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HERIBERT MÜHLEN

ENCARNACIÓN E IGLESIA
En este artículo se estudian los elementos teológicos que aporta el Concilió Vaticano II
a la Eclesiología. El estudio se centra en la función del Espíritu Santo en la Iglesia, el
cual como Espíritu de Jesús, enviado por Cristo a los hombres, es el principió
unificador de la Iglesia de Cristo. El autor se basa en textos tomados de la Constitución
De Ecclesia (LG), del Decreto De Oecumenismo (UR), y de la Constitución De Sacra
Liturgia (SL). Se apoya en las encíclicas Satis Cognitum (SC), de León XIII, y «Mystici
Corporis» (MC) de Pío XII, y en algunos trabajos suyos.

Das Verhältnis Zwischen Inkarnation und Kirche in den Aussagen des Vaticanum II,
Theolo gie und Glaube, 55 (1965) 171-190

El Vaticano II, situado en la línea abierta por el maravilloso carisma de Juan XXIII, más
que definir y anatematizar, apunta a derribar malentendidos, a abrir puertas, y esbozar
un nuevo desarrollo teológico al cual no se sienta ajeno el hombre del siglo XX. El jalón
más importante del Vaticano II en el terreno de la teología dogmática, en nuestra
opinión, es haber designado a la Iglesia como "sacramento" (LG 1; 9,2; 48,2; cfr. SL
5,2), es decir, como signo visible de la salvación por medio del Espíritu Santo enviado
por Cristo (LG 48,2). Es más importante aún que la colegialidad episcopal, ya que ésta
presupone el carácter sacramental.

Hay que observar que en el Concilio no se hace mención de la Iglesia como


"continuación de la Encarnación", a pesar de que esta concepción de la Iglesia tuvo
amplía acogida. El motivo del silencio creemos que es doble. Por un lado, evitar el
peligro de que el ; fiel se considere divinizado, lo. que, siempre es grato al oído
humano, como consecuencia de su inserción en "la encarnación continuada , del Hijo de
Dios", en "el Cristo vivo a través de los tiempos", idea que J. Pelz recoge del ambiente
al hablar de "la pertenencia del cristiano a la Segunda Persona de Dios". Es verdad que
Pablo llama Cristo a la Iglesia (cfr. 1 Cor 1,13; 12,12), pero hay que entenderlo en su
sentido correcto. Por lo demás, la encíclica "Mystici Corporis" puso un enérgico punto
final a este monofisismo eclesiológico. Pero por otro lado, Möhler en su obra Simbolik,
a pesar de la tendencia antideísta, con las expresiones "Cristo viviente" ("der
fortlebende Christus") y "continuación de la encarnación" (Fortsetzung der
Inkarnation") quiere recalcar ante todo que en la Iglesia hay un elemento divino y un
elemento humano, que son inseparables y que permanecen no mezclados a la manera de
como ocurre en Cristo (admitido también por León XIII, Pío XII y por el Vat. II): El
silencio conciliar se debe, pues, quizá, a no querer favorecer lo primero, ni sofocar lo
segundo. Sin embargo, entendiendo por "Cristo", no el nombre propio de Jesús, sino "el
Ungido" con el Santo Pneuma, en el sentido de Act 10,38 y Le 4,18, aquella
formulación nos da el significado verdadero: la plenitud del Espíritu de Jesús perdura
en la Iglesia.

El Vat. II quiere mostrar bien a las claras la diferencia entre la Encarnación,


acontecimiento único en la historia, y el Misterio de la Iglesia. En LG 7,1 podemos leer:
"El Hijo de Dios, en la naturaleza humana unida a sí, con su muerte y resurrección
venció a la muerte, redimió al hombre y lo transformó en nueva criatura (cfr. Gál 6,15)".
Y el texto sigue: "Pues comunicando su Espíritu constituyó de un modo misterioso
como su cuerpo a sus hermanos convocados de todos los pueblos". A la luz del texto
hay que notar, pues, dos cosas. Primero: el enim (pues) indica que la redención de cada
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hombre (redención "subjetiva") tiene lugar por la participación del Espíritu de Cristo,
y, por tanto, que debe de haber alguna relación entre el hecho mismo de la Redención de
Jesús (redención "objetiva") y el Espíritu de Cristo. Y segundo: que en ningún caso
debe tomarse "el hombre" en un cierto sentido platónico, como si en. Jesús se encarnara
la Humanidad; se trata de cada hombre, en concreto, que Jesús ha escogido, enviándole
su Espíritu. Hay que descartar, pues, la teoría tradicional de la inclusión que supone
toda la humanidad incluida en la naturaleza humana de Jesús, y por tanto, que el Logos
"asumió" en su encarnación, al mismo tiempo, a toda la humanidad y a cada hombre en
particular.

ANALOGÍA ENTRE EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN Y EL MISTERIO


DE LA IGLESIA

La LG 8,1 distingue en la Iglesia dos planos: por un lado habla de "órganos


jerárquicos", "conjunto visible de personas", "Iglesia terrestre" y por otro de "cuerpo
místico de Cristo", "comunidad espiritual", "Iglesia dotada de bienes celestiales" y
afirma que "no deben ser considerados como dos cosas distintas, sino que constituyen
una única realidad compleja que consta de un elemento humano y otro divino". Falta
ver cómo lo visible y lo invisible, lo humano y lo divino se insertan constituyendo esta
única realidad. LG nos remite a este respecto a las encíclicas MC y SC. En la primera,
se describe a la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo haciendo suyas casi a la letra las
afirmaciones de SC: "Así como Cristo, cabeza y dechado (de la Iglesia) queda mutilado
cuando se considera en él sólo la naturaleza humana y visible,... o bien sólo la
naturaleza divina e invisible,.., así su cuerpo místico no es la verdadera Iglesia sino
porque sus partes visibles sacan su fuerza y su vida de los dones sobrenaturales y de las
otras fuentes de las que brota su naturaleza y su ser". Y en otro lugar, dice: "El Hijo de
Dios quiso que la Iglesia, su cuerpo místico, unida a él como cabeza, debía tener
semejanza con el cuerpo humano que él asumió, al cual está unida la cabeza natural por
medio de una unión natural. "

El Vaticano II enriquece el contenido de esta analogía entre Encarnación e Iglesia


cuando nos dice en LG 8,1, estableciendo un paralelo, que la naturaleza humana
asumida por el Logos le sirve (inservit) como órgano vivo para la redención y que la
estructura social de la Iglesia sirve (inservit) al Espíritu de Cristo en orden al
crecimiento del Cuerpo de Cristo. En otras palabras: así como la humanidad de Jesús
sólo ha sido creada atendiendo a la Encarnación y a la función redentora del Logos, así
la estructura social de la Iglesia lo ha sido para servir al Espíritu de Cristo, para hacer
presente a Cristo en el mundo y en la historia.

Misión del Hijo y misión de Espíritu Santo

Ahora podemos adentrarnos en la apertura del dogma trinitario en la economía de la


salvación en la línea de la analogía entre Encarnación e Iglesia. En efecto, de lo dicho
resulta que el cuerpo social y visible de la Iglesia es el "término" de la misión del
invisible e increado Espíritu Santo que es enviado a "nuestros corazones" (LG 4; cfr.
Gál 4,6) donde no sólo opera la gracia santificante, en virtud de la cual él en nosotros y
nosotros en él clamamos: Abba, Padre (cfr. Rom 8,15), sino que también opera
inmediatamente los misterios y carismas en fa vor de la estructura social y visible de la
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Iglesia (cfr. 1Cor 12, 1-11), análogamente a como (en Jesús) la naturaleza humana
visible y creada es el "término" de la misión del Logos invisible e increado. Podemos y
debemos, pues, decir: así como en la misió n del Hijo a su naturaleza humana se
vislumbra la intervención de la propia persona del Hijo en la economía de la salvación,
de modo semejante la misión del Espíritu de Cristo a la multitud de personas humanas
que constituye la estructura visible y social de la Iglesia manifiesta, en cierto modo, la
participación del Espíritu Santo en la economía de la salvación. Se abre ahora la
pregunta de si la Revelación nos ofrece la certeza de que sea un "propio" suyo, como en
el caso de la encarnación del Hijo "ni el Espíritu Santo, ni Dios Padre, sino sola la
persona del Hijo tomó carne" (D. 285).

Precisando un poco más, LG 7,1 nos dice: "Pues comunicando su Espíritu, constituyó
místicamente a sus hermanos, convocados de entre todas las gentes, como su cuerpo".
El Vat. II habla, pues, del Espíritu Santo en cuanto que es enviado al hombre Jesús y
comunicado por el mismo Jesús como su Espíritu: nos encontramos, pues, por una
parte, con la Encarnación (el Logos asume una naturaleza humana) y, por otra parte,
con la misión (simultánea en el tiempo, pero lógicamente posterior) del Espíritu Santo a
la naturaleza humana, una vez constituida persona por el Logos.

Profundizando en el sentido de la manifestación de las divinas personas, distinguimos,


según nuestra manera de pensar, tres momentos: El Padre envía al Hijo (= Encarnación,
función hipostática del Hijo), el Padre envía al Espíritu Santo a la naturaleza humana,
una vez personificada por el Logos, y finalmente Jesús así ungido, es decir, Cristo,
comunica su Espíritu Santo, es decir, el Espíritu Santo que ha recibido del Padre. Este
es el grandioso plan de la Redención, que ya había sido esbozado por sto. Tomás, pero
gracias al Vat. II cobra un vigor nuevo, desconocido hasta el presente.

En ambos misterios, Encarnación e Iglesia, tenemos, pues, como elemento común que
los asemeja un envío hacia fuera de la Trinidad (ad extra) de una persona divina, en
virtud de lo cual se presenta y se manifiesta en una realidad visible y creada, realidad
que diferencia a ambos misterios radicalmente: el Hijo en una única naturaleza humana,
y el Espíritu Santo en una multitud de personas agraciadas, entre las que Cristo, como
origen del Espíritu Santo, es la persona-Cabeza. A la luz de esta analogía vemos, pues,
que no puede considerarse a la Iglesia como "continuación de la Encarnación", ni como
extensión de ella.

Por último vamos a ver que a la luz de esta analogía aparece un nexo (Dz 1796) entre
ambos misterios y el misterio de la Sma. Trinidad. En el seno de la Trinidad se realizan
las siguientes funciones hipostáticas: el Padre engendra al Hijo y el Hijo recibe la
filiación, no pasivamente, sino afirmándose como Hijo, lo cual constituye su ser-
persona; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo por un acto único personal
común (espiración). Aclaremos que esta segunda función del Hijo,, el ser conjuntamente
con el Padre principio del Espíritu Santo, no constituye al Hijo como persona, ya que no
establece ningún objeto de relación entre el Padre y el Hijo como lo establecía la
primera (es decir, la filiación). Siguiendo ahora a sto. Tomás, la Encarnación es la libre
manifestación de la relación intratrinitaria entre el Padre y el Hijo, y la Iglesia, decimos
nosotros, será entonces la libre manifestación de la procesión intratrinitaria del Padre y
del Hijo (según los griegos, del Padre por medio del Hijo). El Hijo encarnado es cabeza
de la Iglesia, o del nuevo pueblo de Dios en cuanto que envía a su Espíritu Santo con el
que es ungido por el Padre (LG 7,1; 4; Lc4,18). La Stma. Trinidad, que antes de toda
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creación y gracia vive bienaventurada en sí misma, se manifiesta, pues, en el plan de la


Redención por la misión del Hijo y por la misión del Espíritu Santo.

En el Vat. II se presenta el decreto del Padre de la Redención (LG 2), la misión del Hijo
(LG 3) y la misión del Espíritu Santo (LG 4,1). Después (LG 4,2) dice: "Así se
manifiesta toda la Iglesia como una muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo" y en UR 2,6 se designa a esta unidad de las divinas personas
"exemplar" y "principium" para el misterio de la unidad de la Iglesia. La diferenciación
de personas en el seno de la Trinidad, nos dará la diferencia que media entre
Encarnación e Iglesia, pero por otro lado ambas personas enviadas, el Hijo y el Espír itu
Santo, poseen la única e in- . divisible naturaleza del Padre. Luego, podemos concluir:
el Misterio de la Encarnación y el Misterio de la Iglesia constituyen un misterio único:
el misterio de la benignidad del Padre. Lo que se vislumbró apenas en la tradición se
abre con un despliegue insospechado en el Vat. II.

Carácter concreto y visible de la misión del Espíritu de Cristo

En los libros de escuela tradicionales se distingue entre misión visible substancial, si en


la acción creada-temporal del envío se da unión hipostática (Encarnación), y
representativa, en caso contrarío (venida del Espíritu Santo en forma de paloma o de
lenguas de fuego). Por otro lado, se denomina misión invisible si no cae bajo la acción
de los sentidos. Parece, pues, que en esta última deberíamos colocar el envío del
Espíritu de Cristo a la Iglesia y su presencia en ella. Considerémoslo, sin embargo, a la
nueva luz de los textos conciliares.

Después de larga discusión se redactó LG 8,2 así: "Esta Iglesia ordenada y constituida
como sociedad en este mundo, subsiste (subsistit) en la Iglesia Católica, gobernada por
el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él." En una anterior redacción
figuraba, en vez de "subsistit", "est". Al comienzo de la tercera sesión 13 padres
conciliares piden que se mantenga el "est" 19 piden que se redacte "...subsistit integro
modo in Ecclesia catholica"; 25 en la forma "...iure divino subsistit". Con "subsistit in"
quiere expresarse, con sto. Tomás, que la una y única Iglesia; fundada por Cristo tiene
su forma existencial y concreta en la Iglesia Católica... Esta forma concreta sirve al
Espíritu de Cristo para el crecimiento de su cuerpo y constituye con él (el Espíritu) una
realidad compleja (LG 8,1).

La expresión "la Iglesia no es una personificación alegórica, a la manera de una


representación sensible y concreta de una realidad general y abstracta", no hay que
entenderla como una idea platónica supratemporal de la que participan los hombres.
Ella es "en sí misma" una realidad concreta y única, aunque aparezca en forma de
comunidades o diócesis, y está integrada por todos los hombres que poseen el Espíritu
de Cristo (LG 49,1), de modo semejante al Hijo con su naturaleza humana asumida.

Pero "los apóstoles para realizar estos ministerios tan altos, nos dice LG 21,1, fueron
enriquecidos por Cristo con una efusión especial del Espíritu Santo que sobrevino sobre
ellos (cfr. Act. 1,8; Jo 20,22-23), y ellos mismos otorgaron por la imposición de las
manos a sus colaboradores el don espiritual (cfr. Mm 4,14; 2Tim 1, 6-7) que se ha
transmitido hasta nosotros en la consagración episcopal". Según el texto de Juan
aludido, el Resucitado otorga a los apóstoles el Pneuma recibido del Padre mediante una
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acción concreta y perceptible por los sentidos: infundir el aliento. Este alentar tiene,
ciertamente, estructura sacramental, pues causa lo que significa: en el hecho de infundir
el aliento corporal se otorga el "Soplo" sagrado, el santo Pneuma. Aparece así ya la
fundación de la Iglesia por Jesús como acción sacramental. Como que por este "don
espiritual" hay que entender no sólo el ministerio, sino también el Espíritu de Cristo del
cual es inseparable (cfr. 2 Tim 1,7), resulta que el Espíritu de Cristo ha penetrado en la
historia unido a la "transmisión" mediant e la "imposición de las manos". Notemos una
vez más que se realiza de modo concreto y perfectamente determinado en la Iglesia
Católica, de modo que sólo en ella el Espíritu de Cristo tiene en cierto sentido una
historia, es decir un modo de existir temporal (LG 8,2) el cual sólo es reconocible en y
por la fe. Con ello, no se excluye que el Espíritu Santo more en aquellos que no están
plenamente incorporados a la comunidad cristiana (LG 14,1ss.)

Este carácter concreto del envió del Espíritu de Cristo muestra que la Iglesia, término de
la misión del Espíritu de Cristo tal como hemos visto, la una y única Iglesia Católica,
existe (exsistit) solamente en las Iglesias particulares y está. integrada sólo por ellas (LG
23,1). Esta Iglesia Universal no es ninguna "superiglesia", abstracta, de la que participan
las Iglesias particulares (o las distintas comunidades); sino que desde el principio consta
de ellas y "está presente" en ellas ("adest", LG 26,1), de manera que "los sacerdotes allí
donde estén la hacen visible" (LG 28,2) y asimismo también "los laicos en su medio
ambiente" (LG 33,2). La Iglesia, pues, está presente como realidad concreta g visible
siempre y solamente allí donde se reúnen y actúan los hombres a quienes Jesús ha
enviado su Espíritu Santo, es decir, de modo visible y en forma "corpórea" en el Pueblo
de Dios como Cuerpo de Cristo. En ambos misterios, Encarnación e Iglesia, tenemos
una misión concreta de una persona divina que se manifiesta visible y corporalmente.

Señalemos finalmente que, al aumentar en profundidad el conocimiento reflejo que la


Iglesia Católica tiene de sí misma, aumenta también en oscuridad e incomprensión, pues
se percibe con mayor penetración su misterio. No hace falta recordar que los misterios
estrictos de la fe, entre los que se encuentra el Misterio de la Iglesia, son completamente
inabarcables por el entendimiento humano. En la medida en que el hombre intenta
adueñarse más de ellos van descubriendo más su índole misteriosa. Ciertamente puede
decirse que el Misterio de la Iglesia es más incomprensible todavía que el Misterio de la
Encarnación, pues el Hijo se ha anonadado en una naturaleza humana, pero limpia de
pecado, y el Espíritu, por el contrario, ha bajado a una multitud de personas humanas
sometidas radicalmente a la culpa: "Pero mientras Cristo fue "santo, inocente,
inmaculado" (Heb 7,26), "que no conoció el pecado" (2 Cor 5,21), "sólo vino para
satisfacer por los pecados del pueblo" (cfr. Heb 2,17), "la Iglesia abraza en su propio
seno a los pecadores" (LG 8,3). Al considerar, pues, a la Iglesia a la luz de la analogía
con la Encarnación, resulta que deviene visible totalmente como misterio y en tanto que
es misterio.

EL ESPÍRITU DE CRISTO COMO PRINCIPIO DE UNIDAD DE LA IGLESIA

Hay que distinguir entre la encarnación del Hijo, en la que se constituye persona a una
única naturaleza humana, y el envío del Espíritu Santo a una multitud de personas, que
las une entre sí y con Cristo. Por esto no debe concebirse la Iglesia como "encarnación
del Espíritu Santo" a la manera de una unión hispostática. Una unión de personas no es
por definición ninguna unión hipostática (es decir, de una persona con una naturaleza),
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sino de personas ya constituidas como personas. Digamos que las categorías personales
que necesitamos aquí apenas han sido estudiadas. Indicamos sólo que no puede aducirse
en contra de nuestra explicación la "ley fundamental trinitaria": In Deo omnia sunt
unum, ubi non obviat relationis oppositio (En Dios todas las cosas son una sola, cuando
no hay oposición de relación).

Vayamos a los textos conciliares. En LG 13,1 el Espíritu de Cristo es llamado "principio


de asociación y de unidad en la doctrina de los apóstoles y en la comunión; en la
fracción del pan y en la oración", de modo que todos los creyentes extendidos por toda
la redondez de la tierra están en comunicación con los demás en el Espíritu Santo (LG
13,2). Este es también el punto de partida para comprender también la relación que
media con las otras Iglesias y cristianos no católicos: aunque en el pensamiento de la
Iglesia Católica no confiesen la fe total,... etc., sin embargo tienen con ella una "cierta
verdadera unión en el Espíritu Santo" (LG 15,1). Este aspecto es de gran interés para
una teología ecuménica. Por esto insiste UR 2,2: "Después que Cristo fue levantado en
la cruz y glorificado derramó el Espíritu prometido por medio del cual (per quem) ha
llamado y reunido al pueblo de la Nueva Alianza, que es la Iglesia, a la unidad de la fe,
de la esperanza y de la caridad... El Espíritu Santo, que habita en los creyentes, y que
conduce y gobierna a la Iglesia, realiza esta admirable reunión de los creyentes y los
une con Cristo tan íntimamente, que él es el principio de la unidad de la Iglesia".

La encíclica MC, ya dijo que el Espíritu de Cristo realiza la tarea de unir entre sí todas
las partes del Cuerpo de Cristo así como con su excelsa cabeza, "estando todo en la
cabeza, todo en el cuerpo, todo en cada uno de sus miembros". También se designa al
invisible Espíritu de Cristo como principio increado de la unidad de la Iglesia, En LG
7,7 se recogen ambas afirmaciones. Podemos, pues, enunciar como fórmula
fundamental eclesiológica: El mismo y único Espíritu Santo en Cristo g en los
cristianos. En la economía de la Salvación es función propia del Espíritu Santo unir
personas: Cristo es, como origen del Espíritu Santo, la Persona-cabeza; y el Espíritu
Santo, por su envío, une a Cristo con nosotros y a nosotros con él y, ciertamente, como
numéricamente uno y el mismo. Este aspecto podemos expresarlo diciendo: La Iglesia
es el misterio de Una Persona (el Espíritu Santo) en muchas personas. Esta función
corresponde a la una y única función intratrinitaria del Espíritu Santo, vínculo del Padre
y del Hijo como una persona en dos personas.

Creemos que con este transfundo aparece claro que se designe a la Iglesia como
"sacramento visible". En una Eclesiología futura no puede seguir considerándose a la
Iglesia como "continuación de la Encarnación", sino a la luz de la analogía entre los dos
misterios tan diferentes y al mismo tiempo tan íntimamente relacionados.

Tradujo y condensó: ERNESTO SANCLEMENT

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