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ALTERCADOS, LUCHAS Y DISENSIONES EN LA IGLESIA

El testimonio de una iglesia unida


Los apóstoles sentían la necesidad de la unidad estricta y trabajaban con fervor para alcanzarla. Pablo
exhortó a sus hermanos con estas palabras: "Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor
Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros disensiones, antes seáis
perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer." (1Cor. 1:10.)

También escribió a sus hermanos filipenses: "Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo; si algún refrigerio
de amor; si alguna comunión del Espíritu; si algunas entrañas y misericordias, cumplid mi gozo; que sintáis lo
mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por
vanagloria; antes bien en humildad, estimándoos inferiores los unos a los otros: no mirando cada uno a lo suyo
propio, sino cada cual también a lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo
Jesús." (Filip. 2: 1-5.)

A los romanos escribió: "Mas el Dios de la paciencia y de la consolación os dé que entre vosotros seáis
unánimes según Cristo Jesús; para que concordes, a una boca glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo. Por tanto, sobrellevaos los unos a los otros, como también Cristo nos sobrellevó, para gloria de
Dios." "Unánimes entre vosotros: no altivos, mas acomodándoos a los humildes. No seáis sabios en vuestra
opinión." (Rom. 15:5-7; 12:16.)

Pedro escribió así a las iglesias dispersas: "Finalmente, sed todos de un mismo corazón, compasivos, amándoos
fraternalmente, misericordiosos, amigables; no volviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino antes
por el contrario, bendiciendo; sabiendo que vosotros sois llamados para que poseáis bendición en herencia." (1
Ped 3:8, 9)

Y Pablo en su epístola a los corintios, dice: "Resta, hermanos, que tengáis gozo, seáis perfectos, tengáis
consolación, sintáis una misma cosa, tengáis paz; y el Dios de paz y de caridad será con vosotros." (2 Cor.
13:11)

“En cuanto sea posible, debéis andar en armonía con vuestros hermanos y hermanas. Debéis entregaros
a Dios y cesar de manifestar severidad y disposición a censurar. Debéis renunciar a vuestro propio espíritu y
recibir en su lugar el espíritu del amado Salvador. Extended vuestra mano y asíos de la suya, para que su
contacto os electrice y os cargue con las dulces características de su propio carácter incomparable. Podéis abrir
vuestro corazón a su amor, y dejar que su poder os transforme y su gracia sea vuestra fuerza. Entonces
ejerceréis una poderosa influencia para el bien. Vuestra fortaleza moral estará a la altura de la prueba más
estrecha del carácter. Vuestra integridad será pura y santificada. Entonces vuestra luz resplandecerá como la
mañana”.

“La religión de Cristo no exige de nosotros que perdamos nuestra identidad de carácter, sino meramente
que nos adaptemos, en cierta medida, a los sentimientos y modalidades de los demás. Muchas personas se
pueden vincular en una unidad de fe religiosa aunque sus opiniones, hábitos y gustos no armonicen en asuntos
temporales; pero si arde en su seno el amor de Cristo, y fijan sus ojos en el mismo cielo como su morada eterna,
pueden tener la comunión más dulce y más inteligente y la más admirable unidad. Habrá escasamente dos
personas que experimenten exactamente lo mismo en todo detalle. Las pruebas de una no son tal vez las
pruebas de otra, y nuestros corazones deben estar siempre abiertos a la simpatía bondadosa y debe arder en ellos
el amor que Jesús sintió por todos sus hermanos”. (1 JT, 448 - 451)
“Cada miembro de iglesia tiene una responsabilidad individual como miembro de la iglesia visible y
obrero en la viña del Señor, y debiera hacer todo lo que está a su alcance para preservar la armonía, la unidad y
el amor en la iglesia. Obsérvese la oración de Cristo: "Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo
en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste" (Juan 17: 21).

“La unidad de la iglesia es la evidencia de que Dios envió a Jesús a esta tierra como su Redentor, que el
mundo no puede resistir ni controvertir. La unidad y armonía de ella constituyen un argumento convincente.
Por eso Satanás está tratando constantemente de obrar para impedir esta armonía y unión, de manera que al
observar los altercados, luchas y disensiones, los incrédulos sientan aversión al cristianismo y se afirmen en la
incredulidad e infidelidad. Los que profesan la verdad y al mismo tiempo están en desacuerdo los unos con los
otros deshonran a Dios. Si nuestra convicción... [de tener] verdades más grandes que las [que tienen] otras
denominaciones no nos lleva a una consagración más profunda, y a tener vidas más puras y santas, ¿de qué nos
aprovecha esta verdad? Hubiera sido mejor no haber visto nunca la luz de la verdad que pretender aceptarla y
no ser santificados por ella”. (Alza tus Ojos, 18 febrero)

“Dios es la personificación de la benevolencia, la misericordia y el amor. Los que están realmente


relacionados con él no pueden estar en divergencia unos con otros. Su espíritu, al gobernar en el corazón,
creará armonía, amor y unidad. Lo opuesto se ve entre los hijos de Satanás. Su obra consiste en promover
envidia, disensiones y celos. En el nombre de mi Maestro, pregunto a los que profesan seguir a Cristo: ¿Qué
frutos lleváis?” (CM, 88)

Pongan a un lado los cristianos sus disensiones y entréguense a Dios para salvar a los perdidos. Pidan
con fe la bendición, y la recibirán. El derramamiento del Espíritu en los días apostólicos fue la "lluvia
temprana,'* y glorioso fue el resultado. Pero la lluvia "tardía" será más abundante. (DTG, 767)

Yo ruego a los que aseveran creer la verdad, que anden en unidad con sus hermanos. No tratéis de dar al
mundo ocasión de decir que somos extremistas, que estamos desunidos, que el uno enseña una cosa, y otro otra.
Evitemos las disensiones.-TM 57

Si el mundo ve que existe perfecta armonía en la iglesia de Dios, ello será para él una poderosa
evidencia en favor de la religión cristiana. Las disensiones, las malhadadas divergencias y las pequeñas
dificultades de la iglesia deshonran a nuestro Redentor. Todas estas cosas pueden ser evitadas si el yo se
entrega a Dios y los que siguen a Jesús obedecen la voz de la iglesia. La incredulidad sugiere que la
independencia individual aumenta nuestra importancia, que es señal de debilidad renunciar a nuestras ideas de
lo que es correcto y propio para acatar el veredicto de la iglesia; pero es peligroso seguir tales sentimientos y
opiniones, y nos llevará a la anarquía y confusión. Cristo vio que la unidad y la comunión cristianas eran
necesarias para la causa de Dios y, por lo tanto, las ordenó a sus discípulos. Y la historia del cristianismo desde
aquel tiempo hasta ahora demuestra en forma concluyente que tan s ólo en la unión hay fuerza. Sométase el
juicio individual a la autoridad de la iglesia. (1 JT, 447, 448)

Aun muchos de los que parecen cristianos concienzudos son disuadidos por el orgullo y la estima propia
de ir privadamente a aquellos a quienes creen errados, para hablar del asunto con el espíritu de Cristo y orar uno
por otro. Las contenciones, disensiones y pleitos entre hermanos deshonran la causa de la verdad. Los que
siguen tal conducta exponen a la iglesia al ridículo de sus enemigos, y hacen triunfar las potestades de las
tinieblas. Están abriendo de nuevo las heridas de Cristo y exponiéndole al oprobio. Desconociendo la
autoridad de la iglesia, manifiestan desprecio por Dios, quien dio su autoridad a la iglesia. (2 JT, 84)
Los perturbadores de Sión.

“Hay en nuestras iglesias personas que profesan la verdad y que son solamente obstáculos para la obra
de reforma. Son trabas para las ruedas del coche de la salvación. Esta clase de personas está frecuentemente en
dificultades. Las dudas, los celos, la suspicacia, son los frutos del egoísmo, y parecen estar entretejidos en su
misma naturaleza. Llamaré a esta clase los murmuradores crónicos de la iglesia. Hacen más daño en una
iglesia de lo que dos pastores pueden arreglar. Son una carga para la iglesia y un gran peso para los ministros
de Cristo. Viven en una atmósfera de duda, celos y suspicacia. Se necesita mucho tiempo y labor de los
embajadores de Cristo para deshacer la obra del mal y restaurar la armonía y la unión en la iglesia. Esto resta
valor y fuerza a los siervos de Dios, y los inhabilita para la obra que él quiere que hagan para salvar de la ruina
a las almas que perecen. Dios recompensará a estos perturbadores de Sión de acuerdo con sus obras”.

“Los ministros de Cristo deben ocupar su lugar, y no ser perturbados en su obra por estos agentes de
Satanás. Habrá suficiente de estas cuestiones, sutilezas y críticas, para mantener a los pastores de Dios
constantemente ocupados, si se permiten ser desviados de su gran obra de dar el último mensaje salvador de
amonestación al mundo. Si la iglesia no tiene fuerza para detener los sentimientos no santificados y rebeldes de
los miembros rezongones, es mejor dejar que la iglesia y los rezongones se vayan a pique juntos, que perder la
oportunidad de salvar a centenares de personas que harían mejores iglesias, y disponer de los elementos de
fuerza, unión y poder existentes en ellas”.

“Lo mejor que los pastores y las iglesias pueden hacer es dejar que esta clase de personas buscadoras de
faltas y tortuosas, se replieguen hacia su elemento. Aléjense entonces de la orilla, vayan hacia lo profundo, y
arrojen de nuevo la red del Evangelio para pescar aquello que recompensará el trabajo que les fue dedicado.
Satanás se regocija cuando aceptan la verdad hombres y mujeres que naturalmente buscan faltas e introducen
todas las tinieblas y los obstáculos que 273 pueden en el progreso de la obra de Dios. Los pastores no pueden
hoy, en este importante período de la obra, ser detenidos para sostener a los hombres y mujeres que han visto y
han sentido una vez la fuerza de la verdad. Deben establecer a los cristianos creyentes en Cristo, quien puede
sostenerlos y preservarlos sin culpa hasta su aparecimiento, mientras ellos avanzan a nuevos campos de labor
(The true Missionary, febrero, 1874). (Evangelismo, 272, 273)

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