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Socrates Enamorado PDF
Socrates Enamorado PDF
Sócrates
enamorado
Filosofía para un corazón apasionado
taurus
taurus
C h r is t o p h e r Phillips
SÓCRATES E N A M O R A D O
S ócrates en a m o r a d o
F il o s o f ía para
UN CORAZÓN APASIONADO
TAURUS
PENSAMIENTO
T ítulo original: Socrates in Love. Philosophy for a Passionate Heart
© C hristopher Phillips, 2007
© De la traducción: Miguel Martinez-Lage
© De esta edición:
Santillana Ediciones G enerales, S. L., 2007
T orrelaguna, 60. 28043 M adrid
Teléfono 91 744 90 60
Telefax 91 744 92 24
m w .taurus.santillana.es
ISBN: 978-84-306-0646-7
Dep. Legal: M-29759-2007
Y para
Margaret A n n Phillips
Alexander Phillips
Michael Phillips,
mi madre, mi padre y mi hermano
Í n d ic e
I n t r o d u c c i ó n ............................................................................................... 11
P r im e r a p a r t e . E ros .................................................................................. 21
S e g u n d a p a r t e . S t o r g é ............................................................................. 89
C u a r t a p a r t e . P h e j a .................................................................................. 197
Q u i n t a p a r t e . A g á p e .................................................................................. 25 1
S e x t a p a r t e . A m o r S o c r á t ic o ............................................................. 325
A g r a d e c i m i e n t o s ............................................................................................. 347
L e c t u r a s r e c o m e n d a d a s ....................................................................... 35 1
In t r o d u c c ió n
¿D ó n d e está el a m o r?
del filósofo del siglo v a.C., y le dice a la estatua, o en todo caso dice
sin dirigirse a nadie en particular: «¿Dónde está el amor?».
Estamos sentados en un banco en el parque de A thens Square,
cerca de Astoria, en la zona noroeste del barrio neoyorquino de
Queens. A pesar del calor sofocante de esta tarde de verano, nadie
parece haberse abstenido de salir a reunirse con los demás en el par
que, para disfrutar de la libertad dem ocrática que supone el dere
cho de re u n ió n y de expresión, o para estar un rato solo, o para
disfrutar de u n espacio am plio y propicio para las excursiones fa
miliares y otras agradables reuniones sociales. La prim era vez que
fui a Astoria, cuando era niño, fue para visitar a unos familiares. El
griego era entonces la lengua predom inante en el barrio, más in
cluso que el inglés, y el barrio sigue siendo residencia de más ciuda
danos de origen griego que ninguna otra com unidad de Estados
Unidos. A hora, en cambio, tam bién se oyen hablar otras 150 len
guas en este distrito com puesto p o r cincuenta y ocho barrios en
total, que es u n a de las zonas con mayor diversidad cultural de Es
tados Unidos.
A lexandras fija la atención en u n a m ujer que reparte algo de
com er entre los sin techo, m uchos de los cuales la saludan con
abrazos cariñosos. «Ah, el lenguaje del amor», comenta.
Es u n lenguaje en el que él mismo tiene notable fluidez, aun
cuando tam bién ha tenido su ración de tragedia y desconsuelo.
Hijo único, Alexandras llegó a Estados Unidos procedente de Gre
cia cuando era u n adolescente, poco más que un chiquillo, en los
años cuarenta. Lo enviaron aquí sus padres cuando se libraba en
Grecia la guerra civil, u n conflicto encarnizado que enfrentó a los
comunistas con la población griega. H abitualm ente, los niños y
adolescentes, sobre todo de las regiones m ontañosas del norte de
Grecia, eran secuestrados y enviados por los insurgentes com unis
tas a los cam pam entos situados en países del otro lado del telón de
acero, o bien reclutados a la fuerza para que prestaran servicio en
su ejército. Los padres de Alexandras se gastaron todos sus ahorros
para que él fuese sacado clandestinam ente de Grecia y pudiera em
p ren d er u n a nueva vida en u n país de promesas ilimitadas.
Tras obtener la ciudadanía estadounidense, Alexandras m intió
al decir la edad que tenía y se alistó enseguida como voluntario en
el ejército. Combatió en el conflicto de Corea. N unca h a hablado
I n t r o d u c c ió n
petu ar la dem ocracia, cree que ese «tributo» que entrega, y que
ro n d a la m itad de sus ganancias, debería ser lo m ínim o que debe
ría dar toda persona que «goce de la bendición de vivir en u n a
gran democracia».
Alexandras dejaba abierto de m adrugada su restaurante siempre
que tuve que hincar los codos para preparar u n examen, y tam bién
cuando mis compañeros de clase y yo, aveces con uno o dos profeso
res, íbamos allí a continuar los enriquecedores diálogos que había
mos iniciado en las aulas. Con gran deleite, vi que los otros asiduos
del local a m enudo se nos sumaban en nuestras conversaciones y ex
ponían sus diversos puntos de vista sobre cuestiones tales como
«¿Qué es un buen ciudadano?», «¿Están todos los seres humanos do
tados de derechos inalienables?», e incluso «¿Qué es el amor?».
D espués de que m e licenciara en 1981, al principio nos m an
tuvimos muy en contacto, p ero éste disminuyó con el tiem po, al
verme yo inm erso en el bullicio de la vida cotidiana. Q uince años
después, en 1996, tuvimos u n feliz reencuentro. A lexandras vivía
entonces jubilado (aunque en realidad era más activo y estaba más
dedicado que nunca a muchas causas) con unos parientes, en Asto
ria, donde les echaba u n a m ano con su propio restaurante. Poco
antes, yo me había m udado al norte de Nuevajersey, y él aceptó mi
invitación para asistir a uno de los prim eros diálogos del Café Só
crates que organicé yo. Este hom bre, p o r lo general tan locuaz, no
dijo ni u n a palabra durante el diálogo. «Estaba dem asiado ocupa
do en pensar — dijo después, y añadió— : además, pensar que todo
esto comenzó en mi hum ilde restaurante...».
A lexandras y yo hem os m antenido desde entonces reuniones
frecuentes, sobre todo en verano, cuando Cecilia y yo aprovecha
mos que los alquileres en M anhattan resultan relativamente accesi
bles y organizamos proyectos filosóficos de cierto alcance con gru
pos de m arginados en la región triestatal. En el últim o encuentro
que hem os tenido, el de hoy, A lexandras frunce el ceño, pero este
gesto es tan contrario a su naturaleza jovial que da la im presión de
que sus músculos faciales ni siquiera saben cómo p o n er mala cara.
Se lanza a u n apasionado lamento.
«Ronald Reagan, u n o de mis actores preferidos, dijo que Esta
dos Unidos es “una ciudad resplandeciente en la cima de u n m onte”,
la luz de cuyo faro “guía a los pueblos am antes del am or en cual
I n t r o d u c c ió n
quier lugar del m undo” —dice Alexandros—. Cada uno de los ciu
dadanos ha de ser presuntam ente un rayo de esa luz. Para eso hace
falta algo más que una simple dem ostración de apasionam iento y
del propio derecho que uno tiene a expresarse. Es preciso dem os
trar con la misma pasión que un o es capaz de apreciar y defender
el derecho que los demás tienen a hacer eso mismo. Para ello, hay
que derribar los m uros que nos separan de los demás y construir
puentes de amor».
Sus palabras prácticam ente resultan inaudibles debido a las dos
antagonistas, que han reanudado el griterío en su confrontación.
Alexandros las mira y dice: «Incluso la prim era dam a del país se ha
apuntado a la intolerancia. En u n acto electoral celebrado en
Nuevajersey, antes de las últimas elecciones presidenciales, el servi
cio de seguridad de la señora Bush esposó a u n a mujer, y la desalo
jó a la fuerza, p o r haberse puesto a gritar que había p erdido a su
hijo en la guerra de Irak. Esa mujer, con todo su dolor, en vez de re
cibir u n abrazo y un a m uestra de condolencia, fue objeto de u n a
reprim enda hum illante. La señora Bush dijo al público presente
en el m itin que esa m ujer no había entendido el dolor de aquellos
que perdieron la vida el 11 de septiem bre, que no había entendido
el sacrificio necesario para preservar la libertad de nuestro país. Lo
cierto es que nadie había entendido ese sacrificio m ejor que esa
mujer, a pesar de lo cual la señora Bush no fue capaz de abrirle su
corazón».
Alexandros señala la escultura en bronce de Sócrates. «La socie
dad en que vivió no se hundió bajo el peso de u n a agresión exter
na. Se vino abajo desde dentro, debido a la com pleta ru p tu ra de
toda com unicación entre los ciudadanos, a la ru p tu ra del senti
m iento de afecto, de amor, de los unos p o r los otros. Llegaron in
cluso a desdeñar a todo el que no viera las cosas exactam ente igual
que ellos. Form aron u n a banda violenta y se libraron del propio
Sócrates, porque era un incóm odo recordatorio de los tiempos
gloriosos de la antigua Atenas, del im perio de la demokratía — “el
p o d er del pueblo”—, cuando los ciudadanos se esforzaban en p ro
del bien com ún. Resumió muy bien la realidad de que uno h a de
estar abierto a todos los puntos de vista, a todas las experiencias hu
manas, porque de ese m odo uno ahonda su am or por las personas
y p o r la sabiduría. Aquel hom bre asombroso sacrificó la vida en
Sócrates enam orado
SÓCRATES ENAMORADO
Sócrates fue «el prim er teórico del amor», como h a dicho Eva
Cantarella, destacada estudiosa de la A ntigüedad en Grecia y en
Roma, adem ás de profesora en la Universidad de Milán. Como el
propio Sócrates aclara en el Simposio de Jenofonte, «no recuerda
u n solo instante de su vida en el que no estuviera enam orado». A Só
crates no le satisfacía el m ero esculpir, el refinar m ediante el p e n
sam iento las formas existentes del amor. Aspiraba a crear nuevos
caminos, posibilidades, encarnaciones, nada m enos que en u n a
época en la que sus congéneres, los atenienses, tras su decisiva de
rrota en la segunda guerra del Peloponeso, habían term inado p o r
desdeñar todas las formas de amor, salvo las más narcisistas.
I n t r o d u c c ió n
El m u n d o en fo rm a de co ra zó n
1 T am bién es preciso hacer lo que hizo Platón, esto es, ensam blar los discursos so
cráticos sobre el am or y reflexionar sobre ellos. Al igual que Platón, a veces em pleo
ciertas licencias en la configuración de los diálogos aquí adaptados a p artir de los diá
logos reales en los que tom é parte, con el objeto de reflejar de u n a m anera más fiel
tanto el tono com o el tenor y la sustancia de lo que en ellos se dijo. Por consiguiente,
los diálogos que realm ente se dieron p u ed en m ejor considerarse u n b o rrad o r a p artir
del cual se estructure y se com ponga el diálogo tal com o queda escrito. Además, quie
ro creer que el hecho de encuadrar las cuestiones filosóficas dentro de u n m arco tem
poral concreto n o las ancla de m anera irrem isible en u n m om ento histórico, de m odo
que no pierden valor; ese marco más bien nos debería ayudar a en ten d er cóm o surgen
determ inados patrones universales, determ inadas lecciones, que nos perm iten aplicar
las m ejor al envolverlas en nuestro ánim o, en nuestra propia m entalidad, y abordar de
ese m odo los enigmas más inquietantes, más acuciantes, del hoy y del m añana.
In t r o d u c c ió n
E ros
Breve historia de E ros
legislador de los dioses y los hombres, les perm ite contraer matrimo
nio, y la propia Psyche se convierte en diosa.
E ro s y l a a u té n tic a areté
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Só crates enam orado
buscar y aspirar a ello. Como dice Sócrates, ser «como Eros» debie
ra ser la finalidad de la búsqueda de todo ser hum ano, porque «la
sabiduría es lo más bello, y el am or pertenece a los bellos».
Dicho de otro modo: lo más bello que puede uno amar, según
Sócrates, es la sabiduría. H acem os gala de este bellísim o am or en
nuestros esfuerzos p o r llegar a ser sabios, lo cual es equivalente al
intento p o r descubrir y hacer realidad la naturaleza y el potencial
de la arete, o excelencia hum ana en general. Se trata del «amor de
la belleza» en acción. En este em peño que tanta dedicación requie
re, com petimos con los inmortales.
La a u t é n t i c a a r e t e
¿Ysi el hombre tuviera ojos para ver la belleza? [...] Sólo en co
munión con ella, contemplando la belleza con el ojo de la mente,
será capaz de expresar no sólo imágenes de la belleza, sino también
realidades, y nutrir de ese modo la auténtica arete con el fin de [...] ser
inmortal.
El d eseo y la belleza
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Sócrates enam orado
L a s m o d a lid a d e s d e eros
R e u n ió n c o r d ia l
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Só crates enam orado
La v á l v u l a d e e s c a p e d e e r o s
Si a t i t e h a c e f e l iz
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Só crates enam orado
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Sócrates enam orado
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Sócrates enam orado
deseo «más elevado» sólo puede ser aquel que a uno le haga feliz y
que haga más felices a todos aquellos con quienes u n o cum ple su
deseo —responde Tommie.
—Todos los que vivíamos en la com una deseábamos en aquel en
tonces una suerte de utopía —sigue diciendo April tras una pausa—,
un m undo en el que no hubiera trampas, no existieran el adulterio
ni la hipocresía. Pero pasado un tiempo tanto los otros como yo nos
dimos cuenta de que lo que deseábamos en realidad era encontrar
un alma gemela, una persona con la cual com partir la vida. Me llevó
tiempo dar m e cuenta de que m e había querido rebelar contra la ge
neración anterior a la mía, una generación que había abaratado y
desvirtuado todo el concepto de estar sólo con una persona, pues era
una generación de mujeriegos. Llegué poco a poco a darm e cuenta
de que lo que deseaba era una pareja que fuese genuinam ente igual
que yo, u na persona con la cual pudiese tener u n a relación íntima,
con la cual tuviera un verdadero sentimiento de liberar el am or den
tro de una relación monógama, cosa que la mayor parte de la gene
ración de mis padres no pudo disfrutar, porque los hom bres y las
mujeres de entonces no gozaban de igualdad. Nuestro movimiento
del am or libre posibilitó que los hom bres y mujeres entablasen rela
ciones monógamas con verdadera igualdad entre unos y otros. El au
téntico eros empezó entonces a ser posible.
—Me fui de la com una al cabo de un año. Tommie se m archó n o
mucho después que yo. Al final, se desmanteló —dice April ahora— .
A pesar de todas las drogas que consum íam os para liberarnos de
nuestras inhibiciones, el sexo con los demás en el m ejor de los
casos m e parecía poca cosa. No creo que llegásemos muy lejos en el
intento de lograr la intim idad a la que aspirábamos. Yo sin em bar
go sigo considerando que en cierto m odo fue un éxito, porque fue
u n noble experim ento, em prendido con u n a intención am orosa,
p o r em ancipar el am or de los grilletes patriarcales que lo tenían
aprisionado.
April continúa:
-—He pasado más de dos décadas felizm ente casada con u n
hom bre que es tan am oroso y com prensivo que, p o r auténtico
eros, se entrega con devoción a ayudarme en la satisfacción de mis
deseos. El verdadero eros sólo puede existir dentro de esa clase de
intim idad entre iguales, entre dos personas que desean colmarse
E ros
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Só cr a tes ena m o ra do
hecho mucho por encarcelar todas las formas del sentimiento amistoso.
[...] Sea cual fuere la ética sexual definitavamente adoptada, ésta debe
estar libre de supersticiones y contar con argumentos a su favor recono
cibles y demostables.
El a t r a c t iv o s e x u a l
a los demás —lo mismo da que los «demás» sean otra persona, la
sociedad en que uno vive, el universo mismo— sólo como u n
m edio para la propia satisfacción, sino que además los vea como
u n a finalidad en sí misma. Sócrates creía que sólo m ediante el
cum plim iento del m andato de am or de Diotima podría uno crecer
de un m odo m últiple, que le perm ita «ver la verdadera belleza [...]
y n u trir de ese m odo la auténtica areté, con el objeto de convertir
se en amigo de Dios y ser inmortal».
F ruta p r o h ib id a
Am orloco
La g r a n e v a s ió n
«Este lugar me alim enta pasiones que ningún otro lugar podría
satisfacer jam ás —dice Denny, uno de esos jugadores que hacen
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Sócrates enam orado
a casa y puedo realm ente ser apasionada con la vida en las urbani
zaciones de las afueras, la vida de una m adre aficionada al fútbol
por sus hijos».
Jake, instructor deportivo en un colegio universitario cercano,
dice: «Estoy de acuerdo en que a veces uno necesita separar las
bajas pasiones de las pasiones más elevadas, cultivar unas no a ex
pensas de las otras, sino para que redunde en beneficio de ellas. In
cluso los griegos y los rom anos, los padres del m undo occidental
“civilizado”, perm itían las juergas y las bacanales de vez en cuando.
En vez de ponerse unas orejeras para no ver sus pasiones más p ri
marias, las afrontaban con honestidad, se las perm itían de vez en
cuando, de u n a m anera que los ayudaba a ser ciudadanos más
puros y más productivos. Al perm itir que se celebrasen orgías y
otros frenesíes apasionados, pudieron producir algunas de las obras
de arte más intem porales que nunca se hayan producido. Existe
una conexión entre lo uno y lo otro».
Kep-Tian, que ha venido hasta aquí desde Taiwán, dice que «es
algo que también forma parte de la tradición oriental. Incluso Lao zi,
el legendario filósofo moral del taoísmo, del siglo vi a.C., inventó en
China un juego de azar con apuestas. Supo reconocer que es sano y
necesario cultivar esta clase de diversiones, como también lo es el
papel que tienen en la canalización de nuestras pasiones más temera
rias, de m odo que seamos responsables durante el resto del tiempo».
—¿Ypor qué no alimentar las bajas pasiones a todas horas? —p re
gunto.
—Eso sería como si todos los días fuese Navidad —dice Denny—.
Si les concediésemos todo el tiempo, disminuiría el valor de las bajas
pasiones. Lo mismo sucede si se alimentan así las pasiones elevadas o
las pasiones intermedias. Si las alimentamos en exceso, adquieren de
masiado peso y se vuelven contraproducentes.
Interviene Lupe, u n a trabajadora de la limpieza en un casino de
lujo.
—Yo creo que u n a sólo debería alim entar sus pasiones más ele
vadas. Las mías las alim enta Las Vegas. U na pasión, tal como yo lo
entiendo, es aquello a lo que uno se dedica con más devoción,
aquello con lo que uno se com prom ete con u n gran convenci
m iento. Las Vegas alim enta m i pasión, que es dar de com er a mis
hijos.
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Sócrates enam orado
Eros se d esm an d a
Am or y asco en L as V ega s
En la más famosa de sus obras, Fear and Loathing in Las Vegas: Sava
geJourney to the Heart o f the American Dream [Miedo y asco en Las Vegas:
viaje salvaje al corazón del sueño am ericano], H unter S. Thompson,
periodista gonzo y quintaesencia del criticón norteamericano, se em
barcó en un viaje de seis meses de duración cuyo objeto no era otro
que descubrir lo que él llamaba el verdadero sueño americano. En u n
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Sócrates enam orado
Thom pson señaló que Las Vegas era el epítom e del llam ado
sueño am ericano tal como éste se había realizado, u n lugar en el
que no se toleraba a los perdedores; para éstos, Las Vegas era «la
ciudad más hostil de la tierra». Se consideraba él la quintaesencia
del perdedor, y le pareció castigo apropiado obligarse a perm ane
cer en Las Vegas por espacio de seis meses. U na vez allí, dedujo que
la única opción que le quedaba abierta a un a persona provista de
conciencia social, en u n océano de inconsciencia, era «apretarse
bien las tuercas y hacer lo que uno debe hacer»: seguir luchando
p o r la buena causa de resucitar la ética activista de los años sesenta
con más ánim o que nunca, sobre todo a la vista de que la nave n or
team ericana estaba evidentem ente yéndose a pique.
T hom pson fue alternativam ente objeto de elogio y de condena
p o r parte de liberales y conservadores p o r igual. Fue u n criticón de
criticones, m ala conciencia ejem plar de su época, y se le llegó a ca
lificar, como es sabido, de «otro Sócrates, sólo que soltaba palabras
malsonantes y trasegaba Wild Turkey sin m edida». Para Thom pson
no había vacas sagradas, y este ejemplo de u n a vida de excesos y de
u n brillante periodism o era tan duro como cualquier otro —o in
cluso más— en lo que hacía a su persona y a sus propios efectos.
Su objetivo no era otro que despertar a los norteam ericanos de su
sueño, zarandearlos, espolearlos a librarse de la seguridad aborre
gada y del entum ecim iento que habían term inado p o r im ponerse
en todos los frentes. A un cuando su tarea pareciera n o albergar
ninguna esperanza de éxito, fue implacable en su afán de inform ar
con objetividad sobre «la verdad absoluta», algo que era «una m er
cancía muy poco corriente y sum am ente peligrosa en el contexto
del periodismo». Según su biógrafo, Paul Perry, Thom pson vio for
talecido su ánim o cuando Aspen, su ciudad adoptiva, empezó a ser,
al m enos p o r un tiem po, un lugar de encuentro en el que se con
gregaban «“los hom bres de negocios norteam ericanos sin blan
q uear” [...] con R obert Kennedy y personas p o r el estilo [...] para
hablar a fondo de cuestiones como la relevancia del Bien y del Mal
para el hom bre m oderno y los posibles vínculos espirituales del gé
nero hum ano con Sócrates».
Thom pson articuló su filosofía de la vida de una m anera inm e
jorable en u n ensayo que data de los años cincuenta. El propio Só
crates no podría haberlo dicho m ucho mejor:
E ros
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Sócrates enam orado
E d ip o
El c o m p l e jo d e E d ip o
¿En qué punto deja todo esto el complejo de Edipo que diag
nostica Freud? Su conceptualización está im pulsada p o r la propia
invocación de Freud en el sentido del «Conócete a ti mismo» de Só
crates. Las razones de Freud son similares a las de Sócrates y Edipo:
descubrir u n saber que m antenga la civilización de los hom bres, o
al m enos los rincones respectivos en que habitan cada uno de ellos,
lejos de su disipación. Freud, que en 1938, a los ochenta y dos años
de edad, huyó de Viena con su familia para refugiarse en Inglaterra
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F reud y Sócrates
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F reud c o n t r a l o s g r ie g o s
E ro s y c iv iliz a c ió n
R azón e in s t in t o
H erbert Marcuse afirmó que el eros era puram ente instintivo, algo
que necesitaba p o r fuerza estar em parejado con la razón o con el
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L a ú ltim a te n ta c ió n d e eros
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Só crates enam orado
E l c a m in o in te r m e d io e n eros
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Só crates enam orado
jarlo s dorm ir, para im pedir que tanto los apetitos com o sus dis
frutes y dolores interfieran en el principio más elevado [...], con
tem plar y aspirar al conocim iento de lo desconocido». Si u no no
sigue esta prescripción, Sócrates asegura que estos impulsos se
tornarán más ingobernables, más rígidos, hasta que «la bestia que
llevamos dentro, saciada de carne o de bebida [...] siga adelante
satisfaciendo sus deseos; no hay estupidez ni crim en imaginable»
que n o p u ed a u n o llegar a com eter con tal de saciarlos. En cam
bio, ap ren d ien d o a confrontar esos impulsos, a dom eñarlos, u n o
p u ed e llegar a ser u n a persona cuyo «pulso sea sano y tem plado»,
y p o r tanto más capaz de concentrarse en «nobles pensam ientos
e indagaciones».
A n s ia constante
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Sócrates enam orado
C o m p r o m is o
—Todo com prom iso es un tipo de m atrim onio. Los com prom i
sos llevan consigo responsabilidad, devoción. Pero los mejores tie
n en tam bién u n ingrediente rom ántico, son creativos y amorosos.
Nos hacen sentir más libres de lo que éramos antes de adquirirlos
—dice Rachel, ayudante técnico sanitario, que participa conmigo
E ros
crea que ha alcanzado la cum bre se pare a pensar que aún hay
otra cum bre más elevada que está a la vuelta del camino.
Rachel asiente:
—Mi pareja y yo —dice— practicam os el sexo tántrico, el anti
quísimo arte de cultivar la conciencia sexual. «Tantra» significa
«sexo amante», es decir, com prom eterse en el sexo de tal m anera
que uno se funde con su pareja. Pinde So Brahamande, en sánscrito,
significa que el propio cuerpo es u n tem plo divino, u n m icrocos
mos del universo en sí, y con el yoga Tantra y la m editación uno
aprovecha la energía sexual y le saca partido de m aneras variadas,
conducentes a u n a mayor conciencia sexual y espiritual al mismo
tiempo.
—Mi «biblia del sexo», el Kama Sutra, tam bién es mi biblia de la
vida, mi «Biblia del compromiso» —dice Ana, u n a amiga de Ray
que h a venido desde Atlanta para tom ar parte en la celebración,
organizada después de que el presidente Bush declarara que iba a
encabezar u n movimiento a favor de una enm ienda constitucional
para que se p rohíban los m atrim onios entre las personas del
mismo sexo— . Yo no lo considero, como hacen muchos, como u n
breviario de carácter sexual —dice acerca de los escritos com pues
tos entre los siglos i y vi de nuestra era por el enigmático Vatsyaya-
na, del cual prácticam ente no se sabe nada— . Sus capítulos abar
can todo lo abarcable, desde las posiciones sexuales específicas
hasta cómo lograr las formas más intensas de excitación erótica,
pasando p o r los vínculos que hay entre lo erótico y lo epistem oló
gico o las incursiones sobre el am or en general.
»Kama, en sánscrito, significa tanto «sexo» como «amor»; los
dos se hallan indisolublem ente unidos. En lo que hace referencia
al «mejor compromiso», yo creo que significa que si amas a alguien
hay que dejarlo en libertad, pero en el sentido de hacer el am or a
alguien de m anera que se sienta más libre, más liberado. El Kama
Sutra, o «aforismos sobre el amor», pretende m ostrar de qué m odo
es posible la fusión de Kama con Artha, el bienestar general, y con
Dharma, el código de conducta en la virtud. La vida sexual es el
cam ino para llegar a estar más en contacto con todas las dimensio
nes de u no mismo, y para alcanzar u n mayor com prom iso con el
m undo. Significa que el sexo es algo sagrado m ientras no sea frívo
lo ni prom iscuo, que es u n com prom iso que se contrae con u n a
E ros
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S ócrates enam orado
tar del otro. Pero no term inan ahí. U no empieza a ser más apasio
nado por el cuidado y las atenciones que presta a todas las personas
que se encuentran en su órbita.
—Ese es sin lugar a dudas el ideal, pero me temo que yo m e
quedo lejos — dice John, amigo de Ana, en casa del cual se alojan
ella y su novio m ientras pasan unos días en la zona de la bahía de
San Francisco; hasta ahora se había contentado sólo con escuchar
a los demás— . El otro día estaba en el ascensor del edificio en que
vivo, con mi pareja, y un hom bre de edad avanzada se encontraba
con nosotros. De pronto dijo: «Odio a los maricones».
Mi prim er impulso fue darle un sopapo, pero me sorprendí a m í
mismo, y creo que tam bién a él, cuando m e limité a preguntarle
p o r qué.
No contestó. N ada más abrirse la p uerta del ascensor salió a
toda velocidad y masculló: «Maricones». Porque yo iba de la m ano
con mi pareja, todo lo que alcanzó a ver es que soy gay. Ni siquiera
eso, sólo vio a un «maricón». No supo ver en m í a u n violinista p ro
fesional, ni al padre de dos niños maravillosos adoptados en China.
No vio a la prim era persona de toda su familia que ha hecho estu
dios universitarios y menos aún a una persona que se ha graduado
con u n summa cum laude. No vio en m í a u n hom bre que tiene todo
u n m undo de compromisos sagrados, y no lo vio p o r la ceguera de
sus prejuicios.
— ¿Qué viste tú en él? —pregunto.
—Vi a un viejo homófobo asustado y lleno de odio. Pero después
me paré a pensar: habría sido increíble si hubiese logrado que se
sentara a hablar conmigo. Me fastidia pensar que abandonará este
m undo siendo así, sin llegar a saber por qué odia o teme a las perso
nas que son «diferentes». Pero tam bién me fastidia pensar que yo
me iré de este m undo con mis propios temores y con mis prejuicios.
Estoy convencido de que si nos hubiésemos tom ado la molestia de
conocernos el uno al otro, habríam os encontrado algo en común,
como, no sé, la afición a la filatelia, o lo que sea. Ese habría sido u n
«buen compromiso» para que dos personas que se tienen u n paten
te rechazo se conocieran mejor y vieran si tal vez no estaban recípro
cam ente equivocadas. Aun cuando la cosa no hubiera salido de la
m ejor de las maneras posibles, uno al menos lo habría intentado, y
a buen seguro habría aprendido m ucho sobre sí mismo.
69
S ócrates enam orado
Se x o y s o c ie d a d
E s p e jit o , e s p e jit o
71
Sócrates enam orado
E m b r ia g a d o de am or
73
S ó crates ena m o ra do
75
S ócrates enam orado
Los estudiosos del cristianismo tienen a gala señalar que las pri
meras versiones griegas de la Biblia no hacen uso del térm ino eros,
típicam ente considerado una form a baja de amor. En esta aprecia
ción se pasa oportunam ente p o r alto que la Biblia contiene uno de
los relatos más sexualm ente explícitos, y más sensuales, que jam ás
se hayan contado: es el C antar de los Cantares, o C antar de Salo
m ón, u na pieza de 117 versos, de pu ra poesía del éxtasis, intercala
da entre el Eclesiastés e Isaías. Se trata de un poem a de am or que
versa sobre el despertar sexual y el anhelo erótico de dos jóvenes
amantes. Incluso contiene esta exhortación: «¡Festejad, amigos, y
bebed hasta embriagaros de amor!».
U n estudioso com o R obert A lter ha ap u n tad o que el C antar
de los C antares es un o de los más grandes poem as de am or de
todos los tiempos, u n poem a «en que se fu n d en distintos territo
rios, distintos sentidos, adem ás de los cuerpos m asculino y fem e
nino». El au to r de esta historia bíblica se cree que fue Salomón,
hijo de David y Betsabé, elegido para ser el h ered ero al trono de
David, incluso a pesar de no ser el prim ogénito, p o r el profundo
am or que David tenía p o r Betsabé. En u n a nueva traducción,
Ariel Bloch y Chana Bloch describen el C antar de los Cantares de
este modo:
tar de los Cantares celebra el eros tal como fue concebido en princi
pio, siglos antes, en Grecia, cuando eros era u n a celebración del
am or entre las personas y u n a parte integral (aunque de ninguna
m anera la única) de casi cualquier viaje verdadero de descubri
m iento hum ano.
La belleza d el c o r a zó n y de la m en te
77
Sócrates enam orado
m edios y los fines hacia los cuales ten d ía eran bajos o eran n o
bles. Por si fuera poco, eros no operaba en un vacío, sino más bien
en tándem con otras formas y dimensiones del amor, el am or fami
liar, el am or de la com unidad, el am or existencial y el am or estéti
co entre otros. Era parte integral de los factores que propiciaban
las transform aciones en aquellos con los cuales Sócrates hacía sus
indagaciones.
Alcibiades, el apuesto m ilitar y político, no tiene n in g ú n es
crúpulo cuando habla en el Banquete en nom b re de todos los
dem ás participantes en la conversación. D esnuda su corazón
ante su m e n to r y se vuelve muy elocuente al co m en tar la capaci
dad sin p ar que tiene Sócrates en el arte de conm over el alm a de
u n hom bre:
A hora bien, Alcibiades tam bién habla del m odo en que el esti
lo que tiene Sócrates con las palabras y su m anera de vivir «con se
riedad de propósito» afectan a su m anera de ver a este hom bre. Al
cibiades no está ciego; al contrario, es el prim ero en reconocer que
Sócrates es u n feo espécim en para todo aquel que se limite a m irar
sus rasgos físicos. Sin embargo, en el caso de Sócrates, conocerle es
conocer la belleza; todos los que tienen intim idad con él se dan
cuenta de que esa fealdad superficial no hace sino acentuar el
hecho de que él refleja «imágenes doradas y divinas de belleza tan
fascinante» que m ueven a un hom bre a cam biar de vida y a esfor
zarse p o r vivir la vida de belleza que Sócrates representaba.
E ros
La f e a l d a d e s t á e n e l o j o d e l q u e m ir a
Soy d e m a s ia d o ,s/-;xy pa r a e s t e d i á l o g o
Sócrates puso del revés todas las reglas eróticas. En sus indaga
ciones en el ágora, eran losjóvenes apuestos los que perseguían al
viejo feo, quien, sin embargo, se les antojaba rotundam ente atrac
tivo. A un cuando se vieran frustrados cuando él se negaba a acce
d er a sus intentonas, preferían seguir estando en su compañía, en
zarzados con él en una íntim a indagación filosófica, en vez de no
tener relación alguna con él.
¿Y si Sócrates hu b iera cedido a las propuestas de sus apuestos
interlocutores? ¿H abrían puesto en tal caso fin a sus diálogos con
él? Tal vez no h u b iera sido así. Saciarse sexualm ente es algo que
79
Só crates enam orado
F il t r o d e amor n . '0 9
C onstruya el a m o r q u ie n p u e d a
aquello de lo que uno está com puesto determ ina en gran m edida
qué clase de am or es la que puede construir, si es que puede cons
truir alguna.
F i n g im i e n t o s
81
Sócrates enam orado
R e u n ió n de am or
83
Sócrates enam orado
E xtraño, y s in e m b a r g o f a m il ia r
85
Sócrates enam orado
rido, el Banquete, y del mito del origen del amor, de cómo los seres
hum anos eran en tiempos muy lejanos no exactam ente asexuados,
sino que estaban compuestos de ambos sexos, hasta que Zeus los
separó. Desde entonces, cada u n a de las dos mitades separadas ha
de buscar a la otra, con el anhelo de volver a ser una sola. Nuestra
hija es esa «unión», el entrelazarse de nuestros cuerpos y espíritus.
En ella, nuestros corazones laten como si fueran uno solo.
H an pasado exactam ente diez años desde el día en que Cecilia y
yo nos conocimos. Estamos en el lugar en que nos vimos p or pri
m era vez, en donde trabamos u n diálogo los dos. P ronto seremos
padres, entrarem os en u n terreno com pletam ente desconocido.
¿Cómo reaccionará esa pequeña personita ante mí, ante nosotros,
ante este mundo? ¿Me am ará tal como yo la amo ya ahora? ¿Disfru
tará de suficientes m om entos de alegría como para estar agradeci
da de que la hayamos traído a este m undo? ¿La querrem os de una
m anera que le dé raíces, además de darle alas?
Cecilia se inclina y me palpa la frente arrugada. «Sabrá siempre,
en los buenos tiempos y en los que no sean tan buenos, que vino a
este m undo como fruto de un am or puro».
En ese m om ento, da una patada. «Está agitada—dice Cecilia— .
Es como si dijera: mamá, papá, da lo mismo que estéis listos o que
no, porque ¡allá voy!».
87
S e g u n d a Pa r t e
S torgé
Lazos de familia
T odo q u e d a e n f a m il ia
—No im porta cuán grave pueda ser el error de juicio que com e
tan tus hijos, o cuánto se alejen de los valores que uno trata de in
culcarles, pues jam ás se pierde del todo la fe en ellos, y siem pre se
les quiere igual —dice Jean en respuesta a la cuestión que estamos
exam inando, es decir, «¿Qué es el am or de padres?».
—De lo contrario —dice esta abogada, m adre de tres hijos—
no se trata de verdadero am or p a tern o o m aterno. El am or pa-
Sócrates enam orado
Suspira.
—Sin embargo, hay una parte de m í que sabe que no im porta lo
buenos y lo cariñosos que puedan ser los padres, porque las cosas
pueden salir terriblem ente mal. Si ése fuera mi hijo, me digo, ¿que
rría yo que se le perdonase la vida? Por descontado que sí. Sin em
bargo, como no es mi hijo, lo juzgo de m anera implacable. No obs
tante, en el preciso instante en que me obligo a considerar la
posibilidad del «y si ése fuera mi hijo», el am or m aterno entra en
juego, y encuentro u n a capacidad de p erd ó n superior a todo lo
demás. Ruego a Dios que nunca me ponga a prueba como a los pa
dres de R udolph y de McVeigh. ¿Cómo podría estar a la altura de
esa prueba máxima del am or paternal?
—Sé de algunos padres y m adres que han desheredado a sus
hijos p o r haber com etido «delitos» infinitam ente m enos graves
que estos que estamos com entando —dice Penélope— . Sin em bar
go, como hicieron algo que no se adecuaba a los deseos de sus pa
dres fueron desheredados. Y esto puede ser debido a cosas tan in o
cuas o tan ridiculas como em prender u n a carrera profesional a la
que sus padres se oponen, o ser gay, o casarse con alguien al cual
sus padres no ven con buenos ojos, o quedarse em barazada fuera
del m atrim onio. C ualquier padre que trata a su hijo de ese m odo
no practica realm ente el am or paternal, ese am or que es provisión
y guía, pero tam bién aceptación del otro.
Penélope añade:
—Mi m arido es dirigente sindical y yo soy activista política libe
ral. Procuram os educar a nuestro hijo de m anera que no piense
que el dinero es el valor que acabará con todos los valores, sino que
«cambiar el m undo» es en realidad lo que im porta. Pero él, sin em
bargo, puede optar p or dedicarse a una carrera centrada en el di
nero, y puede llegar a convertirse en un conservador en política.
Da lo mismo qué elecciones haga nuestro hijo; yo sé que algunos
de los valores que le hem os inculcado perm anecerán. Sé que será
u n a persona de buen corazón incluso si no elige el camino que n o
sotros esperamos, que nosotros confiamos en que elija.
—¿El am or paternal es tan sólo cuestión de aceptar los valores
que escoja el propio hijo, aun cuando estén en conflicto con los
nuestros? —pregunto— . ¿O unos padres cariñosos también deben
estar abiertos a esos valores de su hijo que están en conflicto con
Só crates enam orado
P erdónam e, padre
[...] unas lágrimas como perlas cayeron rodando por sus mejillas. [...]
Yo también lloré. Vi con claridad la agonía que estaba viviendo mi
padre. Esas perlas, esas lágrimas de amor purificaron mi corazón. [...]
Sólo quien haya experimentado un amor semejante puede saber en
qué consiste. [...] Ésta fue para mí una lección objedva de amor. Vi en
tonces en esa lección solamente el amor de un padre, pero hoy sé que
era amor puro. Cuando ese amor es capaz de abarcarlo todo, transfor
ma todo lo que toca.
T o d o s s o n m is h i j o s
—Por ser el prim ogénito, ahora me toca ser el hom bre de la fa
milia —me dice Javier, más bien Javi, que es como lo llamo desde
hace m ucho tiem po— . En eso consiste el am or familiar, en respon
d er a la llam ada cuando te toca dar un paso al frente.
Alto y sum am ente guapo a sus diecinueve años, se acaricia con
gesto distraído la perilla a la vez que habla con voz grave. Muy lejos
queda aquel jovenzuelo rubio y delgado con el que com encé a filo
sofar hace casi una década, en uno de los primeros Clubes de Filóso
fos que puse en m archa para niños yjóvenes en la zona de la bahía de
San Francisco. Javi vivía en u n apartam ento muy p eq u eñ o y muy
destartalado, con sus padres, que habían emigrado a Estados Unidos
procedentes de Guatemala, y con sus cuatro herm anos y hermanas.
Javi sigue llevando el mismo tipo de gafas redondas que llevaba en
tonces —ahora dice que son las que le gustan porque son las que
usaba Jo h n L ennon— y sigue tan pensativo como siempre. Ésta es
la prim era vez que nos vemos en más de cinco años, desde que su
familia se m udó al este de Los Angeles. Estamos sentados en el es
calón de entrada de la casa en la que vive su novia.
—Mi p ad re ten ía aquí u n b u e n em pleo, era trab ajad o r de la
con stru cción — dice Javi— . A pesar de ser m uy b u en o , quem ó
todos los puentes. Sus problem as con la b ebid a se h ab ían agra
vado, lo cual nos puso en u n a delicada situación. U na n o ch e,
tras h a b er estado meses sin trabajar, se largó m ientras los dem ás
dorm íam os.
»Te podrás im aginar la angustia de mi madre. D urante u na tem
p orada ni siquiera pudo dormir. Me pasaba la noche en vela, cui
dándola. Como ya he dicho antes, m e tocó ser el hom bre de la
casa, de m odo que ahora cuido de todos y lo hago todo lo bien que
100
St o r g é
En e l n o m b r e d e l a m a d r e
U n a s u n t o d e f a m il ia
Al igual que ocurre con el eros, el lazo que une a las personas p o r
m edio de la storgé comienza con lo más íntim o o lo más inm ediato,
pero no siem pre term ina ahí. Y tam bién como en el caso del eros,
las formas inferiores y superiores pueden estar e n ju eg o de m ane
ra sim ultánea, e incluso com petir p o r la prim acía. En el m ejor de
los casos, los sentim ientos que auspicia y fom enta la storgé pueden
cifrarse en el ím petu de am pliar el espectro en que uno se mueve,
de m odo que sea más incluyente, al tiempo que se aspira a un obje
tivo más elevado que el m ero apoyo m utuo entre las partes.
El auge y la caída de la antigua Atenas comienzan y term inan en
aspectos sum am ente reveladores por los lazos familiares. En su m o
m ento de máximo esplendor, la storgé ateniense fue un factor clave
en el cultivo de la im aginación empática, lo cual dio lugar a una
serie de avances intem porales en la filosofía, la estética, lo cultural,
lo espiritual y lo político; en su punto de máxima decadencia, fue
una de las causas principales de las agrias divisiones internas entre
diversas facciones.
Aún estoy por encontrar una obra, sea erudita o sea del tipo que
sea, en la que se escriba sobre Sócrates en relación con la storgé,
aun cuando este tipo de am or sustentó en gran m edida su am or y
cimentó su búsqueda de las verdades redentoras, así como su sub
siguiente decisión de tomarse la cicuta y m orir antes que poner en
tela de juicio todas sus posturas y dudar de sus afanes. Sócrates se
vio obligado a actuar tal como lo hizo p o r puro am or a su familia,
Só crates enam orado
R e n c il l a s f a m il ia r e s
L azos d e sangre
—La sangre debería ser más espesa que cualquier otra cosa [...],
en especial, más espesa que el agua y la política, ¿de acuerdo? Y, sin
em bargo, durante gran parte de mi vida he puesto yo el agua y la
política p o r encim a de la familia —Elequem edo, a sus ochenta y
u n años, m ira por la ventana del cuarto de estar de su casa y ve u n a
pancarta extendida de un lado a otro de la calle, en la que se lee:
«Patria o Muerte».*
»La fam ilia es la única patria verdadera —dice— , tanto si se
halla separada p o r u n a extensión de mar, com o si sus m iem bros
107
Sócrates enam orado
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Sócrates enam orado
110
Storgé
111
S ócrates enam orado
113
S ócrates enam orado
115
Só crates enam orado
nos hem os dejado cegar p o r las ideologías. Las ideologías han dis
torsionado el idealismo apasionado p o r el cual arriesgamos los dos
la vida. Dicen que la caridad em pieza po r casa, pero yo no he sido
muy caritativo con él. Es algo que debo remediar.
«La visita de Richei me abrió los ojos. Nadie podrá poner en duda
que el camino que él trazó hasta la puerta de mi casa estuvo pavi
m entado con la intención de construir «el am or familiar»*. Su visita
ha sido justam ente esa «dosis de humanidad» que yo necesitaba.
A su n to s d e f a m il ia
U n i r l a s is l a s
119
S ócrates enam orado
F a m il ia t r ib a l
cual los talentos y las capacidades que más aportaran a una mayor
actualización del yo y de la sociedad. La dem ocracia tribal que se
esforzaba p o r llegar a la arete estaba inspirada e im pulsada por u n a
elevada form a de storgé.
Hoy en día, otra nación democrática de base tribal está m ostrán
donos el cam ino para am pliar y ahondar el concepto de am or fa
miliar, en u n a época en la que incluso las sociedades más abiertas
descubren que esa m eta es, en el m ejor de los casos, esquiva.
E n e l n o m b re d e l ubuntu
125
S ócrates enam orado
Mbeki dijo que los anteriorm ente oprimidos y los opresores form an
parte por igual de una misma historia, u n a historia de sufrimiento y
esperanza, y que nos necesitamos los unos a los otros más que
nunca si realm ente vamos a iniciar este capítulo nuevo y a tener una
historia inolvidable que sirva de inspiración en el m undo entero.
Dijo tam bién que hem os de perm anecer unidos, que hemos de
considerarnos una sola tribu, para que «quienes sufrieron las des
ventajas puedan ocupar su lugar en sociedad, en pie de igualdad
con sus congéneres». Aquel discurso en el que dijo «soy u n africano»
cambió el m odo en que yo veía a los blancos, el m odo en que me
veía a m í mismo, a mi tribu, el m odo en que consideraba mi lugar
en todo ello. No podía valorarm e plenam ente sin valorar plena
m ente a todos los demás. En eso consiste el ubuntu.
—También a mí, el discurso del presidente Mbeki me llevó a
cam biar mi form a de vida, m i m anera de considerarm e —dice
Rose, la m ejor amiga de Mae— . Para cum plir con mi papel y dar a
los que históricam ente habían sufrido las desventajas la ocasión de
ocupar su lugar en la sociedad, he renunciado voluntariam ente a
mi trabajo de funcionaría del gobierno federal varios años antes de
lo que me hubiera correspondido, y estoy adiestrando a u n a negra
sudafricana para que me sustituya.
»Cuando haya com pletado su preparación, pasaré a estar entre
ese 40 por ciento de personas sin empleo. Pero seguiré aquí, en Su
dáfrica, porque valoro a estas personas, valoro este lugar, me valo
ro a m í misma entre esas personas y en este lugar, aunque estoy se
gura de que ese valor quedará puesto duram ente a prueba cuando
mis fondos financieros se agoten del todo.
—La huida de los blancos de Sudáfrica se ha dado p o r las p eo
res razones posibles —dice Mae a continuación— . Los que huyen
valoran ante todo el «yo, mí, me, conmigo». No desean sacrificarse,
ni siquiera a corto plazo, a cambio de los beneficios que a la larga
pueda ganar su tierra. El resultado ha sido una terrible fuga de ce
rebros. Profesionales como médicos, abogados, ingenieros, econo
mistas, se h an m archado a millares. Al igual que Rose, yo pienso se
guir aquí incluso cuando me quede en el paro, u n a vez concluya
mi trabajo para el gobierno federal. Q uiero que m i hijo tenga aquí
sus raíces, que esté enraizado en lo que Mbeki h a llam ado la nueva
tribu, la identidad com partida de la «africanidad». H uir sería ense
Só cr a tes ena m o ra do
todo en nom bre del am or que se tienen el uno al otro, pero tam
bién en nom bre de la tarea de hacer que nuestra sociedad sea p or
fin el lugar ajeno a los colores que necesita ser. Bueno, ajeno a los
colores no es exacto: se trata de que sea un lugar en donde todos
los colores tengan el mismo valor.
—Lam ento ser un aguafiestas en todo esto del ubuntu ■ —dice
Khoe, amigo de Moelcetsi—, pero es muy difícil sentirse igual cuan
do u no sigue sin ten er los privilegios y las ventajas que tienen los
blancos. ¿Cómo voy a tratar a los demás como si fueran mis iguales
si ni siquiera jugam os en la misma división?
A lo cual Samora responde así:
—El padre M andela pasó casi tres décadas encarcelado. H an
hecho todo lo que han podido para degradarle y humillarle. El les
mostró en cambio lo enclenques que eran ellos y lo grande que era
él, no porque se pusiera por encima, sino porque no se puso nunca
por debajo de ellos. U no no debe perm itir que las circunstancias
determ inen cómo se valora a sí mismo y cómo valora a los demás.
—Sólo gracias a los que no quisieron esperar a que se dieran en
Sudáfrica unas circunstancias ideales nos hallamos hoy a una década
de distancia del veneno del apartheid —dice la m adre de Samora— .
Hemos llegado a este punto gracias a la creencia com partida entre
los activistas anti apartheid de que eran absolutam ente iguales en
todo a sus opresores. Su decisión de actuar a partir de esa creencia y
en bien de la gran tribu sudafricana fue el elem ento decisivo en este
progreso.
— ¿Y cómo se zanjan las cuentas pendientes que se tengan con
las tácticas violentas de algunos revolucionarios con el «preciadísi
mo valor» del ubuntu ? —pregunto— . ¿Significa acaso que en u n
m undo im perfecto, a fin de crear las condiciones necesarias para
u n a sociedad basada en la «hum anidad para con los otros», algu
nas veces se debe actuar de m anera violenta?
—La inm ensa m ayoría de los activistas em pleó la violencia
como recurso últim o, cuando no quedaba más opción que ésa
para im pedir que siguiera su curso la m atanza generalizada e in
discrim inada de los negros —señala Venda— . Pero hubo algunos
que en efecto se excedieron, rebajándose al mismo nivel de los
opresores. C uando los días de los mayores tum ultos quedaron
atrás, Nelson M andela y el Obispo D esm ond Tutu establecieron la
S ócrates enam orado
R e c o n c il ia c ió n y perd ón
Soy po rq u e som os
Am o r e n l a f a m il ia m il it a r
137
Sócrates enam orado
El a r t e d e l a pa z y e l a m o r
141
Sócrates enam orado
so precipitada. Sun Tzu dijo que estos defectos de carácter son «fata
les» e incluso «desastrosos» en los asuntos militares. El, que en mu
chas ocasiones había presenciado con sus propios ojos los horrores
de la guerra, y había prestado servicio tanto con muy buenos como
con pésimos comandantes, tenía una aguda conciencia de que, inclu
so en las mejores circunstancias, muchos han de m orir en la guerra,
unos con nobleza, otros no tanto. Pero tam bién sabía que las deci
siones que tom ara u n com andante, basadas en gran m edida en su
tem peram ento personal e informadas por el respeto (o la falta del
mismo) que tuviera por sus tropas, habrían de determ inar si morían
o seguían con vida infinidad de soldados. Se propuso, así pues, elabo
rar estrategias pragmáticas para vencer en la guerra, que a su vez mi
nimizaran el núm ero de muertos y heridos por ambos bandos. Sus
obras dem uestran hasta qué punto era consciente de que todo solda
do es hijo o esposo o padre o abuelo o nieto, alguien que ante todo
desea regresar con sus seres queridos; por consiguiente, pensó dete
nidam ente en cómo evitar por completo los conflictos violentos.
Al igual que Sócrates, Sun Tzu creía que uno de los dogmas rec
tores de la vida debe ser «Conócete a ti mismo», y que esto era in
cluso más válido en el caso de aquellos cuyas decisiones determ i
nan el destino de tantos otros. El arte de la guerra, de Sun Tzu, trata
principalm ente del arte de conocerse a uno mismo, de cultivar
aquellas virtudes que a uno le perm iten ver el conflicto como si
fuera una oportunidad para forjar la paz, e incluso ofrecer amor,
desde dentro y desde fuera. Ralph Sawyer, estudioso de Sun Tzu,
ha observado que el libro de Sun Tzu «en repetidas ocasiones hace
hincapié en la necesidad de la racionalidad y del dominio de uno
mismo» en todos los tratos que en trañ en conflicto, de m odo que
u n com andante sabio de veras ha de cultivar los «rasgos ideales» de
la sabiduría, el conocim iento, la credibilidad, la benevolencia, la
disciplina, la valentía y el análisis habilidoso, de m odo que todas las
pasiones que podrían im pulsarle a entablar com bate prim ero y a
pensar después queden debidam ente sujetas p o r el bien de todos
los integrantes de su familia m ilitar que están a sus órdenes, y, a la
larga, en aras de la propia nación que está llam ado a proteger y a
preservar.
La g e n e r a c ió n m ás g r a n d e
nos era muy consciente de los sacrificios que hicieron sus soldados;
de hecho, los soldados y los civiles por igual hicieron im portantes sa
crificios en nom bre del esfuerzo bélico, y muchos de ellos pasaron
penurias y privaciones con u na idea clara del propósito común, de
la misión que com partían. Es poco probable que u na generación
quede caracterizada y sea realm ente «grande» a m enos que exista
un código común, un concepto patente de que todos están en ello
a raíz de u n a idea de deber com partido, de sacrificio com ún, ya sea
po r contribuir al esfuerzo bélico en el suelo patrio, ya sea hacién
dolo en el extranjero. Si la desconexión es tan grande que la mayo
ría de los norteam ericanos dejan de tener claro el concepto del sa
crificio que llevan a cabo sus soldados, se trata de u n a indicación
clara de que la nuestra ha pasado a ser u n a familia disfuncional.
Va l o r e s f a m il l a r e s e n Sócrates
El pa d r e es e l q u e m ás sabe
terno bascula sobre el hecho de que los hijos hagan lo que les
dicen los padres, y estén a la altura de sus expectativas? No tenem os
m odo de precisar si fue tan autoritario en la paternidad como de
m ócrata en la práctica de la filosofía, aunque parece bastante claro
que aspira a canalizar la energía de su hijo, ese genio que tiene, ale
ján d o lo de lo que percibe como fuente de conflictos evitables con
los padres, y encam inándolo hacia finalidades más productivas,
como es el desarrollo de uno mismo.
En este relato de Jenofonte, Sócrates sigue diciendo a Lam pro
cles que los padres se ponen a sí mismos el listón más alto que a
nada en el m undo. Dice a su hijo que el papel de padre consiste en
proporcionar a los hijos «todas aquellas cosas que a su juicio serán
provechosas para su bienestar y, de todas esas cosas, proporcionar
les tan gran m edida como sea posible». No se refiere con esto a las
posesiones materiales. Sócrates no rechazaba las cosas materiales,
pero tam poco las adoraba, y no contaba con que ninguno de sus
hijos incurriese en esa adoración. A preciaba sum am ente sus raí
ces y sus valores de clase m edia, y se contentaba con ser u n a perso
na de recursos más bien modestos, incluso en u n a época en la que
sus conciudadanos de clase m edia habían tom ado u n a vía rápida
hacia la acum ulación de u n a gran riqueza como era el comercialis
mo virulento, sin que por ello les importase abandonar valores que
du ran te m ucho tiem po habían tenido en muy alta estima. Para la
mayoría, la acum ulación de dinero y de los bienes materiales que
el dinero proporciona se había convertido en una finalidad p o r sí
misma, y ése era el nuevo valor que la mayoría de los padres trataba
de inculcar a sus descendientes con verdadero ahínco, con pasión
incluso. H abía numerosos sofistas a sueldo dispuestos a dar validez
a esa filosofía paterna, y a asegurar a los hijos que hacía falta m ucho
valor para em prender la búsqueda de la riqueza material sin pedir
disculpas p o r ello, equiparando el am or con el hecho de colm ar a
los hijos de bienes materiales.
Entretanto, Sócrates siguió proponiendo como modelo para sus
hijos y para otros jóvenes otros conjuntos de valores radicalm ente
distintos. La diferencia consistía en que a él em pezaba a vérsele
ahora como una persona que corrom pía a lajuventud p o r predicar
esos valores. A los padres les preocupaba que sus hijos pudieran
quedar contam inados por tal ejem plo, y cuestionaran su propia
St o r g é
güenza. La única razón por la que uno traía hijos al m undo, a su en
tender, era la de inspirarles y equiparles y guiarles en su propia bús
queda de la «sabiduría, la verdad y la mej ora de sus almas».
Desde el punto de vista aventajado que da el paso de algunos si
glos, el resultado del juicio contra Sócrates tal vez parezca fantásti
co. No lo fue en absoluto.
Tucídides, historiador griego (460-400 a.C.) cuyas magistrales
crónicas de la historia ateniense durante este periodo se conside
ran aún hoy u n pu n to de referencia en cuanto a su objetividad,
describió así el desplom e de Atenas después de la d erro ta en la
G uerra del Peloponeso:
De t a l p a l o , t a l a s t il l a
153
S ócrates enam orado
La m a d r e p a t r ia , l a p a t r ia a s e c a s
Si tuviera que vivir más tiempo, tal vez cayeran sobre mí los in
convenientes de la vejez [...]. La experiencia del pasado nos enseña a
ver que quienes padecen injusticias y quienes las cometen no dejan
precisamente una reputación análoga después de su muerte. En tal
caso, si muero en esta ocasión tengo la certeza de que la posteridad
honrará mi memoria más que la de aquellos que me condenan. Y es
que de mí se dirá que nunca hice nada mal hecho, nunca di un mal
consejo a nadie, y dirán que me esforcé durante toda mi vida por ani
mar a practicar la virtud a quienes pasaron su tiempo conmigo.
155
T erc era Parte
X e n ía
A m o r p o r el fo r a ster o
F ronteras
A quí n a d ie e s e x t r a n je r o
S ié n t e t e c o m o e n t u ca sa
—Ésa es la filosofía del «amor por los forasteros» que mis padres
me inculcaron: que en la m esa siem pre haya sitio p ara u n o más
—nos dice ahora— . A la hora de la cena siem pre pongo u n plato
de más en la mesa. Es muy raro, desde luego, que u n extraño se sien
te con nosotros. Puede ser u n vendedor a domicilio que ha tenido
m ala suerte, un m exicano que ha cruzado el desierto con su m ujer
em barazada y que viaja cam ino de Chicago, donde le han p ro m e
tido u n trabajo. U na buena cena y un poco de conversación p u e
den suponer u n a gran diferencia. Puede ser como u n a segunda
oportunidad. Tan sólo nos limitamos a continuar la tradición que
ellos iniciaron.
Sigue diciendo:
—Hace años era poco corriente que un mexicano cruzara la fron
tera por el desierto para entrar así en Estados Unidos. Nadie ama su
tierra tanto como ellos. Son capaces de hacer lo que sea con tal de no
irse de su tierra; lo que sea, salvo m orir de hambre. Ésta es señal de
que ahora viven muy malos tiempos: son muchos los que arriesgan la
vida para venir a Estados Unidos. Nuestro presidente los llama «traba
jadores invitados». Como son nuestros invitados, al menos a algunos
queremos darles un poco de hospitalidad, y les agradecemos que
hayan venido y que sean la locomotora de nuestra economía.
—El Levítico nos dice que amemos a los desconocidos, al prójimo,
como a uno mismo —comenta Emma—. Cumplimos con ese manda
m iento de la Biblia. El amor a los extraños es una especie de am or a
los vecinos. En el m om ento en que muestras este amor, los descono
cidos pasan a ser como los vecinos. Nunca lo olvidarán si tienes con
ellos un acto de amabilidad, y es probable que un día transmitan esa
misma amabilidad a alguien que se encuentre necesitado.
Dice a continuación:
—U no de los pocos que han llamado a la puerta de nuestra casa,
un hom bre que vino a pedir agua, era de Chiapas, México. Nos contó
cómo la organización del Acuerdo del Libre Comercio en N ortea
mérica, o NAFTA, los ha hecho papilla. Era un cultivador de café de
cuarta generación, pero ahora resulta que las cadenas norteam eri
canas pueden vender sus productos al por m enor en México, a p re
cios más baratos que los que él consigue vendiéndolos al p or mayor
en su propio país. Sus planes eran ahorrar lo suficiente para com
p ra r u n taxi, y volver entonces para ganarse la vida com o taxista
X e n ía
E x t r a n je r o e n t ie r r a e x t r a ñ a
La c iu d a d d e l a m o r a l p r ó j i m o
U n a c iu d a d d e d e s c o n o c i d o s
E x t r a n je r o e n t ie r r a a m ig a
seres hum anos, sin im portar su raza, son parte del wakan tanka, de
la esencia espiritual.
»Vengo aquí cuando se celebra el día de Colón, todos los años.
Vengo a llorar lo perdido, aun cuando en las culturas de América
sea u n día de celebración. Y lloro porque desde la llegada de Colón
la tradición indígena del am or y la hospitalidad la em plearon los
colonos contra nosotros. Cuando superaron todos los m om entos
críticos en los que mis antepasados acudieron en su auxilio, y cuan
do tuvieron u n firm e asentam iento en tierra, se volvieron contra
los indígenas y trataron de exterminarlos. No les bastaba con poseer
nuestra tierra; tam bién quisieron librarse de los pobladores que la
ocupaban.
Aj e n o s a l a a m a b il id a d
de las pocas com unidades pobres que no quedó totalm ente des
truida p o r el huracán. Muchos de los que conservaron intactas sus
casas abrieron sus puertas a los que, como yo, necesitábamos un re
fugio. No tenían suministro eléctrico, no tenían apenas comida ni
agua; pero tenían un techo sobre sus cabezas, y eso fue lo que ofre
cieron a los demás, con la convicción de que, en efecto, debemos cui
darnos unos a otros.
—Estuve aquella prim era noche en el Centro de Congresos —di
ce Samuel, em pleado de un casino— . Allí vi horrores de los que no
voy a decir ni un a palabra. H ubo u n total desplom e del sistema de
atención a los demás. Sin em bargo, tam bién allí hubo u n puñado
de personas que se abstuvieron de consum ir agua y comida, dando
en todo m om ento lo poco que tenían a los demás. Lo que hicieron
nos avergonzó profundam ente al resto. No es que cuidasen de los
demás p or un «inteligente interés propio», no lo hicieron para ob
tener ganancia personal de ninguna clase. Lo hicieron porque era
lo que había que hacer, y punto.
—En los prim eros días, después de la catástrofe, algunos forma
mos u na tribu —dice Taylor, vendedor de perritos calientes que no
se movió de Nueva Orleans— . Al principio, prácticam ente tan sólo
nos preguntam os unos a otros cómo nos llamábamos. Unimos
fuerzas p o r u n sentim iento instintivo, convencidos todos de que
ninguno podría cuidar de sí mismo p o r su cuenta y riesgo. U no de
nosotros se quedaba en nuestro refugio improvisado para vigilar lo
poco que teníamos, para que los saqueadores no se lo llevasen.
O tro buscaba comida, otro curaba las heridas de los demás, otro se
encargaba de conseguir agua, otro se ocupaba de en co n trar ropa
y colchones, etcétera. Fue u n pacto improvisado para cuidar los
unos de los otros.
—Para mí, la cuestión no es si debem os cuidarnos los unos a los
otros. Es más bien cómo debemos cuidar los unos de los otros —dice
Ethel al rato— . La razón p o r la que se produjo esta catástrofe no es
tanto el desplom e del sistema de atención a los demás per se, sino
de prestar esa atención del m odo apropiado.
»Es preciso que descartem os el «cuidado entre colegas» con el
que nos hemos ido apañando. Es preciso dejar de p o n er p o r delan
te de todo lo demás a ese reducido círculo de amigos y de seres
queridos. Si hubiera existido u n director decente de la FEMA
Sócrates enam orado
des. Recojo los despojos, ayudo a las personas a rescatar sus perte
nencias de los restos de sus casas. Lo que sea.
En ese m om ento, oímos u n a em ocionante música de blues que
llega poco a poco donde estamos. Pasa u n a procesión fúnebre.
Todos se levantan sin m ediar palabra. Es tradición muy antigua en
Nueva O rleans que los desconocidos se sum en al paso de una pro
cesión fúnebre y acom pañen el sepelio. Samuel y yo nos vamos con
ellos.
C u id a r y c u id a r a n u e s t r o s s e m e ja n t e s
fendió sus ideales fascistas, que son en todos los sentidos la antíte
sis de su concepto de cuidados, llegando a traicionar entre tanto a
m uchos de sus discípulos más prom etedores, la m ayoría de ellos
judíos.
Así como H eidegger y sus legiones de defensores han inventado
desde entonces toda una panoplia de explicaciones sobre el p o r
qué traicionó su propia ética, un antiguo discípulo suyo, Hans
Joñas, decidió que su com prom iso vital fuese vivir de acuerdo con
esa ética. Joñas (1903-1993), ju d ío alem án exiliado de la Alemania
nazi, cuya m adre m urió en Auschwitz, se presentó soldado volunta
rio en la B rigadajudía del 8.° Ejército Británico, y combatió du ran
te los cinco años de la II G uerra M undial contra los nazis. En su
libro fundam ental, The Imperative of Responsability [El imperativo de
la responsabilidad], Joñas escribe que «si bien la tecnología m o
derna, inform ada p or un a penetración cada vez más profunda de
la naturaleza e im pelida por las fuerzas del m ercado y la política,
ha realzado el poder del ser hum ano hasta situarlo m ucho más allá
de todo lo que previam ente se hubiera conocido e incluso se h u
biera soñado», estamos esgrim iendo ese poder de m odos muy p er
niciosos. Cuando no estamos agotando nuestros recursos naturales
o contam inando el medio ambiente, afirma, estamos sojuzgando a la
naturaleza de múltiples maneras, conducentes a la destrucción del
planeta y a nuestra propia aniquilación. Si vamos a poner coto a esto,
estim ajonas, debemos generar «una nueva solidaridad de la hum a
nidad entera», aunándonos así de una m anera en la que todos noso
tros consideremos que «el cuidado por el futuro de toda la naturale
za en este planeta es una condición necesaria del ser humano».
Joñas afirma que la necesidad del cuidado del m edio am biente
es de hecho tan acuciante que convierte todas las demás cuestiones
éticas en algo poco menos que obsoletas. Yo en cambio diría que el
cuidado del m edio am biente debería estar considerado entre las
facetas fundam entales del cuidado hum ano en general. Al fin y al
cabo, esa sensibilidad am oral que impulsa a unos a explotar con
absoluta desvergüenza la naturaleza de un m odo que podría de
sembocar en su colapso, que sería al mismo tiem po el nuestro, es la
misma sensibilidad o, más bien, falta de sensibilidad, que impulsa
a otros a tratar a algunos grupos de seres hum anos de u n m odo ab
solutam ente inhum ano. Sólo cuando lleguemos a im portarnos los
Sócrates enam orado
El i n t e r é s e g o í s t a i l u s t r a d o
Fa llo e n l a a t e n c ió n a l o s d em á s
bles en todo el m undo es algo que podría hacernos sentir más estre
cham ente conectados con quienes están muy lejos de nosotros.
Podríam os llegar a considerarlos en cierto m odo nuestros veci
nos. A resultas de ello, podríam os encontrar la inspiración necesa
ria para buscar constantem ente modos de hacer más para ayudarles
con los recursos de que disponemos.
M e d ic ió n d el m u n d o en fo rm a de co r a zó n
El e q u i p o h u m a n o
—Los Juegos Olím picos se rem o n tan al año 776 a.C., cuando
se celebraban para re n d ir hom enaje a Zeus, el «padre inm ortal
de la xenía», m e cu en ta A lexandras d u ra n te n u estro últim o e n
cuentro en el parque de A thens Square, en Queens, Nueva York.
H a regresado hace poco de u n a visita de tres semanas a Atenas,
Grecia, donde estuvo presente en los Juegos Olímpicos, y en donde
los amigos y su muy extensa familia rivalizaron de m anera insisten
te para que fuera invitado de todos ellos, tanto que term inó p o r
pasar dos noches en casa de cada uno para que nadie se sintiera
ofendido.
—En u n a época en que las facciones griegas rivales guerreaban
sin cesar unas con otras, sólo p o r obediencia a Zeus dieron co
m ienzo a los Juegos Olímpicos, que convertían a los feroces com
batientes en feroces com petidores enfrentados en sucesivas p ru e
bas deportivas —me instruye A lexandros— . Las tribus griegas de
todos los territorios, que p o r lo com ún andaban a la greña, deja
ban a un lado las armas cuando acudían a O lim pia para tom ar
parte en los juegos. Así obedecían la antigua tradición griega de la
ekecheiría, la tregua olímpica. Ello garantizaba que todos los partici
pantes y los visitantes tuvieran asegurada la entrada y salida del re
cinto olímpico, que era un santuario de paz.
Suspira.
—Hay que ver cómo está el m undo. A hora más que nunca debe
ríamos respetar al cien por cien los códigos de la xenía y de la eke-
cheina, si es que pretendem os tener aún esperanzas de paz.
Entonces, Alexandros se anim a y sigue hablando.
X e n ía
C onectados
guir viviendo si existiera algo que hubiese podido hacer para salvarlo
y no lo hubiese hecho, aun cuando las posibilidades de salir con bien
fueran escasas. Para mí, el deber es algo que implica el pensamiento
premeditado y la acción.
Shep: Yo diría que Adolf Hitler y sus esbirros, los que orquestaron el
Holocausto sabiendo lo que hacían, o los musulmanes que cometie
ron un asesinato en masa en Londres hace muy poco, son personas sin
corazón. Pese a ello pusieron por completo su corazón en lo que esta
ban haciendo, y lo hicieron con una honda convicción (aunque fuese
malsana y enfermiza), y con un sentido del deber absoluto, aunque
fuera para perpetuar sus malsanos ideales. En el caso de las bombas de
Londres, se suicidaron por decisión propia, en el intento de llevar a
cabo lo que de corazón entendían que era su obligación máxima. Así
pues, tendremos que aprender qué debemos considerar como «deber
de corazón» y qué no.
lograr que este mundo sea un lugar mejor para los más desafortuna
dos. ¿Cómo he llegado yo a este planteamiento? Gracias a mi padre. El
me educó para creer que la razón por la cual estamos en la tierra no es
otra que «dejar más leña sobre la leña amontonada», es decir, dejar
este mundo en mejores condiciones que las que nos encontramos. Mi
vida cotidiana es rutinaria, pero participo en una serie de actividades,
en mi tiempo libre, para poner en práctica este mandato: desde dar el
20 por ciento de mis ingresos a Oxfam [Comité de Oxford de Ayuda
contra el Hambre] hasta pasar mis vacaciones en comunidades de paí
ses en vías de desarrollo, ayudando como voluntario en la construc
ción de infraestructuras.
Joo-Chan: Como soy budista, siempre que hablo del deber empleo el
concepto en combinación con las palabras coreanas han y shinbaram,
que significan «sacrificio» y «amabilidad-cariñosa». Para mí, el deber
Sócrates enam orado
que uno tiene consiste en hacer los sacrificios que sean necesarios por
esa amabilidad-cariño, para que nuestro mundo encuentre un equili
brio más en armonía, lo que nosotros llamamos mot.
CP: ¿Puedes darnos un ejemplo del modo en que se puede lograr eso?
Joo-Chan: Como todos los hombres jóvenes en Corea del Sur, tuve que
cumplir dos años de servicio militar obligatorio. Me tocó ser un solda
do raso en la Zona Desmilitarizada. Al principio me fastidió este deber
por obligación. Con el tiempo, lo que experimenté y lo que observé
me llevó aver qué desequilibrados estamos, qué cerca de una catástro
fe nuclear. Se suele decir que Corea del Norte nunca utilizará armas
nucleares, ¿pero de veras es creíble que un dictador que caprichosa
mente permite que millones de ciudadanos mueran de hambre llegue
a dudar a la hora de usar un arma así? Ahora, como ya es sabido, resul
ta que el gobierno de mi país ha planificado en secreto la construc
ción de armas nucleares, lo cual sólo incrementa más la locura de una
política de destrucción mutua garantizada. Hoy soy activista de un
grupo pacifista radical, dedicado a lograr que el Norte y el Sur se sien
ten a una mesa de negociaciones mientras todavía haya tiempo de
lograr el mot. Gracias a la obligación de cumplir a regañadientes mi
servicio militar descubrí mi vocación, mi voluntad, mi obligación en
tendida de todo corazón.
Mi padre dedicó buena parte de su vida a actividades en favor de la
democracia durante la dictadura de Chun Doo Hwan, e incluso pasó
algunas temporadas en la cárcel. Cuando era niño, me molestaba que
hubiera descuidado así a su familia, que sacrificara su tiempo en aras
de una obligación mayor, la de ocuparse de que mi generación disfru
tase de una vida de libertad y de oportunidades con las que ellos sólo
pudieron soñar. En aquel entonces, sin embargo, yo pensaba que el
mayor de sus deberes debería ser el que tenía con nosotros. Ahora, de
bido a mis propias creencias, yo paso menos tiempo del que en reali
dad quisiera con mis hijos, y lo hago por mi sentido del deber y del
amor hacia ellos, para que posiblemente disfruten en el futuro de un
mundo de genuino mot. Mi hija, que tiene cinco años, aún es muy pe
queña para entenderlo, y creo que tiene hacia mí el mismo resenti
miento que tuve yo hacia mi padre. En un mundo que está al borde
del abismo, creo que es necesario llevar a cabo sacrificios dolorosos en
X e n ía
aras del deber, primero respeto a las personas que uno ama, pero tam
bién respeto a la humanidad en su conjunto.
P h il ía
E l a m o r d e l a a m is t a d
Mi a m ig o Sócrates
Eros y p h il ía
G ustos y a n t ip a t ía s
Lysis tam bién revela que el propio diálogo en sí puede fom entar
la philía. Es evidente que el lazo que existe entre Sócrates y sus com
pañeros de disquisiciones filosóficas se estrecha progresivam ente
en el transcurso de su investigación. A un cuando em erjan de su
discurso sobre «el am or de la amistad» en un estado de aporía o in-
certidum bre ■ —al final se encuentran con más interrogantes que al
principio— , cada u n o de ellos valora el viaje que ha em prendido
ju n to con todos los demás, la pluralidad de las perspectivas p ro
puestas, la valía del diálogo en sí mismo y las aportaciones de todos
los participantes, al tiem po que todos aspiran a profundizar aún
más en la cuestión, a ser posible ju n to con el resto. Entretanto, han
desarrollado u n respeto mayor los unos p o r los otros.
R e u n ió n
ayude. Detesto a los que son como Pol Pot y sus esbirros tanto
como los he detestado siempre. ¿Cómo iba yo a apreciar, y m enos a
am ar a personas como ésas? Con todas y cada u n a de las fibras de
mi ser, y sólo por el bienestar de la sociedad, querría «eliminar el
ser» de quienes han sido y son responsables del genocidio. Cuando
están en el poder, imposibilitan que alcancemos u n m undo donde
haya am or de verdad. Ojalá existiera u n a form a de erradicar para
siem pre el sadismo de tales personas sin tener que rebajarse a su
nivel, sin ten er que com eter u n acto de violencia contra de ellas.
A continuación dice Chinh:
—Sin embargo, en lo más profundo creo que mi deber es in ten
tar tratar a los sádicos como a m í me gustaría ser tratado. Un sádi
co tal vez trate sádicam ente a los demás porque a lo m ejor es así
como piensa, con su m entalidad enfermiza, que le gustaría que le
tratasen a él. En cambio, según mis ideales, si estoy alguna vez en
posición de hacerlo, trataría de darle m uestras de amabilidad. Si
actúo de un m odo que refleje cómo actuaría él en mi caso, es decir,
si me produce placer causarle daño o m atarle, lo único que consi
go es contribuir a que éste sea un m undo de sociópatas. Por eso,
aunque sin duda me gustaría verlo castigado, aunque quisiera
verlo pasar el resto de su vida encerrado tras barrotes, p o r su p ro
pio bienestar y el de la sociedad, no querría ir más allá de eso m ien
tras sea hum anam ente posible.
Entonces me dice Chinh:
■
—Aveces sueño que Pol Pot sigue vivo, que está encerrado y que
voy a visitarle con regularidad. Trato de averiguar cuáles son las
cosas que le gustan. Q uiero decir que... cuando llegó al m undo era
un bebé desvalido, igual que todos los demás, pero que de algún
m odo inexplicable llegó a convertirse en un sádico brutal. Me gus
taría saber por qué, me gustaría entender cómo es posible una cosa
así. A veces, en mis sueños, term ino p o r hacerm e amigo de él en
cierto m odo, a m edida que m e entero de su vida y él de la mía.
Cuando despierto, lo odio tanto como siem pre p o r lo que les hizo
a mi familia y a otras tantas.
»No obstante, mi ideal, en mi vida diurna, es tratar de interesar
me p o r el bienestar incluso del mayor de los cabrones que haya en
la tierra, y ello es así p o r un sincero deseo de crear u n m undo de
«aprecio de amistad», de m anera que tal vez un día se den las con-
S ócrates enam orado
E x h o r t a c ió n a s e r v ir
tener buenos amigos [...] cuidarlos al máximo, de modo que uno con
temple sus buenas acciones con la misma alegría que si fueran pro
pias, y se regocije ante su buena suerte tanto como si fuera la nuestra
propia: que nunca se canse uno cuando esté al servicio de sus amigos.
P uente de amor
las contadas chicas que participaban en nuestra liga. Tanto los demás
chicos de mi equipo como yo esperábamos poca cosa de ella... hasta
que actuó en la prim era partida. Sara m e recordaba a mi m adre
en m uchos sentidos: aunque trem endam ente tímida, en sus ojos
lucía una viveza que acechaba bajo la superficie, y era sum am ente
competitiva.
M ientras charlábam os entre partida y partida, resultó que Sara
com partía mi pasión p o r otro deporte, el fútbol, y p o r mi h éro e
en ese deporte, el brasileño Pelé, y entonces, casi sin darnos cuen
ta, nos embarcamos en lo que iba a ser u n a honda y duradera amis
tad. En u n a ciudad en la que todos los habitantes adoraban el fútbol
am ericano, Sara era la única persona con la que po d ía com partir
u n a apasionada charla, sin lím ite, sobre el fútbol a secas; la única
capaz de escucharm e con interés y de hablarm e después con idén
tica pasión. Comenzamos a quedar para ju g a r al fútbol. M ientras
hacíam os regates con el balón, fui sabiendo más cosas acerca de
ella. Su padre, con quien estaba muy unida, había m uerto de leu
cem ia cuando ella tenía nueve años. Como era hija única, vivía
con su m adre y su padrastro. H abía adquirido u n ligero tartam u
deo cuando su m adre se volvió a casar, y no lo había superado del
todo. Me dijo que de m ayor pensaba ser m édico o enferm era, y
que le gustaría trabajar con enferm os de cáncer. U na vez, Sara me
llam ó p ara decirm e que el sábado no p o d ría venir a ju g a r a los
bolos, porque iba a tom ar parte en u n a m archa p o r los enferm os
de leucem ia, para recaudar fondos que se destinarían a la inves
tigación médica. Me ofrecí a ir con ella. Hasta que pasó bastante
tiem po no m e di cuenta de lo m ucho que significó p ara ella que
yo la acom pañase en aquella m archa.
A pesar de ser muy jóvenes, ella se tom aba la amistad más en
serio que ninguna otra persona a la que yo conociera. Cuando uno
llegaba a ser su amigo, lo demás ya no era necesario ni decirlo. Su
pongo que no debería haberm e sorprendido el que, incluso des
pués que mi familia se m udase a otra ciudad, Sara y yo aún siguié
ram os en contacto estrecho. A unque yo a m enudo dejaba que
pasaran meses sin responder a sus cartas, ella me escribía al menos
u n a vez p o r semana, siem pre puntual como un reloj, y siguió ha
ciéndolo año tras año, con u n a fidelidad que a m í tendría que ha
berm e dado vergüenza.
P h il ía
H a c e r s e a m ig o s
Amar e l a p r e n d iz a je
M entes in q u is it iv a s
La UMMA
hallar un equilibrio entre este mundo y el mundo que vendrá. Otra in
terpretación posible es que [...] «la comunidad intermedia» significa
que Dios ha elegido para los musulmanes el dorado término medio, la
evitación de los extremos en sus acciones éticas y religiosas. Sin embar
go, aún puede haber una tercera interpretación de este verso, con im
plicaciones de carácter global, y es que los musulmanes constituyen
«la comunidad intermedia» porque han sido los elegidos por Dios
para crear el equilibrio entre las distintas comunidades y naciones.
221
S ócrates enam orado
V erdades reveladas
A p r e n d ie n d o a razonar c o n el corazón
C hoque de p h il ía
A d iv in a q u ié n v ie n e a c e n a r
227
S ócrates enam orado
C u l t iv a d vu estro h u er to (o ja r d ín )
H a c e falta u n a p a g ó n
237
Sócrates enam orado
personas a las que les im portan los demás, personas que saben que
en un caluroso día de verano, por m uchas razones, habrá gente
que pase p o r la calle que esté necesitada de u n trago de agua fría,
y que de ese m odo se van a sentir mejor? Además, hay otra cosa:
ellos me necesitaban a m í tanto como yo a ellos. Necesitaban que la
gente que pasaba po r la calle necesitara el agua, para ten er de ese
m odo la agradable sensación que se tiene cuando alguien te nece
sita. Si nadie hubiera aceptado el agua que ofrecían, se habrían
sentido desdichados.
—Te entiendo —dice H arold— . Yo necesito a estas personas
que frecuentan el parque, incluido Trent. Necesito este parque, y
me gusta pensar que el parque nos necesita. Nosotros, la gente del
parque, lo cuidamos. Lo m antenem os limpio, casi inmaculado, para
m ostrar lo agradecidos que estamos porque el parque nos pro p o r
ciona un lugar que es propicio para las reuniones y las reflexiones
en com ún. Los policías que nos echan a patadas del parque cuan
do cae la noche —m enos hoy, porque hoy se van a p o rtar m ejor
que nunca, sobre todo por la cantidad de gente de fuera de la ciudad
que va a pasar la noche aquí— son en realidad los que no tienen
nada que ver con el parque. Este lugar nos pertenece a nosotros si
es que pertenece a alguien. Somos u n a com unidad maravillosa
m ente anárquica, que tiene un contrato social tácito. Estamos pen
dientes unos de otros porque querem os, y porque no nos da ver
güenza estar necesitados a todas horas.
»E1 gobierno, p o r su parte, afirma que lo necesitam os para cu
b rir servicios esenciales, como puede ser la electricidad; aunque
este apagón es sin duda evitable es síntom a de que el gobierno ya
no funciona ni siquiera en los ámbitos más elementales. No pode
mos y tampoco debemos recurrir a esas instituciones que no tienen
cara ni ojos en busca de auxilio, sino los unos a los otros, cara a
cara. Al contrario que la sociedad en general, nosotros no necesita
mos leyes que nos obliguen a ayudarnos mutuam ente. No tratamos
de engañarnos unos a otros haciéndonos creer que no tenem os ne
cesidades, que somos unos individualistas curtidos en mil batallas.
Sabemos que tenem os necesidades, sabemos que lo pasaríamos
mal los unos sin los otros.
—Nosotras, en las Girl Scouts, tam bién les anim am os el día a
los que están tristes, porque sabemos cuánto nos necesitam os to-
P h il ía
ni de u n a casa que com pra y dice que le pertenece. Es suya sólo du
rante u n tiempo. Eso es lo que todos somos, gente que transitoria
m ente cuida los unos de los otros y que cuida de los sitios, tal como
los demás y los sitios cuidan de nosotros.
C o sas n e c e s a r ia s
¿Es posible que alguna vez estemos tan en sintonía unos con
otros que lleguemos a saber cuáles son las necesidades más profun
das de los demás?
M artha Nussbaum hace hincapié en que, para ello, es preciso que
nos consideremos parte de una com unidad hum ana más amplia,
pues sólo entonces llegaremos a ser individuos plenam ente compa
sivos y desarrollaremos instituciones compasivas, garantizando que
las «necesidades más profundas» de todos sean debidam ente atendi
das. Nussbaum exhorta a una alimentación espiritual de nuestras ca
pacidades m ediante algo semejante a la philía, que ella de hecho de
nom ina «afiliación», y que vendría a ser
243
S ócrates enam orado
J u g a r ju n t o s a los bolos
El a m o r a l a p a t r ia
P a t r io t a s in p a t r ia
mos, todo el m undo se contagiará del virus. Serán más personas las
que no puedan ir a trabajar, ni a la escuela, ni a la iglesia, y todo el
país estará m ucho peor.
Jayson se suma a la charla.
—El am or a la patria es lo mismo que el am or propio. Si alguien
ayuda a sus com patriotas cuando pasan necesidades, se está ayu
dando a sí mismo. Y se estará asegurando el que, cuando le toque
el turno de pasar necesidades, y todos pasamos p o r necesidades
tarde o tem prano, alguien le va a ayudar.
—Todos nosotros, los norteam ericanos, deberíam os aspirar a
d ar muestras de esa clase de am or a la patria, y tenem os que hacer
lo —dice Rachel— . Pero algunos no lo h arán nunca, a no ser que
no les quede más rem edio. Esa debería ser la ley de la nación.
—Pero entonces será am or p o r obligación, y ése no puede ser el
am or a la patria —dice Jayson— . Es algo que ha de surgir con toda
naturalidad, del corazón.
—N inguno de vosotros ha pronunciado la palabra patriotism o
—les digo— . Los ejemplos que dais de cómo m ostrar am or a la pa
tria ¿son los mismos que los ejemplos que daríais de ser patriota?
—Bueno, es que se puede ser patriota aunque no se tenga país
— dice H arriett— . Los padres fundadores de la nación fueron pa
triotas m ucho antes de que Estados Unidos llegara de hecho a ser
Estados Unidos. Amaban tanto la idea de u n país en el que los ciu
dadanos tuvieran derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de
la felicidad, que se m ostraron dispuestos a dar la propia vida para
que esa aspiración se hiciera realidad.
—Mi padre tiene un amigo —me dice Tina— que está luchan
do en la guerra de Irak, y eso que no es ciudadano norteam erica
no. —Mira a la Casa Blanca, a lo lejos— . Me alegro de que el presi
dente de la Casa Blanca haya acelerado el proceso para hacerlo
ciudadano norteam ericano, tanto a él como a otras personas que
están com batiendo en nuestras guerras contra el terrorism o aun
cuando no son norteam ericanos. Aman este país, am an lo que re
presenta de un m odo que a veces no se da en sus propios ciudada
nos. Es desconcertante.
— ¿Sabéis quién es un gran patriota? —dice Jayson— . N uestra
profesora, la señora Williams. Dice que en realidad no se pu ed e
saber p o r qué debería uno am ar a su propio país si antes no sabe
P h il ía
qué es lo que hace que éste sea un país que m erece amarse. Nos
deja practicar la libertad de expresión. U na vez tuvimos u n debate
entre todos para decidir si podíam os o no llevar gorra en clase.
—Y nos ha hecho aprendernos de m em oria la Constitución y
Declaración de Independencia, y ahora estamos tratando de apren
dernos las enm iendas —m e dice Tina— . La señora Williams dice
que las personas que vienen como inm igrantes y se convierten en
ciudadanos conocen estas cosas m ejor que los que hem os nacido
aquí. ¿Cómo es posible amar un país si no se sabe todo lo que hay que
am ar en él?
P a t r io t is m o c o m p a s iv o
A gape
U n a m o r m ás elevado
D ia r io s d e l a c á r c e l
La ú l t im a c r u z a d a
focante tarde de verano, para vivir el últim o de los tres días de revi
val evangélico que ha concentrado en total a más de u n cuarto de
m illón de personas. En u n a trayectoria que abarca más de m edio
siglo, Graham , que ya cuenta ochenta y seis años y es el dirigente
más veterano del movimiento evangélico protestante, ha extendi
do su visión del evangelio entre más de doscientos millones de per
sonas de 185 países, y ha sido consejero espiritual de todos los p re
sidentes estadounidenses desde Dwight D. Eisenhower. Al celebrar
aquí su últim a cruzada, G raham ha cerrado un círculo completo:
en la ciudad de Nueva York y en 1957, en la cúspide de u n a época
tum ultuosa que iba a lanzar el movimiento en p ro de los derechos
civiles y los movimientos políticos radicales de los años sesenta,
Graham celebró el más largo de sus revivals. Aunque estaba progra
m ado sólo para u n par de semanas, se prolongó nada m enos que a
lo largo de cuatro meses. El mensaje de am or incondicional que di
funde Graham , y de com pañerism o universal, tocó entonces u n
acorde que resonó a lo largo y ancho del planeta.
—¿Cómo vives el amor, cómo compartes el amor? —pregunto.
—H aciendo lo que estamos haciendo a h o ra —responde Jeff—.
Fíjate qué variada es la asistencia a esta reunión, tanto dentro como
fuera de esta tienda. Es u n a congregación de amor. Y es que eso es
lo que ha de ser el movim iento evangélico: se trata de crear u n a
tienda en cuyo interior puedan guarecerse todos. La tienda ha de
estar hecha de u n tipo de tejido espiritual bastante especial, u n te
jid o hecho de am or de Dios, tan capaz de expansión infinita. El re
verendo G raham siem pre ha predicado que si uno cree en Dios
exactam ente como él, o si u n o es u n alma perdida, o bien recién
hallada, Dios nos ama po r igual y espera que le amemos todos p o r
igual, p orque Dios nos am a a todos, a los santos y a los pecadores,
a los que creen y a los que no creen. A todos por igual. Dice Graham
en uno de sus ensayos que «algunas personas parecen tener tal pa
sión p or la rectitud moral que no les queda sitio para la compasión»,
aunque es misión evangélica m ostrar «una gran bondad y u n a gran
misericordia» a uno y a todos p o r igual, «con com pasión y con
amor».
—¿No hay ninguna condición, ningún compromiso? —pregun
to— . ¿Actuáis con am or hacia los demás con la esperanza de con
vertirles a vuestra form a de vida cristiana?
A gape
bres, Naima se dedica a llevar alim entos a los ancianos que viven
sin poder salir de sus casas con norm alidad— . Predicaban el am or
incondicional y la atención al prójim o, cuando ellos vivían de m a
nera acom odada, beneficiándose del artificioso sistema de castas
que m antenía aplastadas a las personas a las que presuntam ente
ayudaban. G uru Nanak era de una familia hindú de casta elevada,
y podría haber disfrutado de u n a vida de grandes privilegios, sólo
que la rechazó. Todo lo que le im portaba era cum plir con su parte
y vivir de m anera que crease un m undo de mayor justicia social y
económica, de caridad y de amor.
— ¿Seguís el camino del khalsal —pregunto.
—Yo lo intento, pero nunca llegaré a hacerlo como lo hizo él —res
po nde Naima— . Al igual que Jesús, G uru N anak h a puesto el lis
tón muy alto. Nos proporcionó la señalización p ara el camino de
la vida, y en sus escrituras nos aprem ió a realizar u n a labor honesta,
ética, consistente en practicar la seva en todo lo que hagamos. Con
sideraba que todos nuestros tratos y acciones, grandes y pequeños
p o r igual, tienen im pacto en las vidas de las personas, y que p o r
eso hem os de actuar de m anera que todos se sientan impulsados a
llevar u n a vida de am or incondicional. Al tratar de vivir de este
m odo, puedo asegurar que he visto de prim era m ano la sabiduría
de las palabras de G uru Nanak; el más leve gesto de bondad puede
transform ar a alguien.
—Es fácil «vivir el amor» cuando no hay tensiones — dice Gur-
je e t—·. Cuando hay conflictos o tragedias es cuando la fe que u no
tiene resulta de verdad puesta a prueba. U n sij fue el prim ero en
m orir asesinado p o r un crim en de odio en Estados U nidos des
pués de la tragedia del 11 de septiem bre: asesinado p o r llevar tu r
bante, p or ser confundido con u n m usulmán. El hom bre que dis
paró contra Balbir Singh Sodhi le gritó desde u n cam ión a la vez
que accionaba el gatillo de su arma: «¡Defiendo a N orteam érica
hasta el final!». Sólo que ese asesino no defendía a Norteamérica, co
m o tam poco lo habría hecho u n sij si hubiera reaccionado con
la idea del ojo p o r ojo y hu b iera declarado: «¡Yo defiendo la reli
gión sij!». C uando u no se ve más presionado es cuando ha de
«vivir su fe». Si se reacciona ante el odio con amor, uno dem uestra
que vive con arreglo a las leyes del wird, las leyes de la gracia y el
am or divinos.
S ócrates enam orado
—Al igual que la agápe, la seva parece ser la gracia en acción —dice
Jeff—. «Amémonos los unos a los otros, pues el am or es de Dios, y
todos los que am an han nacido de Dios y conocen a Dios», se nos
dice en Juan, 4:7-8. Cuando uno ama a los demás, está poniendo de
manifiesto la gracia de Dios, dem ostrando que es el conducto p o r
el cual fluye esa gracia. Aun cuando no apele a su creencia en Dios,
cuando uno tiende su m ano a los demás de un m odo am oroso está
viviendo como si fuera hijo de Dios.
—C uando no m uestra am or a los demás, ¿es uno hijo de Dios?
—pregunto.
—Lo es, pero no vive como si lo fuese —responde Eric— . Son
muchísimas las personas que han venido porque no se sienten
amadas, porque clam an p o r recibir amor, porque no en tienden o
no conocen el am or y eso es lo que quisieran. Buscan u n determ i
nado tipo de amor, un am or que no juzgue, u n am or sin condicio
nes, y éste es el lugar donde hallarlo. Todos tenem os u n hogar bajo
la tienda de Billy Graham.
Dice Carly:
—Son legión las anécdotas sobre cómo h a transform ado [Gra
ham] a las personas más llenas de odio en las más amorosas. El re
verendo G raham se ha tom ado totalm ente a pecho el versículo 5:
44 de Mateo, donde dice Dios: «Amad a vuestros enemigos. Bende
cid a los que os maldicen, y haced el bien a los que os odian». El ha
sido el responsable de las milagrosas transformaciones de antiguos
m iem bros del Ku Klux Klan, de asesinos, de personas cargadas de
odio de todas las clases, que han tenido la inspiración de pasar el
resto de sus vidas viviendo con am or incondicional, restaurando y
reparando todos los daños que antes han causado.
Gloria, de Connecticut, dice:
—Hay u n a palabra en hebreo, tikkun alum, que esencialm ente
significa que uno está arreglando el m undo cuando salva u n a vida.
—Amiga íntim a de Carly desde los tiempos en que convivieron en
u n colegio mayor cuando eran estudiantes universitarias en Bos
ton, Gloria practica el judaism o reform ado— . No hay que en ten
d er eso de «salvar una vida» de un m odo grandioso. Puede bastar
con decir «hola» a alguien que está terriblem ente hundido, en las
últimas, y darle el reconocim iento que m erece como ser hum ano.
Eso es lo que importa.
A gape
Amor c o n d i c i o n a l s in c o n d i c i o n e s
cepto claro del amor incondicional, a pesar de lo cual cree que puede
manifestarse precisam ente de una form a contraria a la que prac
tica la persona que aspira a dem ostrarlo? ¿Sería el verdadero ges
to de am or incondicional abandonar el propio concepto que se
tiene de la agápe en favor de actuar de un m odo que sea acorde con
las creencias de quien va a recibirlo?
¿Y si el am or incondicional es contingente y depende más de
quien lo recibe que de la persona que lo dispensa? Tal podría ser el
caso si la respuesta de la persona que lo recibe ante el gesto que
uno le da es tal que recibe el gesto y com prende su intención, aun
cuando según su sistema de creencias ese gesto no sea de ninguna
m anera un acto de am or incondicional.
¿Y si el gesto que uno hace de todo corazón es contrario a las
creencias del otro? Por ejem plo, tal sería el caso de que u n o ofre
ciese cenas opíparas, a base de buenos solomillos y otras viandas,
gastándose todo lo que tiene, a u n a familia que realm ente pasa
ham bre, pero cuya religión, sin que uno lo sepa, les pro h íb e el
consum o de carne de animales. Sin em bargo, esa familia acepta la
invitación porque se da cuenta de lo m ucho que eso supone para
quien se la ofrece, p o r más que entrañe u n sacrificio muy conside
rable p o r parte de dicha familia. Diríase que el am or de esa fami
lia es más incondicional que el am or de quien la invita a cenar, y que
es incluso la familia la que obsequia u n gesto de auténtico am or
incondicional.
C. S. Lewis aún asegura que sólo en virtud de la agápe cristiana
puede uno «amar aquello que no es naturalm ente amable: así, a
los leprosos, los delincuentes y los criminales, los enemigos, los ler
dos, los m alhum orados, los que se dan aires de superioridad, los
que se burlan». Sólo la gracia de Dios nos perm ite am ar a tales p er
sonas, de m odo que la m ejor traducción que hay de la agápe hoy en
día, ajuicio de Lewis, sería la «caridad». ¿Quién determ ina qué es
amable y qué no lo es? ¿Quién o qué determ ina qué es u n criminal,
u n enemigo, un lerdo, u n m alhum orado o alguien con aires de su
perioridad? ¿Los criterios sociales, los religiosos? ¿Un poco de
ambos? Los propios criterios que cualquiera utilizaría para p o n er a
alguien tales etiquetas, de m odo que entonces le profesara u n
am or incondicional, en realidad más bien parecerían obviar la po
sibilidad misma del am or incondicional.
A g a pe
Am or s in l ím it e s
Lo que tam bién debería importar, según han dem ostrado estas
personas, es am ar no sólo a quienes no nos am an, como dice
265
Sócrates enam orado
El v e r d a d e r o a m o r c r is t ia n o
P o r e l am or de Dios
doles contra viento y m area incluso cuando nad a hacían los dio
ses para m erecerlo. Job, de hecho, dem ostró a su Dios que era
plenam ente digno de su beneficencia de antaño, y lo dem ostró
am ándole de un m odo incondicional cuando Dios lo trató de un
m odo tan odioso com o afectuosa había sido antes su m anera de
tratarle.
Jo b sí pone en tela de juicio las acciones y motivos de Dios; se
pregunta p o r qué Dios perm ite que sufra tantísimo quien no tiene
culpa, quien es puro en todo. Jo b tiene sus ideas propias sobre
cómo debería ser el m undo, sobre cómo habría que tratar a los rec
tos, pero acepta incondicionalm ente a Dios, am ándole tanto como
antes, am ándole exactam ente igual. Job sigue el curso del am or en
tiempos carentes de amor.
L a o ra c ió n
Am or eterno
Este m odo de ver las cosas delata el hecho de que el propio Rus
sell estaba sum am ente influido p o r Sócrates, Buda y los que son
como ellos, seres cuyo «heroísmo», cuya «intensidad de pensa
m iento y de sentimiento» no sólo «preservaron u n a vida individual
más allá de la tumba», sino que tam bién la perpetuaron, inspiran
271
S ócrates enam orado
El r it m o d e l a m o r
El d o n d e l a v id a
El c a m in o d e l g u e r r e r o
partida, que el nuestro era un porqué com ún a todos. Pero las dis
paridades no han hecho más que crecer. La delincuencia se ha de
satado. La pobreza y las enferm edades han ido en aum ento. Yo soy
uno de los m uchos millones de sudafricanos infectados p o r el VIH
que no tienen acceso a los m edicam entos. ¿Dónde están los diri
gentes cuyo porqué debería ser el cuidado de los débiles, de los
vulnerables, de m odo que podam os disfrutar de u n a vida con
pleno sentido?
Según la revista Time, Sudáfrica posee el «triste récord de contar
con más ciudadanos seropositivos que ningún otro país del m undo:
más de cinco millones, es decir, u no de cada nueve habitantes. Las
quejas de que el gobierno rem olonea y no hace nada en este sentido
llegan desde todos los frentes».
Finalm ente, me dice Siboniso:
—Todo lo que él dice es cierto, y es im portantísim o que los que
se han quedado al m argen sigan expresando sus opiniones y nece
sidades, que las digan alto y claro. Es lo que Nelson M andela q ue
rría que hiciéram os, sin duda. Tenemos u n nom bre especial para
llam ar a Nelson Mandela: Madiba, que significa «padre del pueblo»
en la lengua de su tribu, los tembu, de la cual fue jefe su padre. Aun
cuando ahora esté oficialmente «jubilado», sigue siendo nuestra
conciencia. El señala que ninguno de nosotros h a obrado como de
biera, sobre todo si se trata de examinar de qué m odo tan desprecia
ble y con qué clase de prejuicios han tratado los sudafricanos de
todas las clases y de todos los colores a quienes han contraído el sida.
»E1 propio hijo de Madiba, Makgatho, m urió hace poco de sida, a
los cincuenta y cuatro años. Madiba nos dice que a menos que am e
mos y tratemos como iguales no sólo a todos nuestros herm anos y
hermanas afectados por el sida, sino también a todos los que se han
quedado fuera del «arco iris», nunca llegaremos a ser todo lo que po
demos ser como pueblo, y de ese m odo veremos muy m erm ado
nuestro «porqué» colectivo. Insiste en que afrontemos abiertam en
te todos nuestros prejuicios y todos nuestros defectos, en especial el
estigma que siguen padeciendo quienes sufren la tragedia del sida.
Al cabo de un rato interviene u n hom bre llam ado Sehloho.
—Me llenan de adm iración estos guerreros de Soweto. —Su co
m entario particular, en este m om ento del diálogo, unido a su buen
natural, parece claram ente incongruente con el resto de los partici
Só crates enam orado
T r a d ic ió n de amor
También señala que todas las culturas que com partan esta ética
obviamente tendrán al m enos algunos enfoques diferentes respec
to al m ejor m odo de abordar los problem as hum anos más acucian
tes a los que se enfrentan, porque tienen distintas dinámicas cultu
rales; pero tam bién porque tienen recursos distintos, capacidades
diversas con las cuales asumir esos problemas. No obstante, apun
ta, las culturas tradicionales de lugares tan distantes como Grecia,
Asia y Africa tenían por objetivo, cada cual a su m anera singular, la
am pliación del bienestar m aterial y m ental de los seres hum anos.
Las culturas m odernas de todo el planeta, indica, han de esforzar
se de nuevo, p o r separado y conjuntam ente, en lograr la consecu
ción de aquellos objetivos originales de la cultura hum ana.
M a d ib a
tas. Para ello, el propio M andela tuvo que lograr algo que los seres
hum anos rara vez logran: acom etió un desgarrador exam en de sí
mismo, del cual salió bien parado, del tipo de los que o bien cons
truyen o bien destruyen del todo a una persona. Para M andela es
taba e n ju e g o m ucho más que su propio crecim iento personal; la
evolución de su nación dependía de su capacidad de ver a sus ene
migos como sus aliados, su propio pueblo, si de veras iba a desem
p eñ ar el papel vertebral que se esperaba de él en la Sudáfrica pos
terior al apartheid.
A M andela le influyó de m anera considerable la obra de Frantz
Fanón (1925-1961), filósofo social, de raza negra y nacido en la
Martinica. Fanón luchó activamente contra el gobierno pronazi de
la Francia de Vichy, y en los años cincuenta tom ó parte en el movi
m iento p o r la liberación de Argelia, tras lo cual fue em bajador de
este país en Ghana. En una obra fecunda, Los condenados de la tierra,
Fanón advierte de la posibilidad muy cierta de que los africanos in
dígenas, durante tantos años sojuzgados por las potencias colonia
les, u n a vez lograda la liberación echaron p o r tierra todos sus lo
gros, si, al conquistar la libertad, no prescindían de todos los
vestigios de la m entalidad propia de la relación amo-esclavo en la
que habían vivido inmersos. Fanón creía que la única m anera de
evitar esa tram pa m ortal consistía en que todos los implicados en
los movimientos p o r la liberación aspirasen desde el prim er m o
m ento a forjarse un a nueva identidad colectiva, un a identidad que
abarcase los elem entos más hum anizadores de su herencia tradi
cional indígena en lo moral y en lo cultural. Esta era, a su entender,
la ruta más prom etedora para forjar una conciencia nacional que
borrase todos los vestigios de colonialismo. Para crear sem ejante
identidad, Nelson M andela creyó que prim ero tenía que llevarse a
cabo un movimiento de liberación de uno mismo, de todo el sojuz-
gam iento autoimpuesto.
Para M andela, el acto crucial de reconciliación no era ante
todo la tarea de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación que
él mismo ayudó a crear, sino la elim inación de cualquier vestigio
de las actitudes practicadas d u ran te el apartheid (en tre negros y
blancos, pero tam bién d e n tro de cada uno, de m an era indivi
dual, para lo cual era precisa la reconciliación con u n o m ism o).
Afirm ó que sin la com prensión de u n o mismo, sin la reconcilia
A g á pe
I k ig a i d e t e n i d o
que parece incluso haber dado pie a una forma de fanatismo bastan
te particular, y pienso ahora si tiene de hecho un «valor negativo». Y
es que si cultivásemos la form a apropiada de «pasión amorosa»,
que es la fuente de todo verdadero ikigai, tam bién pensaríam os de
u n a m anera constante en cómo actuar en el m undo de m odo que
lográsemos que todos estuvieran mejor, com enzando tal vez p o r
nuestra familia y por nuestro país, pero tratando siempre de ensan
char el círculo, de m odo que en él se incluya u n a parte cada vez
mayor del m undo.
—Son m uchos los que hoy ya ni siquiera están com prom etidos
con la familia —dice Kazu, amiga de Talcako— . Los índices de di
vorcio se h an disparado.
U n reportaje de Associated Press que se publicó durante mi visi
ta a ja p ó n afirma que el índice de divorcios en este país se ha dispa
rado «a u n a altura de auténtico récord [...] lo cual refleja la exis
tencia de un núm ero cada vez mayor de parejas de m ediana edad
que se han disuelto.
—Las aventuras extraconyugales son muy frecuentes —sigue di
ciendo— . Hay miles de agencias de detectives cuya especialidad es
el espionaje de familia, ya sea del cónyuge, porque es sospechoso
de com eter adulterio, ya sea de los hijos, porque son sospechosos de
hacer cosas espantosas. Nuestra sociedad es como u n culebrón, con
todos sus sórdidos placeres y sus intrigas. Afirmamos que el m atri
m onio y la familia son algo sacrosanto, pero eso no es cierto. Lo
único de veras sacrosanto es «yo, yo, yo».
Se form a u n silencio de carácter un tanto pensativo e incluso
tenso antes que Sadao com parta con nosotros sus reflexiones:
—Al ser como soy «un hom bre de empresa», estoy adoctrinado
para pensar que mi trabajo debería ser mi ikigai. Todo cambió cuan
do nació mi hija.
-—Soy ejecutivo en uno de los grandes bancos del país. Todas las
noches, tras u n a jo rn a d a de doce o incluso catorce horas de traba
jo , iba a uno de los clubes cercanos a la oficina, con mis colegas, a
tom ar u n par de copas y a ver bailar a las mujeres. Es algo que se es
p era de nosotros. Ahora, en cambio, me m archo en cuanto puedo
dar u n a excusa. Deseo estar cuanto antes en casa y pasar u n rato
con mi preciosa criatura.
Cierra el m aletín y lo deja a u n lado.
A gape
U na r e a c c ió n e n c a d e n a d e l o s se r e s h u m a n o s
U n a v id a q u e n o v a l e l a p e n a v iv ir
En What Makes Life Worth Living? [¿Qué hace que valga la pena
vivir la vida?], el antropólogo G ordon Mathews exam ina el sentido
que tiene en e lja p ó n m oderno el térm ino ikigai. Term ina por ave
riguar que, de m odo ostensible, «para muchos japoneses es eviden
te su ikigai: se trata de un compromiso total con sus familias y con
sus empresas». Pero con bastante frecuencia ocurrió que u n inte
rrogatorio más a fondo puso de relieve que eso era lo que pensa-
Sócrates enam orado
L a V O Z DE LA C O N C IE N C IA
C r e a c ió n d e lo s valores
YO ESTOY EN T I, T Ú ESTÁS E N M Í
N u n c a más
T h e r e is e n s t a d t
E m p a t ia
valoración cada vez más racional y más precisa del porqué experi
m entam os un determ inado conjunto de em ociones en u n contex
to determinado. Incluso aquellas emociones que parecen puram en
te instintivas o intuitivas pueden y deben comprenderse en términos
intelectuales, en función del porqué se plantean y del cómo se em
plean, y tam bién en función de su propia configuración racional.
Nussbaum sostiene que a m edida que proyectemos más luz racional
en ellas, dejarán de estar relegadas al reino de lo inefable; a m edida
que las sondeemos y tratemos de articularlas, dejaremos de ser pri
sioneros de ellas, porque ese conocim iento nos servirá para canali
zar constructivamente nuestras respuestas emocionales.
Afirma, además, que cuando las emociones «se hallan contagia
das de inteligencia y discernim iento», de m odo que «contienen en
sí mismas u n a conciencia clara del valor o de la im portancia que
entrañan», no pueden «fácilmente arrinconarse en aras de un ju i
cio ético, como tan a m enudo ha ocurrido en la historia de la filo
sofía». Esto, a su vez, debería en su opinión llevarnos a hacer el tra
bajo duro que se precisa para afrontar «todo el em barullado
m aterial del pesar y del amor, de la ira y el m iedo, del papel que
todas estas experiencias tum ultuosas desem peñan en el pensa
m iento acerca de lo bueno y lo justo». A tenor de este planteam ien
to, las em ociones p ueden servirnos de aliado constructivo en la
vida pública, capacitándonos para —e inspirándonos en— cultivar
u n tipo de am or funcional y compasivo que nos ayude en todo,
desde el desarrollo y la puesta en práctica de u n a política social y
económ ica tendente a la transformación, hasta la educación cívica
y moral. Nussbaum cree que el cultivo de las em ociones de esta
form a es una
D e s t r u ir l a s e m o c i o n e s d e s t r u c t iv a s
P e r d id o s in s u a m o r
En a u s e n c ia d e l a m o r
ble? S i prefiero no ver los males que hay en el m undo, ¿acaso con
tribuyo directa o tangencialm ente a fom entar las iniquidades que
im piden que otros tengan u na casa en condiciones, atenciones sa
nitarias, educación? De ser así, quienes viven en los m árgenes de la
sociedad ¿tendrían derecho a odiarme? Si soy culpable en algún
sentido, ¿debería odiarm e a m í mismo?
S e x t a Pa r t e
A m o r s o c r á t ic o
A m o r p l a t ó n ic o
desplegar la ciencia del amor, qué es el amor, para qué sirve. Es una vi
sión y una experiencia, una inspiración para perfeccionarse, una ex
periencia humana que da frutos en la consumación [...]. Y que se al
canza no mediante la renuncia al amor humano y terrenal, sino
mediante el perfeccionamiento del mismo en la imaginación.
L ove Sto ry
Randall cree que estamos tan cautivados por los diálogos sobre
el am or porque «se trata de un tema eterno, del más fascinante que
existe [...]. un noventa por ciento de nuestra literatura trata de este
tema. Y siem pre nos em briagam os u n poco cuando hablam os del
amor». José O rtega y Gasset dice que el amor, al fin y a la postre, es
en sí mismo más bien «un género literario», y que toda historia de
am or es u n a historia deseosa de que alguien la cuente, de m anera
que los demás podam os considerarla y posiblem ente podam os
ap ren d er de ella y crecer a partir de ella. Entiende que esto es algo
que nunca se dem ostró ni se cumplió m ejor que en los diálogos so
cráticos de Platón acerca del amor.
M artha Nussbaum sostiene que «la im portante estrategia» de
Platón al plantear su visión filosófica del amor, esto es, su enfoque
novelístico de las detalladas «imaginaciones de las vidas vividas
tanto dentro como fuera de la ciencia de las mediciones», da a sus
crónicas sobre el am or u n aspecto m ultidim ensional y lleno de es
plendor:
Nadie ama sin razón; todo el que está enamorado tiene [...] la
convicción de que su amor estájustificado. Arm es más, amar equiva
le a «creer» que aquello que se ama es, de hecho, amable por sí mismo.
El amor, por lo tanto, no es ilógico ni antirracional.
I n s t in t o b á s ic o (e n g r ie g o )
buen hom bre y no le falta de nada [...] salvo u na cosa: le falta la lo
cura». Su jefe se tom a tan en serio a sí mismo, está tan absorto que
ha acabado por excluirse, de la alegría y de la pasión de estar vivo.
Tras la penetrante y m ordaz crítica que le hace Zorba, su jefe «a
punto estuvo de echarse llorar». Sabe que lo que Zorba le ha dicho
es cierto, y sigue racionalizando así: «De niño, había estado yo re
bosante de impulsos enloquecidos, de deseos sobrehum anos. No
estaba contento con el m undo. G radualm ente, con el paso del
tiempo, me fui sosegando. Puse límites, separé lo posible de lo im
posible, lo hum ano de lo divino; sujeté con fuerza el hilo de la co
meta...». Lo que sigue sin ser capaz de com prender es que tales im
pulsos y deseos no eran ni «enloquecidos» ni «sobrehumanos».
Sólo al ser adulto supo razonar para alejarlos de sí, para idear esa
hipnótica explicación en vez de aspirar a transform ar su vida, p o r
que eso era más fácil que reconocer que, sencillam ente, nunca
había tenido la osadía de vivir.
C r e e n c ia s de corazón
I n d a g a c ió n en el am or
El a m o r a las per so n a s c o m o u n t o d o
Amor r e v o l u c i o n a r io
El e s p í r i t u c a b a l l e r e s c o s ig u e v iv o
G e n io del corazón
sabe cómo descender a las honduras de todas las almas [...], enseña a
escuchar, aplaca a las almas ásperas y les da a probar un nuevo anhelo
[...], el único que adivina dónde está el tesoro escondido y olvidado, la
gota de bondad [...] de cuyo contacto cualquiera sale enriquecido, no
por haber hallado la gracia ni el asombro, no por la bendición, no por
la opresión de los bienes ajenos, sino enriquecido en sí mismo [...]
lleno de esperanzas que aún carecen de nombre.
Sócrates fue sin duda u n genio del corazón, pero enseñó a otros
a descender a las profundidades de sus almas, a adivinar y a revelar
su tesoro interior.
C arta de am or
sible regresar a la pro p ia casa. Creo que mis padres, Dios los
tenga en su seno, q u errían que yo fuese aquello que a mi e n ten
d er sea m ejor para el m undo. Y ahora sé que para eso debo estar
en Grecia.
A u n corazón tan voraz como el suyo no le hizo falta m ucho
tiempo, después de regresar a Grecia, para averiguar de qué m odo
podría hacer «lo m ejor para el mundo».
«Doy clases de idiom a a los inm igrantes recién llegados —me
cuenta p o r carta— . Hay m uchos refugiados de Albania, del anti
guo bloque soviético, de O riente Próximo, que han acudido a Gre
cia tratando de encontrar un lugar donde vivir en paz y construir
una vida decente para ellos y para sus hijos. Hace m ucho tiempo uno
tenía que viajar a Estados U nidos para lograr eso mismo. Te agra
dará saber que u n a parte de mis clases son diálogos que sostengo
con los alumnos, para poder aprender más sobre su cultura, sus va
lores. La pasión que ponen, con sus limitados conocim ientos de
griego, para com partir quiénes son ellos, les ayuda a desarrollar sus
habilidades lingüísticas m ucho m ejor que la enseñanza a secas y el
ap ren d er las cosas de m em oria. Son muy pensativos, están llenos
de esperanza. Para mí, la inm igración es algo muy bello. Da mayor
colorido y vibrantez a nuestro m undo. Es posible que más adelante
abra u n pequeño café. Daría a mis alumnos un hogar lejos del hogar.
Y así tendríamos un lugar m ucho más apropiado para sostener nues
tros diálogos, para com partir y descubrir nuestras pasiones, convic
ciones y sueños».
Y añade: «Procura siem pre guiar tu vida de acuerdo con Sócra
tes, ese hom bre de tan gran corazón, que hizo que la vida valiese
más la pena —y que valiese más la pena m orir p o r ella— al investi
gar los asuntos del corazón de m odo que se pudieran construir
puentes de amor».
Como nunca ha sido una persona que oculte sus sentim ientos,
A lexandras se despide así en su carta: «Amigo mío, deja que te lo
diga en la lengua de mis alumnos: Te dashuroj. Asektem. Te iubesc. En
albanés, en kurdo y en rum ano, dicen lo mismo que el griego, S ’aga-
po. Te quiero».
A g r a d e c im ie n t o s
A rgentina H onduras
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Este libro
se term inó de im prim ir
en los Talleres Gráficos de Palgraphic, S. A.,
H um anes, Madrid, España,
en el mes de octubre de 2007.