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Ejercicios Espirituales Charla

El celibato sacerdotal, don de la gracia

El decreto conciliar Presbyterorum Ordinis, en el número 16, titulado: Hay que abrazar el celibato y
apreciarlo como una gracia, expone un resumen del significado de este don de la gracia. Por medio de un
esquema podemos profundizar en el valor de este don.
Antes conviene señalar que el Concilio reconoce que el celibato no pertenece a la naturaleza del mi-
nisterio ordenado, pero también reconoce la conformidad con el ejercicio del ministerio: “La perfecta y
perpetua continencia por el reino de los cielos […] No es exigida ciertamente por la naturaleza misma del
sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias orienta-
les […] Pero el celibato tiene mucha conformidad con el sacerdocio. Porque toda la misión del sacerdote
se dedica al servicio de la nueva humanidad, que Cristo, vencedor de la muerte, suscita en el mundo por
su Espíritu” (PO, 16). El celibato sacerdotal es así un verdadero camino místico y ascético.

▪ La castidad en el celibato sacerdotal tiene siempre la doble perspectiva de consagración a Dios y total
dedicación a la misión. El corazón indiviso del que ha puesto a Dios por encima de todo y de todos,
es más capaz de amar a todo y a todos desde la integridad de la consagración. El Concilio Vaticano II
refleja esta idea cuando afirma que por el celibato los presbíteros “se consagran a Cristo de una for-
ma nueva y exquisita, se unen a Él más fácilmente con un corazón indiviso, se dedican más libremen-
te en Él y por Él al servicio de Dios y de los hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la obra
de regeneración sobrenatural” (PO, 16b). Por tanto, hay que presentar la opción por el celibato como
un verdadero camino de amor, donde la persona ama más y más plenamente. No se es célibe para
amar menos, sino para amar más.
▪ El celibato abrazado por el Reino de los cielos “es un don generosamente otorgado por el Padre”
(PO, 16c). El Concilio recuerda que hay que pedir este don al Padre “con humildad y constancia los
que por el sacramento del Orden participan del sacerdocio de Cristo, más aún, toda la Iglesia” (PO,
16c). Se trata así de dejarse transformar por el amor de Dios y por la ayuda de la comunidad cristia-
na, para vivir la castidad dentro del celibato. En la vida espiritual se comprende la castidad como
obra del amor de Dios y efecto de ese mismo amor; es decir, se reconoce y se aprecia como don reci-
bido. A ello invita Presbyterorum Ordinis con estas palabras: “Abrazándolo con magnanimidad y de
todo corazón, y perseverando en tal estado con fidelidad, reconozcan el don excelso que el Padre les
ha dado y que tan claramente ensalza el Señor… Aprecien cordialmente este precioso don del celiba-
to sacerdotal” (PO, 16c). Esta experiencia de fe, que consiste en saberse amado profunda y perma-
nentemente, da estabilidad a los sacerdotes en su vida afectiva y sexual.
▪ Hay que garantizar que, por medio de la oración y de otros medios espirituales, la experiencia del
amor de Dios sea real y continua en la vida de los sacerdotes. Es la dimensión teologal de la castidad,
que les lleva a la experiencia mística de la identificación con Cristo casto. “… tanto más humilde y
perseverantemente pedirán los presbíteros, juntamente con la Iglesia, la gracia de la fidelidad, que
nunca ha sido negada a quienes la piden, sirviéndose también, al mismo tiempo, de todas las ayudas
sobrenaturales y naturales, que todos tienen a su alcance. No dejen de seguir las normas, sobre todo
las ascéticas, que la experiencia de la Iglesia aprueba, y que no son menos necesarias en el mundo ac-
tual” (PO, 16c).
▪ El decreto conciliar recomienda, además del recurso a la oración y los medios sobrenaturales, las
ayudas naturales. Se apunta así hacia el fundamento humano en la práctica de la castidad. El camino
extraordinario de la castidad en el celibato sacerdotal requiere medios humanos valiosos, como el
acompañamiento personal e incluso el recurso a la ayuda especializada cuando sea necesario. No es
extraño que en la vida de castidad celibataria surjan dificultades, lo que sí es extraño es que no se
pongan los medios humanos necesarios para afrontarlas. El reconocimiento de la propia debilidad y
de los problemas que puedan surgir aparece como la roca firme sobre la cual se puede construir la
castidad sacerdotal. Aquí se hace evidente la necesidad de contar con las condiciones reales de la
personalidad en la vida espiritual.
▪ El celibato sacerdotal tiene también su dimensión de fecundidad espiritual a través de la caridad
pastoral: “Es al mismo tiempo emblema y estímulo de la caridad pastoral y fuente peculiar de la fe-
cundidad espiritual en el mundo” (PO, 16a). Una vivencia auténtica del celibato redunda en un am-
biente de relaciones interpersonales positivas y evangélicas, en el que las personas se sienten
amadas y tienen la alegría de expresar el amor. Es así como el celibato no es un camino ni de desamor
ni de esterilidad. La comunidad cristiana sostiene y estimula a los sacerdotes en su vivencia de la cas-
tidad celibataria, porque la castidad es una virtud que se fortalece con la fe, y a través de la fe se per-
cibe la paternidad espiritual del sacerdote: “Los presbíteros, pues, por la virginidad o celibato
conservado por el reino de los cielos […] se hacen más aptos para recibir ampliamente la paternidad
en Cristo” (PO, 16b).
▪ El celibato sacerdotal tiene una relación estrecha con las demás formas de vida, porque recíproca-
mente se iluminan con su ejemplo y se estimulan a vivir la fidelidad. Pero, además, por el celibato sa-
cerdotal, los presbíteros son para los demás signo del mundo futuro: “evocan el misterioso
matrimonio establecido por Dios, que ha de manifestarse plenamente en el futuro, por el que la Igle-
sia tiene a Cristo como Esposo único. Se constituyen, además, en señal viva de aquel mundo futuro,
presente ya por la fe y por la caridad, en que los hijos de la resurrección no tomarán maridos ni mu-
jeres” (PO, 16b).
▪ En este mismo sentido testimonial, el celibato sacerdotal tiene una especial importancia en el am-
biente social actual, apareciendo como contrapeso a la cultura hedonista que nos rodea, “cuando
más imposible les parece a no pocas personas la perfecta continencia” (PO, 16c). La castidad en el ce-
libato de los sacerdotes ofrece al mundo un inestimable servicio de trascendencia y de elevación a los
valores sociales y espirituales.

Para complementar esta reflexión nos fijamos en algunos elementos del prefacio de la fiesta de Jesu-
cristo Sumo y Eterno Sacerdote (también prefacio I en la misa ritual para conferir las sagradas órdenes).
El texto está impregnado con el valor de la caridad pastoral y da una orientación para la vivencia del
celibato sacerdotal.
− Con especial predilección y mediante la imposición de las manos elige a algunos de entre los herma-
nos. El amor de predilección está en el origen de la vocación sacerdotal. Es así una vocación naci-
da del amor, que solo se entiende desde ese amor y profundamente orientada al amor.
− Los hace partícipes de su ministerio, a fin de que renueven el sacrificio… fomenten la caridad en tu
pueblo santo… lo alimenten… lo fortifiquen… Las acciones que se describen tienen que ver con la
imagen del pastoreo. Se trata de una actividad múltiple, a favor del Pueblo de Dios, marcada por
el sello de la caridad.
− Y consagrando su vida a ti y a la salvación de los hermanos se esfuercen por reproducir en sí la ima-
gen de Cristo y te den un constante testimonio de fidelidad y de amor. La vida sacerdotal implica
una consagración a Dios y al prójimo que es similar a los votos matrimoniales o a los votos reli-
giosos, que exige fidelidad y constancia.

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