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Mayo de 1970 y una gran

lección: estar siempre


preparados
POR UPN · PUBLICADA 31 MAYO, 2018 · ACTUALIZADO 4 JUNIO, 2018

La ciudad de Yungay fue sepultada por el aluvión.

El reloj marcaba las 3 y 23 de la tarde del domingo 31 de mayo de 1970.


En Yungay, uno de los principales poblados del callejón de Huaylas, en
la región Ancash, algunos se preparaban para dormir la siesta tras el
partido inaugural del Mundial de México entre la selección local y la
entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, hoy nuevamente
Rusia. No muy lejos de la ciudad, a unas diez cuadras, centenares de
niños asistían a la función del circo Berolina, levantado sobre un
promontorio.
Entonces todo se estremeció de un modo feroz durante 45 segundos. Y
después, tras un efímero instante de silencio, los sobrevivientes de la
tragedia oyeron un ruido ensordecedor. Se estima que el glaciar que
aquella tarde se desprendió del pico norte del Huascarán produjo
alrededor de 50 millones de metros cúbicos de hielo, lodo y piedras que
sepultaron a los poblados del callejón de Huaylas.

Algunos testigos refieren que tras la caída del glaciar se formó una
especie de ola gigantesca, de unos 25 metros, que se desplazó
raudamente y dio muy pocas opciones de ponerse a salvo.

Tras el paso del aluvión, durante dos días quedó suspendida sobre la
zona una nube de polvo oscura y densa que impidió el aterrizaje de los
helicópteros de la Fuerza Aérea y complicó el rescate de los
sobrevivientes. La ayuda recién pudo llegar a partir del martes 2 de junio,
y aun cuando la solidaridad del mundo fue generosa, el tiempo que
transcurrió fue demasiado prolongado.
El sismo que se produjo con una magnitud de 7.9 Mw en el mar de
Chimbote, causó también severos daños en una franja costera de 450
kilómetros, especialmente en las ciudades de Chimbote y Trujillo. Se
calcula que el terremoto de mayo de 1970, considerado el más
devastador de la historia peruana, ocasionó la muerte de 70,000
personas y dejó a otras 800,000 en condición de damnificadas.

Esta aciaga fecha nos recuerda nuestra condición de país sísmico y el


estado de alerta en que debemos mantenernos ante una eventualidad de
similar magnitud. No perdamos de vista que mantener una actitud de
prevención es vital para mitigar los daños que podría generar un sismo
de gran escala.

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