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INDICE
Capítulo Primero
La Materia:
1 - La experiencia fundamental 29
2 - La percepción de la materia 31
3 - Niveles de observación 33
4 - Composición de la materia: moléculas y átomos 36
5 - Composición de la materia: las radiaciones 39
6 - Organización de la materia 42
7 - El átomo, energía condensada 44
8 - La inercia de la energía 46
9 - Unidad de la energía 48
10 - La conservación de la energía 51
11 - La degradación de la energía 53
12 - La conservación exógena del desequilibrio energético 66
13 - Naturaleza de la energía 59
I – LA MATERIA
II – LA VIDA
Estamos muy lejos, pues, de poder definir la vida como una “forma
de energía”, según la fórmula consagrada. Por el contrario, es la
energía la que adopta modalidades variables para responder a las
exigencias de la vida y, por lo tanto, está subordinada a esta última.
Aclaramos de inmediato que nada, en nuestros análisis anteriores,
nos autoriza a dar a la palabra vida otro significado que el de un
concepto. Lo único que nuestra experiencia nos permite afirmar es
un multiplicidad de organismos, extraordinariamente variados en
cuanto a sus modalidades y grados de organización, que tienen
todos algunas propiedades comunes que los diferencian de otros
complejos objetivos. La primera de ellas es la unidad. El ser vivo es
un sistema cerrado de partes, ordenadas en sí y entre sí, que se
complementan y que carecen de sentido fuera del conjunto que
integran. Está claramente definido en el espacio y, a pesar de un
intercambio continuo, bien separado del mundo exterior. Lo hemos
visto formarse, en el proceso de morfogénesis, a partir de una
célula primaria y por diferenciación interna. La unidad del organismo
es, por lo tanto, anterior y superior a la multiplicidad de las células,
tejidos y órganos tanto como a la multiplicidad de los dinamismos
funcionales. La estructura y el funcionamiento de cada una de sus
partes proceden de una armonía unitaria potencialmente
preestablecida. De ésta dimana la segunda propiedad de la materia
viva: la individualidad, vale decir la indivisibilidad. Si cortamos un
cristal en dos o en diez, cada fracción conserva sus características
esenciales y, en el medio adecuado, crece hasta adquirir el volumen
del conjunto primitivo. Al dividirse el ser vivo, sólo sigue existiendo,
en el mejor de los casos, uno de los pedazos: los demás se
descomponen, salvo en los casos –totalmente distintos- de
reproducción por esciparidad, cuando cada fragmento se convierte
en un embrión. Para conservar su individualidad, el organismo
recurre a una tercera propiedad: la autonomía. Depende del medio
en el cual se desarrolla, puesto que no puede subsistir sin absorber,
asimilar y rechazar energía consistente y fluida. Pero no sufre
pasivamente las influencias exteriores: las puede buscar o rehuir; se
las adapta o se adapta a ellas, o las combate con mayor o menor
éxito. No se trata de una autonomía absoluta, pues el organismo
forma parte del universo, pero sí de una capacidad de acción
voluntaria, en el sentido propio de la palabra, vale decir de acción
intencional. Lo cual supone la espontaneidad –cuarta propiedad del
ser vivo-, o sea el poder de producir las reacciones necesarias para
la conservación del conjunto organísmico. Queda, por fin, la ya
mencionada finalidad. El organismo no es la suma de sus partes
orgánicas, tisulares ni celulares. Por el contrario, sus elementos
constitutivos se forman y funcionan con vistas al conjunto que los
abarca y de que nacen. El ojo sólo toma sentido si existe un cerebro
para recibir e interpretar los estímulos captados y ordenar, en
función del organismo todo, los movimientos adecuados. La vida,
pues, no es una resultante sino un fin que determina sus propios
medios estructurales y dinámicos. Lo cual supone un ordenamiento
particular de los átomos, moléculas células, tejidos y órganos. Pero
todo ordenamiento procede de la acción de una inteligencia que
establece entre elementos sueltos relaciones coherentes. La
inteligencia organizadora, que ya hemos mencionado, es por lo
tanto el factor esencial de lo que, por abstracción, llamamos la
vida: una inteligencia organizadora que tiene la intención y el poder
de imponer a la materia bruta el orden necesario para que los
objetos que con ella constituye tengan las propiedades que, en
conjunto, caracterizan al ser viviente.
III – EL ESPIRITU
IV – LA EVOLUCION.
45.- La ontogénesis.
47.- La herencia.
V – LA INTELIGENCIA ORGANIZADORA
65.- La memoria.
No hay motivo alguno para pensar que las imágenes de las cuales
resulta sean de naturaleza peculiar. Sabemos, por otro lado, que
también se trasmiten por vía hereditaria caracteres adquiridos de
índole orgánica, biopsíquica y psíquica. Más aún: está
perfectamente comprobado que algunos sujetos recuerdan
acontecimientos vividos u observados por antepasados suyos y que
por lo tanto, en determinados casos, imágenes psíquicas pueden
incorporarse a la célula-huevo, pues, a la hipótesis del registro
codificado, tal como lo hemos expuesto más arriba. Careceríamos,
sin embargo, de datos concretos al respecto hasta hace muy poco,
cuando se estableció experimentalmente que la información
adquirida por un raton a travs de sus sentidos, vale decir imágenes,
podía ser transferidas a otro animal de la misma especie mediante
inyección a este último de un producto químico, en el aciso
ribonucleico(ARN), extraido del primero, la biología nos daba asi la
solución del problema de la memoria: las imágenes son registradas
por el organismo –y no solamente por el cerebro, pues el ARN está
presente en todo el citoplasma de todas las células –en forma de
indicaciones codificadas. De la transmisión de los caracteres
adquiridos y de la reminiscencia ancestral se deduce, aunque la
experimentación no lo haya demostrado todavía, que existen
posibilidades de transferencia, del ARN al ADN, de algunas
imágenes fuertemente registradas, las que se incorporan así a la
dotación hereditaria por modificación y/o complementación del
programa básico. La semejanza estructural de los dos ácidos en
cuestión y el papel comprobado que desempeña primero como
agente trasmisor de las ordenes morfogenéticas que emanan del
segundo facilitan la comprensión de un fenómeno cuyo estudio está
todavía por hacerse.
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NOTAS
67 - El "nous"
Nuestro último análisis podría dejar la impresión de que la
inteligencia organizadora existe independientemente del plan, lo
cual sería volver a la entelequia que ya hemos descartado.
Pero queda por averiguar qué había antes del plan primitivo, lo cual
nos obliga a extender nuestra búsqueda más allá del planeta, que
tiene un origen conocido en formas anteriores de energía.
69 - El espacio
72 - El tiempo
Aquí también, pues, fallan los relativistas que toman -o, por
lo menos, nos hacen tomar- como fenómenos reales los
"efectos de perspectiva" que produce la observación de
tiempos parciales ajenos al ritmo terrestre. De nuestra
incapacidad para establecer de modo fidedigno la simultaneidad de
dos hechos y, en particular, del resultado contradictorio de
mediciones efectuadas desde distintos sistemas de referencia no se
deduce correctamente que pasado y futuro sean relativos, lo que
vendría a decir que el efecto precede o sigue a su propia causa
según el punto de vista desde el cual se enfoque el fenómeno. Hay,
para cada ente, un pasado que ya no es pero que se
comprueba en sus efectos, un futuro que todavía no es pero
que está contenido en el pasado como efecto necesario y un
presente que constituye el límite movedizo entre pasado y
futuro. Lógicamente, el presente de un ser humano, por ejemplo,
es simultáneo con el de la Tierra y este último, con el del Sol, que a
su vez coincide con el de la Galaxia, y así sucesivamente hasta
llegar al cosmos. Pues, en caso contrario, el sistema solar,
verbigracia, estaría compuesto por un Sol presente y planetas
pasados o futuros, vale decir inexistentes, lo que es imposible, y el
cosmos presente podría estar compuesto, en una eventualidad
límite, por cuerpos y corpúsculos pasados o futuros, lo que es
absurdo. La simultaneidad es, por consiguiente, una condición
necesaria de la existencia del universo. Los distintos entes del
complejo cósmico se desarrollan con ritmos -vale decir tiempos-
variados, pero con un frente de ataque -vale decir un presente-
común.
Para tomar otro ejemplo más trivial, dos ventiladores, uno detenido
y el otro en movimiento, existen simultáneamente, aunque sólo el
segundo tiene un ritmo -o sea un tiempo- diferenciado con respecto
a la materia de que ambos están constituidos.
73 - Tiempo y espacio
Pues, por un lado, una distancia sólo es real si hace falta cierto
tiempo para recorrerla -el movimiento es cambio de posición en un
cambio de tiempo y, por otro, distancia -o sea espacio- y tiempo
Son los factores de un valor, la velocidad, que procede de su
relación variable. El hecho de que tales métodos de medición sean
peligrosos por provocar las ya mencionadas ilusiones de óptica que
nos hacen considerar simultáneas porciones del espacio que no 10
son, no impide que su base sea correcta. Espacio y tiempo están tan
relacionados que ni siquiera se concibe la materia sin duración,
puesto que ningún objeto puede existir instantáneamente. Más aún:
la materia es espacio y el espacio es función del tiempo. Sabemos
en efecto, por un lado, que un cuerpo consistente pierde volumen
cuando aumenta su velocidad, por compresión de sus átomos
constitutivos en la dimensión correspondiente a su trayectoria, y,
por otro, que el espacio de un sistema intersideral depende de la
fuerza centrífuga -vale decir de la velocidad- de los cuerpos que
giran alrededor de su centro. Si los movimientos de todos los
cuerpos y sistemas del universo se aceleraran positivamente, el
espacio cósmico se ampliaría, y viceversa. ¿Podemos entonces, al
modo de los relativistas, hablar del tiempo como de la cuarta dimen-
sión del espacio? No hay expresión más incorrecta ni más
engañadora. Euclidiano o curvo, un espacio se define con las
dimensiones de tres líneas mutuamente perpendiculares y,
en él, tres mediciones -en una esfera: longitud, latitud y
distancia del centro- son necesarias y suficientes para de-
terminar la posición de cualquier punto.
74 - La morfogénesis cósmica
OBSERVADOR