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Cuentos​: La intrusa de Pedro Orgambide; El cautivo de J. L.

Borges y Los dos reyes y los


dos laberintos de J. L. Borges.
Contenidos: Argumento-espacio y tiempo-narrador-caracterización de
personaje-problemáticas humanas.

Trabajo práctico: La intrusa

1. ¿Podrías explicar cuál es la confusión que plantea el cuento y que se devela hacia el
final?
2. ¿Cómo te ibas imaginando a la intrusa?
3. ¿Qué clase de narrador posee el cuento? Citar
4. Explicar en forma completa el título del cuento (Buscar la definición de intrusa)
5. Caracterizar al protagonista

Trabajo práctico: El cautivo

1. Explicar en forma completa el título del cuento. Teniendo en cuenta los hechos: ¿qué
otro título podrías pensar para el cuento?
2. Explicar qué sentido le das a las siguientes palabras o frases del cuento: buscaron
inútilmente; vida bárbara; indiferente y dócil; miró la puerta como sin entenderla.
3. ¿Cuál es la decisión final del protagonista? ¿Por qué creés que tomó esa decisión?

Trabajo práctico: Los dos reyes y los dos laberintos

1. ¿Quién es el autor del cuento?


2. ¿Qué narrador se construye? Citar
3. ¿Cuántos laberintos son mencionados en la obra? ¿Podrías describirlos y
compararlos?
4. Identificá y caracterizá a los protagonistas de la historia
5. Resumí el argumento del cuento en no más de cuatro o cinco renglones.

La intrusa, Pedro Orgambide

Ella tuvo la culpa, señor Juez. Hasta entonces, hasta el día en que llegó, nadie se
quejó de mi conducta. Puedo decirlo con la frente bien alta. Yo era el primero en
llegar a la oficina y el último en irme. Mi escritorio era el más limpio de todos. Jamás
me olvidé de cubrir la máquina de calcular, por ejemplo, o de planchar con mis
propias manos el papel carbónico.

El año pasado, sin ir muy lejos, recibí una medalla del mismo gerente. En
cuanto a ésa, me pareció sospechosa desde el primer momento. Vino con tantas
ínfulas a la oficina. Además ¡qué exageración! recibirla con un discurso, como si
fuera una princesa. Yo seguí trabajando como si nada pasara. Los otros se
deshacían en elogios. Alguno deslumbrado, se atrevía a rozarla con la mano. ¿Cree
usted que yo me inmuté por eso, Señor Juez? No. Tengo mis principios y no los voy
a cambiar de un día para el otro. Pero hay cosas que colman la medida. La intrusa,
poco a poco, me fue invadiendo. Comencé a perder el apetito. Mi mujer me compró
un tónico, pero sin resultado. ¡Si hasta se me caía el pelo, señor, y soñaba con ella!
Todo lo soporté, todo. Menos lo de ayer. “González -me dijo el Gerente- lamento
decirle que la empresa ha decidido prescindir de sus servicios”. Veinte años, Señor
Juez, veinte años tirados a la basura. Supe que ella fue con la alcahuetería. Y yo,
que nunca dije una mala palabra, la insulté. Sí, confieso que la insulté, señor Juez, y
que le pegué con todas mis fuerzas. Fui yo quien le dio con el fierro. Le gritaba y
estaba como loco. Ella tuvo la culpa. Arruinó mi carrera, la vida de un hombre
honrado, señor. Me perdí por una extranjera, por una miserable computadora, por un
pedazo de lata, como quien dice.

El cautivo, J. L. Borges

En Junín o en Tapalqué refieren la historia. Un chico desapareció después de un


malón; se dijo que lo habían robado los indios. Sus padres lo buscaron inútilmente;
al cabo de los años, un soldado que venía de tierra adentro les habló de un indio de
ojos celestes que bien podía ser su hijo. Dieron al fin con él (la crónica ha perdido las
circunstancias y no quiero inventar lo que no sé) y creyeron reconocerlo. El hombre,
trabajado por el desierto y por la vida bárbara, ya no sabía oír las palabras de la
lengua natal, pero se dejó conducir, indiferente y dócil, hasta la casa. Ahí se detuvo,
tal vez porque los otros se detuvieron. Miró la puerta, como sin entenderla. De pronto
bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios y se metió
en la cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la ennegrecida campana y sacó el
cuchillito de mango de asta que había escondido ahí, cuando chico. Los ojos le
brillaron de alegría y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo.

Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podía vivir entre
paredes y un día fue a buscar su desierto. Yo querría saber qué sintió en aquel
instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo querría saber
si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera
como una criatura o un perro, los padres y la casa.

Los dos reyes y los dos laberintos, J. L. Borges

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días
hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les
mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no
se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo,
porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los
hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de
Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el
laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde.
Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja
ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si
Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus
capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna
que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró
encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “Oh,
rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un
laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha
tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas
que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso.” Luego le
desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre
y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.

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