Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Un amplio catálogo de libros traza la veta polemista de un autor que siempre buscó que
el lector pensara dos veces y se alejara de todo lugar común
Fernando Savater
"Creo que es una verdad abstracta que cualquier literatura que represente nuestra vida
como peligrosa y sorprendente es más verdadera que cualquier literatura que la
represente como vaga y lánguida. Pues la vida es una lucha, y no una conversación”
(G. K. Chesterton).
Antes dije que una paradoja falsa o artificiosa no pertenece al género que cultivó
Chesterton, cuya maestría en ese campo le envidian incluso quienes le detestan y sobre
todo los que pretenden sin éxito imitarle. Borges señaló perspicazmente que una
característica de Oscar Wilde que suelen menospreciar hasta los que más festejan sus
boutades y trallazos de ingenio es que por lo común además tiene razón. Algo
semejante puede decirse del estilo pugnaz de G. K. Chesterton: no busca sobre todo
sorprender o desconcertar (aunque es evidente que no le disgusta conseguirlo) sino
hacernos pensar dos veces y desde un ángulo menos trillado lo que suponemos obvio…
porque vemos a otros aceptarlo como tal. Cuando polemiza con escritores de talento a
los que sin duda admira (Chesterton tenía buen ojo literario y nunca desprecia a un autor
por no compartir sus ideas) se nota especialmente este tipo de chocante esgrima. Elijo
un ejemplo entre mil. Como tantos otros antes o después que él, critica en el gran
Rudyard Kipling su adoración del militarismo. Pero se distancia crucialmente de los
demás en su argumentación, de acuerdo con su línea paradójica: “El mal del militarismo
no es que enseñe a ciertas personas a ser feroces y altaneras y excesivamente belicosas.
El mal del militarismo es que enseña a la mayoría de los hombres a ser mansos y
tímidos y excesivamente pacíficos. El soldado profesional gana más y más poder a
medida que decae el coraje de una comunidad. (…) Los militares ganan el poder civil en
la misma proporción en la que los civiles pierden las virtudes militares”. Más adelante
señala que nuestra época ha logrado a la vez “el deterioro del hombre y la más increíble
perfección de las armas”, lo que ya era cierto en aquellos días y lo es mucho más en los
nuestros. El complemento ideal de la beata admiración de los uniformes y la
fanfarronería es el repliegue pacifista. Incluso quienes más veneramos a Kipling
tenemos que asumir que este sesgo inusual del reproche usual que se le suele hacer es
diabólicamente certero…
Podríamos aducir otros muchos casos en que Chesterton, cuando aparta la vista de los
elfos y los gerifaltes de antaño, señala con penetración las grietas de la modernidad. A
la fascinación del cine le opone que propicia errores irrefutables, sobre todo en materia
histórica: cuando alguien escribe disparates en un libro siempre salen otros diez o doce
escritores que señalan sus fallos, pero nadie hace otra película para enmendar las
equivocaciones filmadas. Es más, los que ven películas no suelen leer además libros
para conocer las mentiras de la pantalla, hasta tal punto —señala G. K. Chesterton—
que la palabra “pantalla” cobra el extraño sentido de lo que encubre y disimula. ¿Qué
hubiera dicho ante el actual imperio de la pantalla digital y sus embelecos? También la
creciente idolatría de la naturaleza, que ya apuntaba en su tiempo en la aplicación del
darwinismo a la moral y en el nuestro en la psicología evolutiva o la ecología, le mueve
a reflexiones oportunas: “Basarse en la teoría evolutiva permite ser inhumano o
absurdamente humano, pero no humano. Que tú y el tigre seáis lo mismo puede ser un
motivo para ser amable con el tigre. O para ser tan cruel como él”. En cuanto a sus ideas
políticas, la fundamental para él era la democracia y la entendía del mejor modo
posible: “He ahí el primer principio de la democracia: que lo esencial en los hombres es
lo que tienen en común y no lo que los separa”. Aún no se había puesto de moda lo de
que la mayor riqueza humana es la diversidad y quincalla intelectual semejante…
https://elpais.com/cultura/2017/11/28/babelia/1511865847_652959.html