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Violencia Política o Vivir sin Mentira

Juan Carlos Aguilera P.


Profesor Universitario
Director Empresas Familiares

Vivir sin mentira fue el último escrito de Aleksandr Solzhenitsyn, antes de ser arrestado y
luego exiliado de la Unión Soviética, bajo la tiranía comunista.
Vivir sin mentira es el rechazo a la violencia política y el llamado a no dejarse amedrentar,
por ello, dar una lucha frontal es un deber moral. El arma para tal propósito es La Verdad.
Vivir como personas honestas, implica no claudicar ni callar de manera cómplice, ante la
agresión y la mentira con que la izquierda ideológica desea pautear y configurar un mundo
inhabitable. Un mundo en el que, bajo el motor del odio, la violencia, la falsedad y la mentira
intentan establecer, parafraseando a Kant, la sociedad de la barbarie, es decir, el poder sin
libertad y sin ley. Una especie de caosmos, invento fantasioso y delirante de Deleuze. O,
utilizando las palabras y estrategia de Frank Underwood, protagonista de la serie House of
Cards: “bienvenida la muerte de la era de la razón, ya no existe el bien y el mal, solo existe
estar dentro o fuera del poder”.

De este modo, la violencia política se constituye como la claudicación de la razón, del logos,
del diálogo que hace posible la libre expresión de las ideas, con la única limitación de
respetar la dignidad de todo el hombre y de todos los hombres. Así, el espacio público, el
ágora, ya no tiene sentido y la vida política, forma de vida más alta a la que está llamada la
persona humana en sociedad. Queda como una promesa incumplida al no disponer del
tiempo ni del espacio que hacen posible, el despliegue del diálogo político, es decir, de la
libre, prudente y sensata discusión de las ideas para ser expresadas, profundizadas,
confrontadas, rectificadas y perfeccionadas, con el propósito de una vida lograda en
sociedad, fundada en la verdad. Con razón los antiguos afirmaban: veritas paxit odium, la
verdad engendra odio y esto sucede cuando se la rechaza.

Así, la violencia política, tiene expresiones tan diversas como el asesinato, los campos de
prisioneros, el genocidio, el terror, la censura, el engaño, la coacción moral, psicológica y
física, cuya finalidad consiste en silenciar y aniquilar a quién piensa distinto. Es el
ajusticiamiento de los inocentes, pisotear la dignidad humana.
Ervin Staub, uno de los estudiosos de mayor profundidad respecto de la violencia política,
cuya reputación ha traspasado las aulas universitarias, al convertirse en una exitosa serie
de TV el texto publicado en 1989 The roots of evil, recordaba en una entrevista académica,
que una de las influencias cruciales en la violencia política es la Ideología, entendida como
un sistema totalizante, una visión utópica, en términos de una sociedad ideal.
Una especie de paraíso terrenal, una religión al revés. En este sentido, las ideologías
acostumbran a enfatizar una superioridad y necesidad de dominar un grupo sobre otro
(Nazismo, Nacionalismo, Fascismo, Comunismo). Hay que boicotear al enemigo que
entorpece el camino y es un obstáculo para mis propósitos.

Hay un aspecto, relevante, de carácter antropológico ético, en la violencia política, que


consiste en el cambio que producen las acciones bajo la influencia de las ideas sobre las
personas que la enarbolan. El resultado de dicho cambio es la justificación del menosprecio
de hecho y de manera creciente del grupo o personas marcadas como culpables de sus
problemas de la vida, o como un grupo que está en conflicto, o aquel que fue designado
como enemigo ideológico. Ese cambio o mudanza de comportamiento se traduce en más y
más violencia. Incluso, en una perversión de la moralidad, de tal manera que se llega a
justificar la eliminación de inocentes. Hay una dolencia humana profunda en quiénes
movidos por el odio, rechazan la realidad, la verdad de la vida y justifican la eliminación de
inocentes. Con razón ha dicho, si lo he entendido bien, el entonces cardenal Ratzinger, que
la violencia es una justificación para consolar a aquellos que están rotos por la vida.
Pero ¿Es posible justificar la violencia política? ¿Y, cómo es ello posible? ¿Considerando el
impacto social que producen hechos violentos a personas inocentes que piensan diferente
y son un obstáculo para mis propósitos políticos? ¿Por ejemplo, un ataque deliberado,
organizado en contra de inocentes, inspirado por fines políticos, como el sufrido, desde el
18 de octubre por miles de chilenos?

La legitimación de la violencia política pasa por deslegitimar a quién, siendo inocente, se


cataloga como enemigo. Es decir, convertirse en víctima, no obstante ser el agresor. Asunto
que ha sido suficientemente estudiado por diversos autores como Bar-Tal, Sabucedo o
Apter con su ya clásico The legitimization of violence, sin dejar en el tintero a Hanna
Harendt, Max Weber, Víctor Frankl o Primo Levi, aunque en sentidos distintos.

Deslegitimar al inocente y legitimar la violencia política, supone una serie de acciones bien
estudiadas y programadas. Se trata de deshumanizar al adversario, refiriéndose a él
negativamente: un demonio, un monstruo, un ser diabólico. Proscribirlo y categorizarlo
como un violador de normas sociales, así se le puede llamar, asesino, criminal, ladrón,
violador de los derechos humanos. Atribuirle rasgos de personalidad evaluados por la
ciudadanía como extremadamente negativos e inaceptables, agresor, matón, idiota,
enfermo, loco o fanático. Utilizar rótulos políticos o religiosos de grupos considerados como
inaceptables por la sociedad deslegitimándolos, así. Nazi, fascista, extremista, dogmático,
intolerante, clasista, sectario y ahora racista.
Asociarlo a acciones pasadas que son éticamente reprochables, como asesinar, masacrar,
exterminar. Y, para cerrar el ciclo, apuntarlo como parte de acciones y objetivos que se
califican como violentas, atrocidades, brutalidades.

Con todo, se trata de victimizarse y atribuir la responsabilidad de la violencia al agredido y


violentado. Comprender lo anterior, no es un asunto irrelevante, ya que es el modo de
proceder habitual de la izquierda ideológica y de quienes comienzan con agresiones físicas
y terminan con actos terroristas, en nombre del pueblo, como lo hemos visto, desde hace
un tiempo, hasta la saciedad en nuestro país.

Sin embargo, al parecer, la cuestión decisiva que está en el germen de la violencia política
alentada por el odio se encuentra, como lo vio con claridad el fallecido maestro florentino
Sergio Cotta, en un libro imperdible para estudiar el fenómeno de la violencia, Why
Violence? A piloshophical Interpretation, en lo que llamó la metafísica de la subjetividad.
En términos simples, consiste en que el hombre es el sol de sí mismo, utilizando palabras de
Marx. O, como ha escrito Nietzsche, el hombre no soporta no ser Dios.
Fue el gran Solzhenitsyn quien, sin embargo, desveló de manera bella y profunda la raíz del
mal en que consiste la violencia política, cuando al recibir el premio Templeton, el 10 de
mayo de 1984, afirmó recordando una enseñanza antigua que había recibido de parientes
y amigos sabios:
“Más si el día de hoy se me pidiera que formule en la forma más concisa posible la principal
causa de la desastrosa revolución que consumió a cerca de sesenta millones de personas
en nuestro pueblo, no podría decirlo con más precisión al repetir: “‘Los hombres han
olvidado a Dios; es por eso que todo esto ha pasado”. Verdad que había sido proclamada
104 años antes, en la voz que hablaba (conciencia) a Iván Karamasov, por el gran Fiódor
Dostoyevski: Si Dios no existe, todo está permitido.

Así, la violencia política, solo es posible combatirla, si nuestra existencia es un Vivir sin
Mentira, hablando con la verdad, enraizados en Quién hizo posible nuestra propia
existencia y que en palabras de San Agustín es más íntimo a nosotros que nosotros mismos.
El desafío, entonces, es dar unidos esta batalla, heroicamente, para que Dios no sea
expulsado, de nuestros hogares, de nuestras escuelas, de nuestras leyes. En fin, de nuestro
amado Chile.

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