Está en la página 1de 11

MÁSTER DE ESTUDIOS FEMINISTAS Y DE GÉNERO

CURSO 2017/2018

UNIVERSIDAD UPV-EHU

“FEMINISMO, SUJETO Y MODERNIDAD”

–PRÁCTICA 1. CIUDADANÍA Y SUJETO POLÍTICO –

ALUMNA: LAIA SANCHO MOYA

PROFESORA: MERCEDES ARBAIZA VILALLONGA


1. Explica cómo se configura el espacio político en la Modernidad desde un punto
de vista ontológico y político. Distintas teorías o concepciones sobre este
momento iniciativo.
2. Explica los distintos significados del concepto de igualdad y la polémica en
torno al supuesto universal de la misma.
3. ¿Cuáles fueron los argumentos y mecanismos de exclusión de las mujeres de la
ciudadanía social, civil y política?

El paradigma premoderno se caracteriza por una sociedad teocrática,


teocéntrica. En este espacio, la religión tiene un peso fundamental y una influencia
política exclusiva. Desde esta perspectiva religiosa se establecen las normas, las leyes y
la concepción del ser humano está basada en tanto ser súbdito por la voluntad de
Dios. Se representa, así, una soberanía vertical al entender que el juicio, el saber, viene
del exterior, de Dios. Este contexto histórico se caracteriza por sociedades
comunitarias donde prima la tradición porque su organización se basa respetando el
pasado, teniendo en cuenta, a su vez, que la concepción de individuo no existe, sino
que las personas formaban parte de un cuerpo colectivo.

Para poder entender los cambios históricos, políticos y subjetivos del contexto de
la Modernidad es necesario comentar que las características principales de dicha etapa
empiezan a cobrar forma a partir del Renacimiento en el siglo XV. En este momento se
produce un giro antropológico que da como resultado un cambio de mentalidad
respecto a la humanidad, situando a la figura simbólica del hombre poco a poco como
parte importante y central de la existencia del mundo.

Más adelante, en el siglo XVII se empieza a crear un proceso de racionalización


de la vida, el giro antropológico cartesiano que establecerá las bases para el posterior
discurso ilustrado. Con el célebre principio cartesiano “cogito ergo sum” (pienso, luego
existo) nace una exaltación de la razón. La capacidad de razonar caracteriza la época
de la contemporaneidad, recuestiona el papel del ser humano dotándole de una
posición central dentro de la organización social. Pues, con este giro antropológico, el
ser humano es humano en tanto que es capaz de razonar las cuestiones del mundo, de
la vida; dejando las razones religiosas en un segundo plano.
Poco a poco, va cobrando más fuerza la episteme de la lógica y de la razón,
dejando atrás los valores tradicionalmente divinos. Gracias a esta nueva concepción
antropológica se deviene un giro ontológico kantiano en el siglo XVII: “¿Qué es el ser
humano?”. Por primera vez se piensa en la existencia de la humanidad, sus rasgos
intrínsecos, con independencia de la existencia de Dios. El discurso kantiano marca un
papel importante en este momento porqué proporcionó las características del futuro
nuevo sujeto político de la ilustración. Así, se manifestó que el ser humano es “libre”
porqué es capaz de pensar, descubrir, razonar las cuestiones que se desarrollan en su
vida. El ser humano, dice esta postura, tiene capacidad de juicio moral y puede tomar
decisiones. Por ello, es “autónomo” (del mundo divino). En definitiva, la naturaleza
ontológica del ser humano reside en que, por nacer, “todos” somos iguales. Con este
argumento la naturaleza humana descansa en (las y) los individuos y no en la gracia
divina.

En consecuencia, se valora la capacidad de razonar todo aquello hasta el


momento estudiado, “sabido” por el poder eclesiástico. Y con este nuevo paradigma,
el sistema de entender el mundo se ve tarareado, interrumpido por la capacidad de
cuestionamiento de la razón, desestabilizando las relaciones políticas y religiosas.

En la modernidad se producen cambios sobre la mentalidad de la gente porque


se genera una ruptura respecto a la época anterior en todos los planos de la vida
pública: filosófico, social, político y económico. Por esta razón, en esta etapa nace una
nueva manera de concebir el mundo que está estrictamente relacionada con el giro
ontológico. Este cuestionamiento de la existencia humana nos conduce a una nueva
subjetividad: la construcción de la sociedad civil. Esta institución moral se construye
abandonando los valores morales religiosos para pasar a las virtudes y valores morales
que caracterizan la libertad. Se trata de abandonar un estado de naturaleza que impide
tomar decisiones para pasar a formar parte de la civilización y, esto es, con derecho
moral y capacidad de decisión y reconocimiento. La sociedad civil, configura un nuevo
modelo político en el que no tienen cabida los criterios sanguíneos de la nobleza que
privilegian su promoción política y su legitimación. El nuevo modelo político-social
tendrá un nuevo pacto en base a otro criterio: la tesis de la igualdad natural de los
seres humanos.
La ciudadanía se entiende en este contexto como la expresión del nuevo pacto
social al reconocernos todos como libres e iguales. Representa el comienzo de la
política moderna porque con esta institución se empieza a hablar de nuestros
derechos; la característica fundamental de poder reconocernos como personas con
derechos políticos y civiles.

Según Perona, la concepción de igualdad se manifiesta en dos planos. Por un


lado, el plano ontológico y, por otro lado, el plano político. En ellos, se recurrirá al
primer plano ontológico para determinar quién detenta la categoría de ciudadanía en
el plano político. Cada ámbito está categorizado por unos conceptos:

PLANO ONTOLÓGICO PLANO POLÍTICO

RAZÓN CONTRATO

NATURALEZA IGUALDAD

Así pues, una de las maniobras iniciáticas consiste en que los seres humanos, que
son iguales por naturaleza, se alejan de ésta a través de la praxis de la razón que les
conduce a renacer como ciudadanos “iguales” en el espacio de lo político, que ellos
generan mediante el contrato.

Diferentes maniobras iniciáticas del espacio político en la Modernidad han sido


explicadas por varios autores. Gran parte de ellas mantienen en común que la
generación de lo político se realiza al margen del sujeto femenino. El cual siempre
queda relegado a la categoría de lo no político, lo irracional y lo dependiente.

En un primer momento, Maquiavelo explicaba en una de sus obras que la política


nace cuando la virtú se impone sobre la Fortuna de manera que la política deje de
estar al servicio de ésta última. Mientras que la virtú representaba el ser racional del
nuevo sujeto político definido por su racionalidad y asociado al varón, la Fortuna es el
concepto opuesto. Ésta se relaciona con la naturaleza por su carácter espontáneo,
irracional y mutable. Por tanto, la vida política se caracteriza por lo racional, masculino
y adulto.
Otra maniobra iniciática la podemos observar en el nuevo pacto político
moderno, el cual quiere regir el criterio de la igualdad natural de los seres humanos.
Sin embargo, se trata de un pacto de autoreconocimiento mutuo como seres
autónomos e iguales entre varones soberanos que, sellando un pacto de respeto
mutuo, vetan el derecho a las mujeres soberanas, representando así un concepto de
ciudadanía elitista y restrictiva. Para muestra, he aquí un segundo botón.

En palabras de Perona es un pacto indudablemente patriarcal, puesto que no hay


representación ni reconocimiento de las mujeres en la esfera política. Sin embargo,
esta aceptación entra en contradicción con el paradigma igualitario y universal de la
modernidad. A saber,

“porque al utilizar (el principio de) la igualdad de todos los seres humanos para impugnar
el antiguo criterio de legitimidad, se introduce una clausula universalista que se vuelve en
contra de los propios defensores de esa igualdad cuando éstos últimos pasan por alto tal
clausula. Pues si el nuevo espacio de lo político ya no se define ni por una determinada
excelencia (…), ni por la posesión de la virtú (Maquiavelo), sino precisamente por la
igualdad, en tal caso cabría esperar que de él no quedara excluido ningún ser humano
dotado de razón” (Perona 1995: 29).

En otras palabras, la igualdad en este pacto político fue excluyente y exclusiva.


Porque no todos los seres humanos detentaban la ciudadanía en el espacio político.
Los criterios para acceder al estatus de ciudadanía en el nuevo pacto político se
basaron en los siguientes requisitos: la propiedad privada, la religión, la pertenencia a
una raza determinada y la correspondencia al sexo masculino. Dichos requisitos nos
ayudan a entender la dinámica del nuevo pacto político y su sujeto privilegiado.

Dicho esto, diferentes episodios han representado la exclusión de las mujeres


en el espacio político de la modernidad, que refuerzan una plena contradicción con el
principio de universal de igualdad. En un primer momento, al reconocer la
contradicción del principio de igualdad universal con la situación real excluyente, se
decide por redefinir el concepto de igualdad solamente restringiéndolo a los sujetos
del pacto, varones cabezas de familia. Seguidamente, se toman otras medidas que no
acaban con la exclusión de las mujeres, sino más bien la refuerza. Perona nos muestra
unos ejemplos para el mejor análisis de la cuestión. A finales del S XVIII en Francia se
regulan unas leyes electorales que marcan la diferencia para votar y para ser elegidos
entre tres clases de ciudadanos. Es decir, definen a través de un derecho político como
es el voto las características del sujeto político del nuevo pacto social. Las mujeres no
se encontraban en ninguna de esas tres categorías pues, ellas quedaban resignadas al
grupo de “ciudadanos pasivos”, compuesto por aquellas personas que no pagaban
impuestos y por su “virtud” de condición femenina.

Otro tipo de discriminación hace alusión al derecho social, en tanto que las
mujeres no tenían acceso al disfrute de beneficios sociales como puede ser la
educación. Por otra parte, también se plasma en el texto de Perona la falta de
derechos civiles sobre las mujeres del S XVIII. Ya que no tenían ningún tipo de derecho
sobre la propiedad, el acceso a la justicia o el derecho de disponer de sí mismas y de
sus bienes.

En la década de los noventa del siglo ilustrado, después de una disputada


polémica entre aquellos que defendían la amplitud del término para mayor
representatividad del principio de igualdad frente a los grupos que defendían su
restricción, la disputa se ganó con el derecho del sufragio universal (masculino) sin
distinción entre ciudadanos pasivos y activos. Eso sí, con la rotunda exclusión de las
mujeres a ejercer el mismo derecho sufragista.

Cabe mencionar, que durante los siglos XVII y principios del XVIII era una época
dónde, pese a las discriminaciones de género que existían, se anteponía la diferencia
de clases por delante. Es cierto que la élite de la clase hegemónica, aristocracia y
nobleza, mostraban un claro interés por marcar una gran diferencia frente a la clase
social de estratos más bajos. Gracias al arte, podemos observar en las diferentes obras
de cuadros cómo la indumentaria del hombre y de la mujer de la élite social es muy
similar. Vestidos ostentosos, pelucas bien peinadas y zapatos con cierto tacón. Pues
querían diferenciarse de la gente socialmente pobre. Así pues, en esta fuerte
estratificación social, una mujer de clase alta podía adquirir mayor protagonismo que
un hombre de clase social baja, pese a ser ella una mujer.

A pesar de ello, poco faltaba para que las mujeres adquirieran la conciencia
histórica de su identidad de género. Este momento histórico se plasma en la caída del
rey con el Antiguo Régimen y la abolición de cualquier privilegio a excepción del
sexual. En consecuencia de ello, se está terminando de gestar el nuevo espacio
político en plena polémica sobre los derechos sociales, civiles y políticos que
terminaría con la consiguiente Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano. Una ley que representaría la exclusión de las mujeres de los derechos de
ciudadanía y la derrota de los y las defensoras de los derechos de las mujeres.

Estos episodios revelan el diferente carácter interpretativo del principio de


igualdad. En la modernidad, como hemos apuntado al principio, nace un cambio de
mentalidad respecto al mundo y a la humanidad. La razón nos proporciona la
sabiduría, y el dogma religioso es visto con recelo. De modo que, la lucha contra el
prejuicio formó parte de los temas importantes en esta época. Podemos comparar las
tesis filosófico-políticas de este tema en las obras de dos pensadores: Kant y
Condorcet.

Condorcet es considerado por algunas posturas del pensamiento feminista como


“el representante del primer feminismo o feminismo original” (Perona 1995: 34) ya que
relaciona su reivindicación de la igualdad de derechos para mujeres y hombres con un
proyecto transformador de la organización política y social. Asimismo, este autor
defiende la constitución de un espacio político en el que se reconozcan en completa
igualdad tanto hombres como mujeres, pues de no hacerse estaríamos cayendo en el
prejuicio. En otras palabras, la exclusión de las mujeres de los derechos políticos es un
prejuicio, fácilmente refutable pues solamente hace falta aplicar a la razón su propia
lógica interna. Es decir, si la igualdad nace con el propio quehacer de la razón,
entonces, de ésta nacerá el derecho natural. Este autor utiliza la concepción de la
razón como característica universal de la especie, como derecho natural de la
humanidad. Así, defiende una igualdad universalista ilustrada de corte cartesiano para
exponer sus propuestas de reforma y su reivindicación de ciudadanía plena para las
mujeres, pues “las mujeres en tanto que seres humanos con derechos naturales
derivados de ser, como los varones, seres sensibles susceptibles de adquirir ideas
morales y razonar con estas ideas” (Perona 1995: 35). Esta es su manera de demostrar
la igualdad universalista para desmontar el prejuicio sexista de su época.
Mantiene, entre otros, como argumento central el que no es justo explicar
ciertos motivos para excluir a las mujeres del espacio político porque, en realidad,
éstos son efectos de la propia exclusión (no la causa). En concreto, alega que no se
puede acusar a las mujeres de tener un juicio moral caracterizado por la sensibilidad (y
por tanto, no grato para acceder a los derechos políticos) si este hecho ha sido
construido histórica y culturalmente y, por tanto, no es una característica natural.

Condorcet alega a la coherencia con el principio de igualdad como eje transversal


de la nueva política. Para ello, para erradicar el constructo histórico de los prejuicios
que ejercen una discriminación sobre las mujeres, considera de gran urgencia tomar
medidas políticas radicalmente para desmantelen las instituciones en las que se basan
esos prejuicios.

Sin embargo, no todos los autores pensaban igual, como por ejemplo Kant. Este
autor considera que un estado legítimo debe constituirse en base a tres principios a
priori, los cuales conformaran el espacio político. La igualdad, la independencia y la
libertad. Centrándonos en el primero, este principio se trata de una concepción formal
universalista y jurídica, la representación de la igualdad delante de la ley. Esto significa
la coacción que el derecho ejerce sobre todos los individuos por igual para respetar su
libertad. De esta manera se desprende la intención de que todo el mundo tenga la
posibilidad de ascender en la escala social gracias al talento o la suerte, por ejemplo.
Asimismo, también genera la abolición de la herencia de la posición social, que es una
manera de acabar con los privilegios. Esta consideración de principio de igualdad nos
posibilita ver que la igualdad no viene “por naturaleza”, como dice Perona, sino que
son unos sujetos concretos quienes la politizan, y toman decisiones sobre la misma. La
independencia, este segundo principio (que desencadena al tercero: la libertad) es el
que utilizará Kant para ejercer la exclusión en el espacio político de diferentes
maneras. Así pues, diferenciará entre quienes son auténticos ciudadanos, auténticos
sujetos políticos, de aquellos ciudadanos pasivos. Esta distinción representa la propia
traición al principio de universalidad ilustrado, pues solamente pueden considerarse
ciudadanos de pleno derecho aquellos propietarios varones. No todas las personas
tienen acceso a la propiedad, unas porque su lastre social se lo impide y otras porque
jamás conseguirán esa predisposición económica. Esto sitúa a las personas en
diferentes posiciones y condiciones para alcanzar el derecho a la ciudadanía, a su vez,
que se está dejando de lado el discurso ilustrado al establecer como criterio regulador
de la ciudadanía la propiedad privada y no la razón.

Por consiguiente, Kant es considerado por Perona como “un defensor de los
privilegios políticos de la nueva aristocracia masculina”, insistiendo en el discurso
biologicista sobre las mujeres y su supuesta naturaleza esencial femenina, ahistórica e
inamovible que promueve la propia exclusión de éstas del espacio político y, derivado
de ello, la falta de reconocimiento como ciudadanas con derechos políticos y civiles.

En efecto, gracias a Kant y a otros pensadores de la época, la naturalización de


las mujeres va a configurarse como el mayor mecanismo de exclusión de la vida
social, civil y política. La idea de naturaleza en la edad moderna conlleva una
estigmatización del término asociada a lo animal, incivilizado y a lo no político.

Por consiguiente, se reconoce que no se puede excluir a las mujeres afirmando


que son “animales carentes de razón”. Por ello, el discurso misógino necesitará de
algún atributo que las diferencie de los varones y, no por casualidad, vendrá por parte
de la naturaleza (ámbito estigmatizado). Un importante mecanismo de exclusión
hacia las mujeres será impuesto por su capacidad reproductora. Es decir, la diferencia
sexual en el ámbito del espacio político que dará paso a la exclusión de las mujeres del
espacio público estará determinada por la “función que cumple cada sexo”. Así, la
capacidad de reproducción (de los futuros ciudadanos) actuará como un mecanismo
de exclusión hacia las mujeres sobre su status social, civil y político.

Además, se pasará a considerarlas el sexo débil por naturaleza, despojándolas de


cualidades morales. Y de esta manera, “al no tener moral” no pueden considerarse
sujetos morales con la posibilidad de ser sujetos políticos. Requisito, pues,
indispensable para el sujeto privilegiado masculino que necesita de la existencia de lo
no político para poder reconocerse él mismo en contraposición a éste.

De esta manera, podemos comentar otro mecanismo de exclusión de las


mujeres de la esfera política y ciudadana en el siglo XVIII. Íntimamente relacionado
con lo que acabamos de mencionar, la educación también estará segregada por sexos.
La mujer que destaque en el ámbito intelectual será estigmatizada como “un monstruo
de la naturaleza” en palabras del pensador Kant, porque la naturaleza la ha formado
con su carácter de procreadora destinada a otro tipo de saber (alejado del saber
intelectual). Entonces, este pacto social varonil utilizó uno de los instrumentos más
importantes para la creación de la ciudadanía –el saber–, justamente para alejar al
grupo social femenino de derecho al estatus de ciudadanía. Porque quien no tiene
derecho a una determinada educación, queda fuera del marco de la política. Defensa
que Condorcet, junto a otros partidarios de los derechos femeninos, llevaría a cabo:
una educación igualitaria para ambos sexos, como base para el reconocimiento de la
plena ciudadanía como derecho de las mujeres.

Otro mecanismo de exclusión que se llevó a cabo fue en base a la regulación y la


asignación de diferentes estatus jurídicos para ambos sexos en el matrimonio. Según
Kant, los dos cónyuges son iguales en base al criterio de la posesión, es decir se
pertenecen el uno a la otra. No obstante, la autoridad dentro de esta institución se
convierte en desigual según el sexo. Para este autor, dentro del matrimonio, la
autoridad de la mujer se reduce a un poder débil por su sexo, donde en última
instancia acabará asumiendo las decisiones del poder masculino.

Críticas a esta postura nacen desde el feminismo racionalista de la mano de


Olympia de Gouges. Para esta feminista, filosofa política francesa del decimoctavo, la
revolución francesa debe de incluir a las mujeres. Para ello, es necesaria una
transformación en los espacios domésticos y cuotidianos que velen por los intereses
de las mujeres. Porque, esta autora, opina que la construcción del nuevo espacio
político como espacio de igualdad debe estar conformado por dos esferas: la pública y
la privada. Sin embargo, es consciente de que la esfera privada no sea un punto
importante para la nueva política porque ni si quiera en la esfera pública las mujeres se
encuentran reconocidas.

En conclusión, queremos señalar que el nuevo espacio político surge y se


construye gracias a la exclusión total de las mujeres en su configuración.

De este modo, para que un grupo social en particular se conviertan en sujeto


privilegiado, a través de la política se deberá crear un modelo a medida. Así,
dicotomizar las raíces de la esencia humana entre naturaleza y razón sirvió para
apartar a las mujeres del espacio público, robándoles la igualdad por derecho y
traicionar el principio por excelencia del nuevo pacto social: la universalidad. La
naturalización de ciertos roles adscritos al sexo femenino son el resultado de la
discriminación que han ejercido sobre ellas a lo largo de la historia. No, por el
contrario, las causas de su naturaleza esencial.

El nuevo espacio político es igualitario para unos y excluyente para otras


personas. Se politiza, así, un sujeto determinado: el hombre blanco, heterosexual, de
clase alta, con estudios, con propiedad. El cual podrá ejercer todos los derechos
sociales, políticos y civiles que se han acordado en este pacto entre mutuo iguales
varones. Por el contrario, este ser político necesita de su contraposición para afirmarse
como tal. De modo que, a través del uso de la discriminación, también se creará el
sujeto sin privilegios que actuará de medida de contraste como lo no político: en este
caso, encontraremos al grupo social de los pobres y las mujeres.

También podría gustarte