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Darío El Grande y El Secreto Del Éxito Persa
Darío El Grande y El Secreto Del Éxito Persa
éxito persa
ANTIGÜEDAD
¿Cómo se domina un imperio de tres millones de kilómetros cuadrados?
Con un modelo de gestión que Alejandro Magno no dudaría en plagiar
“Yo soy Darío, el Gran Rey, el Rey de reyes, rey de países que contienen
toda clase de hombres, rey de esta gran tierra larga y ancha, hijo de
Histaspes, un aqueménida, un persa, hijo de un persa, y ario, teniendo linaje
ario”. Así se dirige al mundo todavía, desde una inscripción funeraria de
Naqs-i Rustam, cerca de Persépolis, en Irán, el hombre que gobernó el
Imperio persa en el siglo VI a. C., una potencia que equivalía a medio
mundo.
Línea de sangre
Tomó por esposas a dos hijas y una nieta de Ciro el Grande, para reforzar su
derecho a la Corona, y se adueñó de los harenes de Cambises y Smerdis. La
admirable labor de gobierno que desarrolló en los años siguientes borró
cualquier sombra sobre su posible ilegitimidad. Darío, Darayarahush en su
lengua natal, se ganaría el epígrafe de su antecesor, el Grande.
Relieve de Darío I en Persépolis.
درفش کاویانی/ CC BY-SA-3.0
Un estadista formidable
El nuevo rey dirigió el Imperio persa durante tres decenios y medio. Sin
embargo, su grandeza no residió en su capacidad para permanecer en el
poder, sino en otro talento aún más raro: sus dotes de organizador.
Para conectar entre sí estas ciudades, ordenó trazar una red vial que
atravesaba sus dominios. Las rutas eran espléndidas, tanto que algunas
continúan utilizándose hoy. Estaban pavimentadas, su anchura permitía el
tránsito de carros, y guardias apostados en distintos tramos del circuito se
encargaban de su seguridad.
sin rozarse
La joya de esta infraestructura tan extensa como intrincada la constituía
el Camino Real Asirio, dos siglos anterior a Darío, pero reconstruido por
completo por él. Unía Susa, en Elam, con Sardes, en Lidia, además de
relacionar un centenar de estaciones situadas a lo largo del trayecto.
Con un fin similar, Darío mandó abrir un canal que unió el Nilo con el
mar Rojo. Tenía 140 km de longitud por 50 m de anchura, suficiente para
que dos barcos de la época pudieran navegar a la vez sin rozarse. Se podía
surcar el canal en apenas cuatro días. También incrementó en suelo imperial
los qanats, conductos subterráneos de agua, con el objeto de irrigar las
zonas áridas para aumentar la productividad agrícola.
Para simplificar el pago de tributos –pilar del Imperio, que era de tipo
patrimonial, no racial, ni cultural ni teocrático–, Darío fijó un patrón oficial
de medidas. También acuñó moneda, una novedad en la época. Sin
embargo, su idea no era instaurar una economía monetaria, sino hacer más
sencillas y portátiles las recaudaciones de impuestos.
El sistema fiscal de la antigua Persia fue uno de los mayores logros de Darío
I. Intentó solventar los ingentes gastos públicos sin asfixiar a los
contribuyentes. Estos acudían a centros de recaudación locales, donde
abonaban, generalmente en especie, sus obligaciones tributarias con la
Corona. La cuota, que rondaba el 20% de lo producido por cada cual, era
agrupada en la satrapía y enviada a la corte real.
Otro aspecto con que Darío encauzó la gestión de la potencia persa fue el
religioso. Por un lado, se hizo eco de la tolerancia de Ciro el Grande. Pero,
aun respetando la diversidad confesional, convirtió en religión de Estado la
de Ahura Mazda, el Sabio Señor. Ello contribuyó a la cohesión del
Imperio, dado que este credo monoteísta era universalista.