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Universidad Iberoamericana
5 de diciembre de 2019
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Destaca una preocupación reciente por el futuro en textos dirigidos a discutir la
posición de la antropología ante la catástrofe neoliberal que hemos heredado del deseo de
progreso (Tsing 2015; Miller 2017; Shah 2017; Kolshus 2017; Ingold 2017). La
antropología ha sido la disciplina encargada de dar cuenta de la pluralidad de formas de
relacionamiento sociales, económicas, tecnológicas, materiales, ecológicas y políticas,
por ejemplo. Ningún otro investigador interesado en la producción de conocimiento ha
sido tan rigoroso con el desplazamiento hacia lugares ajenos, en busca de la alteridad
radical, para observar-participar y así construir conocimiento partiendo de la reflexión a
largo plazo. La producción de la antropología desde condiciones y preocupaciones
locales ha problematizado discusiones cruciales como: raza, género, migración, ecología.
¿Qué responsabilidad ha tenido la antropología en el diseño intelectual del escenario
político en el que vivimos? ¿Cómo la propuesta antropológica ha reaccionado ante el
neoliberalismo dentro y fuera de la academia? ¿Cuales son las posibles posiciones para
pensar el futuro?
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inside (2017) describe una relación contradictoria entre la tarea de la antropología al
producir teorías generales sobre la especie humana, para lo cual debe situarse "desde
afuera" y la tarea de la etnografía "desde adentro" para comprender y dar sentido al lugar
desde donde el otro participa del mundo, a través de una relación de intimidad ( 2017,
34). Es la contradicción de esta posición dual adentro/afuera la que encuentra productiva
al mismo tiempo que compleja, siendo ello la singularidad de la antropología y lo que
podría aportar a otras disciplinas. Sin embargo, Bloch señala cómo la tarea de la
antropología, aportar a una teoría general sobre el ser humano "desde afuera", ha sido
pausada después de una revisión poscolonial de la empresa antropológica. Mientras, el
discurso público de otras disciplinas como economía o psicología sigue manejando
conceptos venidos de la modernidad Occidental para definir al ser humano en general
(2017, 36).
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complejidad bajo las lógicas de vida de los indígenas, tomando en cuenta que no existían
registros archivados sobre ellos y que se trataba de sociedades contemporáneas
dinámicas. La propuesta de Malinowski permitió replantear los lugares comunes desde
donde se habían definido a estos sujetos hasta el momento como salvajes de costumbres
simples.
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El argumento de Howell va dirigido a la necesidad de definir claramente a qué nos
referimos con práctica etnográfica, fundamental para que la antropología mantenga su
singularidad como disciplina. También regresando a una premisa malinowskiana Howell
enfatiza que solo a través del trabajo de campo es posible comprender si lo que la gente
dice que hace es efectivamente lo que hace y es en la tensión que pudiera provocar la
contradicción entre el hacer y el decir que se encuentra la oportunidad de reflexionar
sobre otras formas de estar. Como Bloch Howell nos insista a regresar a Malinowski
además de a otro clásico de la antropología para situar nuevamente la tarea de la
disciplina, Franz Boas: "Cuando todo sea dicho y hecho, el relativismo cultural es nuestro
sello. Eso es cómo nosotros nos diferenciamos de los otros científicos sociales" (2017, 18
[traducción propia]).
Fue Franz Boas quién primero nos alertó de la importancia de atender el presente
de culturas dinámicas, más que desgastarnos en la búsqueda de patrones históricos que
verificaran la evolución social del ser humano, asumiendo que la cima de dicha evolución
era la cultura Occidental. Esta fue la agenda intelectual de Boas en su acuñado
relativismo cultural, ya a principios del siglo XX insistía en la importancia de
comprender a las personas y sus comportamientos en sus contexto específico ante la
presión de un pensamiento positivista que necesitaba de leyes históricas generales. "Si
conociéramos completamente todo el marco biológico, geográfico y cultural de una
sociedad, y si entendiéramos en detalle las formas de reacción de los miembros de la
sociedad y de la sociedad como un todo en estas condiciones, no necesitaríamos el
conocimiento histórico del origen de la sociedad para comprender su comportamiento"
(Boas 1993 [1920], 13).
También desde entonces Boas alerta del reto metodológico de su propuesta que
aunque rigurosamente sustentada avocaba al investigador a resolver cómo producir
conocimiento sobre un presente no estable desde el interior del mismo: "La razón por la
cual la investigación del desarrollo interno no ha sido perseguida enérgicamente, no
corresponde al hecho de que desde un punto de vista teórico no es importante; es
preferentemente debido a inherentes dificultades metodológicas" (Boas 1993 [1920], 4).
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Precisamente la posición metodológico de la antropología, que es al mismo tiempo
teórica, es la que ha defino al campo y a la vez que ha sido el mayor dilema de la
disciplina. Décadas después en el propio siglo XX y luego de un largo recorrido del
campo en su relación con el mundo, el antropólogo postmoderno James Clifford tiene
interrogantes conceptuales y metodológicas sobre el tipo de conocimiento que ha
producido la antropología a través de la práctica etnográfica. Clifford altamente boasiano
se debate en cual es la tarea del etnógrafo y qué realmente puede aportar si asumimos que
lo único que realmente puede hablar es de sí mismo: " (...) cualquier visión de lo otro,
fundamentada en los que se fundamente, no será más que la construcción de un yo a
través de la elaboración de un texto etnográfico" (1991 [1986], 56).
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Para Kolshus la etnografía implica autoridad del conocimiento por ser la mayor
contribución que la antropología puede hacer a cualquier debate y es desde ahí que la
disciplina debería posicionarse (2017, 67). En su experiencia en la educación noruega son
"las buenas historias" que produce la etnografía una gran motivación para la audiencia no
académica joven. Lo que pudiera parecer una banalización del trabajo antropológico, para
Kolshus, es una oportunidad de romper, precisamente, la comprensión del otro como
tradicional, exótico y perteneciente al pasado (2017, 63). "Nuestra es de hecho una
poderosa caja de herramientas, aplicable a un amplio rango de propósitos. Pero la única
autoridad detrás de nuestro involucramiento proviene del material crudo, o el medio, el
cual es etnográfico" (2017, 64 [traducción propia]).
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Como Bloch, Ingold considera que es fundamental definir la diferencia entre
antropología, etnografía y observación participante para volver a aclarar la tarea de la
disciplina. Para Ingold la etnografía no es un método y no debe ser confundido con la
observación participante. Esta última se trata de corresponder con la gente: "Esto es decir,
la observación es una forma de participar atentamente y por esta razón una forma de
aprender" (2017, 23 [traducción propia]). Por lo tanto la observación participante no debe
ser entendida como etnográfica sino como educacional, como una forma de aprender que
es, por tanto, transformativa. El llamado de Ingold se debe a la excesiva presencia de la
etnografía como única forma de definir la antropología -no solo dentro de esta-,
provocando que más que producir conocimiento se acumulen casos etnográficos como
último fin. Para Ingold la antropología es comparativa, crítica y sobre todo especulativa y
es esto último lo que la define de la etnografía. Sus precisiones y su insistencia en
caracterizar más como educacional que como etnográfica la tarea de la antropología se
dirige a una preocupación respecto al futuro de la antropología. Siendo una disciplina que
existe y produce su discurso desde la universidad, es también su tarea atender a la
incorporación del neoliberalismo a la universidades y protegerla como un espacio de
reflexión y tolerancia. Asumir a la antropología como una disciplina conjetural y
educacional es una posibilidad para pensar y actuar hacia un futuro en el que nos
preocupa el protagonismo del neoliberalismo.
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de los participantes en el dabate de Hau a una preocupación por el futuro de la
antropología.
Aunque desde lugares diferentes Ingold, Kolshus y Miller -unos apelando a los
medios masivos y la divulgación, otros enfatizando la sutileza académica de la discusión-
están preocupados por cómo la antropología podría movilizarse frente a un discurso
neoliberal cada vez más presente en políticas públicas, discursos presidenciales,
decisiones medioambientales y migratorias. Para los tres la educación sea académica,
popular o como parte del propio proceso transformativo de la observación participante es
un punto de partida para enfrentar un futuro problemático en diversos ámbitos.
Tsing también está preocupada por cómo vamos a enfrentar el futuro, primero
insiste en que debemos aceptar que se trata de la precarización como regla y no como
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estado de excepción, no solo para pensar el futuro sino en el momento en el que ya
vivimos. Una vez asumido el fin del progreso como idea moderna del siglo XX apela a
los encuentros extraños provocados por las catástrofes, guerras, migraciones forzadas,
ruinas industriales. Es así como se produce una escena de encuentro como la descrita
antes y de ellas debemos aprender cómo sobrevivir ante una precarización de la vida que
nos coloca en un estado de vulnerabilidad, nos dice Tsing .
Para Tsing aprender a notar hongos en las ruinas del progreso industrial es una
posibilidad de sobrevivencia colaborativa que la etnografía puede aportar ante un futuro
neoliberal catastrófico para todo tipo de vida. Tsing nos introduce en el aprendizaje
humilde de la etnografía al que se refiere Miller para producir un conocimiento
antropológico que advierte pero también propone un posicionamiento ante la catástrofe
social y ecológica a la que nos enfrentamos.
Los encuentros impredecibles que describe Tsing son posibles cuando notamos lo
no-humano en una posibilidad de assemblage, concepto venido de la ecología para
referirse a las connotaciones de una comunidad ecológica, en la que las diferentes
especies se influyen unas a otras (2015, 22). Tarek Elhaik, antropólogo de David
University, también apela al assemblage work para describir una colaboración colindante
entre antropología y arte contemporáneo y así contestar a lo que llama los daños de la
antropología después del giro etnográfico y su "exhaustivo repertorio conceptual" (Elhaik
2013, 792). Algunos de los daños que señala son:
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investigación con implicaciones morales imprudentes para ambos antropología
y arte (…) Locación geográfica, usualmente definida en términos nacionales,
han dominado nuestro horizonte creativo. ¿Qué pasaría si artistas y
antropólogos encuentran un horizonte diferente: un ensamblaje en el cual
“ethnos” no es el punto de partida? (…) (Elhaik 2013, 792-793).
Ante este panorama es que Elhaik propone el assemblage work como estado de
afinidad, una forma singular de trabajar: "(...) una posición de colindancia que es
urgentemente necesitada si estamos generando una matriz en la cual antropólogos y
artistas puedan cultivar nuevos pensamientos-hábitos" (2013, 794). En el assemblage
work la etnografía no es la única forma de investigación posible y la antropología no se
encarga solo de lo humano sino que este ocupa un lugar al lado de la práctica no-humana
(Ibíd.). Teniendo la afinidad y la contigüidad como zona de articulación entre campos,
Elhaik propone una distancia de los vicios conceptuales del giro etnográfico para
establecer una relación entre arte y antropología desde donde pensar el futuro de ambos
campos. Un reto para aquella práctica artística definida desde una banalización del
compromiso con su contexto social y para esa zona de la antropología que produce desde
la culpa. Tanto Sting como Elhaik piensan en formas para afrontar un nuevo terreno
político y académico ante el cual la antropología debe revisar su lugar de enunciación.
El último autor que traeré a colación en esta búsqueda de posiciones frente al futuro
de la antropología es Alpha Shah de London Scholl of Economics and Politics Science.
Shah regresa directamente a la observación participante como propuesta malinowskiana
aunque para proponerla como una praxis con potencial revolucionario (2017, 46).
Presenta dos razones para ello, primero: "(...) la observación participante hace que
cuestionemos nuestras suposiciones fundamentales y teorías preexistentes sobre el
mundo" (2017, 47 [traducción propia]). Segundo porque "la observación participante nos
permite comprender la relación entre historia, ideología y acción en formas que no
hubieras previsto" (Ibíd.). Ambas razones son cruciales para preguntarnos el por qué del
orden social a la vez que permite pensar como contestarlo, argumenta Shah. Al mismo
tiempo que la observación participante nos permite comprender como las estructuras
ideológicas funcionan posibilita la producción de nuevo conocimiento con el potencial de
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transformaciones ideológicas, teóricas y de acciones que transformen el escenario en el
que vivimos.
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entre campos y entre humanos, sino que entre especies es presentada como una
posibilidad casi indiscutible para sobrevivir a las ruinas en las que ya coexistimos. A 100
años de aquellas etnografías clásicas, los antropólogos participantes del debate publicado
por la revista Hau advierten que su disciplina es imprescindible para ubicarnos con
humildad pero con vehemencia ante un nuevo paisaje político. Tiene la antropología en
sus manos las herramientas para ayudar a empujar una forma de habitar el mundo que
quiere presentarse como única opción: la neoliberal.
Bibliografía.
Howell, Signe. 2017. "Two or three things I love about ethnography". Hau:
Journal of Ethnographic Theory 7 (1): 15-20
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Kolshus, Thorgeir. 2017. "The power of ethnography in the public sphere"
Hau: Journal of Ethnographic Theory 7 (1): 61-69
Tsing, Anna L. 2015. The Mushroom at the End of the World. On the
Possibility of Life in Capitalist Ruins. New Jersey: Princeton University Press
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