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Etnografía Clásica

Etnografía, futuro y neoliberalismo

Celia Irina González Álvarez

Universidad Iberoamericana
5 de diciembre de 2019

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Destaca una preocupación reciente por el futuro en textos dirigidos a discutir la
posición de la antropología ante la catástrofe neoliberal que hemos heredado del deseo de
progreso (Tsing 2015; Miller 2017; Shah 2017; Kolshus 2017; Ingold 2017). La
antropología ha sido la disciplina encargada de dar cuenta de la pluralidad de formas de
relacionamiento sociales, económicas, tecnológicas, materiales, ecológicas y políticas,
por ejemplo. Ningún otro investigador interesado en la producción de conocimiento ha
sido tan rigoroso con el desplazamiento hacia lugares ajenos, en busca de la alteridad
radical, para observar-participar y así construir conocimiento partiendo de la reflexión a
largo plazo. La producción de la antropología desde condiciones y preocupaciones
locales ha problematizado discusiones cruciales como: raza, género, migración, ecología.
¿Qué responsabilidad ha tenido la antropología en el diseño intelectual del escenario
político en el que vivimos? ¿Cómo la propuesta antropológica ha reaccionado ante el
neoliberalismo dentro y fuera de la academia? ¿Cuales son las posibles posiciones para
pensar el futuro?

En este ensayo me propongo comprender la relación entre la propuesta de


acercamiento al mundo - a través de la práctica etnográfica y la observación participante-
de la antropología y las posibilidades y consecuencias de sus argumentos para el contexto
político actual. Para ello acoto la discusión al reciente debate promovido por Cultural
Anthropology Forum y publicado en un volumen de la revista Hau. al mismo tiempo que
regreso a autores clásicos de la disciplina que contribuyeron a definir su tarea y premisas:
Franz Boas, Bronislaw Malinowski, Clifford Geertz y James Clifford.

Regreso a los clásicos para pensar el futuro.

Más de un siglo lleva el campo antropológico discutiéndose a sí mismo, ubicando


su propósito dentro de la academia y fuera de esta. En ese tiempo se ha encargado de
poner en duda preconcepciones para desechar generalizaciones, descomponiendo lo que
parecían reglas incontestables para el mundo Occidental.

Maurice Bloch, antropólogo de London School of Economics and Political Science,


en su artículo Anthropology is an odd subject. Studying from the outside and from the

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inside (2017) describe una relación contradictoria entre la tarea de la antropología al
producir teorías generales sobre la especie humana, para lo cual debe situarse "desde
afuera" y la tarea de la etnografía "desde adentro" para comprender y dar sentido al lugar
desde donde el otro participa del mundo, a través de una relación de intimidad ( 2017,
34). Es la contradicción de esta posición dual adentro/afuera la que encuentra productiva
al mismo tiempo que compleja, siendo ello la singularidad de la antropología y lo que
podría aportar a otras disciplinas. Sin embargo, Bloch señala cómo la tarea de la
antropología, aportar a una teoría general sobre el ser humano "desde afuera", ha sido
pausada después de una revisión poscolonial de la empresa antropológica. Mientras, el
discurso público de otras disciplinas como economía o psicología sigue manejando
conceptos venidos de la modernidad Occidental para definir al ser humano en general
(2017, 36).

Partiendo de este panorama Bloch nos propone regresar a la práctica etnográfica en


busca de la alteridad radical. La observación participante es el único camino para obtener
un punto de vista "desde adentro", forma de relacionamiento en la que el etnógrafo se
ubica en una posición de dependencia y a la vez que de autoridad desde la cual debe
negociar, no se trata de un intercambio de respuestas y preguntas, sino de "leer la mente",
es decir, de atender lo implícito. El único modo de lograr esto, nos dice Bloch, es a través
de una práctica etnográfica de larga duración siguiendo la propuesta de Malinowski.

En su artículo Bloch nos ínsita explícitamente a volver a Malinowski, no


necesariamente por cómo hizo etnografía sino por cómo nos dice que la hagamos (2017,
38). Después de una ofensiva contra la etnografía malinowskiana heredada de los
antropólogos postmodernos la propuesta a revisar a este autor pudiera parecer
conservadora a la vez que arriesgada.

Malinowski plantó una problemática metodológica para la investigación


antropológica: la necesidad de realizar trabajo de campo para llegar a conclusiones
teóricas a través de la observación directa de estructuras, comportamientos y modos de
pensar de la población estudiada. Este antropólogo clásico es el primero en proponer e
indicar la urgencia del trabajo etnográfico como único modo de comprender la

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complejidad bajo las lógicas de vida de los indígenas, tomando en cuenta que no existían
registros archivados sobre ellos y que se trataba de sociedades contemporáneas
dinámicas. La propuesta de Malinowski permitió replantear los lugares comunes desde
donde se habían definido a estos sujetos hasta el momento como salvajes de costumbres
simples.

De hecho, Malinowski indica que debemos tener en cuenta y distinguir tres


posiciones fundamentales durante el trabajo de campo: lo que hacen los indígenas, lo que
reflexionamos sobre lo que hacen y lo que ellos nos dicen que hacen. Hoy podrían
parecernos demasiado común estás declaraciones de Malinowski -incluso discutibles-.
Sin embargo, al exhortarnos a retomar su propuesta Bloch señala la necesidad de regresar
a la observación participante como única forma de llegar a entendimiento "desde
adentro": "[observación-participante] es la única forma completa de obtener un punto de
vista desde adentro y esto es lo que otras ciencias humanas tan habitualmente no tienen"
(2017, 39 [traducción propia]).

Signe Howell, antropóloga social de la Universidad de Oslo, argumenta que la


antropología no puede existir sin la práctica etnográfica, llegando ambas a constituir las
premisas básicas de la epistemología antropológica. Por tanto, cuando otras disciplinas
anuncian como parte de sus metodologías de investigación a la práctica etnográfica -lo
cual es recurrente- ello tiene consecuencias epistemológicas para la antropología (2017,
16). El conocimiento antropológico se ha sostenido en la legitimidad que aporta la
comprensión y verificación de lo aprendido durante el trabajo de campo de larga
duración. La contracción de la antropología al dejar la búsqueda de la otredad radical y la
popularización de la mención de la etnografía por otros campos, sin asumir lo que ello
implica, impulsa una perdida de la fuerza del argumento antropológico:

Estoy convencida de que la antropología no sobrevivirá como disciplina


académica al menos que por lo menos la mitad de nuestros nuevos reclutas
sean dirigidos por un sentido de aventura para realizar un trabajo de campo de
larga duración en lugares distantes, ir afuera para confrontar la radicalidad
desconocida y tornarla comprensible, por tanto probable (2017, 17 [traducción
propia]).

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El argumento de Howell va dirigido a la necesidad de definir claramente a qué nos
referimos con práctica etnográfica, fundamental para que la antropología mantenga su
singularidad como disciplina. También regresando a una premisa malinowskiana Howell
enfatiza que solo a través del trabajo de campo es posible comprender si lo que la gente
dice que hace es efectivamente lo que hace y es en la tensión que pudiera provocar la
contradicción entre el hacer y el decir que se encuentra la oportunidad de reflexionar
sobre otras formas de estar. Como Bloch Howell nos insista a regresar a Malinowski
además de a otro clásico de la antropología para situar nuevamente la tarea de la
disciplina, Franz Boas: "Cuando todo sea dicho y hecho, el relativismo cultural es nuestro
sello. Eso es cómo nosotros nos diferenciamos de los otros científicos sociales" (2017, 18
[traducción propia]).

Fue Franz Boas quién primero nos alertó de la importancia de atender el presente
de culturas dinámicas, más que desgastarnos en la búsqueda de patrones históricos que
verificaran la evolución social del ser humano, asumiendo que la cima de dicha evolución
era la cultura Occidental. Esta fue la agenda intelectual de Boas en su acuñado
relativismo cultural, ya a principios del siglo XX insistía en la importancia de
comprender a las personas y sus comportamientos en sus contexto específico ante la
presión de un pensamiento positivista que necesitaba de leyes históricas generales. "Si
conociéramos completamente todo el marco biológico, geográfico y cultural de una
sociedad, y si entendiéramos en detalle las formas de reacción de los miembros de la
sociedad y de la sociedad como un todo en estas condiciones, no necesitaríamos el
conocimiento histórico del origen de la sociedad para comprender su comportamiento"
(Boas 1993 [1920], 13).

También desde entonces Boas alerta del reto metodológico de su propuesta que
aunque rigurosamente sustentada avocaba al investigador a resolver cómo producir
conocimiento sobre un presente no estable desde el interior del mismo: "La razón por la
cual la investigación del desarrollo interno no ha sido perseguida enérgicamente, no
corresponde al hecho de que desde un punto de vista teórico no es importante; es
preferentemente debido a inherentes dificultades metodológicas" (Boas 1993 [1920], 4).

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Precisamente la posición metodológico de la antropología, que es al mismo tiempo
teórica, es la que ha defino al campo y a la vez que ha sido el mayor dilema de la
disciplina. Décadas después en el propio siglo XX y luego de un largo recorrido del
campo en su relación con el mundo, el antropólogo postmoderno James Clifford tiene
interrogantes conceptuales y metodológicas sobre el tipo de conocimiento que ha
producido la antropología a través de la práctica etnográfica. Clifford altamente boasiano
se debate en cual es la tarea del etnógrafo y qué realmente puede aportar si asumimos que
lo único que realmente puede hablar es de sí mismo: " (...) cualquier visión de lo otro,
fundamentada en los que se fundamente, no será más que la construcción de un yo a
través de la elaboración de un texto etnográfico" (1991 [1986], 56).

Después de la independencia de aquellos territorios del imperio británico que


habían sido el sitio de la mayor parte del trabajo de campo de los etnógrafos, los
antropólogos postmodernos explicitan una crisis de la representación -ya iniciada por
Clifford Geertz en La interpretación de las culturas (1973) - que llevó al campo a revisar
sus políticas, a la ciencia como una convención retórica y a la figura del etnógrafo como
una de autoridad que había impuesto su voz en sus textos. En la publicación Writing
Culture: The Poetics and Politics of Ethnography coordinada por James Clifford y
George Marcus en 1986 se incita en la producción de un texto etnográfico reflexivo,
polifónico y dialógico pero que no aspire a una comprensión total de alteridades radicales
-empresa de la antropología clásica- por ser éticamente problemático y retóricamente
imposible.

Thorgeir Kolshus, de Oslo and Akershus University, en un escenario distinto se


posiciona frente el sentimiento de culpa y parálisis parcial que provocó aquel reclamo
postmoderno. Convoca en su artículo The power of ethnography in the public sphere
(2017), como parte del debate de Hau, a hacer público el conocimiento de la antropología
para influir en la percepción popular del mundo (2017, 62). Como columnista del
periódico de mayor circulación en Noruega Aftenposten cada semana es contactado por
otros medios de prensa, radio y televisión para comentar sobre temas relacionados con la
antropología.

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Para Kolshus la etnografía implica autoridad del conocimiento por ser la mayor
contribución que la antropología puede hacer a cualquier debate y es desde ahí que la
disciplina debería posicionarse (2017, 67). En su experiencia en la educación noruega son
"las buenas historias" que produce la etnografía una gran motivación para la audiencia no
académica joven. Lo que pudiera parecer una banalización del trabajo antropológico, para
Kolshus, es una oportunidad de romper, precisamente, la comprensión del otro como
tradicional, exótico y perteneciente al pasado (2017, 63). "Nuestra es de hecho una
poderosa caja de herramientas, aplicable a un amplio rango de propósitos. Pero la única
autoridad detrás de nuestro involucramiento proviene del material crudo, o el medio, el
cual es etnográfico" (2017, 64 [traducción propia]).

El argumento de Kolshus va dirigido hacia una crítica a la falta de agilidad en el


campo de la antropología post Writing Culture al convertir las provocaciones de este
libro en convenciones. Al mismo tiempo que hace un llamado a resonar fuera del espacio
académico, recordando que conceptos como cultura y etnicidad fueron construidos dentro
de la disciplina y aún son reconocidos como parte de esta. Asevera Kolshus refiriéndose a
Noruega que "(...) la ausencia de la perspectiva antropológica pudiera posiblemente tener
consecuencias serias para la producción de políticas, los inmigrantes y sus descendientes
y aquellos adoptados con un color diferente al de la mayoría" (2017, 65 [traducción
propia]).

La educación está también en el centro de la discusión sobre la tarea de la


antropología para Tim Ingold, de la University of Aberdeen y Daniel Miller, de la
University College London. Desde un lugar muy diferente al de Kolshus, Ingold en su
artículo Anthropology contra ethnography (2017) apunta a que la observación
participante no es tanto una práctica etnográfica como educacional. Ingold continúa
argumentos muy finos que ya había sostenido en That´s enough about ethnography
(2014) en la propia revista Hau, ensayo que se convirtió en núcleo inicial del debate
publicado en el 2017. En su artículo de 2017 Ingold aclara que su posición no es en
contra de la etnografía sino de esta entendida como principio y fin de la antropología,
argumentando que ello aleja a la disciplina de su propósito (2017, 21).

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Como Bloch, Ingold considera que es fundamental definir la diferencia entre
antropología, etnografía y observación participante para volver a aclarar la tarea de la
disciplina. Para Ingold la etnografía no es un método y no debe ser confundido con la
observación participante. Esta última se trata de corresponder con la gente: "Esto es decir,
la observación es una forma de participar atentamente y por esta razón una forma de
aprender" (2017, 23 [traducción propia]). Por lo tanto la observación participante no debe
ser entendida como etnográfica sino como educacional, como una forma de aprender que
es, por tanto, transformativa. El llamado de Ingold se debe a la excesiva presencia de la
etnografía como única forma de definir la antropología -no solo dentro de esta-,
provocando que más que producir conocimiento se acumulen casos etnográficos como
último fin. Para Ingold la antropología es comparativa, crítica y sobre todo especulativa y
es esto último lo que la define de la etnografía. Sus precisiones y su insistencia en
caracterizar más como educacional que como etnográfica la tarea de la antropología se
dirige a una preocupación respecto al futuro de la antropología. Siendo una disciplina que
existe y produce su discurso desde la universidad, es también su tarea atender a la
incorporación del neoliberalismo a la universidades y protegerla como un espacio de
reflexión y tolerancia. Asumir a la antropología como una disciplina conjetural y
educacional es una posibilidad para pensar y actuar hacia un futuro en el que nos
preocupa el protagonismo del neoliberalismo.

Por su lado Daniel Miller, de University College London, siguiendo a Ingold se


dirige también hacia la educación para pensar en la tarea de la antropología y su futuro
pero ubica, como Bloch, la etnografía en un lugar protagónico para la disciplina, al
mismo tiempo que respecto a la educación está en sintonía con Kolshus al proponer la
divulgación del conocimiento antropológico. Declarado discípulo de Clifford Geertz
-quién insistió en la descripción densa (1973)-, la práctica etnográfica es fundamental
para Miller y es en la tensión entre lo que nos preparamos para encontrar en campo y lo
que realmente encontramos que distingue una posición crucial para la antropología: la
humillación. Se refiere a trasladar esta situación desconectarte y humilde en la que se
ubica el etnógrafo hacia la antropología. Su propuesta responde como en el caso del resto

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de los participantes en el dabate de Hau a una preocupación por el futuro de la
antropología.

En su caso Miller se refiere a una fetichización de la producción teórica de la


antropología para la cual la labor académica se ha tornado una neoliberal, es decir, se
trata más de acumular publicaciones y referencias que de producir un conocimiento
alimentado por la carácter humilde -humillando- de la práctica etnográfica en su
encuentro con el otro (2017, 29). Para Miller la atención debe dirigirse a la educación, a
la influencia de los jóvenes desde el conocimiento antropológico, es a esto a lo que la
academia debe contribuir, nos dice el autor (Ibíd.). Nos pregunta Miller: "¿Cuantos
Trumps debemos vivir, sabiendo que eso fue una causa primaria de su éxito, antes de que
nos levantemos y establezcamos claramente que la antropología tiene una alta
responsabilidad ante el mundo más allá de simplemente su propio engreimiento
intelectual?" (2017, 30 [traducción propia]).

Aunque desde lugares diferentes Ingold, Kolshus y Miller -unos apelando a los
medios masivos y la divulgación, otros enfatizando la sutileza académica de la discusión-
están preocupados por cómo la antropología podría movilizarse frente a un discurso
neoliberal cada vez más presente en políticas públicas, discursos presidenciales,
decisiones medioambientales y migratorias. Para los tres la educación sea académica,
popular o como parte del propio proceso transformativo de la observación participante es
un punto de partida para enfrentar un futuro problemático en diversos ámbitos.

"El problema es que el progreso dejó de tener sentido" (2015, 25 [traducción


propia]), nos dice Ana Tsing en su libro The Mushroom at the End of the World. On the
Possibility of life in Capitalist Ruins (2015). En Oregón la contaminación creo un bosque
donde fue posible el crecimiento del matasutake -un hongo japonés de alto valor- que a
su vez es recolectado por Mien, quien es un humano surgido de encuentros impredecibles
y por tanto de identidades contaminadas.

Tsing también está preocupada por cómo vamos a enfrentar el futuro, primero
insiste en que debemos aceptar que se trata de la precarización como regla y no como

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estado de excepción, no solo para pensar el futuro sino en el momento en el que ya
vivimos. Una vez asumido el fin del progreso como idea moderna del siglo XX apela a
los encuentros extraños provocados por las catástrofes, guerras, migraciones forzadas,
ruinas industriales. Es así como se produce una escena de encuentro como la descrita
antes y de ellas debemos aprender cómo sobrevivir ante una precarización de la vida que
nos coloca en un estado de vulnerabilidad, nos dice Tsing .

No se trata de la sobrevivencia del más fuerte, del avance en busca de un futuro


mejor, sino de la colaboración entre especies -en un cuestionamiento del antropoceno-,
comprendiendo a la historia como un mirar hacia el lado, único modo de existir en el
futuro que ya nos está tocando vivir. En su etnografía en Oregón Tsing da cuenta de la
necesidad de su posición teórica y política ante las ruinas del capitalismo.

Para Tsing aprender a notar hongos en las ruinas del progreso industrial es una
posibilidad de sobrevivencia colaborativa que la etnografía puede aportar ante un futuro
neoliberal catastrófico para todo tipo de vida. Tsing nos introduce en el aprendizaje
humilde de la etnografía al que se refiere Miller para producir un conocimiento
antropológico que advierte pero también propone un posicionamiento ante la catástrofe
social y ecológica a la que nos enfrentamos.

Los encuentros impredecibles que describe Tsing son posibles cuando notamos lo
no-humano en una posibilidad de assemblage, concepto venido de la ecología para
referirse a las connotaciones de una comunidad ecológica, en la que las diferentes
especies se influyen unas a otras (2015, 22). Tarek Elhaik, antropólogo de David
University, también apela al assemblage work para describir una colaboración colindante
entre antropología y arte contemporáneo y así contestar a lo que llama los daños de la
antropología después del giro etnográfico y su "exhaustivo repertorio conceptual" (Elhaik
2013, 792). Algunos de los daños que señala son:

El no Occidente como auténtico y político por su virtud de resistencia


ante el patrimonio colonial (…) Nuestros modelos son muy reflexivos, deberían
ser refractivos también (…) Ellos y nosotros, y su desdibujo, no son más puntos
de partida útiles (…) la tradición antropológica de comenzar desde abajo [el
subalterno, la minoría] ha creado también un nuevo modelo de vida e

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investigación con implicaciones morales imprudentes para ambos antropología
y arte (…) Locación geográfica, usualmente definida en términos nacionales,
han dominado nuestro horizonte creativo. ¿Qué pasaría si artistas y
antropólogos encuentran un horizonte diferente: un ensamblaje en el cual
“ethnos” no es el punto de partida? (…) (Elhaik 2013, 792-793).

Ante este panorama es que Elhaik propone el assemblage work como estado de
afinidad, una forma singular de trabajar: "(...) una posición de colindancia que es
urgentemente necesitada si estamos generando una matriz en la cual antropólogos y
artistas puedan cultivar nuevos pensamientos-hábitos" (2013, 794). En el assemblage
work la etnografía no es la única forma de investigación posible y la antropología no se
encarga solo de lo humano sino que este ocupa un lugar al lado de la práctica no-humana
(Ibíd.). Teniendo la afinidad y la contigüidad como zona de articulación entre campos,
Elhaik propone una distancia de los vicios conceptuales del giro etnográfico para
establecer una relación entre arte y antropología desde donde pensar el futuro de ambos
campos. Un reto para aquella práctica artística definida desde una banalización del
compromiso con su contexto social y para esa zona de la antropología que produce desde
la culpa. Tanto Sting como Elhaik piensan en formas para afrontar un nuevo terreno
político y académico ante el cual la antropología debe revisar su lugar de enunciación.

El último autor que traeré a colación en esta búsqueda de posiciones frente al futuro
de la antropología es Alpha Shah de London Scholl of Economics and Politics Science.
Shah regresa directamente a la observación participante como propuesta malinowskiana
aunque para proponerla como una praxis con potencial revolucionario (2017, 46).
Presenta dos razones para ello, primero: "(...) la observación participante hace que
cuestionemos nuestras suposiciones fundamentales y teorías preexistentes sobre el
mundo" (2017, 47 [traducción propia]). Segundo porque "la observación participante nos
permite comprender la relación entre historia, ideología y acción en formas que no
hubieras previsto" (Ibíd.). Ambas razones son cruciales para preguntarnos el por qué del
orden social a la vez que permite pensar como contestarlo, argumenta Shah. Al mismo
tiempo que la observación participante nos permite comprender como las estructuras
ideológicas funcionan posibilita la producción de nuevo conocimiento con el potencial de

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transformaciones ideológicas, teóricas y de acciones que transformen el escenario en el
que vivimos.

En su artículo Shah está definitivamente apelando a una antropología activa,


propositiva que produzca no únicamente teoría sino que acciones. Al mismo tiempo, nos
recomienda explícitamente leer Los argonautas del pacífico occidental de Malinowski en
un regreso a una antropología clásica, tantas veces cuestionada que parece ahora
indispensable para pensar en nuevos caminos para el futuro de la disciplina.

Nos diría Malinowski en el prólogo de su libro: "[los trabajos científicos modernos]


nos han proporcionado, con rasgos contundentes, el cuadro de las instituciones sociales a
menudo sorprendentemente vasto y complejo (...) Nos han permitido penetrar en su
mentalidad [la nativa] de un modo mucho más profundo que antes" (1986 [1922], 13).
Parece urgente hoy que los etnógrafos regresen al encuentro de la alteridad radical para
recordarle al mundo aquello que sorprendió a Malinowski al enfrentarse a la pluralidad y
complejidad de las instituciones sociales y formas de relacionamiento del ser humano.

Educación, assemblage, perspectiva "desde adentro", la observación participante


como praxis revolucionaria son propuestas de estos autores del siglo XXI ante un nueva
etapa de revisión de la disciplina antropológica y una preocupación por el futuro
ecológico y político de la humanidad. Sin embargo, no se trata de propuestas que busca la
novedad, inventar nuevas prácticas. Sean unos más jóvenes y propositivos como Shah u
otros más experimentados como Bloch e Ingold, todos encuentran en una revisión de los
clásicos la fuerza inicial para contestar al futuro. Dos llamados son fundamentales, por un
lado el regreso a la práctica etnográfica en busca de la alteridad radical para responder
con formas plurales de estar a la hegemonía neoliberal y por otro, la necesidad de que la
antropología influya con su conocimiento más allá de la academia a través de la
educación, enfrentando preconcepciones y malentendidos de conceptos nacidos dentro de
la disciplina.

Una tercera propuesta encontramos en estos autores y es la necesidad urgente de


comprendernos en estado de emergencia ante esa precarización a la que nos ha llevado el
deseo de progreso capitalista de la que nos habla Tsing. Ante ello la colaboración no solo

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entre campos y entre humanos, sino que entre especies es presentada como una
posibilidad casi indiscutible para sobrevivir a las ruinas en las que ya coexistimos. A 100
años de aquellas etnografías clásicas, los antropólogos participantes del debate publicado
por la revista Hau advierten que su disciplina es imprescindible para ubicarnos con
humildad pero con vehemencia ante un nuevo paisaje político. Tiene la antropología en
sus manos las herramientas para ayudar a empujar una forma de habitar el mundo que
quiere presentarse como única opción: la neoliberal.

Bibliografía.

Bloch, Maurice. 2017. "Anthropology is an odd subject. Studying from the


outside and from the inside". Hau: Journal of Ethnographic Theory 7 (1): 33-34

Boas, Franz. (1993 [1920]) "Los métodos de la etnografía" En Antropología


Cultural. F. Boas, A. L. Kroeber, R. Lowie,. Juan Mauricio Renold (comp.). Buenos
Aires: Centro Editor de América Latina, pp. 47-57.

Clifford, James. 1991 [1986]. “Sobre la alegoría Etnográfica”, En J. Clifford y


G. E. Marcus (eds.), Retóricas de la Antropología. Madrid: Ediciones Júcar.

Elhaik, Tarek. 2013. “What is contemporary anthropology”, Critical Art


South-North Cultural and Media Studies, 27:6, 784-798, DOI:
10.1080/02560046.2013.867597

Geertz, Clifford. 2003 [1973]. La interpretación de las culturas. Barcelona:


Gedisa Editorial.

Howell, Signe. 2017. "Two or three things I love about ethnography". Hau:
Journal of Ethnographic Theory 7 (1): 15-20

Ingold, Tim. 2017. "Anthropology contra ethnography" Hau: Journal of


Ethnographic Theory 7 (1): 21-26

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Kolshus, Thorgeir. 2017. "The power of ethnography in the public sphere"
Hau: Journal of Ethnographic Theory 7 (1): 61-69

Malinowski, Bronislaw. 1986 [1922]. Los argonautas del pacífico occidental.


Barcelona: Planeta-De Agostini

Miller, Daniel. 2017. "Anthropology is the discipline but the goal is


ethnography". Hau: Journal of Ethnographic Theory 7 (1): 27-31

Shah, Alpa. 2017. Ethnography? Participant observation, a potentially


revolutionary praxis. Hau: Journal of Ethnographic Theory 7 (1): 45-59

Tsing, Anna L. 2015. The Mushroom at the End of the World. On the
Possibility of Life in Capitalist Ruins. New Jersey: Princeton University Press

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