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Esta crisis eclesial se ha convertido en crisis del sacerdocio. Y esto es lógico y natural,
puesto que en el pasado se había identificado casi siempre a la Iglesia con el ministerio.
Así, toda la problemática acerca de la función y posición del sacerdote en la Iglesia
contiene en sí toda la problemática eclesial actual y, consecuentemente, su solución será
decisiva .ara el futuro de la Iglesia. Bastaría citar dos problemas concretos para ver esta
íntima conexión: el de la relación de la Iglesia con la sociedad actual y sus cambios, y el
de la función de la teología dentro de la Iglesia.
Las cuestiones planteadas por la relación entre Iglesia y sociedad actual no pueden tener
como respuesta la indiscriminada aplicación a la Iglesia de la democracia parlamentaria.
como quien esperase de ella la salvación definitiva. Sería esto caer de nuevo bajo la
esclavitud de unas formas profanas -sociológicas y jurídicas-, cuya liberación fue
WALTER KASPER
Estos son datos histórico-religiosos. Pero, ¿no se han dado y se siguen dando también
en la Iglesia? El ministerio de la unidad se ha hecho scandalum dissensionis, ha caído
en la funesta dialéctica que amenaza al sacerdocio de todo tiempo. Porque, ¿no se da
como un destino fatal que lleva a quien pretende situarse en contradicción con el mundo
-para, así, reconciliarlo- a crear nuevas tensiones y divisiones? En su necesaria
contradicción interna, este fenómeno aparece como expresión del pecado de la
humanidad y de su incapacidad para salvarse a sí misma. Por consiguiente, en el
sacerdocio universal-religioso está implicada la búsqueda de un mundo reconciliado y
se manifiesta, al mismo tiempo, la incapacidad intrínseca de todo intento de
reconciliación. Este sacerdocio es signo de una esperanza y, a la vez, de la desesperanza
de la humanidad.
El sacerdocio de Cristo
Y hasta tal punto provocó a los "piadosos" que tuvieron que crucificarlo. En la cruz se
manifiesta también el carácter de su sacerdocio, pues la cruz no está en el recinto del
templo sino en el ámbito de lo mundano y profano (Heb 13, 13). Su sacrificio es entrega
de si mismo a la voluntad del Padre en servicio a "los muchos" (Heb 10,5; Mc 10,45), y
no sacrificio cúltico alguno. Por Él han sido superadas y destruidas todas las barreras
existentes entre los hombres (Ef 2,14): todos somos uno (Gál 3,28). En Él se ha
cumplido definitivamente la esperanza universal de paz y reconciliación.
Según el NT -al que sigue, en esto, el Vaticano II- este servicio deben desempeñarlo
todos los cristianos. La Iglesia como totalidad -pueblo sacerdotal- es la llamada a
anunciar las acciones salvíficas de Dios, a ofrecer el sacrificio espiritual, a ejercer el
servicio de dirección.
Este sacerdocio universal no se deriva del ministerial ni es menos salvifico que éste.
Más bien, todo lo contrario: es el portador primario de la misión salvífica, y cualquier
particular -sea el Papa, un obispo, sacerdote o laico- sólo goza de eficacia, en el orden
salvífico, si está en comunión con la totalidad y actúa como órgano de ella. La
fraternidad precede a toda diferenciación ulterior y se mantiene en ella.
Consecuencias
El hecho de que la Iglesia como totalidad actualice en el mundo el triple oficio de Cristo
(sacerdotal. regio y profético) podríamos designarlo, de acuerdo con el Concilio, como
colegialidad. Y, en consecuencia, debería hablarse de estructuras más colegiales (o
sinodales) que democráticas, dando por supuesto que las estructuras eclesiales han de
ser todo menos autoritarias. Democracia es una palabra que en el ámbito meramente
profano ofrece ya diversas significaciones; pero es que, además, la estructura eclesial es
irreductible a cualquier estructura profana, del mismo modo que lo es su misión. Esto
no excluye que, en concreto, algunas formas democráticas sean asumibles por la Iglesia,
incluso con más derecho que aquel con el que lo fueron formas feudales o monárquicas.
La misma Tradición no desconoce el estilo democrático; baste recordar el viejo axioma:
"lo que a todos concierne, por todos debe ser decidido".
Igual que a todo carisma, le corresponde una función esencialmente distinta a la de los
restantes, e irreemplazable por ellos. La estructura carismática de la Iglesia no excluye,
pues, la jerárquica sino que la incluye y le da su sentido verdadero.
Tras esta breve incursión en la teología del orden, volvamos a nuestro tema. ¿Cómo se
realiza en concreto el servicio de la unidad? La unidad de la Iglesia se expresa ante todo
en la fe que se profesa, en la eucaristía y demás sacramentos y en la caridad.
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Hemos concretado la función del presbítero. Preguntémonos ahora por los niveles en
que se ejercita. La unidad de la Iglesia se realiza primariamente en la comunidad local,
que no es una porción o filial de la Iglesia total, sino la realización concreta de ésta en
un determinado lugar. Le corresponde, por tanto, una cierta autonomía y
responsabilidad en los asuntos que le conciernen, de acuerdo con el principio de
subsidiaridad también vigente en la Iglesia. Responsable de la Iglesia local es el
presbítero o el correspondiente colegio presbiterial.
Todos los presbíteros junto:, forman colegialmente -bajo la presidencia del obispo- el
presbyterium. competente para todas las cuestiones relativas a la unidad en la fe, en los
sacramentos v en el orden en la caridad. De ahí que este presbyterium tenga algo que
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Por esto, el servicio salvífico del presbítero está en inmediata conexión con las
necesidades y anhelos de la humanidad actual y no puede desvincularse de ellos. Así, la
función presbiterial tiene esencial y constitutivamente una dimensión social y política.
Esta afirmación se presta a malentendidos. Pero está lejos de apoyar o pretender apoyar
una política eclesial.
La política no puede dejar de ser política de intereses, mas la Iglesia nunca deberá
entregarse a sus propios intereses, sino a los intereses de los otros. Sobre todo, la Iglesia
ha de ser representante de aquellos cuyos intereses no son representados por nadie.
Siguiendo a Jesús, ha de hacerse solidaria de los pobres, los sin derechos, los injuriados,
los desclasados... y esto aun a costa de los propios y legítimos intereses de la misma
Iglesia.
¿Qué forma tomará en el futuro este papel social del presbítero? Es de suponer que
tendrá mucho menos que ver con el sacerdocio sacral y cúltico y que habrá de dirigirse a
los pequeños y oprimidos, arriesgándose a los conflictos con los dominadores que esto
lleva siempre consigo. Tal función puede sin duda fundarse en el servicio
neotestamentario de la reconciliación de un mundo en sí mismo irreconciliado. La paz
que la Iglesia puede dar no es la que el mundo pretende (Jn 14,27). Lo que el presbítero
puede dar no se encuentra ni en la derecha ni en la izquierda: sólo puede ofrecer la
reconciliación del único mediador, Jesucristo, que es en persona nuestra única paz.
Conclusión
Pero incluso el así elegido sería representante no sólo de la comunidad, sino también de
Jesucristo ante ella. Aunque también él ha de oír la voz de Cristo en y por la comunidad.
Así entendía la Iglesia antigua el sentire cum ecclesia.