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Regla II
Regla III
Acerca de los objetos propuestos se ha de buscar no
lo que otros hayan pensado o lo que nosotros mismos
conjeturemos, sino lo que podamos intuir clara y eviden-
temente o deducir con certeza; pues la ciencia no se
adquiere de otra manera 17.
Se deben leer los libros de los antiguos, puesto que
es un gran beneficio el que podamos servirnos de los
15 Este pasaje nos parece especialmente importante y significa-
tivo, a la vez que viene a añadir un matiz de interés en relación
con el tema de las Matemáticas y su relación con la Filosofía
(Vid. nota 10). El «obíectum quae requirimus» expresa que, en
la búsqueda de la verdad de las cosas y el establecimiento de su
criterio, el espíritu pone de antemano los requisitos que habrá de
cumplir cualquier cosa, para que pueda ser objeto del saber. Si
es preciso reparar en la Aritmética y en la Geometría no es por-
que se las instituya como modelos, sino porque «sólo ellas se
ocupan de un objeto... tal como el que requerimos».
16 Sobre el sentido de esta afirmación, véase nuestra Intro-
ducción.
17 Se enumeran aquí las clases principales de «experiencia»
Reglas para la dirección del espíritu 73
Regia IV 2 2
Regía V
Regla VI
Regla VII
Regla VIII
/ las cosas, sino tan sólo pocas o incluso una sola de ellas,
es posible, sin embargo, pasar más allá.
Y esta regla se sigue necesariamente de las razones da-
das para la segunda; y, sin embargo, no se debe creer
que ésta no contiene nada nuevo para promover la eru-
dición, aunque parezca apartarnos solamente de la inves-
tigación de algunas cosas, sin mostrar, sin embargo, algu-
na verdad: en efecto, a los principiantes no enseña otra
cosa que a no perder su esfuerzo, casi por la misma
razón que la segunda. Pero a aquellos que conozcan per-
fectamente las siete reglas anteriores, muestra en qué
razón pueden, en cualquier ciencia, satisfacerse a sí mis-
mos de tal manera que no deseen nada más; pues cual-
quiera que haya observado exactamente las precedentes
reglas en la solución de alguna dificultad y, sin embar-
go, le sea impuesto por ésta el detenerse en alguna par-
te, entonces conocerá con certeza que no puede encon-
trar por ningún otro artificio 39 el conocimiento que bus-
ca, y ello no por culpa de su espíritu, sino porque la
naturaleza de la misma dificultad o la condición humana
se opone a ello. Este conocimiento no es una ciencia
menor que aquella que muestra la naturaleza de la cosa
misma, y parecería no tener buen sentido aquél que
extendiera su curiosidad más allá.
Es preciso ilustrar todo esto con uno o dos ejem-
plos 40. Si, por ejemplo, alguien que estudie solamente
la Matemática busca aquella línea que en Dióptrica lla-
man anaclástica 41, / y en la cual los rayos paralelos se re-
fractan de tal modo que todos tras la refracción se cor-
tan en un punto, fácilmente advertirá, conforme a las
reglas quinta y sexta, que la determinación de esta línea
depende de la proporción que guardan los ángulos de
refracción con los ángulos de incidencia; pero como no
Regla IX
Regla X •
Regla XI