbrales de tu casa. Lo

pediste especialmente pensando en este día, recuerdas a esa maestra que sembró la idea en tu

mente, la forma correcta en la que debe ser leída la poesía, tan sólo tú, desnuda, frente a un espejo

y en voz alta, leer tan fuerte que puedas escucharte del otro lado del reflejo, mientras aprecias la

reacción de tu cuerpo a cada palabra; cómo cada silencio te permite separar la vista de la página

para encontrar que el frío a acariciado uno de tus pezones. Quizá fue la palabra “efluvio” la que

ocasionó esa respuesta de tu cadera, tu cabello es más libre de lo que recordabas, baila en el

sentido que desea sin importar que tú estés bailando un ritmo distinto, sólo responde al viento y el

viento no sabe de tiempos ni de ritmos. Lleva la cadencia de los suspiros en el universo más

cercano. 

Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio; otros con un breve alarido, un leve

trueno. Unos son blancos, otros rosados, ése es gris y parece una paloma, la estatua a una

paloma, la estatua a una paloma; otros son dorados o morados. Cada uno trae – y eso es lo

terrible – la inicial del muerto de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne

levísima es pariente nuestra...

Disfrutas verte en ese reflejo, sientes cómo tu cuerpo recuerda su propia forma y se corrige, das

oportunidad a tu sonrisa para practicar esa intención de coquetería que esperas proyectar cada que

la diriges a alguien. Tu cuaderno de poesía como único vestido, el cuero frío en tu piel, te

permites sentirlo, esas hojas avanzan y te muerden de vez en cuando.


Pequeñas revelaciones, en ocasiones no puedes ni distinguir tu propia caligrafía. De pronto

parece que una mano distinta se hubiera puesto a escribir en tu preciado cuaderno, como si otra

que no fueras tú hubiera pasado por ahí sin reparo alguno. Tu voz lucha contra el silencio y vence

triunfante a cada palabra, disfrutas la cadencia y la evocación, cada símbolo llega hasta ti de

golpe, como si jamás hubieras escuchado ese poema por más que lo supieras de memoria. Esa

carne levísima es pariente nuestra.

Te escuchas de pronto en tu mente, preguntando ¿qué rostro te darías sin la facilidad del reflejo?

Sólo al mirarte fijamente puedes identificar tu linaje, encontrar aquello que te une no sólo con tu

familia, sino también con el mundo, a la par, aquello que te separa. Descubres que algunas

palabras te hacen sonreír mientras las pronuncias, que tus dientes asoman ligeramente como de

forma accidental y pudorosa. Te divierte la extrañeza del momento, tantas veces te has visto

desnuda en la ducha y sin embargo ahora es como si estuvieras frente a alguien distinto, quien

comparte su desnudez mientras lucha con la vergüenza. Se sabe y te sabes expuesta.

Tu corazón palpita bajo toda tu piel. Puedes verlo a través de tu cuello. En algunos espacios de

tus brazos, pareciera que en ocasiones tu vientre se confunde con tu respiración. Sientes que tu

respiración se vuelve tan suave como un latido, imaginas que tu corazón respira por ti. El silencio

frente a tu contemplación comienza a reclamar los espacios, va llegando a la habitación que crece

detrás de ti, haciéndote sentir pequeña, por donde pasa el viento va dejando silencio. No sabes

por qué, pero el vacío te genera una excitación fugaz, un pensamiento menor al segundo que

lubrica tu mente y enciende tu cuerpo. Quieres seguir leyendo y antes de emitir sonido alguno,

sientes ese silencio entrando, pasar por tus labios y atravesar tu garganta. Despegas de nuevo tu

mirada del papel porque un movimiento fugaz te ha distraído, como si algo se hubiera movido
detrás de ti. Pudiste verlo de soslayo en el espejo, algo corriendo de una habitación a otra y te ves

de nuevo, esta vez desnuda y frágil. Envuelta en el silencio mientras la luz comienza a huir.

Un escalofrío recorre tu espalda, volteas a ver ese pequeño pasillo que se curva detrás de

tu puerta y no hay nada, te tranquilizas. En el espejo te encuentras de nuevo, pero ahora hay un

rostro que te observa desde atrás del umbral de tu cuarto, es un rostro casi humano, más pequeño,

con unos ojos negros, que se esconde al verse descubierto. En tu cabeza recuerdas una imagen

que hace mucho tiempo no evocabas, la del zorro volador en el pórtico de tu casa de la infancia,

de pie junto a tu hermano pequeño, en la sombra y sin poder distinguir a cuál de las dos figuras te

debías acercar. Esa pesadilla tan constante que casi habías olvidado. Sigues observando ese

espacio en el reflejo, convencida de que fue tan sólo tu mente sugestionada. Cada segundo en

espera te tranquiliza un poco y sin embargo tus recuerdos están cada vez más inquietos, escuchas

la voz de alguien que no logras identificar mientras te pregunta ¿y tu hermano? Siempre creíste

que por ser tan pequeña la muerte había dolido menos, que sólo duele perder aquello que amas y

que recuerdas, olvidas que al crecer se olvida cómo sienten los niños, que hay cosas que sólo se

entierran.

Esta ese rostro de nuevo, reconoces en él, la misma sonrisa que practicabas hace unos momentos

frente al espejo, esa que utilizas a modo de presentación para iniciar un coqueteo, volteas

cubriéndote los senos, pero en esa puerta no puedes ver nada, existe sólo en el reflejo y ya no

sabes de dónde cubrirte ni tampoco a dónde mirar. El rostro regresa a ese cuarto y se desaparece.

Cierras el pequeño cuaderno y te vistes. Es hasta ese momento en el que puedes apreciar la

cantidad de espacio que has agregado con ese espejo a tu habitación que se siente ahora más fría

que antes. Enciendes las luces, el sol también ha desaparecido. Buscas algo con lo cual llenar

tanto vacío, pones música lo más fuerte que soportas, empiezas a mandar mensajes a todos tus

conocidos, incluso a aquellos con quien hace tanto que no conversas, nadie responde. La noche
llega despacio y no puedes dejar de mirar con miedo ese reflejo, no te has atrevido a mirar hacia

la puerta de nuevo, esperas a que alguien te conteste para no enfrentarlo sola. 

La noche ha llegado y aún nadie ha querido contestarte, ni siquiera al llamar por teléfono, has

comprobado a cada minuto sin obtener respuesta, te rindes y decides cubrir el espejo con

una manta, cerrar la puerta. Dormir esperando que para el día siguiente todo esté mucho mejor,

no puedes cerrar los ojos sin recordar ese pequeño rostro sonriéndote desde el espejo esa

sensación tan siniestra. Sabes que, si quieres salir de tu casa, debes pasar por ese pasillo donde te

está esperando.

El tiempo pasa, medido por los ruidos de la noche, hasta que escuchas cómo cae la manta que

cubría el espejo, tus cobijas te arropan e impiden que puedas verlo, estás demasiado lejos de Dios

como para buscarlo siquiera de forma utilitaria. Sabes que no tienes fe. Levantas un poco para

comprobar que es sólo tu imaginación, para revelar un espejo que muestra todo lo contrario, en

cada espacio vacío de tu cuarto, ahora hay un ser negro que te observa con rostro de niño

mientras te sonríe. Intentas cubrir tu vista de nuevo, no puedes, tu voluntad ya no existe en tu

cuerpo, sabes qué es lo que quieren, poco a poco vas quitando tu ropa hasta estar de nuevo

desnuda, tomas tu cuaderno y continúas leyendo.

Intentas no despegar la vista del cuaderno, pero en ocasiones te es simplemente imposible, tu

cuerpo se pierde en el reflejo. Miras de nuevo a ese ser que te rodea y que te posee de tantas

formas. Todo lo terrible pasa sólo en el espejo. Sientes de nuevo cómo las hojas de tu cuaderno te

muerden y el contacto te hace gritar como si por un momento todo eso se materializara. La noche

sigue así, sin descanso. Tu voz se quiebra con cada palabra, el llanto surge como si no hubieras
llorado nunca, la emoción es tan compleja que no podrías describirla, nostalgia mezclada con un

miedo infinito mientras te obligan a hacer algo que no quieres.

Este miedo ya no tiene ningún atisbo de excitación, es una ansiedad suicida y una lucha para

poder llegar al siguiente día, en otro descuido al reflejo distingues los dientes del niño, se los está

arrancando uno a uno y colocándolos entre tu cabello. Tu voz como grito debe ser tan fuerte que

te permita ignorar el dolor que surge de tu reflejo. Distingues una luz que te proyecta sobre tu

propio piso, y junto a ti la sombra de aquello que no sólo se ve como un niño, sino que llora

como uno.

Casi al amanecer terminas la lectura, sientes el silencio y temblando diriges tu rostro al espejo,

había una razón olvidada por la cual no tenían ninguno de ellos en casa. El ser ha desaparecido,

aunque sabes que de alguna forma habita contigo, sabes que no se trata de un espejo maldito. Fue

algo que abriste dentro de ti y que ahora no puedes cerrarlo. Yo no me atrevo a devorarlo; esa

carne levísima es pariente nuestra.

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