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Historias del Mar

Por Itamar Neuner.

Mayor Piloto Aviador (Retirado). Fuerza Aérea de Israel.

Todos los derechos reservados.

-“Skipper, ven un momento a mi oficina”.

-“Claro Shoomy ¿en qué te puedo servir?” Shoomy es mi Comandante, en el Escuadrón de Mirage
del Norte, el año es 1968.

-“Toma asiento Skipper, te necesito para un asunto de barcos”.

Verán, el mar es mi departamento, cuando mi Comandante necesita alguien experto en barcos o


cualquier cosa que tenga que ver con el océano, me llama. Lo que sea que se refiera a
embarcaciones de vela, pesca subacuática o tácticas de batalla de flotas navales, es mi
especialidad. Todo lo relacionado con el mar, me interesa, ya sea que flote, se sumerja o vuele por
encima de él. Por algo, todo el Escuadrón me dice “Skipper”.

Aunque soy un piloto de la Fuerza Aérea, navego mucho con la Marina de Guerra de Israel.
Aprovecho cada oportunidad que tengo para hacer amistad con oficiales navales, y uso esos
contactos para organizar viajes en cualquier cosa que navegue sobre o por debajo del mar.

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Recuerdo la primera vez que navegué en un destructor1, una impresionante nave de la época de la
Segunda Guerra Mundial.

Era un joven Subteniente y había sido nombrado como uno de los tres árbitros en un ejercicio
militar conjunto aire-mar. El barco era el INS2 “Jaffa” y mis dos compañeros jueces eran oficiales
navales veteranos. Ambos portaban sendas carpetas de arbitraje en sus manos y una expresión de
autosuficiencia en el rostro. Yo, el joven Subteniente, me uní a su conversación, tratando de
aprender cuanto pudiera sobre guerra marítima. En todo momento esos expertos veteranos me
trataban con vergüenza apenas disimulada: por un lado yo era un jovenzuelo impertinente, pero
por otro, era un admirable piloto de Mirage.

El enorme destructor se desliza sobre las aguas, hacia el área de práctica. De pie en el puente, el
Capitán de la nave, junto a él sus oficiales de guardia y… yo. Una cubierta por debajo, en un
pequeño compartimiento, se encuentra el corpulento timonel, junto a la gigantesca rueda de
timón, sus ojos están fijos en una enorme brújula, esperando órdenes por el tubo de
comunicación. Más abajo, en las entrañas del barco, docenas de mecánicos sudorosos atienden los
motores bajo el mando del ingeniero en jefe, listos para atender cualquier orden que llegue por el
telégrafo.
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-“Así que este es un barco de guerra de verdad”- murmuro para mis adentros- “nada qué ver con
un avión, es totalmente distinto”. Todavía intento encontrar alguna similitud entre una
embarcación y una aeronave, cuando se escucha un grito desde estribor.

-“¡Aviones de guerra! Verde, noventa grados, nos atacan!” ¿dije “nada parecido a un avión”? estoy
sorprendido.

El Capitán grita: “¡todo a estribor!”

El Contramaestre repite por el tubo de comunicación: “¡Todo a estribor!”

El timonel hace girar con violencia la gran rueda del timón, mientras grita también: ¡Todo a
estribor!”

El navío rompe con presteza hacia la derecha, inclinándose sobre su lado de babor. El súbito
cambio de curso frustra el ataque aéreo, los aviones salen rápidamente de la picada, hacia el
blancuzco cielo de verano. El vigía los observa, vigila sus movimientos y los reporta.

-“¡Todo a babor!” le ordena el Capitán al Contramaestre.

-“¡Todo a babor!”, el Contramaestre le pasa la orden al timonel.

-“Todo a babor!” repite el timonel, y gira el timón de madera al lado contrario.

El barco “vuela” hacia el otro lado, quebrando agudamente a la dirección contraria, apuntando su
proa en dirección a los aviones, sin volar recto ni por un instante.

¿Dije “vuela recto”? Sí, porque este enorme navío, de 2,500 toneladas, comenzó a maniobrar
exactamente como lo haría un pequeño y ligero avión de combate.

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Sí, el mar es mi departamento, y lo amo.

En aquellos lejanos días previos a la Guerra de los Seis Días, la Marina de Guerra era muy pequeña:
algunos destructores, una flotilla de lanchas torpederas y unos pocos anfibios de desembarco.
Esto no era ni por asomo, adecuado para contener a las armadas de Egipto y Siria en caso de que
atacaran nuestras costas, por lo que la Fuerza Aérea tuvo que cargar con la responsabilidad de
prepararse para combatir contra los barcos del enemigo. Así que nos entrenamos muchísimo en
tácticas de combate aire – mar.

Algunas de estas prácticas fueron muy interesantes, por ejemplo, debimos cañonear un “Blanco
Jet”. Este blanco era una especie de arado gigantesco, remolcado por un largo cable sujeto a una
embarcación rápida, el cual creaba muchísima espuma blanca sobre el mar. Los aviones tenían que
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picar sobre la mancha de espuma y dispararle, pero acertarle era extremadamente difícil. El
principal problema era que la mancha de espuma no tenía un tamaño específico, por lo que era
imposible para nosotros el calcular la distancia al blanco. En un cañoneo normal, contra objetivos
en tierra o aviones enemigos, el piloto estima la distancia comparando el tamaño del “apuntador”
–el pequeño punto luminoso en el centro de la mira- con el tamaño del blanco. Pero es imposible
comparar el apuntador con una ola de espuma blanca en mitad del mar que a ratos crece y a ratos
se desvanece.

Otro problema fue que siempre que en el campo de tiro disparamos munición real, “de guerra”
como decimos, lo hacemos contra blancos estacionarios, fijos. Aquí tenemos un blanco en
movimiento, por lo que se dispara no a donde está, sino donde calculamos que estará en unas
fracciones de segundo. Le llamamos “adelantar el tiro” ¿pero qué tanto lo debemos adelantar?

Hoy practicaremos cañoneando el “Blanco Jet”. Es la primera vez para todos nosotros. Incluso
Hetz, quien nos dio el briefing esta mañana, no pudo decirnos cómo debemos hacerlo. Seremos un
cuarteto, Uri Ya’ari es el líder, soy el número Dos. Shelakh es Tres y el número Cuatro es un
invitado que hoy está de visita en el Escuadrón: nada menos que el Comandante en Jefe de la
Fuerza Aérea en persona, General Motty Fine. Nadie espera que los tres pilotos de base en el
Escuadrón tengamos mucho éxito en el ejercicio, no obstante que a diario piloteamos Mirages.
Pero de nuestro Comandante en Jefe, que vuela una o dos veces al año, a duras penas esperamos
que despegue y aterrice ileso.

Nuestra primera pasada es un picado “en frío” –no dispararemos- sólo para practicar la entrada,
alineado, apuntado y salida, para familiarizarnos con el ejercicio. El blanco es realmente pequeño,
un diminuto punto blanco en el inmenso océano. Tan pronto como colocas tu mira en él, se
escurre fuera de ella y no hay forma de estimar la distancia.

El líder entra y sale, lo sigo, salgo del picado y giro para ver a Shelakh. Entra en su picado, pasa
sobre la espuma blanca y sale, sin hacer disparos. Después viene el General Motty ¡y abre fuego!
En el briefing se especificó claramente: “la primera pasada es “en frío”, sólo es para ambientarse”
pero el Comandante en Jefe está disparando… ¡y da en el blanco! ¡Una corta ráfaga impacta en el
“Blanco Jet” y levanta chorros de agua a su alrededor!

Segunda pasada. Ya´ari entra, dispara… pero se queda corto, sus proyectiles impactan el agua muy
lejos del blanco. Mi turno… no logro apuntar a ese extraño blanco que corre sin cesar a la derecha.
Fallo. Shelakh va detrás de mí –lo miro por encima del hombro- dispara e impacta al
Mediterráneo. Después de él, vuelve a entrar Motty. Anuncia lacónicamente –“Cuatro, entrando”-
y segundos después –“Cuatro, saliendo”-, no sin antes colocar otra certera ráfaga justo en el
blanco.

Y así, una y otra vez, hasta que nos quedamos sin municiones. En cada una de las pasadas, sólo
chapaleamos el agua, con ligerísimas mejoras entre cada picada. Pero el Comandante en Jefe de la
Fuerza Aérea, quien no había piloteado un Mirage en meses y llevaba al menos un año -o dos- sin
hacer tiro aéreo –y quien nunca en su vida había disparado contra ese “Blanco Jet”- acertó ráfaga
tras ráfaga sobre aquel pequeño punto flotante, sin siquiera despeinarse.
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Combatir sobre el mar es peligroso. Nadie lo sabe mejor que Eli Cohen. Hoy forma parte de una
formación de cuatro Mirages, en una salida de práctica contra una lancha torpedera. Su misión es
simular un “cañoneo” y obtener fotografías de los “impactos” en la embarcación con la cámara de
mira. Hay nubes bajas y la visibilidad es limitada por la espesa bruma. La torpedera se defiende
como demonio, se revuelve, gira la proa hacia los aviones en cada pasada. La embarcación se
retuerce en el agua, los aviones hacen lo propio arriba en el aire, esperando el más mínimo error
de la tripulación, o que ésta los pierda de vista por un instante y aprovechar el parpadeo para
“hundirla”. Dado que la visibilidad es pésima, los aviones no se pueden alejar mucho de ella para
hacer picados largos y controlados, por consiguiente, pierden muchísima velocidad con todos esos
giros y maniobras.

Eli Cohen pica sobre la torpedera, esta gira su proa y va directamente hacia el rumbo del avión. Eli
está determinado a ponerla en la mira, pero se demora mucho, se acerca demasiado, “dispara” a
quemarropa y jala con toda su fuerza para salir de la picada. Pero atacó demasiado empinado y su
velocidad es bajísima. Levanta la nariz, pero el avión sigue bajando como en un aterrizaje… de
pronto -la tripulación de la torpedera me lo confirmó después- el Mirage golpea el agua,
desaparece entre dos olas inmensas por unos interminables segundos, reemerge ¡y continúa
volando!

Eli Cohen regresó a la base aérea, aterrizó y fue directo a la Sinagoga de la base, sin siquiera
cambiarse el overol de vuelo. El único daño que sufrió su avión fue un tanque auxiliar de
combustible deformado, pero él nunca volvió a pilotear un Mirage.

Y fui designado para encabezar el Comité de Investigación del incidente –porque el Mar es mi
Departamento-.

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El vuelo nocturno sobre el mar, en una noche realmente oscura es de un peligro inmenso. Por ello
sólo los pilotos veteranos lo hacen. Hay un gran riesgo de sufrir vértigo, el cual te hace perder la
orientación y causa un terrible conflicto entre lo que sientes y lo que te indican los instrumentos.
Puedes sentir que estás volando hacia arriba cuando en realidad vas recto y nivelado o viceversa.
Esto sucede muy fácilmente sobre el agua en oscuridad total, o cuando una luz de bengala
proyecta un fulgor amarillo sobre un mar negro e invisible.

Toda la Marina de Israel participa en el simulacro aire-mar de esta noche. Se harán a la mar a
mediodía, navegarán al oeste y desplegarán de cara a nuestras costas. Al atardecer girarán sus
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proas al este y surcarán las aguas a toda máquina. Para efectos del ejercicio, representan a la
Armada Egipcia y nuestra Fuerza Aérea frenará su asalto nocturno.

Soy un piloto junior, llevo apenas un año en los Mirage. Un novato como yo no está calificado para
atacar barcos de noche, así que heme aquí, en la cubierta de la torpedera T-206 –me designaron
como observador-. Los pilotos veteranos del Escuadrón, junto al resto de la Fuerza Aérea, nos
atacarán durante la noche. La torpedera es una embarcación maravillosa, pequeña, rápida y ágil.
Está hecha de madera, con dos enormes motores Diesel, es operada por una pequeña tripulación
de marinos, que trabajan juntos como un equipo perfecto. Usan pantaloncillos de faena y
sandalias, pero se dan tiempo para ponerse sus camisolas para la cena, la cual es servida con toda
ceremonia… y una botella de buen vino.

Navegamos al oeste por varias horas. Estoy de pie cerca del pequeño cañón de proa, recibo la
brisa marina en el rostro, disfruto el momento. Cuando llegamos al punto inicial del ejercicio, nos
damos un tiempo para hacer un poco de ejercicio y saltamos por la borda para nadar un rato en
las azules aguas del Mediterráneo.

La noche llega y comienza el ejercicio. Arrancamos motores y navegamos al este a toda máquina,
representando una fuerza de asalto egipcio aproximándose a la costa de Israel. Excepto por las
estrellas, la noche es de una negrura total, tan oscura como el mar, y la lancha está
cuidadosamente oscurecida. De pronto, una bengala estalla sobre nosotros, y luego otra. Las luces
de navegación de los aviones se ven en lo alto, como estrellas fugaces. En el briefing, se nos dijo
que cuando viéramos las bengalas, debíamos romper a 90 grados para salir de su campo de
iluminación y continuar al este, a toda marcha. Pero ¿qué están haciendo estos marineros locos?
El capitán detiene la torpedera, gira la proa hacia la bengala y maniobra cuidadosamente para
colocarse justo debajo de ella, en el punto donde caerá al mar. ¡Eres un “egipcio” y esos aviones
son tus enemigos israelíes! ¡se supone que te van a bombardear, debes esquivarlos! ¡Gira 90
grados y aléjate de la luz!

Pero los marineros se arman de ganchos bicheros y comienzan a recolectar los pequeños
paracaídas de las bengalas, que flotan sobre el mar. Un paracaídas de bengala es un bonito
juguete y sería un terrible desperdicio dejar que se hunda en el fondo del mar, cuando puedes
llevártelo a casa de recuerdo…

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-“Skipper, ven y toma asiento” –Shoomy cierra la puerta de su oficina para que no nos distraiga el
ruido de los aviones que despegan- “tengo un proyecto para ti, y es sobre algo que llevas en el
corazón”.

Ha de ser sobre el mar, obviamente, porque el mar es mi departamento.


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-“Mira Skipper”- Shoomy es un tipo grande, agradable y amistoso, parece cualquier cosa menos un
piloto de combate. –“has sido Líder de Formación durante varios años, ya es hora de que
asciendas a “Líder Senior”. Tienes que aprobar algunos exámenes y escribir un ensayo para
obtener el grado”.

-“OK Shoomy. ¿Sobre qué debe tratar el ensayo?”

-“Verás, debe tratar sobre bombardeo por radar, sobre objetivos navales”. Si hay un asunto que
detesto, es el bombardeo nocturno por radar.

Israel tenía un problema. Nuestra Marina de Guerra era muy pequeña como para defender
nuestras largas costas contra una invasión por mar. Así que la tarea se le encomendó a la Fuerza
Aérea. Pero sólo podemos bombardear y cañonear los navíos cuando el cielo está despejado, sin
nubes. El problema era determinar qué hacer si los barcos árabes nos atacan bajo una espesa
nubosidad suspendida a baja altitud sobre el mar.

Así que inventaron el bombardeo por radar.

Es de noche, estoy solo, vuelo sobre alta mar. Sólo el controlador me habla desde muy lejos, pero
se escucha muy cerca y me dirige hacia el barco “enemigo”. El mundo exterior está negro como el
infierno. El mar bajo mi avión se ve tan negro como el cielo, es imposible distinguir uno del otro.
No veo luces, ni costa, ni punto de referencia alguno que me ayude a orientarme. Sólo el panel de
instrumentos, iluminado por una fría luz ultravioleta, me muestra dónde queda el lado de arriba y
dónde el de abajo.

Vuelo a 3,000 pies sobre el nivel del mar, mirando mi pantalla de radar. Mi mano derecha pilotea
el avión y la izquierda opera el radar, usando la manija especial de control, atiborrada de
interruptores y botones. Miro la pantalla verde del radar por unos segundos, en busca de blancos,
pero con súbito pánico levanto la mirada al horizonte artificial3. Me muestra que estoy
“banqueando”. Estaba volando recto y nivelado, de hecho todavía siento que vuelo así. Estoy
absolutamente seguro que voy recto y a nivel. Lucho conmigo mismo y contra todos mis instintos
naturales, nivelo el avión y continúo buscando mi objetivo. Súbitamente siento que estoy
subiendo, empujo el bastón ligeramente adelante. Pero no estaba trepando, el altímetro muestra
que pierdo altura, desciendo hacia la negrura total de las olas. Lucho con el bastón,
completamente concentrado en los instrumentos de vuelo, me convenzo a mí mismo de creer en
ellos. Hago todo lo que puedo para ignorar los “instrumentos” internos de mi cuerpo, así como mi
propio sentido de orientación, que está desalineado y no es digno de confianza.

¡Ahí está! Es un barco, por supuesto. Debe ser el blanco. Mi mano izquierda cuidadosamente
coloca el puntero de la pantalla sobre mi objetivo, mi dedo presiona ligeramente el botón,
liberando el seguro del radar. Se enciende una luz verde –el radar está fijo en el objetivo. Es todo,
ahora desciendo cuidadosamente a mil pies. Mil pies sobre el nivel de un mar invisible es una
altura bajísima, de hecho es aterradora. Me acerco al barco, identifico su rumbo, vuelo por
instrumentos con tanta precisión como soy capaz, sabiendo que el más ligero desvío tendrá como
consecuencia un Mirage sumergido y un piloto muerto. Dos millas –y el apuntador de alcance en la
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mira cambia a escala de metros. A 1,600 metros presiono el botón para simular el bombardeo y
salgo de allí lo más aprisa que puedo.

Odié esa misión. Fue tan difícil como peligrosa, y además, inefectiva. ¿Quién puede lanzar una
bomba contra un barco invisible, apuntando sólo con radar, en vuelo recto y nivelado?

Y esa es la razón por la que Shoomy me llamó.

-“Skipper” –me dijo- “tu trabajo es hacer algo fundamental: probar que el bombardeo por radar
es inútil, sin propósito alguno en una guerra”.

-“Puedes confiar en mí”- respondí, porque el Mar es mi Departamento.

Así que reuní toda la información resultante de los ensayos de bombardeo real por radar.
Pregunté a la Marina qué daño podría causarle a un barco, una bomba de 500 kilos cayendo en el
agua a su alrededor. Fui también al Cuartel General de la Fuerza Aérea a discutir qué alternativas
tendríamos si se decidía cancelar el bombardeo por radar. Finalmente edité un volumen con todo
el material que acumulé, lo imprimí y encuaderné, tratando de darle la apariencia de un trabajo de
investigación científica. Y le llevé el reporte a Shoomy.

-“Excelente, Skipper, bien hecho, buen trabajo. Mandaremos tu reporte al Cuartel General y los
convenceremos de ponerle fin a este peligrosísimo absurdo”.

-“No sé si realmente quieras hacer eso”- dije un poco perturbado.

-“¿No? ¿por qué no?” –la eterna sonrisa de Shoomy desaparece de su cara. Una mirada suspicaz
aparece en sus ojos.

-“Bueno, yo investigué, indagué y me metí de lleno en el asunto. Mi conclusión es que, bajo las
circunstancias actuales, en un día nublado, la única forma de defender nuestras costas contra un
ataque marítimo, sería mediante nuestro bombardeo por radar. Simplemente no tenemos
alternativa”.

Previsiblemente el ensayo que escribí fue a dar al bote de basura. Pero fui ascendido a “Líder
Senior” y Shoomy me sigue llamando “Skipper”, hasta el día de hoy.

Traducción: Mayor de Caballería (Retirado) Luis Espino Alcaraz.

Ejército Mexicano.
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NOTAS DEL TRADUCTOR:

1. Embarcación militar rápida y maniobrable, de poco peso (regularmente entre 2,000 y 5,000
toneladas de desplazamiento, aunque las hay mayores) equipada con torpedos y cañones
ligeros, propia para misiones de escolta y guerra antisubmarina.
2. INS. Israel Navy Ship (Barco de la Marina de Israel). Prefijo de las embarcaciones militares
israelíes.
3. Horizonte Artificial. También llamado Indicador de Actitud (IA). nstrumento de vuelo que
muestra la orientación de la aeronave respecto del horizonte. Hace posible el vuelo en
condiciones de visibilidad reducida o nula.

ILUSTRACIONES:

Destructor INS “Haffa”. Marina de Guerra de Israel. Circa 1966.

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