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Clase 3 - 2020
Vivimos en una época supuestamente signada por una “crisis de la autoridad”, que en
el terreno educativo lleva, por lo general, a la consolidación de dos posiciones
antagónicas: o bien se trata de “recuperar” una autoridad perdida, aquella sostenida en
otros tiempos dorados, con otras instituciones, sujetos y proyectos políticos más sólidos
y menos dispersos, o bien hay que “abandonar” el intento de toda refundación de
autoridad, accediendo al aplanamiento de las relaciones maestra/o-alumna/o y a la total
simetría generacional/relacional. Estas dos posiciones extremas tienen efectos en el
modo de plantear posibles formas de establecer relaciones pedagógicas, investigar
acerca de la autoridad y promover desarrollos profesionales.
¿Qué es lo que nos autoriza a educar? ¿Por qué consideramos que podemos
ponernos delante de las otras/os para acompañarles y guiarles en un
proceso
educativo? ¿Qué relación guarda la autoridad con la transmisión? ¿Cómo se
construye hoy una autoridad pedagógica igualitaria, que establezcalas distancias
óptimas entre los sujetos que participan? Estas son algunas de las preguntas que
debemos tener latentes a lo largo de la lectura.
La historia, y muchas veces nuestra propia biografía, nos han hecho desconfiar del
término “autoridad” cuando se lo aplica a temas educativos: rápidamente se desliza
hacia autoritarismo y desata recuerdos e imágenes desagradables, silencios obligados y
hasta humillaciones diversas. En estos casos, la autoridad pedagógica aparece pura y
exclusivamente como un acto de imposición absoluta, omnímoda y omnipotente, un
“porque lo digo yo”, sin ningún lugar a un porqué, a una explicación, a un diálogo.
La educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que
todavía no están maduras para la vida social. Tiene por objeto suscitar y
desarrollar en el niño cierto número de estados físicos, intelectuales y morales,
que exigen de él la sociedad política en su conjunto y el medio especial al que está
particularmente destinado.
Partiendo de una separación absoluta entre los sujetos intervinientes, se construyó así
una figura docente sin fisuras, que debía constituirse en ejemplo –físico, biológico,
moral, social, epistémico, etc.– de conducta a seguir por sus alumna/os. La/os
estudiantes se definieron como sujetos incompletos, imposibilitados de
responsabilizarse por sus actos, sobre el cual el/a docente estaba habilitada/o a ejercer
su autoridad. Dice Durkheim (1984): “La sociedad encuentra a cada nueva generación
en presencia de una tabla casi rasa, en la cual tendrá que construir con nuevo trabajo.
Hace falta que, por las vías más rápidas, al ser egoísta y asocial que acaba de nacer,
agregue ella otro capaz de llevar una vida moral y social. He aquí cuál es la obra de la
educación, y bien se deja ver toda su importancia”.
Así, docente y alumna/o aparecen como las únicas posiciones de sujetos educativos
posibles. El/a maestro/a se presenta como el portador de lo que no porta el/a alumno,
el infante no es comprendido en el proceso pedagógico como un “igual” o “futuro igual”
del/la docente, sino indefectiblemente como alguien que siempre –aun cuando haya
concluido la relación educativa– será inferior respecto del otro miembro de la díada.
Críticas y propuestas
Lorenzo Luzuriaga, un pedagogo español que tuvo que exiliarse en la Argentina luego de
la Guerra Civil en su país, proponía en la década del cincuenta –en clara oposición a la
concepción durkheimiana– un rescate de la juventud como motor de cambio social,
contra una generación adulta que debía aceptar su fracaso como condición
imprescindible para la construcción de una “nueva educación”. En sus propias palabras:
En las últimas décadas, las críticas a las formas tradicionales de autoridad condujeron a
la generación de nuevas formas en las que, a diferencia de los casos anteriores, la
autorización no se presenta como un dato previo al encuentro educativo sino como el
resultado de su puesta en práctica. La escuela pierde su poder de autolegitimación como
espacio educativo, como institución que tiene algo específico y distinto que decir, y
ahora son los sujetos involucrados (los alumnos, las familias, la comunidad), entendidos
como consumidores, quienes en última instancia la autorizan en función de la
satisfacción de sus demandas. Quedan habilitadas así formas de “autoridad a
demanda”.
Autoridad y autorización
La autorización estatal
Así, esta posición hace que la problemática educativa quede demasiado sujeta a los
avatares políticos, y –como nuestra historia lo demuestra– esto puede favorecer
procesos sociales autoritarios al no existir formas de contralor del accionar estatal.
La autorización académica
En este caso nos referimos a la operación por la se autoriza a definir qué enseñar a
quienes ocupan un sitio destacado en la producción de saberes académicos –sean
científicos o expresivos–. Son los expertos, los sabios, quienes otorgan la autoridad al
docente.
A estas dos formas de autorización “a oferta” es necesario sumar, para algunos casos
concretos –a veces en sintonía y a veces en oposición– la autoridad dogmática/eclesial,
que hablita su imprimatur para la enseñanza y circulación de ciertos saberes.
Más allá de sus diferencias, estas tres formas de autorización, que dominaron los
debates en el pasado, comparten su condición de ser formas “a oferta”; esto es, formas
con una fuerte capacidad propositiva que generaban prácticas educativas que creían
tener “algo bueno para dar a sus alumnos”. Por supuesto, esto fue una puerta abierta a
variadas y creativas formas de represión, censura y autoritarismo.
La autorización psicológica
Se trata de una forma de autorización que abre una instancia de negociación con la/os
alumna/os entre lo que se pretende enseñar y lo que quieren/pueden aprender. A
diferencia de los casos anteriores, la autorización no es un dato previo al encuentro
educativo, sino un resultado de su puesta en práctica: el/la docente no está autorizado/a
de antemano; debe autorizarse en el acto.
La autorización institucional/comunitaria
También en los últimos años se vio fortalecida una posición que basa la autoridad del/a
docente en los acuerdos que éste pudo alcanzar con los sujetos con los que se relaciona.
A diferencia de las posiciones “a oferta”, en las que los criterios de autoridad eran muy
lejanos –el Estado, la ciencia, la academia, el dogma–, esta posición se basa en la
cercanía de concertación de los involucrados directos. La propuesta del docente es un
acuerdo idiosincrático entre sus propias posiciones, las de sus colegas, las de los
directivos y las estudiantes y familias, englobadas todos en el término “comunidad
escolar”. A su vez, implica un trabajo del sujeto en la autorización, que ya no le es
externa y dada por un ajeno, sino resultado de su propio accionar.
Una de sus manifestaciones materiales son los PEI (Proyecto Educativo Institucional),
entendidos como los acuerdos alcanzados por las partes involucradas. El/a docente se
siente autorizada/o a enseñar lo que enseña porque está en el PEI, un contrato
pedagógico de validez local. En esta operación lo comunitario sustituye a lo general, a lo
“objetivo”, como criterio de autoridad. Como en el caso anterior, esta forma de
autorización puede ser fuertemente solidaria con las posiciones neoliberales, al sostener
que lo que la escuela debe enseñar es lo que la comunidad quiere aprender y así limitar
su accionar a responder a su horizonte de expectativas cercano. Su mayor riesgo es la
atomización y fragmentación del sistema, en el que cada escuela enseña lo que
considera, perdiendo la dimensión de lo común que implica toda propuesta educativa
democrática.
Porque sería una extraña educación aquella que renunciase de golpe al horizonte
posible de una dimensión universal en la que pudiera haber concordancia entre
los hombres […] Enseñar es tratar de comunicar lo más grande y lo más hermoso
que los hombres han elaborado pero también es, por definición, tratar de
comunicárselo a todos.
Reponiendo la trama
“Hasta en un nivel humilde –el del maestro de escuela– enseñar, enseñar bien, es
ser cómplice de una posibilidad trascendente. Si lo despertamos, ese niño
exasperante de la última fila tal vez escriba versos, tal vez conjeture el teorema
que mantendrá ocupados a los siglos” (Steiner, 2004).
En debate tanto con la concepción naturalizada de la autoridad como con las nociones
que provienen del neoliberalismo y sus discursos asociados, proponemos nuevas formas
de autoridad docente que acepten su condición de puesta en discusión, que no por eso
se deriven de parámetros externos al propio sujeto (como los estándares objetivos, la
evaluación de resultados, la satisfacción de las demandas de los alumnos o la
comunidad) ni la adecuación a los intereses de aquellos. Creemos que el docente debe
ser alguien que se sienta autorizado a serlo. Y, como tal, que se sienta capaz de
autorizarles nuevos mundos a sus alumnos.
Como vimos, por un lado, a lo largo del siglo XX fueron hegemónicas las formas de
legitimación sustentadas en la autoridad estatal, académica y dogmática/eclesial, que
tenían en común la cualidad de basarse en “la oferta"; es decir, formas con una fuerte
capacidad propositiva que producían una escuela convencida de tener algo bueno para
dar a sus alumnos y que, a su vez, posibilitaban distintas formas de represión y
autoritarismo.
Para ensayar una respuesta que supere esas posiciones tomemos la cita de Steiner que
abre este apartado: la mejor forma de autorización es la que se desprende de creer que
el acto educativo vale la pena y que puede inaugurar condiciones inesperadas. Así, si en
la primera clase es lícito que el/a docente determine qué enseñar en uso de su autoridad
pedagógica, debe ser un fuerte objetivo que a lo largo del desarrollo del curso se
expliquen los porqués y, a su vez, aceptar que la/os alumnos pueden comprenderlos
pero no necesariamente compartirlos. Y que también, en este último caso, no
necesariamente el/a docente debe modificarlos. En ese juego irreductible de posiciones
y sujetos, los habremos autorizado a crecer. Y lo habremos hecho nosotros también.
Bibliografía obligatoria
Bibliografía obligatoria
• AA.VV. Dossier “La autoridad en cuestión” en El Monitor Nº 20, Revista del Ministerio
de Educación Nacional, Buenos Aires, Argentina, pág. 25-40.
Bibliografía citada y ampliatoria
http://www.revistatodavia.com.ar/todavia07/notas/tenti/txttenti.html
Créditos
Autor/es: INFD
INFD (2020). Clase Nro. 3: Autoridad y autoridad pedagógica. Curso: Educar hoy. Niños,
adolescentes y jóvenes contemporáneos. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la
Nación.
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