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APUNTES DE LA MATERIA CONCURSOS Y QUIEBRAS

GLADYS ADRIANA LOPEZ


UNIDAD 1 GENERALIDADES

PUNTO 3: Principios generales del derecho concursal.

El Derecho Concursal, o de la Crisis, como toda rama del derecho, presenta caracteres
especiales. En esta rama, se acentúa aún más esa especialidad. No es un derecho común, como
el civil, penal, administrativo, sino una parte del derecho comercial, que posee legislación propia,
pero que no deja de lado las instituciones civiles y comerciales.

Aunque en todo el país exista una sola ley que regule la “bancarrota”, como dice la Constitución
Nacional, atribuyéndole esta competencia al Congreso de la Nación, en nuestro “Sistema
Concursal” existen también normas provinciales. En el Código Procesal Civil de la Provincia
tenemos regulado el concurso de la persona humana o consumidor, regulación que solamente
tienen algunas provincias. Con esto cuestionamos una característica: la unidad se transforma en
dispersión de la legislación, al menos para Mendoza y para las provincias que tengan regulado en
sus leyes internas el concurso de la persona humana.

Otro punto importante es el rango de las normas que vamos a ver. Se trata de procesos
judiciales (el concurso preventivo y la quiebra) o extrajudiciales, (el acuerdo preventivo
extrajudicial) el cual, para que tenga efectos generales deben homologarse (presentarse ante el
juez, para que lo apruebe). Es decir que se trata de “procesos”.
Todo proceso, es un camino hacia un objetivo, que se desenvuelve en pasos, o etapas. Los
procesos judiciales son caminos hacia la resolución del conflicto, o hacia la sentencia. En el caso
de la insolvencia o la crisis, el objetivo es resolverla, sea con un acuerdo (concurso) o con el cese
del negocio (quiebra). Pero para ello existe un camino o una forma que traza la ley. En la 24522
vamos a encontrar diversos procesos. Cada uno tiene su objetivo, su finalidad.

Entonces tenemos una mezcla de normas propias del derecho privado (derecho civil, comercial,
reales,etc) y público (las reglas procesales), que pasan a ser especiales en los procesos
concursales, acentuando el carácter privado en el concurso preventivo y el público en la quiebra.
Se trata de procesos judiciales complejos donde existen pretensiones diferentes, intereses
diversos, a veces irreconciliables y relaciones procesales pluri subjetivas.

El fin primordial del concurso como proceso judicial es colocar a los acreedores en situación de
paridad, (pars conditio creditorum) aislando el patrimonio del deudor, que es la garantía de los
acreedores, para que no se descomponga en sus bienes individuales y conserve su calidad de
prenda común.
Se busca la recomposición del patrimonio del deudor, que se encuentra en estado de cesación de
pagos o en dificultades económico-financieras de carácter general, a través del acuerdo
preventivo con los acreedores en el concurso preventivo, o con la liquidación del patrimonio
afectado por la insolvencia en la quiebra, para después repartir el producido entre los acreedores.-

Los procesos concursales son recursos técnico – jurídico – contables, construidos por el legislador
para solucionar un conflicto de alta complejidad: la insolvencia, la crisis, mediante procesos
colectivos, donde entra en juego todo el patrimonio, y todos los acreedores.

Los procesos concursales, tanto como la ejecución individual, son formas de hacer efectiva la
prenda común de los acreedores, que es el patrimonio del deudor. Se trata de instrumentos
defensivos del crédito, contra la insolvencia. El fin último es la ejecución forzada de bienes del
deudor, o liquidación patrimonial, la cual puede evitarse por el acuerdo preventivo.
En los procesos individuales buscamos una sentencia que luego ejecutaremos; en esa ejecución
(por sentencia o título ejecutivo) se dará la liquidación de algún bien para hacer frente al crédito.
En los procesos concursales, que no son individuales sino colectivos, entra en juego todo el
patrimonio, y todos los acreedores.
En definitiva, ambos procesos ejecutivos (el individual o el colectivo) se realizan con el objetivo
primordial de liquidar los bienes del deudor para hacer frente a sus obligaciones, o bien llegar a un
acuerdo previo para evitar tal efecto.

La crisis puede remediarse, en el primer paso, a través de un acuerdo entre el deudor y sus
acreedores, acuerdo preventivo ya sea judicial o extrajudicial o a través del salvataje o cramdown.
En la quiebra ya no hay remedio, al deudor se le prohíbe pagar, porque la quiebra significa la
liquidación del patrimonio del deudor.

La universalidad.
Tenemos dos tipos de universalidad: la objetiva o activa (patrimonio del deudor) y la procesal (un
solo proceso universal, que abarca a todos los acreedores).
En el art 1 de la ley 24522, segundo párrafo nos dice:
“Universalidad.
El concurso produce sus efectos sobre la totalidad del patrimonio del deudor, salvo las
exclusiones legalmente establecidas respecto de bienes determinados.”
El patrimonio del deudor, como prenda común de los acreedores queda involucrado en su
totalidad en el proceso concursal. La universalidad, como aspecto activo del concurso, implica
que en él quedan involucrados todos los bienes del deudor, salvo las excepciones determinadas
por ley.
Por ello, alcanzando la responsabilidad obligacional del deudor a todo su patrimonio como
universalidad jurídica, el proceso encaminado a resolver la litis que lo afecta ante su insolvencia,
debe ser también universal.
El principio de universalidad objetiva representa a todo el patrimonio del deudor. Se complementa
con el de colectividad, que en su faz subjetiva, abarca la concursalidad expuesta o universalidad
de la masa pasiva: todos los acreedores deben acudir al proceso concursal.
La universalidad objetiva sin embargo, no es un principio absoluto, porque existen bienes que no
se encuentran alcanzados por el desapoderamiento, aunque dichas excepciones son restrictivas y
no le quitan el carácter de universal al proceso. Las exclusiones sólo se fundan en posibilitar al
deudor una existencia acorde con la dignidad. (arts 744 del CCCN y 257 del CPCCyTM)
A su vez, la ley procura la intangibilidad del patrimonio a través de las acciones recuperatorias o
de integración patrimonial (118 y ss. de la LCQ).

Universalidad Procesal:
El proceso concursal exige que todos los acreedores se presenten a hacer valer sus derechos
para participar del concurso. Resulta necesario que todos los acreedores anteriores a la
presentación del deudor en concurso, se presenten (o insinúen) a través del procedimiento de la
verificación de créditos, para incorporarse al pasivo concursal y así participar del proceso
universal.
Actualmente no existen exclusiones y todos los acreedores deben concurrir al concurso para
convertirse en acreedores concursales. Verificar es “entrar” al concurso. Es concurrir. Es carga de
todo acreedor por causa o título anterior a la presentación de su deudor en concurso preventivo
presentarse a verificar. Se presenta a verificar en el estudio o despacho del síndico.
La concurrencia (a verificar el crédito) es una carga para el acreedor. No es una obligación.
Los acreedores que no verifican su crédito no permanecen en las mismas condiciones que antes
de la apertura del proceso, pues pierden el ejercicio de las acciones individuales e incluso de la
colectiva, al no poder solicitar la quiebra de su deudor. La participación en el concurso resulta
necesaria para los acreedores concursales, convertirse en concurrente es la única forma que
tienen para hacer valer sus derechos.
La natural concursalidad se materializa con la concurrencia de los acreedores al proceso, esta
potencial pluralidad de acreedores al momento de transformarlos en concurrentes puede no
existir, pues resulta suficiente –como veremos más adelante- la existencia de un solo acreedor
concurrente para llevar a cabo los procesos concursales, pues no es presupuesto de estos la
pluralidad de acreedores, sino el estado de cesación de pagos.
La universalidad subjetiva no significa que todos los acreedores participen en el concurso, éste se
abre en interés de todos pero los acreedores particulares pueden elegir la vía de la abstención y
no concurrir al proceso (principio de la disponibilidad de los derechos).
La unidad del proceso.
El proceso concursal es único, lo que lo lleva a desarrollarse como una unidad, más allá de las
diferentes formas que tenga. Ello es consecuencia de los principios que lo reglan, como el de
universalidad e igualdad entre los acreedores, lo que impediría que se tramite un proceso
concursal preventivo (concurso preventivo) y otro liquidativo (quiebra) a la vez.
El concurso como proceso es único e inescindible. Puede desarrollarse en una o más etapas. Por
ejemplo, el deudor pide su concurso preventivo. Llega a un acuerdo. No lo cumple. Los
acreedores le piden la quiebra. El proceso es uno. Va a tener dos etapas: concurso y quiebra.
En el caso de quiebra directa (cuando el deudor no pasa por el concurso preventivo, directamente
pide la liquidación de sus bienes) necesariamente existe una sola etapa que es la falimentaria.
Cuando estamos ante un concurso preventivo, este puede concluir, cuando se produce el
cumplimiento del acuerdo homologado, o bien no se llegó a un acuerdo o no se cumplió el mismo,
tramitarse en dos etapas: concurso primero y quiebra indirecta después, pero siempre sin solución
de continuidad, manteniendo el carácter de unidad procesal (arts. 51, 54, 59 última parte, 63, 64,
88 segunda parte y 239 segunda parte L.C.Q.).
Igualmente, existen distintas fases que forman el proceso, tendientes todas a resolver la litis, así
encontramos los procedimientos de incorporación al pasivo, los procedimientos de recomposición
patrimonial, los de liquidación en la quiebra, los de conformación del acuerdo en el concurso
preventivo, entre otros.
Este carácter surge de la propia normativa. Las etapas cumplidas en el concurso preventivo
fracasado tienen eficacia en la quiebra indirecta (verificación de créditos art. 202 L.C.Q. y
privilegios art. 239 L.C.Q.). Por lógica se rechaza la posibilidad de procesos simultáneos con el
mismo objeto y fin.
Este carácter del proceso concursal no se ve afectado en casos en que pueden existir dos
procesos sucesivos. Podemos encontramos con créditos posteriores a una quiebra declarada, los
cuales pueden provocar otra, que afectará los bienes adquiridos luego del cese de la inhabilitación
del fallido; aquí la nueva quiebra afecta acreedores y bienes diferentes a la primera. Podemos
tener también una quiebra convertida en concurso preventivo, (art. 90 y siguientes) donde no se
rompe la unidad procesal porque al abrirse la solución preventiva a la insolvencia se deja sin
efecto la sentencia de apertura de la quiebra.

La oficiosidad.
La oficiosidad importa que el impulso y disposición procesal se encuentra a cargo del concurso,
esto es el Juez como director del proceso y la sindicatura como funcionario técnico económico-
contable, deben impulsar de la causa: deben procurar que llegue a su fin.
La oficiosidad se refiere a los deberes del tribunal para llevar adelante el proceso, tomando las
medidas que crea necesarias, para instarlo; con facultades para la investigación procesal sin
necesidad de que las circunstancias sean introducidas por las partes, es decir existe un impulso
procesal del juez –o del síndico- respecto a las decisiones a tomar: el impulso del proceso, tomar
medidas atinentes a la constitución y modificación de los derechos ventilados en el juicio, realizar
medidas en orden a las facultades de investigación del juez y del síndico, etc..
La oficiosidad es la sustitución del impulso privado, que es tal en los procesos comunes, por el de
oficio (del juez y del síndico), pero no está dada por la iniciativa del proceso, que es del deudor en
el concurso y del deudor y del acreedor en el caso de la quiebra,
La oficiosidad rige respecto al desarrollo del proceso, luego de la apertura: es decir, después de
iniciado el proceso, el juez impulsa (pasa a la etapa siguiente) y recurre a las instituciones y
remedios más aptos, aun sin petición de parte o de otro órgano.
Hay oficiosidad cuando el juez dispone la extensión de la quiebra de la sociedad a los socios
ilimitadamente responsables o cuando declara la ineficacia de pleno derecho de un acto sin
pedido de parte interesada; él insta el proceso y no las parte.

La Pars conditio creditorum, excepciones: los privilegios y las categorías.


Si cada uno de los acreedores mantuviera la facultad de iniciar o proseguir sus acciones contra el
fallido, el patrimonio dejaría de ser prenda común de los acreedores y la pars conditio creditorum
(paridad entre los acreedores) quedaría desplazada por el principio “primero en el tiempo, mejor
en el derecho” prior in tempore poter jus.
Por eso la concursalidad viene ligada con la pars conditio creditorum, o principio de igualdad
entre los acreedores, que en la actualidad, viene siendo una “igualdad entre iguales” o una
“igualdad en igualdad de condiciones” y no una igualdad absoluta –esto debido al régimen de
preferencias o privilegios existentes en materia concursal. La igualdad es sólo eso un trato
paritario.
Esta paridad se ve limitada por las preferencias o privilegios que contiene la normativa concursal,
aunque las mismas no afectan la sustancia del principio analizado porque las relaciones entre los
acreedores se presentan al concurso como desiguales y puede decirse que no son excepciones
sino parte de la regla de la paridad, pero circunscribiendo su contenido fundamental.
El trato paritario, o igualdad en igualdad de condiciones, responde a una conformación variada de
intereses, lo que lleva a establecer soluciones flexibles.
Las categorías son aquellas divisiones entre sus acreedores que puede hacer el deudor, conforme
a la ley, para ofrecerle propuestas de pago. En la normativa se establecen al menos tres:
acreedores privilegiados, privilegiados laborales y quirografarios. La igualdad de trato debe
respetar esa categorización. No puede el deudor ofrecer trato distinto a cada uno de los que
integran una categoría.
La paridad crediticia es el más relativo de los principios concursales, pero tantas excepciones
confirman la regla como objetivo del concurso.
Algunos autores piensas que el proceso concursal está instituido para que los acreedores
soporten las pérdidas que provoca la insolvencia de su deudor, dicen que es el medio legal para
distribuir pérdidas, y que esa distribución de pérdidas debe hacerse a través de un trato
igualitario. El llamado principio de comunidad de las pérdidas: quiere decir que si un deudor
ofrece una quita o una espera o ambas, la disminución del crédito o la postergación de su cobro
en el tiempo, debe ser igual para todos. Todos pierden en la misma proporción.
La pars conditio creditorum es un principio que actúa en protección del interés general, que
indirectamente recae sobre el interés individual de los acreedores, como medio de preservación
ética en los procesos concursales. En la práctica eso se ve plasmado en - la relación entre
concursado y sus acreedores, imposibilitándose que el concursado otorgue ventajas a alguno de
sus acreedores, y - en las relaciones entre acreedores, prohibiéndose que uno o algunos se vean
perjudicados por otro u otros.
Se entiende que la igualdad entre los acreedores descansa en la imposición de la justicia
distributiva por el Estado, como definidor y amparador del interés público, pues la pars conditio
puede ser contraria a los intereses particulares de uno o de varios acreedores.

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